Vita consecrata ES 93

Un decidido compromiso de vida espiritual

93 Una de las preocupaciones manifestadas varias veces en el Sínodo ha sido el que la vida consagrada se nutra en las fuentes de una sólida y profunda espiritualidad. Se trata, en efecto, de una exigencia prioritaria radicada en la esencia misma de la vida consagrada, desde el momento que, como cualquier bautizado pero por motivos aún más apremiantes, quien profesa los consejos evangélicos está obligado a aspirar con todas sus fuerzas a la perfección de la caridad (229). Este es un compromiso subrayado vigorosamente por los innumerables ejemplos de santos fundadores y fundadoras, y de tantas personas consagradas que han testimoniado la fidelidad a Cristo hasta llegar al martirio. Aspirar a la santidad: este es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación en los umbrales del tercer milenio. Un programa que debe empezar dejando todo por Cristo (cf. Mt 4,18-22 Mt 19,21.27 Lc 5,11), anteponiéndolo a cualquier otra cosa para poder participar plenamente en su misterio pascual.
San Pablo lo había entendido bien cuando exclamaba: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús (…) y conocerle a Él, el poder de su resurrección" (Ph 3,8.10). Es también la senda indicada desde el principio por los Apóstoles, como recuerda la tradición cristiana en Oriente y en Occidente: "Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por Él, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo demás. Por esta razón tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como apostolica vivendi forma" (230). La misma tradición ha puesto también de relieve en la vida consagrada la dimensión de una peculiar alianza con Dios, más aún, de una alianza esponsal con Cristo, de la que san Pablo fue maestro con su ejemplo (cf. 1Co 7,7) y con su doctrina proclamada bajo la guía del Espíritu (cf. 1Co 7,40).
Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en el que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio en la Iglesia.
Todos estos elementos, calando hondo en las varias formas de vida consagrada, generan una espiritualidad peculiar, esto es, un proyecto preciso de relación con Dios y con el ambiente circundante, caracterizado por peculiares dinamismos espirituales y por opciones operativas que resaltan y representan uno u otro aspecto del único misterio de Cristo. Cuando la Iglesia reconoce una forma de vida consagrada o un Instituto, garantiza que en su carisma espiritual y apostólico se dan todos los requisitos objetivos para alcanzar la perfección evangélica personal y comunitaria.
La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar en el programa de las Familias de vida consagrada, de tal modo que cada Instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica De esta opción prioritaria, desarrollada en el compromiso personal y comunitario, depende la fecundidad apostólica, la generosidad en el amor a los pobres y el mismo atractivo vocacional ante las nuevas generaciones. Lo que puede conmover a las personas de nuestro tiempo, también sedientas de valores absolutos, es precisamente la cualidad espiritual de la vida consagrada, que se transforma así en un fascinante testimonio.

(229) Cf. Propositio 15
(230) Discurso en la audiencia general (8 de febrero de 1995), 2: L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 10 de febrero de 1995, 3.


A la escucha de la Palabra de Dios

94 La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo la lectio divina ha sido tenida en la más alta estima desde el nacimiento de los Institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu. Aun cuando toda la Sagrada Escritura sea "útil para enseñar" (2Tm 3,16) y "fuente límpida y perenne de vida espiritual" (231), una particular veneración merecen los escritos del Nuevo Testamento, sobre todo los Evangelios, que son "el corazón de todas las Escrituras" (232). Será, pues, de gran ayuda para las personas consagradas la meditación asidua de los textos evangélicos y de los demás escritos neotestamentarios, que ilustran las palabras y los ejemplos de Cristo y de la Virgen María, y la apostolica vivendi forma. A ellos se han referido constantemente fundadores y fundadoras a la hora de acoger la vocación y de discernir el carisma y la misión del propio Instituto.
La meditación comunitaria de la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las posibilidades y las circunstancias de la vida de comunidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descubierta en la Palabra de Dios, gracias a la cual los hermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudan a progresar en la vida espiritual. Conviene incluso que se proponga esta práctica también a los otros miembros del Pueblo de Dios, sacerdotes y laicos, promoviendo del modo más acorde al propio carisma escuelas de oración, de espiritualidad y de lectura orante de la Escritura, en la que Dios "habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11 Jn 15,14-15), trata con ellos (Ba 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía" (233).
Como enseña la tradición espiritual, de la meditación de la Palabra de Dios, y de los misterios de Cristo en particular, nace la intensidad de la contemplación y el ardor de la actividad apostólica. Tanto en la vida religiosa contemplativa como en la activa, siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras. Del contacto asiduo con la Palabra de Dios han obtenido la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario que les ha servido para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos. Han adquirido así una especie de instinto sobrenatural que ha hecho posible el que, en vez de doblegarse a la mentalidad del mundo, hayan renovado la propia mente, para poder discernir la voluntad de Dios, aquello que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (cf. Rm 12,2).

(231) Vaticano II, DV 21; cf. PC 6
(232) CEC 125 cf. DV 18.
(233) DV 2.


En comunión con Cristo

95 El medio fundamental para alimentar eficazmente la comunión con el Señor es sin duda la sagrada liturgia, especialmente la Celebración eucarística y la Liturgia de las Horas.
Ante todo la Eucaristía, que "contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres" (234), corazón de la vida eclesial y también de la vida consagrada. Quien ha sido llamado a elegir a Cristo como único sentido de su vida en la profesión de los consejos evangélicos, ¿cómo podría no desear instaurar con Él una comunión cada vez más íntima mediante la participación diaria en el Sacramento que lo hace presente, en el sacrificio que actualiza su entrega de amor en el Gólgota, en el banquete que alimenta y sostiene al Pueblo de Dios peregrino? Por su naturaleza la Eucaristía ocupa el centro de la vida consagrada, personal y comunitaria. Ella es viático cotidiano y fuente de la espiritualidad de cada Instituto. En ella cada consagrado está llamado a vivir el misterio pascual de Cristo, uniéndose a Él en el ofrecimiento de la propia vida al Padre mediante el Espíritu. La asidua y prolongada adoración de la Eucaristía permite revivir la experiencia de Pedro en la Transfiguración: "Bueno es estarnos aquí". En la celebración del misterio del Cuerpo y Sangre del Señor se afianza e incrementa la unidad y la caridad de quienes han consagrado su existencia a Dios.
Junto con la Eucaristía, y en íntima relación con ella, la Liturgia de las Horas, celebrada comunitaria o individualmente según la índole de cada Instituto y en unión con la oración de la Iglesia, manifiesta la vocación a la alabanza y a la intercesión propia de las personas consagradas.
También el esfuerzo de una continua conversión y de una necesaria purificación, que las personas consagradas realizan mediante el sacramento de la Reconciliación, está íntimamente vinculado a la Eucaristía. Ellas, a través del encuentro frecuente con la misericordia de Dios, renuevan y acrisolan su corazón, al mismo tiempo que, reconociendo humildemente sus pecados, hacen transparente la propia relación con Él. La gozosa experiencia del perdón sacramental, en el camino compartido con los hermanos y hermanas, hace dócil el corazón y alienta el compromiso por una creciente fidelidad.
Para progresar en el camino evangélico, especialmente en el periodo de formación y en ciertos momentos de la vida, es de gran ayuda el recurso humilde y confiado a la dirección espiritual, merced a la cual la persona recibe ánimos para responder con generosidad a las mociones del Espíritu y orientarse decididamente hacia la santidad.
Exhorto, en fin, a todas las personas consagradas a que renueven cotidianamente, según las propias tradiciones, su unión espiritual con la Virgen María, recorriendo con ella los misterios del Hijo, particularmente con el rezo del Santo Rosario.

(234) Vaticano II,
PO 5.


III. ALGUNOS AREÓPAGOS DE LA MISIÓN

Presencia en el mundo de la educación

96 La Iglesia ha sido siempre consciente de que la educación es un elemento esencial de su misión. Su Maestro interior es el Espíritu Santo, que penetra en las profundidades más recónditas del corazón de cada hombre y conoce el secreto dinamismo de la historia. Toda la Iglesia está animada por el Espíritu y con Él lleva a cabo su acción educativa. Dentro de la Iglesia, no obstante, a las personas consagradas les corresponde una tarea específica en este campo, pues están llamadas a introducir en el horizonte educativo el testimonio radical de los bienes del Reino, propuestos a todo hombre en espera del encuentro definitivo con el Señor de la historia. Por su especial consagración, por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo por el propio Instituto, por el profundo conocimiento de la verdad espiritual (cf. Ep 1,17), las personas consagradas están en condiciones de llevar a cabo una acción educativa particularmente eficaz, contribuyendo específicamente a las iniciativas de los demás educadores y educadoras.
Las personas consagradas, con este carisma, pueden dar vida a ambientes educativos impregnados del espíritu evangélico de libertad y de caridad, en los que se ayude a los jóvenes a crecer en humanidad bajo la guía del Espíritu (235).De este modo la comunidad educativa se convierte en experiencia de comunión y lugar de gracia, en la que el proyecto pedagógico contribuye a unir en una síntesis armónica lo divino y lo humano, Evangelio y cultura, fe y vida.
En la historia de la Iglesia, desde la antigüedad hasta nuestros días, abundan ejemplos admirables de personas consagradas que han vivido y viven la aspiración a la santidad mediante la labor pedagógica y que, a su vez, proponen la santidad como meta educativa. De hecho, muchas de ellas han alcanzado la perfección de la caridad educando. Este es uno de los dones más preciados que las personas consagradas pueden ofrecer hoy también a la juventud, brindándole un servicio pedagógico rico de amor, según la sabia advertencia de san Juan Bosco: "Los jóvenes no han de ser únicamente amados, sino que han de saber que son amados" (236).

(235) Vaticano II, GE 8.
(236) Scritti pedagogici e spirituali, Roma, 1987, 294.


Necesidad de un renovado compromiso en el campo educativo

97 Con un delicado respeto, pero con arrojo misionero, los consagrados y consagradas pongan de manifiesto que la fe en Jesucristo ilumina todo el campo de la educación sin prejuicios sobre los valores humanos, sino más bien confirmándolos y elevándolos. De este modo se convierten en testigos e instrumentos del poder de la Encarnación y de la fuerza del Espíritu. Esta tarea es una de las expresiones más significativas de la Iglesia que, a imagen de María, ejerce su maternidad para con todos sus hijos (237). Es este el motivo que ha llevado al Sínodo a exhortar insistentemente a las personas consagradas a que asuman con renovada entrega la misión educativa, allí donde sea posible, con escuelas de todo tipo y nivel, con Universidades e Institutos superiores (238). Haciendo mía la indicación sinodal, invito a todos los miembros de los Institutos que se dedican a la educación a que sean fieles a su carisma originario y a sus tradiciones, conscientes de que el amor preferencial por los pobres tiene una singular aplicación en la elección de los medios adecuados para liberar a los hombres de esa grave miseria que es la falta de formación cultural y religiosa.
Dada la importancia que revisten las Universidades y Facultades católicas y eclesiásticas en el campo de la educación y de la evangelización, los Institutos que las dirigen han de ser muy conscientes de su responsabilidad, haciendo que en ellas, a la vez que se dialoga activamente con la cultura actual, se conserve la índole católica que les es peculiar, en plena fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Los miembros de estos Institutos y Sociedades además, y según las circunstancias de cada lugar, han de estar preparados y dispuestos para entrar en las estructuras educativas estatales. A este tipo de presencia están especialmente llamados, por su vocación específica, los miembros de los Institutos seculares.

(237) Const. Ap. Sapienta Christiana (15 de abril de 1979), II; AAS 71 (1979), 471.
(238) Cf. Propositio 41.



Evangelizar la cultura

98 Los Institutos de vida consagrada han tenido siempre un gran influjo en la formación y en la transmisión de la cultura. Así ocurrió en la Edad Media, cuando los monasterios eran el lugar en que se conservaba la riqueza cultural del pasado y en los que se construía una nueva cultura humanista y cristiana. Esto se ha verificado también siempre que la luz del Evangelio ha llegado a nuevos pueblos. Son muchas las personas consagradas que han promovido la cultura, investigando y defendiendo frecuentemente las culturas autóctonas. La Iglesia es hoy muy consciente de la necesidad de contribuir a la promoción de la cultura y al diálogo entre cultura y fe (239). Los consagrados han de sentirse interpelados ante esta urgencia. Están llamados también a individuar, en el anuncio de la Palabra de Dios, los métodos más apropiados a las exigencias de los diversos grupos humanos y de los múltiples ámbitos profesionales, a fin de que la luz de Cristo alcance a todos los sectores de la existencia humana, y el fermento de la salvación transforme desde dentro la vida social, favoreciendo una cultura impregnada de los valores evangélicos (240). En los umbrales del tercer milenio cristiano, la vida consagrada podrá también con este cometido renovar su respuesta a los deseos de Dios, que viene al encuentro de todos aquellos que, consciente o inconscientemente, caminan como a tientas en busca de la Verdad y de la Vida (cf. Ac 17,27).
Pero más allá del servicio prestado a los otros, la vida consagrada necesita también en su interior un renovado amor por el empeño cultural, una dedicación al estudio como medio para la formación integral y como camino ascético, extraordinariamente actual, ante la diversidad de las culturas. Una disminución de la preocupación por el estudio puede tener graves consecuencias también en el apostolado, generando un sentido de marginación y de inferioridad, o favoreciendo la superficialidad y ligereza en las iniciativas.
En la diversidad de los carismas y de las posibilidades reales de cada Instituto, la dedicación al estudio no puede reducirse a la formación inicial o a la consecución de títulos académicos y de competencias profesionales. El estudio es más bien manifestación del insaciable deseo de conocer siempre más profundamente a Dios, abismo de luz y fuente de toda verdad humana. Por este motivo no es algo que aísla a la persona consagrada en un intelectualismo abstracto, ni la aprisiona en las redes de un narcisismo sofocante; por el contrario, fomenta el diálogo y la participación, educa la capacidad de juicio, alienta la contemplación y la plegaria en la búsqueda de Dios y de su actuación en la compleja realidad del mundo contemporáneo.
La persona consagrada, dejándose transformar por el Espíritu, se capacita para ampliar el horizonte de los angostos deseos humanos y para captar, al mismo tiempo, los aspectos más hondos de cada individuo y de su historia, que van más allá de las apariencias más vistosas quizás, pero frecuentemente marginales. Los retos que emergen hoy de las diversas culturas son innumerables. Retos provenientes de los campos en los que tradicionalmente ha estado presente la vida consagrada o de los nuevos ámbitos. Con todos ellos es urgente mantener fecundas relaciones, con una actitud de vigilante sentido crítico, pero también de atención confiada hacia quien se enfrenta a las dificultades típicas del trabajo intelectual, especialmente cuando, ante la presencia de los problemas inéditos de nuestro tiempo, es preciso intentar nuevos análisis y nuevas síntesis (241). No se puede realizar una seria y válida evangelización de los nuevos ámbitos en los que se elabora y se transmite la cultura sin una colaboración activa con los laicos presentes en ellos.

(239) Const. Ap. Sapienta Christiana (15 de abril de 1979), II; AAS 71 (1979), 470.
(240) Cf. Propositio 36.
(241) Cf. Vaticano II, GS 5.


Presencia en el mundo de las comunicaciones sociales

99 De igual manera que en el pasado las personas consagradas han sabido servir a la evangelización con todos los medios, afrontando con genialidad los obstáculos, también hoy están llamadas nuevamente por la exigencia de testimoniar el Evangelio a través de los medios de comunicación social. Estos medios han adquirido una capacidad de difusión cósmica mediante poderosas tecnologías capaces de llegar hasta el último rincón de la tierra. Las personas consagradas, especialmente cuando por su carisma institucional trabajan en este campo, han de adquirir un serio conocimiento del lenguaje propio de estos medios, para hablar de Cristo de manera eficaz al hombre actual, interpretando sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias (242), y contribuir de este modo a la construcción de una sociedad en la que todos se sientan hermanos y hermanas en camino hacia Dios.
No obstante, dado su extraordinario poder de persuasión, es preciso estar alerta ante el uso inadecuado de tales medios, sin ignorar los problemas que se pueden derivar para la vida consagrada misma, que ha de afrontarlos con el debido discernimiento (243). Sobre este punto, la respuesta de la Iglesia es ante todo educativa: tiende a promover una actitud de correcta comprensión de los mecanismos subyacentes y de atenta valoración ética de los programas, y la adopción de sanas costumbres en su uso (244). En esta tarea educativa, orientada a formar receptores entendidos y comunicadores expertos, las personas consagradas están llamadas a ofrecer su particular testimonio sobre la relatividad de todas las realidades visibles, ayudando a los hermanos a valorarlas según el designio de Dios, pero también a liberarse de la influencia obsesiva de la escena de este mundo que pasa (cf.
1Co 7,31).
Todos los esfuerzos en este nuevo e importante campo apostólico han de ser alentados, con el fin de que el Evangelio de Cristo se transmita también a través de estos medios modernos. Los diversos Institutos han de estar disponibles para cooperar en la realización de proyectos comunes en los varios sectores de la comunicación social, aportando fuerzas, medios y personas. Que las personas consagradas, además, y especialmente los miembros de los Institutos seculares, presten de buen grado sus servicios, según las oportunidades pastorales, en la formación religiosa de los responsables de la comunicación social pública o privada, para que se eviten, de una parte, los daños provocados por un uso adulterado de los medios y, de otra, se promueva una mejor calidad de las transmisiones, con mensajes respetuosos de la ley moral y ricos en valores humanos y cristianos.

(242) GS 1.
(243) Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad "Congregavit nos in unum Christi amor" (2 de febrero de 1994), 34: Ciudad del Vaticano 1994, 32.
(244) Cf. Mensaje para la XXVIII Jornada de las comunicaciones sociales (24 de enero de 1994): L’Osservatore Romano, edición semanal de la legua española, 28 de enero de 1994, 12.


IV. COMPROMETIDOS EN EL DIÁLOGO CON TODOS

Al servicio de la unidad de los cristianos

100 La oración de Cristo al Padre antes de la Pasión, para que sus discípulos permanezcan en la unidad (cf. Jn 17,21-23), se prolonga en la oración y en la acción de la Iglesia. ¿Cómo no han de sentirse implicados los llamados a la vida consagrada? En el Sínodo se ha percibido claramente la herida de la desunión todavía existente entre los creyentes en Cristo, y la urgencia de orar y de trabajar en la promoción de la unidad de todos los cristianos. La sensibilidad ecuménica de los consagrados y consagradas se reaviva también al constatar que el monacato se conserva y florece en otras Iglesias y Comunidades eclesiales, como es el caso de las Iglesias orientales, o que se renueva la profesión de los consejos evangélicos, como en la Comunión anglicana y en las Comunidades de la Reforma.
El Sínodo ha puesto de relieve la profunda vinculación de la vida consagrada con la causa del ecumenismo y la necesidad de un testimonio más intenso en este campo. En efecto, si el alma del ecumenismo es la oración y la conversión (245), no cabe duda que los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen un deber particular de cultivar este compromiso. Es urgente, pues, que en la vida de las personas consagradas se dé un mayor espacio a la oración ecuménica y al testimonio auténticamente evangélico, para que, con la fuerza del Espíritu Santo, sea posible derribar los muros de las divisiones y de los prejuicios entre los cristianos.

(245) Cf. UUS 21: AAS 87 (1995), 934.


Formas de diálogo ecuménico

101 Son formas del diálogo ecuménico el compartir la lectio divina en busca de la verdad; la participación en la oración común, en la que el Señor garantiza su presencia (cf. Mt 18,20); el diálogo en amistad y caridad que hace experimentar la dulzura de convivir los hermanos unidos (cf. Ps 133); la hospitalidad cordial con los hermanos y hermanas de las diversas confesiones cristianas; el conocimiento mutuo y el intercambio de bienes; la colaboración en iniciativas comunes de servicio y de testimonio. Todas estas formas son expresiones gratas al Padre común y signos de la voluntad de caminar juntos hacia la unidad perfecta por el camino de la verdad y del amor (246). Una acción ecuménica más incisiva se verá también favorecida por el conocimiento de la historia, de la doctrina, de la liturgia y de la actividad caritativa y apostólica de los otros cristianos (247). Deseo alentar a los Institutos que, por su origen o por una llamada posterior, se dedican a la promoción de la unidad de los cristianos y con este fin promueven iniciativas de estudio y de acción concreta. En realidad, ningún Instituto de vida consagrada ha de sentirse dispensado de trabajar en favor de esta causa. Me dirijo también a las Iglesias orientales católicas, esperando que, a través del monacato masculino y femenino, cuyo florecimiento es una gracia que se ha de implorar siempre, favorezcan la unidad con las Iglesias ortodoxas, merced al diálogo de la caridad y la participación de la espiritualidad común, que es patrimonio de la Iglesia indivisa del primer milenio.
Confío particularmente a los monasterios de vida contemplativa el ecumenismo espiritual de la oración, de la conversión del corazón y de la caridad. A este respecto les invito a que se hagan presentes allí donde viven comunidades cristianas de diversas confesiones, para que su total entrega a lo "único necesario" (cf. Lc 10,42), al culto de Dios y a la intercesión por la salvación del mundo, junto con su testimonio de vida evangélica según el propio carisma, sean para todos un estímulo a vivir, a imagen de la Trinidad, en la unidad que Jesús ha querido y ha suplicado al Padre para todos sus discípulos.

(246) Cf. UUS 28: l.c., 938-939.
(247) Cf. Propositio 45


El diálogo interreligioso

102 Desde el momento que "el diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia" (248), los Institutos de vida consagrada no pueden dejar de comprometerse en este campo, cada uno según su propio carisma y siguiendo las indicaciones de la autoridad eclesiástica. La primera forma de evangelizar a los hermanos y hermanas de otra religión consistirá en el testimonio mismo de una vida pobre, humilde y casta, impregnada de amor fraterno hacia todos. Al mismo tiempo, la libertad de espíritu propia de la vida consagrada favorecerá el "diálogo de vida" (249), con el que se lleva a cabo un modelo fundamental de misión y de anuncio del Evangelio de Cristo. Para favorecer el conocimiento mutuo y el recíproco respeto y caridad, los Institutos religiosos podrán cultivar además oportunas formas de diálogo, en un clima de amistosa cordialidad y de sinceridad recíproca, con los ambientes monásticos de otras religiones.
Otro ámbito de colaboración con hombres y mujeres de diversa tradición religiosa consiste en la solicitud por la vida humana, que se manifiesta tanto en la compasión por el sufrimiento físico y espiritual, como en el empeño por la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación. En estos sectores serán sobre todo los Institutos de vida activa los que han de buscar un entendimiento con los miembros de otras religiones, en un "diálogo de las obras" (250) que prepara el camino para una participación más profunda.
Un ámbito particular de encuentro fructífero con otras tradiciones religiosas es el de la búsqueda y promoción de la dignidad de la mujer. En este punto las mujeres consagradas pueden prestar un precioso servicio, en la perspectiva de la igualdad y de la justa reciprocidad entre hombre y mujer (251).
Estos y otros compromisos de las personas consagradas en su servicio al diálogo interreligioso requieren una adecuada preparación en la formación inicial y permanente, así como en el estudio y en la investigación (252), desde el momento que en este sector nada fácil se precisa un profundo conocimiento del cristianismo y de las otras religiones, acompañado de una fe sólida y de gran madurez espiritual y humana.

(248) Cf.
RMi 55: AAS 83 (1991), 302-304.
(249) Pontificio consejo para el dialogo interreligioso y congregación para la evangelización de los pueblos, Instr. Dialogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones (19 de mayo de 1991), 42, a: AAS 84 (1992), 428.
(250) Ib., 42, b.
(251) Cf. Propositio 46
(252) Pontificio consejo para el dialogo interreligioso y congregación para la evangelización de los pueblos, Instr. Dialogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones (19 de mayo de 1991), 42: c: AAS 84 (1992), 428.


Una respuesta de espiritualidad a la búsqueda de lo sagrado y a la nostalgia de Dios

103 Los que abrazan la vida consagrada, hombres y mujeres, son por la naturaleza misma de su opción interlocutores privilegiados de aquella búsqueda de Dios, cuya presencia aletea siempre en el corazón humano, llevándolo a múltiples formas de ascesis y de espiritualidad. Esta búsqueda aparece hoy con insistencia en muchas regiones, precisamente como respuesta a culturas que tienden, si no a negar del todo, sí a marginar la dimensión religiosa de la existencia.
Las personas consagradas, viviendo con coherencia y en plenitud los compromisos libremente asumidos, pueden ofrecer una respuesta a los anhelos de sus contemporáneos, rescatándolos de soluciones que son generalmente ilusorias y que niegan frecuentemente la encarnación salvífica de Cristo (cf.
1Jn 4,2-3), como son, por ejemplo, las propuestas por las sectas. Practicando una ascesis personal y comunitaria que purifica y transforma toda la existencia, las personas consagradas, contra la tentación del egocentrismo y la sensualidad, dan testimonio de las características que revisten la auténtica búsqueda de Dios, advirtiendo del peligro de confundirla con la búsqueda sutil de sí mismas o con la fuga en la gnosis. Toda persona consagrada está comprometida a cultivar el hombre interior, que no es ajeno a la historia ni se encierra en sí mismo. Viviendo en la escucha obediente de la Palabra, de la cual la Iglesia es depositaria e intérprete, encuentra en Cristo sumamente amado y en el Misterio trinitario el objeto del anhelo profundo del corazón humano y la meta de todo itinerario religioso sinceramente abierto a la trascendencia.
Por eso las personas consagradas tienen el deber de ofrecer con generosidad acogida y acompañamiento espiritual a todos aquellos que se dirigen a ellas, movidos por la sed de Dios y deseosos de vivir las exigencias de su fe (253).

(253) Cf. Propositio 47




CONCLUSIÓN

La sobreabundancia de la gratuidad

104 No son pocos los que hoy se preguntan con perplejidad: ¿Para qué sirve la vida consagrada? ¿Por qué abrazar este género de vida cuando hay tantas necesidades en el campo de la caridad y de la misma evangelización a las que se pueden responder también sin asumir los compromisos peculiares de la vida consagrada? ¿No representa quizás la vida consagrada una especie de "despilfarro" de energías humanas que serían, según un criterio de eficiencia, mejor utilizadas en bienes más provechosos para la humanidad y la Iglesia?
Estas preguntas son más frecuentes en nuestro tiempo, avivadas por una cultura utilitarista y tecnocrática, que tiende a valorar la importancia de las cosas y de las mismas personas en relación con su "funcionalidad" inmediata. Pero interrogantes semejantes han existido siempre, como demuestra elocuentemente el episodio evangélico de la unción de Betania: "María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume" (
Jn 12,3). A Judas, que con el pretexto de la necesidad de los pobres se lamentaba de tanto derroche, Jesús le responde: "Déjala" (Jn 12,7). Esta es la respuesta siempre válida a la pregunta que tantos, aun de buena fe, se plantean sobe la actualidad de la vida consagrada: ¿No se podría dedicar la propia existencia de manera más eficiente y racional para mejorar la sociedad? He aquí la respuesta de Jesús: "Déjala".
A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que Él puede y debe ser amado con corazón indiviso, que se puede entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración "utilitarista", es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida "derramada" sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y embellecida por la presencia de la vida consagrada.
Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo.
"Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor divino, Dios increado, Dios encarnado, Dios que padece la pasión, que es el sumo bien, le daría todo; no sólo dejaría las otras criaturas, sino a sí mismo, y con todo su ser amaría este Dios de amor hasta transformarse totalmente en el Dios-hombre, que es el sumamente Amado" (254).

(254) B. Angela de Foligno, Il libro della Beata Angela da Foligno, Grotaferrata 1985, 683.



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