Ireneo, Contra herejes Liv.2 ch.32
5.6. Dicen que necesitan experimentarlo todo
32,1. Refutamos su doctrina sobre la obras, cuando afirman que deben experimentar todas las acciones, aun las malas, usando la enseñanza del Señor: según su palabra, no sólo serán echados de su presencia quienes pequen, sino también quienes quieran pecar (Mt 5,25-28). No sólo el que asesina merecerá el castigo del asesino, sino también aquel que, sin motivo, se enoje contra su hermano (Mt 5,21-22). No sólo prohibió odiar a los demás, sino que ordenó amar a los enemigos (Mt 5,43-44). No únicamente vetó hablar mal del prójimo, sino que mandó no llamar al otro vacío o estúpido, bajo pena de caer en el fuego de la gehenna (Mt 5,22). No sólo enseñó no golpear a otro, sino que, si alguien nos pega, a presentarle la otra mejilla (Mt 5,39). No se limitó a disponer que no hemos de robar lo ajeno, sino también a no reclamarle al otro que nos ha quitado lo nuestro (Mt 5,40); y no únicamente prohibió hacer el mal o herir al prójimo, sino que mandó hacer el bien con generosidad a quienes nos tratan mal y orar por ellos para que se conviertan y se salven (Mt 5,44): no hemos de imitar, pues, a los otros en las ofensas, los apetitos y el orgullo.
Ellos mismos se glorían de tenerlo por Maestro, y dicen que tuvo un alma mucho mejor y más fuerte que los demás; y él mandó que hiciéramos con todas nuestras fuerzas ciertas cosas buenas y excelentes, y que nos abstuviéramos de otras malas, dañosas y nocivas, (827) no sólo en cuanto a la acción externa, sino también en cuanto a los pensamientos que llevan a ellas: ¿pero cómo pueden sin avergonzarse llamar Maestro a ese hombre más fuerte y excelente que los demás, y luego mandar cosas abiertamente opuestas a su doctrina? Si no hubiese acciones en sí mismas justas o injustas, sino que todas dependieran de la opinión humana, ciertamente no habría enseñado con firmeza: "Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre" (Mt 13,43); en cambio los injustos y que no han hecho las obras justas, "serán echados en el fuego eterno" (Mt 25,41), "donde su gusano jamás morirá ni el fuego se extinguirá" (Mc 9,48 Is 66,24).
32,2. Además, afirmando que ellos deben experimentar todo tipo de acciones y conducta, a fin de pasar en una sola vida, en cuanto es posible, por todo el desarrollo necesario para llegar a la perfección, nadie los ve hacer algún esfuerzo por practicar las obras de virtud, ni trabajos pesados, ni actividades gloriosas o artísticas, o alguna cosa de las que todo mundo aprueba como buenas. Porque si en verdad necesitaran experimentar todo tipo de obras y acciones, primero tendrían que estudiar las artes y ciencias; las que se aprenden con esfuerzo, trabajo, meditación y perseverancia, como los distintos tipos de música, las matemáticas, la geometría, la astronomía, los diversos métodos de expresión, el arte de la medicina tanto por el conocimiento de las hierbas curativas como por remedios fabricados, la escultura en bronce o en mármol; u otros tipos de profesiones como la agricultura, la veterinaria, el pastoreo, la construcción, las diversas artesanías, las relacionadas con el mar, la gimnasia, la cacería, las artes marciales, el gobierno, por no enumerar todos los tipos de aprendizaje, que ellos, aun dedicando toda su vida, no alcanzarían a asimilar ni en una diezmilésima parte.
No se preocupan de aprender, y dicen tener que ejercitarse en todo tipo de obras, como pretexto para entregarse a los placeres (828) y a toda clase de acciones lúbricas y licenciosas: ya están juzgados según su propia doctrina (Tt 3,11), e irán al castigo del fuego, porque les falta todo lo que acabamos de enumerar. Estos, mientras emulan la filosofía de los epicúreos y la indiferencia de los cínicos, se glorían de tener a Jesús por Maestro, el cual advierte a los discípulos no sólo acerca de las malas acciones, sino también de las palabras y pensamientos perversos, como anteriormente hemos expuesto.
5.7. Se sienten superiores a Jesús
32,3. Dicen tener el alma del mismo origen que Jesús, y que son semejantes a él, y muchas veces mejores; si embargo nunca se les ve entregarse a las obras que él realizó para el bien y el progreso de los seres humanos, nada han hecho que se le parezca o que de algún modo se le pueda comparar. Sino que, si algo llevan a cabo, como antes mostramos, lo hacen por artes mágicas para seducir con engaños a los tontos. No producen ningún fruto que deje alguna utilidad a aquellos para los cuales dicen realizar milagros. Sino que se contentan con atraer a los adolescentes presentando ante sus ojos actos de ilusión y muchas apariencias que de inmediato se desvanecen, que no duran ni un instante: no reproducen en sí la imagen de Jesús, sino la de Simón el Mago. Añádase que el Señor resucitó al tercer día de entre los muertos, se mostró a los discípulos, y ante su vista fue elevado al cielo; en cambio ellos se mueren y no resucitan ni se muestran a nadie: también esto demuestra que no tienen un alma igual a la de Jesús.
32,4. Algunos de ellos dicen que Jesús también realizó todas estas cosas en apariencia. Por los profetas les demostraremos que ya estaban anunciadas, que él las hizo de modo que no quede duda alguna, y que él es el único Hijo de Dios. (829) Por eso sus discípulos verdaderos en su nombre hacen tantas obras en favor de los seres humanos, según la gracia que de él han recibido. Unos real y verdaderamente expulsan a los demonios, de modo que los mismos librados de los malos espíritus aceptan la fe y entran en la Iglesia; otros conocen lo que ha de pasar, y reciben visiones y palabras proféticas; otros curan las enfermedades por la imposición de las manos y devuelven la salud; y, como arriba hemos dicho, algunos muertos han resucitado y vivido entre nosotros por varios años.
¿Qué más podemos decir? Son incontables las gracias que la Iglesia extendida por todo el mundo recibe de Dios, para ir día tras día a los gentiles y servirlos en nombre de Jesucristo crucificado bajo Poncio Pilato. (830) Y no lo hacen para seducir a nadie ni para ganar dinero, pues, así como ella lo ha recibido gratis de Dios, así también gratis lo distribuye (Mt 10,8).
32,5. Y no lo hace por invocación de los ángeles, ni por medio de encantamientos, ni por otros poderes malvados u otro tipo de acciones mágicas; sino que de modo limpio, puro y abierto, elevando su oración al Dios que creó todas las cosas e invocando el nombre de nuestro Señor Jesucristo, hace todos estas obras maravillosas no para seducir a nadie sino para el bien de los seres humanos. Pues si hasta hoy el nombre de nuestro Señor Jesucristo hace tantos beneficios y cura de modo seguro y verdadero a todos los que creen en él (216), y no pueden hacer lo mismo los seguidores de Simón, Menandro, Carpócrates o de cualquier otro, entonces es evidente que él se hizo hombre, convivió con la obra que él mismo había plasmado (Ba 3,38), realmente todo lo llevó a cabo por el poder de Dios según la voluntad del Padre de todas las cosas (Ep 1,9), tal como los profetas habían anunciado. Cuáles hayan sido estas profecías, lo diremos al exponer las pruebas sacadas de los profetas.
(216) Esta sentencia ofrece un doble signo de la convicción de San Ireneo : 1º Oramos a Dios por medio del nombre de Cristo (no se trata de dos oraciones diversas y separadas): por Cristo al Padre. 2º La divinidad de Jesucristo, pues por la invocación de su nombre se realizan los milagros en favor de quienes creen en él.
233 5.8. No hay transmigración de las almas
33,1. Que sea falsa su pretendida transmigración de las almas, lo probaremos por el hecho de que ninguna de sus almas se acuerda de sus vidas anteriores. Porque, si fueron enviadas (a este mundo) para experimentar todo tipo de actividades, tendrían que recordar lo que sucedió en los tiempos pasados, para poder completar lo que falta sin tener que trabajar miserablemente una y otra vez sobre las mismas cosas. (831) La unión con el cuerpo no debería cancelar enteramente la memoria y contemplación de todo lo que antes han experimentado, puesto que para eso vinieron. Cuando el cuerpo está en reposo y adormecido, el alma ve y obra en sueños, y se recuerda de muchas de estas cosas en comunión con el cuerpo; por eso, una vez despierto, puede indicar, incluso después de algún tiempo, lo que ha experimentado en el sueño; de modo parecido el alma debería acordarse de sus experiencias antes de venir a este cuerpo. Pues si ella se recuerda, una vez unida al cuerpo y extendida por todos sus miembros, de lo que ha visto o pensado en su imaginación durante el sueño durante un tiempo tan breve, ¡cuánto más debería acordarse de todas aquellas cosas en las que estuvo inmersa en toda una vida anterior y durante tanto tiempo.
33,2. A este propósito Platón, aquel viejo ateniense que fue el primero en introducir esta doctrina, como no podía explicar esta cuestión, inventó la copa del olvido, imaginando que mediante este truco podía huir del problema. Pero no probando lo más mínimo, de modo categórico respondió que al introducirse las almas en esta vida, el demonio que las introduce les hace beber el olvido. Al decirlo, él, sin caer en la cuenta, cayó en un absurdo más grave. Si es verdad lo de la copa del olvido que, una vez bebida, (832) te hace olvidar todo lo que anteriormente has hecho, ¿cómo lo sabes, oh Platón, si ahora tu alma está metida en el cuerpo, y antes de que se metiera el demonio le dio a beber esa poción? Pues si te acuerdas del demonio, de la copa y de tu entrada en esta vida, tendrías que acordarte de lo demás; pero si nada sabes de esto, ni es real ese demonio, ni es cierto que bebiste la copa del olvido.
33,3. Algunos dicen que el cuerpo mismo es esa poción del olvido. Pero entonces ¿cómo el alma recuerda y puede comunicar a otros lo que ha visto y pensado en sueños, y los deseos de su mente, mientras está en el cuerpo? Y si fuera cierto que el cuerpo es la causa del olvido, entonces el alma no recordaría lo que ha experimentado por la vista o el oído mientras vive en el cuerpo; sino que, al mismo tiempo que el ojo mira algo, su recuerdo desaparecería de la memoria. Si el alma radicara en la causa del olvido, no podría conocer nada, sino sólo aquello que ve a cada instante. Si el cuerpo es, como dicen, el olvido mismo, ¿cómo el alma podría aprender las cosas divinas y recordarlas mientras existe en el cuerpo? Los mismos profetas, mientras vivían en la tierra, se acordaban de lo que veían y oían en las visiones celestiales, para luego anunciarlas a los seres humanos con quienes convivían. No es verdad que el cuerpo produce en el alma el olvido de las cosas espirituales que ha visto, sino que el alma educa al cuerpo (833) y la hace participar de lo que con su visión espiritual ha aprendido.
33,4. El cuerpo, en efecto, no es más sólido que el alma, pues de ella recibe el soplo, la vida, el desarrollo y el mantenerse unido; sino que el alma posee y gobierna el cuerpo. Como el cuerpo participa de su movimiento, la detiene en su rapidez, pero no le hace perder su conocimiento. El cuerpo se asemeja a un instrumento, mas el alma es como el artista. Y un artista rápidamente concibe una obra, pero la realiza más lentamente usando su instrumento, por la inmovilidad de éste: se mezclan, pues, la rapidez del artista con la torpeza del instrumento, y de esa manera la obra toma tiempo. De modo semejante el alma participa de los impedimentos del cuerpo con el que está unida, pero sin perder absolutamente sus capacidades; así como, comunicando al cuerpo su vida, ella misma no la pierde. De modo parecido, mientras ella hace a su cuerpo partícipe de muchas otras cosas, ella misma no pierde ni su conocimiento ni la memoria de lo que ha experimentado.
33,5. Por consiguiente, si no recuerda los hechos del pasado, sino que sólo percibe otros conocimientos que adquiere en esta vida, entonces no ha vivido en otros cuerpos en tiempos anteriores, ni ha realizado hechos que no conoce, ni ha conocido otras cosas que ahora no experimenta. Más bien, cada uno de nosotros, así como por el arte de Dios ha recibido su cuerpo, así también de él ha recibido su alma. Porque Dios no es ni tan pobre ni tan indigente que sea incapaz de dar a cada cuerpo su alma, (834) así como sus caracteres distintivos. Y así, una vez completo el número que él mismo ha determinado, todos los que están inscritos en el libro de la vida resucitarán (Ap 21,27), con su propio cuerpo y alma y con el propio espíritu con los cuales agradaron a Dios. En cambio los que merecieron el castigo irán a él, con el alma y el cuerpo con los cuales se alejaron de la bondad divina (217). Entonces ya no engendrarán hijos ni éstos nacerán, ni se casarán, ni habrá matrimonio (Mt 22,30), pues estará completo el número de los seres humanos que Dios eligió de antemano, para cumplir en todo el plan del Padre.
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34,1. De modo muy completo el Señor enseñó que no se conservan las almas pasando de cuerpo en cuerpo; sino también que ellas conservan la personalidad del cuerpo para el cual fueron hechas, y se acuerdan de las obras que acá realizaron o dejaron de realizar. Cuando relata lo que está escrito acerca del rico y de Lázaro (835) que descansaba en el seno de Abraham (Lc 16,19-31), dice que el rico, después de la muerte, reconoció a Lázaro y a Abraham y recordó el puesto que cada uno de ellos había tenido, y le rogó que enviara en su auxilio a Lázaro, al que no había querido hacer participar de su mesa; y luego la respuesta de Abraham, que no sólo sabía lo que él era, sino también el rico; y que más les servía escuchar a Moisés y a los profetas que recibir el anuncio de algún resucitado de la muerte, a aquellos que no quisieran llegar a aquel lugar de castigo. Con estas palabras claramente enseñó que las almas siguen viviendo, no que pasan de cuerpo en cuerpo, y que retienen su personalidad humana a tal punto que pueden ser reconocidas y acordarse de lo que acá sucede; y también el espíritu profético de Abraham, y cómo cada persona recibe el estado que merece, incluso antes del juicio.
5.9. Las almas no mueren
34,2. Algunos quizás digan que las almas, como comenzaron a existir hace algún tiempo, no pueden durar, pues para ello tendrían que ser ingénitas e inmortales; pero si tuvieron un comienzo, así también deberán morir con el cuerpo. Sepan que sólo Dios, el Señor de todas las cosas, no tiene principio ni fin, y es el único que permanece siendo el mismo para siempre. Todas las cosas que de él provienen, que ha creado y sigue creando, tienen un principio y generación, y por ese motivo son inferiores a aquel que las ha hecho, porque no son increadas; sino que duran y permanecen en el tiempo según la voluntad del Dios Creador: (836) así como al principio les concede comenzar a existir, así después les concede el ser (218).
34,3. Así como el cielo sobre nosotros, el firmamento, el sol, la luna, las demás estrellas y todo su esplendor (Gn 2,1) antes no existían, pero una vez creadas han durado por tanto tiempo según la voluntad de Dios, de modo semejante no se engañará quien se fije en las almas, los espíritus y todas las demás cosas, y vea que, habiendo sido hechas y por eso tienen un comienzo, duran mientras Dios lo quiera. El Espíritu profético ha dado testimonio de ellos con expresiones como éstas: "El dijo y fueron hechas, él mandó y fueron creadas. El las ha establecido por los siglos de los siglos" (Ps 148,5-6 Ps 33,9). Y sobre la salvación de los seres humanos dijo: "Te pidió la vida y le concediste largos años por los siglos de los siglos" (Ps 21,5), porque el Padre concede vivir por los siglos de los siglos a aquellos que se han salvado.
Porque la vida no nos viene por naturaleza, sino por la gracia de Dios (1Co 3,10). Y así, quien conserve el don de la vida y dé gracias a quien se lo ha dado, recibirá en regalo vivir por los siglos de los siglos; mas quien lo rechace, no se muestre agradecido a su Creador por haberlo creado, y no reconozca al que se lo ha dado, se priva a sí mismo de la vida eterna. Por eso el Señor decía a los que se mostraban desagradecidos a él: "Si no fuisteis fieles en lo pequeño, ¿quién os dará lo más grande?" (Lc 16,11). Con esto quiso decir que, si en esta breve vida temporal se mostraban desagradecidos a aquel que les dio la vida, con justicia no recibirán "largos años por los siglos de los siglos".
(837) 34,4. Así como el cuerpo animado no es él mismo el alma, sino que participa del alma mientras Dios lo quiera, así también el alma no es la vida misma, sino que participa de la vida que Dios ha querido concederle. Por eso la palabra profética dice acerca del primer hombre plasmado: "Fue hecho alma viviente" (Gn 2,7). Con esto nos enseñó que el alma vive al participar de la vida, de modo que una cosa se entiende por alma y otra por vida. Es, pues, Dios quien otorga la vida y la duración perpetua; le es posible conceder esa vida perpetua a almas que antes no existían, si Dios quiere que existan y que sigan viviendo. En efecto, la voluntad de Dios debe gobernar y dirigir todas las cosas: todo lo demás le está sometido y existe para su servicio. Basta por ahora acerca de la creación del alma y de su duración perpetua.
(217) Párrafo claro sobre la antropología de San Ireneo: se salvarán el alma y el cuerpo del ser humano "con el propio Espíritu", en los cuales (alma y cuerpo) los hombres agradaron a Dios. Por contraste, se condenarán el alma y el cuerpo (sin dejar de ser hombres); pero en este caso nada afirma del Espíritu puesto que lo echaron de sí al rechazar la bondad divina (ver V, 6,1; 7,1; 9,1-2).
(218) A los gnósticos, que como pneumáticos se decían destinados a durar para siempre por naturaleza, San Ireneo opone el argumento: por naturaleza, todo lo que tiene principio también tiene un fin, pues manifiesta no tener en sí mismo la razón de su existencia. Por lo tanto, si un ser ha recibido el ser como un don de Dios que lo ha creado, seguirá viviendo mientras Dios lo quiera. Por eso, si los seres humanos vivirán para siempre, y cómo, depende de la voluntad divina que sólo podemos conocer por su Palabra revelada.
5.10. Doctrina de Basílides sobre los cielos
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35,1. Además de lo dicho antes acerca de Basílides, debemos añadir que, según su sistema, no sólo fueron creados trescientos sesenta y cinco cielos, uno después de otro y por creación de unos por otros, sino que siempre se siguen y seguirán creando en el futuro inmensidad de cielos, de modo que el número de nuevos cielos creados no tendrá límite. (838) Si el segundo cielo derivó del primero y fue hecho a su semejanza, y de modo semejante el tercero del segundo y todo el resto, entonces por fuerza nuestro cielo (que llama el último) debe haber provenido de otro del que es imagen, y este otro de otro. De este modo nunca se detendrá ni el flujo de cielos ya hechos, ni la fabricación de nuevos, de donde se seguirá no un número definido de cielos, sino ilimitado.
5.11. Otras opiniones de Gnósticos acerca de Dios
35,2. Algunos de entre los mal llamados Gnósticos, dicen que los profetas han profetizado en nombre de diversos dioses. Con facilidad se les puede refutar, haciendo ver que todos los profetas anunciaron a un solo Dios y Señor, que es el mismo Creador de cielo y tierra y de todas las cosas que hay en ellos (Ex 20,11 Ps 146),6 Ac 4,24), y prepararon la venida de su Hijo, como lo demostraremos a partir de las Escrituras en los libros siguientes.
35,3. Si aducen como prueba los distintos nombres en lengua hebrea que se hallan en las Escrituras, como Sabaoth, Elohím, Adonai y otros semejantes, para inventar que esos nombres indican diversos Dioses y Potestades, sepan que todos esos nombres y otros semejanes se refieren a uno y el mismo. Eloah en hebreo significa "Dios verdadero", Elloeuth en hebreo quiere decir "aquel que abarca todas las cosas". Adonai algunas veces significa (839) "innombrable y admirable", y otras veces, cuando se reduplica la letra d y se aspira, Addonai, "el que separa la tierra de las aguas, para que éstas no la invadan". Sabaoth, cuando lleva la omega en la última sílaba, quiere decir "el que decide"; en cambio con ómicron (la o simple griega), indica "el primer cielo". (840) Así también Iaoth, que lleva la omega con aspiración en la última sílaba, "medida decidida de antemano", en cambio Iaoth (con ómicron) "el que hace huir el mal".
Todos los demás nombres parecidos son diversos modos de llamarlo, como en latín "Señor de las Potestades", "Padre de todas las cosas", "Dios Soberano universal", "Altísimo", "Señor de los cielos", "Creador", "Demiurgo" (841) y otros semejantes. No quieren indicar a muchos Dioses diversos, pues todas estas denominaciones y nombres se atribuyen a uno solo, que es Dios Padre, el que abarca todas las cosas y les concede la existencia.
5.12. Conclusión
35,4. De todo lo que hemos dicho queda claro que la predicación de los Apóstoles, la enseñanza del Señor, el anuncio de los profetas y el servicio de la Ley manifiestan a un solo Dios de todas las cosas, alaban al Padre, y no se refieren a varios Dioses, ni dicen que éstos hayan sido emitidos por otros Dioses y Potencias, sino del único y mismo Padre de todas las cosas. Este es quien ha decidido la naturaleza y orden de cada ser, (842) y no lo han hecho ni Angeles ni alguna Potencia, sino que el único Dios Padre creó todas las cosas visibles e invisibles y todo cuanto existe (Jn 1,3).
Pero no debemos dar la impresión de que nos negamos a mostrar las pruebas a partir de las Escrituras divinas, y por eso -ya que las mismas Escrituras explican estas cosas de modo más claro y evidente para aquellos que no deciden interpretarlas maliciosamente- en el libro siguiente explicaremos las Escrituras por las Escrituras mismas, para exponer las pruebas que el mismo Dios ofrece, a todos aquéllos que amen la verdad.
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(843) Mi querido hermano, me pediste que abiertamente expusiera las doctrinas de Valentín, secretas (según ellos imaginan), para que diese a conocer sus muchas facetas, y que al mismo tiempo te ofreciera los argumentos para derrocarlas. Hemos comenzado a ponerlos al desnudo a partir de Simón, padre de todas las herejías; en seguida nos hemos dedicado a descubrir sus enseñanzas y sus consecuencias (219), y finalmente hemos empezado a refutarlos. Mas, si en una obra pude exponerlos, sólo en varias me es posible destruirlos. Por eso te envié dos libros: en el primero se describen sus doctrinas, sus maneras de actuar y los caracteres de su comportamiento. En el segundo se desenmascaran y demuelen sus perversas enseñanzas, y se las deja al desnudo, tal como son.
En el presente libro, el tercero, expongo las pruebas tomadas de las Escrituras, para no pasar por alto ninguno de tus deseos. Incluso, más allá de lo que pedías, te ofrezco los medios para que les arguyas y abatas a aquellos que de una u otra manera enseñan la mentira. Pues la caridad de Dios, rica y sin celos, nos da más de cuanto le pedimos.
Ten en mente lo que ya escribí en los dos primeros libros; porque, añadiendo lo siguiente, podrás tener un muy completo argumento contra todos los herejes, a fin de que les resistas con firmeza y constancia, luchando por la única verdadera fe, fuente de vida, que, recibida de los Apóstoles, la Iglesia esparce. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas dio a sus Apóstoles el poder de (predicar) el Evangelio. Por ellos hemos conocido la verdad, (844) me refiero a la doctrina del Hijo de Dios. A ellos el Señor les dijo: "Quien os oye a vosotros, a mí me oye; y quien os desprecia, a mí es a quien desprecia y a aquel que me envió" (Lc 10,16).
(219) "Successiones" puede referirse, o a las consecuencias de las doctrinas, o a la sucesión histórica de los líderes de los grupos heréticos. (Regresar
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1,1. Nosotros no hemos conocido la Economía de nuestra salvación, sino por aquellos a través de los cuales el Evangelio ha llegado hasta nosotros: ellos primero lo proclamaron, después por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito para que fuese "columna y fundamento" (1Tm 3,15) de nuestra fe.
Y no es justo afirmar que ellos predicaron antes de tener "el conocimiento perfecto" (teleían gnôsin), como algunos se atreven a decir gloriándose de corregir a los Apóstoles. Pues una vez resucitado de entre los muertos los revistió con la virtud del Espíritu Santo (Ac 1,8) que vino de lo alto (Lc 24,49); ellos quedaron llenos de todo y recibieron "el perfecto conocimiento" (220). Luego partieron hasta los confines de la tierra (Ps 19,5 Rm 10,18 Ac 1,8), a fin de llevar como Buena Nueva todos los bienes que Dios nos da (Is 52,7 Rm 10,15), y para anunciar a todos los hombres la paz del cielo (Lc 2,13-14); tenían todos y cada uno el Evangelio de Dios (Rm 1,1 Rm 15,16 2Co 11,7 1Th 2,2). (221)
1.1. Los evangelistas: su doctrina básica
Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo (845) evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que éstos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro "el Evangelio que éste predicaba" (1Th 2,9 Ga 2,2 2Tm 2,8) (222). Por fin Juan, el discípulo del Señor "que se había recostado sobre su pecho" (Jn 21,20 Jn 13,23), redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso (223).
1,2. Y todos ellos nos han transmitido a un solo Dios Creador del cielo y de la tierra anunciado por la Ley y los profetas, y a un solo Cristo Hijo de Dios (224). Pero si alguien no está de acuerdo con ellos, desprecia por cierto a quienes han tenido parte con el Señor (He 3,4), (846) desprecia al mismo Cristo Señor y aun al Padre (Lc 10,16), y se condena a sí mismo (Tt 3,11), porque resiste (2Tm 2,25) a su salvación, cosa que hacen todos los herejes.
(220) Nótese el contraste que Ireneo acentúa para desenmascarar la falsa gnosis (de los valentinianos) y declarar la verdadera gnosis (de los Apóstoles).
(221) Originalmente el Evangelio es, simplemente, la Buena Nueva que Cristo ha traído. Posteriormente se llamó en plural Evangelios a los cuatro libros. Ireneo distingue claramente: habla primero del Evangelio único, en singular, y en seguida de los cuatro escritos.
(222) Por primera vez en la Tradición queda consignado por escrito el autor del tercer Evangelio. Hay aquí una valiosa indicación de que primero fue la predicación del Evangelio (Tradición oral), a la que siguió la redacción (los libros).
(223) Al dar testimonio del Evangelio único de Jesús, consignado en cuatro escritos, San Ireneo es testigo de que a fines del siglo II ya estaba establecido este canon "cuadriforme" (según su propia expresión que leeremos adelante).
(224) Siendo el tema general del libro III "Exposición de la Doctrina Cristiana", esta frase (que expresa los dos puntos más fundamentales de la fe, recogidos de la predicación apostólica) resume las dos grandes partes de este libro: un único Dios Creador del cielo y de la tierra, y un solo Cristo Hijo de Dios.
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1.2. Los herejes ante la Escritura y la Tradición
2,1. Porque al usar las Escrituras para argumentar, la convierten en fiscal de las Escrituras mismas, acusándolas o de no decir las cosas rectamente o de no tener autoridad, y de narrar las cosas de diversos modos: no se puede en ellas descubrir la verdad si no se conoce la Tradición. Porque, según dicen, no se trasmitiría (la verdad) por ellas sino de viva voz, por lo cual Pablo habría dicho: "Hablamos de la sabiduría entre los perfectos, sabiduría que no es de este mundo" (1Co 2,6) (225). Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontrado, es decir una ficción, de modo que la verdad se hallaría dignamente unas veces en Valentín, otras en Marción, otras en Cerinto, finalmente estaría en Basílides o en quien disputa contra él, que nada (847) pudo decir de salvífico. Pues cada uno de éstos está tan pervertido que no se avergüenza de predicarse a sí mismo (2Co 4,5) depravando la Regla de la Verdad.
2,2. Cuando nosotros los atacamos con la Tradición que la Iglesia custodia a partir de los Apóstoles por la sucesión de los presbíteros, se ponen contra la Tradición diciendo que tienen no sólo presbíteros sino también apóstoles más sabios que han encontrado la verdad sincera: porque los Apóstoles "habrían mezclado lo que pertenece a la Ley con las palabras del Salvador"; y no solamente los Apóstoles, sino "el mismo Señor habría predicado cosas que provenían a veces del Demiurgo, a veces del Intermediario, a veces de la Suma Potencia"; en cambio ellos conocerían "el misterio escondido" (Ep 3,9 Col 1,26), indubitable, incontaminado y sincero: esto no es sino blasfemar contra su Creador. Y terminan por no estar de acuerdo ni con la Tradición ni con las Escrituras.
2,3. Contra ellos luchamos, ¡oh dilectísimo!, aunque ellos tratan de huir como serpientes resbaladizas. Por eso es necesario resistirles por todos los medios, por si acaso podemos atraer a algunos a convertirse a la verdad, confundidos por la refutación (226). Cierto, no es fácil apartar a un alma presa del error, pero no es del todo imposible huir del error cuando se presenta la verdad.
(225) Texto favorito de los gnósticos, con el que justificaban que Pablo habría guardado el verdadero Evangelio para los iniciados, mientras que para el cristiano común quedaría como un misterio y un secreto. La verdad perfecta sería la reservada a la gnosis de los pneumáticos, y se referiría a los orígenes y estructura del Pléroma.
(226) Esta es la finalidad principal de Contra los herejes. Es fin complementario, pero no menos importante, de su otra obra. Ver D 5.
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1.3. Los sucesores de los Apóstoles
(848) 3,1. Para todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran. Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba "misterios recónditos", en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos, sobre todo los habrían confiado a aquellos a quienes encargaban las Iglesias mismas. Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores fuesen en todo "perfectos e irreprochables" (1Tm 3,2 Tt 1,6-7), para encomendarles el magisterio en lugar suyo: si obraban correctamente se seguiría grande utilidad, pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad.
1.3.1. Sucesión de los obispos de Roma
3,2. Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y "la fe anunciada" (Rm 1,8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. (849) Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica (227).
3,3. Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles, entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2Tm 4,21). Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos (850) que de los Apóstoles habían recibido la doctrina. En tiempo de este mismo Clemente suscitándose una disensión no pequeña entre los hermanos que estaban en Corinto, la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintios, para congregarlos en la paz y reparar su fe, y para anunciarles la Tradición que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles, anunciándoles a un solo Dios Soberano universal, Creador del Cielo y de la tierra (Gn 1,1), Plasmador del hombre (Gn 2,7), que hizo venir el diluvio (228) (Gn 6,17), y llamó a Abraham (Gn 12,1), que sacó al pueblo de la tierra de Egipto (Ex 3,10), que habló con Moisés (Ex 3,4), que dispuso la Ley (Ex 20,1), que envió a los profetas (Is 6,8), que preparó el fuego para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). La Iglesia anuncia a éste como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, a partir de la Escritura misma, para que, quienes quieran, puedan aprender y entender la Tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que quienes ahora enseñan falsamente y mienten sobre el Demiurgo y Hacedor de todas las cosas que existen.
(851) A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles, fue constituido Sixto. En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio; siguió Higinio, después Pío, después Aniceto. Habiendo Sotero sucedido a Aniceto, en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles. Por este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la Tradición que inició de los Apóstoles. Y esto muestra plenamente que la única y misma fe vivificadora que viene de los Apóstoles ha sido conservada y transmitida en la Iglesia hasta hoy.
1.3.2. Policarpo, obispo de Esmirna
3,4. Policarpo no sólo fue educado por los Apóstoles y trató con muchos de aquellos que vieron a nuestro Señor, sino también (852) por los Apóstoles en Asia fue constituido obispo de la Iglesia en Esmirna; a él lo vimos en nuestra edad primera (229), mucho tiempo vivió, y ya muy viejo, sufriendo el martirio de modo muy noble y glorioso, salió de esta vida. Enseñó siempre lo que había aprendido de los Apóstoles, lo mismo que transmite la Iglesia, las únicas cosas verdaderas. De esto dan testimonio todas las iglesias del Asia y los sucesores de Policarpo hasta el día de hoy. Este hombre tiene mucha mayor autoridad y es más fiel testigo de la verdad que Valentín, Marción y todos los demás que sostienen doctrinas perversas.
Este obispo viajó a Roma cuando la presidía Aniceto, y convirtió a la Iglesia de Dios a muchos de los herejes de los que hemos hablado, anunciando la sola y única verdad recibida de los Apóstoles (853) que la Iglesia ha transmitido. Algunos le oyeron contar que Juan, el discípulo del Señor, habiendo ido a los baños en Éfeso, divisó en el interior a Cerinto. Entonces prefirió salir sin haberse bañado, diciendo: "Vayámonos, no se vayan a venir abajo los baños, porque está adentro Cerinto, el enemigo de la verdad". Y del mismo Policarpo se dice que una vez se encontró a Marción, y éste le dijo: "¿Me conoces?" El le respondió: "Te conozco, primogénito de Satanás". Es que los Apóstoles y sus discípulos tenían tal reverencia, que no querían dirigir ni siquiera una mínima palabra (854) a aquellos que adulteran la verdad, como dice San Pablo: "Después de una o dos advertencias, evita al hereje, viendo que él mismo se condena y peca sosteniendo una mala doctrina" (Tt 3,10-11). También existe una muy valiosa Carta de Policarpo a los Filipenses, en la cual pueden aprender los detalles de su fe y el anuncio de la verdad quienes quieran preocuparse de su salvación y saber sobre ella.
Finalmente la Iglesia de Éfeso, que Pablo fundó y en la cual Juan permaneció (855) hasta el tiempo de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera.
(227) Aquí inicia un fuerte argumento de San Ireneo sobre la verdadera doctrina: la unidad de la fe en todas las iglesias, a pesar de hallarse éstas en regiones distantes y haberse desarrollado con diversas tradiciones históricas y en distintas culturas. Este es un signo claro de que todas conservan la fe que proviene de la única fuente. En cambio la multiplicidad de doctrinas de los grupos heréticos, que constantemente se dividen para enseñar "verdades" diferentes y aun contradictorias, indica la ausencia de la única verdad. De estas iglesias San Ireneo recuerda la de Roma como la primada y cabeza de todas las demás, por provenir de los Apóstoles Pedro y Pablo. Como un ejemplo de la sucesión apostólica que liga la Iglesia actual con los Apóstoles, San Ireneo consigna la serie de obispos de Roma que siguieron a Pedro, hasta su tiempo, cuando San Eleuterio era su pastor. Como la autoridad de la Iglesia proviene de su origen, la de Roma es la autorizada por sobre todas, por provenir de Pedro y Pablo.
(228) Lit.: "el cataclismo".
(229) Así lo dice en su carta a Florino. Ahí mismo escribe: "Policarpo contaba sus relaciones con Juan y con otros que habían visto al Señor" (EUSEBIO, Historia Eclesiástica V, 20,5-8: PG 20, 485).
1.4. La universal Regla de la Verdad
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Ireneo, Contra herejes Liv.2 ch.32