Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.13

313
2.3.6.1 Pablo no está por encima de los Apóstoles


13,1. El mismo Apóstol refuta a quienes afirman que sólo Pablo conoció la verdad (250), al cual (911) "se le manifestó el misterio por una revelación", cuando dice que el único y mismo Dios "llevó a cabo en Pedro el apostolado de la circuncisión, y en mí el de los gentiles" (Ga 2,8). Luego Pedro era enviado del mismo Dios que Pablo; y aquel Dios al que Pedro anunciaba a los circuncisos, Pablo lo predicaba a los gentiles. Tampoco vino el Señor a salvar sólo a Pablo; ni Dios es tan pobre que únicamente haya tenido un Apóstol a quien dar a conocer la Economía de su Hijo. Pablo, en efecto, escribe: "¡Qué hermosos son los pies de quienes evangelizan el bien, de quienes evangelizan la paz!" (
Rm 10,15 Is 52,7), poniendo en claro que no era uno solo, sino muchos quienes evangelizaban. Además, en la Carta a los Corintios, habiendo hablado de todos aquellos que vieron al Señor tras la resurrección, añade: "Tanto ellos como yo esto anunciamos y esto habéis creído" (1Co 15,11). De este modo confesó que era una sola y la misma la predicación de aquellos que vieron al Señor después de que resucitó de entre los muertos.

(250) Los marcionitas, nos ha dicho anteriormente (III, 12,12), sólo aceptan a Pablo y a su discípulo Lucas como escritores sagrados. Y aun a éstos los censuran, recortándoles aquello que, dicen ellos, les habría añadido subrepticiamente el Dios del Antiguo Testamento. El motivo es la polémica de Pablo contra los fariseos y su intepretación de la Ley mosaica, que, según ellos, probaría que Pablo predicó a un Dios distinto del que dio la Ley.

2.3.6.2. Legitimidad de los otros Apóstoles


13,2. El Señor respondió a Felipe que deseaba ver al Padre: "¿Tanto tiempo he estado con vosotros y aún no me conoces, Felipe? Quien me ve también ve al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". "Ahora me habéis visto y conocido" (Jn 14,7). Por consiguiente, si el Señor dijo a los discípulos que lo habían conocido a él y al Padre (y el Padre es la Verdad), entonces quienes pregonan que " (los discípulos) no conocieron la verdad", son hombres que dan falso testimonio, alejados como están de la doctrina cristiana.

(912) ¿Para qué el Señor envió a doce Apóstoles "a las ovejas perdidas de Israel" (Mt 10,2), si "no conocieron la verdad"? ¿Y cómo fueron setenta los que predicaron (Lc 10,1), si "no conocieron la verdad" de la predicación? ¿O cómo podía ignorarla Pedro, a quien el Señor dio el testimonio siguiente: "La carne y la sangre no te lo han revelado, sino el Padre que está en los cielos" (Mt 16,17), que equivale a esto otro: "Pablo, Apóstol no de parte de los hombres ni por medio de un hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre" (Ga 1,1)? El Hijo los condujo al Padre, y el Padre les reveló al Hijo.


2.3.6.3. Pablo acata a los Apóstoles


13,3. Que Pablo condescendió con aquellos que habían apelado a los Apóstoles contra él, acerca del problema, y él mismo subió a Jerusalén con Bernabé para dirigirse a ellos -y no sin motivo, sino para que confirmasen la libertad de los gentiles-, él mismo lo explica en la Carta a los Gálatas: "Luego, después de 14 años subí a Jerusalén con Bernabé, y llevé conmigo también a Tito. Subí siguiendo una revelación, y discutí con ellos la Buena Nueva que predico entre los gentiles" (Ga 2,1-2). Y añade: "En ningún momento cedimos en someternos, a fin de que la verdad del Evangelio se mantenga entre vosotros" (Ga 2,5).


2.3.6.4. Acuerdo de Lucas y Pablo


Y si alguien investiga con cuidado en los Acos de los Apóstoles la época a la que Pablo se refiere cuando escribe "subí a Jerusalén" por el problema antedicho, verá que los años corresponden con precisión a los que Pablo ha señalado. Así pues, la predicación de Pablo y el testimonio de Lucas concuerdan y son prácticamente los mismos.

314 (913) 14,1. Lucas fue inseparable de Pablo y colaboró con él en el Evangelio, como él mismo puso por escrito no para gloriarse, sino impulsado por la verdad. Escribe que, "habiéndose separado de Pablo, Bernabé y Juan llamado Marcos, navegaron a Chipre" (Ac 15,39), "nosotros nos dirigimos a Tróade" (Ac 20,6). Y, cuando Pablo vio en sueños a un macedonio que le decía: "¡Ven a Macedonia a socorrernos!", añade en seguida: "Tratamos de partir para Macedonia, comprendiendo que el Señor nos llamaba a evangelizarlos. Por ello, navegando a Tróade, nos dirigimos a Samotracia" (Ac 16,9-11). En seguida narra con cuidado su viaje hasta llegar a Phipos, y cómo predicaron ahí el primer sermón: "Sentados hablamos a las mujeres que se habían congregado" (Ac 16,13). Recuerda a los muchos que creyeron, y añade: "Después de los días de Pascua navegamos a Phipos y llegamos a Tróade, donde permanecimos por siete días" (Ac 20,5-6). Lucas narra por orden todo lo que llevó a cabo con Pablo, indicando con toda diligencia los lugares, ciudades y número de días, hasta que subieron a Jerusalén. Luego refiere lo que le sucedió a Pablo, y cómo fue enviado prisionero a Roma, el nombre del centurión que lo recibió, las insignias de la nave, cómo naufragaron, la isla en que se salvaron, las gentilezas de que fueron objeto cuando Pablo curó al jefe de la isla, (914) cómo de ella navegaron hacia Pozzuoli, su viaje de ahí a Roma y cuánto tiempo permanecieron en Roma. Lucas estuvo presente en todo y lo redactó minuciosamente, a fin de que nadie lo juzgue un mentiroso o arrogante, pues todos estos hechos eran conocidos, y él es más antiguo que todos aquellos que andan diciendo que ignoraba la verdad.

Y que Lucas haya sido no sólo compañero, sino también colaborador de los Apóstoles, sobre todo de Pablo, éste mismo lo refiere en sus cartas: "Dimas me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica, Crescente se ha ido a Galacia, Tito a Dalmacia. Sólo Lucas queda conmigo" (2Tm 4,10-11). Esto muestra que Lucas siempre estuvo junto a él y fue inseparable de Pablo. También en la Carta a los Colosenses dice: "Os saluda Lucas, el querido médico" (Col 4,14). Si Lucas, que siempre anduvo predicando con Pablo, y a quien éste llamó "querido", y con él evangelizó y tuvo la misión de narrarnos la Buena Nueva, de Pablo no aprendió ninguna otra cosa, según hemos expuesto, ¿cómo aquellos que nunca anduvieron con Pablo presumen de "haber aprendido misterios arcanos e inenarrables"?


2.3.6.5. Pablo no tiene una enseñanza secreta

14,2. Pablo enseñó simplemente cuanto sabía, no sólo a los que andaban con él, sino también a todos sus oyentes, como lo declaró él mismo. En efecto, en Mileto convocó a los obispos y presbíteros (251) que se hallaban en Éfeso y en las ciudades cercanas, "porque él se daba prisa para celebrar en Jerusalén la fiesta de Pentecostés" (Ac 20,16-17), y les dio muchos testimonios, diciéndoles cuanto debía suceder en Jerusalén: "Sé que ya no veréis mi cara. Así pues, os declaro hoy que estoy puro de toda sangre. Y no me he sustraído a la misión de anunciaros toda palabra de Dios. Por tanto, tened cuidado de vosotros mismos y de todo el rebaño ante el cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos (915) para regir la Iglesia del Señor que él mismo ha adquirido con su sangre" (Ac 20,25-28). En seguida, previendo que habría de haber falsos maestros, añadió: "Sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces que no perdonarán el rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de sí" (Ac 20,29-30).

Dijo: "No me he sustraído a la misión de anunciaros toda palabra de Dios". Es así como los Apóstoles de manera simple y sin rehusarlo a ninguno, transmitían a todos cuanto ellos mismos habían aprendido del Señor. Igualmente Lucas, sin negarlo a nadie, nos transmitió lo que de ellos había aprendido, pues él mismo testifica: "Como nos lo transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra" (Lc 1,2).

(251) Ac 20,17 los llama presbíteros y 20,28 obispos. Aún en el s. III hallamos la denominación de presbíteros para los obispos, por ejemplo en S. HIPOLITO ROMANO, Contra Noeto 1: PG 10,803. San Ireneo usa ambos términos, con frecuencia, como equivalentes (ver III, 2,2; IV, 26,2, etc.): aún no se ha fijado el vocabulario.

2.3.7. Valor del Evangelio de Lucas


2.3.7.1. Sus pasajes propios

14,3. Si alguno se atreve a acusar a Lucas de "no conocer la verdad", claramente rechaza el Evangelio del que pretende ser discípulo. En efecto, muchas cosas del Evangelio, y entre las más necesarias, las conocemos sólo por él, como por ejemplo:

La generación de Juan y la historia de Zacarías (Lc 1,5-25);

la venida del ángel a María y la confesión de Isabel (Lc 1,26-28);

la anunciación de los ángeles a los pastores y su contenido (Lc 2,8-14);

el testimonio de Simeón y Ana sobre Cristo (Lc 2,25-38);

su pérdida en Jerusalén a los 12 años (Lc 2,41-50);

sobre el bautismo de Juan, y que el Señor fue bautizado cuando tenía alrededor de 30 años, durante el 15º de Tiberio César (Lc 3,3);

y, de su doctrina, aquello que dijo a los ricos: "¡Ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestra consolación! ¡Ay de los hartos, porque tendréis hambre!" (Lc 6,24-25).

Sólo por Lucas conocemos éstas y otras cosas, así como muchas acciones del Señor a las que todos ellos recurren, como

la multitud de peces que Pedro y sus compañeros atraparon cuando el Señor les mandó echar la red (Lc 5,4-6);

la mujer que sufría desde 18 años atrás y que fue curada en sábado (Lc 13,10-17);

el hidrópico a quien el Señor curó en sábado, (916) y la disputa que él sostuvo por haber curado en ese día (Lc 14,1-6);

su enseñanza a los discípulos sobre no buscar los primeros puestos (Lc 14,7-11);

la necesidad de invitar a los pobres y enfermos que no tienen cómo retribuir (Lc 14,12-14);

el que llama a su amigo de noche para pedirle pan, y es atendido por su insistencia inoportuna (Lc 11,5-8);

la comida en casa del fariseo y cómo una mujer pecadora besaba sus pies y los ungía con ungüento; además, todo lo que le dijo a ella y a Simón, acerca de los dos deudores (Lc 7,36-50);

la parábola del rico que logró muchas cosechas y las guardó en el granero, al que le dijo: "Esta noche se te pedirá tu alma, ¿de quién será todo lo que has recogido?" (Lc 12,16-20);

el rico que se vestía de púrpura y se dedicaba a divertirse suntuosamente, y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31);

su respuesta cuando los discípulos le preguntaron: "¡Auméntanos la fe!" (Lc 17,5-10);

la conversación con Zaqueo el publicano (Lc 19,1-10);

el fariseo y el publicano que al mismo tiempo oraban en el templo (Lc 18,9-14);

los diez leprosos que él curó de camino (Lc 17,11-19);

su mandato de convocar a la boda, de las aldeas y plazas (Lc 14,21-24);

la parábola del juez que no temía a Dios, al que la viuda instaba para que le hiciera justicia (Lc 18,1-8);

la higuera en medio de la viña, que no producía fruto (Lc 13,6-9).

Podríamos encontrar muchos otros pasajes que se hallan sólo en Lucas, de los cuales también Marción y Valentín hacen uso. Mas, sobre todos ellos, su conversación en el camino con los dos discípulos y cómo lo reconocieron en el partir del pan (Lc 24,13-35).

2.3.7.2. Aceptar a Lucas todo entero (contra Marción)


14,4. Es preciso, pues, o que ellos acepten el resto de su doctrina, o que renuncien a toda ella. No tiene ningún sentido para quienes piensan un poco, acoger algunas de las enseñanzas de Lucas como si se tratase de la verdad, y rechazar otras porque "no conoció la verdad". Por tanto, si los marcionitas repudian unas partes, no tendrán ya el Evangelio: pues, como antes dijimos, ellos mutilan el de Lucas, y luego presumen de tener el Evangelio. Los valentinianos deben dejarse de tanta verborrea; pues de Lucas han sacado muchos pretextos (917) para sus vanas prédicas, interpretando mal lo que él ha dicho bien. Mas, si se ven obligados a aceptar el resto, poniendo atención al "Evangelio perfecto" y a la doctrina de los Apóstoles, tendrán que convertirse si quieren salvarse de ser condenados.


315
2.3.8. No excluir al Apóstol Pablo (contra ebionitas y judaizantes)


15,1. Reiteramos los mismos argumentos contra quienes no reconocen al Apóstol Pablo: o deben renunciar a las demás palabras del Evangelio que hemos llegado a conocer a partir sólo de Lucas, o, si reciben toda la doctrina, necesitan acoger también su testimonio acerca de Pablo; pues él mismo narra cómo el Señor habló al Apóstol desde el cielo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesucristo, a quien tú persigues", y en seguida añade las palabras del Señor a Ananías refiriéndose a Pablo: "Ve, porque él es para mí un vaso de elección, y debe llevar mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto, a partir de este momento, debe sufrir por mi nombre" (
Ac 9,5 Ac 15-16 Ac 22,7-8 Ac 26,14-15).

Así pues, quienes no reciben a aquel que fue elegido por Dios para que con toda valentía lleve su nombre, enviado a las naciones, como arriba dijimos, desprecian la elección del Señor, y se segregan a sí mismos de la comunidad de los Apóstoles. Y no tienen derecho de alegar que Pablo no sea un Apóstol, pues para esto fue elegido. Ni pueden refugiarse en la excusa de que Lucas es un falsario, pues nos anuncia la verdad con tanto esmero. Tal vez por este motivo (918) Dios decidió revelarnos por medio de Lucas tantas cosas del Evangelio a las que todos necesitan recurrir, a fin de que, siguiendo la doctrina de los Apóstoles y la Regla de la Verdad sin adulterarla, puedan ser salvos. En consecuencia, el testimonio de Lucas es verdadero, la doctrina de los Apóstoles es clara, sólida y no oculta nada, ni "enseñan unas cosas abiertamente y otras en secreto".

2.4. Conclusiones


2.4.1. La situación de los gnósticos


15,2. Esto último (252), en cambio, es el punto de apoyo de los mentirosos, seductores e hipócritas, como es el caso de los valentinianos. Estos, en efecto, ante la multitud usan un tipo de predicación que llaman "común" o "eclesiástica", dirigida a los fieles de la Iglesia, para atrapar y seducir a los más sencillos, haciéndoles creer que predican nuestra doctrina, a fin de que más gente los oiga. Incluso se quejan de que, pues están de acuerdo con nosotros en la fe, no entienden por qué nos alejamos de ellos, y por qué, los llamamos herejes si sostienen y predican la misma doctrina. Pero, una vez que han logrado apartar a algunos de la fe, mediante cuestiones que les proponen y sin darles ocasión de presentar sus objeciones, los apartan para enseñarles en secreto "el misterio del Pléroma".

Se engañan todos aquellos que creen poder distinguir en sus palabras lo que es verdadero de aquello que solamente lo aparenta: porque el error es convincente, verosímil y oculto; en cambio la verdad no busca el secreto, y por eso ha sido revelada a los pequeños. Mas, si alguno de entre sus oyentes les pide razones o los contradice, lo ridiculizan como a quien "no entiende la verdad ni ha recibido de las regiones superiores el semen de su Madre"; en suma, nada le responden, con el pretexto (le dicen) de que "pertenece al estadio intermedio" o sea a los "psíquicos". En cambio si alguno, como una ovejita, se les entrega para imitarlos y recibir de ellos (919) "la redención", de tal manera se infla que llega a imaginar que no pertenece ya ni al cielo ni a la tierra, por haber ingresado al Pléroma y "abrazado a su Angel". Desde entonces camina con la cabeza erguida, mirando desde arriba, con la ostentación de un gallo.

También hay entre ellos quienes enseñan que es necesaria una buena conducta para alcanzar "al Hombre que viene de lo alto". Por eso fingen una seriedad afectada. Muchos de ellos desprecian a los demás, porque ya pertenecen a los perfectos. Viven sin respetar a los demás, teniéndolos en menos, pues a sí mismos se llaman espirituales, y presumen de ya haber logrado conocer al que vive en el Pléroma, que es su lugar de refrigerio.

(252) Esto último, es decir, alegar unas doctrinas abiertas y otras secretas.

2.4.2. Un solo Dios verdadero


15,3. Pero volvamos al tema que estábamos tratando. Ha sido declarado con toda evidencia que los predicadores de la verdad y Apóstoles de la libertad, a ningún otro llamaron Dios o Señor, sino al único Dios verdadero, el Padre, y a su Verbo que tiene la soberanía sobre todas las cosas (Col 1,18). También quedará claro que no confesaron ni reconocieron a otro Dios y Señor, sino al Demiurgo del cielo y de la tierra, que habló con Moisés, le entregó la Economía de la Ley y llamó a los padres. Así pues, ha quedado expuesta la doctrina de los Apóstoles y de sus discípulos, a partir de sus mismas palabras acerca de Dios.

3. El Verbo de Dios se hizo hombre



316

3.1. Enseñanza de los gnósticos


16,1. Hay, sin embargo, quienes enseñan que Jesús fue el receptáculo del Cristo, sobre el cual "el Cristo descendió desde las alturas en forma de paloma", y, una vez que hubo señalado (920) "al Padre innombrable", "habría retornado al Pléroma, de manera incomprensible e invisible". Y no únicamente los seres humanos, sino que ni siquiera "las Potestades y Poderes que están en el cielo son capaces de captarlo". Jesús sería sin duda el Hijo, mas su padre sería el Cristo, y el Padre de Cristo, Dios. Otros andan diciendo que "sufrió sólo en apariencia, puesto que es impasible". Los valentinianos distinguen entre el "Jesús de la Economía", que "pasó a través de María", sobre el cual posteriormente "de la región superior descendió el Salvador", al cual también se le llama Cristo "por llevar el nombre de todos aquellos que lo han emitido". Este habría entrado en comunión con "aquel que viene de la Economía", de su "Poder" y de su "Nombre", a fin de que la muerte quede vacía. Se conocería el Padre por "el Salvador que descendió de la región superior", al cual indican como el receptáculo mismo de Cristo y de todo el Pléroma.

Siendo así, confiesan con la lengua un solo Jesucristo; pero en su modo de entender lo separan (pues esta es su regla, como ya antes expusimos: decir que uno es el Cristo que fue enviado "por el Unigénito, a fin de reordenar el Pléroma", y otro diverso es el Salvador, emitido para "dar gloria al Padre", y otro más el "de la Economía", el cual, según dicen, es el que sufrió, mientras que "regresaba al Pléroma el Salvador" portador del Cristo).

Por eso juzgamos necesario exponer toda la doctrina de los Apóstoles acerca de nuestro Señor Jesucristo, y probarles que ellos no sólo no han entendido nada sobre él; sino mucho más: que el Espíritu Santo por medio de los Apóstoles ha advertido de antemano que ellos, sometidos a Satanás, darían origen a tales doctrinas para echar abajo la fe de algunos y apartarlos de la Vida.

3.2. Testimonios del Nuevo Testamento



3.2.1. Juan


(921) 16,2. Juan sabe que el único y mismo Verbo de Dios, es el Unigénito que se encarnó por nuestra salvación, Jesucristo nuestro Señor. Esto lo hemos expuesto suficientemente a partir de las mismas palabras de Juan.

3.2.2. Mateo

Mateo reconoce al único y mismo Jesucristo, al exponer su generación humana de la Virgen, como Dios prometió a David que del fruto de su seno suscitaría a un Rey eterno (Ps 132,11) después de haber hecho a Abraham la misma promesa. Dice: "Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1,1). Luego, para librar nuestra mente de toda sospecha respecto a José, dice: "La concepción de Cristo sucedió así: estando su madre desposada con José, antes de que viviesen juntos se encontró que había concebido por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18); y como José pensase en abandonar a María porque estaba encinta, el ángel del Señor se le presentó y le dijo: "No temas recibir a María tu esposa; porque lo que ha concebido es del Espíritu Santo. Dará a luz a un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús: porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por el profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emmanuel, que significa Dios con nosotros" (Mt 1,20-23), dando a entender claramente que la promesa hecha a los padres se había cumplido; pues de la Virgen había nacido el Hijo de Dios, y éste mismo era el Cristo Salvador que los profetas habían predicado (253). Pero no es como dicen ellos, que Jesús es el mismo que nació de María, pero que "el Cristo descendió de arriba". De otro modo, Mateo habría podido decir: "La generación de Jesús es como sigue"; pero como el Espíritu Santo previó a los calumniadores, predisponiéndose contra su fraudulencia, dijo por Mateo: "Este fue el origen de Cristo". Y como éste es el Emmanuel, para que no lo juzgásemos sólo un hombre: "El Verbo se hizo carne no de la voluntad de la carne, ni de deseo (922) de varón, sino de la voluntad de Dios" (Jn 1,13-14) (254); para que así no fuese posible sospechar que uno sea Jesús y otro el Cristo, sino supiésemos que es uno y el mismo.

(253) Texto muy querido de San Ireneo, y con frecuencia citado: el "signo" profético de la concepción virginal de Jesús anunciada por Isaías, indica tres cosas: 1ª la verdadera humanidad de Jesús nacido de María; 2ª su filiación divina, significada por su origen humano sin intervención de varón; 3ª la unidad de Dios en los dos Testamentos, manifestada en la profecía: el mismo que anunció esta obra en el Antiguo Testamento la lleva a cabo en el Nuevo.

(254) Nótese la lectura en singular de Jn 1, 13, común hasta el s. IV Esta sería una sugerencia joánea de la concepción virginal de Jesús. Cf. también adelante, 19,2; 21,5 y V, 1,3. Véase la reseña de estos textos antiguos en A. SERRA, Art. "Virgen", en Nuevo diccionario de mariología, Madrid, Paulinas 1988, pp. 1191s.

3.2.3. Pablo


16,3. Esto mismo expuso Pablo escribiendo a los romanos: "Pablo, apóstol de Cristo Jesús, escogido para el Evangelio de Dios que prometió por sus profetas en las santas Escrituras acerca de su Hijo, que nació de la simiente de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder, mediante el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1,1-4); y escribiendo de nuevo a los romanos les dice acerca de Israel: "De los padres proviene Cristo según la carne, que es Dios bendito sobre todas las cosas por los siglos" (Rm 9,5); y también en la Carta a los Gálatas dice: "Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo único, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibamos la adopción" (Ga 4,4-5). De este modo claramente indicó que es único el Dios que por los profetas prometió a su Hijo, y que es único Jesucristo nuestro Señor, que es del linaje de David porque fue engendrado de (ex) María, Jesucristo, Hijo de Dios destinado en poder según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos, para que sea el primogénito de los muertos (Col 1,18) como era ya el primogénito de toda criatura (Col 1,15), el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre para que por él recibamos la adopción, si el hombre lleva, acoge y abraza al Hijo de Dios.

3.2.4. Marcos

Por ese motivo Marcos empieza: "Inicio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en los profetas..." (Mc 1,1), con lo cual reconoce que Jesucristo es el único y mismo Hijo de Dios, anunciado por los profetas, nacido de las entrañas de David (Ps 132,11), el Emmanuel (Is 7,14), "el Angel del gran consejo" (Is 9,5) del Padre, por el cual Dios ha hecho elevarse "el Sol Levante sobre la casa de David", y ha "levantado un cuerno de salvación" (Is 7,13 Lc 1,78-79), para lo cual "ha suscitado un Testimonio en Jacob" (Ps 78,5), como dijo David (923) reflexionando sobre los motivos de su generación: "El ha establecido una Ley en Israel a nuestros padres para que la enseñen a la siguiente generación, a fin de que los hijos nacidos de éstos se levanten para contarla a sus hijos, para que pongan en Dios su esperanza y busquen sus preceptos" (Ps 78,5-7).

3.2.5. Lucas

Además el ángel anunció a María: "Este será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor le dará el trono de David su Padre" (Lc 1,32). Al mismo tiempo confiesa Hijo del Altísimo a aquel mismo a quien llama hijo de David. Por eso David, conociendo por el Espíritu la Economía de su venida, por la cual "es soberano de todos los vivos y muertos" (Rm 14,9), lo confesó "Señor sentado a la derecha" (Ps 110,1) del Padre altísimo.

16,4. Simeón, que había recibido del Espíritu Santo la promesa de que no vería la muerte antes de ver a Cristo, al recibir en sus manos a este Jesús primogénito de la Virgen, bendijo a Dios diciendo: "Ahora deja a tu siervo ir en paz, Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación, que preparaste a la faz de todos los pueblos, luz para la revelación de las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32); así confesó Cristo e Hijo de Dios al niño Jesús nacido de María que llevaba en brazos, luz de los hombres y gloria del mismo Israel, paz y refrigerio de los que han dormido. (255) Empezaba ya a despojar de su ignorancia a los hombres, dándoles su conocimiento y haciendo botín de quienes lo conocen, como dice Isaías: "Llámalo: Despoja rápidamente, haz botín velozmente" (256) (Is 8,3). Pues son éstas las obras de Cristo. Y ése era el Cristo, el que llevaba Simeón al bendecir al Altísimo (Lc 2,28), viendo al cual los pastores glorificaban a Dios (Lc 2,20), al cual saltando de gozo saludó Juan, cuando estaba aún en el vientre de su madre y él en la matriz de María, reconociéndolo como Señor.

Los Magos lo adoraron al verlo, y le ofrecieron los dones que ya antes indicamos, (924) y postrándose ante el Rey eterno, "se fueron por otro camino" (Mt 2,12), ya no regresaron por el de los Asirios: "Porque antes de que el niño aprenda a decir papá y mamá, recibirá el poder de Damasco y los despojos de Samaria, contra el rey de los asirios" (Is 8,4). De modo velado pero profundo, todas estas cosas manifiestan que "el Señor triunfó sobre Amalec con mano oculta" (Ex 17,16). Por este motivo arrancó de esta vida a los hijos de la casa de David a quienes había tocado en suerte nacer en ese tiempo, para enviarlos de antemano a su reino. Siendo él mismo un niño, de hijos de los hombres aún niños hizo mártires, muertos por Cristo que, según las Escrituras, "nació en Judea", "en la ciudad de David" (Mt 2,5 Lc 2,11).

16,5. Por eso el Señor dijo a sus discípulos después de la resurrección: "¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer en todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera y entrara así en su gloria?" (Lc 24,25-26). Y añadió: "Estas palabras os he dicho mientras aún estaba con vosotros, porque es necesario que se cumpla todo cuanto está escrito sobre mí en Moisés, en los profetas y en los salmos. En seguida les abrió la mente para que entendiesen las Escrituras, y les dijo: Así está escrito... el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos ... y su nombre ha de ser predicado en todas las naciones para el perdón de los pecados" (Lc 24,44-47).

Este es aquel que nació de María: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, sea condenado, crucificado y resucite al tercer día" (Lc 9,22 Mc 8,31). El Evangelio, pues, no conoce a otro Hijo del Hombre, sino a aquel que nació de María y sufrió; y a este mismo Jesucristo nacido, lo reconoció Hijo de Dios, y de éste mismo dice que sufrió y resucitó.

(255) tôn eis koímesin peporeuménon, paz y refrigerio "de aquellos que han ido a dormir": importante mantener (en éste y otros pasajes) el término preciso con el cual, siguiendo a Pablo y varios lugares del Evangelio, los Padres Griegos indican la muerte del cristiano, que no es muerte sino dormición para "despertar" en la resurrección. Es necesario tenerlo presente desde el principio para comprender la doctrina de la "dormición" de María. A la figura de la muerte con esperanza de resucitar, como "dormición", corresponde en griego la expresión "fue despertado", de ordinario traducido a lenguas actuales, con menor precisión, por "resucitó" o "fue resucitado".

(256) Esto es lo que en hebreo significa el nombre del hijo de Isaías: Maher Psal Jas Baz.

3.2.6. Juan


Juan, el discípulo del Señor, lo confirmó diciendo: "Estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida eterna en su nombre" (Jn 20,31). Lo hizo porque preveía estas opiniones blasfemas que, (925) en cuanto pueden, dividen al Señor, diciendo que fue hecho de dos substancias. Por eso da testimonio en su epístola: "Hijitos, esta es la última hora. Oísteis que el Anticristo había de venir, pues bien, muchos anticristos han venido: por eso sabéis que es la última hora. Psieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; pues si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero para que se manifieste que no son de los nuestros. Sabéis que toda mentira es ajena a la verdad. ¿Y quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? ¡Este es el Anticristo!" (1Jn 2,18-22).

3.3. Más sobre las doctrinas gnósticas


16,6. Todos aquellos de que hemos hablado también confiesan un solo Jesucristo con la lengua, pero se burlan de sí mismos al pensar una cosa y decir otra -pues sus hipótesis son múltiples, como lo hemos demostrado, por ejemplo decir que es uno el que nació y sufrió, y éste sería Jesús, y otro el que descendió sobre él. Este sería el que también ascendió, al cual anuncian como el Cristo. Y el Demiurgo sería distinto del Jesús de la economía que nació de José, del cual arguyen que es el pasible, y otro distinto de ambos sería el que descendió de entre los seres invisibles e inenarrables, el cual pretenderían que es invisible, incomprensible e impasible-, errando así de la verdad, porque su gnosis se aparta del Dios verdadero.

3.4. El plan divino: la recapitulación


No ven que el mismo Verbo (Jn 1,1-3) Unigénito (Jn 1,18), que siempre está presente en la humanidad (Jn 1,10), uniéndose y mezclándose con su creatura según el beneplácito del Padre, y haciéndose carne (Jn 1,14), es el mismo Jesucristo nuestro Señor, que sufrió por nosotros y se despertó (egertheìs) por nosotros, y de nuevo vendrá en la gloria del Padre para resucitar a toda carne y para manifestar la salvación y para extender la regla del justo juicio a todos los que han sido hechos por él. Así pues, como hemos demostrado, hay un solo Dios Padre, y un solo Cristo Jesús nuestro Señor, el cual vino para la salvación universal recapitulando todo en sí (Ep 1,10).

Porque el hombre es en todo criatura de Dios. Y por eso en sí mismo recapituló al hombre (257), haciéndose visible el invisible, (926) comprensible el incomprensible, pasible el impasible, el Verbo hombre, para recapitular todas las cosas en sí mismo; para que, como el Verbo de Dios tiene el primado sobre las cosas sobrecelestes, espirituales e invisibles, así pueda tener el primado también sobre las cosas visibles y corporales (Col 1,18); para, al asumir en sí el primado, darse a sí mismo a la Iglesia como Cabeza (Ep 1,22); para atraer a sí todas las cosas en el tiempo oportuno (Jn 12,32).

16,7. Nada hay de desordenado ni de intempestivo en él, como tampoco sería esto congruente con el Padre. Porque el Padre preconoce todas las cosas, pero el Hijo las realiza a su debido tiempo según conviene. Por eso, cuando María lo apresuraba al admirable signo del vino, queriendo participar antes de tiempo de la copa de comunión (1Co 10,16-17), (258) el Señor rechazó su prisa intempestiva diciéndole: "¿Qué para mí y para ti, mujer? Aún no ha llegado mi hora" (Jn 2,4), porque debía esperar la hora preconocida del Padre. Por eso, como muchas veces los hombres quisiesen apresarlo, dice: "Ninguno le echó mano porque no había llegado la hora" (Jn 7,30) de su aprehensión, ni el tiempo de su pasión preconocido del Padre, como dice el profeta Habacuc: "Cuando lleguen los años serás reconocido, cuando llegue el tiempo te manifestarás, cuando mi alma esté turbada por tu ira, te acordarás de tu misericordia" (Hab 3,2). Y Pablo dice: "Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo" (Ga 4,4).

Estos textos ponen en claro que todas las cosas que el Padre preconocía, nuestro Señor las realizó en el orden y tiempo y hora predeterminados y convenientes: éste es uno y el mismo, rico y múltiple, porque sirve a la voluntad rica y múltiple del Padre, siendo él el Salvador de aquellos que se salvan, el Señor de los que están sometidos a su señorío, Dios de las criaturas, Unigénito del Padre, el Cristo predicado y el Verbo de Dios encarnado cuando se cumplió el tiempo en el cual convenía que el Hijo de Dios se hiciese Hijo del Hombre.

(257) Aquí subyace la doctrina de los dos Adanes: el primero es cabeza de la humanidad caída, el segundo se hace Cabeza de la humanidad salvada. Pero en esta humanidad Cristo también se constituye Cabeza cósmica, de modo que recapitula (en su humanidad) toda la creación (hecha para el hombre), y así adquiere el primado sobre ella. La recapitulación es uno de los pilares del pensamiento de San Ireneo: ver III, 23,1; IV, 6,2; 38,1; 40,3,; V, 1,2; 20,2; D 6, 30, 32-33, 37, 95, 99.

(258) Lit. "de la copa del compendio" (tês syntomías poteríou): Ireneo ve el milagro de Caná como un signo que prefigura la Eucaristía. María tendría ansia de apresurar el momento, teología muy repetida por varios de los Padres, que ven en esto una pequeña imperfección de la cual María habría de ser redimida, por desear apresurar la hora fijada por el Padre.

3.5. Errores gnósticos: destruyen su salvación


16,8. Por eso quedan fuera de la Economía todos los que con pretexto de la gnosis piensan que uno es Jesús, otro el Cristo, (927) otro el Unigénito, otro más el Verbo y otro el Salvador, el cual sería una emisión de los Eones caídos en deterioro como dicen los discípulos del error; éstos son por fuera ovejas -pues en el exterior parecen semejantes a nosotros porque hablan de cosas parecidas a nuestra enseñanza- pero por dentro son lobos (Mt 7,15) cuya doctrina es homicida, pues imaginan muchos Dioses y fingen muchos Padres, y según muchos aspectos reducen y dividen al Hijo de Dios.

Pensando en ellos nuestro Señor nos ha hecho la advertencia de tener cuidado, y su discípulo Juan en su epístola citada nos previene diciendo: "Muchos seductores han venido a este mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Estos son el Seductor y el Anticristo. ¡Cuidaos de ellos, no vayáis a perder lo que con trabajo habéis logrado!" (2Jn 7-8). Y añade en su otra epístola: "Muchos seudoprofetas han venido a este mundo. En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido a la carne, ha venido de Dios. Y todo espíritu que divide a Jesús, no viene de Dios, sino del Anticristo" (1Jn 4,1-3).

Esto es muy semejante a lo que nos dice en el Evangelio: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Por eso dice también en su epístola: "Quien cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios" (1Jn 5,1). En consecuencia, Juan no reconoce sino a uno y el mismo Jesucristo, para el cual se abrieron las puertas del cielo por su asunción carnal. El mismo vendrá en la carne en la cual sufrió, para revelar la gloria del Padre.

16,9. También Pablo está de acuerdo con estas cartas, cuando dice a los romanos: "Mucho más quienes reciben (928) la abundancia de gracia y de justicia para la vida, reinarán por obra del único Jesucristo" (Rm 5,17). Por consiguiente, él no sabe del Cristo que voló dejando a Jesús. Tampoco sabe de un "Salvador de lo alto", a quien ellos caracterizan como "impasible". Pues si fue uno el que sufrió y otro el que permaneció impasible, uno el que nació y otro el que descendió sobre el que nació para luego abandonarlo, esto probaría que son dos, y no uno. Y porque el Apóstol conoce sólo a un Jesucristo que nació y padeció, escribe en su epístola: "¿Acaso ignoráis que cuantos somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte? De modo que, así como Cristo resucitó de entre los muertos, así nosotros hemos de caminar en una nueva vida" (Rm 6,3-4). En otro pasaje subraya que Cristo sufrió, y que él mismo es el Hijo de Dios que por nosotros murió y nos redimió con su sangre, en el tiempo decidido (por el Padre): "Estando nosotros aún sin fuerzas, murió por los impíos en el momento determinado... Dios muestra su amor por nosotros en el hecho que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con mayor razón, ahora que estamos justificados en su sangre, seremos salvados por él de su cólera! Si, en efecto, cuando aún éramos enemigos, nos hemos reconciliado con Dios por la sangre de su Hijo, con mayor razón, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados en su vida" (Rm 5,6-10).

Pablo declara con precisión que el mismo que ha sufrido y derramado su sangre por nosotros es Cristo, el Hijo de Dios, el mismo que resucitó y fue asumido a los cielos, como él mismo escribe: "Cristo murió, más aún resucitó, y está sentado a la diestra de Dios" (Rm 8,34). Y añade: "Sabéis que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere" (Rm 6,9). El escribió lo anterior porque preveía, iluminado por el Espíritu, las divisiones provocadas por malos maestros, y queriendo quitarles toda ocasión de disentir. "Mas si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos (929) dará vida también a vuestros cuerpos mortales" (Rm 8,11). Me parece oírlo gritar a quienes quieran escucharlo: "No os equivoquéis: uno y el mismo es Jesucristo el Hijo de Dios, que por su pasión nos reconcilió con Dios y resucitó de entre los muertos, está sentado a la derecha del Padre, y es perfecto en todas las cosas, es el mismo que, mientras padecía no profirió amenazas (1P 2,23); el que, víctima de la tiranía, mientras sufría rogaba al Padre que perdonara a aquellos mismos que lo crucificaban (Lc 23,34). El nos salvó, él mismo es el Verbo de Dios, el Unigénito del Padre, Cristo Jesús nuestro Señor".

17,1. Los Apóstoles podrían haber dicho que "el Cristo descendió sobre Jesús"; o que el Salvador Superior descendió sobre el de la Economía; o que "aquel que proviene del ser invisible, vino sobre el que es (obra) del Demiurgo". Pero ni supieron ni dijeron nada de eso; pues si lo hubiesen sabido, así lo habrían comunicado.


317
Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.13