B. Juan Pablo II Homilías 1658

1658 5. Hombre de oración, enamorado de la Eucaristía, que solía adorar durante largos ratos, san Nimatullah Kassab Al-Hardini es un ejemplo tanto para los monjes de la Orden Libanesa Maronita como para sus hermanos libaneses y para todos los cristianos del mundo. Se entregó totalmente al Señor en una vida de gran renuncia, mostrando que el amor a Dios es la única fuente verdadera de alegría y felicidad para el hombre. Se dedicó a buscar y a seguir a Cristo, su Maestro y Señor.

Acogiendo a sus hermanos, alivió y sanó muchas heridas en el corazón de sus contemporáneos, testimoniándoles la misericordia de Dios. Que su ejemplo ilumine nuestro camino y suscite especialmente entre los jóvenes un auténtico deseo de Dios y de santidad, para anunciar a nuestro mundo la luz del Evangelio.

6. "El ángel (...) me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo" (
Ap 21,10). La espléndida imagen propuesta por el Apocalipsis de san Juan exalta la belleza y la fecundidad espiritual de la Iglesia, la nueva Jerusalén. De esta fecundidad espiritual es testigo singular Paula Isabel Cerioli, cuya vida produjo mucho fruto.

Contemplando a la Sagrada Familia, Paula Isabel intuyó que las comunidades familiares se mantienen sólidas cuando los vínculos de parentesco se sostienen y unen al compartir los valores de la fe y de la cultura cristiana. Para difundir estos valores, la nueva santa fundó el Instituto de la Sagrada Familia. En efecto, estaba convencida de que los hijos, para crecer seguros y fuertes, necesitan una familia sana y unida, generosa y estable. Que Dios ayude a las familias cristianas a acoger y testimoniar en toda circunstancia el amor de Dios misericordioso.

7. Gianna Beretta Molla fue mensajera sencilla, pero muy significativa, del amor divino. Pocos días antes de su matrimonio, en una carta a su futuro esposo, escribió: "El amor es el sentimiento más hermoso que el Señor ha puesto en el alma de los hombres".

A ejemplo de Cristo, que "habiendo amado a los suyos (...), los amó hasta el extremo" (Jn 13,1), esta santa madre de familia se mantuvo heroicamente fiel al compromiso asumido el día de su matrimonio. El sacrificio extremo que coronó su vida testimonia que sólo se realiza a sí mismo quien tiene la valentía de entregarse totalmente a Dios y a los hermanos.

Ojalá que nuestra época redescubra, a través del ejemplo de Gianna Beretta Molla, la belleza pura, casta y fecunda del amor conyugal, vivido como respuesta a la llamada divina.

8. "Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde" (Jn 14,28). Las vicisitudes terrenas de estos seis nuevos santos nos estimulan a perseverar en nuestro camino, confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María. Que desde el cielo velen ahora sobre nosotros y nos sostengan con su poderosa intercesión.



PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS



Sábado 29 de mayo de 2004



1. "Veni, creator Spiritus!".

En la solemnidad de Pentecostés, desde todas las partes de la Iglesia se eleva este canto unánime: "Veni, creator Spiritus!". El Cuerpo místico de Cristo, esparcido por toda la tierra, invoca al Espíritu que le da vida, al Soplo vital que anima su ser y su obrar.

1659 Las antífonas de los salmos nos acaban de recordar cuál fue la experiencia de los discípulos en el Cenáculo: "Al llegar el día de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, los discípulos estaban todos reunidos en el mismo lugar" (Ant. 1); "los apóstoles vieron aparecer unas lenguas de fuego, como llamaradas, que se repartían, y se posó encima de cada uno el Espíritu Santo" (Ant. 2).

Revivimos esa misma experiencia espiritual también nosotros, reunidos en esta plaza, convertida en un gran cenáculo. Y como nosotros, innumerables comunidades diocesanas y parroquiales, asociaciones, movimientos y grupos, en todas partes del mundo elevan al cielo la invocación común: "¡Ven, Espíritu Santo!".

2. Saludo a los señores cardenales y a los demás prelados y sacerdotes presentes. Os saludo a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, que habéis querido participar en esta sugestiva celebración.

Envío ahora mi saludo a los numerosos jóvenes que desde Lednica, en Polonia, se han unido a nosotros a través de la radio y la televisión.

Desde la plaza de San Pedro dirijo mi cordial saludo a los jóvenes que se hallan reunidos en la vigilia de oración en Lednica. Invoco con vosotros, queridos amigos míos, el don del Espíritu Santo. El Consolador, el Espíritu de verdad, os colme del amor de Cristo, a quien confiáis vuestro futuro. Os bendigo de corazón.

3. Saludo de modo especial a los miembros de la Renovación en el Espíritu, una de las diversas expresiones de la gran familia del movimiento carismático católico. Gracias al movimiento carismático numerosos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su vida diaria. Deseo que la espiritualidad de Pentecostés se difunda en la Iglesia, como renovado impulso de oración, de santidad, de comunión y de anuncio.

A este propósito, apoyo la iniciativa denominada "Zarza ardiente", promovida por la Renovación en el Espíritu. Se trata de una adoración incesante, día y noche, ante el santísimo Sacramento; una invitación a los fieles a "volver al Cenáculo", para que, unidos en la contemplación del misterio eucarístico, intercedan por la unidad plena de los cristianos y por la conversión de los pecadores. Deseo de corazón que esta iniciativa lleve a muchos a redescubrir los dones del Espíritu, que tienen su fuente en Pentecostés.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, la celebración de esta tarde me recuerda el memorable encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en la víspera de Pentecostés de hace seis años. Fue una extraordinaria epifanía de la unidad de la Iglesia, en la riqueza y variedad de los carismas, que el Espíritu Santo concede en abundancia. Repito ahora con fuerza lo que afirmé en aquella ocasión: los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son una "respuesta providencial", "suscitada por el Espíritu Santo", a la exigencia actual de nueva evangelización, para la cual se necesitan "personalidades cristianas maduras" y "comunidades cristianas vivas" (n. 7: cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de junio de 1998, p. 14).

Por eso os digo también a vosotros: "¡Abríos con docilidad a los dones del Espíritu! ¡Acoged con gratitud y obediencia los carismas que el Espíritu concede sin cesar! No olvidéis que cada carisma es otorgado para el bien común, es decir, en beneficio de toda la Iglesia" (ib., n. 5).
5. "Veni, Sancte Spiritus!".

En medio de nosotros, con las manos elevadas, está la Virgen orante, Madre de Cristo y de la Iglesia.

1660 Juntamente con ella, imploramos y acogemos el don del Espíritu Santo, luz de verdad y fuerza de auténtica paz. Lo hacemos con las palabras de la antífona del Magníficat, que cantaremos dentro de poco:

"¡Ven, Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor, tú que congregas a los pueblos de todas las lenguas en la confesión de una sola fe. Aleluya".

Sancte Spiritus, veni!



VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II A BERNA

CON MOTIVO DEL ENCUENTRO NACIONAL

DE LOS JÓVENES CATÓLICOS DE SUIZA



Solemnidad de la Santísima Trinidad

Domingo 6 de junio de 2004



"Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros" (Antífona de entrada).

1. En este primer domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos invita a celebrar el misterio de la santísima Trinidad. Lo hacemos, amadísimos hermanos y hermanas, en el estupendo escenario de las cumbres nevadas, de los verdes valles llenos de flores y frutos, de los numerosos lagos y torrentes que embellecen vuestra tierra. En esta meditación nos guía la primera lectura, que nos impulsa a contemplar la Sabiduría divina cuando "afirmó los cielos (...), condensó las nubes en lo alto (...), dio fuerza a las fuentes del abismo (...), fijó sus términos al mar (...), echó los cimientos de la tierra" (Pr 8,27-29).

Ahora bien, nuestra mirada no se dirige sólo a la creación, "obra de los dedos de Dios" (Salmo responsorial); está atenta especialmente a las personas de nuestro entorno. Con afecto os saludo, queridos hermanos y hermanas de esta espléndida región situada en el centro de Europa. Quisiera estrechar la mano a cada uno para saludarlo personalmente y decirle: "El Señor está contiguo y te ama".

Saludo fraternalmente a los obispos de Suiza, con su presidente, mons. Amédée Grab, obispo de Coira, y mons. Kurth Koch, obispo de Basilea, al que doy las gracias por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo cordialmente al señor presidente de la Confederación Helvética y a las demás autoridades que nos honran con su presencia.

Deseo dirigir un saludo particular y lleno de afecto a todos los jóvenes católicos de Suiza, con los que me reuní ayer por la tarde en el Palacio de deportes Bern Expo, donde escuchamos juntos la exigente y entusiasmante invitación de Jesús: "¡Levántate!". Queridos jóvenes amigos, sabed que el Papa os ama, os acompaña con su oración diaria, cuenta con vuestra colaboración para el anuncio del Evangelio y os anima con confianza en el camino de la vida cristiana.

2. "Lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste...", diremos en el Prefacio. Nuestra asamblea eucarística es testimonio y proclamación de la gloria del Altísimo y de su presencia operante en la historia. Sostenidos por el Espíritu que el Padre nos ha enviado por medio de su Hijo, "nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia; la constancia, virtud probada; la virtud, esperanza" (Rm 5,3-4).

1661 Amadísimos hermanos, pido al Señor que me permita estar en medio de vosotros como testigo de esperanza, de la esperanza que "no defrauda", porque se funda en el amor de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rm 5,5). El mundo tiene hoy especial necesidad de un suplemento de esperanza.

3. "Eres un solo Dios, un solo Señor" (Prefacio). Las tres Personas, iguales y distintas, son un solo Dios. Su distinción real no menoscaba la unidad de la naturaleza divina.

Cristo nos propuso a sus discípulos como modelo esta comunión profundísima: "Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). La celebración del misterio de la santísima Trinidad constituye cada año para los cristianos una fuerte llamada al compromiso en favor de la unidad. Es una llamada dirigida a todos, pastores y fieles, e impulsa a todos a tomar cada vez mayor conciencia de la propia responsabilidad dentro de la Iglesia, Esposa de Cristo. Ante esas palabras de Cristo no podemos por menos de sentir la urgencia del compromiso ecuménico.Reafirmo, también en esta circunstancia, la voluntad de avanzar por el camino difícil, pero lleno de alegría, de la plena comunión de todos los creyentes.

Sin embargo, no cabe duda de que el esfuerzo que realizan los católicos por vivir la unidad en su interior es una notable contribución a la causa ecuménica. En la carta apostólica Novo millennio ineunte destaqué la necesidad de "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (n. 43), dirigiendo la mirada del corazón "hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos" (ib.). Así se alimenta la "espiritualidad de comunión" que, partiendo de los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, impregna las parroquias, las asociaciones y los movimientos. Una Iglesia local en donde florezca la espiritualidad de comunión sabrá purificarse constantemente de las "toxinas" del egoísmo, que engendran celos, desconfianzas, afán de prepotencia y enfrentamientos perjudiciales.

4. La evocación de estos peligros suscita espontáneamente en nosotros una oración al Espíritu Santo, que Jesús prometió enviarnos: "Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena" (Jn 16,13).

¿Qué es la verdad? Jesús dijo un día: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Así pues, la formulación correcta de la pregunta no debe ser "¿Qué es la verdad?, sino "¿Quién es la verdad?".

Esta es la pregunta que se plantea también el hombre del tercer milenio. Queridos hermanos y hermanas, no podemos callar la respuesta, porque nosotros la conocemos. La verdad es Jesucristo, que vino al mundo para revelarnos y donarnos el amor del Padre. Estamos llamados a testimoniar esta verdad con la palabra y sobre todo con la vida.

5. Amadísimos hermanos, la Iglesia es misión. También hoy necesita "profetas" capaces de despertar en las comunidades la fe en el Verbo revelador del Dios rico en misericordia (cf. Ef Ep 2,4). Ha llegado el tiempo de preparar a generaciones jóvenes de apóstoles que no tengan miedo de anunciar el Evangelio. Para todo bautizado es esencial pasar de una fe rutinaria a una fe madura, que se manifieste en opciones personales claras, convencidas y valientes.

Sólo una fe así, celebrada y compartida en la liturgia y en la caridad fraterna, puede alimentar y fortificar a la comunidad de los discípulos del Señor y edificarla como Iglesia misionera, liberada de falsos miedos porque está segura del amor del Padre.

6. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rm 5,5). No es mérito nuestro; es un don gratuito. No obstante el peso de nuestros pecados, Dios nos ha amado y nos ha redimido con la sangre de Cristo. Su gracia nos ha sanado en lo más profundo.

Por eso, podemos exclamar con el salmista: "¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!". ¡Qué grande ha sido en mí, en los demás, en todos los seres humanos!

1662 Esta es la verdadera fuente de la grandeza del hombre, esta es la raíz de su dignidad indestructible.En todo ser humano se refleja la imagen de Dios. Aquí radica la más profunda "verdad" del hombre, que en ningún caso puede ignorarse o violarse. Cualquier ultraje hecho al hombre es, en definitiva, un ultraje a su Creador, que lo ama con amor de Padre.

Suiza tiene una gran tradición de respeto al hombre. Es una tradición marcada por el signo de la cruz: la Cruz Roja.

Cristianos de este noble país, estad siempre a la altura de vuestro glorioso pasado. En todo ser humano sabed reconocer y honrar la imagen de Dios. En el hombre, creado por Dios, se refleja la gloria de la santísima Trinidad.

Así pues, digamos: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo; al Dios que es, que era y que vendrá" (Aleluya). Amén.



SOLEMNIDAD DEL "CORPUS CHRISTI"



Basílica de San Juan de Letrán

Jueves 10 de junio de 2004



1. "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).

Con estas palabras, san Pablo recuerda a los cristianos de Corinto que la "cena del Señor" no es sólo un encuentro convival, sino también, y sobre todo, el memorial del sacrificio redentor de Cristo. Quien participa en él -explica el Apóstol- se une al misterio de la muerte del Señor; más aún, lo "anuncia".

Por tanto, existe una relación muy estrecha entre "hacer la Eucaristía" y "anunciar a Cristo". Entrar en comunión con él en el memorial de la Pascua significa, al mismo tiempo, convertirse en misioneros del acontecimiento que ese rito actualiza; en cierto sentido, significa hacerlo contemporáneo de toda época, hasta que el Señor vuelva.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, revivimos esta estupenda realidad en la actual solemnidad del Corpus Christi, en la que la Iglesia no sólo celebra la Eucaristía, sino que también la lleva solemnemente en procesión, anunciando públicamente que el Sacrificio de Cristo es para la salvación del mundo entero.

La Iglesia, agradecida por este inmenso don, se reúne en torno al santísimo Sacramento, porque en él se encuentra la fuente y la cumbre de su ser y su actuar. Ecclesia de Eucharistia vivit! La Iglesia vive de la Eucaristía y sabe que esta verdad no sólo expresa una experiencia diaria de fe, sino que también encierra de manera sintética el núcleo del misterio que es ella misma (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 1).

1663 3. Desde que, en Pentecostés, el pueblo de la nueva Alianza "empezó su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza" (ib.). Precisamente pensando en esto, quise dedicar a la Eucaristía la primera encíclica del nuevo milenio, y me alegra anunciar ahora un Año especial de la Eucaristía. Comenzará con el Congreso eucarístico internacional, que se celebrará del 10 al 17 de octubre de 2004 en Guadalajara (México), y concluirá con la próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 2005, y cuyo tema será: "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia".

Mediante la Eucaristía, la comunidad eclesial se edifica como nueva Jerusalén, principio de unidad en Cristo entre personas y pueblos diversos.

4. "Dadles vosotros de comer" (
Lc 9,13).

La página evangélica que acabamos de escuchar ofrece una imagen eficaz del íntimo vínculo que existe entre la Eucaristía y esta misión universal de la Iglesia. Cristo, "pan vivo, bajado del cielo" (Jn 6,51 cf. Aleluya ), es el único que puede saciar el hambre del hombre en todo tiempo y lugar de la tierra.

Sin embargo, no quiere hacerlo solo, y así, al igual que en la multiplicación de los panes, implica a los discípulos: "Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente" (Lc 9,16). Este signo prodigioso es figura del mayor misterio de amor, que se renueva cada día en la santa misa: mediante los ministros ordenados, Cristo da su Cuerpo y su Sangre para la vida de la humanidad. Y quienes se alimentan dignamente en su mesa, se convierten en instrumentos vivos de su presencia de amor, de misericordia y de paz.

5. "Lauda, Sion, Salvatorem...!". "Alaba, Sión, al Salvador, tu guía, tu pastor, con himnos y cantos".

Con íntima emoción sentimos resonar en nuestro corazón esta invitación a la alabanza y a la alegría.
Al final de la santa misa llevaremos en procesión el santísimo Sacramento hasta la basílica de Santa María la Mayor. Contemplando a María, comprenderemos mejor la fuerza transformadora que posee la Eucaristía. Al escucharla a ella, encontraremos en el misterio eucarístico la valentía y el vigor para seguir a Cristo, buen Pastor, y para servirle en los hermanos



SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO



Y HOMILÍA DEL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I


Martes 29 de junio de 2004



Después del Evangelio, Juan Pablo II presentó así al Patriarca ecuménico, introduciendo su homilía:

Amadísimos hermanos y hermanas, el pasaje del Evangelio, que acabamos de escuchar en latín y griego, nos invita a profundizar en el significado de esta fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Deseo invitaros ahora a escuchar las reflexiones que el Patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, nos propondrá, teniendo presente que ambos hablamos de unidad.

1664 Homilía del Patriarca ecuménico Bartolomé I

Santidad:

Con sentimientos de alegría y de tristeza, venimos a Vuestra Santidad durante este importante día de la fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo, para manifestar nuestro amor a la persona de Vuestra Santidad y a todos los miembros de la Iglesia hermana de Roma, que celebra la fiesta de sus patronos. A la vez que compartimos vuestra alegría, sentimos tristeza porque falta lo que hubiera colmado la alegría de ambos, es decir, el restablecimiento de la plena comunión entre nuestras Iglesias.

Hoy centramos nuestra atención en el feliz 40° aniversario del encuentro, celebrado en Jerusalén en el año 1964, de nuestros predecesores de venerada memoria, un encuentro que puso fin al camino de nuestro mutuo alejamiento y constituyó el inicio de un nuevo camino de acercamiento de nuestras Iglesias.

Durante este nuevo camino se han dado muchos pasos hacia el acercamiento recíproco. Se han entablado diálogos, se han realizado encuentros, se han intercambiado cartas; el amor ha crecido, pero aún no hemos llegado a la meta anhelada. En cuarenta años no ha sido posible superar las divergencias que se han acumulado durante más de novecientos años.

La esperanza -que va unida a la fe y al amor, que siempre espera- es uno de los dones importantes de Dios. También nosotros esperamos que lo que no ha sido posible hasta hoy se obtenga en el futuro, y ojalá que sea en un futuro próximo. Tal vez sea un futuro lejano, pero nuestra esperanza y nuestro amor no deben quedar restringidos en breves límites temporales. Nuestra presencia hoy, aquí, expresa con evidencia nuestro deseo sincero de eliminar todos los obstáculos eclesiales que no sean dogmáticos o esenciales, para que nuestro interés se centre en el estudio de las diferencias esenciales y de las verdades dogmáticas que hasta hoy dividen a nuestras Iglesias, así como en el modo de vivir la verdad cristiana de la Iglesia unida.

Sin pretender unir nuestro nombre a metas que sólo el Espíritu Santo puede obtener, no atribuyamos a nuestras acciones una eficacia mayor que la que Dios tenga a bien darles. Sin embargo, manifestando nuestro deseo, trabajemos incansablemente para conseguir lo que cada día pedimos en nuestra oración: "la unión de todos". Conscientes de que nuestro Señor Jesucristo nos manifestó en la oración sacerdotal cuán necesaria es nuestra unidad, para que el mundo crea que él viene de Dios, colaboramos con vosotros para alcanzar esta unidad, y exhortamos a todos a orar con fervor por el éxito de nuestros esfuerzos comunes.

Amadísimos cristianos, la unidad de las Iglesias, de la que hablamos y por la que pedimos vuestras oraciones, no es una unión mundana, como las de los Estados, de las asociaciones de personas y de organismos, en las que se crea una unión organizativa más elevada. Ese tipo de unión es muy fácil de conseguir y todas las Iglesias ya han creado diversas organizaciones, en cuyo ámbito colaboran en distintos sectores.

La unidad a la que las Iglesias aspiran es una búsqueda espiritual orientada a vivir juntos la comunión espiritual con la persona de nuestro Señor Jesucristo. Podrá conseguirse cuando todos tengamos "la mente de Cristo", "el amor de Cristo", "la fe de Cristo", "la humildad de Cristo", "la disposición de Cristo al sacrificio" y, en general, cuando vivamos todo lo que es de Cristo como él lo vivió, o al menos cuando anhelemos sinceramente vivir como él quiere que vivamos.

En este delicadísimo esfuerzo espiritual emergen dificultades debidas a que la mayor parte de nosotros, los hombres, muy a menudo presentamos nuestras posiciones, opiniones y valoraciones como si fueran expresión de la mente, del amor y, en general, del espíritu de Cristo. Dado que estas opiniones y valoraciones personales, y a veces también las vivencias personales, no coinciden ni entre sí ni con la vida de Cristo, surgen las discordias. De buena fe, mediante los diálogos intereclesiales, tratamos de comprendernos mutuamente con sobreabundancia de amor; como también tratamos de constatar en qué y por qué se diferencian nuestras vivencias, que se expresan con diversas formulaciones dogmáticas. No hagamos discursos abstractos sobre cuestiones teóricas, acerca de las cuales nuestra posición no tiene consecuencias para la vida. Busquemos entre las muchas vivencias, que se expresan con diversas formulaciones, lo que manifiesta correctamente, o al menos lo más perfectamente posible, el espíritu de Cristo.

Recordad el comportamiento de los dos discípulos de Cristo cuando fue rechazado por algunos habitantes de cierta región. Los dos discípulos se indignaron y preguntaron a Cristo si podían pedir a Dios que hiciera bajar fuego del cielo contra los que se habían negado a acogerlo. La respuesta del Señor fue la que se ha dado a muchos cristianos a lo largo de los siglos: "No sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del hombre no ha venido a perder las almas de los hombres, sino a salvarlas" (
Lc 9,55-56). En muchas ocasiones, algunos fieles, en el decurso de los siglos, han pedido a Cristo que apruebe obras que no estaban de acuerdo con su mente. Más aún, han atribuido a Cristo sus propias opiniones y enseñanzas, sosteniendo unos y otros que interpretaban el espíritu de Cristo. De allí han surgido discordias entre los fieles, que, como consecuencia, se han dividido en grupos, asumiendo la forma actual de las diversas Iglesias.

1665 Hoy los esfuerzos comunes tienden a vivir el espíritu de Cristo del modo que él aprobaría si se le consultara. Esos esfuerzos presuponen pureza de corazón, finalidades desinteresadas, santa humildad; en pocas palabras, santidad de vida. Contrastes acumulados e intereses seculares no nos permiten ver claramente y retrasan la comprensión común del espíritu de Cristo, tras la cual llegará la tan anhelada unidad de las Iglesias, como su unión en Cristo, en el mismo espíritu, en el mismo Cuerpo y en su misma Sangre. Naturalmente, desde el punto de vista espiritual, no tiene sentido la aceptación y la realización de una unión exterior, cuando sigue existiendo la divergencia con respecto al espíritu.

Así se comprende que no se ha de buscar igualar las tradiciones, los usos y las costumbres de todos los fieles, sino que se ha de buscar sólo vivir en común la persona del uno y único e inmutable Jesucristo, en el Espíritu Santo, la comunión vital del acontecimiento de la Encarnación del Logos de Dios, y de la venida del Espíritu Santo a la Iglesia, así como vivir en común el acontecimiento de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, que lo recapitula todo en sí mismo. Esta vivencia espiritual que buscamos constituye la vivencia suprema del hombre, representa su unión con Cristo y, por consiguiente, el diálogo sobre este punto es el más importante de todos. Por eso hemos pedido y pedimos a los cristianos que oren con fervor a nuestro Señor Jesucristo para que oriente los corazones a alcanzar la meta de esa aspiración, de modo que, una vez obtenida, podamos festejar juntos, con la gracia de Dios, todas las celebraciones eclesiales en plena comunión espiritual y alegría. Amén.
* * *


Homilía del Santo Padre Juan Pablo II

1. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (
Mt 16,16). Tras la pregunta del Señor, Pedro, también en nombre de los demás Apóstoles, hace su profesión de fe.

En ella se afirma el fundamento seguro de nuestro camino hacia la comunión plena. En efecto, si queremos la unidad de los discípulos de Cristo, debemos recomenzar desde Cristo. Como a Pedro, también a nosotros se nos pide que confesemos que él es la piedra angular, la Cabeza de la Iglesia. En la carta encíclica Ut unum sint escribí: "Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad" (n. 9).

2. Ut unum sint! De aquí brota nuestro compromiso de comunión, en respuesta al ardiente deseo de Cristo. No se trata de una vaga relación de buenos vecinos, sino del vínculo indisoluble de la fe teologal, por el que estamos destinados no a la separación, sino a la comunión.

Hoy vivimos con dolor lo que, a lo largo de la historia, ha roto nuestro vínculo de unidad en Cristo. Desde esta perspectiva, nuestro encuentro de hoy no es sólo un gesto de cortesía, sino una respuesta al mandato del Señor. Cristo es la Cabeza de la Iglesia y nosotros queremos seguir haciendo juntos todo lo humanamente posible para superar lo que aún nos divide y nos impide comulgar con el mismo Cuerpo y Sangre del Señor.

3. Con estos sentimientos, deseo expresarle profunda gratitud a usted, Santidad, por su presencia y por las reflexiones que ha querido proponernos. También me alegra celebrar con usted el recuerdo de san Pedro y san Pablo, que este año coincide con el cuadragésimo aniversario del bendito encuentro celebrado en Jerusalén, el 5 y 6 de enero de 1964, entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I.

Santidad, deseo agradecerle de corazón el haber aceptado mi invitación a hacer visible y reafirmar hoy, con este encuentro, el espíritu que animaba a aquellos dos peregrinos singulares, que dirigieron sus pasos el uno hacia el otro, y eligieron abrazarse por primera vez precisamente en el lugar donde nació la Iglesia.

4. Aquel encuentro no puede ser sólo un recuerdo. Es un desafío para nosotros. Nos indica el camino del redescubrimiento recíproco y la reconciliación. Ciertamente, se trata de un camino difícil, lleno de obstáculos. En el conmovedor gesto de nuestros predecesores en Jerusalén podemos encontrar la fuerza para superar cualquier malentendido y dificultad, a fin de consagrarnos sin cesar a este compromiso de unidad.

1666 La Iglesia de Roma está avanzando con voluntad firme y gran sinceridad por el camino de la reconciliación plena, mediante iniciativas que se han ido revelando posibles y útiles. Hoy deseo expresar el anhelo de que todos los cristianos intensifiquen, cada uno por su parte, los esfuerzos para que llegue cuanto antes el día en que se realice plenamente el deseo del Señor: "Que todos sean uno" (Jn 17,11 Jn 17,21). Que la conciencia no nos reproche haber omitido pasos, haber desaprovechado oportunidades y no haber probado todos los caminos.

5. Como sabemos muy bien, la unidad que buscamos es ante todo don de Dios. Pero somos conscientes de que apresurar la hora de su realización plena también depende de nosotros, de nuestra oración y de nuestra conversión a Cristo.

Santidad, por lo que a mí respecta, deseo confesar que en el camino de la búsqueda de la unidad siempre me ha guiado, como una brújula segura, la doctrina del concilio Vaticano II. La carta encíclica Ut unum sint, publicada pocos días antes de la memorable visita de Vuestra Santidad a Roma, en 1995, reafirmó precisamente lo que el Concilio había enunciado en el decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, de cuya promulgación este año se celebra el cuadragésimo aniversario.

Varias veces, en circunstancias solemnes, he destacado, y lo reafirmo también hoy, que el compromiso asumido por la Iglesia católica con el concilio Vaticano II es irrevocable. ¡No se puede renunciar a él!

6. El rito de la imposición de los palios a los nuevos metropolitanos contribuye a completar la solemnidad y la alegría de esta celebración, a hacerla más rica en contenido espiritual y eclesial.

Venerados hermanos, el palio que hoy recibiréis en presencia del Patriarca ecuménico, nuestro hermano en Cristo, es signo de la comunión que os une de modo especial al testimonio apostólico de Pedro y Pablo. Os une al Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, llamado a prestar un peculiar servicio eclesial con respecto a todo el Colegio episcopal. Os doy las gracias por vuestra presencia y os expreso los mejores deseos para vuestro ministerio en favor de Iglesias metropolitanas esparcidas por varias naciones. Os acompaño de buen grado con el afecto y la oración.

7. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". ¡Cuántas veces vuelven a mi oración diaria estas palabras, que constituyen la profesión de fe de Pedro! En el precioso icono donado por el Patriarca Atenágoras I al Papa Pablo VI el 5 de enero de 1964, los dos santos Apóstoles, Pedro el "Corifeo", y Andrés el "Protóclito", se abrazan en un elocuente lenguaje de amor, debajo del Cristo glorioso. Andrés fue el primero en seguir al Señor; Pedro fue llamado a confirmar a sus hermanos en el fe.

Su abrazo bajo la mirada de Cristo es una invitación a proseguir por el camino emprendido, hacia la meta de unidad que queremos alcanzar juntos.

Que ninguna dificultad nos frene. Al contrario, sigamos avanzando con esperanza, sostenidos por la intercesión de los Apóstoles y la maternal protección de María, Madre de Cristo, Hijo de Dios vivo.




B. Juan Pablo II Homilías 1658