2Maccabei (BPD) 7
7 1 También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. 2 Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: “¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres”. 3 El rey, fuera de sí, mandó poner al fuego sartenes y ollas, 4 y cuando estuvieron al rojo vivo, ordenó que cortaran la lengua al que había hablado en nombre de los demás, y que le arrancaran el cuello cabelludo y le amputaran las extremidades en presencia de sus hermanos y de su madre. 5 Cuando quedó totalmente mutilado, aunque aún estaba con vida, mandó que lo acercaran al fuego y lo arrojaran a la sartén. Mientras el humo de la sartén se extendía por todas partes, los otros hermanos y la madre se animaban mutuamente a morir con generosidad, diciendo : 6 “El Señor Dios nos está viendo y tiene compasión de nosotros, como lo declaró Moisés en el canto que atestigua claramente: ‘El Señor se apiadará de sus servidores’”.
7 Una vez que el primero murió de esta manera, llevaron al suplicio al segundo. Después de arrancarle el cuero cabelludo, le preguntaron: “¿Vas a comer carne de cerdo, antes que sean torturados todos los miembros de tu cuerpo?”. 8 Pero él, respondiendo en su lengua materna, exclamó: “¡No!”. Por eso, también él sufrió la misma tortura que el primero. 9 Y cuando estaba por dar el último suspiro, dijo: “Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes”.
10 Después de este, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos 11 y dijo con valentía: “Yo he recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de él”. 12 El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos.
13 Una vez que murió este, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios. 14 Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: “Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
15 En seguida trajeron al quinto y comenzaron a torturarlo. 16 Pero él, con los ojos fijos en el rey, dijo: “Tú, aunque eres un simple mortal, tienes poder sobre los hombres y por eso haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestro pueblo. 17 Espera y verás cómo su poder soberano te atormentará a ti y a tu descendencia”.
18 Después de este trajeron al sexto, el cual, estando a punto de morir, dijo: “No te hagas vanas ilusiones, porque nosotros padecemos esto por nuestra propia culpa; por haber pecado contra nuestro Dios, nos han sucedido cosas tan sorprendentes. 19 Pero tú, que te has atrevido a luchar contra Dios, no pienses que vas a quedar impune”.
20 Incomparablemente admirable y digna del más glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir a sus siete hijos en un solo día, soportó todo valerosamente, gracias a la esperanza que tenía puesta en el Señor. 21 Llena de nobles sentimientos, exhortaba a cada uno de ellos, hablándoles en su lengua materna. Y animando con un ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: 22 “Yo no sé cómo ustedes aparecieron en mis entrañas; no fui yo la que les dio el espíritu y la vida ni la que ordenó armoniosamente los miembros de su cuerpo. 23 Pero sé que el Creador del universo, el que plasmó al hombre en su nacimiento y determinó el origen de todas las cosas, les devolverá misericordiosamente el espíritu y la vida, ya que ustedes se olvidan ahora de sí mismos por amor de sus leyes”.
24 Antíoco pensó que se estaba burlando de él y sospechó que esas palabras eran un insulto. Como aún vivía el más joven, no sólo trataba de convencerlo con palabras, sino que le prometía con juramentos que lo haría rico y feliz, si abandonaba las tradiciones de sus antepasados. Le aseguraba asimismo que lo haría su Amigo y le confiaría altos cargos. 25 Pero como el joven no le hacía ningún caso, el rey hizo llamar a la madre y le pidió que aconsejara a su hijo, a fin de salvarle la vida. 26 Después de mucho insistir, ella accedió a persuadir a su hijo. 27 Entonces, acercándose a él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna: “Hijo mío, ten compasión de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, te amamanté durante tres años y te crié‚ y eduqué‚ dándote el alimento, hasta la edad que ahora tienes. 28 Yo te suplico, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en ellos, reconozcas que Dios lo hizo todo de la nada, y que también el género humano fue hecho de la misma manera. 29 No temas a este verdugo: muéstrate más bien digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo vuelva a encontrarte con ellos en el tiempo de la misericordia”.
30 Apenas ella terminó de hablar, el joven dijo: “¿Qué esperan? Yo no obedezco el decreto del rey, sino las prescripciones de la Ley que fue dada a nuestros padres por medio de Moisés. 31 Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. 32 Es verdad que nosotros padecemos a causa de nuestros propios pecados; 33 pero si el Señor viviente se ha irritado por un tiempo para castigarnos y corregirnos, él volverá a reconciliarse con sus servidores. 34 Tú, en cambio, el más impío e infame de todos los hombres, no te engrías vanamente ni alientes falsas esperanzas, levantando tu mano contra los hijos del Cielo, 35 porque todavía no has escapado al juicio del Dios todopoderoso que ve todas las cosas. 36 Nuestros hermanos, después de haber soportado un breve tormento, gozan ahora de la vida inagotable, en virtud de la Alianza de Dios. Pero tú, por el justo juicio de Dios, soportarás la pena merecida por tu soberbia. 37 Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi alma por las leyes de nuestros padres, invocando a Dios para que pronto se muestro propicio con nuestra nación y para que te haga confesar, a fuerza de aflicciones y golpes, que él es el único Dios. 38 ¡Ojalá que se detenga en mí y en mis hermanos la ira del Todopoderoso, justamente desencadenada sobre todo nuestro pueblo!”.
39 El rey, fuera de sí y exasperado por la burla, se ensañó con este más cruelmente que con los demás. 40 Así murió el último de los jóvenes, de una manera irreprochable y con entera confianza en el Señor. 41 Finalmente murió la madre, después de todos sus hijos.
42 Pero basta con esto para informar acerca de los banquetes rituales y de la magnitud de los suplicios.
8 1 Mientras tanto, Judas Macabeo y sus compañeros, entraban clandestinamente en los pueblos, convocaban a sus familiares y, atrayendo a los que se mantenían fieles al Judaísmo, lograron reunir seis mil hombres. 2 Ellos suplicaban al Señor que se dignara mirar a aquel pueblo pisoteado por todos, y se compadeciera del Templo profanado por los impíos. 3 Le rogaban que se apiadara de la Ciudad, devastada y a punto de ser arrasada, y escuchara la voz de la sangre que clamaba hacia él; 4 que se acordara de la inicua masacre de los niños inocentes y se vengara de las blasfemias proferidas contra su Nombre.
5 Una vez que se puso al frente de sus tropas, el Macabeo resultó invencible ante los paganos, porque la ira del Señor se había convertido en misericordia. 6 Atacando por sorpresa, incendiaba ciudades y poblados; ocupaba posiciones estratégicas y derrotaba a numerosos enemigos. 7 Aprovechaba sobre todo la noche como aliada para tales incursiones, y por todas partes se extendía la fama de su valor.
8 Al ver Filipo que Judas progresaba cada vez más y sus victorias eran cada día más frecuentes, escribió a Tolomeo, gobernador de Celesiria y Fenicia, para que prestara apoyo a la causa del rey. 9 Este designó inmediatamente a Nicanor, hijo de Patroclo, uno de sus principales Amigos, y lo envió al frente de no menos de veinte mil hombres de todas las naciones para acabar con toda la población de Judea. A su lado puso a Gorgias, general experimentado en la estrategia militar. 10 Nicanor calculaba que, con la venta de los judíos prisioneros, podría pagar el tributo del rey a los romanos, que ascendía a dos mil talentos. 11 Por eso envió en seguida un aviso a las ciudades de la costa, invitando a comprar esclavos judíos y prometiendo entregar noventa esclavos por talento, sin imaginarse el castigo que pronto le infligiría el Todopoderoso.
12 El anuncio de la expedición de Nicanor llegó a oídos de Judas. Cuando este comunicó a sus acompañantes que se acercaba al ejército enemigo, 13 los cobardes y los que desconfiaban de la justicia de Dios se dispersaron y buscaron refugio en otra parte. 14 Otros, vendían todo lo que les quedaba, y al mismo tiempo suplicaban al Señor que librara a los que el impío Nicanor ya tenía vendidos antes que comenzara la lucha. 15 Rogaban al Señor que hiciera esto, si no por ellos mismos, al menos por las Alianzas concedidas a sus padres y porque ellos llevaban su Nombre augusto y lleno de majestad.
16 Cuando el Macabeo reunió a sus seguidores, unos seis mil en total, los exhortó a que no se dejaran acobardar por los enemigos ni se amedrentaran ante la inmensa multitud de gente que venía a atacarlos injustamente. Los animó asimismo a que lucharan con entusiasmo, 17 teniendo bien presente los ultrajes perpetrados contra el Santuario, las violencias contra la Ciudad humillada y la supresión de las costumbres de sus antepasados. 18 “Ellos, les dijo, confían en sus armas y en su audacia, pero nosotros confiamos en el Dios todopoderoso que puede deshacer con un solo gesto no sólo a los que nos atacan, sino también al mundo entero”. 19 Luego les enumeró todas las ayudas con que habían sido favorecidos sus antepasados, especialmente en tiempos de Senaquerib, cuando murieron ciento ochenta y cinco mil hombres. 20 Les recordó la batalla librada en Babilonia contra los gálatas, cuando ocho mil judíos entraron en acción junto con cuatro mil macedonios. En esa oportunidad, los macedonios se encontraban sin salida y los ocho mil judíos, gracias al auxilio recibido del Cielo, derrotaron a ciento veinte mil enemigos y se apoderaron de un gran botín.
21 Con estas palabras, los enardeció para la lucha, y los animó a morir por las leyes y por la patria. Luego dividió el ejército en cuatro cuerpos, 22 y puso al frente de cada unidad a sus hermanos Simón, José y Jonatán, con mil quinientos hombres a las ordenes de cada uno. 23 También mandó a Eleazar que leyera en alta voz el Libro sagrado. Y finalmente, dándoles como santo y seña el grito “Auxilio de Dios”, se lanzó él mismo a combatir contra Nicanor, al frente del primer cuerpo. 24 Teniendo como aliado al Todopoderoso, mataron a más de nueve mil enemigos, hirieron y dejaron fuera de combate a la mayor parte del ejército de Nicanor y obligaron a huir a todos los demás. 25 También se apoderaron del dinero de los que habían venido a comprarlos, y después de haberlos perseguido bastante tiempo, tuvieron que regresar, apremiados por la hora: 26 como era víspera de sábado, no pudieron continuar la persecución.
27 Una vez que recogieron las armas y se llevaron los despojos del enemigo, se pusieron a celebrar el sábado, bendiciendo y alabando una y otra vez al Señor, que los había salvado aquel día, concediéndoles así las primicias de su misericordia. 28 Pasado el sábado, distribuyeron parte del botín entre los damnificados, las viudas y los huérfanos, y se repartieron el resto entre ellos y sus hijos. 29 Después organizaron rogativas, pidiendo al Señor misericordioso que se reconciliara definitivamente con sus servidores.
30 En un combate contra las tropas de Timoteo y de Báquides, les causaron más de veinte mil bajas y en seguida se apoderaron de fortalezas muy importantes. Luego distribuyeron un cuantioso botín por partes iguales, entre ellos, los damnificados, los huérfanos, las viudas y también los ancianos. 31 Recogieron cuidadosamente las armas de los enemigos y las depositaron en lugares estratégicos, llevando a Jerusalén el resto del botín. 32 También mataron al jefe de la escolta de Timoteo, un hombre muy impío que había hecho mucho daño a los judíos. 33 Mientras celebraban la victoria en su patria, quemaron a los que habían incendiado las puertas sagradas, incluido Calístenes, que se había refugiado en una choza. Así él recibió el castigo merecido por su impiedad.
34 En cuanto al perversísimo Nicanor, que había traído miles de mercaderes para la venta de los judíos, 35 quedó humillado con el auxilio del Señor por los mismos que él despreciaba como los más viles. Despojado de sus lujosas vestiduras, solo y errante por los campos como un fugitivo, llegó a Antioquía con mucha más suerte que su ejército, que había sido destruido. 36 Y el que había pretendido pagar el tributo a los romanos con la venta de los prisioneros de Jerusalén, pregonaba que los judíos tenían un Defensor y que eran invulnerables porque seguían las leyes prescritas por él.
9 1 Por ese tiempo, Antíoco tuvo que retirarse precipitadamente de las regiones de Persia. 2 En efecto, después de haber entrado en la ciudad llamada Persépolis, intentó saquear el templo y apoderarse de la ciudad. Pero el pueblo se amotinó y se defendió con las armas. Antíoco, derrotado por la gente del país, tuvo que emprender una vergonzosa retirada. 3 Cuando estaba en Ecbátana, recibió la noticia de lo que le había sucedido a Nicanor y a las tropas de Timoteo. 4 Enfurecido a causa de esto, pensaba desquitarse con los judíos de la afrenta que le habían inferido los que le obligaron a emprender la retirada. Entonces ordenó al auriga que condujera el carro sin parar hasta el fin del trayecto. Pero, en realidad, ya era inminente el juicio del Cielo porque él había dicho lleno de arrogancia: “Al llegar allí, haré de Jerusalén un cementerio de judíos”.
5 El Señor, que todo lo ve, el Dios de Israel, lo castigó con un mal incurable e invisible. Apenas pronunciadas estas palabras, sintió un intenso dolor intestinal con agudos retorcijones internos. 6 Todo esto era muy justo, porque él había atormentado las entrañas de los demás con tantos y tan refinados suplicios. 7 A pesar de esto, no cedía en lo más mínimo su arrogancia; por el contrario, siempre lleno de soberbia, y exhalando contra los judíos el fuego de su furor, mandaba acelerar la marcha. Pero mientras avanzaba velozmente, se cayó del carro y todos los miembros de su cuerpo quedaron lesionados por la violencia de la caída. 8 Aquel que poco antes, llevado de una jactancia sobrehumana, creía dictar ordenes a las olas del mar y pensaba pesar en la balanza las cimas de los montes, era llevado en camilla, después de haber caído en tierra. Así ponía de manifiesto a los ojos de todos el poder de Dios. 9 Su estado era tal que del cuerpo del impío brotaban los gusanos; estando vivo aún, la carne se le caía a pedazos, en medio de dolores y sufrimientos, y el ejército apenas podía soportar el hedor que emanaba de él. 10 A causa de ese olor insoportable, nadie podía llevar ahora al que poco antes se creía capaz de tocar los astros del cielo.
11 Sólo entonces, en aquel estado de postración, comenzó a ceder en su desmedida soberbia y a entrar en razón, por los dolores que se hacían cada vez más intensos a causa del castigo divino. 12 Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, exclamó: “Es justo someterse a Dios y no creerse igual a él, siendo un simple mortal”. 13 Aquel malvado rogaba al Soberano, de quien ya no alcanzaría misericordia, prometiendo 14 que declararía libre a la Ciudad santa, a la que antes se había dirigido rápidamente para arrasarla y convertirla en un cementerio; 15 que equipararía con los atenienses a todos aquellos judíos que había considerado dignos, no de una sepultura, sino de ser arrojados, junto con sus hijos, como pasto de las fieras y de las aves de rapiña; 16 que adornaría con los más hermosos presentes el Templo santo que antes había saqueado; que devolvería con creces los objetos sagrados y que proveería con sus propios ingresos los fondos necesarios para los sacrificios; 17 y finalmente, que se haría judío y recorrería todos los lugares habitados, proclamando el poder de Dios.
18 Como sus dolores no se calmaban de ninguna forma, porque el justo juicio de Dios se había abatido sobre él, y desesperando de su salud, escribió a los judíos, en tono de súplica, la carta que se transcribe a continuación:
19 “Antíoco, rey y general, saluda a los judíos, ciudadanos respetables, deseándoles felicidad, salud y prosperidad. 20 Si ustedes y sus hijos se encuentran bien y sus asuntos marchan conforme a sus deseos, damos inmensas gracias por eso. 21 En cuanto a mí, que estoy postrado sin fuerzas en mi lecho, conservo un afectuoso recuerdo de ustedes y de sus buenos sentimientos. Cuando regresaba de las regiones de Persia, contraje una penosa enfermedad, y he creído conveniente preocuparme por la seguridad de todos. 22 No es que desespere de mi salud: al contrario, tengo mucha confianza de que podré recuperarme de mi enfermedad. 23 Sin embargo he tenido en cuenta que cuando mi padre emprendió una campaña a las regiones de la meseta, designó a su futuro sucesor. 24 Así, si sucedía algo imprevisto o llegaba una noticia desagradable, los habitantes de las provincias no se perturbarían, sabiendo de antemano a quién quedaba confiado el gobierno. 25 He tenido en cuenta, además, que los soberanos de los países vecinos a mi reino están al acecho, esperando cualquier ocasión favorable. Por eso, he decidido designar rey a mi hijo Antíoco, a quien muchas veces, durante mis campañas a las provincias de la meseta, ya he presentado y recomendado a la mayor parte de ustedes. 26 También a él le he escrito la carta que aquí se adjunta. Y ahora les pido encarecidamente que recuerden mis beneficios públicos y privados, y perseveren en sus buenos sentimientos hacia mí y hacia mi hijo. 27 Porque estoy persuadido de que él seguirá con moderación y humanidad el programa que yo me he trazado, y así se entenderá bien con ustedes”.
28 Así murió aquel criminal y blasfemo. Padeciendo los peores sufrimientos, como los había hecho padecer a otros, terminó su vida en un país extranjero, en medio de las montañas y en el más lamentable infortunio. 29 Filipo, su compañero de infancia, conducía el cadáver, pero no fiándose del hijo de Antíoco, se dirigió a Egipto, donde reinaba Tolomeo Filométor.
10 1 Macabeo y sus partidarios, guiados por el Señor, recuperaron el Templo y la Ciudad, 2 derribaron los altares erigidos por los extranjeros en la vía pública y también los recintos sagrados. 3 Una vez purificado el Templo, construyeron otro altar. Luego, sacando fuego del pedernal, ofrecieron un sacrificio, después de dos años de interrupción, y renovaron el incienso, las lámparas y los panes de la ofrenda. 4 Hecho esto, postrados profundamente, suplicaron al Señor que nunca más los dejara caer en semejantes desgracias, y si alguna vez volvían a pecar, los corrigiera él mismo con bondad, en lugar de entregarlos a los paganos blasfemos y crueles.
5 El mismo día en que el Templo había sido profanado por los extranjeros –es decir, el veinticinco del mes de Quisleu– tuvo lugar la purificación del Templo. 6 Todos la celebraron con alegría, durante ocho días, como se celebra la fiesta de las Chozas, recordando que poco tiempo antes habían tenido que pasar esa misma fiesta en las montañas y las cavernas, igual que las fieras. 7 Por eso, llevando en la mano tirsos, ramas verdes y palmas, elevaban himnos a Aquel que había llevado a término la purificación de su Lugar santo. 8 Y por una resolución votada públicamente, ordenaron que toda la nación de los judíos celebrara cada año esta misma fiesta.
9 Tales fueron las circunstancias de la muerte de Antíoco, llamado Epífanes. 10 Ahora vamos a exponer los hechos concernientes a Antíoco Eupátor, hijo de aquel impío, relatando sucintamente los males que acompañan a las guerras.
11 Este, después que heredó el trono, puso al frente de los asuntos de Estado a un tal Lisias, nombrándolo además gobernador supremo de Celesiria y Fenicia. 12 A todo esto, Tolomeo, llamado Macrón, que fue el primero en tratar con justicia a los judíos, reparando así las injusticias cometidas, procuraba resolver pacíficamente los asuntos referentes a ellos. 13 A causa de esto, fue acusado ante Eupátor por los Amigos del rey, y a cada momento oía que lo llamaban traidor por haber abandonado Chipre, cuyo gobierno le había confiado Filométor, para pasarse a Antíoco Epífanes. Y al no poder desempeñar con honor tan alto cargo, se quitó la vida, envenenándose.
14 Gorgias, nombrado jefe militar de la región, mantenía un ejército de mercenarios y no perdía la ocasión de hostigar a los judíos. 15 Al mismo tiempo que él, los idumeos, que dominaban importantes fortificaciones, hostilizaban a los judíos, y trataban de fomentar la guerra, acogiendo a los fugitivos de Jerusalén.
16 Los partidarios del Macabeo, después de celebrar una rogativa y de pedir a Dios que luchara en favor de ellos, se lanzaron contra las fortificaciones de los idumeos. 17 Los atacaron resueltamente y se apoderaron de las fortalezas, haciendo retroceder a todos los que combatían en las murallas y degollando a cuantos caían en sus manos. Así mataron por lo menos a veinte mil. 18 En dos torres muy bien fortificadas y abastecidas de todo lo necesario para resistir el asedio, se habían refugiado no menos de nueve mil hombres. 19 El Macabeo dejó entonces a Simón y a José, junto con Zaqueo y muchos otros –en número suficiente para asediarlos– y él partió para otros lugares donde era más necesaria su presencia. 20 Pero los hombres de Simón, dominados por la codicia, se dejaron sobornar por algunos de los que estaban en las torres y, a cambio de setenta mil dracmas, dejaron escapar a unos cuantos. 21 Cuando el Macabeo se enteró de lo sucedido, reunió a los jefes del pueblo y acusó a aquellos hombres de haber vendido por dinero a sus hermanos, dejando en libertad a sus propios enemigos. 22 Luego los hizo ejecutar por traidores, e inmediatamente tomó las dos torres. 23 Llevando todo a feliz término, con las armas en la mano, logró matar en las dos fortalezas a más de veinte mil hombres.
24 Timoteo, que ya antes había sido derrotado por los judíos, después de reclutar numerosas tropas extranjeras y de reunir una considerable cantidad de caballos traídos de Asia, se presentó con la intención de conquistar Judea por las armas. 25 Mientras él se aproximaba, el Macabeo y sus hombres cubrieron de polvo su cabeza y se ciñeron la cintura con cilicios, para suplicar a Dios. 26 Postrados al pie del altar, le pedían que se mostrara propicio con ellos, haciéndose enemigo de sus enemigos y adversario de sus adversarios, como lo declara la Ley.
27 Al terminar la súplica, empuñaron las armas y avanzaron un buen trecho fuera de la ciudad. Cuando estuvieron cerca de sus enemigos, se detuvieron. 28 Al despuntar el alba, los dos bandos se lanzaron al combate. Unos tenían como prenda de éxito y de victoria, además de su valor, su confianza en el Señor; los otros combatían impulsados sólo por su arrojo. 29 En lo más encarnizado de la batalla, los enemigos vieron aparecer en el cielo cinco hombres majestuosos montados en caballos con frenos de oro, que se pusieron al frente de los judíos. 30 Esos hombres colocaron al Macabeo en medio de ellos y, cubriéndolo con sus armas, lo hicieron invulnerable, mientras arrojaban flechas y rayos contra los adversarios. Estos, enceguecidos por el resplandor, se dispersaron en el más completo desorden. 31 Así perecieron veinte mil quinientos soldados y seiscientos jinetes.
32 El mismo Timoteo tuvo que refugiarse en una fortaleza muy bien defendida, llamada Guézer, donde gobernaba Quereas. 33 Las tropas de Macabeo, enardecidas por la victoria, sitiaron la ciudadela durante cuatro días. 34 Los defensores, confiados en la solidez inexpugnable de la plaza fuerte, proferían blasfemias y maldiciones. 35 Pero al amanecer del quinto día, veinte jóvenes de las tropas del Macabeo, enfurecidos por las blasfemias, saltaron virilmente sobre la muralla y, con ímpetu salvaje, mataban a todos los que se les ponían delante. 36 Otros, igualmente, escalaban el muro para atacar a los sitiados por el lado opuesto, prendían fuego a las torres y, encendiendo hogueras, quemaban vivos a los blasfemos. Otros, mientras tanto, derribaron las puertas y, abriendo paso al resto del ejército, se apoderaron de la ciudad. 37 A Timoteo, que estaba escondido en una cisterna, lo degollaron junto con su hermano Quereas y con Apolófanes. 38 Una vez concluidas estas proezas, bendijeron al Señor con himnos y acciones de gracias, porque él había concedido tan grandes beneficios a Israel y les había dado la victoria.
11 1 Muy poco tiempo después, Lisias, tutor y familiar del rey, que estaba al frente de los asuntos de Estado, 2 reunió unos ochenta mil hombres y toda la caballería, y marchó contra los judíos. Tenía la intención de convertir la ciudad en un lugar de residencia para los griegos, 3 de hacer del Santuario una fuente de recursos, como los otros santuarios de los paganos, y de poner en venta cada año el cargo de Sumo Sacerdote. 4 Él no tenía en cuenta para nada el poder de Dios, porque estaba engreído con sus regimientos de infantería, sus millares de jinetes y sus ochenta elefantes.
5 Una vez que penetró en Judea, se acercó a Betsur, una plaza fuerte que distaba unos veintiocho kilómetros de Jerusalén, y la sitió. 6 Cuando los partidarios del Macabeo supieron que Lisias había sitiado la fortaleza, comenzaron a suplicar al Señor con gemidos y lágrimas, unidos a la multitud, pidiéndole que enviara un ángel protector para salvar a Israel. 7 El propio Macabeo, que fue el primero en empuñar las armas, exhortó a los demás a afrontar el peligro junto con él, a fin de salvar a sus hermanos. Todos se lanzaron al combate con gran entusiasmo 8 y, cuando todavía estaban cerca de Jerusalén, apareció al frente de ellos un jinete con vestiduras blancas y esgrimiendo armas de oro. 9 Todos bendijeron unánimemente al Dios misericordioso, y se enardecieron de tal manera, que estaban dispuestos a acometer, no sólo contra los hombres, sino también contra las bestias más feroces y aun contra murallas de hierro. 10 Así avanzaron en orden de batalla, protegidos por su aliado celestial, porque el Señor se había compadecido de ellos. 11 Y lanzándose como leones contra los enemigos, derribaron a once mil soldados y a mil seiscientos jinetes, y a todos los demás los obligaron a huir. 12 La mayoría de estos escaparon heridos y sin armas, y el mismo Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.
13 Como Lisias no era ningún insensato, reflexionó sobre la derrota que acababa de sufrir, y reconoció que los hebreos eran invencibles porque el Dios poderoso combatía con ellos. 14 Entonces les envió una embajada para proponerles una reconciliación en condiciones razonables, prometiéndoles que induciría al rey a hacerse amigo de ellos. 15 El Macabeo, no teniendo otra preocupación que el bien público, accedió a todas las propuestas de Lisias; y el rey concedió todo lo que el Macabeo había pedido por escrito a Lisias en favor de los judíos.
16 La carta escrita por Lisias a los judíos decía lo siguiente:
“Lisias saluda a la comunidad de los judíos. 17 Juan y Absalón, los legados de ustedes, al entregarme por escrito sus peticiones, me han pedido una respuesta favorable respecto de lo allí consignado. 18 Ya he comunicado al rey todo lo que era necesario notificarle, y él ha otorgado todo lo que le pareció admisible. 19 Por lo tanto, si mantienen su buena disposición respecto del Estado, yo procuraré favorecerlos en adelante. 20 En cuanto a las cuestiones de detalle, he dado instrucciones a sus enviados y a los míos, para que las discutan con ustedes. 21 ¡Qué les vaya bien! Año ciento cuarenta y ocho, el veinticuatro del mes de Dióscoro”.
22 La carta del rey estaba concebida en estos términos:
“El rey Antíoco saluda a su hermano Lisias. 23 Habiendo pasado nuestro padre a la compañía de los dioses, deseamos que los súbditos de nuestro reino puedan dedicarse sin temor al cuidado de sus propios intereses. 24 Y como hemos sabido que los judíos no quieren adoptar las costumbres helénicas promovidas por nuestro padre, sino que prefieren seguir sus propias costumbres y piden que se les permita vivir conforme a sus leyes, 25 deseosos de que también esta nación esté tranquila, decretamos que su Santuario sea restituido a su primitivo estado y que ellos se gobiernen de acuerdo con las costumbres de sus antepasados. 26 Por lo tanto, harás un buen servicio enviándoles una embajada de paz, a fin de que, conociendo nuestra decisión, puedan vivir confiados y se dediquen de buen ánimo a sus propias ocupaciones”.
27 Esta es la carta del rey al pueblo:
“El rey Antíoco saluda al Consejo de los ancianos y a todos los judíos. 28 Es nuestro deseo que se encuentren bien. También nosotros gozamos de perfecta salud. 29 Menelao nos ha hecho saber el deseo que ustedes tienen de volver a sus propios hogares. 30 A todos los que se pongan en camino antes del treinta del mes de Xántico, se les asegura la impunidad. 31 Los judíos podrán gobernarse según sus leyes, como lo hacían antes, especialmente en lo que se refiere a los alimentos, y ninguno de ellos será molestado para nada a causa de las faltas cometidas por ignorancia. 32 Les envío además a Menelao para que les infunda confianza. 33 ¡Qué les vaya bien! Año ciento cuarenta y ocho, el quince del mes de Xántico”.
34 También los romanos enviaron a los judíos la siguiente carta:
“Quinto Memio y Tito Manio, legados de los romanos, saludan al pueblo de los judíos. 35 Damos nuestro consentimiento a todo lo que les ha concedido Lisias, familiar del rey. 36 Pero en lo que respecta a lo que él consideró que debía someter al juicio del rey, envíennos urgentemente a alguien con instrucciones detalladas sobre el particular, para que las expongamos como les conviene a ustedes, ya que vamos a ir a Antioquía. 37 Mándennos a algunos lo antes posible, a fin de que también nosotros conozcamos el punto de vista de ustedes. 38 ¡Salud! Año ciento cuarenta y ocho, el quince del mes de Xántico”.
12 1 Concluidas las negociaciones, Lisias volvió adonde estaba el rey, mientras los judíos se dedicaban a los trabajos del campo. 2 Pero algunos de los gobernadores locales, Timoteo y Apolonio, hijo de Geneo, además de Jerónimo y Demofón, y también Nicanor, jefe de los chipriotas, no los dejaban vivir tranquilos ni disfrutar de la paz.
3 Algunos habitantes de Jope, por su parte, perpetraron un enorme crimen. En efecto, invitaron a los judíos que vivían con ellos a subir con sus mujeres e hijos a unas embarcaciones que habían equipado, disimulando las malas intenciones que tenían contra ellos. 4 Como se trataba de una decisión unánime de toda la ciudad, los judíos aceptaron la invitación, porque deseaban vivir en paz y no tenían ninguna sospecha. Pero una vez que estuvieron en alta mar, los tiraron al agua: así murieron alrededor de doscientos.
5 Cuando Judas se enteró de la crueldad cometida contra sus compatriotas, hizo saber a sus hombres lo que había pasado 6 y, después de invocar a Dios, el justo Juez, se dirigió contra los asesinos de sus hermanos; incendió el puerto durante la noche, prendió fuego a las embarcaciones e hizo perecer a los que se habían refugiado allí. 7 Como las puertas de la ciudad estaban cerradas, se retiró con la intención de volver y exterminar por completo la población de Jope.
8 Informado, entre tanto, de que los de Iamnia maquinaban hacer algo parecido con los judíos que vivían allí, 9 atacó también durante la noche a los iamnitas e incendió el puerto y la flota, de manera que el resplandor de las llamas se vio incluso en Jerusalén, a una distancia de casi cincuenta kilómetros.
10 Cuando estaba a dos kilómetros de allí, en una expedición contra Timoteo, lo atacaron unos árabes: eran no menos de cinco mil de a pie y quinientos jinetes. 11 Se entabló una lucha encarnizada, y las tropas de Judas obtuvieron la victoria, gracias al auxilio de Dios. Los nómadas, derrotados, pidieron la paz a Judas, comprometiéndose a darles ganado y a ayudarlos en lo sucesivo. 12 Judas, comprendiendo que podrían prestarle muchos servicios, accedió a hacer la paz con ellos y, después de estrecharse la mano, los árabes regresaron a sus campamentos.
13 Luego atacó a una ciudad fortificada con terraplenes, rodeada de murallas y habitada por gente de diversas nacionalidades, que se llamaba Caspín. 14 Los sitiados, confiando en la solidez de las murallas y en la reserva de víveres, trataban despectivamente a los hombres de Judas, insultándolos y profiriendo blasfemias y maldiciones. 15 Judas y sus compañeros –después de invocar al supremo Señor del universo que, sin arietes ni máquinas de guerra, derribó a Jericó en tiempos de Josué– asaltaron ferozmente la muralla. 16 Y apoderándose de la ciudad, por la voluntad de Dios, realizaron una matanza indescriptible, hasta tal punto que el lago vecino, de quince metros de ancho, parecía colmado con la sangre que lo había inundado.
17 Luego se alejaron de allí ciento cincuenta kilómetros y llegaron a Járaca, donde vivían los judíos llamados tubienos. 18 Pero no encontraron a Timoteo por aquellas regiones, porque en vista de que no conseguía nada, se había retirado de allí, no sin antes dejar en cierto lugar una guarnición bastante fuerte. 19 Dositeo y Sosípatro, capitanes de Macabeo, avanzaron contra la fortaleza y mataron a los hombres que Timoteo había dejado en ella: eran más de diez mil. 20 Luego el Macabeo distribuyó su ejército en batallones; puso al frente a aquellos dos capitanes y se dirigió contra Timoteo, que había reunido ciento veinte mil soldados y dos mil quinientos jinetes. 21 Al enterarse de que se acercaba Judas, Timoteo mandó que las mujeres y los niños, junto con el resto del equipaje, se adelantaran hasta la fortaleza llamada Carnión, que era inexpugnable y de difícil acceso, por lo accidentado del terreno. 22 Apenas apareció el primer batallón de Judas, el pánico y el terror se apoderaron de los enemigos, porque se manifestó ante ellos Aquel que todo lo ve. Entonces huyeron en todas direcciones, de manera que muchas veces se herían unos a otros y se atravesaban entre ellos mismos con sus espadas. 23 Judas los perseguía implacablemente, acribillando a aquellos impíos, y así llegó a matar a unos treinta mil.
24 Timoteo, que cayó en manos de los hombres de Dositeo y Sosípatro, les pidió con mucha habilidad que lo dejaran en libertad, porque los padres y hermanos de muchos de ellos estaban en su poder y corrían el riesgo de ser ejecutados. 25 Cuando les aseguró con toda clase de argumentos que los devolvería sanos y salvos, lo pusieron en libertad, para salvar a sus hermanos. 26 Después, Judas marchó contra Carnión y contra el templo de Atargatis y mató a veinticinco mil personas.
27 Una vez derrotados y destruidos estos enemigos, Judas emprendió una campaña contra la plaza fuerte de Efrón, donde se había establecido Lisias con gente de todas partes. Jóvenes vigorosos apostados delante de las murallas combatían con vigor, y en el interior había muchas reservas de máquinas de guerra y proyectiles. 28 Después de invocar al Soberano que aplasta con su poder las fuerzas de los enemigos, los judíos se apoderaron de la ciudad y mataron allí a unas veinticinco mil personas.
29 Partiendo de allí, avanzaron contra Escitópolis, que dista de Jerusalén unos ciento diez kilómetros. 30 Pero los judíos que vivían allí les atestiguaron que los habitantes de la ciudad los habían tratado con benevolencia y les habían brindado una buena acogida en momentos de adversidad. 31 Entonces Judas y sus compañeros les dieron las gracias y los exhortaron a seguir siendo deferentes con sus compatriotas. Luego regresaron a Jerusalén, porque se acercaba la fiesta de las Semanas.
32 Pasada la fiesta llamada de Pentecostés, se dirigieron contra Gorgias, gobernador de Idumea. 33 Este salió a atacarlos con tres mil soldados y cuatrocientos jinetes, 34 y cayeron en el combate algunos judíos. 35 Un tal Dositeo, valeroso jinete de las tropas de Bacenor, se apoderó de Gorgias y, tirándole de la capa, lo arrastraba con fuerza a fin de capturar vivo a aquel infame. Pero un jinete tracio se abalanzó sobre Dositeo y lo hirió por la espalda, y así Gorgias pudo huir hacia Marisa. 36 Como los hombres de Esdrín estaban extenuados por haber combatido durante mucho tiempo, Judas rogó al Señor que se manifestara como su aliado y su guía en el combate. 37 Y entonando en la lengua de sus padres un himno de guerra, cayó sorpresivamente sobre los hombres de Gorgias y los derrotó.
38 Luego Judas reunió al ejército y se dirigió hacia la ciudad de Odolám. Como estaba ya próximo el séptimo día de la semana, se purificaron con los ritos de costumbre y celebraron el sábado en aquel lugar. 39 Los hombres de Judas fueron al día siguiente –dado que el tiempo urgía– a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes, en los sepulcros familiares. 40 Entonces encontraron debajo de las túnicas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Iamnia, que la Ley prohibe tener a los judíos. Así se puso en evidencia para todos que esa era la causa por la que habían caído. 41 Todos bendijeron el proceder del Señor, el justo Juez, que pone de manifiesto las cosas ocultas, 42 e hicieron rogativas pidiendo que el pecado cometido quedara completamente borrado. El noble Judas exhortó a la multitud a que se abstuvieran del pecado, ya que ellos habían visto con sus propios ojos lo que había sucedido a los caídos en el combate a causa de su pecado. 43 Y después de haber recolectado entre sus hombres unas dos mil dracmas, las envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Él realizó este hermoso y noble gesto con el pensamiento puesto en la resurrección, 44 porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos. 45 Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados.
2Maccabei (BPD) 7