B. Juan Pablo II Homilías 1561


MISA DE BEATIFICACIÓN DE SEIS SIERVOS DE DIOS



Domingo 20 de octubre de 2002



1. "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).

Jesús resucitado se despide así de los Apóstoles, antes de volver al Padre: "¡Id!". Su última palabra es una invitación a la misión, que es, al mismo tiempo, una promesa, un testamento y un compromiso. Cristo confía a los discípulos su mensaje de salvación y les pide que lo difundan y lo testimonien hasta los confines de la tierra.

Este es el significado de la Jornada mundial de las misiones, que celebramos hoy. Por una providencial coincidencia, precisamente en esta jornada se proclaman algunos nuevos beatos, que cumplieron de modo singular el mandato de anunciar y testimoniar el Evangelio. Son David Okelo y Gildo Irwa, Andrés Jacinto Longhin, Marco Antonio Durando, María de la Pasión y Liduina Meneguzzi.

Su beatificación en el marco de la Jornada mundial de las misiones nos recuerda que el primer servicio que hay que prestar a la misión es la búsqueda sincera y constante de la santidad. No podemos testimoniar con coherencia el Evangelio si antes no lo vivimos fielmente.

2. Mi pensamiento va ante todo a los dos jóvenes catequistas de Uganda, David Okelo y Gildo Irwa. Estos dos valientes testigos eran casi adolescentes cuando, con sencillez y fe, derramaron su sangre por Cristo y por su Iglesia. Con gran entusiasmo por su misión de enseñar la fe a sus paisanos, partieron en 1918 hacia el norte de Uganda. Allí, precisamente en el momento en que comenzaba la evangelización en esa región, prefirieron la muerte antes que abandonar la zona y renunciar a sus deberes de catequistas. Verdaderamente, en su vida y en su testimonio podemos comprobar que fueron "amados y elegidos por Dios" (cf. 1Th 1,4).

1562 David y Gildo son elevados hoy a la gloria de los altares. Se presentan a toda la comunidad cristiana como ejemplos de santidad y virtud, y como modelos e intercesores para los catequistas de todo el mundo, especialmente en los lugares donde los catequistas sufren aún a causa de la fe, afrontando a veces la marginación social e incluso peligros personales. Quiera Dios que la vida y el testimonio de estos dos abnegados servidores del Evangelio impulsen a muchos hombres y mujeres en Uganda, en África y por doquier, a responder con generosidad a la llamada a ser catequistas, llevando el conocimiento de Cristo a los demás y fortaleciendo la fe de las comunidades que han recibido recientemente el Evangelio de la salvación.

3. "Te llamé por tu nombre" (
Is 45,4). Las palabras con las que el profeta Isaías indica la misión que Dios confía a sus elegidos expresan bien la vocación de Andrés Jacinto Longhin, el humilde capuchino que durante 32 años fue obispo de la diócesis de Treviso, al inicio del siglo pasado, el siglo XX. Fue un pastor sencillo y pobre, humilde y generoso, siempre disponible hacia el prójimo, según la más genuina tradición capuchina.

Lo llamaban el obispo de las cosas esenciales. En una época marcada por acontecimientos dramáticos y dolorosos, actuó como padre para los sacerdotes y pastor celoso para la gente, siempre al lado de sus fieles, especialmente en los momentos de dificultad y peligro. Así anticipó lo que subrayaría el concilio ecuménico Vaticano II, al señalar que la evangelización es "una de las principales funciones del obispo" (Christus Dominus CD 12 cf. Redemptoris missio RMi 63).

4. "Recordamos (...) la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la constancia de vuestra esperanza" (1 Ts 1, 2-3). Las palabras del Apóstol esbozan el retrato espiritual del padre Marco Antonio Durando, de la Congregación de la Misión y digno hijo de la tierra piamontesa. Vivió de fe y de ardiente impulso espiritual, desdeñando toda forma de componenda o de tibieza interior.

Siguiendo el ejemplo de san Vicente de Paúl, supo reconocer en la humanidad de Cristo la expresión más grande y, al mismo tiempo, más accesible y desarmante, del amor de Dios a todo hombre. Aún hoy nos indica el misterio de la cruz como el momento culminante en el que se revela el misterio insondable del amor de Dios.

5. "Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido" (1Th 1,4). María de la Pasión se dejó conquistar por Dios, capaz de calmar la sed de verdad que sentía. Al fundar la congregación de Franciscanas Misioneras de María, ardía en deseos de comunicar el gran amor que la impulsaba y tendía a difundirse por el mundo. En el centro del compromiso misionero puso la oración y la Eucaristía, pues para ella adoración y misión se fundían en una misma actividad. Alimentada con la Escritura y con los Padres de la Iglesia, mística y activa, apasionada e intrépida, se entregó con una disponibilidad intuitiva y audaz a la misión universal de la Iglesia. Queridas hermanas, siguiendo el ejemplo de vuestra fundadora, en comunión profunda con la Iglesia, acoged la invitación a vivir, con una fidelidad renovada, las intuiciones de vuestro carisma fundador, para que sean numerosos los que descubran a Jesús, que nos hace entrar en el misterio de amor que es Dios.

6. "Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor" (Ps 95,7). Las palabras del Salmo responsorial expresan bien el anhelo misionero que impulsó a sor Liduina Meneguzzi, de las religiosas de San Francisco de Sales. En su breve pero intensa existencia, sor Liduina se prodigó en favor de los hermanos más pobres y dolientes, particularmente en el hospital de la misión de Dire Dahua, en Etiopía.

Con ferviente celo apostólico trataba de dar a conocer a todos a nuestro único Salvador, Jesús. Siguiendo el ejemplo de Cristo, "manso y humilde de corazón" (cf. Mt Mt 11,29), aprendió a difundir la caridad, que brota de un corazón puro, superando toda mediocridad e inercia interior.

7. "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Esta es la promesa que Cristo hizo a sus discípulos, al prepararse para dejar el mundo y volver al Padre.
¡Estoy con vosotros todos los días! Estoy contigo -dice Jesús-, Iglesia peregrina en el mundo. Estoy con vosotros, comunidades eclesiales jóvenes en tierras de misión. No tengáis miedo de entrar en diálogo con todos. Llevad a cada uno el mensaje de la salvación. ¡Tened valor!

Que María, Estrella de la evangelización, y los nuevos beatos protejan y acompañen vuestros pasos por los caminos del mundo. Amén.







CON OCASIÓN DEL INICIO DEL AÑO ACADÉMICO


DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS


1563

Viernes 25 de octubre de 2002



1. "Esta es la generación que busca tu rostro Señor" (cf. Sal Ps 23,6).

Las palabras que hemos cantado como estribillo del Salmo responsorial cobran un significado particular hoy, en esta basílica. En efecto, en ella se han reunido rectores, profesores y alumnos de las Universidades eclesiásticas romanas, con ocasión de la tradicional celebración de inicio del nuevo año académico.

A todos dirijo mi cordial saludo. Expreso en particular mi agradecimiento al cardenal Zenon Grocholewski, que preside la celebración eucarística, y a sus colaboradores por el trabajo que realizan diariamente en la Congregación para la educación católica.

2. Al veros, amadísimos hermanos y hermanas, pienso con gratitud: Señor, "esta es la generación que busca tu rostro". En efecto, ¿qué es el estudio de la teología sino un modo peculiar de buscar el rostro de Dios? Asimismo, el estudio de las demás ciencias que se enseñan en vuestros ateneos ¿qué es sino una reflexión sobre la realidad del hombre, de la Iglesia y de la historia, en los que Dios se revela a sí mismo y su inescrutable misterio de salvación?

"Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes" (Ps 23,1): desde cualquier perspectiva que se enfoque la realidad, el creyente sabe que está, por decirlo así, "en una tierra sagrada" (cf. Ex Ex 3,5), porque no hay nada de positivo, dentro o fuera del hombre, que no refleje de algún modo la sabiduría divina. "¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Ps 8,2 Ps 8,10).

3. La perícopa evangélica que acaba de proclamarse nos habla de dos niveles de "sabiduría": el primero consiste en la capacidad de "explorar el aspecto de la tierra y del cielo" (Lc 12,56), es decir, de captar nexos de causa-efecto en los fenómenos naturales. En otro nivel, más profundo, se sitúa en cambio la capacidad de juzgar el "tiempo" en el que se desarrolla la historia de la salvación, el tiempo en el que Dios obra y espera la colaboración del hombre.

En la "plenitud de los tiempos", recuerda san Pablo (Ga 4,4), Dios envió a su Hijo unigénito. Sin embargo, el evangelista san Juan explica que "vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). La presencia del Verbo encarnado otorga al tiempo una singular cualidad: lo hace "decisivo", en el sentido de que en él se decide el destino eterno de cada hombre y de toda la humanidad. Al máximo don de Dios corresponde la máxima responsabilidad del hombre.

4. La severa observación que Cristo dirige a la multitud se aplica muy bien a nuestra época, en la que la humanidad ha desarrollado una elevadísima capacidad de analizar y leer los fenómenos, por decirlo así, "con superficialidad", pero tiende a evitar los interrogantes más profundos sobre el sentido último de la realidad, sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre el bien y el mal en la historia.

La fuerte acusación: "Hipócritas" (Lc 12,56), dirigida por Jesús, implica claramente que aquí no se trata sólo de no saber juzgar lo que conviene (cf. Lc Lc 12,57), sino también de no querer acogerlo. En otras palabras, la hipocresía consiste en una falsa sabiduría, que se complace en muchos conocimientos, pero evita comprometerse en cuestiones exigentes en el ámbito religioso y moral.

5. La primera lectura de hoy, tomada de la carta de san Pablo a los Efesios, presenta una síntesis admirable entre fe y vida, entre teología y sabiduría evangélica; es la perspectiva de la unidad. Se alimenta de algunas virtudes que el Apóstol enumera: humildad, mansedumbre, paciencia y tolerancia mutua por amor (cf. Ef Ep 4,2). La exhortación moral de san Pablo se funda plenamente en la contemplación del misterio y en su traducción al comportamiento concreto de los miembros de la comunidad.

1564 Por tanto, el antídoto contra la hipocresía es una constante interacción entre lo que se sabe y lo que se vive, entre el mensaje de verdad recibido como don con la vocación cristiana y las actitudes personales y comunitarias concretas. En otras palabras, entre el saber de la fe y la santidad de la vida.

6. Estas reflexiones, inspiradas por la palabra de Dios, interpelan en particular a cuantos están comprometidos en las Universidades eclesiásticas. Profesores y alumnos están llamados a prestar una atención constante para interpretar los signos de los tiempos en relación con el Signo central de la revelación divina, Cristo Señor. En particular, están llamados a ponerse siempre al servicio de la unidad de la Iglesia. Esta unidad, abierta por su misma naturaleza a la dimensión católica, encuentra aquí, en Roma, el ambiente ideal para ser creída, estudiada y servida.

Queridos hermanos y hermanas, la unidad del Cuerpo eclesial se conserva y se edifica por medio del vínculo de la paz, en la verdad y en la caridad (cf. Ef
Ep 4,3). Por tanto, es necesario que vuestras Universidades sean, ante todo, lugares de auténtica sabiduría cristiana, donde cada uno se esfuerce personalmente por realizar una síntesis coherente entre la fe y la vida, entre los contenidos estudiados y la conducta práctica.

En esto, vuestros maestros han de ser los santos, especialmente los doctores de la Iglesia y los que han dedicado su vida al estudio y a la enseñanza. Ellos son, en el sentido más alto, la "generación que busca el rostro de Dios" (cf. Sal Ps 23,6) y, precisamente por haber sido contempladores apasionados del rostro de Dios, también han sabido transmitir a los demás los luminosos reflejos de verdad, de belleza y de bondad que brotan de él.

María santísima, Sede de la Sabiduría, vele siempre sobre vuestras comunidades académicas y sobre cada uno de vosotros. Que ella os obtenga del Espíritu Santo abundancia de sabiduría, ciencia e inteligencia para que, como dice san Pablo en la carta a los Efesios, "podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios" (Ep 3,18-19). Amén.





MISA CONCELEBRADA POR LOS CARDENALES

Y OBISPOS FALLECIDOS DURANTE EL AÑO



Martes 5 de noviembre de 2002



1. "Bueno es el Señor para el que en él espera, para el alma que le busca" (Lm 3,25).

La solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de Todos los Fieles difuntos suscitan cada año en la comunidad eclesial un intenso y generalizado clima de oración. Un clima triste y a la vez sereno, en el que la consoladora certeza de la comunión de los santos alivia el dolor, jamás mitigado del todo, por las personas fallecidas.

Envueltos en esta particular atmósfera espiritual, nos hallamos en torno al altar del Señor, unidos en oración por los cardenales y los obispos que durante los últimos doce meses concluyeron su jornada terrena. Y al ofrecer por ellos nuestros sufragios, por medio de Cristo, les estamos agradecidos por los ejemplos que nos han dejado para sostenernos en nuestro camino.

2. En este momento los prelados difuntos están muy presentes en nuestro corazón. Con algunos de ellos teníamos vínculos de profundad amistad y, al decir esto, estoy convencido de que interpreto también los sentimientos de muchos de vosotros. Me complace mencionar, de modo particular, a los venerados cardenales que nos han dejado: Paolo Bertoli, Franjo Kuharic, Louis-Marie Billé, Alexandru Todea, Johannes Joachim Degenhardt, Lucas Moreira Neves, François-Xavier Nguyên Van Thuân y John Baptist Wu Cheng-Chung. A su recuerdo se une el de los arzobispos y obispos que, en las diferentes partes del mundo, han llegado al final de su camino terreno.

Estos hermanos nuestros han llegado a la meta. Hubo un día en el que cada uno de ellos, aún lleno de energías, pronunció su "heme aquí" en el momento de ser ordenado sacerdote. Primero en su corazón, después en voz alta, dijeron: "Heme aquí". Todos estuvieron unidos a Cristo, asociados a su sacerdocio, de modo especial.

1565 En la hora de la muerte, pronunciaron su último "heme aquí", unido al de Jesús, que murió encomendando su espíritu en manos del Padre (cf. Lc Lc 23,46). Durante toda su vida, especialmente después de haberla consagrado a Dios, "buscaron las cosas de arriba" (cf. Col Col 3,1). Y, con su palabra y su ejemplo, exhortaron a los fieles a hacer lo mismo.

3. Fueron pastores, pastores de la grey de Cristo. ¡Cuántas veces rezaron, con el pueblo santo de Dios, el salmo "De profundis"! En las exequias, en los cementerios y en los hogares donde había entrado la muerte: "De profundis clamavi ad te, Domine... quia apud te propitiatio est... Speravit anima mea in Domino... quia apud Dominum misericordia et copiosa apud eum redemptio" (Ps 129,1 Ps 129,4 Ps 129,5 Ps 129,7).

Cada uno de ellos dedicó su vida a anunciar este perdón de Cristo, la misericordia de Cristo, la redención de Cristo, hasta que llegó su hora, su última hora. Ahora nosotros estamos aquí para rogar por ellos, para ofrecer el sacrificio divino en sufragio de sus almas elegidas: "Domine, exaudi vocem meam" (Ps 129,2).

4. Fueron pastores. Con el servicio de la predicación, infundieron en el corazón de los fieles la conmovedora y consoladora verdad del amor de Dios: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). En nombre del Dios de amor, sus manos bendijeron, sus palabras confortaron y su presencia -incluso silenciosa- testimonió con elocuencia que la misericordia de Dios es infinita, que su compasión es inagotable (cf. Lm Lm 3,22).

Algunos de ellos tuvieron la gracia de dar este testimonio de modo heroico, afrontando duras pruebas y persecuciones inhumanas. En esta eucaristía bendecimos a Dios por ellos, pidiendo honrar dignamente su memoria y el vínculo imperecedero de su amistad fraterna, a la espera de poder abrazarlos de nuevo en la casa del Padre.

5. "Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él" (Col 3,4).

Estas palabras de san Pablo, que han resonado en la segunda lectura, nos invitan a pensar en la vida eterna, hacia la cual nuestros venerados hermanos han dado ya su último paso. A la luz del misterio pascual de Cristo, su muerte es, en realidad, la entrada en la plenitud de la vida. En efecto, el cristiano -como dice el Apóstol- ha "muerto" ya por el bautismo, y su existencia está misteriosamente "oculta con Cristo en Dios" (Col 3,3).

Así pues, a la luz de la fe, nos sentimos aún más cerca de nuestros hermanos difuntos: la muerte nos ha separado aparentemente, pero el poder de Cristo y de su Espíritu nos une de un modo más profundo aún. Alimentados con el Pan de vida, también nosotros, junto con cuantos nos han precedido, esperamos con firme esperanza nuestra manifestación plena.

Sobre ellos, al igual que sobre nosotros, vele maternalmente la Virgen María, y nos obtenga a todos llegar a ocupar en la casa del Padre el "lugar" que Cristo, vida nuestra, nos ha preparado (cf. Jn Jn 14,2-3). "Salve Regina".





MISA PARA LA COMUNIDAD FILIPINA DE ROMA



Domingo 1 de diciembre de 2002



¡Larga vida a Filipinas!

1566 1. "Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es "Nuestro redentor"" (Is 63,16).
Al inicio del Adviento, la liturgia nos invita a volver a gustar el mensaje consolador de la paternidad de Dios. Las palabras que acabamos de escuchar, tomadas del libro del profeta Isaías, nos introducen en el núcleo de la predicación de Jesús. A la petición precisa de los discípulos: "Señor, enséñanos a orar", responde animándolos a dirigirse a Dios con el dulce nombre de "Padre" (cf. Lc Lc 11,1-4).

Sí, ¡Dios es nuestro Padre! Se interesa por nosotros, porque somos obra de sus manos. Está siempre dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos, y a acoger con ternura a cuantos confían en su misericordia infinita (cf. Is Is 64,4).

Amadísimos hermanos y hermanas de la capellanía católica filipina de Roma, me alegra compartir con vosotros este consolador anuncio, al iniciar el camino del Adviento. Hubiera querido visitaros el pasado 24 de febrero y celebrar la eucaristía en la basílica de Santa Pudenciana en el Viminal. No fue posible y, por eso, os acojo hoy con gran cordialidad aquí, en el Vaticano, reanudando así mis encuentros habituales con las parroquias y las comunidades de nuestra diócesis.

2. Os saludo con gran afecto y, a través de vosotros, saludo a los miles de filipinos que viven en Roma y en otras ciudades de toda Italia. Saludo al cardenal vicario y al obispo auxiliar de la zona centro, que velan constantemente por vuestra atención pastoral. Saludo también a vuestro compatriota el cardenal José Sánchez, prefecto emérito de la Congregación para el clero, que nos honra con su presencia.

Asimismo, agradezco sinceramente la presencia de sus excelencias los embajadores de Filipinas ante la Santa Sede y ante la República de Italia, juntamente con otros representantes de la comunidad filipina.

Mi saludo cordial va también a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los fieles laicos que de diferentes modos sirven a vuestra comunidad grande y dinámica. En especial, saludo a vuestro incansable capellán, el padre Alberto Mena Guevara. Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido al comienzo de esta celebración y su presentación de las numerosas actividades que se realizan en la basílica de Santa Pudenciana, encomendada desde 1991 al Sentro Pilipino.
Hace pocos meses tomó posesión del rico patrimonio de atención pastoral legado por el muy amado padre Remo Bati después de diez años de generoso y fiel servicio a la comunidad. Doy las gracias asimismo al señor Exequiel García y al joven Mark Angelo, que han hablado en representación de todos vosotros.

La solicitud de la Iglesia por los fieles filipinos puede verse también en los treinta y nueve centros pastorales esparcidos por toda la ciudad, donde podéis promover vuestras nobles tradiciones cristianas y darles nueva vida, gracias a los servicios litúrgicos y apostólicos que se ofrecen allí.

3. Queridos hermanos y hermanas, conservad la rica herencia cultural y religiosa que forma parte integrante de vuestra identidad. Muchos de vosotros habéis tenido la oportunidad de encontrar empleo en Italia, y habéis alcanzado un nivel de vida que os permite ayudar a los miembros de vuestra familia que están en vuestra patria. Sin embargo, a otros, y espero que sean pocos, vuestra situación de inmigrantes os ha originado serios problemas, como la soledad, la separación de las familias, la pérdida de los valores transmitidos del pasado y, a veces, incluso la pérdida de vuestra fe.

Quisiera renovaros a todos, y en particular a las numerosas mujeres presentes aquí, las palabras de aliento que hemos escuchado en la liturgia de hoy: ¡No os desaniméis! No debemos permitir que se debilite nuestra fe, porque el Señor está cerca. Vuestra condición de inmigrantes hace que todos seáis más amados por Jesús, quien, como recordamos durante el Adviento, vino a la tierra para salvarnos.

1567 Así pues, continuad con confianza y determinación a lo largo del camino de fe y solidaridad tan bien expresado en el lema mencionado por vuestro capellán, que os llama a la "comunión", al "testimonio" y al "anuncio del Evangelio". El testimonio de una vida auténticamente cristiana os mantendrá unidos entre vosotros y seguirá conquistándoos el respeto y la ayuda de los demás. A los que os dan empleo les pido que os acojan y os amen como hermanos amados en Cristo. Todos debemos trabajar juntos para construir la civilización del amor.

4. "Velad... vigilad". Esta exhortación, que Jesús nos dirige en el evangelio (cf. Mc
Mc 13,33 Mc Mc 13,53), es la llamada fundamental del tiempo de Adviento: vigilar en espera del Mesías. Amadísimos hermanos y hermanas, permanezcamos despiertos para estar preparados a encontrarnos con el Salvador, que viene a revelarnos el rostro del Padre celestial.

Que María, la humilde Virgen de Nazaret, elegida por Dios para convertirse en la Madre del Redentor, haga fructuosa nuestra espera orante y vigilante del Redentor.Amén.

¡Larga vida a Filipinas!







DURANTE LA SANTA MISA PARA LOS ESTUDIANTES


DE LAS UNIVERSIDADES Y ATENEOS ROMANOS


Martes 10 de diciembre de 2002



1. "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios" (Is 40,1).

Con esta invitación comienza el así llamado "Libro de la consolación", en el que el segundo Isaías da al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo del castigo ha terminado; Israel puede mirar con confianza al futuro: le espera, por fin, el regreso a la patria.

Este anuncio gozoso vale también para nosotros. En el fondo, todos somos viandantes en camino. La vida es un largo viaje en el que todo ser humano, peregrino del Absoluto, se esfuerza por buscar una morada estable y segura. El paso del tiempo le confirma que esa morada no puede encontrarla aquí abajo. Nuestra patria verdadera y definitiva es el cielo. El autor de la carta a los Hebreos dirá: "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (He 13,14).

Desde esta perspectiva, son consoladoras las palabras del profeta. Asegura que Dios camina con nosotros: "Consolad, consolad a mi pueblo. (...) Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres" (Is 40,1-5). En la noche de Belén el Verbo de Dios se hizo nuestro compañero de viaje; tomó nuestra misma carne y aceptó compartir hasta el fondo nuestra condición. Así pues, en la fe podemos acoger con toda la riqueza de su significado el deseo: "Consolad, consolad a mi pueblo".

2. Con este sentimiento de íntima alegría os dirijo mi saludo a vosotros, ilustres rectores y profesores, y a vosotros, queridos alumnos de las universidades romanas. A cada uno le expreso mi gratitud por haber querido participar en esta cita tradicional del tiempo de Adviento.

Saludo en particular al viceministro para las Universidades y a la delegación de rectores italianos presentes en esta celebración, así como a los representantes de las antiguas universidades europeas. Agradezco al rector de la universidad "Tor Vergata" y a la joven estudiante de "La Sapienza" las palabras que me han dirigido, interpretando vuestros sentimientos. Me siento muy a gusto con vosotros.

1568 3. Volvamos a escuchar al profeta. Nos ayuda a comprender mejor el mensaje de alegría que el misterio de la Navidad trae a los hombres de todo tiempo y de toda cultura. El nacimiento de Cristo es anuncio consolador para la humanidad entera.

Sí, entonces "se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres" (
Is 40,5). Todos podemos contemplarla y ser iluminados por ella. Ante esta gloria, prosigue el profeta, "todo hombre es hierba y todo su esplendor como flor del campo" (Is 40,6).

La gloria de Dios y la gloria de los hombres: ¿hay acaso gloria humana que pueda confrontarse con la divina?, ¿hay acaso poder terreno que pueda competir con el Señor? Incluso los grandes de la tierra, como Nabucodonosor, Darío y Ciro, son como "hierba", como la flor que "se marchita en cuanto le da el viento del Señor" (Is 40,7). Nada resiste a Dios. Sólo él, con su omnipotencia, gobierna el universo y dirige el destino de los hombres y el rumbo de la historia.

Miremos al siglo que acaba de transcurrir y a nuestros tiempos: ¡cuán frágiles se han mostrado potencias que pretendían imponer su dominio! Incluso la ciencia, la técnica, la cultura, cuando hacen gala de omnipotencia, se revelan en el fondo como la hierba que rápidamente se seca, como una flor que se marchita y muere.

4. Que resuenen en el corazón de cada uno estas palabras del profeta que acabamos de escuchar. No menoscaban la libertad humana; al contrario, la enriquecen guiándola por senderos de auténtica promoción del hombre. Desde esta perspectiva, brinda una gran ayuda la pastoral universitaria, que la Iglesia promueve con sumo esmero en los centros de estudio y de investigación científica.
Recuerdo mi experiencia personal en la universidad. El contacto diario con alumnos y profesores me enseñó que es necesario proporcionar una formación integral, que prepare a los jóvenes para la vida: una enseñanza que los capacite para asumir de modo responsable su papel en la familia y en la sociedad con competencia profesional, pero también humana y espiritual. Aquellos años, que marcaron mi existencia, me dieron lecciones muy útiles, que traté de reproducir en el ensayo de ética cristiana "Amor y responsabilidad", y en la obra dramática sobre el matrimonio "El taller del orfebre".

5. Volvamos de nuevo al texto del profeta que nos propone la liturgia de hoy. Es una página muy densa de significado, que anuncia al pueblo desalentado: "He aquí que viene el Señor Dios con poder, y su brazo domina" (Is 40,10). La omnipotencia de Dios, como comprenderemos mejor en el misterio de la Navidad, está impregnada de ternura y de misericordia. Es un poder de amor, que siente predilección por los débiles y los humildes.

La página evangélica que se acaba de proclamar nos ayuda a comprender más a fondo este mensaje de esperanza. El pastor del que habla Jesús abandona a las noventa y nueve ovejas en los montes para ir en busca de la perdida (cf. Mt Mt 18,12-14). Dios no considera a la humanidad como una masa anónima, sino que piensa en cada uno, cuida personalmente de cada uno. Cristo es el verdadero pastor que reúne a la grey con su brazo, "toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres" (Is 40,11).

6. Es elocuente la parábola de la oveja perdida. La oveja, a diferencia de otros animales, como por ejemplo el perro, no sabe volver por sí sola a casa y necesita que el pastor la guíe. Así somos también nosotros, incapaces de salvarnos sólo con nuestras fuerzas. Necesitamos la intervención de lo alto. Y en Navidad se realiza este prodigio de amor: Dios se ha hecho uno de nosotros para ayudarnos a encontrar nuevamente el camino que lleva a la felicidad y a la salvación.
Ilustres rectores y profesores, queridos estudiantes, abramos el corazón al Niño que nacerá en Belén por nosotros. Preparémonos para recibir su luz, que ilumina nuestros pasos, y su amor, que da vigor a nuestra existencia. Que nos acompañe en esta intensa espera la Virgen santísima, Sede de la Sabiduría.

Con estos sentimientos, os expreso a vosotros y a vuestras familias mis mejores deseos. Que las próximas fiestas navideñas sean serenas y santas. ¡Feliz Adviento! y ¡Feliz Navidad! Amén.





MISA PARA LOS FIELES DE LA PARROQUIA ROMANA

DE SAN JUAN NEPOMUCENO NEUMANN



1569

Domingo 15 de diciembre de 2002



1. "Hermanos, estad siempre alegres" (1Th 5,16). Esta invitación del apóstol san Pablo a los fieles de Tesalónica, que acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa bien el clima de la liturgia de hoy. En efecto, hoy es el tercer domingo de Adviento, llamado tradicionalmente domingo "Gaudete", por la palabra latina con la que inicia la antífona de entrada.

"Alegraos siempre en el Señor". Ante las inevitables dificultades de la vida, las incertidumbres y el miedo al futuro, ante la tentación del desaliento y la desilusión, la palabra de Dios vuelve a proponer siempre la "buena nueva" de la salvación: el Hijo de Dios viene a "vendar los corazones desgarrados" (Is 61,1). Que esta alegría, anuncio de la alegría de la Navidad ya próxima, impregne el corazón de cada uno de nosotros y todos los ámbitos de nuestra existencia.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Juan Nepomuceno Neumann: ¡bienvenidos! Es hermoso que este encuentro con vosotros se celebre en la proximidad de las fiestas navideñas. Sabemos que la Navidad es una fiesta muy querida en particular para las familias y los niños, y vosotros sois una parroquia compuesta por muchas familias jóvenes.

Os dirijo a todos mi más cordial saludo. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector oeste, a vuestro párroco, el padre Danilo Bissacco, y a sus vicarios, a los cuales está confiado el cuidado de la comunidad. Doy las gracias a los que, en vuestro nombre, han querido expresar sentimientos de afecto y de comunión al inicio de la celebración. A través de vosotros aquí presentes, deseo enviar una palabra de sincera cercanía a los casi diez mil habitantes del territorio de vuestra parroquia.

Reunidos en torno a la Eucaristía, comprendemos más fácilmente que la misión de toda comunidad cristiana consiste en llevar el mensaje del amor de Dios a todos los hombres. Por eso es importante que la Eucaristía sea siempre el corazón de la vida de los fieles, como lo es hoy para vuestra parroquia, aunque no todos sus miembros han podido participar personalmente en ella.

3. Dos años después de su fundación, vuestra comunidad no dispone aún de un centro apto para el culto. Precisamente en este tercer domingo de Adviento la diócesis celebra la Jornada de oración y de sensibilización para que todas las zonas de la ciudad, especialmente las de la periferia, tengan una iglesia con los locales adecuados para el normal desarrollo de las actividades litúrgicas, formativas y pastorales.

Espero que cuanto antes también vosotros tengáis la posibilidad de realizar este proyecto, pero sin perder jamás el estilo misionero que durante estos años ha infundido vida y dinamismo a vuestra familia parroquial.

Conozco las dificultades que debéis afrontar diariamente. El antiguo barrio Fogaccia, actualmente más conocido como barrio Montespaccato, en el que está situada la parroquia, es una zona densamente poblada, con construcciones surgidas sin un plan regulador, sin estructuras sociales, donde es notable la presencia de inmigrantes extracomunitarios y de personas que buscan un empleo estable.

4. Sin embargo, no hay que desanimarse. Por lo demás, a vuestra joven comunidad no le falta iniciativa, también gracias a los queridos padres redentoristas que, como auténticos hijos de san Alfonso, en el año del gran jubileo aceptaron ocuparse de vosotros. A pesar de la pobreza de las estructuras, con el esfuerzo de cada día, ya prestáis atención a personas que atraviesan dificultades.

Amadísimos hermanos y hermanas, proseguid por este camino. Sobre todo, cuidad de los niños y de los adolescentes: que no les falte atención, amistad y confianza. Sostened a las familias, en particular a las jóvenes y a las pobres o con dificultades.


B. Juan Pablo II Homilías 1561