B. Juan Pablo II Homilías 531


MISA DE BEATIFICACIÓN DE TRES SIERVOS DE DIOS:

DIEGO LUIS DE SAN VITORES ALONSO, JOSÉ MARÍA RUBIO Y PERALTA

Y FRANCISCO GÁRATE ARANGUREN


Domingo 6 de octubre de 1985



532 1. “Ecco, sto alla porta e busso” (Ap 3,20).

Gesù Cristo, “il testimone fedele e verace, il principio della creazione di Dio” (Ap 3,14) sta alla porta e bussa.

Gesù Cristo, colui che il Padre, ha consacrato con l’unzione e ho mandato a portare il lieto annunzio, a fasciare le piaghe dei cuori spezzati, a proclamare la libertà . . .” (Is 61,1).

Gesù Cristo, il vero chicco di grano che, caduto in terra, è morto e produce molto frutto (cf. Gv 12, 24).

Oggi anche noi siamo chiamati a essere testimoni di questo frutto.

2. Gesù Cristo. Tutte le letture dell’odierna liturgia parlano direttamente di lui, della sua persona e del suo mistero.

Ecco, egli si è fermato alla porta di quell’uomo, il cui nome era Ignazio di Loyola, e ha bussato al suo cuore. Tutti ricordiamo quel bussare. La sua eco continua a risuonare tuttora nella Chiesa diffusa nei cinque continenti.

Gesù Cristo, il testimone fedele e verace. Un frutto di questa testimonianza fu l’uomo nuovo nella storia di Ignazio di Loyola. E, in seguito, fu una grande comunità nuova, la “Societas Iesu”, la Compagnia di Gesù.

Oggi siamo invitati a ricordare i frutti dati da questa comunità nel corso di oltre quattro secoli; con le opere nel campo dell’apostolato, delle missioni, della scienza, dell’educazione, della pastorale.

Soprattutto i frutti dovuti alla santità della vita dei figli spirituali del Santo di Loyola.

Oggi tra coloro che la Chiesa ha elevato alla gloria degli altari, vengono aggiunti i tre servi di Dio: Diego Luis de San Vitores, José María Rubio y Peralta e Francisco Gárate.

533 3. Los tres nuevos Beatos nacieron en España, Nación que tanto se ha distinguido en la propagación del Evangelio y también por la vitalidad de su fe católica.

Diversas diócesis y ciudades se honran por su vinculación con estos elegidos de Dios: Burgos es la cuna del Padre San Vitores, el evangelizador de las Islas Marianas; el Padre Rubio nació en Dalias (Almería) y ejerció su apostolado sobre todo en la capital de España, siendo conocido como “el apóstol de Madrid”; el Hermano Gárate es originario de un caserío en las inmediaciones del castillo de Loyola, parroquia de Azpeitia (Guipúzcoa) y transcurrió la mayor parte de su vida en Deusto (Bilbao).

¿Cuál es el mensaje de estos tres Beatos al hombre de hoy?

Si nos fijamos en las raíces más profundas de sus vidas, vemos que estos tres modelos de santidad están como unidos por un elemento común: la apertura total y generosa a Dios que les dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (
Ap 3,20). “Abrimos nuestra puerta para recibirlo cuando, al oír su voz, prestamos libremente nuestro asentimiento a sus invitaciones manifiestas o veladas y nos aplicamos con empeño a las tareas que El nos confía” (S. Bedae Venerabilis Hom.21).

En efecto, la respuesta de los tres Beatos pronta y generosa a la llamada de Dios aúna los aspectos diversos, pero al mismo tiempo complementarios, de su vocación religiosa vivida como miembros de la Compañía de Jesús.

4. Diego Luis de San Vitores Alonso, siendo aún muy joven, oye en su interior una voz que lo atrae y a la vez lo empuja. Se siente atraído por Cristo, el eterno enviado del Padre para salvar a los hombres, el cual le impulsa a marchar a tierras lejanas como instrumento de su misión salvadora. Resuenan en los oídos de Diego las palabras del Señor en la sinagoga de Nazaret: “Evangelizare pauperibus misit me” (Lc 4,18 Is 61,1). Jesús está a la puerta y llama; su voz se hace cada vez más clara e insistente en el corazón generoso del joven, que se abre a Dios y decide entrar en la Compañía de Jesús, renunciando a un brillante porvenir que sus dotes personales y la posición social de su familia le habrían procurado.

En la oración y el recogimiento, su alma contempla a “Jesús que recorría ciudades y aldeas predicando el evangelio del Reino” (Mt 9,35), y suplica al Señor la gracia de no ser “sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 91). El joven religioso llama a la puerta de sus superiores para que le envíen a las misiones de Oriente, a predicar la Buena Nueva de Cristo a los pueblos que aún no le conocen.

After a long and exhausting journey to the East, by way of Mexico, he reached the Philippines, where he remained for five years before being sent to the Mariana Islands. In June 1668 Father San Vitores and is Jesuit companions reached the archipelago and established on the island of Guam the centre of their missionary activity.

His apostolic zeal and complete dedication to those people in need of spiritual and human promotion characterized the years of this exemplary missionary, who, in imitation of the words of the Master “greater love has no man than this, that a man lay down his life for his friends” (Jn 15,13), shed his blood in sacrifice, while asking God to forgive those responsible for his death.

La vida de este nuevo Beato se caracterizó por una total disponibilidad para acudir allá a donde Dios lo llamara. El habla en tonos actuales y urgentes a los misioneros de hoy sobre la actitud abierta y pronta para responder a las exigencias del mandato: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15).

Jóvenes que me escucháis, o que recibiréis este mensaje: abrid vuestro corazón al Señor que está a la puerta y llama (Cfr. Apoc Ap 3,20). Sed generosos como el joven Diego, que abandonándolo todo se hizo peregrino y misionero en tierras lejanas para dar testimonio del amor de Dios a los hombres.

534 5. José María Rubio y Peralta, “el apóstol de Madrid”. Su vida de fiel seguidor de Cristo nos enseña que es la actitud dócil y humilde a la acción de Dios lo que hace progresar al cristiano por los caminos de la perfección y lo convierte en un instrumento eficaz de salvación.

Todos sabéis cómo el Padre Rubio ejerció desde el confesionario y el púlpito una gran actividad apostólica. Su exquisito tacto de director de almas le hacía encontrar el consejo adecuado, la palabra justa, la penitencia, a veces exigente, que durante años de paciente y callada labor, fueron forjando apóstoles, hombres y mujeres de toda clase social, que vinieron a ser en muchos casos sus colaboradores en las obras asistenciales y de caridad inspiradas y dirigidas por él. Fue un formador de seglares comprometidos a quienes él gustaba repetir su conocida frase: “¡Hay que lanzarse!”, animándoles a hacerse presentes como cristianos en los ambientes pobres y marginados de la periferia de Madrid de principios de siglo, donde él creó escuelas y atendió a enfermos, ancianos y a obreros sin trabajo.

Su trato asiduo con Cristo, particularmente en el sacramento de la Eucaristía, y su devoción al Sagrado Corazón, le fueron introduciendo en la intimidad del Señor y en sus mismos sentimientos (Cfr. Flp
Ph 2,5 ss.). En la ejemplar trayectoria de su vida, este preclaro hijo de San Ignacio se presenta al hombre de hoy como un auténtico “alter Christus”, un sacerdote que mira al prójimo desde Dios y que posee por ello la virtud de comunicar a los demás algo que está reservado a quienes viven en Cristo.

6. El mensaje de santidad que el Hermano Francisco Gárate Aranguren nos ha legado es sencillo y límpido, como sencilla fue su vida de religioso inmolado en la portería de un centro universitario de Deusto. Desde su juventud, Francisco abrió de par en par su corazón a Cristo que llamaba a su puerta invitándolo a ser su seguidor fiel, su amigo. Como la Virgen María, a quien amó tiernamente como madre, respondió con generosidad y confianza sin límites a la llamada de la gracia.

El Hermano Gárate vivió su consagración religiosa como apertura radical a Dios, a cuyo servicio y gloria se entregó (Cfr. Lumen gentium LG 44), y de donde recibía inspiración y fuerza para dar testimonio de una gran bondad con todos. Así lo pudieron confirmar tantas y tantas personas que pasaron por la portería del cariñosamente llamado “Hermano Finuras”, en la Universidad de Deusto: estudiantes, profesores, empleados, padres de los jóvenes residentes, gentes en fin de toda clase y condición, que vieron en el Hermano Gárate la actitud acogedora y sonriente de quien tiene su corazón anclado en Dios.

El nos da un testimonio concreto y actual del valor de la vida interior como alma de todo apostolado y también de la consagración religiosa. En efecto, cuando se está entregado a Dios y en El se centra la propia vida, los frutos apostólicos no se hacen esperar. Desde la portería de una casa de estudios, este Hermano coadjutor jesuita hizo presente la bondad de Dios mediante la fuerza evangelizadora de su servicio callado y humilde.

7. ¿Qué dicen a la Iglesia y al mundo actual los tres Beatos que hoy ensalzamos y a los que la liturgia llama “robles de justicia, plantados para gloria del Señor”? (Is 61,3)

En épocas distintas y con personas y en geografías diferentes, ellos respondieron prontamente a la invitación de Jesús que los llamaba a su intimidad. Con sus vidas centradas en el amor de Dios, dieron, cada uno a su modo, testimonio: de la disponibilidad absoluta del misionero incluso hasta el derramamiento de sangre, de la labor paciente y delicada del director de conciencias y formador de apóstoles, de servicio humilde y callado, cumpliendo el deber cotidiano.

8. Volvamos de nuevo nuestra mirada al “testigo fiel y veraz” del libro del Apocalipsis, que un día se detuvo ante la puerta de Ignacio de Loyola y llamó. Atento al paso del Señor, Ignacio le abrió la puerta de su corazón. Con esta respuesta, el corazón de Jesús se convirtió para él en “fuente de vida y santidad”.

Hoy, como en tiempos pasados, la Iglesia eleva nuevamente al honor de los altares a tres hijos de San Ignacio. Que este día solemne venga a ser en Jesucristo un nuevo “principio de la creación de Dios” (Ap 3,14). Que, en virtud de este “principio”, se renueve en cada uno de los miembros de la Compañía de Jesús la llamada al inseparable servicio a Dios en la Iglesia y en el mundo que vuestro Fundador y Padre expresó con aquellas concisas palabras: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad . . .” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 234).

Los nombres de los jesuitas Diego Luis de San Vitores Alonso, José María Rubio y Peralta y Francisco Gárate Aranguren vienen hoy a sumarse a la larga y fecunda historia de santidad de esta benemérita familia religiosa. Ellos, como el grano de trigo que cae en la tierra y muere, dieron mucho fruto. Fueron fecundos porque Dios fue el centro de sus vidas.

535 Que en toda vuestra comunidad ignaciana se reavive con nueva fuerza la llamada a la santidad de la que son eximios ejemplos los nuevos Beatos que hoy la Iglesia ensalza como hijos predilectos.

Que por intercesión de María, Reina de todos los Santos, a cuyo cuidado maternal confío la herencia de santidad con que el Espíritu nos ha enriquecido, sean cada vez más abundantes los frutos de plenitud de vida cristiana en la Iglesia.





CELEBRACIÓN DEL 40 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA FAO

Y DE LA ENTRADA EN VIGOR DE LA CARTA DE LA ONU



Basílica de San Pedro

Domingo 10 de noviembre de 1985



“Yavé, que guarda fidelidad eternamente, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos” (Sal 146/145, 6-7).

1. Estas palabras del Salmo esponsorial, que hemos escuchado en la liturgia de hoy, son más actuales que nunca en el contexto de la celebración del 40 aniversario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en la que tomo parte con vivo agrado, acogiendo la invitación que me ha sido hecha.

Dirijo un cordial y respetuoso saludo a los cualificados representantes de los Estados miembros de la FAO y a los altos funcionarios, a la vez que expreso mi aprecio por su labor y por la noble finalidad a la que se encaminan todos sus esfuerzos.

Saludo también a las demás personalidades, así como a los fieles que han querido unirse a esta liturgia eucarística de acción de gracias.

Vuestra presencia, señoras y señores y queridos hermanos y hermanas, nos recuerda los esfuerzos realizados por la FAO para eliminar los obstáculos y los desequilibrios, que frenan el dinamismo de la producción, imprescindible para una adecuada circulación de los bienes necesarios para la vida. Es superfluo decir cuán cerca de vosotros está la Iglesia en esta tarea de solidaridad humana. La iglesia, que tiene como misión la propagación, en los siglos, de las enseñanzas y de las acciones del divino Maestro, escucha continuamente aquella conmovedora exclamación salida de su corazón ante la vista de una muchedumbre hambrienta: “Tengo compasión de la muchedumbre, porque ha ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; no quiero despedirlos ayunos, no sea que desfallezcan en el camino” (Mt 15,32).

Está fuera de toda duda que la actual situación mundial confirma la función primaria e insustituible de la FAO.

Se trata, ante todo, de sostener el desarrollo permanente encaminado a la autosuficiencia alimenticia de cada pueblo, aumentando especialmente la producción y actuando una repartición más justa de los recursos disponibles.

536 A esta acción fundamental se añaden las operaciones excepcionales para ayudas en caso de emergencia. Desgraciadamente se dan en la actualidad cada vez mayores peticiones de intervenciones urgentes en determinadas zonas y continentes, como es el caso de tantos países africanos afectados por la sequía y la carestía. Las crisis de alimentos se multiplican como consecuencia no sólo de las adversas condiciones climatológicas y de las catástrofes naturales, sino también de los conflictos de políticas económicas no siempre adecuadas y de los cambios forzosos de poblaciones.

Se añaden así empeños que se amplían cada vez más con el fin de afrontar de modo adecuado las necesidades evidentes de las poblaciones, aun de las futuras, saliendo al encuentro de las peticiones de los Gobiernos y determinando asimismo las grandes líneas de una acción común y concorde entre los Estados miembros de la Organización.

2. Esta celebración solemne me recuerda también el cuadragésimo aniversario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en torno a la cual vemos actuar en sintonía todo el sistema de las Organizaciones intergubernamentales especializadas. La Santa Sede muy a gusto se ha asociado a la conmemoración de este aniversario, que recuerda la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas. A través del cardenal Secretario de Estado, he hecho llegar al Señor Jaime de Piniés, Presidente de la 40 Asamblea General de la ONU, un Mensaje para reafirmar el apoyo moral que la Santa Sede no ha dejado nunca de dar a este Organismo, desde su nacimiento, alentando una específica cooperación encaminada a la promoción de la verdadera paz de un fecundo entendimiento entre las personas y las comunidades nacionales.

En diversas circunstancias, la Iglesia ha expresado su propia estima y consenso por este supremo forum de las familias de los pueblos y no deja de apoyar sus funciones e iniciativas encaminadas a favorecer la sincera colaboración entre las naciones. Con ocasión de esta celebración de sus cuarenta años, deseo renovar una vez más mi gratitud por la invitación que se me hizo, en octubre de 1979, a tomar la palabra ante los Representantes de aquella Asamblea General. Dicha invitación fue para mí muy significativa, porque “demuestra —como dije en aquella solemne Asamblea— que la Organización de las Naciones Unidas acepta y respeta la dimensión religioso-moral de los problemas humanos, de los cuales la Iglesia se ocupa en virtud del mensaje de verdad y de amor que debe llevar al mundo” (Discurso a la Asamblea general de las Naciones Unidas, Nueva York, 2 de octubre de 1979). Esto ilumina el esfuerzo que en estos 40 años ha visto la Iglesia y la Organización de las Naciones Unidas en una cooperación y solidaridad cada vez mayor en defensa “del hombre tomado en su integridad, en toda la plenitud y multiforme riqueza de su existencia espiritual y material” (Ibid.).

En un momento histórico en el que la técnica estaba orientada hacia la guerra, hegemonías y conquistas, y en el que el hombre mataba al hombre y naciones destruían a otras naciones, el nacimiento de este Organismo fue recibido por los hombres, preocupados por la suerte de la humanidad, como nueva salvaguardia de paz y de esperanza, y como el camino real destinado a conducir al reconocimiento y al respeto de los derechos inalienables de las personas, de las comunidades, de los pueblos. Espero que este aniversario sirva para reafirmar tal convencimiento, y en particular —como dije en el Mensaje del 14 de octubre pasado— para reforzar la autoridad moral y jurídica de este Organismo en orden a la salvaguardia de la paz y con miras a la cooperación internacional en favor del desarrollo y de la libertad de todos los pueblos.

Las Naciones Unidas cumplirán tanto más eficazmente su alto cometido si en todos los Estados miembros aumenta la convicción de que gobernar a los hombres quiere decir servir a un designio de justicia superior. La visión valiente y abierta a la esperanza que inspiró a los redactores de la Carta de 1945 no deberla ser jamás olvidada, a pesar de las dificultades y obstáculos que ha encontrado en estos cuarenta años. Ella quedará como el punto ideal de referencia hasta que se superen tales obstáculos. Este es el deseo ardiente que quiero renovar en esta celebración litúrgica, pidiendo al Señor que El conceda abundantes frutos en los esfuerzos por la causa de la paz.

3. La escena que nos presenta el Evangelio de hoy subraya la relación entre ricos y pobres, con referencia al comportamiento diverso de los escribas y de la viuda. En el mundo actual ese contraste se repite históricamente por la diferencia entre las condiciones de desarrollo en los distintos países, clasificado corrientemente como relación entre Norte y Sur.

El Mesías hace una valoración negativa de quien vive en el lujo y en la riqueza, despreciando a los pobres; de los ricos que no dan a los pobres lo que podrían o que, aunque contribuyan, lo hacen con formas de ostentación que demuestran la búsqueda de su propia gloria: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes” (
Mc 12,38-39).

A la afirmación del Salmo responsorial: “El Señor sustenta al huérfano y a la viuda” (Ps 145,9), se contrapone lo dicho en el Evangelio sobre los escribas, reprobando su religiosidad externa que está en contraste con las arbitrariedades e injusticias que realizan: “Devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos” (Mc 12,40).

En cambio, Jesús hace una gran alabanza al gesto secreto de la pobre viuda, la cual da con generosidad incluso de lo suyo necesario; confrontándolo con las ofertas de tantos ricos que dan “muchas monedas”, pero con ostentación.

4. La llamada de Jesús nos invita a hacer hoy una comprobación: preguntarnos si la llegada del reino ha dado lugar efectivamente a un cambio de las situaciones de dominio y de lujo existentes en el mundo. Esto se habría podido realizar si cada uno hubiese vivido la propia fe en coherencia con las obras, especialmente con aquellas en favor de los más pobres, marginados y despreciados.

537 La historia dará su juicio definitivo sobre los individuos y los pueblos según como hayan sido llevados a la práctica los deberes de contribuir al bien de los hermanos, de acuerdo con la propia prosperidad y en una concreta corresponsabilidad mundial según la justicia.

Hacemos votos para que todos —individuos, grupos, empresas privadas e iniciativas públicas— sepan proveer adecuadamente a los más necesitados, comenzando por el derecho primordial a saciar la propia hambre.

Cada uno debería prepararse actuando en su vida de tal manera que acoja al Mesías cuando aparezca la segunda vez para decir: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (
Mt 25,34).

5. Se propone un examen de conciencia cuyo punto de partida es la vida personal de cada uno sobre la concepción que se tiene de la riqueza y la pobreza.

Estáis llamados hoy a reconocer el privilegio de colaborar activa y lealmente en las estructuras de la comunidad internacional. El apremiante sentido de responsabilidad en el buen uso de la riqueza puesta a disposición de la FAO impone, sobre todo, que cada uno posea y perfeccione la propia profesionalidad y lleve a cabo una seria y precisa aplicación de ella según los propios deberes de cada día.

Pero el examen de conciencia alcanza también a la responsabilidad de los Estados miembros de la FAO para que concurran a opciones de política interna e internacional con propuestas concretas que lleven a decisiones tempestivas y a realizaciones adecuadas.

Es muy importante que se establezcan relaciones entre los pueblos de todo el mundo y de sus Estados según la justicia internacional; pero es urgente que se lleve a la práctica con mayor intensidad la solidaridad de los países más prósperos escogiendo en mayor medida la vía multilateral.

La reflexión sobre el propio empeño como miembros en la FAO y, más ampliamente, en el sistema de las Naciones Unidas, debería llevar a afirmar el deber de cada pueblo a dar una contribución con relación a las propias condiciones de prosperidad y a las necesidades de los demás.

Sería de desear que se pensara y fuera reconocido con valor no sólo de exigencia ética, sino también con fuerza jurídica, un “Pacto de seguridad alimentaria mundial”, como el que será propuesto a la aprobación de la Conferencia de la FAO. Es deseable que el Acta que la Asamblea aprobará se le dé tal eficacia al menos en lo que respecta a los Estados miembros, adoptando las formas que se consideren oportunas según el derecho internacional contemporáneo.

6. Hay que constatar, por otro lado, que existe una frecuente desconfianza y falta de voluntad para asumir compromisos verdaderos y precisos que se adecuen a las necesidades y que sean mantenidos de modo efectivo.

Demasiado frecuentemente nacionalismos y proteccionismos de diverso tipo obstaculizan, ya sea la disponibilidad de los alimentos vitales para todos sin discriminación, ya sea el traslado de los recursos de los países altamente productores a aquellos escasamente provistos. Tales obstáculos y tales líneas de conducta están en abierto contraste con los principios de una justicia efectiva en la solidaridad y con la puesta en práctica de la proclamada voluntad de cooperar con el poder providencial de Dios.

538 La liturgia eucarística nos recuerda que Cristo, Sacerdote y Víctima. se ofrece también hoy sin límites. “De hecho, El se ha manifestado una sola vez en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de Sí mismo” (He 9,26). El se inmoló por todos los hombres en la cruz “para quitar los pecados de todos” (He 9,28). Cristo se entregó para vencer el pecado de egoísmo que frecuentemente se hace presente en la historia de la sociedad humana.

La Eucaristía, que renueva la suprema donación de Cristo y su inmolación por la salvación de los hermanos, exige y dona la purificación del corazón de toda forma de egoísmo para abrirse así a los demás con espíritu de solidaridad y de amor fraterno efectivo.

Es necesario ir más allá de la estricta justicia, según la conducta ejemplar de la viuda que nos enseña a dar con generosidad incluso aquello que sirve para satisfacer las propias necesidades.

Sobre todo se debe tener presente que Dios no mide los hechos humanos con una medida que mira a las apariencias del “cuanto” se da. Dios mide según el metro de los valores interiores, esto es, del “como” uno se pone a disposición del prójimo. El mide según el grado de amor con el que uno se dedica libremente al servicio de los hermanos.

7. La Iglesia, continuadora de Cristo en su misión religiosa, ofrece la fuerza necesaria para obrar constantemente según justicia en la solidaridad. Mediante Cristo, que asume plenamente la naturaleza humana y la une a la riqueza divina, es posible la comunión vital con Dios amor. Esta fuerza íntima de Dios puede sostener los esfuerzos humanos, de tal manera, que se realice la ley fundamental de la vida y de la convivencia humana según el principio inseparable del amor a Dios y del amor al prójimo.

Así como el Profeta Elías no temió pedir a la viuda lo que le quedaba para su sustento, el Papa no teme pedir hoy a los responsables de la FAO que se continúe apoyando y desarrollando las actividades ordinarias y las operaciones que han de llevarse a cabo concretamente en favor de los más pobres del mundo.

La Iglesia ofrece las iniciativas de sus propias instituciones y asociaciones que operan en los varios pueblos y continentes.

Ella reivindica sobre todo, como deber y derecho suyo inalienable, las obras de misericordia materiales, espirituales, especialmente las obras caritativas de ayuda mutua destinadas a aliviar toda necesidad humana (cf. Apostolicam actuositatem AA 8).

La Iglesia anima igualmente todas las actividades de las Organizaciones no gubernamentales, las cuales, en este último período, están afirmándose con un creciente vigor y se muestran como elementos eficientes para contribuir a la acción que toda la humanidad debe realizar en favor de los más pobres. Sin embargo, auspicia que tales actividades de carácter voluntario se desarrollen verdaderamente de manera desinteresada y por encima de todo espíritu partidista.

La Iglesia, finalmente, quiere contribuir al conocimiento actualizado de las actividades desarrolladas por la FAO en favor de la formación de una opinión pública que estimule los poderes públicos y privados de cada país a tomar cada vez más amplias iniciativas en apoyo del desarrollo alimentario y agrícola, y que consiga una participación activa y constante por parte de todos a esta acción mundial.

Con esta celebración desearnos dar gracias al Señor por el bien realizado y por el aporte generoso prestado hasta aquí. Deseo ardientemente que sea también ocasión para un renovado empeño de todos hacia una acción futura cada vez más eficaz y tempestiva según los deberes y grados de responsabilidad que tiene cada uno en la sociedad contemporánea.


539

1986



DOMINGO DE RAMOS

PRIMERA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Domingo 23 de marzo de 1986



1. “¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel! ¡Hosanna en el cielo!” (Antífona de entrada).

Estas palabras se han proclamado precisamente hoy, el día en que la Iglesia celebra, cada año, este recuerdo: el Domingo de Ramos.

Estas palabras fueron pronunciadas con entusiasmo por los hombres que habían ido a Jerusalén para la fiesta de Pascua, como había ido también Jesús para celebrar su Pascua.

Según dice el texto litúrgico, estás palabras fueron proclamadas de modo particular por los jóvenes: “pueri hebraeorum”. La participación de los jóvenes en el acontecimiento del Domingo de Ramos es ya una tradición. De ello da testimonio también la ciudad de Roma y, especialmente, esta plaza de San Pedro. Este testimonio ha sido particularmente significativo en los dos últimos años: el Año del Jubileo, de la Redención y el Año Internacional de la Juventud.

2. Queridos jóvenes amigos: Hoy estáis de nuevo aquí para comenzar en Roma, en la plaza de San Pedro, la tradición de la jornada de la Juventud, a cuya celebración ha sido invitada toda la Iglesia.

Doy cordialmente la bienvenida y saludo a todos los que habéis venido no sólo de Roma y de Italia, sino también de España, de Francia, de Suiza, de Yugoslavia, de Alemania, de Austria y de otros diversos países. Saludo a todos los aquí presentes. Y al mismo tiempo en vosotros saludo a todos los que no están aquí, pero que hoy —o en cualquier otro día del año, según las diversas circunstancias— manifiestan esta unidad que es la Iglesia de Cristo en la comunidad de los jóvenes. Por tanto, deseo saludar ahora a todos los que en todas partes —en cualquier país de los cinco continentes— celebran la Jornada de la juventud. El punto de referencia para esta jornada sigue siendo, como cada año, el Domingo de Ramos.

Os agradezco el hecho de haberos preparado a este domingo, aquí en Roma, con espíritu de recogimiento y oración, meditando el misterio pascual de Cristo, vinculado a la cruz y a la resurrección. Este misterio revela del modo más profundo a Dios: Dios que es Amor: Dios que “tanto amó al mundo, que le dio su unigénito Hijo” (Jn 3,16). Al mismo tiempo este misterio permite al hombre comprenderse totalmente a sí mismo: hombre, en su dignidad y su vocación, como nos enseña el Concilio Vaticano II.

3. Hoy, por consiguiente, todos nosotros miramos a Cristo —este Cristo— que (según la predicción del Profeta), viene a Jerusalén montado sobre un pollino, según la costumbre del lugar. Los Apóstoles han puesto sus vestidos encima, para que Jesús pudiera estar sentado. Y cuando se encontraba cerca de la bajada del Monte de los Olivos, todo el grupo de los discípulos, exultante, comenzó a alabar a Dios a voces, por los prodigios que había visto (cf. Lc Lc 19,37).

Efectivamente, en su tierra natal, Jesús había conseguido ya llegar con la Buena Nueva a mucha gente, a muchos hijos a hijas de Israel, a los ancianos y a los jóvenes, a las mujeres y a los niños. Y enseñaba actuando: haciendo el bien.Revelaba a Dios como Padre. Lo manifestaba con las obras y la palabra. Haciendo el bien a todos, de modo particular a los pobres y a los que sufren, preparaba en sus corazones el camino para la aceptación de la Palabra, aun cuando esta Palabra resultase, en un primer momento, incomprensible, como lo fue, por ejemplo, el primer anuncio de la Eucaristía; e incluso cuando esta Palabra era exigente, por ejemplo, sobre la indisolubilidad del matrimonio. Tal era y tal permanece.

540 Entre las palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret se encuentra también una dirigida a un joven, a un joven rico. A este coloquio he hecho referencia en la Carta del pasado año a los jóvenes y a las jóvenes. Es un diálogo conciso, contiene pocas palabras, pero qué denso, qué rico de contenido y qué fundamental es.

4. Así, pues, hoy contemplamos a Jesús de Nazaret, que viene a Jerusalén; su llegada está acompañada con el entusiasmo de los peregrinos. “¡Hosanna al Hijo de David!” (
Mt 21,9).

Sabemos, sin embargo, que el entusiasmo será sofocado dentro de poco. Ya entonces “algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos” (Lc 19,39).

Qué expresiva es la respuesta de Jesús: “Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40).

Contemplamos, por lo tanto, “al que viene en nombre del Señor” (Mt 21,9) en la perspectiva de la Semana Santa. “Mirad, subimos a Jerusalén y... el Hijo del hombre será entregado a los gentiles, y escarnecido, a insultado, y escupido, y después de haberle azotado le quitarán la vida...” (Lc 18,31-33).

Así, pues, se acallarán los gritos de la muchedumbre del Domingo de Ramos. El mismo Hijo del hombre se verá obligado al silencio de la muerte.Y la víspera del sábado, lo bajarán de la cruz, lo depositarán en un sepulcro, pondrán una piedra a la entrada del mismo y sellarán la piedra.

Sin embargo, tres días más tarde esta piedra será removida. Y las mujeres que irán a la tumba, la encontrarán vacía. Igualmente los Apóstoles. Así, pues, esa “piedra removida” gritará, cuando todos callen. Gritará. Proclamará el misterio pascual de Jesucristo. Y de ella recogerán este misterio las mujeres y los apóstoles, que lo llevarán con sus labios por las calles de Jerusalén, y más adelante por los caminos del mundo de entonces. Y así, a través de las generaciones, “gritarán las piedras”.

5. ¿Qué es el misterio pascual de Jesucristo? Son los acontecimientos de estos días, particularmente de los últimos días de la Semana Santa. Estos acontecimientos tienen su dimensión humana, como dan testimonio de ello las narraciones de la pasión del Señor en los Evangelios. Mediante estos acontecimientos el misterio pascual se sitúa en la historia del hombre, en la historia de la humanidad.

Sin embargo, tales acontecimientos tienen, a la vez, su dimensión divina, y precisamente en ella se manifiesta el misterio.

Escribe concisamente San Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Ph 2,6-7).

Esta dimensión del misterio divino se llama Encarnación. El Hijo de la misma sustancia del Padre se hace hombre y, como tal, se hace siervo de Dios: Siervo de Yavé, como dice el libro de Isaías. Mediante este servicio del Hijo del hombre, la economía divina de la salvación llega a su ápice, a su plenitud.

541 Continúa hablando San Pablo en la liturgia de hoy: “Actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Ph 2,7-8).

Esta dimensión del misterio divino se llama Redención. La obediencia del Hijo del hombre, la obediencia hasta la muerte de cruz compensa con creces la desobediencia hacia el Creador y Padre contenida en el pecado del hombre desde el principio.

Así, pues, el misterio pascual es la única realidad divina de la Encarnación y de la Redención, introducida en la historia de la humanidad. Introducida en el corazón y en la conciencia de cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros está presente en este misterio mediante la herencia del pecado, que de generación en generación conduce a la muerte. Cada uno de nosotros encuentra en ella la fuerza para la victoria sobre el pecado.

6. El misterio pascual de Jesucristo no se agota en el despojo de Cristo. No lo cierra la gran piedra puesta a la entrada del sepulcro tras la muerte en el Gólgota.

Al tercer día esta piedra será removida por la potencia divina y comenzará a “gritar”: comenzará a hablar acerca de lo que San Pablo expresa con estas palabras de la liturgia de hoy:

«Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en el abismo—, y toda lengua proclame: “¡Jesucristo es Señor!”, para gloria de Dios Padre» (Ph 2,10-11). Redención significa también exaltación.

La exaltación, es decir, la resurrección de Cristo abre una perspectiva absolutamente nueva en la historia del hombre, en la existencia humana, sometida a la muerte a causa de la herencia del pecado. Por encima de la muerte está la perspectiva de la vida. La muerte forma parte de la dimensión del mundo visible; la vida está en Dios.

El Dios de la vida nos habla con la cruz y con la resurrección de su Hijo.

Esta es la última palabra de su Revelación. La última palabra del Evangelio. Justamente esta palabra está contenida en el misterio pascual de Jesucristo.

7. Mediante la cruz y la resurrección, mediante el misterio pascual, Cristo dirige a cada uno de nosotros la llamada: “Sígueme”.

La dirigió al joven del Evangelio en el camino de su peregrinación mesiánica, pero entonces la verdad sobre Él (sobre Cristo) no había sido aún revelada en su plenitud.

542 Ha de revelarse en su totalidad en estos días. Ha de ser complementada con su pasión, muerte y resurrección. Ha de convertirse en respuesta a los interrogantes más fundamentales del hombre. Ha de convertirse en desafío de la inmortalidad.

Precisamente en estos días, vosotros jóvenes habéis venido junto a los sepulcros de los Apóstoles. Aquí, donde Pedro y Pablo hace casi dos mil años dieron testimonio de Cristo, quien mediante la cruz ha venido a ser “el Señor, para gloria de Dios Padre”.

Hemos decidido celebrar en la Iglesia la Jornada de la Juventud precisamente en este domingo.

8. Realmente no quedaron decepcionados los que durante la entrada de Jesús en Jerusalén gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.

Tampoco quedaron decepcionados los jóvenes: “pueri hebraeorum”.

El viernes por la noche todo parecía testimoniar la victoria del pecado y de la muerte. Sin embargo, a los tres días, ha hablado de nuevo la “piedra removida” (“gritarán las piedras”).

Y no quedaron decepcionados. Todas las expectaciones del hombre, cargado con la herencia del pecado, han sido completamente superadas.

Dux vitae mortuus — regnat vivus.

No quedaron decepcionados.

Y por esto celebramos en este día la Jornada de la Juventud. En efecto, este día está vinculado a la esperanza que no decepciona (cf. Rm
Rm 5,5). Las generaciones que siempre se renuevan necesitan esta esperanza. La necesitan cada vez más.

No quedaron decepcionados los que gritaron: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Sí. Llega. Entró en la historia del hombre. En Jesucristo Dios entró definitivamente en la historia del hombre. Vosotros jóvenes, debéis encontrarlo los primeros. Debes encontrarlo constantemente.

543 “La Jornada de la Juventud” significa precisamente esto: salir al encuentro de Dios, que entró en la historia del hombre mediante el misterio pascual de Jesucristo. Entró en ella de manera irreversible.

Y quiere encontraros antes a vosotros, jóvenes. Y a cada uno quiere decir: “Sígueme”.

Sígueme. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 531