B. Juan Pablo II Homilías 295


FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR



Sábado 2 de febrero de 1980



1. "Tollite portas..." "Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria" (Ps 23 [24], 7).

No faltan en la liturgia momentos en los que se escuchan estas palabras del salmista, Hoy parece que hablan en sentido literal de las puertas del templo de Jerusalén, de sus dinteles. Porque debe entrar por estas puertas Aquel a quien el Salmo llana el Rey de la gloria, y el profeta Malaquías "el ángel de la alianza" (Ml 3,1). Y por lo tanto éste es un momento único. El templo jerosolimitano existe desde el comienzo precisamente para que se pueda cumplir este momento.

El salmista pregunta, pues: "¿Quién es ese Rey de la gloria?, y se responde a sí mismo: "El Señor, héroe valeroso, el Señor, héroe de la guerra... El Señor de los ejércitos" (Ps 23 [24] 8. 10).

Esta es la respuesta del salmista, que habla con el lenguaje de las imágenes. En cambio, la. respuesta de los acontecimientos parece tener poco que ver con el lenguaje del salmista. He aquí que en el Evangelio de San Lucas leemos en efecto, lo siguiente: "Así que se cumplieron los días de la purificación, conforme a la ley de Moisés, llevaron (al Niño) a Jerusalén para presentarle al Señor..." (Lc 2,22). Lo llevaron como tantos otros hombres obedientes a la ley de Israel... Lo llevaron para presentarlo al Señor. Y ninguno de los que allí estaban podía imaginar entonces que en aquel :momento se cumpliesen las palabras del salmista, que se cumpliesen las palabras del profeta Malaquías. El Niño de 40 días en los brazos de la Madre no tenía en sí nada de ese "Rey de la gloria". No entraba en el templo de Jerusalén como "Señor, héroe de la guerra", como "Señor valeroso".

2. Y sin embargo. Jesús, ya en ese día, entró en el templo de Israel para anunciar una "batalla" particular: una lucha que seria la misión de su vida. La lucha, que acabará con un triunfo insólito. Será el triunfo de la cruz, que a los ojos de todos significa no el triunfo, sino la ignominia; no la victoria, sino la derrota, y a pesar de todo será una victoria.

Precisamente lo que se realiza en el templo de Jerusalén anuncia esa victoria por medio de la cruz. Efectivamente, he aquí que se cumple el rito de la consagración al Señor de Israel, de ese nuevo Hijo de Israel, conforme a lo que está escrito en la ley del Señor: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor" (Lc 2,23 cf. Ex Ex 13,2 Ex Ex 13,11).

296 El símbolo de esta consagración es la ofrenda que, con ocasión de esta primera visita al templo, hacen los padres: "un par de tórtolas o dos pichones" (Lc 2,24 cf. Lev Lv 12,8).

También esto se contenía en las normas de la ley.

De este modo el Pueblo de la Antigua Alianza desea manifestar, en sus primogénitos, que todo él está consagrado a Dios (Yavé), su Dios: que es su Pueblo.

Pero en este caso se está cumpliendo algo más que la observancia de una de las normas de la ley.Aunque no todos entre los presentes en el templo se den cuenta de ello, hay un hombre que tiene plena conciencia del misterio. Este hombre "movido por el Espíritu Santo, vino al templo" (Lc 2,27). Era "hombre justo y piadoso... y el Espíritu Santo estaba en él" (cf. Lc Lc 2,25-26). Así escribe de él el Evangelista. Pues si este hombre, llamado Simeón, ha descifrado hasta el fondo el significado del acontecimiento, que en aquel momento tenía lugar en el templo de Jerusalén, lo ha hecho porque "el Espíritu Santo... le había revelado que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor" (Lc 2,26).

Simeón ve, pues, y anuncia que el Niño primogénito, a quien María y José ofrecen a Dios en ese momento, es portador de una gran luz, que esperan Israel y toda la humanidad: "Luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo, Israel" (Lc 2,32).

Simeón pronuncia estas palabras en un profundo éxtasis. Es el día más grande de su vida; después de vivirlo, ya puede dejar tranquilamente este mundo. Más aún, lo pide a Dios, teniendo entre sus brazos al Niño, que ha tomado de María y José: "Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos" (Lc 2 Lc 29-31).

Así en el momento de la consagración ritual del primogénito entra el gran anuncio de la luz y de la gloria, que se extenderán con la fuerza del sacrificio. Efectivamente, Aquel a quien en este momento sostienen los brazos del anciano Simeón, está destinado a ser "Signo de contradicción" (Lc 2,34). Y esta contradicción estará llena de sufrimiento que no excluirá ni siquiera el coraron de su Madre: "Y una espada atravesará tu alma" (Lc 2,35).

Cuando en el templo de Jerusalén se desarrolla el rito de la consagración del primogénito, la vida de Jesús apenas cuenta con 40 días. Las palabras de Simeón revelan el contenido de esta vida hasta el fin y comportan el anuncio de la cruz. Este anuncio pertenece a la plenitud del misterio de la consagración de Jesús en el templo.

3. Os habéis reunido, para participar en la liturgia de hoy, vosotros queridos hermanos y hermanas, que, por medio de la profesión religiosa, habéis consagrado totalmente vuestra vida a Dios.

Esta consagración vuestra a Dios, total, definitiva y exclusiva, es como un crecimiento continuo y una floración espléndida de esa consagración inicial, que tuvo lugar en el sacramento del bautismo; en él tiene sus raíces profundas y es una expresión más perfecta de él (cf. Decreto Perfectae caritatis PC 5).

Mediante la profesión religiosa el fiel —como afirma la Constitución dogmática Lumen gentium— "hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para extraer de la gracia bautismal fruto más copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios" (Nb 44).

297 Por esto la fiesta de la Presentación del Señor es una fiesta particular para vosotros, almas consagradas, en cuanto que participáis de manera excepcional en la donación de Cristo al Padre, la que tuvo su anuncio en la Presentación en el templo. La ofrenda de vuestra vida, que vosotros habéis hecho gozosamente por medio de los tres votos, encuentra su modelo constante, su premio, su estímulo, en la ofrenda que el Verbo de Dios hace de Sí mismo al Padre, en los brazos de su Madre.

4. Simeón pronuncia ante Jesús, en el momento de la Presentación, las palabras sobre la luz.

También vuestra vida, hermanos y hermanas queridísimos, debe ser una "luz" tal, que ilumine el mundo y la realidad temporal. En medio de todo lo que pasa, se esfuma y desaparece, vosotros, almas consagradas, auténticos hijos e hijas de la luz (cf.
Ep 5,8 1Th 5,5), debéis dar un testimonio veraz de la luz futura, de la vicia eterna, de la luz que no tiene ocaso. Es lo que os ha recordado con gran fuerza el Concilio Vaticano II: "La profesión de los consejos evangélicos aparece como un signo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana. Y como el Pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente. sino que busca la futura, el estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas, cumple también mejor tanto la función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, como la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, y la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del Reino celestial" (Const. dogm. Lumen gentium LG 44).

Para vosotros valen de manera totalmente especial las palabras de Jesús: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5,14-16 cf. 1P 2,12). Sí, hermanos y hermanas. Brille la luz de vuestra fe fuerte, la luz de vuestra caridad activa; la luz de vuestra castidad gozosa: la luz de vuestra pobreza generosa.

5. Cuánta necesidad de esta luz, de este testimonio, tienen la Iglesia y el mundo.

Cuánto debemos comprometernos, para que se realice su pleno esplendor y su elocuencia intacta.

Cuán necesario es que reproduzcamos en nosotros, seres mortales, el misterio de la consagración de Cristo al Padre para la salvación del mundo; de la consagración admirablemente comenzada con esta Presentación en el templo, cuya memoria celebra hoy toda la Iglesia.

Cuán necesario es que también nosotros fijemos la mirada en el alma de María, en esta alma que, según las palabras de Simeón, fue atravesada por una espada para que se revelasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc Lc 2,35).

.Hoy, queridos hermanos y hermanas, como signo de este gran misterio de la liturgia, y a la vez del misterio de vuestros corazones, ponéis en mis manos las candelas encendidas. La consagración en el templo se multiplica, de algún modo, a través de la entrega de tantos corazones consagrados en el mundo...

Que se revelen los pensamientos de todos estos corazones ante la Madre, que conoce vuestra consagración y la rodea con un. amor particular.

Esta Madre es María.

Esta Madre es también la Iglesia.

Amén.





Domingo 3 de febrero de 1980: VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE LA ASCENSIÓN

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1. Este domingo me ofrece de nuevo la posibilidad de encontrarme con esa comunidad fundamental del Pueblo de Dios que es, en la Iglesia, una parroquia. Este es un encuentro "con la comunidad" y al mismo tiempo, un encuentro "en la comunidad". Efectivamente, por medio de la visita pastoral de vuestro obispo, os volvéis a encontrar, de cierta manera, en esa comunidad más grande del Pueblo de Dios que es la Iglesia Romana, la Iglesia "local", esto es, la diócesis. Esta es, a la vez, la Iglesia de las Iglesias —si se puede decir así— ya que Roma, como Sede de San Pedro, constituye el centro de todas las Iglesias "locales" del mundo, las que por medio de este centro se vinculan y se unen en la comunidad universal de la única Iglesia. Así, pues, nuestro encuentro de hoy tiene simultáneamente estas tres dimensiones: parroquial, diocesana y universal.

Que pueda servir eso para reforzar el amor que San Pablo confiesa y anuncia en la liturgia de hoy de modo tan maravilloso.

En el espíritu de este amor, que es el vínculo de la comunidad y la fuente de nuestra unidad —sobre todo con Dios mismo en Cristo— os saludo cordialmente queridísimos hermanos y hermanas que habéis venido de todo el barrio para testimoniar vuestro afecto y vuestra devoción al Papa. Saludo también a los que habrían participado gustosamente en este encuentro pero están impedidos en casa o por la enfermedad o por algún compromiso ineludible. Os confío el encargo de llevarles mi saludo y mi felicitación.

Quiero reservar ahora una mención especial al obispo auxiliar mons. Giulio Salimei que con tanto celo ha hecho la visita pastoral a esta parroquia en los días pasados. Desde él pasa espontáneamente el pensamiento al párroco y a los demás sacerdotes del presbiterio a quienes el Concilio ha designado como "cooperadores del obispo" (cf. Decreto Presbyterorum Ordinis
PO 2 PO 4 PO 7): ellos están en medio de vosotros para construir una comunidad viva que, alimentándose en la mesa del Pan eucarístico y de la Palabra de Dios, sepa dar testimonio de Cristo con el ejemplo de la coherencia personal y del amor desinteresado.

Saludo después a las religiosas Batistinas, que tienen en este barrio una floreciente escuela infantil y elemental: a ellas dirijo la expresión de mi aprecio por la generosa entrega a las tareas educativas y por la activa colaboración en las iniciativas parroquiales. También saludo a los exponentes de las Asociaciones, Movimientos, Grupos catequísticos, que se afanan para animar cristianamente el ambiente de los jóvenes y de los adultos, facilitándoles una formación interior cada vez más profunda y madura.

Quisiera hacer llegar una palabra especial de saludo también a los que se sienten sicológicamente lejanos de la comunidad parroquial, en relación con la que nutren sentimientos de indiferencia o quizá incluso de hostilidad. Sepan que es deseo del Papa, como de los sacerdotes de la parroquia y de todo otro ministro de Dios, entablar con ellos un diálogo que pueda disipar equívocos o permitir un conocimiento recíproco mejor y una conversación profunda sobre Cristo y su Evangelio.

2. Ciertamente, el mensaje de Jesús está destinado a "plantear problema" en la vida de cada uno de los seres humanos. Nos lo recuerdan también las lecturas de la liturgia de hoy, y sobre todo el texto del Evangelio de Lucas, que acabamos de oír. El nos induce a volver una vez más con el pensamiento a las palabras que dejó en nuestra memoria la solemnidad de ayer. En el momento de la Presentación de Jesús en el templo, que tuvo lugar a los 40 días de su nacimiento, el anciano Simeón pronunció sobre el Niño las siguientes palabras: "Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción" (Lc 2,4).

Hoy somos testigos de la contradicción que Cristo encontró al comienzo mismo de su misión —en su Nazaret—. Efectivamente: cuando, basándose en las palabras del profeta Isaías, leídas en la sinagoga de Nazaret, Jesús hace entender a sus paisanos que la predicción se refería precisamente a El, esto es, que El era el anunciado Mesías de Dios (el Ungido en la potencia del Espíritu Santo), surgió primero el estupor, luego la incredulidad y finalmente los oyentes "se llenaron de cólera" (Lc 4,28), y se pusieron de acuerdo en la decisión de tirarlo desde el monte sobre el que estaba construida la ciudad de Nazaret... "Pero El atravesando por en medio de ellos, se fue" (Lc 4,30).

299 Y he aquí que la liturgia de hoy —sobre el fondo de este acontecimiento— nos hace oír en la primera lectura la voz lejana del profeta Jeremías: "Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque yo estaré contigo para protegerte" (Jr 1 Jr 19).

3. Jesús es el profeta del amor, de ese amor que San Pablo confiesa y anuncia en palabras tan sencillas y a la vez tan profundas del pasaje tomado de la Carta a los Corintios. Para conocer qué es el amor verdadero, cuáles son sus características y cualidades, es necesario mirar a Jesús, a su vida y a su conducta. Jamás las palabras dirán tan bien la realidad del amor como lo hace su modelo vivo. Incluso palabras, tan perfectas en su sencillez, como las de la primera Carta a los Corintios, son sólo la imagen de esta realidad: esto es, de esa realidad cuyo modelo más completo encontramos en la vida y en el comportamiento de Jesucristo.

No han faltado ni faltan, en la sucesión de las generaciones, hombres y mujeres que han imitado eficazmente este modelo perfectísimo. Todos estamos llamados a hacer lo mismo. Jesús ha venido sobre todo para enseñarnos el amor. El amor constituye el contenido del mandamiento mayor que nos ha dejado. Si aprendemos a cumplirlo, obtendremos nuestra finalidad: la vida eterna. Efectivamente, el amor, como enseña el Apóstol "no pasa jamás" (1Co 13,8). Mientras otros carismas e incluso las virtudes esenciales en la vida del cristiano acaban junto con la vida terrena y pasan de este modo, el amor no pasa, no tiene nunca fin. Constituye precisamente el fundamento esencial y el contenido de la vida eterna. Y por esto lo más grande "es la caridad" (1Co 13,13).

4. Esta gran verdad sobre el amor, mediante la cual llevamos en nosotros la verdadera levadura de la vida eterna en la unión con Dios, debemos asociarla profundamente a la segunda verdad de la liturgia de hoy: el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez "desde fuera", esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles.

Por esto San Pablo escribe que "la caridad es paciente". ¿Acaso no encuentra en nosotros muy frecuentemente la resistencia de nuestra impaciencia, e incluso simplemente de la inadvertencia? Para amar es necesario saber "ver" al "otro", es necesario saber "tenerle en cuenta". A veces es necesario "soportarlo". Si sólo nos vemos a nosotros mismos, y el "otro" "no existe" para nosotros, estamos lejos de la lección del amor que Cristo nos ha dado.

"La caridad es benigna", leemos a continuación: no sólo sabe "ver " al "otro", sino que se abre a él, lo busca, va a su encuentro. El amor da con generosidad y precisamente esto quiere decir: "es benigno" (a ejemplo del amor de Dios mismo, que se expresa en la gracia)... Y cuán frecuentemente, sin embargo, nos cerramos en la caparazón de nuestro "yo", no sabemos, no queremos, no tratamos de abrirnos al "otro", de darle algo de nuestro propio "yo", sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizá del egoísmo, y esforzándonos para convertirnos en hombres, mujeres, "para los demás", a ejemplo de Cristo.

5. Y así también, después, volviendo a leer la lección de San Pablo sobre el amor y meditando el significado de cada una de las palabras de las que se ha servido el Apóstol para describir las características de este amor, tocamos los puntos más importantes de nuestra vida y de nuestra convivencia con los otros. Tocamos no sólo los problemas personales o familiares, es decir, los que que tienen importancia en el pequeño círculo de nuestras relaciones interpersonales, sino que tocamos también los problemas sociales de actualidad primaría.

¿Acaso no constituyen ya los tiempos en que vivimos una lección peligrosa de lo que puede llegar a ser la sociedad y la humanidad, cuando la verdad evangélica sobre el amor se la considera superada?, ¿cuándo se la margina del modo de ver el mundo y la vida, de la ideología?, ¿cuándo se la excluye de la educación, de los medios de comunicación social, de la cultura, de la política?

Los tiempos en que vivimos, ¿no se han convertido ya en una lección suficientemente amenazadora de lo que prepara ese programa social?

Y esta lección, ¿no podrá resultar más amenazadora todavía con el pasar del tiempo?

A este propósito, ¿no son ya bastante elocuentes los actos de terrorismo que se repiten continuamente, y la creciente tensión bélica en el mundo? Cada uno de los hombres —y toda la humanidad— vive "entre" el amor y el odio. Si no acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y comenzará a invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos.

6. De la lección paulina que acabamos de escuchar es necesario deducir lógicamente que el amor es exigente. Exige de nosotros el esfuerzo, exige un programa de trabajo sobre nosotros mismos, así como, en la dimensión social, exige una educación adecuada, y programas aptos de vida cívica e internacional.

El amor es exigente. Es difícil. Es atrayente, ciertamente, pero también es difícil. Y por esto encuentra resistencia en el hombre. Y esta resistencia aumenta cuando desde fuera actúan también programas en los que está presente el principio del odio y de la violencia destructora. Cristo, cuya misión mesiánica encuentra desde el primer momento la contradicción de los propios paisanos en Nazaret, vuelve a afirmar la veracidad de las palabras que pronunció sobre El el anciano Simeón el día de la Presentación en el templo: "Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para signo de contradicción" (Lc 2,34).

Estas palabras acompañan a Cristo por todos los caminos de su experiencia humana, hasta la cruz.

Esta verdad sobre Cristo es también la verdad sobre el amor. También el amor encuentra la resistencia, la contradicción. En nosotros, y fuera de nosotros. Pero esto no debe desalentarnos. El verdadero amor —como enseña San Pablo— todo lo "excusa" y "todo lo tolera" (1Co 13,7).

Queridos hermanos y hermanas, este encuentro nuestro de hoy sirva, al menos en pequeña parte, para la victoria de este amor, hacia el cual camina continuamente, entre las pruebas de esta tierra, la Iglesia de Cristo con la mirada fija en el testimonio de su Maestro y Redentor.





Domingo 10 de febrero de 1980: VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN TIMOTEO

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1. Estoy contento de encontrarme aquí en medio de vosotros, queridos fieles de la parroquia de San Timoteo en Casal Palocco, para vivir un momento intenso de comunión eclesial junto con vosotros, que, a través de mi humilde persona, os alegráis hoy con la presencia de vuestro Obispo, el cual, como afirma el Concilio, "hace las veces de Cristo mismo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su lugar" (Lumen gentium
LG 21).

Estoy contento de volver a descubrir y profundizar con vosotros en los textos de la liturgia de este domingo, la fundamental vocación-misión del cristiano que, como los Profetas, como los Apóstoles, está llamada a desarrollar el ministerio de anunciar y evangelizar a Cristo, haciéndolo actual mediante el propio testimonio vivo.

Animados por la conciencia de una tarea tan exaltante, acoged, queridos fieles, mi saludo afectuoso, que se dirige ante todo a los presentes y, al mismo tiempo, quiere llegar a cada uno de los cerca de 15.000 habitantes del barrio y a las 4.000 familias reunidas espiritualmente en torno a este templo. Sabed que os amo a todos y que ofrezco al Señor especialmente los pensamientos y las intenciones de los que sufren en el alma y en el cuerpo, de los niños y de los menos favorecidos por la fortuna humana.

Ahora mi espíritu se dirige con gratitud al cardenal Vicario y al obispo auxiliar, mons. Clemente Riva, que ha hecho con solicitud la visita pastoral a esta comunidad el pasado noviembre; al párroco, don Antonio Amori, y a los sacerdotes cooperadores suyos, que con tanta dedicación han preparado este encuentro nuestro. Además, no puedo omitir una mención especial a las religiosas y a los religiosos que, aunque intermitentemente, prestan una colaboración especial a las iniciativas parroquiales.

Deseo hacer llegar una palabra particular de satisfacción a todos los miembros de los diversos grupos —grupo catequístico, grupo de los animadores juveniles, caritativo, de enseñanza religiosa y neocatecumenal, etc.—, que en estrecha colaboración con el presbiterio, se proponen suscitar en el círculo más amplio de fieles una respuesta responsable y activa a su vocación cristiana.

2. A propósito de esta vocación, el Evangelio de hoy nos ofrece abundante materia de reflexión y todas las lecturas de la liturgia dominical nos permiten comprender aún más a fondo su contenido.

He aquí el cuadro más frecuente en el Evangelio: Cristo enseña. Enseña a cuantos "se agolpan" en torno "para oír la Palabra de Dios" (Lc 5,1). Primero enseña en la orilla del lago de Genesaret, luego "subió a una de las barcas, que era la de Simón", y rogándole que se alejase un poco de la tierra, continuó enseñando a la multitud desde la barca (cf. Lc Lc 5,5). Cuando terminó de hablar, se alejó de la muchedumbre y mandó a Simón hacerse a la mar y echar las redes para la pesca (cf. Lc Lc 5,4).

El acontecimiento, que podría parecer ordinario, toma de allí a poco un carácter extraordinario En efecto, la pesca resulta especialmente abundante, lo que sorprende a Simón y los otros pescadores, cuya fatiga precedente, que duró toda la noche, no había dado resultado alguno: "Toda la noche hemos estado trabajando y no hemos pescado nada" (Lc 5,5), dice Simón, cuando Jesús le pide echar las redes. Lo hacen únicamente por respeto a las palabras de Jesús, movidos por un motivo de estima y obediencia.

La inesperada, abundantísima pesca, que incluso exige la ayuda de los compañeros de la otra barca, suscita en Simón Pedro una reacción típica de él. Se echa a los pies de Jesús y dice: "Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador" (Lc 5,8). Los otros testigos del acontecimiento milagroso, los hermanos Santiago y Juan, no reaccionan del mismo modo, pero también se llenan de estupor por la extraordinaria pesca realizada (cf. Lc Lc 5,9).

Entonces. Jesús dirige a Simón las palabras que dan el significado profético a todo el acontecimiento: "No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5,10).

3. En diversos pasajes podemos comprobar que el Señor Jesús enseña a todos los que se acercan para oír su. palabra; sin embargo, El se propone instruir de modo particular a los Apóstoles, para introducirlos en los "misterios del reino", que ellos sobre todo deben conocer, para creer en la propia misión. Jesús los educa en la tarea de futuros testigos de su potencia y de maestros seguros de esa verdad que El ha traído al mundo desde el Padre, de la verdad que es El mismo.

El pasaje evangélico de hoy nos muestra uno de los momentos particulares de esta solicitud, mediante la cual Jesús confirma a los Apóstoles y ante todo a Simón Pedro en la propia vocación. El método que usa el Maestro divino sobrepasa la simple enseñanza, el anuncio de la Palabra y su explicación. Para que penetre en profundidad, Jesús confirma la verdad de la Palabra anunciada con la revelación de su potencia sobrehumana y sobrenatural de Dios, que se dirige directamente a todo el hombre.

Frente a la revelación de esta potencia, la reacción del hombre es siempre la que manifestó Simón Pedro: la toma de conciencia de la propia indignidad y estado pecaminoso. ¿No decimos nosotros siempre, antes de la santa comunión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa..."?. Pedro, a su vez, afirma, "apártate de mí, que soy hombre pecador" (Lc 5,8). San Pablo movido por el mismo sentimiento, escribirá: "No soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios" (1Co 15,9). Así Isaías se defiende de la llamada del Señor, que querría eludir, oponiendo la impureza de los propios labios, indignos de pronunciar las palabras del Señor (cf. Is Is 6,5).

Este profundo sentido de estado pecaminoso personal y de indignidad permite actuar a Dios mismo, permite a su gracia —gracia a la llamada divina— hacerse eficaz.

Los labios de Isaías, tocados por un carbón encendido, se vuelven puros y el profeta puede decir: "Heme aquí, envíame a mí" (Is 6 Is 8). Pablo, convertido de perseguidor en Apóstol, afirma: "Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no ha sido estéril" (1Co 15,10). En cambio, Simón Pedro escucha de labios de Cristo las palabras confortadoras: "No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5,10).

4. En las lecturas de hoy se encierra una profunda lección que demuestra nuestra verdadera relación personal con Dios. Ante todo es necesario que tengamos un sentido profundo de su santidad y a la vez un vivo sentimiento de nuestra culpa e indignidad. Cuanto más caigamos en la cuenta de esto último, tanto más se nos revela lo primero: Dios en la Majestad inefable de su potencia y de su amor; Creador y Redentor del hombre; Sabiduría, justicia; Misericordia; Dios Omnipresente, Omnisciente, Omnipotente.

302 Cristo nos manifiesta con su enseñanza este misterio inescrutable de Dios y, al mismo tiempo, nos lo acerca, hablando el lenguaje de los hombres sencillos, haciendo presente la potencia de Dios mismo con signos visibles, como, por ejemplo, la pesca del lago de Genesaret.

Reflexione cada uno de nosotros si su relación interior con Dios tiene los rasgos que se manifiestan en el comportamiento de Simón Pedro, de Pablo de Tarso, del profeta Isaías; si nuestra relación con Dios no es demasiado superficial, unilateral, interesada. ¿Tenemos miedo del pecado, por no ofender al Padre y al Hijo, su Unigénito, que ha aceptado por nosotros la pasión y la muerte en la cruz? ¿O más bien nos falta esa conciencia de profunda indignidad en relación con el que es el solo y único Santo?

Comprometámonos en este sentido.

5. Además de esto, las lecturas de hoy contienen pensamientos e indicaciones importantes para la vida de la parroquia, como comunidad del Pueblo de Dios.

Cristo dijo a Pedro: "En adelante vas a ser pescador de hombres" (
Lc 5,10); esta pesca misteriosa corresponde a la misión incesante de la Iglesia, de cada una de las comunidades en la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Llevar a los hombres vivos, a las almas humanas a la luz de la fe y a la fuente del amor; mostrarles el Reino de Dios presente en los corazones y en el designio de la historia de la humanidad; reunir a todos en esa unidad, cuyo centro es Cristo: he aquí la misión continua de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha dado, en su enseñanza, la expresión plena de esta misión.

Y como en los tiempos de Jesús, así también hoy, esta misión exige un constante anuncio que prepare y facilite la acogida de la verdad divina y del amor fraterno. Exige que cada una de las personas, de los grupos, de los ambientes "se aparten a veces de la tierra" para "alejarse". Es necesario para esta penetración más profunda del Evangelio y de los misterios divinos. Es necesaria particularmente una intimidad familiar exclusiva, ferviente con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, para que maduren los apóstoles, es decir, los cristianos perfectos, prontos a dar a los demás, sacando de la propia plenitud, para que la gracia de Dios en ellos no sea estéril (cf. 1Co 15,10 2Co 6,1).

Precisamente para este múltiple e intenso trabajo de la Iglesia en vuestra parroquia, he venido hoy aquí a rezar y a pedir junto con vosotros, en el Sacrificio Eucarístico y en los sucesivos encuentros, el don de un maduro testimonio cristiano.

"Maestro.... porque tú lo dices echaré las redes" (Lc 5,5). Vuestra comunidad, vuestros Pastores, todas las almas apostólicas, religiosos, religiosas y laicos responsables, todos los feligreses no cesen de pensar así, animados por este mismo espíritu de fe, y no cesen de actuar en consecuencia. ¡El Maestro y Señor está constantemente presente en nuestra barca!

6. Para hacer incisivo vuestro compromiso y para traducir vuestra identidad cristiana en la realidad viva del barrio, deseo dirigiros en particular algunas exhortaciones.

La vocación del cristiano se realiza sustancialmente, además de en la vida de gracia, en el testimonio de amor y de solidaridad, que requiere obviamente una apertura a los demás, acogidos como tales, y apremia a salir de sí mismos, de los propios miedos y defensas de la tranquilidad del bienestar propio, para comunicar y al mismo tiempo construir un tejido de relaciones recíprocas, orientadas al bien espiritual, moral y social de todos.

Además, que vuestro compromiso de crecimiento cristiano se desarrolle en el ámbito de la comunidad parroquial, la cual debe ofrecer "un luminoso ejemplo de apostolado comunitario, reduciendo a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentren e insertándolas en la universalidad de la Iglesia" (Apostolicam actuositatem AA 10).

303 Luego, el compromiso por la santidad de la familia, por la conciencia de su altísima misión, y el compromiso por la formación de los jóvenes, que necesitan ideales convincentes y atrayentes, constituya otro punto principalísimo de vuestra solidaria acción parroquial.

Os asista en vuestros generosos esfuerzos la divina protección, que os asegura, por lo demás, la gracia de vuestra vocación cristiana; os ayude la intercesión de María, Madre de Cristo y de la Iglesia y os conforte el convencimiento de que el Papa, vuestro Obispo, está con vosotros para confirmaros y daros seguridad, a fin de que vuestra parroquia «pueda realizar con eficacia en esta hora de gracia, la misión inalienable, recibida del Maestro: "Id, pues: enseñad a todas las gentes"» (Exhortación Apostólica Catechesi tradendae ).



B. Juan Pablo II Homilías 295