B. Juan Pablo II Homilías 765


VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

LITURGIA DE LA PALABRA EN EL MALECÓN DE VERACRUZ



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Veracruz, México

Lunes 7 de mayo de 1990



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Desde las orillas del golfo de México, camino providencial para la llegada del Evangelio a esta bendita tierra, saludo con vivo afecto a cuantos esta tarde habéis querido congregaros en el Malecón para dar gracias a Dios por la evangelización de América.

Es el saludo del Papa, que quiere estrechar en un abrazo de gozo y esperanza, en primer lugar, a sus hermanos en el episcopado. En particular al obispo de esta diócesis, Veracruz, al arzobispo de Jalapa y a los obispos de la región pastoral del golfo: Coatzacoalcos, Papantla, San Andrés Tuxtla y Tuxpan.

Os saludo, igualmente, a vosotros sacerdotes, misioneros, religiosos, religiosas y laicos comprometidos que, con generosa abnegación, continuáis la labor de llevar la Buena Nueva a las familias, a las escuelas, a los lugares de trabajo y de descanso. Os saludo, fieles todos aquí presentes, que con tanta ilusión habéis esperado este encuentro, expresión de la fe y el amor que anida en vuestros corazones.

Como Obispo de Roma y Sucesor de san Pedro me siento muy gozoso de unirme a todos vosotros para dar gracias a Dios, Uno y Trino, por la sacrificada y continuada labor de todos aquellos que, en estos cinco siglos, han anunciado la Palabra evangélica a vuestro pueblo, y también de quienes hoy, en este final del segundo milenio cristiano, siguen anunciándola. “!Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae buenas nuevas!”, exclamamos con el profeta Isaías (Is 52,7).

Estamos aquí en Veracruz, para celebrar con alegría nuestra fe y pedir al Señor que continúe suscitando en México nuevos evangelizadores. La evangelización, queridos hermanos y hermanas, está marcada por el signo de la Cruz, por la Verdadera Cruz.

Dentro de dos años celebraremos un hecho de capital importancia: el V Centenario del encuentro entre el mundo europeo y vuestro continente, el Nuevo Mundo. Fue éste un encuentro entre razas y culturas que configuró a vuestro país, donde el descubrimiento, la conquista y la evangelización ocupan un lugar decisivo, luminoso en su conjunto, aunque no exento de sombras. Pero la penetrante mirada cristiana nos permite descubrir en la historia la intervención amorosa de Dios, a pesar de las limitaciones propias de toda obra humana. En el cauce de la historia se da, en efecto, una confluencia misteriosa de pecado y de gracia, pero, a lo largo de la misma, la gracia triunfa sobre el poder del pecado: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20), nos dice el Apóstol san Pablo.

2. A este hermoso puerto, que lleva el nombre de la Verdadera Cruz, cabe la gloria de haber sido la puerta por donde en 1523, bajo el estandarte de la Cruz, llegaron a México los primeros evangelizadores: tres franciscanos, entre los cuales fray Pedro de Gante; un año después, otro grupo de doce religiosos. En San Juan de Ulúa se inició la historia cristiana de vuestra patria; el mensaje de Cristo la ha ido configurando profunda y eficazmente en su mentalidad, en su idiosincrasia, en sus raíces, modelando su fisonomía y contribuyendo más que cualquier otro factor cultural a su identidad étnica y nacional. Todo esto ha hecho que México ocupe el lugar destacado que hoy detenta entre las naciones.

La evangelización entonces iniciada está aún en camino, y este V Centenario debe ser para todos ocasión propicia para darle nueva vitalidad y empuje. Por eso los obispos de toda América Latina se reunirán en Santo Domingo, en 1992, para reflexionar acerca de la situación actual de la Iglesia en esos países y estudiar, bajo la guía del Espíritu Santo, la tarea que entre todos tenemos que llevar a cabo, ya próximos al tercer milenio de la era cristiana. En efecto, la labor de anunciar el Evangelio a todas las naciones, —que como acabamos de escuchar en la lectura del evangelio de san Marcos, Cristo encomendó a su Iglesia— es una responsabilidad que incumbe a todos y cada uno de quienes, por la gracia del Señor, somos y nos llamamos cristianos. Después de cinco siglos de iniciada esta misión eclesial en el nuevo continente, Cristo, resucitado y elevado a la derecha del Padre, nos envía de nuevo a evangelizar a todas las gentes (cf Mt 28,19).

767 La evangelización de América, impulsada por el Señor y fruto de la acción de tantos hombres, tuvo muchas limitaciones y también dificultades que, todavía hoy, esperan un desapasionado estudio de la historia para verlas en su verdadera luz; pero tuvo también grandes aciertos, como lo muestran las espléndidas realizaciones que han servido de pauta y soporte en el caminar de vuestro pueblo durante estos siglos, y que ahora conviene potenciar y revitalizar con una visión cada vez más clara, más solidaria y más fiel a la Palabra del Señor.

3. Diversas figuras, llenas de profundo espíritu de fe y de gran valor humano, pueden servirnos de guía para la renovada evangelización a la que ha sido llamada la Iglesia en América Latina. Recordemos, por ejemplo, a fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la ciudad de México, que mereció el título de “defensor de los Indios” y que tanto se preocupó por la catequesis no sólo de los indígenas sino también de los colonizadores, que juntos dieron origen a vuestra característica raza mestiza. Un primer fruto escogido de esta catequesis fue el indio Juan Diego, a quien he tenido el gozo de beatificar ayer y a quien el Señor eligió, por medio de su Madre, para iniciar la acción evangelizadora de México. Don Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, desarrolló su misión episcopal como auténtico padre de los tarascos, por lo que aún se le llama con cariño “ Tata Vasco ”; con afecto de padre se entregó enteramente a la educación y promoción de los fieles que el Señor le había encomendado; sus “hospitales” eran mucho más de lo que hoy indica ese nombre, porque incluían escuelas, tálleres, almacenes y todos los elementos de un centro artesano y agrícola, con herramientas, instrumentos de labranza, etc. Aún hoy día podemos apreciar la herencia cultural y cristiana de su heroica labor misionera y civilizadora en favor de las poblaciones michoacanas. Fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas, tuvo una actitud poco común en su tiempo al proclamar la dignidad de la persona humana del indígena, y adoptar sus puntos de vista, asumiendo como propios sus sufrimientos, sus tristezas, su estado de postración; siempre estuvo dispuesto a elevar su voz en defensa de los derechos de los más débiles y necesitados, en quienes veía el rostro de Cristo.

He aquí tres figuras diversas, tres modelos distintos de evangelizadores, dignos de un puesto de relieve entre los grandes pioneros de la acción misionera. Ellos tres y otros muchos hicieron vida en México aquellas palabras de san Pablo: “Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda” (
1Co 9,19). Mas el trabajo apostólico de tantos sacerdotes y religiosos debe ser contemplado en el conjunto de la acción misionera de toda la Iglesia, que recibe de Cristo el mandato de ir y predicar el evangelio a todas las naciones. Por ello, con los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Puebla, se ha de decir que: “La obra evangelizadora de la Iglesia en América Latina es el resultado del unánime esfuerzo misionero de todo el pueblo de Dios” (Puebla, 9). Y esta llamada comunitaria a hacer presente la Buena Nueva entre los hombres, continúa siendo viva y exigente en nuestros días.

4. A lo largo de estos cinco siglos vuestra historia cristiana ha recorrido diversas etapas, y hoy la Iglesia que peregrina en México puede justamente gloriarse de ser una comunidad viva, operante y abierta al futuro. Me llena de gozo saber que los católicos mexicanos representáis la cuarta parte de la Iglesia en América Latina; que formáis una gran comunidad de 77 territorios eclesiásticos con una jerarquía enteramente mexicana, que cumple su misión junto con 11.000 sacerdotes diocesanos y religiosos, unos 1.000 hermanos religiosos y más de 32.000 religiosas, que caminan integrados en el pueblo cristiano guiando la peregrinación de la fe.

Vuestra identidad concreta está marcada por muchos elementos raciales, culturales, religiosos, que se han ido fundiendo y configurando en la nación mexicana. Y esta realidad vuestra ha sido escogida por el Señor, para hacer de vosotros “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de su propiedad” (1P 2,9), en una palabra, os ha escogido para ser un pueblo cristiano. En efecto por el bautismo habéis sido incorporados a la Iglesia católica, que ha venido a ser parte constitutiva de vuestra identidad. De esta identidad brota precisamente la siguiente pregunta: ¿cuál es vuestra misión hoy como pueblo cristiano?

La respuesta viene dada por la condición misma de bautizados: haber sido llamados por el Señor para vivir y proclamar su Evangelio en el mundo, a partir de vuestra historia como mexicanos, con sus luces y sombras, pero convencidos de que vuestra misión es la de dar testimonio de vuestra fe ante el mundo.

5. Evangelizar significa anunciar la Buena Noticia. Y la Buena Noticia que el cristiano comunica al mundo es que Dios, el único Señor, es misericordioso con todas sus criaturas, ama al hombre con un amor sin límites y ha querido intervenir personalmente en su historia por medio de su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, para liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias y para hacernos partícipes de su vida divina.

¿Quién es este Dios, el único Señor?

Lo hemos escuchado en la primera lectura bíblica. El profeta Ezequiel nos ha dicho: “Aquí estoy yo: yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez 34,11). El es el Pastor que va en busca de la oveja perdida, que cura a la oveja herida y toma a todas bajo su custodia y amparo (cf. Ibíd., 34, 16). Así lo había hecho con el pueblo escogido sellando con él una alianza e inaugurando una historia de salvación a través de la cual Yahvé conduce y libera a Israel (Libertatis Conscientia, 44). Esto mismo nos enseña el Salmo que hemos proclamado: “El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos: enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel” (Ps 103 [102], 6-7).

Por eso Dios nuestro Señor, en su amor infinito, quiso llevar esa Buena Noticia a todas las naciones, haciendo del pueblo elegido un instrumento para anunciar la salvación prometida: “ Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra ”, leemos en el profeta Isaías (Is 49,6).

6. Esta acción de Dios llega a su cumplimiento en Jesucristo. Y María recibe en la anunciación esta Buena Noticia para luego comunicarla a los demás; en efecto, apenas recibido el mensaje del Señor se dirige a una ciudad de Judá, para llevarlo a Isabel su pariente y proclamar las maravillas del Dios en quien ella ha puesto su fe: “Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1,46-47).

768 Este mismo Dios que en el Nuevo Testamento se nos revela Uno y Trino, se nos ha manifestado en la humanidad de su Hijo Jesucristo, concebido en las entrañas de María. Evangelizar es, en primer lugar, anunciar a Jesucristo: su vida y doctrina, sus valores y opciones, su muerte y resurrección por nosotros. En su predicación y en sus acciones descubrimos lo que significa que Dios es el único Señor, porque todo el misterio de Jesús, sus enseñanzas, sus milagros, su vida están al servicio del reino y Señorío de Dios.

El predicó el Evangelio a los pobres, a los faltos de esperanza, a los pequeños que no tenían voz, a los marginados, a los pecadores, a los considerados impuros en su tiempo como los leprosos, a los paralíticos y ciegos, y en general a todas las personas que necesitaban ser liberadas de algún mal. “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (
Mt 8,17) y nos enseñó que la condición para ser su discípulo es seguirlo.

7. Ya el salmista en el Antiguo Testamento clamaba a Dios: “Envías tu Espíritu y son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Ps 104 [103], 30). Esta oración halla su pleno cumplimiento el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, bajo la acción del Espíritu Santo, comenzaron a poner por obra su vocación de misioneros. Esta misma plegaria acompaña a la iglesia en su tarea de evangelizar al mundo. Y bajo el impulso del mismo Espíritu, nosotros también hemos de continuar la tarea que nos corresponde como Iglesia, como miembros del Pueblo de Dios. En el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia, todos tenemos una misión que cumplir, como nos enseña san Pablo: cada uno según el carisma recibido (cf. 1Co 1Co 12).

Hemos de proclamar pues ante el mundo que sólo Dios es el Señor. Así lo señalaron los obispos en la Conferencia de Puebla, que yo mismo tuve el privilegio de inaugurar en mi primera visita a este querido país hace once años: «Nada es divino y adorable fuera de Dios. El hombre cae en la esclavitud cuando diviniza o absolutiza la riqueza, el poder, el Estado, el sexo, el placer o cualquier creación de Dios, incluso su propio ser o su razón humana. Dios mismo es la fuente de liberación radical de todas las formas de idolatría, porque la adoración de lo no adorable y la absolutización de lo relativo lleva a la violación de lo más íntimo de la persona humana: su relación con Dios y su realización personal. He aquí la palabra liberadora por excelencia: “Al Señor tu Dios adorarás, sólo a El darás culto” (Mt 4,10)» (Puebla, 491).

8. Y el primer medio para proclamar este mensaje, queridos hermanos y hermanas, es el testimonio de vida de hombres y mujeres creyentes que expresen abiertamente su fe siguiendo a Cristo. Por eso decía mi predecesor el Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica sobre la evangelización: “El hombre contemporáneo escucha mejor a los testigos que a los maestros; o si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos” (Evangelii Nuntiandi EN 42).

Anunciemos pues con fuerza al mundo que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, y que —como escribe san Pablo— nosotros participamos de su muerte y resurrección por el bautismo (cf. Rm Rm 6,3-4). Nuestro bautismo y nuestra condición de hijos del mismo Padre nos ha de llevar a mirar a cada hombre como hermano. Por eso, Jesucristo pone como condición para hacernos partícipes de su salvación dar de comer al que tiene hambre, dar de beber al que tiene sed, vestir al desnudo, consolar al triste, porque “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

9. Los principios cristianos que habéis recibido de vuestros mayores han de informar, pues, todas las relaciones humanas. Los valores del Evangelio deben ser la norma del servicio que ha de imperar en la convivencia social: en la política, en la cultura, en la educación, en la vida de familia, en las relaciones laborales. Pero sin confundir nunca ni limitar el Reino de Dios a los logros terrenos, que son sólo una parte, un instrumento. Como han proclamado los obispos en Puebla: “El Reino de Dios pasa por realizaciones históricas, pero no se agota ni se identifica con ellas” (Puebla, 193).

Por último, a la proclamación de la Buena Nueva ha de seguir una sólida catequesis a todos los niveles, particularmente en la familia y en los ambientes juveniles. La invitación a creer ha de ir acompañada por la oportuna instrucción acerca de todo aquello que el Señor, por medio de su Iglesia, ha querido enseñarnos. Sería un error catequizar sin haber evangelizado previamente, como lo sería igualmente evangelizar no atendiendo luego en modo suficiente el instruir en la fe recibida.

La formación cristiana mediante la catequesis llevará a una participación más activa en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia. De esta manera, el pueblo sencillo hallará en esto y en las prácticas de la piedad popular motivaciones para dar razón de su fe. Y así, los ambientes descristianizados se harán más permeables a un reencuentro con el Señor, y la actividad proselitista de las sectas podrá encontrar un freno a las ambigüedades y confusionismo que siembran.

Queridos hermanos y hermanas, pido a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo y Madre nuestra, a la que invocáis con la advocación de Guadalupe, y que fue la primera mujer que recibió el mensaje del Evangelio para anunciarlo a los demás, que sea la “ estrella de la evangelización ” que os guíe en el fiel cumplimiento de esta misión que el Señor os encomienda.

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

SANTA MISA PARA LOS JÓVENES EN LA EXPLANADA DE «EL ROSARIO»



San Juan de los Lagos, México

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Martes 8 de mayo de 1990



Queridos jóvenes:

1. Ha llegado para mí uno de los momentos más esperados de mi viaje a México: el encuentro con vosotros los jóvenes. He sabido la ilusión que habéis volcado en la preparación de esta eucaristía y de cómo os habéis ido preparando en vuestros grupos, parroquias y diócesis mediante la reflexión y la puesta en práctica de lo que habéis llamado “acciones proféticas”. Me ha llenado de gozo ver, en las respuestas que habéis dado a algunas encuestas preparatorias, vuestros deseos, sobre todo, de que el Papa venga como amigo. Sí, queridos jóvenes, muchachos y muchachas de México, me siento vuestro amigo, porque Cristo es vuestro amigo.

En nombre de Cristo quiero, pues, sembrar entusiasmo y esperanza en vuestros corazones. Deseo ofreceros aliento y apoyo para la llamada exigente y comprometida que Cristo dirige a cada uno de vosotros. Pido a Dios que fortalezca vuestra fe y os haga experimentar más y más la ternura y protección de nuestra Madre la Santísima Virgen.

El Papa se siente cercano a vosotros y os tiene muy dentro del corazón porque percibe vuestro afecto y cariño, pero sobre todo porque con vuestras ganas de vivir y luchar abrís horizontes luminosos para la Iglesia de Cristo y para la sociedad actual. Lleváis en vuestras manos, como frágil tesoro, la esperanza del futuro. El Señor tiene su confianza en la savia nueva que late en cada joven, como promesa floreciente de vida. Por eso también deposita en vosotros una exigente responsabilidad en cuanto artífices de una nueva civilización, la civilización de la solidaridad y del amor entre los hombres.

2. El Salmo que hemos recitado en esta celebración eucarística nos ayuda a descubrir el verdadero valor de lo que somos a los ojos de Dios. Su autor, meditando en la quietud de la noche, y como interpretando nuestro propio sentir, se queda anonadado por la profundidad del silencio y la belleza del cielo estrellado. En su interior nace esta reflexión: ¡semejante espectáculo no es más que la huella de la hermosura y bondad del Creador! Admira la Gloria, la Belleza y la Omnipotencia de Dios, pero en vez de sentirse avergonzado por la insignificancia y pequeñez de ser creatura, exclama: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Ps 8,5). El salmista comienza a saborear la ternura gratuita de Dios porque ha comprendido que el objeto de su predilección no es el firmamento sino el hombre en su pequeñez.Cada uno de vosotros, jóvenes amigos, sois los predilectos de la creación de Dios. Por ello habéis sido capacitados por Dios para inundar la tierra de su gloria, de su amor, justicia, vida y verdad. “¿Qué es el ser humano para que le dieses poder?” (Ibíd.). Dios se ha complacido en revestirnos y coronarnos de su misma dignidad y gloria. Pero su gloria, que es también la gloria del Hijo, —“Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti”— (Jn 7,1), está en que deis la vida hasta el extremo, en que sepáis compartir los dones que ha sembrado en vosotros, para hacer presente su reino en medio del mundo.

Jóvenes de México, no destruyáis vuestras cualidades y valores poniéndoos al servicio de los poderes del mal que existen en el mundo. ¿Os dejaréis engañar por estos poderes que pretenden convertiros en títeres e instrumentos fácilmente manipulables al servicio de una cultura insolidaria y sin horizontes? ¿Caeréis en la tentación de alienar el precioso don de vuestra vida con el poder de la droga destructora y asesina, la fuerza cegadora del hedonismo o la prepotencia irracional de la violencia?

3. El Papa sabe que la fuerza de Cristo resucitado, el empuje y lozanía de su Espíritu vivificador no van a desvanecerse en los corazones de los jóvenes mexicanos, protagonistas del tercer milenio ya pronto para amanecer. Con Cristo sois fuertes. Por eso podéis decir siempre con san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Ph 4,13). Si ponéis los cimientos de vuestra fe en la Roca que es Cristo, ninguna tentación de este mundo podrá apartaros del camino que os muestra el Señor. El es nuestra piedra angular (cf. 1P 1P 2,4-9). En El se fundamenta para todos ese nuevo estilo de vida que nos lleva a la plenitud y nos hace crecer en la entrega y amor a los hombres para la construcción de un cielo nuevo y de una tierra nueva (cf. 2P 2P 3,13).

Pero vosotros, jóvenes de México, sabéis muy bien que muchos coetáneos vuestros viven en este mundo como heridos por la desesperanza. El aguijón de la desilusión se ha clavado en ellos. Creen que ya nada ni nadie podrá cambiar el rostro dolorido y sufriente del mundo en que vivimos. Piensan que la marcha de los acontecimientos de la historia es como un barco cuyo único timón está en manos del poder del dinero y en los intereses políticos de unos pocos. Sus vidas se sumergen y se dejan arrastrar por lo que hoy se denomina la crisis de las utopías. La sombra del tedio, del vacío y del desencanto han dejado sus huellas en jóvenes vidas, que deberían ser ilusión y promesa del futuro. Y os preguntáis: ¿Cómo es posible que muchos jóvenes compañeros y amigos nuestros estén cansados y aburridos de la vida antes de empezar a vivirla? ¿Cómo entender que estén ya de vuelta sin haber llegado todavía a ninguna parte?

El mundo de hoy necesita no sólo de la juventud como realidad sociológica, sino de la juventud del Espíritu de Cristo que habita en vosotros. Se necesita escuchar la voz límpida de los jóvenes que han experimentado cómo el fuego del amor de Cristo ardía en sus corazones. ¡Jóvenes, ayudad a vuestros amigos a salir de la cárcel de la indiferencia y la desesperanza! ¡Cristo os llama a resucitar en otros jóvenes la ilusión por la vida!

4. En este tiempo pascual, en que resplandece el fulgor de Cristo resucitado, la Iglesia presenta a nuestra meditación el episodio de Emaús. La noche y la tiniebla de la muerte habían ocultado la figura del Maestro a los ojos de los discípulos, que comenzaron a dispersarse con angustiosa sensación de miedo y fracaso. El Resucitado no se había manifestado aún a los suyos, cuando seguimos la pista de dos de ellos, por qué no jóvenes, que caminan hacia Emaús. El camino hacia Emaús es el camino del desencanto, de la desilusión, del vacío.

770 Hoy son incontables los que van por el camino de Emaús. Emaús es hoy la evasión, el olvido, el hedonismo, la discoteca, la droga, la indiferencia, el pesimismo, los paraísos artificiales en que tantos se refugian.

“Nosotros esperábamos...” (
Lc 24,21) que se lograría un mundo más justo; que la democracia de hecho se convertiría en bastión de derechos humanos; que el desarrollo económico no se haría a costa de los más pequeños y débiles; que el progreso técnico y científico nos haría más felices. Esperábamos tantas cosas, pero todo sigue igual. Por esto es preferible encerrarse en el propio mundo, desentenderse de los demás y que cada uno se las arregle como pueda.

Pero Jesucristo resucitado se hace el encontradizo con los jóvenes para pronunciar en el interior de ellos palabras que vuelvan a despertar la ilusión y el entusiasmo que paraliza el miedo. Según hablaba el Maestro la mente de los discípulos de Emaús se iba encendiendo de esperanza y un fuego irresistible revolucionaba sus corazones.

Jóvenes, no perdáis la esperanza, sois peregrinos de esperanza, como reza el lema de este encuentro. Pues esta esperanza se fundamenta en la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte. Dejad que vuestro corazón se embriague de la Vida que os ofrece Jesús; en El está vuestra auténtica juventud. El nos enseña a renacer a una vida nueva: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5), le dice a Nicodemo. Cristo es el Señor de la Vida y ha venido “para que tengamos vida en abundancia” (c. Ibíd., 10, 10).

5. Modelo de confianza y docilidad a la promesa de vida del Resucitado es para nosotros la comunidad de los Apóstoles reunida en el cenáculo con María, la Madre de Jesús. “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Ac 1,14), hemos escuchado en la primera lectura de nuestra celebración eucarística.

María estaba presente en aquellos momentos cruciales de la historia de la salvación y se preparaba para un nuevo y definitivo nacimiento: la venida del Espíritu Santo. El día de Pentecostés nace la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y en ella nosotros, sus miembros, tenemos como Madre a María.

El significado profundo de esta maternidad espiritual de la Virgen hace que Ella esté también presente en nuestra vida cuando queremos llevar la luz de Cristo a las realidades que nos rodean, a los hermanos y hermanas que esperan nuestra ayuda. Si abrís bien los ojos y miráis a vuestro alrededor veréis mucha tiniebla, mucho dolor y sufrimiento entre vuestros hermanos mexicanos. Sé que el resultado de vuestros análisis, como preparación a este encuentro, os ha hecho descubrir que en vuestro pueblo existen innumerables problemas: el hambre y la desnutrición, el analfabetismo, el desempleo, la desintegración familiar, la injusticia social, la corrupción política y económica, salarios insuficientes, concentración de la riqueza en manos de pocos, inflación y crisis económica, el poder del narcotráfico que atenta gravemente a la salud y la vida de las personas, el desamparo de los emigrantes ilegales e indocumentados a los que tristemente se les llama “espaldas mojadas”, ataques continuos a los valores sagrados de la vida, la familia y la libertad. Ante este panorama de dolor y sufrimiento ¿podéis vosotros permanecer indiferentes, jóvenes mexicanos?

6. En esta hora decisiva de la historia, vosotros, queridos amigos y amigas, estáis llamados a ser protagonistas de la nueva evangelización, para construir en Cristo una sociedad justa, libre y reconciliada. Los hombres de hoy están cansados de palabras y discursos vacíos de contenido, que no se cumplen. El mundo se resiste a creer las palabras que no van acompañadas de un testimonio de vida. Seréis verdaderos testigos cuando vuestra vida se transforme en interrogante para los que os contemplen: ¿por qué actúa así este joven? ¿por qué se le ve tan feliz? ¿por qué procede con tanta seguridad y libertad? Si vivís así, obligaréis a los demás a confesar que Cristo está vivo y presente. Seréis testimonio y prueba de que aceptar a Cristo como camino, verdad y vida (cf. Jn Jn 14,6) llena las más altas aspiraciones del corazón.

Queridos jóvenes: Sentíos enviados a la urgente tarea de anunciar el evangelio a cuantos os rodean. Cristo conoce vuestra fragilidad y limitaciones, pero al mismo tiempo os dice: ¡Animo, no temáis! “ Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Y más aún, queridos jóvenes, Cristo en el momento más sagrado y solemne de su vida nos hizo el más precioso regalo. Era su última voluntad, su tesoro más querido: María, su Madre. Estas fueron sus palabras, que acabamos de escuchar hace unos momentos. Es el “testamento de la cruz”: “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dice a su madre: " Mujer, ahí tienes a tu hijo ". Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" ” (Jn 19,26-27).

Con este encargo Jesús entrega a María por Madre a toda la humanidad en la persona de Juan, el joven discípulo amado. Jesucristo convierte así a todos los redimidos en hijos de María. A partir de este momento nadie en el mundo estará realmente solo y abandonado, en la travesía de la vida. ¡Jóvenes, María camina con vosotros! Ella también nos repite junto a su Hijo: “ No temáis, yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos ”. Cristo nos ha hecho el mejor de los regalos: seguir presente entre nosotros por medio de la solicitud y la protección materna de María de Nazaret.

771 7. Jóvenes que me escucháis: en los momentos en que os asalte la duda, la dificultad, el desconsuelo, sabed que la Virgen María es para vosotros consolación y paz. María os pide vuestro sí. Os pide la entrega radical a Cristo. Os pide que os atreváis a seguirle poniendo vuestras vidas en las manos de Dios, para que os convierta en instrumentos de un mundo mejor que éste en que vivimos. María espera de vosotros que respondáis generosamente a la llamada de su Hijo si El os lo pide todo. No tengáis miedo si el Señor os llama para una vocación de consagración especial. Ciertamente, Cristo pide la vida entera, una entrega radical y sin límites.

Imploro a María, nuestra Madre de Tepeyac, que acompañe y bendiga en vosotros a todos los jóvenes de México.

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

SANTA MISA Y ORDENACIONES SACERDOTALES

EN LA PLAZA DE LA SORIANA




Durango (México) - Miércoles 9 de mayo de 1990



“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos” (Jn 15,13).

1. Estas palabras que Cristo en la Ultima Cena dirigió a sus Apóstoles recién elegidos para renovar entre los hombres el sacrificio eucarístico, me hacen sentir muy unido a vosotros, amadísimos ordenandos. Nuestra mirada de fe y nuestros corazones movidos por el amor quieren hacer propias estas palabras que el Señor, nuestro Maestro, pronunció cuando instituyó la eucaristía y el sacerdocio ministerial, la víspera de su sacrificio en la cruz.

En esta ordenación de sacerdotes, en la que estamos participando, vislumbro la emoción de todos los presentes. Confluyendo sobre cada uno de estos queridos candidatos al presbiterado adivino —cual insondables torrentes de gracia— las oraciones y los trabajos de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas, de tantos enfermos, de tanta gente sencilla, de tantos bienhechores. Asimismo, no puedo dejar de recordar el mérito —las más de las veces callado— de tantos sacerdotes que os precedieron, los cuales, con su vida santa y en ocasiones con su martirio, han hecho posible en el día de hoy esta ordenación tan numerosa.

Me es grato saludar con sincero afecto a monseñor Antonio López Aviña, pastor de esta arquidiócesis de Durango, así como a los demás obispos de esta región pastoral y de la vecina diócesis de Torreón. Mi cordial saludo igualmente a las autoridades civiles y militares que participan en este encuentro.

Sed bienvenidos, amadísimos hermanos y hermanas, a esta celebración eucarística que llena de gozo a la Iglesia entera porque un grupo tan numeroso de hijos de México van a ser ordenados sacerdotes para servir al pueblo de Dios. Con las palabras del salmista os invito a todos a expresar vuestra gratitud al Señor, pero especialmente los que vais a recibir el sacramento del orden. “ Cantaré eternamente las misericordias del Señor ” (Ps 88 [87], 2; cf. Is Is 63,7).

2. Amadísimos en el Señor, la vocación sacerdotal es un don incomparable para toda la Iglesia, y vosotros habéis sido elegidos para ser, en la comunidad eclesial, signo personal y sacramental de la presencia, de la acción salvífica y del amor del Buen Pastor, “ para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ep 4,12).

Con palabras de san Pablo, también yo “os exhorto a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados” (Ibíd. 4, 1). Esta elección es para siempre. Es una opción de amor, fuente de vuestra alegría y de vuestra santidad. Me uno, pues, a vuestro gozo, que es también el gozo de todo el pueblo de Dios, porque sois amados y elegidos para siempre.

3. El don del sacerdocio es una opción por el amor: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros” (Jn 15,9), dice el Señor. El amor que os tiene Cristo arranca del amor eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso se manifiesta con una máxima expresión: “ Nadie tienen mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Ibíd., 15, 13).


B. Juan Pablo II Homilías 765