B. Juan Pablo II Homilías 362


VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA PARA LAS ÓRDENES Y LAS CONGREGACIONES RELIGIOSAS

DE ORIGEN ESPAÑOL


Loyola, 6 de noviembre de 1982



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

¡Alabado sea Jesucristo! Euskal Herriko kristau maiteok:
Pakea zuei, eta zoriona!

1. Siento una gran alegría de haber podido venir hasta Loyola, en el corazón de la entrañable tierra vasca, para manifestar el amor del Papa por todos y cada uno de los hijos de esta Iglesia de Cristo. Saludo ante todo al Pastor de la diócesis y demás obispos presentes. Dentro del conjunto de mi viaje apostólico por España, los obispos han querido colocar aquí este significativo encuentro con los superiores generales y superiores mayores de las órdenes y congregaciones religiosas de origen español.

Era una manera de rendir también homenaje a un gran hijo de esta tierra, de proyección universal por sus anhelos y realizaciones: San Ignacio de Loyola. La figura que más ha hecho conocer este lugar en todo el mundo. La que más gloria le ha traído. Un hijo de la Iglesia que bien puede ser mirado con gozo y legítimo orgullo.

En este encuentro-homenaje, al fundador de la mayor orden religiosa eclesial, están asociados los otros fundadores de las demás familias religiosas nacidas en tierras españolas, y aquí representadas por sus respectivos superiores generales. Llegue a todos los miembros de las mismas el cordial saludo del Papa.

363 ¡Qué amplio horizonte se abre ante nosotros, más allá de estas hermosas montanas verdes con sus creces y santuarios, al pensar en la panorámica eclesial que nos ofrecen! No podemos hacer una lista interminable. Pero, ¿cómo no nombrar a la familia de los hijos e hijas de Santo Domingo, a la carmelitana de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, a la franciscana descalza reformada por San Pedro de Alcántara, la trinitaria, mercedaria, hospitalaria, escolapia, claretiana?

Y a ellas hay que añadir las de las Adoratrices del Santísimo Sacramento, de Santa Ana, Compañía de Santa Teresa, Esclavas del Sagrado Corazón, Hermanitas de los Ancianos, Hijas de Jesús, Siervas de María, Hijas de María Inmaculada y tantas otras congregaciones no menos beneméritas. Todas ellas representan una buena parte de los alrededor de noventa y cinco mil miembros del mundo religioso español, a los que se unen los de diversos institutos seculares de raíz hispana.

¡Cuántos hijos e hijas de esta cristiana tierra vasca, noble y generosa, se cuentan entre ellos! ¡Y cuánto han aportado al bien de la Iglesia en tantos campos! A ellos envío mi afectuoso recuerdo, sobre todo a los que trabajan en países de Hispanoamérica, unidos a nosotros mediante la televisión.

Un fruto silencioso y de especial ejemplaridad es el admirable hermano Gárate, que esperamos ver pronto en la gloria de los altares, y cuya tumba está aquí en Loyola, junto con la de Dolores Sopeña.

2. Al hablar de San Ignacio en Loyola, cuna y lugar de su conversión, vienen espontáneamente a la memoria los ejercicios espirituales, un método tan probado de eficaz acercamiento a Dios, y la Compañía de Jesús, extendida por todo el mundo, y que tantos frutos ha cosechado y sigue haciéndolo, en la causa del Evangelio.

El supo obedecer cuando, recuperándose de sus heridas, la voz de Dios golpeó con fuerza en su corazón. Fue sensible a las inspiraciones del Espíritu Santo, y por ello comprendió qué soluciones requerían los males de su tiempo. Fue obediente en todo instante a la Sede de Pedro, en cuyas manos quiso dejar un instrumento apto para la evangelización. Hasta tal punto que esta obediencia la dejó como uno de los rasgos característicos del carisma de su Compañía.

Acabamos de escuchar en San Pablo: “Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo . . .; como procuro yo agradar a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de todos para que se salven”.

Estas palabras del Apóstol podemos ponerlas en boca de San Ignacio hoy también, a distancia de siglos. En efecto, el carisma de los fundadores debe permanecer en las comunidades a las que han dado origen. Debe constituir en todo tiempo el principio de vida de cada familia religiosa. Por ello, justamente ha indicado el último Concilio: “Reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio de cada instituto”.

Desde esa fidelidad a la propia vocación peculiar dentro de la Iglesia, vivida en el espíritu de adaptación al momento presente según las pautas que establece el mismo Concilio, cada instituto podrá desplegar las múltiples actividades que son más congeniales a sus miembros. Y podrá ofrecer a la Iglesia su riqueza específica, armónicamente conjuntada en el amor de Cristo, para un servicio más eficaz al mundo de hoy.

3. Loyola es una llamada a la fidelidad. No sólo para la Compañía de Jesús, sino indirectamente también para los otros institutos. Me encuentro aquí con los superiores mayores que hoy gobiernan tantas órdenes y congregaciones religiosas. Y quiero exhortaros a ejercer con generosa entrega vuestras funciones de servicio evangélico de comunión, de animación espiritual y apostólica, de discernimiento en la fidelidad y de coordinación.

Sé que no es fácil en nuestros días cumplir vuestra misión como superiores. Por eso os aliento a no abdicar de vuestro deber y del ejercicio de la autoridad; a ejercerla con profundo sentido de la responsabilidad que os incumbe ante Dios y ante vuestros hermanos. Con toda comprensión y fraternidad, no renunciéis a practicar, cuando fuere necesario, la paciente corrección; para que la vida de vuestros hermanos cumpla con la finalidad de la consagración religiosa.

364 Esas dificultades irrenunciables de vuestra misión son parte de la propia entrega vocacional. Cristo, a quien un día elegisteis como la mejor parte, sigue haciendo resonar en vuestros oídos las palabras del Evangelio que hemos escuchado antes: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame”.

Estas palabras se refieren a cada cristiano. Y de manera particular a quien sigue la vocación religiosa. De ella habla Cristo en particular cuando dice: “Quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiere su vida por amor de mí, la salvará”.

No podemos olvidar que la vocación religiosa proviene, en su raíz más profunda, de la jerarquía evangélica de las prioridades: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena?”.

Ni podemos tampoco perder de vista que la vida religiosa es también una vocación a un testimonio particular. Precisamente en referencia a ese testimonio hemos de entender las palabras de Cristo: “Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre”.

Queridos hermanos y hermanas: Cristo quiere confesar delante del Padre a cada uno de vosotros. Tratad de merecerlo, dando “delante de los hombres” un testimonio digno de vuestra vocación.

4. Ese testimonio vuestro ha de ser personal y también como institutos: capaz de ofrecer modelos válidos de vida a la comunidad fiel que os contempla.

Esta necesita la fidelidad de vuestros institutos para calcar en ella su propia fidelidad. Necesita vuestra mirada de universalidad eclesial, para mantenerse abierta, resistiendo a la tentación de repliegues sobre sí misma que empobrecen. Necesita vuestra amplia fraternidad y capacidad de acogida, para aprender a ser fraterna y acogedora con todos. Necesita vuestro modelo de amor, hacia dentro y fuera del instituto, para vencer barreras de incomprensión o de odios. Necesita vuestro ejemplo y palabra de paz, para superar tensiones y violencias. Necesita vuestro modelo de entrega a los valores del Reino de Dios, para evitar los peligros del materialismo práctico y teórico que la acechan.

Una eficaz muestra de esa apertura y disponibilidad podréis darla con vuestra inserción en las comunidades de las Iglesias locales. Cuidando bien que vuestra exención religiosa no sea nunca una excusa para desentenderos de los planes pastorales diocesanos y nacionales. No olvidéis que vuestra aportación en este campo puede ser decisiva para la revitalización de las diócesis y comunidades cristianas.

Lo será si esta comunidad cristiana del país vasco, de España y fuera de ella, puede encontrar en vosotros una respuesta de vida. Si a la pregunta de Cristo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, podéis contestar como un eco de los Apóstoles: Somos la prolongación en el mundo actual de tu presencia, del Ungido de Dios.

5. Esa doble vertiente de imitación de Cristo y de ejemplaridad en el mundo de hoy, han de ser las coordenadas de vuestros institutos religiosos. Para lograrlo, han de inculcar en sus miembros actitudes bien definidas.

En efecto, el mundo religioso vive inmerso en sociedades y ambientes, cuyos valores humanos y religiosos debe apreciar y promover. Porque el hombre y su dignidad son el camino de la Iglesia, y porque el Evangelio ha de penetrar en cada pueblo y cultura. Pero sin confusión de planos o valores. Los consagrados - como nos amaestra la liturgia de hoy - saben que su actividad no se centra en la realidad temporal. Ni en lo que es campo de los seglares y que deben dejar a éstos.

365 Han de sentirse, ante todo, al servicio de Dios y su causa: “Yo bendeciré a Yahvé en todo tiempo; su alabanza estará siempre en mi boca”.

Los caminos del mundo religioso no siguen los cálculos de los hombres. No usan como parámetro el culto al poder, a la riqueza, al placer. Saben, por el contrario, que su fuerza es la gracia de la aceptación divina de la propia entrega: “Clamó este pobre y Yahvé escuchó”. Esa misma pobreza se hace así apertura a lo divino, libertad de espíritu, disponibilidad sin fronteras.

Signos indicadores en los caminos del mundo, los religiosos marcan la dirección hacia Dios. Por eso hacen necesidad imperiosa la oración implorante: “Clamaron (los justos) y Yahvé los oyó”. En un mundo en el que peligra la aspiración a la trascendencia, hacen falta quienes se detienen a orar; quienes acogen a los orantes; quienes dan un complemento de espíritu a ese mundo; quienes se ponen cada día a la hora de Dios.

Por encima de todo, el mundo religioso ha de mantener la aspiración perseverante a la perfección.

Con una renovada conversión de cada día, para confirmarse en su propósito. ¡Qué capacidad elevadora y humanizante la de las palabras - auténtico programa - del Salmo responsorial: “Aléjate del mal y haz el bien, busca y persigue la paz”! Programa para cada cristiano; mucho más para quien hace profesión de entrega al bien, al Dios del amor, de la paz, de la concordia.

Vosotros, queridos superiores y superioras, queridos religiosos y religiosas todos, estáis llamados a vivir esta realidad espléndida. Es la gran lección a aprender en Iñigo de Loyola. Para sus hijos, para cada instituto, para cada religioso y religiosa.

La de la fidelidad absoluta a Dios, a un ideal sin fronteras, al hombre sin distinción. Sin renegar; más aún, amando entrañablemente la propia tierra y sus valores genuinos, con pleno respeto a los ajenos.

6. No puedo concluir esta homilía sin dirigir una palabra particular a los hijos de la Iglesia en el País Vasco, a los que también hablo desde los otros encuentros con el pueblo fiel de España.

Sois un pueblo rico en valores cristianos, humanos y culturales: vuestra lengua milenaria, las tradiciones e instituciones, el tesón y carácter sobrio de vuestras gentes, los sentimientos nobles y dulces plasmados en bellísimas canciones, la dimensión humana y cristiana de la familia, el ejemplar dinamismo de tantos misioneros, la fe profunda de estas gentes.

Sé que vivís momentos difíciles en lo social y en lo religioso. Conozco el esfuerzo de vuestras Iglesias locales, de los obispos, sacerdotes, almas de especial consagración y seglares, por dar una orientación cristiana a vuestra vida, desde la evangelización y catequesis. Os aliento de corazón en ese esfuerzo, y en el que realizáis en favor de la reconciliación de los espíritus. Es una dimensión esencial del vivir cristiano, del primer mandato de Cristo que es el amor. Un amor que une, que hermana, y que por tanto no admite barreras o distinciones. Porque la Iglesia, como único Pueblo de Dios, es y debe ser siempre signo y sacramento de reconciliación en Cristo. En El “no hay ya judío o griego, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús”.

No puedo menos de pensar especialmente en vuestros jóvenes. Tantos han vivido ideales grandes y han realizado obras admirables; en el pasado y en el presente. Son la gran mayoría. Quiero alabarlos y rendirles este homenaje ante posibles generalizaciones o acusaciones injustas. Pero hay también, desgraciadamente, quienes se dejan tentar por ideologías materialistas y de violencia.

366 Querría decirles con afecto y firmeza - y mi voz es la de quien ha sufrido personalmente la violencia - que reflexionen en su camino. Que no dejen instrumentalizar su eventual generosidad y altruismo. La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre, y a quien la practica.

Una vez más repito que el cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia a todos los niveles, pero prohíbe buscar soluciones por caminos de odio y de muerte.

Queridos cristianos todos del país vasco: Deseo aseguraros que tenéis un puesto en mis oraciones y afecto. Que hago mías vuestras alegrías y penas. Mirad adelante, no queráis nada sin Dios, y mantened la esperanza.

Desearía quedara en vuestras ciudades, en vuestros hermanos valles y montañas, el eco afectuoso y amigable de mi voz que os repitiera: ¡Guztioi nere agurrik beroena! ¡Pakea zuei! Sí, ¡mi más cordial saludo a todos vosotros. ¡Paz a vosotros!

Que la Virgen María, en sus tantas advocaciones de esta tierra os acompañe a todos siempre. Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS MISIONEROS


Javier, 6 de noviembre de 1982



Venerables hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. En este lugar donde todo nos habla de San Francisco Javier, ese gran Santo navarro y español universal, saludo ante todo al Pastor de la diócesis, a los obispos venidos de otras zonas de España, a los sacerdotes, misioneros y misioneras, junto con sus familias, y a la comunidad y escuela apostólica de la Compañía de Jesús que tan celosamente cuida este solar y santuario.

En este encuentro popular y misionero con vosotros, hijos todos de Navarra y de España, quiero rendir homenaje al patrimonio de recios valores humanos y sólidas virtudes cristianas de las gentes de esta tierra. Y expresar la profunda gratitud de la Santa Sede a la Iglesia de España por su magna obra de evangelización; obra a la que los hijos de Navarra han dado tan sobresaliente contribución.

Pionera en tantos campos de primera evangelización - no sólo los abiertos por Javier, sino sobre todo los de Hispanoamérica, Filipinas y Guinea Ecuatorial -, la Iglesia española continúa dando una destacada aportación a esa evangelización con sus actuales 23.000 misioneros y misioneras operantes en todas las latitudes.

367 La Iglesia española se ha hecho también acreedora de la gratitud de la Sede Apostólica por ser una de las que más apoya, con personal y ayuda material, la estrategia de la cooperación a la misión universal: y por su esfuerzo de animación misionera, en el que es iniciativa de alto significado y proyección el “Centro Misional Javier”, aquí existente. Artífices principales de esa cooperación y animación han sido las Obras Misionales Pontificias, expresión viva de la conciencia misionera de la Iglesia, con la colaboración de los institutos religiosos y misioneros. Por su parte, la Conferencia Episcopal, con el documento sobre la “Responsabilidad misionera de la Iglesia española”, de hace tres años, ha dado nuevo impulso a la animación misionera de la pastoral.

2. Sé que la campaña del reciente DOMUND, tuvo como consigna “El Papa primer misionero”.

Sí: en la Iglesia, esencialmente misionera, el Papa se siente el primer misionero y responsable de la acción misionera, como manifesté en mi mensaje desde Manaus, en Brasil.

Por eso, porque siento esa singular responsabilidad personal y eclesial, he querido venir a Javier, cuna y santuario del “Apóstol de las nuevas gentes” y “celestial Patrono de todos los misioneros y misioneras y de todas las misiones” y Patrono también de la Obra de la Propagación de la Fe.

Vengo a recoger su espíritu misionero, y a implorar su patrocinio sobre lo s planes misioneros de mi pontificado. Javier tiene, además, una particular relación con el Pastor y responsable de la Iglesia; pues si todo misionero, en cuanto enviado por la Iglesia es en cierto modo enviado del Papa, Javier lo fue con título especial como Nuncio o Delegado papal para el Oriente.

3. La liturgia de la Palabra que estamos celebrando para dar el crucifijo a los nuevos misioneros y misioneras, en presencia también de sus padres y familiares, renueva el encuentro y llamada de Jesús a sus Apóstoles —a Pedro y Andrés, Santiago y Juan— junto al mar de Galilea. Eran pescadores, y Jesús les dijo: “Seguidme, os haré pescadores de hombres”.

Cristo no les dio entonces la cruz misionera, como vamos a hacer ahora con estos nuevos misioneros. Oyeron sólo la llamada: “Seguidme”. Al término de su peregrinación terrena con Jesús, recibirían su cruz, como signo de salvación. Como testimonio del camino, de la verdad y de la vida; testimonio que habían de confirmar con su predicación, con su vida de servicio y con el holocausto de la propia muerte.

Los Apóstoles debían dar testimonio, y lo dieron, de que “Jesús es el Señor”, como recuerda San Pablo en la carta a los Romanos; y a esta fe debían conducir a todos los hombres, porque Jesús es el Señor de todos. ¿Cómo se actúa esta obra de salvación? Responde el Apóstol: “Con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salvación”.

Como los Apóstoles llamados en los orígenes, también vosotros, queridos misioneros, que, siguiendo las huellas del gran Francisco Javier, recibís hoy el crucifijo misionero, debéis asumir con él, plena y cordialmente, el servicio de la fe y de la salvación.

San Pablo pone unas preguntas de plena actualidad, refiriéndose a la obra de salvación: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán, sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?...”. “La fe —añade más adelante— depende de la predicación y la predicación se opera por la palabra de Cristo”.

¡Con qué disponibilidad y empeño respondiste a estas palabras tú, San Francisco Javier, hijo de esta tierra! ¡Y cuántos imitadores has tenido, a través de los siglos, entre tus compatriotas y entre los hijos de la Iglesia en otros pueblos! Verdaderamente “por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe sus palabras”.

368 4. Queridos misioneros y misioneras que vais a recibir el crucifijo en el espíritu apostólico de Javier: ¡Haceos sus imitadores, como él lo fue de Cristo!

Javier es prototipo de misioneros en la línea de la misión universal de la Iglesia. Su motivación es el amor evangélico a Dios y al hombre, con atención primordial a lo que en él tiene valor prioritario: su alma, donde se juega el destino eterno del hombre: “¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma?”.

Este principio evangélico estimula su vida interior. El celo por las almas es en él una apasionada impaciencia. Siente, como otro Pablo, el apremio incontenible de una conciencia plenamente responsable del mandato misionero y del amor de Cristo, pronto a dar la vida temporal por la salud espiritual de sus hermanos: “Quien quiere salvar su vida la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará”. Este es el resorte incontenible que anima el asombroso dinamismo misionero de Francisco Javier.

Tiene clara conciencia de que la fe es don de Dios, y funda su confianza en la oración, que practica con asiduidad, acompañándola con sacrificios y penitencias; y pide también a los destinatarios de sus cartas la ayuda de sus oraciones. Modela su identidad en la aceptación plena de la voluntad de Dios y en la comunión con la Iglesia y sus representantes, traducida en obediencia y fidelidad de mensajero, previo un exquisito discernimiento; y actúa siempre con visión y horizontes universales, en sintonía con la misión de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Antepone al anuncio y la catequesis, que practica como labor fundamental, una vida santa con relieve pronunciado de humildad y de total confianza en Jesucristo y en la santa Madre Iglesia.

Su caridad y métodos de evangelización, y concretamente su sentido de adaptación local e enculturación, fueron propuestos por la Congregación “de Propaganda Fide”, al recomendar, en la Instrucción a los primeros vicarios apostólicos de Siam, Tonkin y Cochinchina, la vida y sobre todo las cartas de Francisco Javier, como segura orientación para la actividad misionera.

5. Vuestra confortadora presencia, padres y familiares de misioneros y misioneras, representa aquí a la familia católica que, coherente con su fe, ha de hacerse misionera. Al expresaros la entrañable gratitud de la Iglesia, quiero hacerla llegar también a las familias de todos los misioneros y misioneras que trabajan en la viña del Señor.

La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial. El cultivo de la vocación misionera en los hijos e hijas será por parte de los padres la mejor colaboración a la llamada divina. Y cuántas veces esa toma de conciencia misionera de la familia cristiana la conduce a hacerse directamente misionera mediante servicios temporales, según sus posibilidades.

Familias cristianas: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús. Y miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, especialmente su madre, que hicieron de su hogar una “Iglesia doméstica” ejemplar. Las constituciones de aquel hogar reflejan atención profunda a la vida de fe, con devoción acentuada a la Santísima Trinidad, a la pasión de Cristo y a la Madre de Dios.

Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido hasta hace poco tiempo fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras.

¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!

6. El Papa debe hacerse portavoz permanente del mandato misionero de Cristo. Pero siento el deber de recordarlo especialmente hoy, al constatar, junto al consolador desarrollo de la Iglesia en tantos pueblos de reciente tradición católica —ya a su vez misioneros— el horizonte de tres cuartas partes de la humanidad - en su mayoría jóvenes - que no conocen a Jesús ni su programa de vida y salvación para el hombre; y el espectáculo inquietante de muchos que han renunciado al mensaje cristiano o se han hecho insensibles a él. Este panorama y el ritmo de aumento de los no cristianos, casi al final del segundo milenario de vida de la Iglesia, interpelan a ésta con clamor creciente.

369 La reflexión conciliar del Vaticano II sobre la situación del hombre en el mundo actual, reavivó en la Iglesia la conciencia de su deber misionero; un deber que afecta a todos sus miembros y comunidades, respecto de todos los hombres y pueblos.

Al cumplirse el vigésimo aniversario del comienzo del Concilio, toda la Iglesia - el Papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos, todo el Pueblo de Dios - debe interrogarse sobre su respuesta al vigoroso reclamo misionero del Espíritu Santo a través de aquél. Nunca, por otra parte, han tenido los heraldos del Evangelio, más posibilidades y medios para evangelizar a la humanidad, aun en medio de no pequeñas dificultades.

7. La interpelación evangélica de Jesús “la mies es mucha, pero los obreros pocos”, preocupa hoy también a la Iglesia. La acentuada flexión de las vocaciones, estas últimas décadas, en tantas Iglesias particulares de rica tradición misionera, también en esta archidiócesis y en otras diócesis e institutos religiosos y misioneros de España y de otros países, debe mover a todos los Pastores y agentes de pastoral, así como a las familias cristianas, a sensibilizar a los jóvenes sobre su disponibilidad a colaborar al anuncio del Evangelio, ayudándoles a discernir la llamada de Jesús y a acogerla como gracia de predilección.

Porque vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia. ¿Amáis la coherencia encarnada y actualizada de vuestra fe? Cuando un católico toma conciencia de su fe, se hace misionero.

Insertados como estáis en el Cuerpo místico de Cristo no os podéis sentir indiferentes ante la salvación de los hombres. Creer en Cristo es creer en su programa de vida para nosotros. Amar a Cristo es amar a los que El ama y como El los ama. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Y no hay otro nombre en el que los hombres y pueblos se puedan salvar.

¿Buscáis la motivación para la obra de mayor solidaridad humana hacia vuestros hermanos? No hay servicio al hombre que pueda equipararse al servicio misionero. Ser misionero es ayudar al hombre a ser artífice libre de su propia promoción y salvación.

¿Queréis un programa de vida que dé a ésta sentido pleno y llene vuestras más nobles aspiraciones? Aquí, joven como tantos de vosotros, Javier se abrió a los valores y encantos de la vida temporal, hasta que descubrió el misterio del supremo valor de la vida cristiana; y se hizo mensajero del amor y de la vida de Cristo entre sus hermanos de los grandes pueblos de Asia.

8. Jóvenes de Navarra: vuestra javierada anual y la cita también anual de los nuevos misioneros de España para recibir el crucifijo, han hecho el “Camino de Javier”; donde vuestro encuentro con el santo misionero universal es abrazo de reconciliación, renovación pascual y compromiso de vida y de colaboración —también misionera— con Jesucristo.

Jóvenes estudiantes y trabajadores, hijos e hijas de la entera familia católica: Los vastos horizontes del mundo no-cristiano son un reto a la fe y al humanismo de vuestra generación. El Espíritu de Dios llama hoy a todos a un esfuerzo misionero generoso y coordinado, de signo eclesial para hacer de todos los pueblos una familia, la Iglesia. Francisco Javier escribió también para vosotros el reclamo insistente de sus cartas a las universidades de su tiempo, pidiendo a profesores y estudiantes conciencia y colaboración misionera: “Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona...: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!”.

Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama, para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse. Vivid con esos nobles ideales en vuestra alma y no cedáis a la tentación de ideologías de hedonismo, de odio y de violencia que degradan al hombre. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso.

9. Al dar vuestra respuesta a la llamada del Espíritu a través de la Iglesia, no olvidéis lo que en el orden de valores y medios ocupa el primer puesto: la oración y la ofrenda de vuestros sacrificios.

370 La fe y salvación son un don de Dios, y hay que pedirlo. Unido a la oración, al esfuerzo y sacrificio para vivir diariamente las maravillas del amor cristiano.

En San Francisco Javier y Santa Teresa de Lisieux tenemos dos grandes intercesores. Si Santa Teresa, como ella misma confió a sus hermanas, consiguió mediante San Francisco Javier la gracia de seguir derramando desde el cielo una lluvia de rosas sobre la tierra, y ha ayudado tanto a la Iglesia en su actividad misionera, ¿cómo no hemos de esperar otro tanto del santo misionero?

Francisco Javier ofreció sin duda sus últimas plegarias en el mundo y el holocausto de su vida, en tierra china de Sancián, por el gran pueblo de China al que tanto amó, y se disponía a evangelizar con intrépida esperanza. Unamos nuestras oraciones a su intercesión por la Iglesia en China, objeto de especial solidaridad y esperanza de la entera familia católica.

A la potente intercesión de los dos Patronos de las Misiones encomendamos hoy: el propósito de un vigoroso impulso evangelizador de toda la Iglesia, el brote fecundo de vocaciones misioneras, y la noble disposición de todos los pueblos a experimentar el valor y esperanza supremos que Cristo y su Iglesia representan para todos los hombres.

10. A los misioneros émulos de Javier, prontos a partir; y a cuantos sienten la llamada de Cristo para trabajar en su misión; repito las palabras de San Pablo que han inspirado esta liturgia: “Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien”. Con estas palabras os envío al trabajo misionero.

El esfuerzo de anunciar la Buena Nueva es la tarea cotidiana de la Iglesia, que embellece a ésta como esposa, fiel sin reservas, a su Esposo. Aceptad, pues, una parte de ese esfuerzo que embellece a la Iglesia.

¡Id! ¡Difundid la Buena Nueva hasta los confines del mundo! Id y anunciad: “Jesús es el Señor”.

“Dios lo resucitó de entre los muertos”. ¡En El está la salvación! Que la Madre de Jesús y de la Iglesia acompañe siempre vuestros pasos. O os acompañe también mi cordial Bendición.



VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA Y ACTO MARIANO NACIONAL


Zaragoza, 6 de noviembre de 1982



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

371 1. Los caminos marianos me traen esta tarde a Zaragoza. En su viaje apostólico por tierras españolas, el Papa se hace hoy peregrino a las riberas del Ebro. A la ciudad mariana de España. Al santuario de Nuestra Señora del Pilar.

Veo así cumplirse un anhelo que, ya antes deseaba poder realizar, de postrarme como hijo devoto de María ante el Pilar sagrado. Para rendir a esta buena Madre mi homenaje de filial devoción, y para rendírselo unido al Pastor de esta diócesis, a los otros obispos y a vosotros, queridos aragoneses, riojanos, sorianos y españoles todos, en este acto mariano nacional.

Peregrino hasta este santuario, como en mis precedentes viajes apostólicos que me llevaron a Guadalupe, Jasna Góra, Knock, Nuestra Señora de África, Notre Dame, Altötting, La Aparecida, Fátima, Luján y otros santuarios, recintos de encuentro con Dios y de amor a la Madre del Señor y nuestra.

Estamos en tierras de España, con razón denominada tierra de María. Sé que, en muchos lugares de este país, la devoción mariana de los fieles halla expresión concreta en tantos y tan venerados santuarios. No podemos mencionarlos todos. ¿Pero cómo no postrarnos espiritualmente, con afecto reverente ante la Madre de Covadonga, de Begoña, de Aránzazu, de Ujué, de Montserrat, de Valvanera, de la Almudena, de Guadalupe, de los Desamparados, del Lluch, del Rocío, del Pino?

De estos santuarios y de todos los otros no menos venerables, donde os unís con frecuencia en el amor a la única Madre de Jesús y nuestra, es hoy un símbolo el Pilar. Un símbolo que nos congrega en Aquella a quien, desde cualquier rincón de España, todos llamáis con el mismo nombre: Madre y Señora nuestra.

2. Siguiendo a tantos millones de fieles que me han precedido, vengo como primer Papa peregrino al Pilar, como signo de la Iglesia peregrina de todo el mundo, a ponerme bajo la protección de nuestra Madre, a alentaros en vuestro arraigado amor mariano, a dar gracias a Dios por la presencia singular de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia en tierras españolas y a depositar en sus manos y en su corazón el presente y futuro de vuestra nación y de la Iglesia en España. El Pilar y su tradición evocan para vosotros los primeros pasos de la evangelización de España.

Aquel templo de Nuestra Señora, que, al momento de la reconquista de Zaragoza, es indicado por su obispo como muy estimado por su antigua fama de santidad y dignidad; que ya varios siglos antes recibe muestras de veneración, halla continuidad en la actual basílica mariana. Por ella siguen pasando muchedumbres de hijos de la Virgen, que llegan a orar ante su imagen y a venerar el Pilar bendito.

Esa herencia de fe mariana de tantas generaciones, ha de convertirse no sólo en recuerdo de un pasado, sino en punto de partida hacia Dios. Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, que expresa ante María sus seculares gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana.

Porque en esa continuidad religiosa la virtud engendra nueva virtud. La gracia atrae gracia. Y la presencia secular de Santa María, va arraigándose a través de los siglos, inspirando y alentando a las generaciones sucesivas. Así se consolida el difícil ascenso de un pueblo hacia lo alto.

3. Un aspecto característico de la evangelización en España, es su profunda vinculación a la figura de María. Por medio de Ella, a través de muy diversas formas de piedad, ha llegado a muchos cristianos la luz de la fe en Cristo, Hijo de Dios y de María. ¡Y cuántos cristianos viven hoy también su comunión de fe eclesial sostenidos por la devoción a María, hecha así columna de esa fe y guía segura hacia la salvación!

Recordando esa presencia de María, no puedo menos de mencionar la importante obra de San Ildefonso de Toledo “Sobre la virginidad perpetua de Santa María”, en la que expresa la fe de la Iglesia sobre este misterio. Con fórmula precisa indica: “Virgen antes de la venida del Hijo, virgen después de la generación del Hijo, virgen con el nacimiento del Hijo, virgen después de nacido el Hijo”.

372 El hecho de que la primera gran afirmación mariana española haya consistido en una defensa de la virginidad de María, ha sido decisivo para la imagen que los españoles tienen de Ella, a quien llaman “la Virgen”, es decir, la Virgen por antonomasia.

Para iluminar la fe de los católicos españoles de hoy, los obispos de esta nación y la misma comisión episcopal para la Doctrina de la Fe recordaban el sentido realista de esta verdad de fe. De modo virginal, “sin intervención de varón y por obra del Espíritu Santo”, María ha dado la naturaleza humana al Hijo eterno del Padre. De modo virginal ha nacido de María un cuerpo santo animado de un alma racional, al que el Verbo se ha unido hipostáticamente.

Es la fe que el Credo amplio de San Epifanio expresaba con el término “siempre Virgen” y que el Papa Pablo IV articulaba en la fórmula ternaria de virgen “antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto”. La misma que enseña Pablo VI: “Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado”. La que habéis de mantener siempre en toda su amplitud.

El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción. En ello porfiaban el pueblo, los gremios, cofradías y claustros universitarios, como los de esta ciudad, de Barcelona, Alcalá, Salamanca, Granada, Baeza, Toledo, Santiago y otros. Y es lo que impulsó además a trasplantar la devoción mariana al Nuevo Mundo descubierto por España, que de ella sabe haberla recibido y que tan viva la mantiene. Tal hecho suscita aquí, en el Pilar, ecos de comunión profunda ante la Patrona de la Hispanidad.

Me complace recordarlo hoy, a diez años de distancia del V centenario del descubrimiento y evangelización de América. Una cita a la que la Iglesia no puede faltar.

4. El Papa Pablo VI escribió que “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El”. Ello tiene una especial aplicación en el culto mariano. Todos los motivos que encontramos en María para tributarle culto, son don de Cristo, privilegios depositados en Ella por Dios, para que fuera la Madre del Verbo. Y todo el culto que le ofrecemos, redunda en gloria de Cristo, a la vez que el culto mismo a María nos conduce a Cristo.

San Ildefonso de Toledo, el más antiguo testigo de esa forma de devoción que se llama esclavitud mariana, justifica nuestra actitud de esclavos de María por la singular relación que Ella tiene con respecto a Cristo: “Por eso soy yo tu esclavo, porque mi Señor es tu hijo. Por eso tú eres mi Señora, porque tú eres la esclava de mi Señor. Por eso soy yo el esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú has sido hecha la madre de tu Señor. Por eso he sido yo hecho esclavo, porque tu has sido hecha la madre de mi Hacedor”.

Como es obvio, estas relaciones reales existentes entre Cristo y María hacen que el culto mariano tenga a Cristo como objeto último. Con toda claridad lo vio el mismo San Ildefonso: “Pues así se refiere al Señor lo que sirve a la esclava; así redunda al Hijo lo que se entrega a la Madre; así pasa al rey el honor que se rinde en servicio de la reina”. Se comprende entonces el doble destinatario del deseo que el mismo Santo formula, hablando con la Santísima Virgen: “Que me concedas entregarme a Dios y a Ti, ser esclavo de tu Hijo y tuyo, servir a tu Señor y a Ti”.

No faltan investigadores que creen poder sostener que la más popular de las oraciones a María —después del “Ave María”— se compuso en España y que su autor sería el obispo de Compostela, San Pedro de Mezonzo, a finales del siglo X; me refiero a la “Salve”.

Esta oración culmina en la petición “Muéstranos a Jesús”. Es lo que María realiza constantemente, como queda plasmado en el gesto de tantas imágenes de la Virgen, esparcidas por las ciudades y pueblos de España. Ella, con su Hijo en brazos, como aquí en el Pilar, nos lo muestra sin cesar como “el camino, la verdad y la vida”. A veces, con el Hijo muerto sobre sus rodillas, nos recuerda el valor infinito de la sangre del Cordero que ha sido derramada por nuestra salvación. En otras ocasiones, su imagen, al inclinarse hacia los hombres, acerca a su Hijo a nosotros y nos hace sentir la cercanía de quien es revelación radical de la misericordia, manifestándose así, Ella misma, como Madre de la misericordia.

Las imágenes de María recogen así una enseñanza evangélica de primordial importancia. En la escena de las bodas de Caná, María dijo a los criados: “Haced lo que El os diga”. La frase podría parecer limitada a una situación transitoria. Sin embargo, como subraya Pablo VI, su alcance es muy superior: es una exhortación permanente a que nos abramos a la enseñanza de Jesús. Se da así una plena consonancia con la voz del Padre en el Tabor: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle”.

373 Ello amplía nuestro horizonte hacia unas perspectivas insondables. El plan de Dios en Cristo era hacernos conformes a la imagen de su Hijo, para que El fuera “el primogénito entre muchos hermanos”. Cristo vino al mundo “para que recibiéramos la adopción”, para otorgarnos el “poder de llegar a ser hijos de Dios”. Por la gracia somos hijos de Dios y, apoyados en el testimonio del Espíritu, podemos clamar: Abba, Padre. Jesús ha hecho, por su muerte y resurrección, que su Padre sea nuestro Padre.

Y para que nuestra fraternidad con El fuera completa, quiso ulteriormente que su Madre Santísima fuera nuestra Madre espiritual. Esta Maternidad, para que no quedara reducida a un mero título jurídico, se realizó, por voluntad de Cristo, a través de una colaboración de María en la obra salvadora de Jesús, es decir, “en la restauración de la vida sobrenatural de las almas”.

5. Un padre y una madre acompañan a sus hijos con solicitud. Se esfuerzan en una constante acción educativa. A esta luz cobran su pleno sentido las voces concordes del Padre y de María: Escuchad a Jesús, haced lo que El os diga. Es el consejo que cada uno de nosotros debe tratar de asimilar, y del que desde el comienzo de mi pontificado quise hacerme eco: “No temáis; abrid de par en par las puertas a Cristo”.

María, por su parte, es ejemplo supremo de esta actitud. Al anuncio del ángel responde con un sí incondicionado: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Ella se abre a la Palabra eterna y personal de Dios, que en sus entrañas tomará carne humana. Precisamente esta acogida la hace fecunda: Madre de Dios y Madre nuestra, porque es entonces cuando comienza su cooperación a la obra salvadora.

Esa fecundidad de María es signo de la fecundidad de la Iglesia. Abriéndonos a la Palabra de Cristo, acogiéndole a El y su Evangelio, cada miembro de la Iglesia será también fecundo en su vida cristiana.

6. El Pilar de Zaragoza ha sido siempre considerado como el símbolo de la firmeza de fe de los españoles. No olvidemos que la fe sin obras está muerta. Aspiremos a “la fe que actúa por la caridad”. Que la fe de los españoles, a imagen de la fe de María, sea fecunda y operante. Que se haga solicitud hacia todos, especialmente hacia los más necesitados, marginados, minusválidos, enfermos y los que sufren en el cuerpo y en el alma.

Como Sucesor de Pedro he querido visitaros, amados hijos de España, para alentaros en vuestra fe e infundiros esperanza. Mi deber pastoral me obliga a exhortaros a una coherencia entre vuestra fe y vuestras vidas. María, que en vísperas de Pentecostés intercedió para que el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia naciente, interceda también ahora. Para que ese mismo Espíritu produzca un profundo rejuvenecimiento cristiano en España. Para que ésta sepa recoger los grandes valores de su herencia católica y afrontar valientemente los retos del futuro.

7. Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española donde tantos frutos ha producido. Y quiero finalmente encomendarte, Virgen Santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones hispánicas.

¡Dios te salve María, Madre de Cristo y de la Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra!

A tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos.

Te encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras.

374 En tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas; la noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quienes con su ciencia y servicio alivian el dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad.

En tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos, procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en la política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano, prestan su colaboración honesta en favor de una justa, pacífica y segura convivencia.

Virgen Santa del Pilar: Aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad.

Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo.

Fortalece a los débiles en la fe.

Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios.

Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.



B. Juan Pablo II Homilías 362