Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.28
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28,1. En uno y otro Testamento se trata de la misma justicia en el juicio de Dios; sólo se diferencian en que, en el primero, se expresa en figura, de modo temporal y más limitado, y en el segundo de manera real, verdadero, para siempre y con precisión; pues el fuego es eterno, y del cielo se ha de revelar la cólera de Dios (Rm 1,18) "lejos de la presencia del Señor" (2Th 1,9), como dice David: "El rostro del Señor se vuelve a los que hacen el mal para borrar de la tierra su recuerdo" (Ps 34,17). El castigo será mayor para los que caen en su justicia. Los presbíteros llamaban insensatos a aquellos que, al considerar lo que sucedió a aquellos que en otro tiempo no obedecían a Dios, pretenden introducir a otro Padre: para probar su idea ellos oponen todo lo que el Señor hizo para salvar a cuantos lo recibieron al venir para mostrarles su misericordia (Mc 5,19), pero callan acerca de su juicio y de cuanto les sobrevendrá a aquellos que, habiendo escuchado su palabra, no la han puesto por obra (Lc 6,49). Olvidan que sería mejor para ellos no haber nacido (Mt 26,24), y que "en el día del juicio mejor le irá a Sodoma y Gomorra que a aquella ciudad" que rehusó acoger la palabra de sus discípulos (Mt 10,15 Lc 10,12).
28,2. En el Nuevo Testamento (1062) creció la fe de los seres humanos en Dios, al recibir al Hijo de Dios como un bien añadido a fin de que el hombre participara de Dios. De modo semejante se incrementó la perfección de la conducta humana, pues se nos manda abstenernos no sólo de las malas obras, sino también de los malos pensamientos (Mt 15,19), de las palabras ociosas, de las expresiones vanas (Mt 12,36) y de los discursos licenciosos (Ep 5,4): de esta manera se amplió también el castigo de aquellos que no creen en la Palabra de Dios, que desprecian su venida y se vuelven atrás, pues ya no será temporal sino eterno. A tales personas el Señor dirá: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,41), y serán para siempre condenados. Pero también dirá a otros: "Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde siempre" (Mt 25,34), y éstos recibirán el Reino en el que tendrán un perpetuo progreso. Esto muestra que uno y el mismo es Dios Padre, y que su Verbo siempre está al lado del género humano, con diversas Economías, realizando diversas obras, salvando a quienes se han salvado desde el principio -es decir, a aquellos que aman a Dios y según su capacidad siguen a su Palabra-, y juzgando a quienes se condenan, o sea a quienes se olvidan de Dios, blasfeman y transgreden su Palabra.
28,3. Los herejes de los que estamos hablando se contradicen al acusar al Señor en quien dicen creer. Pues lo inculpan por haber dado un castigo temporal a los incrédulos y herido a los egipcios, en cambio salvó a los obedientes; pues lo mismo hace el Señor cuando condena para siempre a los que condena y eternamente salva a los que salva. Si nos atuviésemos a las ideas de ellos, El sería culpable de un gran pecado contra aquellos que le echaron encima las manos y lo clavaron; porque si él no hubiera venido ellos no habrían matado a su Señor; e igualmente si no les hubiese enviado profetas y Apóstoles, ellos no los habrían matado. Pero algunos de ellos nos atacan diciendo: si no se hubiesen anegado los egipcios y los perseguidores de Israel no se hubieran ahogado en el mar, Dios no habría podido salvar a su pueblo. Les respondemos: si los judíos no hubiesen asesinado al Señor, el cual luego los privó de la vida eterna, y no hubiesen matado a los Apóstoles ni perseguido la Iglesia de modo que por ello cayeran en el abismo de la ira divina, nosotros tampoco estaríamos salvados.
Así como aquéllos fueron salvados por la ceguera de los egipcios, (1063) así nosotros lo fuimos por la de los judíos; pues la muerte del Señor ha sido motivo de condenación para aquellos que no creyeron en su venida y lo crucificaron, así como lo es de salvación para quienes creen en El. Como dice el Apóstol en su segunda Carta a los Corintios: "Somos el buen olor de Cristo para Dios entre los salvados y los condenados: olor de muerte para los que mueren, y olor de vida para los que viven" (2Co 2,15-16). ¿A quiénes este olor conduce a la muerte, sino a los que no creen ni obedecen al Verbo de Dios? ¿Quiénes son los que entonces se entregaron a la muerte? Aquellos que no creían ni se sometían a Dios. ¿Quiénes se salvaron y recibieron la herencia? Aquellos que creían en Dios y se mantuvieron en el amor a él, como Caleb hijo de Jefoné y Josué hijo de Nun, así como los niños inocentes que ni siquiera tenían el sentido de la malicia (Nb 14,30-31). ¿Y quiénes se salvan ahora y reciben la vida? ¿Acaso no son aquellos que aman a Dios, creen en sus promesas, y se han hecho "niños en la malicia" (1Co 14,20)?
429 29,1. Pero, alegan, fue Dios quien endureció el corazón del faraón y de sus ministros (Ex 9,34). ¿Acaso quienes así lo acusan no han leído lo que en el Evangelio respondió Jesús a sus discípulos cuando le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" El contestó: "A vosotros se os concede conocer el misterio del reino de los cielos; a ellos les hablo en parábolas para que, viendo, no vean, y oyendo no oigan; de este modo se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: Endurece el corazón de este pueblo, tapa sus oídos y ciega sus ojos. Dichosos en cambio vuestros ojos que ven lo que veis y vuestros oídos que oyen lo que oís" (Mt 13,10-16). Es uno y el mismo el Señor que hiere con la ceguera a todos los incrédulos que lo rechazan. Sucede como con el sol, que es creatura suya, para aquellos que por alguna enfermedad de los ojos no pueden contemplar su luz; en cambio a quienes creen en él y lo siguen, les concede una más plena y brillante iluminación de su mente.
(1064) Este es el mismo razonamiento que hace el Apóstol en la segunda Carta a los Corintios: "Dios ha cegado las mentes de los incrédulos de este mundo, a fin de que no brille (en ellos) la luz del Evangelio para la gloria de Cristo" (2Co 4,4). Y también en la Carta a los Romanos: "Y como no se preocuparon por conocer a Dios, Dios los entregó a su mente pervertida para que hagan lo que no deben" (Rm 1,18). Y también dice en la segunda Carta a los Tesalonicenses, acerca del Anticristo: "Por eso Dios les envió un Poder del engaño, para que crean en la mentira y se condenen todos aquellos que no creyeron en la verdad, sino que consintieron en la iniquidad" (2Th 2,11-12).
29,2. Lo mismo sucede ahora. Dios sabe quiénes son los que no habrán de creer, pues conoce de antemano todas las cosas, los entrega a su incredulidad, retira de ellos su rostro y los abandona en las tinieblas que ellos mismos eligieron. ¿Por qué admirarse, entonces, de que en aquel tiempo abandonó en su incredulidad al faraón y a sus ministros, los cuales jamás habrían creído en él? Como el Verbo de Dios habló a Moisés desde la zarza: "Sé que el faraón, rey de Egipto, no os permitirá partir, sino con mano fuerte" (Ex 3,19). El Señor hablaba en parábolas y cegaba a Israel para que viendo no vieran, porque conocía su incredulidad, de modo semejante y por la misma razón por la cual endureció el corazón del faraón, a fin de que, viendo cómo el dedo de Dios sacaba su pueblo, no creyese. Lo dejó anegarse en el mar de la infidelidad, imaginando que la salida del pueblo y su paso por el mar rojo se debía a algún truco de magia, y no al poder de Dios que había decidido este tránsito para su pueblo, sino que era efecto de causas naturales.
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30,1. Ellos también reprueban y condenan el hecho de que, por mandato de Dios, el pueblo hubiese tomado de los egipcios todo tipo de ropa y de utensilios antes de partir, con los cuales fabricaron después el tabernáculo del desierto. Claramente se ve que ignoran la justicia y las Economías de Dios, como decía el presbítero. Pues si Dios no hubiese consentido en ello, cuando sucedía en figura, ahora, cuando hemos llegado al cumplimiento (1065) (es decir a la fe por la que hemos salido de entre los gentiles), nadie podría salvarse. Pues todos tenemos, unos más y otros menos, alguna propiedad que hemos adquirido "con la mammona de iniquidad" (Lc 16,9). ¿De dónde más hemos sacado la casa donde vivimos, el vestido con que nos cubrimos, los utensilios que usamos y todas las demás cosas necesarias para la vida ordinaria, sino de aquello que, siendo aún gentiles, adquirimos o por deseo de lucro o de parientes y amigos, muchas veces injustamente; además de todo aquello que hemos adquirido ahora, cuando vivimos en la fe? ¿Hay vendedor que no quiera sacar alguna ganancia del comprador? ¿O hay comprador que no pretenda obtener alguna utilidad del vendedor? ¿Qué negociante no tiene la intención de ganar de su negocio el alimento? ¿Acaso los fieles que viven en el palacio real no sacan de los bienes del César lo que necesitan para su uso, y no da algo a cada uno de los necesitados según sus posibilidades? Los egipcios debían mucho al pueblo de Israel: no sólo en cuanto a bienes, sino también en cuanto a su vida, pues la salvaron por la antigua generosidad del patriarca José. ¿Mas ahora son de algún modo nuestros deudores los paganos de los que obtenemos alguna utilidad o ganancia? Lo que ellos adquieren con fatiga, nosotros, los creyentes, lo usamos sin trabajo.
30,2. Nótese que el pueblo hebreo servía a los egipcios con una dura esclavitud, como la Escritura describe: "Los egipcios oprimían a los hijos de Israel con mano fuerte, y les hacían la vida odiosa imponiéndoles duros trabajos. Los obligaban a trabajar el lodo y los ladrillos y a realizar toda clase de faenas del campo, obligándolos por la fuerza a todo tipo de labores" (Ex 1,13-14). De esta manera levantaron ciudades amuralladas (Ex 1,11). Con el exceso de su trabajo servil durante muchos años engordaron los bienes de los egipcios; y en cambio éstos no sólo se mostraron ingratos, sino que los tuvieron por enemigos y quisieron eliminarlos. ¿Dónde, pues, está la injusticia si tomaron un poco de lo mucho que habían producido, aquellos que habrían podido aumentar sus bienes y salir ricos, si no hubiesen estado bajo la esclavitud? En realidad tomaron un poco de paga por tan larga esclavitud, y aun así se escaparon pobres.
(1066) Es como si un hombre libre, raptado por la fuerza para servir por largos años a su secuestrador y aumentarle sus riquezas, si alguna vez consiguiese alguna ayuda para escapar, tomase una pequeña parte de los bienes conseguidos con sus muchos trabajos. Si alguien lo condenara por haber hecho una injusticia, más bien estaría demostrando ser un juez más injusto que quien había sido por la fuerza sometido a servidumbre. De esta calaña son aquellos que acusan al pueblo por haber tomado un poco de lo producido con sus trabajos excesivos; y en cambio no condenan a aquellos que no agradecieron en absoluto lo que habían recibido por el esfuerzo de sus padres (334), sino que los habían sometido a la más dura esclavitud para sacar de ellos provecho. Los herejes tildan de injustos a quienes tomaron unos pocos objetos de oro y monedas de plata, como arriba dijimos, y en cambio se tienen a sí mismos por justos -y diremos la verdad, aunque a algunos les parezca ridículo-, cuando ellos portan en sus cinturones oro y plata debidos al trabajo de otros, que llevan impresas la inscripción y la imagen del César (Mt 22,20-21).
30,3. Si nos comparamos con ellos, ¿a quién parece habérsele tratado con más justicia: al pueblo liberado de los egipcios que les debían todo, o a nosotros rescatados de los romanos y de otras naciones que nada nos debían? Gracias a ellos el mundo vive en paz, de modo que, sin temor, podemos viajar y navegar a donde queremos. Vale contra estos (herejes) el dicho del Señor: "Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo, y luego atenderás a sacarle a tu hermano la paja de su ojo" (Mt 7,5). Si alguien te echa en cara lo anterior y se gloría de su gnosis, pero habiéndose separado de los paganos no conserva para sí nada que venga de otros, sino que vive desnudo, descalzo y sin casa por los montes como los animales que sólo se alimentan de hierba, entonces merecerá tu perdón, porque ignora las necesidades de nuestra convivencia. (1067) Pero si posee cosas que provienen de otros, y sin embargo critica su figura (335), no hace sino desenmascarar su propia injusticia volviendo contra sí mismo su acusación contra ellos; porque anda con cosas de otros y desea tener lo que no es suyo. Por eso dijo el Señor: "No juzguéis y no seréis juzgados; pues con el mismo juicio con que juzguéis seréis juzgados" (Mt 7,1-2). No enseña que debamos abstenernos de corregir al que peca ni que estemos de acuerdo con quienes obran mal; sino que evitemos juzgar injustamente las Economías de Dios, puesto que él prefiguró todo de manera justa.
Y sabiendo que nosotros también obraríamos bien al poseer algo recibido de otros, dijo: "El que tenga dos túnicas dé una al que no tenga, y haga lo mismo quien tenga comida" (Lc 3,11); y: "Tuve hambre y me disteis de comer, desnudo y me vestisteis" (Mt 25,35-36); y: "Cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha" (Mt 6,3). Lo mismo se diga de todas las obras de beneficencia por las cuales somos justificados, como si redimiéramos lo nuestro al dar de lo ajeno. Y digo de lo ajeno, no porque el mundo sea ajeno a Dios, sino porque hemos recibido de otros esos bienes, así como los hebreos los recibieron de los egipcios que no conocían a Dios. Y usándolos construimos en nosotros mismos el santuario de Dios, en cuanto Dios habita en quienes hacen el bien. Como dice el Señor: "Haced amigos con el dinero inicuo, para que ellos, cuando se os eche, os reciban en los eternos tabernáculos" (Lc 16,9). Nosotros, pues, somos justificados como creyentes cuando convertimos en utilidad para el Señor aquello que como paganos habíamos adquirido de la injusticia.
30,4. Por necesidad las cosas de entonces debían suceder en figura, cuando con ellas se construía el tabernáculo de Dios. Ellos, como hemos dicho, tomaron de otros de manera justa, para prefigurarnos a nosotros, los que habríamos de usar de cosas adquiridas de otros para servir a Dios. Pues todo lo que sucedió cuando Dios formó al pueblo sacado de Egipto fue tipo y figura de la formación de la Iglesia que un día sería sacada de entre los gentiles. Por este motivo El la sacará de aquí para guiarla hasta su heredad, que al final le dará ya no Moisés el siervo de Dios, sino Jesús su Hijo. (1068) Mas si alguien atiende con más cuidado a lo que han dicho los profetas acerca de ese final y a lo que Juan, el discípulo del Señor, contempló en el Apocalipsis, notará que las naciones paganas en general sufrirán las mismas plagas que en particular afligieron a Egipto.
(334) Es decir, no condenan la ingratitud de los egipcios que habían recibido todo de los antepasados del pueblo hebreo.
(335) Es decir, a los hebreos que tomaron objetos de los egipcios.
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31,1. El presbítero nos entretenía discurriendo sobre estos temas acerca de nuestros antepasados, y decía: "Aunque la Escritura reprocha a los patriarcas y profetas, no conviene que nosotros los condenemos por sus actos, para no hacernos como Cam, sobre el que recayó la maldición por burlarse de la desnudez de su padre; sino que debemos dar gracias a Dios por ellos, porque se les perdonaron sus pecados en vista de la venida de nuestro Señor". Nos decía que también ellos se alegraban y daban gracias por nuestra salvación. En otros casos la Escritura no condena las acciones, sino que se reduce a describirlas. Nosotros tampoco debemos convertirnos en acusadores de ellas, pues no amamos a Dios más que ellos, ni podemos ponernos "por encima del maestro" (Mt 10,24), sino que debemos buscar en ellos su aspecto de figura; porque nada de lo que la Escritura narra sin condenarlo sucedió sin sentido.
Por ejemplo, el caso de Lot, que sacó a sus hijas de Sodoma, las cuales quedaron preñadas de su padre, y que dejó en el campo a su mujer convertida en estatua de sal (Gn 19,26) hasta el día de hoy. Lot fue una figura para hoy, y no concibió de sus hijas por su voluntad, ni por concupiscencia, ni por haber entendido el significado o haber pensado en ello, según la Escritura: "La mayor se acercó a su padre esa noche y durmió con él; y Lot no se dio cuenta cuándo ella se acostó o se levantó" (Gn 19,33). Y con la menor sucedió de esta manera: "Y no se dio cuenta cuando se durmió con él ni cuando se levantó" (Gn 19,35). Mientras este hombre no podía advertirlo ni buscaba el placer, tuvo lugar la Economía de Dios, que con este suceso de las dos hijas (1069) representó las dos sinagogas (336) que quedaron preñadas de un mismo Padre, fecundas sin placer de la carne. Porque no había nadie más de quien ellas pudieran obtener el semen de la vida para producir el fruto de los hijos, como está escrito: "La mayor dijo a la menor: Nuestro padre es viejo, y no hay en el país ningún hombre que se una a nosotras, como se acostumbra en toda la tierra. Vamos a embriagar a nuestro padre, para de él tener una descendencia" (Gn 19,31-32).
31,2. Las hijas decían esto porque pensaban con ingenuidad e inocencia que todos los hombres habían muerto como los sodomitas, y la ira de Dios había asolado toda la tierra. Por eso aun ellas son excusables, pues imaginaban haber quedado solas con su padre para conservar la raza humana, y por eso se acostaron con él. Sus palabras fueron un signo de que no hay nadie que pueda hacer engendrar a las dos sinagogas, la menor y la mayor, fuera de nuestro Padre. El Padre del género humano es el Verbo de Dios, como se le reveló a Moisés: "¿No es éste tu Padre, el que te adquirió, te hizo y te creó?" (Dt 32,6).
¿Y cuándo infundió a la raza humana el semen de la vida que es el Espíritu, el cual nos da la vida y nos perdona los pecados? ¿Acaso no fue cuando se deleitaba viviendo con los seres humanos y bebiendo con ellos el vino de la tierra -"Vino el Hijo del Hombre que come y bebe" (Mt 11,19)-, y que se acostaba y dormía, como él mismo dice por David: "Me acosté y me dormí" (Ps 3,6)? Y como lo hizo mientras vivía y estaba en contacto con nosotros, también dice: "Mi sueño se me hizo dulce" (Jr 31,26). (1070) Lot fue figura de todo esto: el semen del Padre de todas las cosas, o sea el Espíritu de Dios por el cual fueron hechas todas ellas, se mezcló y unió con la carne, quiero decir con su plasma, y con esa mezcla y unidad dos sinagogas, o sea las dos asambleas, han engendrado de su Padre hijos vivientes para el Dios vivo.
31,3. Y mientras esto sucedía, la mujer de Lot se había quedado en Sodoma, no en su estado de carne corruptible, sino convertida en estatua de sal (Gn 19,26). Permaneciendo así para siempre significó lo que es propio de la naturaleza y costumbres de los seres humanos; porque la Iglesia, que es "sal de la tierra" (Mt 5,13), ha quedado abandonada en el campo de la tierra, sufriendo las limitaciones humanas; y, aunque una y otra vez se le arrancan miembros completos, sigue siendo la estatua de sal, es decir el fundamento de la fe, que da firmeza a los hijos y los dirige hacia su Padre.
(336) Haì dyo synagogaí, literalmente las dos asambleas, es decir las dos Iglesias, la del Antiguo y la del Nuevo Testamento.
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32,1. Sobre estos dos Testamentos solía discurrir el presbítero discípulo de los Apóstoles, mostrando que uno y otro provenían del único mismo Dios. Pues no hay otro Dios fuera del que nos hizo y nos plasmó, ni tienen base alguna las doctrinas de quienes afirman que este mundo nuestro fue hecho o por los ángeles, o por cualquier otro Poder, o por otro Dios. Pues si alguna vez alguien se apartase del Hacedor de todas las cosas, y enseñase que cualquier otro creó cuanto nos rodea, esa persona por fuerza caería en muchas incongruencias y contradicciones, y no hallaría para probarlas ningún motivo basado en la verdad o en algo que se le parezca. Por esta razón quienes inventan otras doctrinas nos ocultan la idea que tienen acerca de Dios, conociendo la debilidad y vaciedad de ellas, pues temen que, si las exponen, corren peligro de no poder salvarlas.
Mas si una persona cree en un solo Dios (1071) y en su Verbo que hizo todas las cosas, como dice Moisés: "Y Dios dijo: ¡Hágase la luz! Y la luz se hizo" (Gn 1,3); y leemos en el Evangelio: "Todo fue hecho por El, y sin El nada ha sido hecho" (Jn 1,3); y algo semejante en el Apóstol Pablo: "Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todas las cosas que está sobre todas, a través de todas y en todos nosotros" (Ep 4,5-6), esa persona ante todo se mantendrá ligada "a la cabeza, de la cual todo el cuerpo se mantiene unido y ordenado, a través de todas las junturas y la distribución de sus partes, según la medida de cada una de ellas, para dar crecimiento a su cuerpo y edificarlo en la caridad" (Ep 4,16 Col 2,19); y en consecuencia toda palabra que enseñe será sólida, si lee la Escritura con cuidado como la mantienen los presbíteros de la Iglesia, pues conservan la doctrina apostólica, según antes hemos demostrado.
32,2. Todos los Apóstoles, en efecto, enseñaron que los dos Testamentos corresponden a dos pueblos, mas uno solo y el mismo es Dios que dispuso uno y otro para el bien de la humanidad, ya que dio el primer Testamento a quienes empezaban a creer en Dios, como hemos demostrado en el libro tercero a partir de la doctrina de los Apóstoles. Y no se dio este primer Testamento en vano, ni sin una finalidad, ni al acaso; sino que sometió al servicio de Dios a aquellos a quienes se les dio para su propio provecho, pues Dios no necesita del servicio de los seres humanos. Además, se les dio como una figura de los bienes celestiales, porque los seres humanos aún no eran capaces de soportar a ojo desnudo la visión de las cosas divinas; también prefiguró las realidades de la Iglesia, a fin de que se afirmase nuestra fe; pues llevaba en sí la profecía de los bienes futuros, con el objeto de enseñar al género humano que Dios conoce de antemano todas las cosas.
433 4.1. El discípulo espiritual juzga a todos
(1072) 33,1. El discípulo verdaderamente espiritual, que acoge al Espíritu de Dios -el cual desde el principio se hizo presente a los seres humanos en todas las Economías de Dios, anunció las cosas futuras, reveló las presentes y narró las pasadas-, "juzga a todos, pero a él nadie lo juzga" (1Co 2,15). El juzga a los gentiles, "que sirven a la creatura más que al Creador" (Rm 1,25), y, guiándose en todo con su mente perversa (Rm 1,28), consumen en vano todas sus obras. También juzga a los judíos, que no aceptan la Palabra de la libertad, ni quieren liberarse aun teniendo presente al liberador; sino que, simulando servir al Dios que de nada necesita, de modo extemporáneo y contra la Ley, no reconocen la venida de Cristo para la salvación de todos los seres humanos, ni quieren entender que todos los profetas anunciaron su doble advenimiento: el primero, cuando vino como un hombre lleno de heridas, cargando nuestra debilidad (Is 53,3), sentado en un pollino (Za 9,9), como piedra desechada por los constructores (Ps 118,22), como oveja llevada al matadero (Is 53,7), que destruyó a Amalec extendiendo sus manos (Ex 17,11), que congregó desde los confines de la tierra a los hijos dispersos en el ovil del Padre (Is 11,12 Jn 11,52), que, acordándose de los muertos que habían dormido antes de El descendió a ellos para arrancarlos (de la muerte) y salvarlos. (1073) Y el segundo, cuando vendrá sobre las nubes (Da 7,13), para iniciar el día que será como un fuego ardiente (), herirá la tierra con la Palabra de su boca y con el soplo de sus labios matará a los impíos (Is 11,4), tendrá en su mano el bieldo para limpiar su era, recogerá el trigo en el granero y quemará la paja en fuego inextinguible (Mt 3,12 Lc 3,17).
33,2. También juzgará (337) la doctrina de Marción. ¿Cómo es posible que acepte dos dioses infinitamente separados entre sí? ¿O cómo puede ser bueno el Dios que arranca a los seres humanos que no le pertenecen, de su Creador que los llama a su Reino? ¿Cómo puede ser su bondad tan menguada que no salva a todos? ¿Cómo le es posible aparentar ser bueno ante los seres humanos, si se muestra muy injusto para su Creador y le arrebata lo que le pertenece? ¿Cómo puede obrar de manera justa el Señor, si proviene de otro Padre, cuando toma de nuestra creación el pan para convertirlo en su cuerpo, y la mezcla del cáliz (338) para afirmar que es su cuerpo? ¿Cómo se presentaba a sí mismo como Hijo del Hombre, si no hubiese asumido la generación propia de los seres humanos? ¿Cómo podría perdonarnos los pecados que nosotros cometemos contra nuestro Dios y Creador? Y si no era la suya verdadera carne, sino que sólo aparecía como un hombre, ¿cómo fue crucificado y de su costado salió sangre y agua (Jn 19,34)? ¿Qué cuerpo sepultaron los sepultureros, y qué resucitó de entre los muertos?
33,3. También juzgará a todos los valentinianos, porque con la boca confiesan a un solo Dios y Padre del que todo procede (1Co 8,6), pero tienen al que hizo todas las cosas como un producto de la penuria y de la caída. De igual manera confiesan con la boca a un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, (1074) pero luego en su doctrina distinguen diversas emisiones: la propia del Unigénito, una distinta para el Verbo y otra para el Salvador; de modo que, según ellos, todo es uno, pero cada uno de estos (Eones) debe entenderse por separado y tiene emisión particular a partir de su propia unión conyugal (339). Así, pues, ellos solamente simulan aceptar la unidad, pero su enseñanza y el sentido de sus ideas, que pretenden escudriñar lo más profundo (1Co 2,10), se apartan de la unidad, y así caerán en la múltiple condena de Dios cuando Cristo los interrogue sobre sus invenciones acerca de él. Pues andan diciendo que El nació después del Pléroma de los treinta Eones, y que sólo fue emitido después de la defección y la caída, por la pasión que sintió Sofía: ¡como si ellos la hubiesen asistido en el parto! (340) Aun Homero, su profeta de quien han aprendido tales cosas, los acusará, pues dice: "Para mí es tan odioso como las puertas del infierno aquel que una cosa dice y otra esconde en su corazón" (341).
Igualmente juzgará la palabrería de los malvados gnósticos, desenmascarándolos como discípulos de Simón Mago.
33,4. También juzgará a los ebionitas. ¿Cómo podrán salvarse si no es Dios aquel que llevó a cabo su salvación sobre la tierra? ¿Y cómo el ser humano se acercará a Dios, si Dios no se ha acercado al hombre? ¿Cómo se librarán de la muerte que los ha engendrado, si no son regenerados por la fe para un nuevo nacimiento que Dios realice de modo admirable e impensado, cuyo signo para nuestra salvación (1075) nos dio en la concepción a partir de la Virgen? (342) ¿Cómo serán adoptados como hijos de Dios, si se quedan en el origen propio de los seres humanos en este mundo? ¿Cómo (el Señor) habría sido más que Salomón y que Jonás (Mt 12,41-42), o Señor de David (Mt 22,43), si hubiese sido sólo de su misma substancia? ¿Como habría podido derrotar a aquel que era más fuerte que el hombre y lo tenía sujeto, de vencer al vencedor para liberar al ser humano vencido, si no hubiese sido superior al hombre vencido? ¿Y quién más puede ser mejor y más excelente que el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, sino el Hijo de Dios a cuya imagen fue hecho el ser humano? Por este motivo el Hijo, al final, manifestó la semejanza de Dios, haciéndose hombre y asumiendo para sí el antiguo plasma, como hemos expuesto en el libro tercero (343).
33,5. También juzgará a los que lo reducen a una apariencia. ¿Cómo se imaginan poder argumentar con verdad si su Maestro fue aparente? ¿Cómo les es posible sostener una sólida doctrina recibida de aquel que, según ellos, era apariencia y no verdad? ¿Cómo serán capaces de participar en la salvación, si aquel en quien ellos dicen creer se manifestó como aparente? En consecuencia, todo cuanto ellos enseñan es apariencia y no verdad. Aun se les podría preguntar si ellos mismos no serán sino animales irracionales que en apariencia se muestran a los demás como seres humanos.
(1076) 33,6. También juzgará a los pseudoprofetas, los cuales, no temiendo a Dios ni aceptando de Dios el don de la profecía, fingen profetizar, mintiendo contra Dios, o por vanagloria, o por interés de ganancias, o por influjo del mal espíritu.
33,7. También juzgará a los que provocan divisiones, vacíos del amor de Dios, los cuales más buscan su provecho que la unidad de la Iglesia. Estos, alegando cualquier motivo sin peso, dividen y fragmentan el grande y glorioso Cuerpo de Cristo, y en cuanto está de su parte de nuevo lo matan. Hablan de paz mientras hacen la guerra, "cuelan el mosquito mientras se tragan el camello" (Mt 23,24). Esos tales no pueden ofrecer una corrección tan grande cuanto lo es el daño que provocan con las divisiones. Juzgará a todos los que están alejados de la verdad, es decir, que se han puesto fuera de la Iglesia.
En cambio a él nadie lo juzga (1Co 2,15). (1077) En efecto, en él todo es coherente: la fe es completa en el único Dios omnipotente, del que todo proviene; y en el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y en su Economía salvífica por la cual el Hijo de Dios se hizo hombre; doctrina firme en virtud del Espíritu de Dios que concede el conocimiento de la verdad, que reveló las Economías del Padre y del Hijo, a través de las cuales se manifestó al género humano, según la voluntad del Padre (344).
33,8. La verdadera gnosis es la doctrina de los Apóstoles, la antigua estructura de la Iglesia en todo el mundo, y lo típico del Cuerpo de Cristo, formado por la sucesión de los obispos, a los cuales (los Apóstoles) encomendaron las Iglesias de cada lugar. Así nos llega sin ficción la custodia de las Escrituras, en su totalidad, sin que se le quite o se le añada alguna cosa, su lectura sin fraude, la exposición legítima y llena de afecto (por la Palabra) según las mismas Escrituras, sin peligro y sin blasfemia. (1078) Y sobre todo el don del amor, más valioso que la gnosis, más glorioso que la profecía y superior a todos los demás carismas.
4.2. Los mártires, testigos de la verdad
33,9. Por eso la Iglesia de todas partes, por el amor a Dios, todo el tiempo está enviando al Padre una multitud de mártires. En cambio los herejes no sólo no tienen esta gloria que mostrar, sino que ni siquiera tienen por necesario el martirio; porque el verdadero martirio (345) sería su doctrina. Desde que el Señor apareció sobre la tierra, apenas alguno de ellos ha obtenido misericordia junto con nuestros mártires, soportando el oprobio de llevar el Nombre (1P 4,14), y con ellos ha sido llevado (al suplicio), como un pequeño don que se les otorga.
Solamente la Iglesia, siempre purificada, al mismo tiempo aumenta sus miembros y se va completando: como su figura como lo fue la esposa de Lot convertida en estatua de sal (Gn 19,26) lleva siempre sobre sí el oprobio de quienes sufren persecución por la justicia, soporta todos los tormentos y sufre la muerte por el amor a Dios y la confesión de su Hijo. De esta manera los antiguos profetas sufrieron la persecución, como el Señor dice: "Así fueron perseguidos los profetas antes de vosotros" (Mt 5,12), porque de nuevo sufre la persecución de quienes no acogen al Verbo de Dios, en el mismo Espíritu que descansa sobre ella.
4.3. Los profetas testifican la verdad de Cristo
33,10. Los profetas, en efecto, junto con muchas otras profecías también anunciaron este hecho: que aquellos sobre los cuales reposara el Espíritu de Dios, (1079) obedecieran a la Palabra del Padre y lo sirvieran según sus fuerzas, habrían de sufrir la persecución, serían lapidados y asesinados. Y los profetas mismos se convirtieron en una figura de todo esto, por el amor a Dios y por su Palabra.
Siendo también miembros de Cristo, cada uno de ellos ejercía en cuanto miembro particular su oficio de profeta, y sin embargo todos ellos, siendo muchos, han prefigurado y anunciado las obras de uno solo. Pues, así como en nuestros miembros se manifiesta la actividad de todo el cuerpo, pero la figura de todo el cuerpo humano no se expresa mediante un solo miembro sino mediante el conjunto, así también todos los profetas prefiguraron a uno solo. Mas cada uno de ellos en cuanto era un miembro cumplía en parte la Economía y profetizaba en cuanto lo propio de ese miembro la obra de Cristo.
33,11. Algunos de ellos lo contemplaron en su gloria (Is 6,1) y vieron su estado glorioso a la derecha del Padre (Ps 110,1). Otros lo vieron en la figura de un Hijo de Hombre que venía sobre las nubes (Da 7,13), y dijeron de él: "Verán al que traspasaron" (Za 12,10). Dieron a conocer su venida, como él mismo dice: "¿Acaso cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18,8), y Pablo escribe: "Si es justo ante Dios retribuir con aflicción a quienes os afligen, vosotros los afligidos, descansaréis con nosotros cuando del cielo se revele el Señor Jesús junto con los poderosos ángeles en la llama de fuego" (2Th 1,6-8).
Otros lo llamaron juez (Ps 50,6), compararon con un horno ardiente el día del Señor (2Th 1,8) el cual "recogerá el trigo en el granero y quemará la paja con fuego inextinguible" (Mt 3,12), amenazaron a los incrédulos, de los cuales dice el Señor: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno que mi Padre preparó para el diablo y sus ángeles" (Mt 25,41), y Pablo habla de modo semejante: "Estos sufrirán el castigo eterno, lejos de la presencia del Señor y de su glorioso poder, cuando venga en la gloria de sus santos y en el esplendor de cuantos creyeron en él" (2Th 1,9-10).
(1080) Otros dicen: "Eres el más hermoso entre los hijos de los hombres" (Ps 45,3), y "Dios, tu Dios, te ungió con aceite de alegría sobre tus compañeros" (Ps 45,4-5). Muchas otras cosas semejantes se escribieron sobre él para dar a conocer la belleza y gloria de su Reino, que en esplendor y excelencia supera a todos aquellos sobre quienes reina. De esta manera hacían que los oyentes desearan llegar ahí donde se encuentran aquellos que hacen la voluntad divina.
Otros dicen: "El es un hombre, ¿quién lo conoce?" (Jr 17,9), y: "Vine a la profetisa, y ésta dio a luz un hijo" (Is 8,3), "y se le dio por nombre admirable Consejero, Dios fuerte" (Is 9,6): han predicado al Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14), queriendo significar la unión del Verbo de Dios con su criatura; porque el Verbo de Dios se haría carne, y el Hijo de Dios Hijo del Hombre. Siendo él puro, abriría puramente la matriz pura que regenera los hombres para Dios, la cual él mismo hizo pura; y así el "Dios fuerte" (Is 9,6) que se hizo lo que nosotros somos, tiene un origen inefable.
Otros dicen: "Dios habló desde Sion, y desde Jerusalén hizo oír su voz" (Am 1,2), y: "Dios es conocido en Judea" (Ps 76,2), con lo cual se indicaba su venida a Judea.
Hay también quien dice que vendrá del Sur y de la montaña de Farán (Ha 3,3), para indicar su aparición salida de Belén, como expusimos en el libro tercero (346), pues de ahí ha venido el que guía y apacienta el pueblo de su Padre (Mt 2,6).
Quienes predican que por su venida "el cojo saltará como un ciervo, la lengua de los mudos será desatada, se abrirán los ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos" (Is 35,5-6), o: "Las manos caídas y las rodillas débiles se fortalecerán" (Is 35,3); y: "Resucitarán los muertos de los sepulcros" (Is 26,19); y: (1081) "El llevó nuestras debilidades y cargó nuestros males" (Is 53,4), anunciaron las curaciones que llevaría a cabo.
33,12. Algunos dijeron que sería un hombre sin honor, sin gloria, y que conscientemente cargaría nuestra debilidad (Is 53,3), que entraría en Jerusalén montando un pollino (Za 9,9), que ofrecería su espalda a los azotes y sus mejillas a las bofetadas (Is 50,6), que como una oveja sería llevado al matadero (Is 53,7), que le darían en su sed hiel y vinagre (Ps 69,22), que sus amigos y parientes lo abandonarían (Ps 38,12), que extendería las manos todo el día (Is 65,2), que quienes lo vieran se burlarían de él y lo maldecirían, que se repartirían sus ropas y sobre su túnica echarían suertes, y descendería al polvo de la muerte (Ps 22,8 Ps 22,16 Ps 22,19). Profetizaban estas y muchas otras cosas como su venida en cuanto hombre, su entrada en Jerusalén donde sufrió todo lo que se había anunciado, y finalmente fue crucificado.
Cuando otros dijeron: "El Señor, el Santo de Israel, se acordó de sus muertos que desde antes dormían en el polvo de la tierra, y descendió a sacarlos para salvarlos" (347), señalaron el motivo por el cual sufrió todas estas cosas.
Quienes dijeron: "En aquel día, dice el Señor, el sol se ocultará al mediodía, y habrá tinieblas sobre la tierra durante la luz del día. Entonces convertiré vuestras fiestas en luto y vuestros cantares en lamentos" (Am 8,9-10), anunciaron claramente el ocultamiento del sol que sucedió desde el momento en que él estaba crucificado; y en seguida aquel día que debería ser de su gran fiesta (de la Pascua) se convirtió en lamento y sus cantos en luto, pues ahí comenzó su caída en manos de los gentiles. Esto lo mostró Jeremías de modo aún más claro, anunciando sobre Jerusalén: "La que da a luz ha quedado estéril, su alma está triste, el sol se le oculta en pleno día, se siente avergonzada y confundida. A los que queden de sus hijos los entregaré a la espada cuando la asalten sus enemigos" (Jr 15,9).
33,13. Quienes dijeron que se durmió, se sumió en el sueño y se despertó porque el Señor lo acogió (Ps 3,6), y que ordenó a los príncipes (1082) del cielo abrir las puertas eternas para que entre el Rey de la gloria (Ps 24,7), proclamaron su resurrección de entre los muertos por obra del Padre y su asunción a los cielos.
También anunciaron lo mismo cuando dijeron: "Sale de lo más alto de los cielos y hasta la cumbre del cielo vuelve, y nada se libra de su calor" (Ps 19,7), pues fue asumido allá de donde descendió, y no hay quien escape de su justo juicio.
Otros dijeron: "El Señor reina, tiemblen las naciones. El está sentado sobre los querubines, se estremezca la tierra" (Ps 99,1). Con ello profetizaron, por una parte, la rabia de todos los pueblos que después de su asunción se echó sobre aquellos que creyeron en él y la agitación de toda la tierra contra la Iglesia; y por otra parte, que toda la tierra habrá de sacudirse cuando venga del cielo con sus poderosos ángeles (2Th 1,7), como él mismo dice: "Habrá en la tierra un gran terremoto, como no lo hubo desde el principio" (Mt 24,21).
Y cuando dice: "¿Quién es condenado? ¡que se presente! ¿Y quién está justificado? ¡acérquese ante el siervo del Señor!" (Is 50,8), y: "Ay de vosotros, envejeceréis como un vestido y os devorará la polilla" (Is 50,9), y: "Toda carne será abajada, y sólo el Señor será exaltado a las alturas" (Is 2,17), da a entender que después de su pasión y asunción, Dios sujetará bajo sus pies a todos sus adversarios (Ps 8,7), será exaltado sobre todos, y nadie podrá ser justificado ni igualado con él.
33,14. Quienes afirmaban que Dios habría de establecer en favor de los seres humanos un Testamento Nuevo, no como lo estableció con sus padres en el monte Horeb (Jr 31,31-32) y habría de darles un corazón nuevo y un Espíritu nuevo (Ez 36,26), y también: "Ya no os acordéis de las cosas antiguas; he aquí que hago nuevas todas las cosas, nacerán ahora y las conoceréis. Abriré un camino en el desierto y ríos en la tierra árida para dar de beber a mi raza elegida, al pueblo a quien adquirí para que anuncie mi poder" (Is 43,18-21), claramente anunciaban la libertad del Nuevo Testamento, el vino nuevo en odres nuevos (Mt 9,17), la fe en Cristo, el camino de la justicia trazado en el desierto, los ríos del Espíritu en la tierra árida (Jn 7,37-39) que habría de apagar la sed del pueblo elegido de Dios, adquirido (1083) para que narre las hazañas de su poder, mas no para que blasfeme contra el Dios que ha hecho todas estas cosas.
33,15. El hombre espiritual sabrá interpretar con verdad todas las demás cosas predicadas por los profetas que hemos enumerado al exponer ampliamente las Escrituras. Sabrá explicar cada una de estas cosas, descubriendo los trazos de la Economía del Señor, y todo el conjunto de la obra que el Hijo de Dios llevó a cabo. Y en todos los casos reconocerá a un solo Dios, siempre admitirá al mismo Verbo de Dios, aunque sólo ahora se nos haya manifestado, y en todos los tiempos hallará al mismo Espíritu de Dios, aunque sólo en los últimos tiempos se haya derramado de manera nueva sobre nosotros. Asimismo encontrará un solo y mismo género humano desde la creación del mundo hasta el final, miembros del cual son aquellos que creyendo en Dios y siguiendo a su Verbo recibirán la salvación que de él proviene; y también lo son quienes, por haberse apartado de Dios, menospreciado sus mandamientos, haber deshonrado a aquel que los hizo y blasfemado con sus doctrinas contra el que los alimenta, echarán sobre sí una justísima condena. El hombre espiritual "juzga a todos, pero ninguno lo juzga" (1Co 2,15), no blasfema contra su Padre, no echa a perder sus Economías, no acusa a los antiguos padres, no deshonra a los profetas diciendo que venían de parte de un Dios ajeno, o que las profecías emanaban de otra substancia.
(337) Es decir, el hombre espiritual, sujeto del pasaje anterior. Es también el sujeto de los párrafos siguientes.
(338) Signo de que, desde el siglo II, se consagraba una mezcla de vino y agua, como después lo confirman muchos de los Padres.
(339) Los Eones provienen, según ellos, de la unión del principio masculino con el femenino.
(340) Fuerte ironía contra las fantasiosas teorías acerca del nacimiento de los Eones en el Pléroma. Los herejes fabrican estas fábulas y las enseñan con todo aplomo como si fuesen el fundamento de toda la verdad. Y las proclaman con tal seguridad, que pareciera que (a falta de toda prueba) ellos mismos han sido testigos de los orígenes del Pléroma (ver II, 28,6).
(341) HOMERO, La Ilíada, 9, 312-313.
(342) Los ebionitas afirman que Jesús nació naturalmente de Jesús y de María, como un simple hombre sobre el cual descendió el Cristo durante el bautismo. San Ireneo sabe que la concepción virginal de Jesús es el signo de su divinidad. Si los ebionitas la niegan, es porque no reconocen en Jesús al Hijo de Dios. Pero, si es así, ellos mismos, al renegar de la fe en Jesús, el Hijo de Dios, renuncian a ser salvos. Al mismo tiempo, esa concepción virginal es el signo del renacimiento (es decir del bautismo) cristiano: si se rechaza el signo, el bautismo pierde significado como nuevo nacimiento.
(343) Ver III, 16,6 y 18,1-2. Antes de la venida del Hijo en la carne, se sabía que el ser humano es imagen de Dios, pero no se conocía que el Hijo era su imagen, y según él habíamos sido creados. La encarnación revela esta imagen en nosotros, de modo que descubramos en nuestro ser que estamos destinados a ser hijos de Dios, y por ende se nos desvele Dios como Padre. Ver D 22.
(344) A fines del s. II aún no existía el símbolo de la fe como tal. Aquí, como en otras "formulaciones trinitarias" de San Ireneo (ver "Trinidad" en el índice analítico), se hallan en semilla los elementos básicos de la confesión de la fe que dio origen al credo (ver poco adelante, IV, 33,15).
(345) Está en esta palabra insinuada la original etimología: el testimonio de la fe.
(346) Ver III, 20,4.
(347) Véase la nota de III, 22,4. Aquí se apunta la finalidad del descenso al Hades (como en D 78): si tras su muerte el Hijo hecho carne no hubiese descendido para buscar a la oveja perdida, la Economía de Dios hubiera quedado sin efecto en el Antiguo Testamento, Adán y los justos no habrían sido recapitulados, habría vencido en ellos la serpiente.
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Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.28