B. Juan Pablo II Homilías 1420

1420 Venerados y queridos hermanos ordenandos, la Iglesia os acompaña y os asegura su oración, para que desempeñéis con fiel generosidad, a ejemplo de san José, vuestro ministerio pastoral. Os aseguran su oración, en particular, quienes os acompañan en este día de fiesta: vuestros familiares, los sacerdotes y los amigos, así como las comunidades de las que procedéis y a las que estáis destinados.

4. Las ordenaciones episcopales, que suelo conferir el día de la Epifanía, este año han sido aplazadas a causa de la conclusión del gran jubileo. Así, tengo la oportunidad de realizar este rito en la solemnidad de San José, tan querida para el pueblo cristiano. Esto me permite encomendaros con particular insistencia a cada uno de vosotros a la incesante protección de san José, patrono de la Iglesia universal.

Queridos hermanos, os saludo con gran cordialidad a vosotros y a todos los que se unen a vuestra alegría. Os deseo de corazón que prosigáis con generosidad renovada el servicio que ya prestáis a la causa del Evangelio.

5. A ti, monseñor Fernando Filoni, se te ha confiado la misión de nuncio apostólico en Irak y Jordania, para que sostengas a las comunidades cristianas esparcidas por esas tierras: estoy seguro de que serás para ellas un mensajero de paz y esperanza. Tú, monseñor Henryk Józef Nowacki, después de trabajar mucho tiempo a mi lado, serás, como representante de la Sede apostólica en Eslovaquia, solícito heraldo del Evangelio en ese país de antigua tradición cristiana. Y tú, monseñor Timothy Paul Broglio, a quien agradezco la fiel cooperación brindada al cardenal secretario de Estado, irás a las puertas del continente americano como nuncio en la República Dominicana y delegado apostólico en Puerto Rico: en medio de esas queridas poblaciones sé testigo del afecto del Sucesor de Pedro.

También a ti, monseñor Domenico Sorrentino, te agradezco el valioso servicio que has prestado en la Secretaría de Estado, y ahora, al confiarte la prelatura de Pompeya y su célebre santuario mariano, pongo tu ministerio bajo la mirada y la bendición de la Virgen del Santo Rosario, pidiéndole que guíe tus pasos tras las huellas de san Paulino, obispo de Nola, tu tierra natal, y orgullo de la Campania. La Virgen santísima siga velando también sobre tus pasos, monseñor Tomasz Peta, llamado a encargarte de la Administración apostólica de Astana, en Kazajstán, donde desde hace varios años ya trabajas con laudable celo apostólico.

Tú, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, proseguirás en el apreciado servicio de canciller de la Academia pontificia de ciencias y de la de ciencias sociales, instituciones a las que atribuyo gran importancia para el diálogo de la Iglesia con el mundo de la cultura. A ti, monseñor Marc Ouellet, he querido confiarte el cargo de secretario del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, tarea de particular relieve por la nobilísima finalidad que lo inspira y por las renovadas esperanzas que la celebración del Año jubilar ha suscitado en el corazón de tantos cristianos.

Y tú, monseñor Giampaolo Crepaldi, desempeñarás la función de secretario del Consejo pontificio Justicia y paz, prosiguiendo con mayores responsabilidades tu ya cualificado servicio en ese dicasterio. Por último, te abrazo con afecto a ti, monseñor Djura Dzudzar, a quien he elegido como auxiliar del eparca de Mukacevo en Transcarpacia, Ucrania, país que, si Dios quiere, dentro de poco tendré la alegría de visitar y al que desde ahora envío un saludo cordial así como mis mejores deseos.

6. Queridos hermanos, como san José, modelo y guía de vuestro ministerio, amad y servid a la Iglesia. Imitad el ejemplo de este gran santo, así como el de su Esposa, María. Cuando encontréis dificultades y obstáculos, no dudéis en aceptar sufrir con Cristo en favor de su Cuerpo místico (cf. Col
Col 1,24), para que con él podáis alegraros de una Iglesia toda hermosa, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada (cf. Ef Ep 5,27). El Señor, que os dará siempre su gracia, hoy os consagra y os envía como apóstoles al mundo. Llevad grabadas en vuestro corazón sus palabras: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28,20), y no temáis. Como María, como José, confiad siempre en él. Él ha vencido al mundo.



INAUGURACIÓN DEL PONTIFICIO COLEGIO COREANO EN ROMA


Viernes 23 de marzo de 2001



1. "Como un pastor vela por su rebaño, (...) así velaré yo por mis ovejas. (...) Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países" (Ez 34,12-13).

Las palabras del profeta Ezequiel que acabamos de escuchar testimonian la constante solicitud de Dios por sus fieles que, a lo largo de la historia, no se cansa de reunir de "toda raza, lengua, pueblo y nación" (Ap 5,9). Los congrega para hacer de ellos "un reino de sacerdotes" para él (Ap 5,10), cumpliendo su misericordioso designio salvífico.

1421 Esto es lo que Dios ha realizado también con el amado pueblo de Corea, y esta celebración nos brinda una nueva ocasión para darle las gracias. Precisamente este año se celebra el bicentenario de la gran persecución de 1801, que causó la muerte de más de trescientos cristianos en vuestra patria. Gracias a la valentía de esos testigos de la fe y de otros que han seguido su ejemplo, la semilla evangélica, semilla de esperanza, no ha muerto, a pesar de las sucesivas oleadas de persecución. Más aún, ha ido desarrollándose progresivamente, dando consistencia a un crecimiento sorprendente de la Iglesia en vuestro país. En verdad, esta tarde podemos repetir con razón que Dios ha velado por su pueblo fiel.

2. "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros" (
Jn 17,11).

En nuestra asamblea han resonado, llenas de consolación, estas palabras de Jesús, que nos remiten al Cenáculo, a la dramática víspera de su muerte en la cruz. Son palabras que en el decurso de los tiempos han seguido proclamándose en la Iglesia; palabras que han sostenido a innumerables mártires y confesores de la fe en los momentos de dificultad y de prueba.

Pienso esta tarde en los santos de la amada Corea y, entre ellos, en san Andrés Kim Taegon, a quien habéis elegido como patrono. Podemos imaginar que meditó a menudo en esas palabras del divino Maestro. En la hora decisiva, animado por la invocación del Señor, no dudó en perderlo todo por él (cf. Flp Ph 3,8). Fue fiel hasta la muerte. Se cuenta que, mientras esperaba que lo ajusticiaran, alentaba a sus hermanos en la fe con palabras que evocan de modo impresionante la oración que Jesús dirigió al Padre por sus discípulos: "Que no os espanten las calamidades -suplicaba-; no os desaniméis y no renunciéis a servir a Dios; por el contrario, siguiendo los pasos de los santos, promoved la gloria de su Iglesia y mostraos como verdaderos soldados y súbditos de Dios. Aunque seáis muchos, tened un solo corazón; recordad siempre la caridad; sosteneos y ayudaos los unos a los otros, y esperad el momento en que Dios tenga piedad de vosotros".

3. "Tened un solo corazón". San Andrés Kim Taegon exhortaba a los creyentes a sacar de la caridad divina la fuerza para permanecer unidos y oponerse al mal. Como la comunidad primitiva, en la que todos tenían "un solo corazón y una sola alma" (Ac 4,32), también la Iglesia coreana debía encontrar el secreto de su cohesión y de su crecimiento en la adhesión a la enseñanza de los Sucesores de los Apóstoles, en la oración y en la fracción del pan (cf. Hch Ac 2,42).

Estoy seguro de que esta misma unidad de propósitos y el mismo espíritu de caridad serán el alma del Pontificio Colegio Coreano, que inauguramos con esta celebración. Con este deseo, queridos hermanos y hermanas, os saludo cordialmente. Saludo en particular al señor cardenal Stephen Kim Sou-hwan y a los obispos presentes, y expreso mi agradecimiento en especial a monseñor Michael Pak Jeong-il, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Saludo también al rector del colegio, a los sacerdotes estudiantes, a las autoridades presentes, a las religiosas colaboradoras y a los demás huéspedes.

Quisiera recordar asimismo a toda la comunidad cristiana de vuestro país, tan querida para mí, a los obispos y a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos, a las familias y a los jóvenes. A todos y a cada uno encomiendo a la intercesión de san Andrés Kim Taegon, para que el amor a Dios y al prójimo siga impregnando el alma y la historia del pueblo coreano.

4. En esta casa, deseada ardientemente por los obispos de Corea, vivirán seminaristas y sacerdotes cuya estancia en Roma tendrá como fin una intensa y específica preparación para el ministerio presbiteral. Además de frecuentar cursos académicos en las universidades pontificias de Roma, tomarán cada vez mayor conciencia de su misión de testigos de la verdad, apóstoles del amor de Cristo, heraldos infatigables del Evangelio y pastores celosos del pueblo cristiano.

Toda la formación teológica y pastoral se orientará a lograr que cada presbítero sea Cristo para los demás, un signo convincente de su amor y de su acción salvífica. Pero el secreto de este servicio apostólico lo aprenderán en el contacto íntimo con el Señor. Por tanto, su primera preocupación deberá ser establecer una continua familiaridad con Jesús en la Eucaristía y pedir confiadamente en la oración su gracia y la luz de su palabra.

5. "Yo les he dado tu palabra. (...) Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad" (Jn 17,14 Jn 17,17).

Meditando a menudo en el discurso de Jesús en el Cenáculo, del que están tomadas esas palabras, los huéspedes de este colegio lograrán comprender mejor la misión a la que está llamado el sacerdote. Oirán en su corazón el eco de la voz del Maestro, que les dice: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15). Fortalecidos por la constante comunión con él, podrán proclamar con gran confianza: "El Señor es mi pastor, nada me falta" (Ps 23,1).

1422 ¡Quiera Dios que en este colegio se respire a diario el clima del Cenáculo! Clima indispensable "para engendrar -como dice san Carlos Borromeo- a Cristo en nosotros y en los demás" (Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milán 1559, n. 1178).

Los santos patronos de Corea, y especialmente san Andrés Kim Taegon, velen sobre cuantos viven aquí. Los proteja sobre todo la Virgen Inmaculada, Madre del Redentor y Estrella de la evangelización.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN


Domingo 25 de marzo de 2001

1. "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co 5, 20). Hoy, IV domingo de Cuaresma, resuenan con singular elocuencia estas palabras del apóstol san Pablo. Constituyen un fuerte llamamiento a la conversión y a la reconciliación con Dios. Son una invitación a emprender un camino de auténtica renovación espiritual. Al experimentar el amor misericordioso del Padre celestial, el creyente se convierte a su vez en heraldo y testigo de este don extraordinario ofrecido a toda la humanidad en Cristo crucificado y resucitado.

A este propósito, el Apóstol recuerda: "Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo" (2 Co 5, 18). Y añade que Dios sigue exhortando por medio de nosotros y "nos encargó el servicio de reconciliar" (2Co 5,19). La misión de proclamar la reconciliación compete, ante todo, a los Apóstoles y a sus sucesores; corresponde, además, a todo cristiano según las responsabilidades y las modalidades propias de su estado. Por tanto, todos estamos llamados a ser "misioneros de reconciliación" con la palabra y con la vida.

2. "Reconciliaos con Dios". Haciendo mía la exhortación de san Pablo, me alegra saludaros a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, y a los habitantes del barrio Cinquina. Prosiguiendo mi peregrinación pastoral a las comunidades parroquiales romanas, hoy tengo la alegría de estar en medio de vosotros. Saludo con afecto al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro celoso párroco, don Paolo Corsi, al vicario parroquial y a los demás sacerdotes. Saludo a los religiosos, a las religiosas y a cuantos cooperan activamente en las diversas actividades pastorales. Saludo a las familias, a los ancianos, a los enfermos y a cuantos no han podido estar con nosotros, pero se hallan unidos espiritualmente a nosotros. Doy las gracias a quienes, en nombre de toda la familia parroquial, me han dirigido amables palabras de bienvenida al comienzo de la santa misa.

Os saludo en especial a vosotros, amadísimos jóvenes, que dais a la comunidad parroquial una significativa contribución con vuestro gran entusiasmo. Permitidme que aproveche esta circunstancia para recordaros la importante cita del jueves 5 de abril, a las cinco de la tarde, en la plaza de San Pedro. Junto con otros coetáneos vuestros de Roma, nos reuniremos para rezar y prepararnos para la XVI Jornada mundial de la juventud que, como sabéis, este año se celebra en cada diócesis el domingo de Ramos.

Os saludo también a vosotros, queridos niños, y os agradezco vuestra calurosa acogida.
3. La liturgia de hoy, con abundantes llamadas al perdón y a la reconciliación, nos brinda estímulos útiles para una revisión de vida personal y comunitaria. ¡Qué ocasión tan oportuna también para vuestra parroquia de reflexionar en su historia pasada, en su compromiso actual y en sus perspectivas futuras!

Desde que se fundó, hace casi veintisiete años, ha realizado notables esfuerzos para brindar una acogida adecuada a las numerosas familias que han venido a vivir aquí. Ahora es necesario dar un decisivo paso adelante, privilegiando de todas las maneras la evangelización, con itinerarios apropiados de formación cristiana. Vuestra comunidad parroquial ya ha emprendido este camino pastoral, participando activamente en la Misión ciudadana y en la celebración del gran jubileo. Otra etapa providencial de ese camino será la Asamblea diocesana, que tendrá lugar el próximo mes de junio, y a la que os invito a prepararos con esmero y, sobre todo, rezando.

El desafío que tenéis ante vosotros es arduo. Como observáis vosotros mismos, es necesario llegar a articular un verdadero itinerario de formación en la fe, que implique a cuantos reciben los sacramentos de la iniciación cristiana, y prosiga en la edad de la adolescencia y de la juventud, involucrando luego a los novios y a las familias. Para este fin, podréis valorar las diversas modalidades existentes: la catequesis y las interesantes actividades juveniles, como los encuentros para los muchachos que han recibido el sacramento de la confirmación, los campamentos de verano, el laboratorio teatral y las iniciativas del oratorio, incluidas las destinadas a los más pequeños. Hay que fomentar asimismo una presencia cada vez más activa de los laicos en los organismos de participación pastoral. Es igualmente importante estimular la colaboración de los fieles en la vida de la parroquia a través de su adhesión a asociaciones, grupos y movimientos eclesiales y a las propuestas de la Cáritas y del Voluntariado vicenciano.

1423 4. Para realizar un programa apostólico tan vasto, es necesario en primer lugar dedicarse a la oración y a la escucha de la palabra de Dios. Sé que en la parroquia hay varios encuentros de oración y se realiza la adoración eucarística semanal. Os felicito por ello. Queridos hermanos y hermanas, que el corazón de todo proyecto y de todo plan misionero sea siempre la santa misa, vivida con fe y alegría, sobre todo el domingo, "día del Señor".

Al contemplar el rostro de Cristo muerto y resucitado por nosotros, y al celebrar su presencia eucarística, podréis proseguir con más fidelidad y valentía la gran empresa de la "nueva evangelización". Es un compromiso urgente. En efecto, en vuestro barrio afrontáis también el desafío de las sectas. No puedo dejar de deciros que hagáis lo posible para que a vuestros hijos y a todas las personas de buena voluntad se les anuncie el Evangelio tal como lo hace la Iglesia desde hace dos mil años. Proponed con claridad las verdades de la fe cristiana, acompañándolas siempre con el lenguaje del amor y de la fraternidad, que todos pueden comprender.

5. "El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado" (
2Co 5,17). Es precisamente así: en Cristo todo se renueva, y renace constantemente la esperanza, incluso después de experiencias amargas y tristes. La parábola del "hijo pródigo", mejor definida como la parábola del "Padre misericordioso", proclamada hoy en nuestra asamblea, nos asegura que el amor misericordioso del Padre celestial puede cambiar radicalmente la actitud de todo hijo pródigo: puede convertirlo en una criatura nueva.

El que, por haber pecado contra el cielo, estaba perdido y muerto, ahora ha sido realmente perdonado y ha vuelto a la vida. ¡Prodigio extraordinario de la misericordia de Dios! La Iglesia tiene como misión anunciar y compartir con todos los hombres el gran tesoro del "evangelio de la misericordia".

Aquí está la fuente de la alegría que impregna la liturgia de este domingo, llamado precisamente "domingo laetare", por las primeras palabras latinas de la antífona de entrada. Es la alegría del antiguo pueblo de Israel que, después de cuarenta años de camino en el desierto, pudo celebrar la primera Pascua y gozar de los frutos de la tierra prometida. Es también la alegría de todos nosotros que, después de recorrer los cuarenta días de la Cuaresma, reviviremos el misterio pascual.

Que nos acompañe en este itinerario María, la cual, con el fiat de la Anunciación, abrió las puertas de la humanidad al don de la salvación. Ella nos obtenga pronunciar a diario nuestro "sí" a Cristo, para estar cada vez más "reconciliados con Dios". Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE NUESTRA SEÑORA DEL SUFRAGIO

Y SAN AGUSTÍN DE CANTERBURY



Domingo 1 de abril de 2001

1. "El Señor ha estado grande con nosotros" (Ps 126,3). Estas palabras, que hemos repetido como estribillo del Salmo responsorial, constituyen una hermosa síntesis de los temas bíblicos que propone este quinto domingo de Cuaresma. Ya en la primera lectura, tomada del llamado "Deutero-Isaías", el anónimo profeta del exilio babilónico anuncia la salvación preparada por Dios para su pueblo. La salida de Babilonia y el regreso a la patria serán como un nuevo y mayor Éxodo.

En aquella ocasión Dios había liberado a los judíos de la esclavitud de Egipto, superando el obstáculo del mar; ahora guía a su pueblo a la tierra prometida, abriendo en el desierto un camino seguro: "Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo" (Is 43,19).

"Algo nuevo": los cristianos sabemos que el Antiguo Testamento, cuando habla de "realidades nuevas", se refiere en última instancia a la verdadera gran "novedad" de la historia: Cristo, que vino al mundo para liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado, del mal y de la muerte.

2. "Mujer, (...) ¿ninguno te ha condenado? (...) Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más" (Jn 8,10-11). Jesús es novedad de vida para el que le abre el corazón y, reconociendo su pecado, acoge su misericordia, que salva. En esta página evangélica, el Señor ofrece su don de amor a la adúltera, a la que ha perdonado y devuelto su plena dignidad humana y espiritual. Lo ofrece también a sus acusadores, pero su corazón permanece cerrado e impermeable.

1424 Aquí el Señor nos invita a meditar en la paradoja que supone rechazar su amor misericordioso. Es como si ya comenzara el proceso contra Jesús, que reviviremos dentro de pocos días en los acontecimientos de la Pasión: ese proceso desembocará en su injusta condena a muerte en la cruz. Por una parte, el amor redentor de Cristo, ofrecido gratuitamente a todos; por otra, la cerrazón de quien, impulsado por la envidia, busca una razón para matarlo. Acusado incluso de ir contra la ley, Jesús es "puesto a prueba": si absuelve a la mujer sorprendida en flagrante adulterio, se dirá que ha transgredido los preceptos de Moisés; si la condena, se dirá que ha sido incoherente con el mensaje de misericordia dirigido a los pecadores.

Pero Jesús no cae en la trampa. Con su silencio, invita a cada uno a reflexionar en sí mismo. Por un lado, invita a la mujer a reconocer la culpa cometida; por otro, invita a sus acusadores a no substraerse al examen de conciencia: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra" (
Jn 8,7).

Ciertamente, la situación de la mujer es grave. Pero precisamente de ese hecho brota el mensaje: cualquiera que sea la condición en la que uno se encuentre, siempre le será posible abrirse a la conversión y recibir el perdón de sus pecados. "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más" (Jn 8,11). En el Calvario, con el sacrificio supremo de su vida, el Mesías confirmará a todo hombre y a toda mujer el don infinito del perdón y de la misericordia de Dios.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, me alegra estar hoy aquí con vosotros, en vuestra parroquia, fundada recientemente. Surgida de la fusión de las parroquias de Nuestra Señora del Sufragio y de San Agustín de Canterbury, fue consagrada hace dos años por el cardenal vicario, al que saludo con afecto. Saludo, asimismo, a monseñor Nosiglia, vicegerente, a vuestro querido párroco, don Giulio Ramiccia, y a los sacerdotes que colaboran con él. Doy las gracias de corazón a cuantos me han dado la bienvenida en vuestro nombre, al comienzo de la santa misa.

Saludo y expreso mi gratitud a las religiosas que viven y trabajan en este territorio: Mínimas de Nuestra Señora del Sufragio, Hijas del Sagrado Corazón, religiosas de la Congregación de la Madre del Carmelo, hermanas Hospitalarias de la Misericordia y Comunidad Adsis. Abrazo con afecto a las personas hospedadas en los centros de asistencia presentes en el ámbito parroquial, y a los que les prestan su servicio diariamente. Saludo a los miembros del consejo pastoral y a los del consejo para los asuntos económicos, así como a los componentes de los diversos grupos y asociaciones de vuestra comunidad. Os saludo a vosotros, niños, muchachos y muchachas, y a todos los presentes. Extiendo mi saludo a los habitantes de todo el barrio de Torre Maura.

4. Realizo esta visita en el domingo que nuestra diócesis dedica de modo particular al testimonio de la caridad. En vuestra parroquia, como en otras zonas de la periferia de la ciudad, no faltan situaciones negativas: la drogadicción, la usura, la prostitución, el malestar juvenil, el desempleo y la no siempre fácil integración de los inmigrantes.

En esos frentes vuestra comunidad es muy activa, y trata de dar respuestas concretas a quien vive en graves dificultades. Queridos hermanos, en este tiempo de Cuaresma intensificad vuestra atención a los necesitados. Juntamente con el ayuno y la oración, la caridad es uno de los elementos característicos del itinerario cuaresmal. Por eso, difundid cada vez más el bien, y haced que vuestra atención a los "últimos" sea uno de los ejes de vuestra acción pastoral.

Con todos los medios posibles, ayudad a los habitantes de vuestra zona a descubrir que Cristo y su Evangelio responden a las necesidades reales del hombre y de la familia. Que este espíritu anime la iniciativa de las visitas a las familias, que comenzó con ocasión de la Misión ciudadana y ahora estáis prosiguiendo oportunamente.

Pienso ahora, con especial afecto, en vosotros, queridos jóvenes, que fuisteis los protagonistas de la pasada Jornada mundial de la juventud, en el corazón del gran jubileo. Sé que habéis acogido, en el ámbito de la parroquia, a cerca de mil quinientos jóvenes procedentes de diversas partes del mundo. Me congratulo con vosotros por todo lo que hicisteis con espíritu de abnegación, dando también a los adultos un testimonio de buena voluntad. Seguid influyendo en la comunidad con vuestra fidelidad evangélica para que, gracias a vosotros, muchos de vuestros coetáneos puedan encontrarse con Jesús. Os espero el próximo jueves, junto con todos los jóvenes de Roma, en la plaza de San Pedro, a fin de prepararnos para celebrar la Jornada mundial de la juventud que, como sabéis, será el domingo próximo, domingo de Ramos.

5. "Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor" (Ph 3,8). ¡Conocer a Cristo! En este último tramo del itinerario cuaresmal nos sentimos más estimulados aún por la liturgia a profundizar nuestro conocimiento de Jesús y a contemplar su rostro doliente y misericordioso, preparándonos para experimentar el resplandor de su resurrección. No podemos quedarnos en la superficie. Es necesario hacer una experiencia personal y profunda de la riqueza del amor de Cristo. Sólo así, como afirma el Apóstol, llegaremos a "conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos" (Ph 3,10-11).

Como san Pablo, todo cristiano está en camino; la Iglesia está en camino. Queridos hermanos y hermanas, no nos detengamos ni reduzcamos el paso. Al contrario, dirijámonos con todas nuestras fuerzas hacia la meta a la que Dios nos llama. Corramos hacia la Pascua ya cercana. Nos guíe y nos acompañe con su protección María, la Virgen del Camino. Ella, la Virgen que veneráis aquí como "Nuestra Señora del Sufragio", interceda por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte, de nuestro encuentro supremo con Cristo. Amén.



XVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



1425

Domingo de Ramos 8 de abril de 2001

. 1. "¡Hosanna!", "¡crucifícale!". Con estas dos palabras, gritadas probablemente por la misma multitud a pocos días de distancia, se podría resumir el significado de los dos acontecimientos que recordamos en esta liturgia dominical.

Con la aclamación: "Bendito el que viene", en un arrebato de entusiasmo, la gente de Jerusalén, agitando ramos de palma, acoge a Jesús que entra en la ciudad montado en un borrico. Con la palabra: "¡Crucifícale!", gritada dos veces con creciente vehemencia, la multitud reclama del gobernador romano la condena del acusado que, en silencio, está de pie en el pretorio.

Por tanto, nuestra celebración comienza con un "¡Hosanna!" y concluye con un "¡Crucifícale!". La palma del triunfo y la cruz de la Pasión: no es un contrasentido; es, más bien, el centro del misterio que queremos proclamar. Jesús se entregó voluntariamente a la Pasión, no fue oprimido por fuerzas mayores que él. Afrontó libremente la muerte en la cruz, y en la muerte triunfó.

Escrutando la voluntad del Padre, comprendió que había llegado la "hora", y la aceptó con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres: "Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

2. Hoy contemplamos a Jesús que se acerca al término de su vida y se presenta como el Mesías esperado por el pueblo, que fue enviado por Dios y vino en su nombre a traer la paz y la salvación, aunque de un modo diverso de como lo esperaban sus contemporáneos.

La obra de salvación y de liberación realizada por Jesús perdura a lo largo de los siglos. Por este motivo la Iglesia, que cree con firmeza que él está presente aunque de modo invisible, no se cansa de aclamarlo con la alabanza y la adoración. Por consiguiente, nuestra asamblea proclama una vez más: "¡Hosanna! Bendito el que viene en nombre del Señor".

3. La lectura de la página evangélica ha puesto ante nuestros ojos las escenas terribles de la pasión de Jesús: su sufrimiento físico y moral, el beso de Judas, el abandono de los discípulos, el proceso en presencia de Pilato, los insultos y escarnios, la condena, la vía dolorosa y la crucifixión. Por último, el sufrimiento más misterioso: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?". Un fuerte grito, y luego la muerte.

¿Por qué todo esto? El inicio de la plegaria eucarística nos dará la respuesta: "El cual (Cristo), siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar, fuimos justificados" (Prefacio).

Así pues, en esta celebración expresamos nuestra gratitud y nuestro amor a Aquel que se sacrificó por nosotros, al Siervo de Dios que, como había dicho el profeta, no se rebeló ni se echó atrás, ofreció la espalda a los que lo golpeaban, y no ocultó su rostro a insultos y salivazos (cf. Is Is 50,4-7).

4. Pero la Iglesia, al leer el relato de la Pasión, no se limita a considerar únicamente los sufrimientos de Jesús; se acerca con emoción y confianza a este misterio, sabiendo que su Señor ha resucitado. La luz de la Pascua hace descubrir la gran enseñanza que encierra la Pasión: la vida se afirma con la entrega sincera de sí hasta afrontar la muerte por los demás, por Dios.

1426 Jesús no entendió su existencia terrena como búsqueda del poder, como afán de éxito y de hacer carrera, o como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su igualdad con Dios, asumió la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y obedeció al proyecto del Padre hasta la muerte en la cruz. Y así dejó a sus discípulos y a la Iglesia una enseñanza muy valiosa: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).

5. El domingo de Ramos se celebra también, desde hace años, la Jornada mundial de la juventud, vuestra jornada, amadísimos jóvenes, que habéis venido de las diversas parroquias de la diócesis de Roma y de otras partes del mundo. Juntamente con vosotros, saludo con afecto y esperanza también a vuestros coetáneos que, en las diferentes Iglesias particulares, celebran hoy la XVI Jornada mundial de la juventud, la primera del nuevo milenio.

Saludo en particular a los jóvenes de la delegación canadiense, encabezada por el arzobispo de Toronto, cardenal Ambrozic, que se encuentran entre nosotros para acoger la cruz en torno a la cual se reunirán los jóvenes de los cinco continentes durante la próxima Jornada mundial de 2002. A todos y a cada uno reafirmo una vez más con fuerza que la cruz de Cristo es el camino de vida y salvación, el camino para llegar a la palma del triunfo en el día de la resurrección.

¿Qué vemos en la cruz que se eleva ante nosotros y que, desde hace dos mil años, el mundo no deja de interrogar y la Iglesia de contemplar? Vemos a Jesús, el Hijo Dios que se hizo hombre para que el hombre vuelva a Dios. Él, sin pecado, está ahora ante nosotros crucificado. Es libre, aunque esté clavado al madero. Es inocente, a pesar de la inscripción que anuncia el motivo de su condena. No le han quebrantado ningún hueso (cf. Sal Ps 34,21), porque es la columna fundamental de un mundo nuevo. No han rasgado su túnica (cf. Jn Jn 19,24), porque vino para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos por el pecado (cf. Jn Jn 11,52). Su cuerpo no será enterrado, sino puesto en un sepulcro excavado en la roca (cf. Lc Lc 23,53), porque no puede sufrir corrupción el cuerpo del Señor de la vida, que ha vencido a la muerte.

6. Amadísimos jóvenes, Jesús murió y resucitó, y ahora vive para siempre. Dio su vida. Pero nadie se la quitó; la entregó "por nosotros" (Jn 10,18). Por medio de su cruz hemos recibido la vida. Gracias a su muerte y a su resurrección el Evangelio triunfó y nació la Iglesia.

Queridos jóvenes, mientras entramos confiados en el nuevo siglo y en el nuevo milenio, el Papa os repite las palabras del apóstol san Pablo: "Si morimos con él, viviremos con él; si sufrimos con él, reinaremos con él" (2Tm 2,11). Porque sólo Jesús es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn Jn 14,6).

Entonces, ¿quién nos separará del amor de Cristo? El Apóstol dio la respuesta también por nosotros: "Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8,38-39).

¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, Verbo de Dios, salvador del mundo!



B. Juan Pablo II Homilías 1420