B. Juan Pablo II Homilías 1441


MISA DE ORDENACIÓN DE 34 DIÁCONOS DE LA DIÓCESIS DE ROMA



Domingo 13 de mayo de 2001

1. "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13,35).

El evangelio de este V domingo del tiempo de Pascua nos lleva a la intimidad del Cenáculo. Allí Cristo, durante la última Cena, instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacerdocio de la nueva Alianza, y dejó a los suyos el "mandamiento nuevo" del amor. Hoy revivimos el intenso clima espiritual de aquella hora extraordinaria. Las palabras del Señor a sus discípulos se dirigen de modo particular a vosotros, amadísimos candidatos al presbiterado, invitados a recibir esta mañana su testamento de amor y servicio.

Todos los presentes os abrazamos con afecto. Os acompañan en especial vuestros familiares y amigos, a los que dirijo mi saludo más cordial. En torno a vosotros se ha reunido espiritualmente toda la comunidad diocesana de Roma, en la que habéis realizado vuestro itinerario formativo. Os apoyan en este paso decisivo los rectores, los profesores y vuestros formadores del Pontificio Seminario Romano mayor, del Almo Colegio Capránica, del seminario "Redemptoris Mater", del seminario de los Oblatos Hijos de la Virgen del Amor Divino, del instituto de los Misioneros Identes y del instituto de los Hijos de Santa Ana.

Con especial agradecimiento saludo a quienes se han ocupado de vuestra formación. El cardenal vicario, al comienzo de la celebración, se ha hecho intérprete de sus sentimientos. Por medio de él, al que doy las gracias de corazón, quisiera expresar mi gratitud a cuantos en la diócesis trabajan activamente en el campo vocacional.

1442 2. "Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él" (Jn 13,31).
Mientras la liturgia nos exhorta a permanecer en el Cenáculo en contemplación interior, volvemos a escuchar al evangelista san Juan que, siempre atento a las resonancias del corazón de Cristo, recoge las palabras que pronunció tras la partida de Judas Iscariote. Jesús habla de su gloria, la gloria que el Padre y el Hijo se rinden recíprocamente en el misterio pascual.

Amadísimos diáconos, hoy Cristo os invita a entrar en esta gloria y a no buscar ya ninguna otra gloria fuera de esta. También para vosotros esta es una "hora" decisiva. En efecto, la ordenación es el momento en que Cristo, mediante la consagración en el Espíritu Santo, os asocia de modo singular a su sacerdocio para la salvación del mundo. Cada uno de vosotros es constituido para dar gloria a Dios in persona Christi capitis. Como Cristo y unidos a él, glorificaréis a Dios y seréis glorificados por él, ofreciéndoos vosotros mismos para la salvación del mundo (cf. Jn Jn 6,51), amando hasta el fin a las personas que el Padre os encomiende (cf. Jn Jn 13,1) y lavándoos los pies los unos a los otros (cf. Jn Jn 13,14).

El Señor os entrega de modo nuevo su mandamiento: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 13,34). Ese mandamiento constituye para vosotros un don y un compromiso: don del yugo suave y ligero de Cristo (cf. Mt Mt 11,30); compromiso de ser siempre los primeros en llevar este yugo, convirtiéndoos con humildad en modelos para la grey (cf. 1 Pt 5, 3) que el buen Pastor os encomiende. Debéis recurrir constantemente a su ayuda e inspiraros siempre en su ejemplo.

3. Hoy, al pensar una vez más en la rica experiencia del Año jubilar, quisiera entregaros de nuevo simbólicamente la carta apostólica Novo millennio ineunte, que traza las líneas del camino de la Iglesia en esta nueva etapa de la historia. A vosotros corresponde guiar, con una entrega generosa, los pasos del pueblo cristiano, teniendo en cuenta especialmente dos grandes ámbitos de compromiso pastoral: "Recomenzar desde Cristo" (nn. 29-41) y ser "testigos del amor" (nn. 42-57). En este segundo ámbito, que se caracteriza por la comunión y la caridad, es determinante "la capacidad de la comunidad cristiana para acoger todos los dones del Espíritu", estimulando "a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de su responsabilidad activa en la vida eclesial" (n. 46).

Esta es, en su sentido más amplio y fundamental, la pastoral vocacional que es necesario y urgente poner en práctica de modo amplio y capilar. Se trata de suscitar y cultivar cada vez más una "mentalidad vocacional", que se traduzca en un estilo personal y comunitario, basado en la escucha, en el discernimiento y en la respuesta generosa a Dios que llama. Amadísimos candidatos al presbiterado, vuestra vocación es también fruto de la oración de la Iglesia, así como del trabajo asiduo y paciente de numerosos obreros de la mies del Señor, que han arado, sembrado y cultivado el terreno también para vosotros. Vuestra perseverancia está vinculada a esta solidaridad espiritual, que no debe faltar jamás en la Iglesia. Por eso, quisiera dar las gracias aquí a todos los que, en silencio y con un recuerdo diario, ofrecen su oración y su sufrimiento por los sacerdotes y por las vocaciones.

4. Pablo y Bernabé "volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Ac 14,21-22). Con pocos rasgos se describe la vida de la comunidad cristiana, llamada a "perseverar en la fe" ante las pruebas y las numerosas tribulaciones, necesarias "para entrar en el reino de Dios".

Queridos ordenandos, conscientes de vuestra misión, tended a la santidad y difundid el amor. Ante todo, enamoraos de la Iglesia, de la Iglesia terrena y de la Iglesia celestial, contemplándola con fe y amor, a pesar de las manchas y arrugas que puedan desfigurar su rostro humano. Ved en ella "la ciudad santa, la nueva Jerusalén" que, como narra el Apóstol en el libro del Apocalipsis, "desciende del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo" (Ac 21,2).

Los Hechos de los Apóstoles subrayan el vínculo de los misioneros con la comunidad. La comunidad es el ambiente vital del que salen y al que vuelven: de ella reciben, por decirlo así, el impulso, y a ella le comunican la experiencia realizada, reconociendo los signos de la acción de Dios en la misión. El sacerdote no es un hombre de iniciativas individuales; es el ministro del Evangelio en nombre de la Iglesia. Toda su labor apostólica parte de la Iglesia y vuelve a la Iglesia.

5. Queridos ordenandos, quiera Dios que nunca os falte el apoyo de la oración de la comunidad. Pablo y Bernabé "habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado" (Ac 14,26). También vosotros, queridos hermanos, hoy sois "encomendados a la gracia del Señor" para la misión que debéis cumplir en la Iglesia: ser ministros de Cristo sacerdote y pastor en medio de su pueblo. La comunidad que está en Roma ora por vosotros. Interceden por vosotros los apóstoles san Pedro y san Pablo. Intercede la Virgen María, Salus populi romani y Madre de los sacerdotes.

Sostenidos y animados por esta comunión de profunda oración, partid. Remad con valentía mar adentro, con vuestras velas desplegadas por el viento del Espíritu Santo. Así seréis felices por todo lo que el Señor realice por medio de vosotros (cf. Hch Ac 14,27) y experimentaréis, aun en medio de pruebas y dificultades, la grandeza y la alegría de vuestra misión. Así sea.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA EDITH STEIN




1443
Domingo 20 de mayo de 2001




1. "El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (
Jn 14,26). Esta es la gran promesa que hizo Jesús durante la última Cena. Al acercarse el momento de la cruz, tranquiliza a los Apóstoles, diciéndoles que no se quedarán solos: el Espíritu Santo, el Paráclito, estará con ellos y los sostendrá en la gran misión de llevar el anuncio del Evangelio a todo el mundo.

En la lengua original griega, el término Paráclito indica al que acompaña, para proteger y ayudar a una persona. Jesús vuelve al Padre, pero continúa la obra de enseñanza y animación de sus discípulos mediante el don del Espíritu.

¿En qué consiste la misión del Espíritu Santo prometido? Como acabamos de escuchar en el texto tomado del evangelio de san Juan, es Jesús mismo quien la explica: "Será él quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14,26). Jesús ya ha comunicado todo lo que quería decir a los Apóstoles: con él, Verbo encarnado, se ha completado la revelación. El Espíritu hará "recordar", es decir, comprender en plenitud y vivir concretamente las enseñanzas de Jesús. Esto es lo que sucede aún hoy en la Iglesia. Como afirma el concilio ecuménico Vaticano II, bajo la guía y con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, "la Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (Dei Verbum DV 8).

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Edith Stein, me alegra estar con vosotros en este VI domingo del tiempo pascual, y celebrar con vosotros la Eucaristía. Saludo con afecto al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro celoso párroco, don Stefano Ranfi, a sus colaboradores y a todos los fieles de esta joven comunidad parroquial. Doy las gracias en particular a los que, en nombre de todos vosotros, me han dirigido amables palabras de bienvenida y me han felicitado por mi 81° cumpleaños, que acabo de celebrar. ¡81 años! Ya es algo. Espero que sigáis orando por mí para que, con total adhesión a los designios de la Providencia divina, desempeñe el ministerio que me ha sido confiado.

Saludo con benevolencia y afecto a los niños que durante esta misa recibirán por primera vez la sagrada Comunión. Les recomiendo vivamente que permanezcan unidos a Jesús que hoy, en el pan eucarístico, entra en profunda comunión con sus jóvenes vidas. Queridos niños, confiad en Jesús. Amadlo y cumplid siempre su palabra para que, gracias al don del Espíritu Santo, que transforma realmente el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, habite siempre en vosotros y vosotros permanezcáis siempre en él.

A vosotros, que me escucháis ahora, y a todos los niños y niñas que durante este año recibirán la primera Comunión en sus parroquias de Roma y de todo el mundo, les recomiendo que acudan a menudo al sacramento de la confesión, para que el encuentro con Jesús presente en la Eucaristía se realice con corazón puro y disponible a la acción de la gracia. A vuestras familias, y a todas las familias de la parroquia, les pido que favorezcan una relación estable y profunda con Jesús, a través de la participación asidua en el catecismo y en la misa dominical.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestra comunidad parroquial empezó su camino dentro de la comunidad diocesana el 11 de octubre de 1998, día en que tuve la alegría de proclamar santa a la hija de Israel y mártir carmelita Edith Stein, sor Teresa Benedicta de la Cruz, a la que invocáis como vuestra patrona especial.

También una comunidad como la vuestra, que desea ser fiel a su vocación misionera, tiene mucho que aprender de esta gran santa contemporánea. Por eso, os invito a conocer y profundizar cada vez más, individualmente y en comunidad, su vida, sus escritos y sus enseñanzas. Me complace en esta ocasión recordar la frase que Edith Stein escribió en 1933, cuando se presentó a la madre priora del monasterio de las carmelitas de Colonia, en Alemania: "Ninguna actividad humana puede ayudarnos, sino sólo la pasión de Cristo. Mi deseo es participar en ella".

Participar en la pasión de Cristo es el secreto para realizar una comunidad verdadera y eficazmente misionera. Por eso, me congratulo con vosotros por las hermosas iniciativas de oración y formación que ya estáis realizando, o habéis programado, teniendo en cuenta la carencia de espacios y ambientes, que todos esperamos se solucione cuanto antes.

Me refiero, en particular, a los momentos comunitarios de oración, como son, por ejemplo, el vía crucis por las calles del barrio y en las familias, y la visita de la imagen peregrina de nuestra Señora de Fátima. Me ha complacido vuestra oportuna iniciativa pastoral de la carta mensual a los cristianos, que se envía a todas las familias a fin de ayudarlas a prepararse, con adecuadas catequesis, para las fiestas principales del año litúrgico. En este marco, deseo expresar mi aprecio también a los que están comprometidos en los grupos de evangelización de las familias, así como a los adultos y a los jóvenes que forman parte de las corales.

1444 4. Para favorecer la participación en la pasión de Cristo y, por consiguiente, en una fructuosa obra de anuncio del Evangelio en vuestro barrio, os aliento a participar en la adoración eucarística que se celebra todos los viernes. Poner a Jesús Eucaristía en el centro de la vida personal y comunitaria, también con esta piadosa costumbre, significa depositar en él las esperanzas que alimentamos para una siembra del Evangelio cada vez más eficaz y valiente. Tened la seguridad de que la Eucaristía produce en la Iglesia frutos maravillosos y, a menudo, inesperados.

Junto con vosotros también encomiendo al Señor la misión popular que habéis programado para el próximo mes de octubre. Será una misión dirigida sobre todo a los jóvenes, y, aunque su animación correrá a cargo de los alumnos del Pontificio Seminario Romano Mayor, debe implicar a todos los miembros de vuestra comunidad. Espero de corazón que, con la misión y gracias a la oración de todos, los jóvenes encuentren a Cristo en su vida, permitan que les hable al corazón y opten por él. Quiera el Señor que también en esta comunidad parroquial, como en toda la diócesis, gracias a la oración y al compromiso de muchas personas y familias se susciten numerosas y santas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras, vocaciones que la Iglesia necesita hoy más que nunca.

5. "El ángel (...) me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria" (
Ap 21,10). La visión de la Jerusalén celestial, descrita de modo impresionante en el Apocalipsis, nos muestra la meta hacia la que tienden la Iglesia y la humanidad entera. Es la meta de la comunión plena y definitiva de los hombres con Dios. Teniéndola a la vista, los creyentes se comprometen a vivir el Evangelio y contribuyen al mismo tiempo a la construcción de una ciudad terrena según el corazón de Dios.

María, a la que durante este mes de mayo veneramos e imploramos con devoción especial como nuestra Madre celestial, proteja siempre vuestra comunidad y toda la diócesis de Roma. Ella, la primera que acogió en su seno virginal al Verbo divino, nos ayude a asemejarnos cada vez más a su divino Hijo, dispuestos a anunciar fielmente la palabra del Evangelio y a testimoniarlo con la coherencia de nuestra vida. Amén.



CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA CLAUSURA

DEL VI CONSISTORIO EXTRAORDINARIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Jueves 24 de mayo de 2001

Solemnidad de la Ascensión del Señor



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Nos hallamos reunidos en torno al altar del Señor para celebrar su Ascensión al cielo. Hemos escuchado sus palabras: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos (...) hasta los confines del mundo" (Ac 1,8). Desde hace dos mil años estas palabras del Señor resucitado impulsan a la Iglesia a adentrarse en el mar de la historia, la hacen contemporánea de todas las generaciones, la transforman en levadura de todas las culturas del mundo.

Las volvemos a escuchar hoy para acoger con renovado fervor la orden "duc in altum rema mar adentro", que un día Jesús dio a san Pedro: una orden que quise que resonara en toda la Iglesia con la carta apostólica Novo millennio ineunte, y que a la luz de esta solemnidad litúrgica cobra un significado más profundo aún. El altum hacia el que la Iglesia debe dirigirse no es sólo un compromiso misionero más fuerte, sino también, y sobre todo, un compromiso contemplativo más intenso. Como los Apóstoles, testigos de la Ascensión, también nosotros estamos invitados a fijar nuestra mirada en el rostro de Cristo, elevado al resplandor de la gloria divina.

1445 Ciertamente, contemplar el cielo no significa olvidar la tierra. Si nos viniera esta tentación, nos bastaría escuchar de nuevo a los "dos hombres vestidos de blanco" de la página evangélica de hoy: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?". La contemplación cristiana no nos aleja del compromiso histórico. El "cielo" al que Jesús ascendió no es lejanía, sino ocultamiento y custodia de una presencia que no nos abandona jamás, hasta que él vuelva en la gloria. Mientras tanto, es la hora exigente del testimonio, para que en el nombre de Cristo "se predique la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos" (cf. Lc Lc 24,47).

2. Precisamente para reavivar esta conciencia, quise convocar el consistorio extraordinario que se concluye hoy. Los señores cardenales de todo el mundo, a los que saludo con afecto fraterno, se han reunido conmigo durante estos días para afrontar algunos de los temas más importantes para la evangelización y el testimonio cristiano en el mundo actual, al comienzo de un nuevo milenio. Para nosotros ha sido, ante todo, un momento de comunión, en el que hemos experimentado un poco de la alegría que colmó el corazón de los Apóstoles, después de que el Resucitado, bendiciéndolos, se separó de ellos para subir al cielo. En efecto, dice san Lucas que, "después de adorarlo, se volvieron a Jerusalén con gran alegría, y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios" (Lc 24,52-53).

La naturaleza misionera de la Iglesia hunde sus raíces en este icono de los orígenes. Lleva impresos sus rasgos y vuelve a proponer su espíritu. Vuelve a proponerlo comenzando por la experiencia de la alegría, que el Señor Jesús prometió a cuantos lo aman: "Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15,11). Si nuestra fe en el Señor resucitado es viva, nuestro corazón no puede menos de colmarse de alegría, y la misión se configura como un "rebosar" de alegría, que nos impulsa a llevar a todos la "buena nueva" de la salvación con valentía, sin miedos ni complejos, incluso a costa del sacrificio de la vida.

La naturaleza misionera de la Iglesia, que parte de Cristo, encuentra apoyo en la colegialidad episcopal, y es estimulada por el Sucesor de Pedro, cuyo ministerio tiende a promover la comunión en la Iglesia, garantizando la unidad de todos los fieles en Cristo.

3. Precisamente esta experiencia convirtió a san Pablo en el "Apóstol de los gentiles", llevándolo a recorrer gran parte del mundo entonces conocido, bajo el impulso de una fuerza interior que lo obligaba a hablar de Cristo: "Vae mihi est si non evangelizavero" "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). También yo, en mi reciente peregrinación apostólica a Grecia, Siria y Malta, quise ir tras sus huellas, como completando, de este modo, mi peregrinación jubilar.
Experimenté en ella la alegría de compartir con afectuosa admiración algunos aspectos de la vida de nuestros amadísimos hermanos católicos orientales, y de ver abrirse nuevas perspectivas ecuménicas en las relaciones con nuestros también muy amados hermanos ortodoxos: con la ayuda de Dios se dieron pasos muy significativos hacia la anhelada meta de la comunión plena.

El encuentro con los musulmanes fue asimismo muy hermoso. Como en la peregrinación, tan anhelada, a la tierra del Señor, que realicé durante el gran jubileo, tuve la ocasión de destacar los vínculos particulares de nuestra fe con la del pueblo judío, igualmente fue muy intenso el momento de diálogo con los creyentes del islam. En efecto, el concilio Vaticano II nos enseñó que el anuncio de Cristo, único Salvador, no nos impide, sino que, al contrario, nos sugiere pensamientos y gestos de paz hacia los creyentes que pertenecen a otras religiones (cf. Nostra aetate NAE 2).

4. "Seréis mis testigos". Estas palabras que Jesús dirigió a los Apóstoles antes de la Ascensión explican bien el sentido de la evangelización de siempre, pero, de modo especial, resultan sumamente actuales en nuestro tiempo. Vivimos en una época en que sobreabunda la palabra, repetida hasta la saciedad por los medios de comunicación social, que ejercen tanto influjo sobre la opinión pública, para bien y para mal. Pero lo que necesitamos es la palabra rica en sabiduría y santidad. Por eso en la Novo millennio ineunte escribí que "la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (n. 30), cultivada en la escucha de la palabra de Dios, la oración y la vida eucarística, especialmente durante la celebración semanal del dies Domini.Sólo gracias al testimonio de cristianos verdaderamente comprometidos a vivir de modo radical el Evangelio, el mensaje de Cristo puede abrirse camino en nuestro mundo.

La Iglesia afronta hoy enormes desafíos, que ponen a prueba la confianza y el entusiasmo de los heraldos. Y no se trata sólo de problemas "cuantitativos", debidos al hecho de que los cristianos constituyen una minoría, mientras el proceso de secularización sigue erosionando la tradición cristiana incluso en países de antigua evangelización. Los problemas más graves derivan de una transformación general del horizonte cultural, dominado por el primado de las ciencias experimentales inspiradas en los criterios de la epistemología científica. El mundo moderno, incluso cuando se muestra sensible a la dimensión religiosa y parece redescubrirla, acepta a lo sumo la imagen de Dios creador, mientras que le resulta difícil aceptar -como sucedió con los oyentes de san Pablo en el areópago de Atenas (cf. Hch Ac 17,32-34)- el scandalum crucis (cf. 1Co 1,23), el "escándalo" de un Dios que por amor entra en nuestra historia y se hace hombre, muriendo y resucitando por nosotros. Es fácil intuir el desafío que esto implica para las escuelas y las universidades católicas, así como para los centros de formación filosófica y teológica de los candidatos al sacerdocio, lugares en los que es preciso impartir una preparación cultural que esté a la altura del momento cultural actual.

Otros problemas derivan del fenómeno de la globalización, que, aunque ofrece la ventaja de acercar a los pueblos y las culturas, haciendo más accesible a todos un sinfín de mensajes, no facilita el discernimiento y una síntesis madura, sino que favorece una actitud relativista, que hace aún más difícil aceptar a Cristo como "camino, verdad y vida" (Jn 14,6) para todo hombre.
¿Y qué decir de cuanto está emergiendo en el ámbito de los interrogantes morales? Hoy más que nunca, sobre todo en el campo de los grandes temas de la bioética, la justicia social, la institución familiar y la vida conyugal, la humanidad se siente interpelada por problemas formidables, que ponen en tela de juicio su mismo destino.

1446 El consistorio ha reflexionado ampliamente sobre algunos de estos problemas, realizando análisis profundos y proponiendo soluciones meditadas. Diversas cuestiones se volverán a abordar en el próximo Sínodo de los obispos, que, como ha quedado demostrado, es un instrumento valioso y eficaz de la colegialidad episcopal, al servicio de las Iglesias particulares. Venerados hermanos cardenales, os agradezco la magnífica contribución que acabáis de dar: quiero aprovecharla para sacar oportunas indicaciones operativas, a fin de que la acción pastoral y evangelizadora en toda la Iglesia aumente su espíritu misionero, con plena conciencia de los desafíos actuales.

5. El misterio de la Ascensión nos abre hoy el horizonte ideal desde el que se ha de enfocar este compromiso. Es, ante todo, el horizonte de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado. Asciende al cielo como rey de amor y paz, fuente de salvación para la humanidad entera. Asciende para "ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros", como hemos escuchado en la lectura de la carta a los Hebreos (
He 9,24). La palabra de Dios nos invita a tener confianza: "es fiel quien hizo la promesa" (He 10,23).

También nos da fuerza el Espíritu, que Cristo derramó sin medida. El Espíritu es el secreto de la Iglesia de hoy, como lo fue para la Iglesia de la primera hora. Estaríamos condenados al fracaso si no siguiera siendo eficaz en nosotros la promesa que Jesús hizo a los primeros Apóstoles: "Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto" (Lc 24,49). El Espíritu, Cristo, el Padre: ¡toda la Trinidad está comprometida con nosotros!

Sí, mis queridos hermanos y hermanas, no estaremos solos cuando recorramos el camino que nos espera. Nos acompañan los sacerdotes, los religiosos y los laicos, jóvenes y adultos, comprometidos a fondo para dar a la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, un rostro de pobreza y misericordia, especialmente hacia los necesitados y los marginados, un rostro iluminado por el testimonio de la comunión en la verdad y en el amor. No estaremos solos, sobre todo porque con nosotros estará la santísima Trinidad. Los compromisos que encomendé como consigna a toda la Iglesia en la Novo millennio ineunte, así como los problemas sobre los que ha reflexionado el consistorio, no los afrontaremos sólo con nuestras fuerzas humanas, sino con la fuerza que viene "de lo alto". Esta es la certeza que se alimenta continuamente en la contemplación de Cristo elevado al cielo. Fijando en él nuesta mirada, aceptemos de buen grado la exhortación de la carta a los Hebreos a "mantenernos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa" (He 10,23).

Nuestro renovado compromiso se hace canto de alabanza, a la vez que con las palabras del Salmo indicamos a todos los pueblos del mundo a Cristo resucitado y elevado al cielo: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo. (...) Dios es el rey del mundo" (Ps 47,1 Ps 47,8).
Por tanto, con renovada confianza, "rememos mar adentro" en su nombre.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA ÁNGELA MERICI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Domingo 27 de mayo de 2001



1. "Dios asciende entre aclamaciones" (Antífona del Salmo responsorial). Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Revivimos el momento en que Cristo, cumplida su misión terrena, vuelve al Padre. Esta fiesta constituye el coronamiento de la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en Pentecostés. Por tanto, no hay que considerar la Ascensión del Señor como un episodio aislado, sino como parte integrante del único misterio pascual.

En realidad, Jesús resucitado no deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia, comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión evangelizadora a lo largo de los siglos.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Ángela Merici, me alegra celebrar juntamente con vosotros esta solemnidad de la Ascensión. Os saludo a todos con afecto. Saludo, ante todo, al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro querido párroco, don Guido Peressini, y a los sacerdotes que colaboran con él. Doy las gracias de modo particular a quienes, al comienzo de la celebración, me han dirigido cordiales palabras en nombre de todos.

Saludo asimismo a las religiosas de los cinco institutos femeninos presentes y activos en la parroquia, a los miembros del consejo pastoral y a cuantos, de diferentes modos, participan y animan la vida parroquial. Amadísimos hermanos y hermanas, os abrazo con afecto a cada uno de vosotros, aquí presentes, y a quienes viven en este barrio.

1447 3. La liturgia nos exhorta hoy a mirar al cielo, como hicieron los Apóstoles en el momento de la Ascensión, pero para ser los testigos creíbles del Resucitado en la tierra (cf. Hch Ac 1,11), colaborando con él en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres. Nos invita, además, a meditar en el mandato que Jesús dio a los discípulos antes de subir al cielo: predicar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc Lc 24,47). Es un mandato que nos impulsa a reflexionar sobre lo que nuestra diócesis, a través de la experiencia del Sínodo diocesano y de la Misión ciudadana, así como a través de los acontecimientos que tuvieron lugar durante el reciente jubileo, está tratando de realizar con fidelidad a Cristo, para influir eficazmente en la sociedad y en la cultura contemporánea.

También trataremos de responder a este mismo mandato de Cristo con la asamblea diocesana, que se celebrará del 7 al 9 del próximo mes de junio, para verificar el éxito de la Misión ciudadana y planificar una pastoral misionera permanente, es decir, una pastoral que se dirija a todos e impulse a los fieles a tender a la santidad, a fin de que cada uno cumpla su misión en el mundo según su vocación peculiar. Os exhorto a todos a rezar por el éxito de esa asamblea y a prepararos para secundar diligentemente las líneas pastorales que broten de ella. De este modo, también vuestra comunidad parroquial se situará, con renovado entusiasmo, en el camino misionero que está realizando la Iglesia de Roma.

4. Vuestra parroquia, que cuenta con más de cinco mil habitantes, está viviendo, como toda la ciudad de Roma, una profunda transformación social, y siente la urgencia de adecuar cada vez más su acción pastoral a las nuevas exigencias de la gente. Ya estáis tratando de dar respuestas concretas a este desafío. Os preocupáis, en particular, por afrontar las numerosas situaciones de pobreza existentes en el barrio, para proclamar con las obras el "evangelio de la caridad". Pienso, por ejemplo, en las personas procedentes de países que no pertenecen a la Unión europea, que a menudo carecen de trabajo y no pueden llevar una existencia digna. Pienso en los numerosos ancianos que se sienten solos, precisamente en el momento en que comienzan a fallarles las fuerzas físicas y la buena salud.

Quisiera enviar mi saludo fraterno a todos los que se encuentran en condiciones difíciles, y os invito, queridos hermanos, a estar siempre a su lado. Os doy las gracias por lo que ya estáis haciendo a este respecto. Me complace especialmente la realización del centro de Cáritas, que quiere ser un signo de vuestra respuesta a las necesidades inmediatas de cuantos muy a menudo son olvidados. Proseguid con valentía y confianza, sabiendo que no estáis solos en este esfuerzo. Está con vosotros toda la diócesis de Roma, que, gracias a la experiencia del gran jubileo, ha crecido mucho en la comunión y está dispuesta a realizar una obra misionera más eficaz y renovada en nuestra metrópoli.

5. Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo están llamados a dar su contribución a vuestra acción de compromiso apostólico y de renovación eclesial. Pienso de modo especial en vosotros, amadísimos jóvenes. Vuestra comunidad parroquial, durante la XV Jornada mundial de la juventud, acogió a 1500 muchachos y muchachas procedentes de todo el mundo. Así pudisteis experimentar el entusiasmo y la vitalidad espiritual que suscitaron aquellas jornadas de gracia. Con el mismo espíritu, seguid testimoniando a Cristo en la familia, en la escuela y en los ambientes de la vida diaria. Con la misma alegría id al encuentro de vuestros coetáneos, y sed acogedores y abiertos con ellos. Además, también podéis hacer mucho por los ancianos. Es sabido que entre jóvenes y ancianos se crea a menudo un vínculo que puede resultar para vosotros un óptimo camino de profundización de la fe, a la luz de su experiencia. Asimismo, podéis comunicar a los ancianos el entusiasmo típico de vuestra edad, para que vivan mejor el otoño de su existencia. De este modo se realiza un útil intercambio de dones en beneficio de toda la comunidad. Que la comprensión y la cooperación recíprocas entre todos sean el estilo permanente de vuestra vida familiar y parroquial.

6. "Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido" (Lc 24,49). Jesús habla aquí de su Espíritu, el Espíritu Santo. También nosotros, al igual que los discípulos, nos disponemos a recibir este don en la solemnidad de Pentecostés. Sólo la misteriosa acción del Espíritu puede hacernos nuevas criaturas; sólo su fuerza misteriosa nos permite anunciar las maravillas de Dios. Por tanto, no tengamos miedo; no nos encerremos en nosotros mismos. Por el contrario, con pronta disponibilidad colaboremos con él, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la humanidad entera al Padre.

Permanezcamos en espera de la venida del Paráclito, como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Al llegar a vuestra iglesia he visto una columna que sostiene la imagen de la Virgen con la inscripción: "No pases sin saludar a María". Sigamos siempre este consejo. María, a la que recurrimos con confianza sobre todo en este mes de mayo, nos ayude a ser dignos discípulos y testigos valientes de su Hijo en el mundo. Que ella, como Reina de nuestro corazón, haga de todos los creyentes una familia unida en el amor y en la paz.



B. Juan Pablo II Homilías 1441