B. Juan Pablo II Homilías 1139


JUAN PABLO II

HOMILÍA

17 de Febrero 1999


1. «Convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso» (Jl 2,13).

Con esta exhortación, tomada del libro del profeta Joel, la Iglesia inaugura la peregrinación cuaresmal, tiempo favorable a la conversión, que significa volver a Dios, del que nos habíamos alejado. Éste es el sentido del itinerario penitencial que comienza hoy, miércoles de Ceniza: volver a la casa del Padre, llevando en el corazón la confesión de nuestras culpas. El salmista nos invita a repetir: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa» (Ps 50,3). Con estos sentimientos, cada uno ha de emprender el camino cuaresmal, convencido de que Dios Padre, que «ve en lo secreto» (Mt 6,4 Mt 6,6 Mt 6,18), sale al encuentro del pecador arrepentido en el camino de regreso. Como en la parábola del hijo pródigo, lo abraza y le hace comprender que, al volver a casa, ha recuperado su dignidad de hijo: «estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lc 15,24).

En este año, dedicado en particular a Dios Padre, la Cuaresma asume aún más el valor de tiempo propicio para realizar un auténtico camino de conversión, a fin de volver con corazón arrepentido al Padre de todos, «compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (Jl 2,13).

2. El antiquísimo y sugestivo rito de la ceniza inaugura hoy este itinerario penitencial. Al imponer la ceniza en la cabeza de los fieles, el celebrante dirige a cada uno la admonición: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn Gn 3,19).

También estas palabras hacen referencia a una «vuelta»: la vuelta al polvo. Aluden a la necesidad de la muerte e invitan a no olvidar que estamos de paso en este mundo.

Sin embargo, al mismo tiempo, con la imagen del polvo, esa expresión nos trae a la mente la verdad de la creación, aludiendo a la riqueza de la dimensión cósmica, de la que la creatura humana forma parte. La Cuaresma recuerda la obra de la salvación, para que el hombre tome conciencia de que la muerte, realidad con la que debe confrontarse constantemente, no es una verdad originaria. En efecto, al inicio no existía, pero, como triste consecuencia del pecado, «por envidia del diablo entró en el mundo» (Sg 2,24), llegando a ser herencia común de los seres humanos.

Antes que a las demás criaturas, las palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» están dirigidas al hombre, creado por Dios a su imagen y puesto en el centro del universo. Al recordarle que debe morir, Dios no renuncia al proyecto inicial; al contrario, lo confirma y lo restablece de modo singular, después de la ruptura causada por el pecado original. Esta confirmación se ha realizado en Cristo, que asumió libremente el peso del pecado y quiso padecer la muerte. El mundo se ha convertido así en teatro de su pasión y de su muerte salvífica. Éste es el misterio pascual, al que el tiempo de Cuaresma nos orienta de manera totalmente especial.

3. «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».

1140 La muerte del hombre ha sido derrotada por la muerte de Cristo. Por tanto, si el tiempo de la Cuaresma nos orienta a revivir los dramáticos acontecimientos del Gólgota, lo hace siempre y exclusivamente para prepararnos a sumergirnos en la celebración del evento pascual, es decir, en la alegría luminosa de la resurrección.

En ese sentido, podemos entender la otra exhortación que la Iglesia dirige hoy a los fieles durante la imposición de la ceniza: «Convertíos y creed el Evangelio» (
Mc 1,15). ¿Qué significa «creer el Evangelio» sino aceptar la verdad de la resurrección, con todo lo que implica? Desde el primer día de la Cuaresma, entramos en esta perspectiva salvífica, exclamando con el salmista: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. (...) Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza» (Ps 50,12 Ps 50,17).

4. La Cuaresma es tiempo de oración intensa y alabanza prolongada; es tiempo de penitencia y ayuno. Pero, además de la oración y el ayuno, la liturgia nos invita a colmar nuestra jornada de obras de caridad. Éste es el culto que agrada a Dios. Como recordé en el mensaje para la Cuaresma, este tiempo es un período propicio para pensar en los demasiados «Lázaros» que esperan recoger las migajas que caen de la mesa de los ricos (cf. n. 4). La imagen que tenemos ante nosotros es la del banquete, símbolo de la providente solicitud del Padre celestial por la humanidad entera (cf. n. 1). Todos deben poder participar en él. Para ello, las prácticas cuaresmales del ayuno y la limosna, además de expresar la ascesis personal, revisten una importante dimensión comunitaria y social: recuerdan la exigencia de «convertir» el modelo de desarrollo, para una distribución más justa de los bienes, de forma que podamos vivir todos con dignidad, salvaguardando al mismo tiempo la creación.

Pero todo eso comienza por un profundo cambio de mentalidad y, más radicalmente, por la conversión del corazón. ¡Cuán urgente y oportuna resulta entonces esta invocación: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme»!

Sí, crea en nosotros, oh Padre, un corazón puro, renuévanos por dentro con espíritu firme, «para que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal» (Oración colecta).

Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN RAMÓN NONATO



Domingo 21 de febrero de 1999



1. «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1).

Al comienzo del tiempo cuaresmal, la liturgia nos presenta a Jesús que, en el desierto, afronta al tentador. El Hijo de Dios, probado duramente por el maligno, supera las tres tentaciones fundamentales que insidian toda existencia humana: la concupiscencia, la manipulación de Dios y la idolatría.

Las tres insinuaciones solapadas de satanás: «Si eres hijo de Dios...» son el contrapunto de la proclamación solemne del Padre celestial en el momento del bautismo en el Jordán: «Éste es mi Hijo amado» (Mt 3,17). Constituyen, por tanto, una prueba que guarda una profunda relación con la misión del Salvador. Y la victoria de Cristo, al comienzo de su vida pública, anuncia su triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte, que se realizará en el misterio pascual.

Con su muerte y resurrección, Jesús no sólo borrará el pecado de los primeros padres, sino que también comunicará al hombre, a todo hombre, la sobreabundancia de la gracia de Dios. Es lo que recuerda el apóstol san Pablo en la segunda lectura, que acabamos de proclamar: «Como por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos» (Rm 5,19).

1141 2. «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).

Al comienzo de la Cuaresma, tiempo litúrgico «fuerte» que nos invita a la conversión, estas palabras de Jesús resuenan para cada uno de nosotros. Dejemos que la «palabra que sale de la boca de Dios» nos interpele y alimente nuestro espíritu, puesto que «no sólo de pan vive el hombre». Nuestro corazón tiene necesidad, sobre todo, de Dios.

Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Ramón Nonato, me alegra encontrarme entre vosotros hoy. Saludo cordialmente al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro párroco, padre Eraclio Contu, de la orden de la santísima Virgen de la Merced, mercedarios, y a todos sus hermanos que comparten con él la responsabilidad pastoral de la comunidad parroquial. Saludo a las religiosas de la Inmaculada de Ivrea, y a las personas que acogen en su instituto. Os saludo a todos vosotros, queridos feligreses, y a cuantos viven en este barrio. Saludo en particular a los miembros de los equipos y grupos parroquiales, a los catequistas, a los muchachos del movimiento juvenil mercedario, a los jóvenes, a las familias y a todos los que, de diversos modos, brindan su colaboración activa a la vida de la comunidad.

3. El territorio de vuestra parroquia, no muy extenso, está compuesto por dos ámbitos humanos y sociales bastante diferentes entre sí. En efecto, cerca de la iglesia están los antiguos asentamientos, mientras que más lejos, en la zona de reciente urbanización, se encuentran las familias que han llegado hace poco y que aún están vinculadas con las comunidades de origen. Quizá precisamente por su diferente composición, estas dos zonas encuentran algunas dificultades para comunicarse e integrarse, a veces con consecuencias negativas para la plena armonía en las actividades litúrgicas y pastorales.

Sé que os estáis esforzando por superar estas dificultades, y os exhorto a proseguir por el camino de un mayor conocimiento recíproco para crecer juntos. Os deseo de corazón que reforcéis la unidad de la parroquia, transformándola en una auténtica «familia de familias». A este respecto, os podrá resultar muy útil el proyecto «Nueva imagen de parroquia», que habéis elegido como vuestro itinerario pastoral. Sobre todo me alegro por el fuerte empeño con que estáis viviendo la misión ciudadana. También por eso, deseo que el espíritu y el estilo de la misión se conviertan, tanto para vosotros como para todas las demás comunidades, en un estilo permanente de acción apostólica.

Si las personas y las familias tienden a encerrarse en sí mismas y les cuesta reunirse en torno a la parroquia, algo que puede suceder en una metrópoli como Roma, es preciso que la parroquia misma sea «misionera». Es decir, es necesario que los cristianos se sientan impulsados a tomar la iniciativa y a encontrar a sus hermanos en las casas, en el barrio y en los lugares de vida y de trabajo donde juntos pueden ponerse a la escucha de la única palabra de salvación, la palabra de Dios, más indispensable que el pan para la vida de todo hombre.

4. «Misericordia, Señor: hemos pecado» (Salmo responsorial).

Como todos sabemos, la Cuaresma es un tiempo fuerte de penitencia y de gracia. Este año, invita de manera mucho más significativa al arrepentimiento y a la conversión, con vistas al jubileo del año 2000. Ya sabéis que la conversión «comprende tanto un aspecto i.negativolt de liberación del pecado, como un aspecto iepositivole de elección del bien, manifestado por los valores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y profundizada por el Evangelio» (Tertio millennio adveniente TMA 50).

Queridos hermanos, vivamos todos la Cuaresma con este espíritu. Poned especial atención en la celebración del sacramento de la penitencia. En la recepción frecuente de este sacramento, el cristiano experimenta la misericordia divina y, a su vez, se hace capaz de perdonar y amar. Ojalá que la cercanía del acontecimiento jubilar despierte en cada creyente un interés activo por este sacramento; que los sacerdotes estén dispuestos a desempeñar con esmero y dedicación este ministerio sacramental indispensable; que se multipliquen en la ciudad los lugares de celebración de la penitencia, con confesores disponibles en los diversos horarios de la jornada, preparados para dispensar en abundancia la inagotable misericordia de Dios.

5. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, (...) lava del todo mi delito. (...) Crea en mí un corazón puro. (...) Devuélveme la alegría de tu salvación; afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza» (Salmo responsorial).

Resuena en nuestro espíritu el eco de esta oración de David, conmovido por las palabras del profeta Natán. Es el salmo llamado Miserere, muy utilizado por la liturgia y apreciado por la piedad popular. La Cuaresma es el tiempo propicio para hacerlo nuestro y suscitar en nuestro corazón las disposiciones oportunas para encontrar al Dios de la reconciliación y de la paz con «un espíritu contrito, un corazón quebrantado y humillado».

1142 «Misericordia, Dios mío, por tu bondad»: como nos sugiere la liturgia de hoy, así emprenderemos, Señor, el camino cuaresmal con la fuerza de tu palabra, «para vencer las tentaciones del maligno y llegar a la Pascua con la alegría del Espíritu». Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE SANTA MARÍA «STELLA MARIS»



Domingo 28 de febrero de 1999



1. «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadlo» (Mt 17,5).

La invitación que el Padre dirige a los discípulos, testigos privilegiados del extraordinario acontecimiento de la transfiguración, resuena de nuevo hoy para nosotros y para toda la Iglesia. Como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros estamos invitados a subir al monte Tabor junto con Jesús y a quedar fascinados por el resplandor de su gloria. En este segundo domingo de Cuaresma contemplamos a Cristo envuelto en luz, en compañía de los autorizados portavoces del Antiguo Testamento, Moisés y Elías. A él le renovamos nuestra adhesión personal: es el «Hijo amado» del Padre.

Escuchadlo. Esta apremiante exhortación nos impulsa a intensificar el camino cuaresmal. Es una invitación a dejar que la luz de Cristo ilumine nuestra vida y nos comunique la fuerza para anunciar y testimoniar el Evangelio a nuestros hermanos. Como bien sabemos, es un compromiso que implica a veces muchas dificultades y sufrimientos. También lo subraya san Pablo, al dirigirse a su fiel discípulo Timoteo: «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio» (2Tm 1,8).

La experiencia de la transfiguración de Jesús prepara a los Apóstoles para afrontar los dramáticos acontecimientos del Calvario, presentándoles anticipadamente lo que será la plena y definitiva revelación de la gloria del Maestro en el misterio pascual. Al meditar en esta página evangélica, nos preparamos para revivir también nosotros los acontecimientos decisivos de la muerte y resurrección del Señor, siguiéndolo por el camino de la cruz, para llegar a la luz y a la gloria. En efecto, «sólo por la pasión podemos llegar con él al triunfo de la resurrección» (Prefacio).

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María «Stella maris», me alegra ser hoy huésped de vuestra hermosa comunidad que, aunque desde el punto de vista geográfico se encuentra lejos de la casa del Obispo de Roma, está siempre muy cerca de su corazón de pastor y siempre presente en sus oraciones, junto con todas las demás parroquias romanas.

Saludo con afecto al cardenal vicario y al obispo auxiliar del sector. No podemos olvidar que durante muchos años monseñor Riva, ahora enfermo, desempeñó este encargo. Oremos por su salud. Saludo también a vuestro querido párroco, don Francesco dell'Uomo, a los sacerdotes que colaboran con él, y a todos los presentes. Dirijo un saludo particular a todos los habitantes de Ostia.

Mi saludo va, asimismo, a los grupos que se reúnen en la parroquia y comparten el camino de formación y catequesis con el objetivo fundamental de aprender a vivir cada vez con mayor profundidad el Evangelio en la vida diaria. Donde se estudia, se vive, se trabaja y se sufre, allí se siente más la necesidad de testimoniar con gestos concretos la buena nueva de la salvación.

3. A vosotros, queridos jóvenes, os animo cordialmente a continuar vuestro itinerario espiritual, personal y comunitario, para que crezcáis en vuestra conciencia de ser Iglesia. Mi presencia, hoy, quiere ser una invitación para todos, pero especialmente para vosotros, queridos muchachos y muchachas, a ser apóstoles de Cristo en esta zona, a fin de que el mensaje evangélico sea levadura de auténtico progreso y fraternidad solidaria.

Queridos jóvenes, el Papa tiene confianza en vosotros y os invita a difundir, con el entusiasmo y la sencillez que os caracterizan, el Evangelio en el nuevo milenio cada vez más cercano. Quiera Dios que en la Jornada mundial de la juventud del año 2000, que tendrá lugar en Roma en agosto del Año santo, también vosotros, jóvenes de esta parroquia, estéis dispuestos a acoger a vuestros coetáneos procedentes de diferentes naciones del mundo. Estad preparados para compartir con vuestros hermanos y hermanas, en la vida diaria y en los lugares de encuentro y sana diversión, la única fe en Cristo Redentor del hombre y la alegría de estar unidos en el abrazo de la misma Iglesia, fundada en el testimonio de los apóstoles Pedro y Pablo. Sentíos «misioneros» de fidelidad y esperanza en esta Iglesia que es vuestra, dentro de la cual cada uno tiene una misión propia que cumplir.

1143 4. Amadísimos feligreses de Santa María, «Stella maris», sé que en vuestra comunidad se presta singular atención a la celebración del sacramento de la penitencia o confesión. Me complace y doy gracias al Señor por ello. En este «tiempo fuerte» de la Cuaresma, más intenso aún por la coincidencia con el año dedicado a la reflexión sobre Dios Padre, renuevo cordialmente la exhortación a acudir con confianza a este sacramento de curación espiritual, pues actualiza para cada uno, de modo sacramental, la llamada de Jesús a la conversión y el camino de vuelta al Padre, de quien el hombre se aleja por el pecado. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, este sacramento está destinado a consagrar el proceso personal y eclesial de arrepentimiento y conversión del cristiano pecador (cf. n. 1423).

Pero, para que el sacramento de la penitencia se celebre en la verdad, es necesario que la confesión de los pecados brote de una confrontación seria y atenta con la palabra de Dios y de un contacto vivo con la persona de Cristo. Para este fin, se requiere una catequesis apropiada que, como recuerda el Catecismo, tiene como objetivo poner en comunión con Jesús, el único que puede guiarnos al amor del Padre, en el Espíritu Santo, introduciéndonos en la vida misma de la santísima Trinidad (cf. n. 426).

5. Oh Dios, «que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra» (Oración colecta). Así hemos orado al comienzo de nuestra celebración eucarística. La actividad pastoral está ordenada totalmente a esta apertura del espíritu, para que el creyente escuche la palabra del Señor y acepte dócilmente su voluntad. Escuchar realmente a Dios, significa obedecerle. De aquí brota el celo apostólico indispensable para evangelizar: sólo quien conoce profundamente al Señor y se convierte a su amor podrá transformarse en mensajero y testigo intrépido en toda circunstancia.

¿No es verdad que, precisamente por conocer a Cristo, su persona, su amor y su verdad, cuantos lo experimentan personalmente sienten un deseo irresistible de anunciarlo a todos, de evangelizar y de guiar también a los demás al descubrimiento de la fe? Os deseo de corazón a cada uno que este anhelo de Cristo, fuente de auténtico espíritu misionero, os anime cada vez más.

6. «Abraham partió, como le había dicho Yahveh» (
Gn 12,4).

Abraham, ejemplo y modelo del creyente, confía en Dios. Llamado por Yahveh, deja su tierra, con toda la seguridad que implica, sostenido sólo por la fe y la obediencia confiada en su Señor. Dios le pide el «riesgo» de la fe, y él obedece, convirtiéndose así, por la fe, en padre de todos los creyentes.

Como Abraham, también nosotros queremos proseguir nuestro camino cuaresmal, renunciando a nuestra seguridad y abandonándonos a la voluntad divina. Nos anima la certeza de que el Señor es fiel a sus promesas, a pesar de nuestra debilidad y de nuestros pecados.

Con espíritu auténticamente penitencial, hagamos nuestras las palabras del Salmo responsorial: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti».

Virgen, Estrella de la evangelización, ayúdanos a acoger las palabras de tu Hijo, para anunciarlas con generosidad y coherencia a nuestros hermanos. María, «Stella maris», protege a esta comunidad parroquial, a los habitantes de Ostia y a toda la diócesis de Roma. Amén.



SOLEMNE CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN



Domingo 7 de marzo de 1999



1. «El que beba del agua que yo le daré, no tendrá más sed» (Jn 4,14).

1144 En este tercer domingo de Cuaresma, el encuentro de Jesús con la samaritana junto al pozo de Jacob constituye una extraordinaria catequesis sobre la fe. A los catecúmenos que se preparan para recibir el bautismo, y a todos los creyentes en camino hacia la Pascua, el evangelio les muestra hoy el «agua viva» del Espíritu Santo, que regenera interiormente al hombre, haciéndolo renacer «de lo alto» a una vida nueva.

La existencia humana es un «éxodo» de la esclavitud a la tierra prometida, de la muerte a la vida. A lo largo de este camino experimentamos a veces la aridez y la fatiga de la existencia: la miseria, la soledad, la pérdida de sentido y de esperanza, hasta el punto de que también nosotros podemos llegar a preguntarnos, como los judíos en camino: «¿Está o no el Señor en medio de nosotros?» (
Ex 17,7).

También aquella mujer de Samaría, tan probada por la vida, habrá pensado muchas veces: «¿Dónde está el Señor?». Hasta que un día encuentra a un hombre que le revela a ella, mujer y además samaritana, es decir, doblemente despreciada, toda la verdad. En un sencillo diálogo, le ofrece el don de Dios: el Espíritu Santo, fuente de agua viva para la vida eterna. Se manifiesta a sí mismo como el Mesías esperado, y le anuncia al Padre, que quiere ser adorado en espíritu y verdad.

2. Los santos son los «verdaderos adoradores del Padre»: hombres y mujeres que, como la samaritana, han encontrado a Cristo y han descubierto, gracias a él, el sentido de la vida. Han experimentado personalmente lo que dice el apóstol Pablo en la segunda lectura: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

También en los nuevos beatos la gracia del bautismo dio plenamente su fruto. Hasta tal punto bebieron en la fuente del amor de Cristo, que fueron transformados íntimamente, y se convirtieron a su vez en manantiales desbordantes para la sed de muchos hermanos y hermanas suyos que encontraron a lo largo del camino de la vida.

3. «Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios (...) y nos gloriamos apoyados en la esperanza de los hijos de Dios» (Rm 5,1-2). Hoy la Iglesia, al proclamar beatos a los mártires de Motril, pone en sus labios estas palabras de san Pablo. En efecto, Vicente Soler y sus seis compañeros agustinos recoletos, y Manuel Martín, sacerdote diocesano, obtuvieron por el testimonio heroico de su fe el acceso a la «gloria de los hijos de Dios». Ellos no murieron por una ideología, sino que entregaron libremente su vida por Alguien que ya había muerto antes por ellos. Así devolvieron a Cristo el don que de él habían recibido.

Por la fe, estos sencillos hombres de paz, alejados del debate político, trabajaron durante años en territorios de misión, sufrieron multitud de penalidades en Filipinas, regaron con su sudor los campos de Brasil, Argentina y Venezuela, fundaron obras sociales y educativas en Motril y en otras partes de España. Por la fe, llegado el momento supremo del martirio, afrontaron la muerte con ánimo sereno, confortando a los demás condenados y perdonando a sus verdugos. ¿Cómo es posible esto? -nos preguntamos-, y san Agustín nos responde: «Porque el que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires, y por medio de ellos en la tierra vencía» (Sermón 329, 1-2).

¡Dichosos vosotros, mártires de Cristo! Que todos se alegren por el honor tributado a estos testigos de la fe. Dios los ayudó en sus tribulaciones y les dio la corona de la victoria. ¡Ojalá que ellos ayuden a quienes hoy trabajan en España y en el mundo en favor de la reconciliación y de la paz!

4. El pueblo que estaba acampado en el desierto tenía sed, como nos lo recuerda la primera lectura, tomada del libro del Éxodo (cf. 17, 3). El espectáculo del pueblo espiritualmente sediento también estaba ante la mirada de Nicolás Barré, de la orden de los Mínimos. Su ministerio le ponía continuamente en contacto con personas que, viviendo en el desierto de la ignorancia religiosa, corrían el riesgo de beber en la fuente corrompida de algunas ideas de su tiempo. Por eso sintió el deber de convertirse en maestro espiritual y educador de aquellos a quienes llegaba con su acción pastoral. Con el fin de ampliar su radio de acción, fundó una nueva familia religiosa, las Hermanas del Niño Jesús, con el deber de evangelizar y educar a la juventud abandonada, para revelarle el amor de Dios, comunicarle plenamente la vida divina y contribuir a la edificación de las personas.

El nuevo beato enraizaba su misión en la contemplación del misterio de la Encarnación, ya que Dios colma la sed de los que viven en intimidad con él. Mostró que una acción realizada por Dios no puede menos de unir a Dios, y que la santificación pasa también por el apostolado. Nicolás Barré invita a cada uno a confiar en el Espíritu Santo, que guía a su pueblo por el camino del abandono en Dios, del desapego, de la humildad y de la perseverancia incluso en las pruebas más duras. Esta actitud abre a la alegría del camino hacia la experiencia de la acción poderosa de Dios vivo.

5. Cuando finalmente dirigimos nuestra mirada a la beata Ana Schäffer, leemos su vida precisamente como un comentario viviente de lo que san Pablo escribió a los romanos: «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

1145 Cuanto más se transformaba su vida en un calvario, tanto más fuerte era en ella la convicción de que la enfermedad y la debilidad podían ser las líneas en las que Dios escribía su evangelio. Llamaba a su habitación de enferma «taller del dolor», para conformarse cada vez más con la cruz de Cristo. Hablaba de tres llaves, que Dios le había concedido: «La más grande es de hierro y muy pesada, son mis sufrimientos. La segunda es la aguja, y la tercera, la pluma. Con todas estas llaves quiero trabajar día tras día, para poder abrir la puerta del cielo».

Entre atroces dolores, Ana Schäffer tomaba conciencia de la responsabilidad que cada cristiano tiene de la santidad de su prójimo. Por eso utilizó su pluma. Su lecho de enferma se convierte en la cuna de un apostolado epistolar muy amplio. Las pocas fuerzas que le quedan las emplea en el bordado, para de esta forma dar a los demás un poco de alegría. Pero, tanto en sus cartas como en sus labores manuales, su razón de vida es el Corazón de Jesús, símbolo del amor divino. Así, representa las llamas del Corazón de Jesús no como lenguas de fuego, sino como espigas de trigo. La Eucaristía, que Ana Schäffer recibía diariamente de su párroco, es sin duda, su punto de referencia. Por ello, esa representación del Corazón de Jesús será característica de la nueva beata.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios por el don de estos nuevos beatos. Ellos, a pesar de las pruebas de la vida, no endurecieron su corazón, sino que escucharon la voz del Señor, y el Espíritu Santo los colmó del amor de Dios. Así, pudieron experimentar que «la esperanza no defrauda» (
Rm 5,5). Fueron como árboles plantados junto a corrientes de agua, que a su tiempo dieron abundantes frutos (cf. Sal Ps 1,3).

Por eso, hoy, al admirar su testimonio, toda la Iglesia aclama: ¡Señor, tú eres de verdad el salvador del mundo, tú eres la roca de la que brota el agua viva para la sed de la humanidad!

Danos siempre, Señor, esta agua, para que conozcamos al Padre y lo adoremos en espíritu y verdad. Amén.



VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN MATÍAS APÓSTOL



Domingo 14 de marzo de 1999



1. «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría» (Antífona de entrada).

Con esta invitación a la alegría, se abre la liturgia de hoy. Ella da un tono particularmente gozoso a este cuarto domingo de Cuaresma, llamado tradicionalmente domingo laetare. Sí, debemos alegrarnos, puesto que el auténtico espíritu cuaresmal es búsqueda de la alegría profunda, fruto de la amistad con Dios. Nos alegramos porque la Pascua ya está cerca, y dentro de poco celebraremos nuestra liberación del mal y del pecado, gracias a la vida nueva que nos trajo Cristo muerto y resucitado.

En este camino hacia la Pascua, la liturgia nos exhorta a recorrer el itinerario catecumenal con los que se preparan para recibir el bautismo. El domingo pasado meditamos en el don del agua viva del Espíritu (cf. Jn Jn 4,5-42); hoy nos detenemos con el ciego de nacimiento junto a la piscina de Siloé, para acoger a Cristo, luz del mundo (cf. Jn Jn 9,1-41).

«El ciego fue, se lavó, y volvió con vista» (Jn 9,7). Como él, debemos dejarnos iluminar por Cristo, y renovar la fe en el Mesías sufriente, que se revela como la luz de nuestra existencia: «Yo soy la luz del mundo; (...) quien me sigue tendrá la luz de la vida» (Aclamación antes del Evangelio).

El agua y la luz son elementos esenciales para la vida. Precisamente por eso, Jesús los elevó a la categoría de signos reveladores del gran misterio de la participación del hombre en la vida divina.

1146 2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Matías Apóstol, me alegra encontrarme entre vosotros en este domingo laetare. Mi afectuoso saludo va al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, monseñor Vincenzo Josia, a los sacerdotes que colaboran con él, y a todos vosotros, que vivís, oráis y testimoniáis el Evangelio en este barrio. Quisiera recordar hoy de modo particular al querido primer párroco de esta comunidad, monseñor Desiderio Pirovano, a quien, después de una larga y grave enfermedad, afrontada con fe y dignidad ejemplares, el Señor ha llamado a su presencia hace casi un año.

Sé que vuestra parroquia, que ya tiene 35 años, se caracteriza por una buena participación de los fieles en la vida sacramental y eclesial. Me alegro por ello, y doy gracias con vosotros al Señor por esta riqueza espiritual y comunitaria, que debe empeñaros cada vez más en una acción misionera dirigida a cuantos aún no comparten vuestra misma experiencia espiritual. La misión ciudadana que, si Dios quiere, concluiremos juntos el próximo 22 de mayo con la solemne vigilia de Pentecostés en la plaza de San Pedro, os es una valiosa ayuda para ello. Es preciso que el compromiso misionero continúe también después, con iniciativas adecuadas. Más aún, es necesario que implique cada vez más profundamente a las comunidades parroquiales y a toda la diócesis, logrando que todos los bautizados estén dispuestos a responder con valentía a los desafíos humanos y espirituales del momento actual. En este contexto, es importante aprender a valorar las predisposiciones y las aperturas al Evangelio presentes en la sociedad, sin detenerse en las apariencias, sino mirando al corazón de las situaciones. Esto es lo que recuerda la primera lectura a través de la figura y la misión del profeta Samuel: «Los hombres ven la apariencia; el Señor ve el corazón» (
1S 16,9). En toda persona que encontramos, aun en aquella que afirma explícitamente que no le interesan las realidades del espíritu, está viva la necesidad de Dios: es tarea de los creyentes anunciar y testimoniar la verdad liberadora del Evangelio, ofreciendo a todos la luz de Cristo.

3. Queridos feligreses de San Matías Apóstol, me alegro con vosotros por la eficiente organización de vuestra comunidad. Me refiero, de manera especial, a las numerosas iniciativas orientadas a los niños y a los jóvenes, realizadas a través de los itinerarios catequísticos y las propuestas de la Acción católica diocesana. Continuad gastando generosamente vuestro tiempo y vuestras energías en favor de los niños, los adolescentes y los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia del nuevo milenio. Que todo vuestro trabajo formativo tienda a darles a conocer cada vez mejor a Jesús, único Salvador del mundo, hacerles experimentar la misericordia divina y traducir cuanto han aprendido a través de la catequesis y la experiencia comunitaria de oración en un fuerte testimonio de vida. ¡Ojalá que el encuentro del próximo jueves 25 de marzo en la sala Pablo VI, como preparación para la XIV Jornada mundial de la juventud, sea una etapa significativa de este itinerario de profundización religiosa! Queridos muchachos y muchachas de esta parroquia, acudid en gran número y predisponed vuestro espíritu para que esta manifestación, que ya se ha convertido en una cita del Papa con los jóvenes de la diócesis, sea para todos una auténtica experiencia de fe.

¿Acaso no es verdad que hoy más que nunca las jóvenes generaciones tienen un vivísimo deseo de verdad y se sienten cada vez más cansadas de seguir ilusiones vanas? Es indispensable proponerles con fuerza y amor el Evangelio, y ayudarles a conjugar la fe con la vida para resistir a las múltiples tentaciones del mundo moderno. Por eso, como sucedió al ciego de nacimiento, del que habla el pasaje evangélico de hoy, es indispensable encontrar personalmente a Jesús.

4. Al entrar esta mañana en vuestra sugestiva iglesia, he notado cómo también su estructura arquitectónica fue concebida para favorecer la concentración de la atención de los fieles en el lugar en que se celebra el misterio eucarístico. La Eucaristía, culminación y fuente de la existencia cristiana, es Jesús presente en medio de nosotros, que se transforma en alimento y bebida para nuestra salvación. Una comunidad podrá ser verdadera, una Iglesia podrá ser auténtica sólo si aprende a crecer en la escuela de la Eucaristía y si se alimenta en la mesa de la palabra y del pan de vida eterna. Es preciso que todos aprendamos a dejarnos plasmar por el misterio eucarístico. A este propósito, el pensamiento va naturalmente al Congreso eucarístico internacional, que tendrá lugar en Roma del 18 al 25 de junio del año 2000.

La Eucaristía, misterio supremo de amor, requiere también el compromiso de la solidaridad y de la cercanía concreta con el necesitado. Deseo animaros a prodigaros cada vez más en este importante sector, para ser testigos creíbles del amor providente de Dios hacia toda criatura humana. Entre vosotros hay personas y familias que necesitan apoyo; hay pobres que viven en el ámbito de la parroquia. Acoger a los hermanos que atraviesan dificultades y abrirles las puertas del corazón, ayuda a aumentar el clima de fraternidad y amistad que el mundo necesita. Sólo así seremos apóstoles auténticos de Jesús, que nos dejó como regla de vida el mandamiento del amor; sólo así seremos hijos de la luz, es decir, de la verdad y del amor.

5. «Caminad como hijos de la luz» (Ep 5,8). Las palabras del apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos estimulan a recorrer este camino de conversión y renovación espiritual. En virtud del bautismo, los cristianos son «iluminados»; ya han recibido la luz de Cristo. Por tanto, están llamados a conformar su existencia con el don de Dios: ¡a ser hijos de la luz!

Amadísimos hermanos y hermanas, el Señor os abra los ojos de la fe, como hizo con el ciego de nacimiento, para que aprendáis a reconocer su rostro en el de vuestros hermanos, especialmente en los más necesitados.

María, que ofreció a Cristo a todo el mundo, nos ayude también a nosotros a acogerlo en nuestras familias, en nuestras comunidades y en todos los ambientes de vida y trabajo de nuestra ciudad. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1139