San Pio X, Ad diem illud laetissimum 32
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Ponemos fin a esta carta, Venerables Hermanos, expresando de nuevo una gran esperanza, que efectivamente nos impulsa: ojala por la concesión de este medio extraordinario del Jubileo, bajo los auspicios de la Virgen Inmaculada, muchos de los que desgraciadamente están separados de Jesucristo vuelvan a Él, y florezca de nuevo en el pueblo cristiano el amor a las virtudes y el gusto por la piedad. Hace cincuenta años, cuando nuestro antecesor Pio declaro que la fe católica debía mantener que la bienaventurada Madre de Cristo había desconocido el pecado desde su origen, pareció, como ya hemos dicho, que una gran cantidad de gracias celestiales se derramo sobre la tierra. Y, una vez robustecida la esperanza en la Virgen Madre de Dios, por todas partes se produjo un gran acercamiento a la vieja religiosidad de las naciones. ¿Qué impide pues el que esperemos cosas más grandes para el futuro? Es claro que hemos llegado a un momento funesto, de modo que con razón podríamos quejarnos con las palabras del profeta: Porque no hay en la tierra verdad, ni misericordia ni conocimiento de Dios. Han inundado la tierra el perjurio, la mentira, el homicidio, el hurto y el adulterio (39). Sin embargo, en medio de este diluvio de males, como un arco iris, se presenta a nuestros ojos la Virgen clementísima, como un árbitro para firmar la paz entre Dios y los hombres. Pondré un arco en las nubes para señal de mi pacto con la tierra (40). Aunque se recrudezca la tempestad y la negra noche se enseñoree del cielo, nadie se desconcierte. A la vista de María, Dios se aplacara y perdonara. Estará el arco en las nubes y yo le veré y me acordaré de mi pacto eterno (41), y no volverán más las aguas del diluvio a destruir toda la tierra (42). Si, como es justo, confiamos en María, sobre todo ahora que vamos a celebrar con mayor interés su concepción inmaculada, entonces sentiremos también que ella es Virgen poderosísima que aplasto con pie virginal la cabeza de la serpiente (43).
(39) Os 4,1-2.
(40) Gn 9,13.
(41) Gn 9,16.
(42) Gn 9,15.
(43) Oficio de la Inmaculada.
Como prenda de estos bienes, Venerables Hermanos, con todo cariño impartimos en el Señor la bendición Apostólica a vosotros ya vuestros pueblos.
Dado en Roma junto a San Pedro, el día 2 de febrero de 1904, primer ano de Nuestro Pontificado.
PIO PAPA X
San Pio X, Ad diem illud laetissimum 32