B. Juan Pablo II Homilías 1052

1052 3. Si es verdad que Dios está en el mundo y que tiene cierta inmanencia, es ante todo verdad que es trascendente, «más allá» del mundo y, por consiguiente, no es posible identificarlo con él. No hay que buscarlo en el mundo como si sólo fuera el misterio más profundo de todo lo visible. Al contrario, es preciso, en primer lugar, buscarlo «arriba »: él es el Señor del cielo y de la tierra. En virtud de esta trascendencia absoluta, el Hijo de Dios vino al mundo, se hizo hombre naciendo de una Virgen; vivió y sufrió la muerte por la verdad que anunciaba. Más aún, en realidad, no sufrió la muerte, sino que la afrontó. No quiso que ella venciera, sino que rompió sus vínculos y volvió al Padre, del que había salido. De este modo, Cristo señaló a los hombres que viven en la tierra que su destino es la unión con Dios: el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, sólo puede realizarse en unión con su Redentor y Salvador.

Sí, en Jesucristo, el Padre creó el mundo; en él lo redimió. Cristo, con su muerte y resurrección, anunció y realizó la verdad sobre la creación y la redención, y la encomendó a la Iglesia, como contenido de su perenne misión.

4. Jesús transmitió esta verdad salvífica a los discípulos, junto con su mandamiento: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (
Jn 15,12).

Queridos hermanos y hermanas, que habéis formado la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, hoy el Señor crucificado y resucitado os repite esas palabras, renovándoos la invitación a evangelizar vuestro continente. A vosotros, en particular, venerados hermanos en el episcopado, os dice: «Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). Y a todos dice: «Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,17).

Como Sucesor del apóstol Pedro, tengo el honor y la alegría de repetir esas palabras, después de haber compartido con vosotros, en los días pasados, la extraordinaria experiencia del Sínodo. Hemos experimentado juntos nuevamente el amor de Cristo, y juntos hemos constatado los frutos de la acción del Espíritu Santo en Asia. La misión evangelizadora de la Iglesia es servicio de amor al continente asiático. Y, aunque la comunidad cristiana constituya sólo «un pequeño rebaño» con respecto al conjunto de la población, Dios realiza por medio de ella su plan de salvación, que llevará a cumplimiento si encuentra en todos una cooperación generosa y pronta.

Amadísimos hermanos, precisamente por eso, quisiera repetiros: permaneced en el amor del Señor, como los sarmientos en la vid (cf. Jn Jn 15,5), y daréis frutos abundantes de vida nueva entre las naciones de Asia.

5. Entre los pueblos de ese gran continente no puedo menos de mencionar, en particular, a la nación china, que es la más numerosa. A vosotros, queridos hermanos y hermanas de la Iglesia católica que está en la China continental, deseo manifestaros, una vez más, mi afecto y la tristeza que he sentido por el hecho de que el obispo de Wanxian y su coadjutor no hayan podido venir a Roma para participar personalmente en el Sínodo. Las palabras con que monseñor Matías Duan Yinming expresó su fidelidad al Sucesor de Pedro y su comunión con la Iglesia universal nos han conmovido. Los padres sinodales, procedentes de todos los países de Asia, siempre han considerado presentes en espíritu a sus hermanos chinos y albergan la esperanza de que pronto se superen las actuales dificultades, para que en una próxima ocasión esos obispos puedan reunirse con los demás pastores de la Iglesia.

Todos esperamos que, mientras la República Popular China se abre cada vez más al resto del mundo, también a la Iglesia en China se le permita tener mayor contacto con la Iglesia universal. Pidamos al Espíritu Santo que derrame sus dones sobre los fieles chinos y los guíe hacia la verdad completa (cf. Jn Jn 16,13), para que el anuncio del Evangelio en China, aun entre numerosos sufrimientos, dé abundantes frutos.

6. En la liturgia del tiempo pascual nos acompaña la lectura de los Hechos de los Apóstoles, que nos ayuda a comprender que también en nuestro tiempo la Iglesia sigue añadiendo nuevos capítulos a la historia de la salvación. Como san Lucas redactó los Hechos para que las futuras generaciones de cristianos no olvidaran su origen apostólico, así también nosotros, con esta Asamblea sinodal, hemos escrito una nueva página de vida eclesial en el continente asiático en nuestro siglo. Esta página se añade, en cierto sentido, al relato de los Hechos de los Apóstoles.

Extendiendo la mirada a toda Asia, los trabajos sinodales nos han permitido constatar cómo el Evangelio ha arraigado en ese gran continente a lo largo de los últimos dos mil años. Ciertamente, por su número, los cristianos siguen siendo una minoría en él, y esa situación constituye para ellos un desafío constante, que estimula a la Iglesia a dar su testimonio con particular valentía. ¿Cómo olvidar que Jesús nació en la singular encrucijada del mundo donde Asia confina con África y Europa? Vino al mundo para todos los continentes, pero para Asia de modo especial; y, por eso, Asia podría reclamar un derecho de prioridad. Cristo vivió en una parte de Asia. Allí realizó la obra de la redención del mundo; allí instituyó la Eucaristía y los demás sacramentos; allí resucitó de entre los muertos.

7. «Durante todo el tiempo que convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que ascendió al cielo» (cf. Hch Ac 1,21-22), el Señor Jesús, que nació en Asia, sembró en ese continente la semilla de la salvación para todos los pueblos.

1053 Al final del segundo milenio, prosigue el camino de los sucesores de los Apóstoles en todas las partes del continente asiático, donde anuncian la misma verdad y lo hacen con el mismo celo apostólico y misionero, repitiendo y testimoniando: «Jesucristo es el Salvador».

Amadísimos hermanos y hermanas, continuad esta misión de amor y servicio en Asia. Que os sostenga la maternal protección de María, Madre de la Iglesia y del pueblo asiático; y que intercedan por vosotros los mártires, los santos y los beatos de Asia. Permaneced fieles al amor de Cristo, que os ha llamado y destinado a ser sus discípulos, «para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto dure» (
Jn 15,16)

Amén.







VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DEDICADA A LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA



Domingo 17 de mayo de 1998



1. «El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, ser á quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14,26).

Durante la última cena, antes de afrontar los acontecimientos dramáticos de la pasión y muerte en la cruz, Jesús promete a los Apóstoles el don del Espíritu. El Espíritu Santo tendrá la misión de «enseñar» y «recordar» sus palabras a la comunidad de los discípulos. El Verbo encarnado, a punto de volver al Padre, anuncia la venida del Espíritu Santo, que ayudará a los discípulos a comprender a fondo el Evangelio, a encarnarlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante a través de su testimonio personal.

Desde entonces, los creyentes continúan siendo guiados por el Espíritu Santo. Gracias a su acción comprenden, cada vez con mayor conciencia, las verdades reveladas. Esto lo subraya el concilio Vaticano II a propósito de la tradición viva de la Iglesia, que «con la ayuda del Espíritu Santo (...) camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios» (Dei Verbum DV 8).

2. «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros» (Ac 15,28).

Ya desde los comienzos, la comunidad apostólica de Jerusalén se siente responsable de conservar fielmente el patrimonio de verdad que Jesús le ha dejado. También es consciente de poder contar con la asistencia del Espíritu Santo, que guía sus pasos; por eso, recurre dócilmente a él en cada ocasión. Lo vemos asimismo en la narración de la primera lectura de hoy, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles. Después de haber reflexionado sobre las obligaciones que había que imponer a los paganos que se convertían al cristianismo, los Apóstoles escriben a las comunidades griegas: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros» (Ac 15,28).

Pedro, Santiago, Pablo y los demás Apóstoles son plenamente conscientes de la tarea que les ha confiado el Señor. Deben proseguir su misión salvífica con generosa disponibilidad al Espíritu Santo, para que por doquier se difunda el Evangelio, semilla de nueva humanidad. Esta es una condición indispensable para que el reino de Dios avance por los caminos de la historia.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia dedicada a la Asunción de la Virgen María en el Tufello, me alegra mucho estar hoy aquí, en medio de vosotros, y conocer vuestra comunidad y vuestro barrio. Gracias por vuestra cordial acogida. Vuestra parroquia, situada en una zona periférica de la ciudad, tiene muchos rasgos en común con la de San Esteban protomártir, en Tor Fiscale, que visité el pasado 26 de abril. En efecto, no faltan tampoco aquí, desgraciadamente, preocupaciones y problemas sociales de notable relieve.

1054 Pienso, por ejemplo, en la ausencia de lugares de reunión, en el alto índice de desempleo, en la presencia de tantas personas ancianas, que necesitan de cuidado y asistencia, y en el triste fenómeno de la droga, sin que haya a nivel local iniciativas de prevención y recuperación de los toxicómanos. En este ambiente, tienen mayor valor aún los esfuerzos que estáis realizando para responder a estos desafíos con intervenciones concretas y animadas por una entrega generosa.

Hoy he venido a vosotros para expresaros mi aprecio por cuanto ya estáis haciendo, en comunión con toda la comunidad diocesana, y os animo a proseguir en vuestra actividad social y pastoral.

Saludo atentamente al alcalde y a las autoridades presentes. Saludo cordialmente al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector y a vuestro joven párroco, don Rosario Matera, que dentro de pocos días celebrará el décimo aniversario de su ordenación sacerdotal: se ve y se siente que es joven. Le deseamos un generoso y fecundo ministerio. Mi afectuoso saludo se extiende a los sacerdotes que colaboran en las actividades de la parroquia y al anterior párroco, monseñor Luigi Carletti, que durante veintiún años dirigió vuestra familia parroquial.

Saludo a las religiosas de la «Sagrada Familia del Sagrado Corazón», que prestan su valioso servicio a los ancianos en la residencia que dirigen; y a las «Hermanas de los Ángeles, Adoradoras de la Santísima Trinidad», que, además de asegurar una diligente colaboración en las actividades parroquiales, dirigen un jardín de infancia y una escuela primaria. Mi saludo va a todos los miembros de los distintos grupos parroquiales, que sé que están fuertemente comprometidos en lograr que la parroquia exprese cada vez mejor su propia identidad de «familia de familias», centro de unión social para todo el barrio, y lugar donde se crece en la atención a las necesidades de las personas y donde se anuncia con valentía el Evangelio, favoreciendo el encuentro con Cristo Señor.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, para alcanzar estos objetivos apostólicos, vuestra comunidad ha puesto justamente como centro y fulcro de su acción misionera el anuncio de Cristo, para suscitar y alimentar la fe; la liturgia, para celebrarla con alegría; y la caridad, para testimoniarla concretamente.

Sé que, gracias a la misión ciudadana, en el ámbito de vuestra parroquia ciento veinte misioneros han ido de casa en casa y se han organizado treinta centros de escucha, preparando así la visita pastoral a todas las familias, que el párroco quiere realizar el año próximo. ¡Me alegro y os felicito por este fervor de iniciativas espirituales, estimuladas por la misión! Seguid presentes incisivamente en el territorio, con auténtico espíritu misionero. Sed una comunidad totalmente misionera que, como la levadura, haga crecer la esperanza en el barrio. Ojalá que el tiempo de gracia de la misión ciudadana lleve vuestra acción evangelizadora a donde la gente vive, estudia y trabaja, a los lugares de la alegría y el sufrimiento, de la fiesta y el devenir diario de los acontecimientos.

Y no os desaniméis si a veces vuestras fuerzas os parecen limitadas o inadecuadas ante la amplitud de la misión. En el evangelio de hoy, Jesús asegura que el Paráclito, el Espíritu Santo mandado por el Padre en nombre de Jesús, está siempre con nosotros. Él es el agente principal de la obra de la nueva evangelización. Enseña a los discípulos y, por tanto, a nosotros, todas las cosas y nos recuerda todo lo que Jesús dijo.

5. «Es su templo el Señor Dios todopoderoso y el Cordero» (
Ap 21,22). La visión de la ciudad celestial, descrita en el libro del Apocalipsis, orienta nuestra mirada hacia la meta a la que tiende el camino de toda la humanidad: la comunión perfecta con Dios.

Amadísimos hermanos y hermanas, sostenidos por esta esperanza y atraídos por el resplandor de la luz divina, intensifiquemos los pasos de nuestro itinerario espiritual hacia el Señor. Mientras se acerca el gran jubileo del año 2000, en este año dedicado de modo particular al Espíritu Santo, invoquemos con fe su presencia viva y su apoyo.

El Espíritu Santo nos ilumine a todos y, en particular, a vuestra comunidad parroquial; la disponga a acoger sus siete santos dones y a ser valiente e intrépida, para anunciar con alegría a todos a Jesús muerto y resucitado, salvación de cuantos acuden a él con confianza.

María, que en este mes de mayo se hace peregrina en las casas de vuestra parroquia con la visita de su venerada imagen, os proteja con su ayuda materna. Ella os haga discípulos cada vez más conformes con su Hijo divino, y convierta vuestra parroquia en una comunidad de hermanos dispuestos a testimoniar el Evangelio con la vida. Amén.



VISITA PASTORAL A LAS ARCHIDIÓCESIS DE VERCELLI Y TURÍN



EN LA MISA DE BEATIFICACIÓN


DEL PRESBÍTERO SECONDO POLLO


1055

Vercelli, Plaza de la Catedral

Sábado 23 de mayo de 1998



«A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días» (Ac 1,3).

1. ¡Cuarenta días! La solemnidad de la Ascensión de Cristo al cielo concluye el período de cuarenta días a partir del domingo de Resurrección. Existe un significativo paralelismo litúrgico entre el tiempo cuaresmal y el pascual, una singular convergencia espiritual, que abre a nuevos horizontes para la vida cristiana: la Cuaresma lleva a la Resurrección; los cuarenta días después de la Pascua son la preparación para la Ascensión.

La Cuaresma, al remitirse idealmente a los cuarenta años de camino de Israel hacia la Tierra prometida, muestra en el Nuevo Testamento el itinerario de los creyentes hacia el misterio pascual, culminación y punto clave de la historia de la humanidad y de la economía de la salvación. Los cuarenta días que preceden a la Ascensión simbolizan el camino de la Iglesia en la tierra hacia la Jerusalén celestial, en la que entrará al fin junto con su Señor.

En los acontecimientos pascuales, Jesús revela la plenitud de la vida inmortal. En la cruz, vence a la muerte, y, mediante su sacrificio, ilumina con una luz nueva toda la existencia humana. Esto es lo que ponen de relieve los textos litúrgicos de la solemnidad de la Ascensión y, especialmente, el pasaje de la carta a los Hebreos que acabamos de escuchar: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (He 9,27). Cristo resucitado y transfigurado en la gloria, como sacerdote eterno de la nueva Alianza, no entra «en un santuario hecho por mano de hombre (...), sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (He 9,24).

Esta conciencia aumenta en la contemplación de los misterios sagrados y da un sentido nuevo a la vida diaria, proyectándola constantemente hacia las realidades últimas y eternas. El cielo es nuestra morada definitiva, como sugiere el apóstol Pablo: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3,1-2).

2. Así lo hizo don Secondo Pollo, a quien esta tarde tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares. Constituye uno de los muchos testimonios de la presencia y de la acción de Jesús resucitado en la historia del mundo.

Don Secondo es un ejemplo de sacerdote valiente que, en el arco de una breve existencia, supo alcanzar la cumbre de la santidad. La víspera de su ordenación sacerdotal, el nuevo beato ya manifestaba con lúcida determinación su propósito de acoger sin reservas en su vida el exigente programa del Evangelio. «Llegar a ser santo»: este fue su ideal, y por él se esforzó a diario. Guiado por este propósito, vivió intensamente su ministerio sacerdotal, buscando y siguiendo asiduamente la voluntad de Dios.

La Providencia le encomendó numerosas y difíciles tareas en el ámbito de la Iglesia de Vercelli. Fue educador de fina intuición pedagógica en los seminarios diocesanos, donde desempeñó los cargos de profesor y padre espiritual. Primero se convirtió en discípulo y servidor diligente de la palabra de Dios a través del estudio asiduo de las disciplinas sagradas y la intensa actividad de predicador. Fue generoso dispensador de la misericordia divina en la administración del sacramento del perdón. Trabajó con entusiasmo entre los jóvenes como asistente de la Acción católica, hasta seguirlos en la tormenta de la guerra como capellán de los alpinos. Precisamente en el ejercicio heroico de la caridad, este joven sacerdote de Vercelli entregó su alma a Dios, dejando a los capellanes militares de todo el mundo un ejemplo de cómo se ama y sirve a sus hermanos bajo las armas, y a los alpinos un modelo y un protector en el cielo.

Dos fueron los secretos de la ascensión de don Secondo a las cumbres de la santidad: su unión constante con Dios a través de la oración, y su profunda devoción a la Madre celestial, María. Su diálogo asiduo con Dios y su amor filial a la Virgen fortalecieron su particular caridad pastoral, que se presenta como la síntesis más alta y característica de su ministerio sacerdotal. Vivió totalmente para sus hermanos, concluyendo su aventura terrena el día de san Esteban, casi imitando al ardiente testigo, «lleno del Espíritu Santo», del que habla el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch Ac 7,55).

1056 Demos gracias al Señor por el don de este beato y por todos los santos y beatos que, en Cristo, único mediador de salvación, constituyen un «puente» entre Dios y el mundo, reflejando e irradiando la luminosidad del cielo sobre la humanidad peregrina por los caminos de la tierra.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, me alegra encontrarme entre vosotros en este día de fiesta para la diócesis de san Eusebio y celebrar para vosotros esta solemne eucaristía.

Saludo a cada uno de los presentes y, en particular, al pastor de vuestra archidiócesis, el querido monseñor Enrico Masseroni. Saludo, asimismo, a su predecesor, el querido arzobispo Tarcisio Bertone. Saludo a los cardenales, a los arzobispos, a los obispos y a los demás prelados presentes. Saludo a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los representantes de las asociaciones y de los movimiento eclesiales. Dirijo un saludo deferente al representante del Gobierno y a las autoridades civiles y militares, a la vez que expreso mi agradecimiento a cuantos han brindado generosamente su colaboración para la realización de mi visita pastoral.

Me complace recordar, en este momento, también a monseñor Albino Mensa, que durante muchos años fue pastor celoso y apreciado de vuestra diócesis y que, al comienzo de este año, fue llamado al premio eterno. Sé cuán vivo es entre vosotros el recuerdo de su servicio apostólico, impregnado de amor a la Eucaristía. «Puedo afirmar con verdad .ha dejado escrito en su .testamento espiritual.. que la Eucaristía, como sacrificio y como sacramento, ha iluminado y transformado progresivamente mi vida de sacerdote y de obispo ». Que el Señor lo acoja en su reino de paz y le conceda la justa recompensa que asegura a sus servidores fieles.

4. Queridos hermanos en el sacerdocio, deseo dirigirme de modo especial a vosotros en este día que podemos considerar, en cierto sentido, vuestro día, a causa de la beatificación de vuestro hermano don Secondo Pollo. Es un amigo y un modelo para cada uno de vosotros: un ejemplo concreto de la santidad que se puede alcanzar mediante el esfuerzo diario del ministerio; un modelo de docilidad al Espíritu Santo, que ayuda a realizar de modo extraordinario incluso las acciones más ordinarias de vuestra misión pastoral.

Don Secondo Pollo es, además, un modelo que hay que indicar a todos los cristianos y, especialmente, a los fieles de vuestra diócesis. Recuerda a todos que la santidad es comunión con Dios, fidelidad al Evangelio y amor a los hermanos. La santidad es vocación de todo el pueblo de Dios. Nuestro beato testimonia que seguir a Jesús es empresa exigente, pero también fuente de alegría exaltante, porque a través de la cruz se llega a compartir la alegría de la resurrección. La vida de don Secondo, inmolada en la violencia de la guerra, se convierte hoy en un llamamiento urgente a la paz, que debe ser un compromiso compartido por todos los pueblos y todas las naciones.

5. Y ¿cómo olvidar que este valiente sacerdote, formado en la escuela del Evangelio, fue hijo devoto de María? Alimentó su amor a la santísima Virgen en la fuente de la secular devoción mariana, que constituye el hilo de oro de la tradición cristiana de Vercelli. Lo atestiguan los grandes santuarios de Oropa y Crea, que, fuera de sus confines, miran desde lo alto a vuestra comunidad, casi representando físicamente la mirada vigilante de la Madre sobre sus hijos devotos. Lo testimonian, también, los numerosos santuarios marianos y las muchas iglesias dedicadas a la Virgen, esparcidos por todo el territorio de Vercelli.

El nuevo beato invita a vuestra comunidad eclesial a renovar su consagración a María, Reina de todos los santos y Madre de la Iglesia. Que ella disponga el corazón de cada uno a la escucha dócil del Espíritu Santo, especialmente en este año dedicado a él. Más aún, que impulse a todos a contemplar el gran jubileo, ya cercano, con el deseo de una auténtica renovación de la vida cristiana, personal y comunitaria.

6. Volvamos a la Ascensión: «Mientras los bendecía, (Jesús) se separó de ellos y fue llevado al cielo» (
Lc 24,51).

El encuentro del Resucitado con sus discípulos concluye con dos gestos, que san Lucas refiere al final de su evangelio, mientras narra el acontecimiento de la Ascensión: la despedida del Señor resucitado que bendice a los Apóstoles y la actitud de éstos.

La bendición de Cristo glorioso suscita en los discípulos la adoración y la alegría. Así, el misterio de la Ascensión asume el tono solemne de una liturgia armoniosa. Los discípulos reconocen en Jesús al Señor victorioso sobre la muerte y, al mismo tiempo, comprenden el significado profundo de su misión.

1057 Su corazón está embargado de estupor y alabanza; no es la melancolía de un adiós, sino el gozo por la certeza de una presencia renovada. Jesús se oculta a los ojos físicos de sus discípulos, para hacerse presente a los ojos de su corazón; se libera de los límites del espacio y del tiempo, para hacerse presente al hombre de todos los tiempos y lugares, y ofrecerles a todos el don de la salvación.

Como los Apóstoles, como san Eusebio, como la multitud de los santos y beatos de esta ilustre Iglesia, a la que hoy se añade don Secondo Pollo, también nosotros tenemos la certeza de su presencia.

Sí. Cristo está con nosotros, dentro de nosotros; está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.



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DURANTE LA MISA DE BEATIFICACIÓN DE TRES SIERVOS DE DIOS


Turín, Plaza Vittorio Veneto

Domingo 24 de mayo de 1998



«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos» (Ac 1,8).

1. Jesús pronuncia estas palabras antes de su ascensión al cielo. Con ellas, traza a su Iglesia el futuro programa, la misión, y llama a realizarlo a cuantos han sido testigos.

Ante todo, a los Apóstoles, que habían «visto» los acontecimientos de la pasión: habían quedado desconcertados cuando él fue crucificado, y después se habían regocijado por su resurrección. En el misterio pascual, Cristo manifiesta toda la verdad de su filiación divina y de su misión mesiánica. En el camino de Emaús, explica a los dos discípulos que el Mesías debía padecer todo eso para entrar así en la gloria del Padre (cf. Lc Lc 24,26). Ahora, en el momento de dejar la tierra para volver al cielo, pide a los «suyos» que se conviertan en testigos de esos hechos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y en todo el mundo.

La enseñanza que deberán propagar no es un sistema abstracto de ideas, sino la Palabra relacionada con una realidad viva. Y precisamente en virtud de esa Palabra, la Iglesia se difundirá en todo el mundo.

Esta Palabra, llevada más allá de los confines de Palestina por los primeros testigos, ha engendrado una multitud innumerable de nuevos testigos en todos los rincones del mundo. No conocemos los nombres de la mayor parte; pero la Iglesia guarda un vivo recuerdo de algunos de ellos. Por ejemplo, de los que hoy son proclamados beatos aquí, en Turín: Teresa Bracco, Giovanni Maria Boccardo y Teresa Grillo Michel.

2. Don Giovanni Maria Boccardo fue un hombre de profunda espiritualidad y, a la vez, un apóstol dinámico, promotor de la vida religiosa y del laicado, siempre atento a discernir los signos de los tiempos. Escuchando, en la oración, la palabra de Dios, maduró una fe vivísima y profunda. Escribió: «Sí, Dios mío, lo que quieres tú, lo quiero también yo».

1058 Y ¿qué decir de su infatigable celo en favor de los más pobres? Supo acercarse a todas las miserias humanas con el espíritu de san Cayetano de Thiene, espíritu que infundió en la congregación femenina que fundó para el cuidado de los ancianos y los enfermos, y para la educación de la juventud. Hizo suya la invitación evangélica: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33).

Como el santo cura de Ars, del que era devoto, indicó a sus parroquianos, con su palabra y sobre todo con su ejemplo, el camino del cielo. El día de su ingreso en Pancalieri como párroco, dijo a los fieles: «Vengo aquí, queridos hermanos, para vivir como uno de vosotros, como vuestro padre, vuestro hermano y vuestro amigo, y para compartir con vosotros las alegrías y las penas de la vida (...). Vengo como servidor de todos, y cada uno podrá disponer de mí, y yo me consideraré siempre dichoso y feliz de poderos servir, buscando sólo hacer el bien a todos».

Se declaraba siempre hijo devoto de la Virgen, y a ella recurría con constante confianza. A una persona que le preguntó: «¿Es tan difícil ganar el Paraíso?», le respondió: «Sé devoto de María, que es su .puerta., y entrarás». Su ejemplo sigue vivo en la memoria de la gente, que a partir de hoy puede invocarlo como intercesor en el cielo.

3. Otro testigo de luminosa caridad evangélica es Teresa Grillo Michel, llamada por el Señor a difundir el amor, sobre todo entre los más pobres, mediante la congregación, fundada por ella, de las Hermanitas de la Divina Providencia.

De familia aristocrática y rica, siguió primero la vocación al matrimonio, casándose con el capitán de los bersaglieri Giovanni Battista Michel; pero, al quedar viuda a los 36 años, sin tener hijos, se sintió impulsada a entregarse completamente al servicio de los últimos. Así, se convirtió en madre de muchos abandonados: huérfanos, ancianos y enfermos. «Los pobres aumentan cada vez más, y quisiera poder extender mis brazos para acoger a muchos bajo las alas de la divina Providencia», dijo cuando comenzó su obra en Alessandria, su ciudad natal.

En el centro de su vida espiritual y de la vida de sus religiosas está la Eucaristía, cuya imagen quiso que estuviera muy visible en el hábito religioso. Teresa se inspiraba y sacaba fuerzas de su prolongada oración ante el santísimo Sacramento para su entrega diaria, así como para sus valientes iniciativas misioneras, que la llevaron muchas veces a Brasil.

Esta generosa hija del Piamonte sigue las huellas de los santos y beatos que, a lo largo de los siglos, han llevado al mundo el mensaje del amor divino a través del servicio efectivo a sus hermanos necesitados. Demos gracias a Dios por el vivo testimonio de santidad de esta mujer, que enriquece a vuestra región y a la Iglesia entera.

4. Si en Giovanni Maria Boccardo y Teresa Grillo Michel resplandece sobre todo la virtud de la caridad, en Teresa Bracco brilla la castidad, defendida y testimoniada hasta el martirio. Tenía veinte años cuando, durante la segunda guerra mundial, prefirió morir con tal de no ceder ante la violencia de un militar que atentaba contra su virginidad. Esa actitud valiente era la consecuencia lógica de una firme voluntad de mantenerse fiel a Cristo, según su propósito manifestado muchas veces. Cuando supo lo que había sucedido a otras jóvenes en ese período de desórdenes y violencias, exclamó sin dudar: «Antes que ser profanada, prefiero morir».

Eso fue lo que sucedió durante una redada. El martirio fue el coronamiento de un camino de maduración cristiana, realizado día tras día, con la fuerza que le daban la comunión eucarística diaria y una profunda devoción a la Virgen Madre de Dios.

¡Qué significativo testimonio evangélico para las jóvenes generaciones que se acercan al tercer milenio! ¡Qué mensaje de esperanza para quien se esfuerza por ir contra corriente frente al espíritu del mundo! Sobre todo a los jóvenes les señalo el ejemplo de esta muchacha, que la Iglesia hoy proclama beata, para que aprendan de ella la límpida fe testimoniada en el esfuerzo diario, en la coherencia moral sin componendas, y en la valentía de sacrificar también, si fuera necesario, la vida para no traicionar los valores que dan sentido a la existencia.

Pensando en el ambiente rural en que creció Teresa, me complace dirigir unas palabras de afecto a los agricultores de la región de Langhe y de todo el Piamonte, que han venido en gran número hoy para rendirle homenaje y encomendarse a su intercesión. También quisiera enviar mi saludo a las monjas de la cartuja de la Trinidad, situada cerca de la zona donde tuvo lugar el martirio de Teresa. Estas hermanas nuestras, fieles a la regla que las consagra a la oración y a la contemplación, en la soledad y el silencio, aunque están ausentes físicamente, se hallan presentes espiritualmente en esta solemne celebración.

1059 5. Las figuras de los nuevos beatos nos remiten con el pensamiento al cielo, en el que entró el Señor en el misterio de su Ascensión. Nos ha hablado de él en términos muy sugestivos la carta a los Hebreos, poniendo ante nuestros ojos a Cristo que penetró como sumo Sacerdote, no «en un santuario hecho por mano de hombre (...), sino en el mismo cielo (...), para la destrucción del pecado mediante su sacrificio» (He 9,24 He 9,26). Se trata de una perspectiva que nos permite comprender mejor el mensaje de la Sábana santa, icono conmovedor de la pasión de Cristo. Doy gracias al Señor porque me ha dado la oportunidad de volver a Turín para contemplar esta tarde, una vez más, este extraordinario testimonio de los sufrimientos de Cristo.

Me alegra saludar nuevamente a todos los presentes, comenzando por el arzobispo de Turín, el querido cardenal Giovanni Saldarini, así como a los obispos del Piamonte y a las autoridades civiles, en especial al representante del Gobierno italiano. Saludo al clero, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos comprometidos y a todos los presentes, en particular a los peregrinos que han venido con devoción a rendir homenaje a la Sábana santa.

¡La Sábana santa! ¡Qué elocuente mensaje de sufrimiento y amor, de muerte y vida inmortal! Nos permite comprender las condiciones a través de las cuales quiso pasar Jesús antes de subir al cielo. Este preciosísimo lienzo, con su elocuencia dramática, nos ofrece el mensaje más significativo para nuestra vida: la fuente de toda existencia cristiana es la redención que nos consiguió el Salvador, que asumió nuestra condición humana, sufrió, murió y resucitó por nosotros.

La Sábana santa nos habla de todo esto. Es un testimonio único.

6. Los beatos que hoy veneramos por primera vez acogieron e hicieron suyo ese mensaje salvífico. Al contemplarlos, la Iglesia exulta. Exulta en el Espíritu, porque en ellos ya vislumbra la patria celestial, la casa gloriosa de Dios, en la que nos esperan a todos. «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones (...); voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2), dijo Jesús a sus discípulos la víspera de su pasión. Los nuevos beatos ya llegaron al lugar que les preparó Cristo, tras su ascensión al cielo.

Ahora el compromiso pasa a nosotros, peregrinos, aún de camino en la tierra. Después de la Ascensión de Jesús, dos ángeles preguntaron a los Apóstoles: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? El mismo Jesús (...) volverá» (Ac 1,11). La pregunta va dirigida también a nosotros: ahora estamos en el tiempo de la espera, activa y vigilante, del regreso glorioso de Cristo.

Nuestro espíritu, animado por una gran esperanza, se alegra e invoca: «¡Ven, Señor, Jesús!». Y la respuesta, recogida en el libro del Apocalipsis, colma de alegría nuestro corazón y el de todo creyente: «Sí, vengo en seguida. Amén» (Ap 22,20).



B. Juan Pablo II Homilías 1052