Ireneo, Contra herejes Liv.5 ch.13


1.20. La incorrupción de la carne


(1158) 13,3. El Apóstol se contradiría si lo anterior afirmase de la carne misma, y no de las obras carnales, como antes expusimos. Porque en la misma carta añade: "Es necesario que lo corruptible se revista de incorrupción y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad. Y cuando esto mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá aquella palabra: La muerte quedó absorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?" (1Co 15,53-55). Estas palabras se dirán con justicia cuando esta carne mortal y corruptible, de la cual se afirma la muerte porque ha sido absorbida por el dominio de la muerte, subirá a la vida para revestirse de incorrupción e inmortalidad. Sólo entonces será de verdad vencida la muerte, cuando la carne que ella tenía prisionera se escape de su dominio. Y también escribe a los Filipenses: "Nuestra morada está en los cielos, de donde esperamos al Salvador, el Señor Jesús, el cual cambiará el cuerpo de nuestra humildad según el cuerpo de su gloria, por la acción de su poder" (Ph 3,20-21).

¿Y cuál es el cuerpo de humildad que el Señor transformará al cambiarlo según el modelo de su cuerpo glorioso? Es evidente que este cuerpo es la carne que humillada cae en la tierra. Y su transfiguración, puesto que siendo mortal y corruptible se tornará inmortal e incorruptible, no se deberá a su propia naturaleza, sino a la obra del Señor: éste es quien puede revestir lo mortal de inmortalidad, y lo corruptible de incorrupción. Por eso escribe (1159) en la segunda Carta a los Corintios: "A fin de que lo mortal sea absorbido por la vida. Quien nos dispone para ello es Dios, que nos ha dado las arras del Espíritu" (2Co 5,4-5). Claramente lo afirma en referencia a la carne, porque ni el alma ni el Espíritu son mortales. Lo mortal será absorbido por la vida cuando la carne ya no esté muerta, sino viva e incorrupta, para cantar la alabanza a Dios, que habrá realizado esta obra en nosotros. Y para que esto suceda, escribe a los Corintios: "Glorificad a Dios en vuestro cuerpo" (1Co 6,20). Dios es quien nos la la incorrupción.

13,4. Pues no dice lo anterior de ningún otro cuerpo, sino del cuerpo de carne, de modo manifiesto y sin duda alguna, como sin ambigüedad escribe a los Corintios: "Llevamos siempre la muerte de Jesús en nuestro cuerpo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, somos entregados a la muerte por Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2Co 4,10-11). Y como el Espíritu abraza la carne, por eso dice en la misma Epístola: "Pues sois una carta de Cristo, dictada por nuestro servicio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, y no en tablas de piedra, sino en las tablas de vuestro corazón de carne" (2Co 3,3).

Si ahora los corazones se hacen capaces del Espíritu, ¿por qué admirarse de que en la resurrección reciban la vida que da el Espíritu? De esta resurrección, el Apóstol dice en la Epístola a los Filipenses: "Hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Ph 3,10-11). Mas ¿en qué otra carne mortal puede entenderse que se manifiesta la vida, sino en esta substancia que muere en la confesión (de fe) que tiene a Dios como término? (1160) Como él mismo dice: "Si por motivos humanos luché en Éfeso con las bestias, ¿de qué me aprovecha, si los cuerpos no resucitan? Pues si los muertos no resucitan, Cristo tampoco resucitó; y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana vuestra fe. Y somos falsos testigos de Dios, pues damos testimonio de que resucitó a Cristo, al que no resucitó. Mas si los muertos no resucitan, es vana vuestra fe, y aún estáis en vuestros pecados. Luego también perecieron los que durmieron en Cristo. Si esperamos en Cristo sólo para esta vida, somos los más miserables de los hombres. Mas ahora, Cristo se despertó de entre los muertos, como primicia de los que duermen; porque por un hombre entró la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos" (1Co 15,32).

13,5. Una vez que hemos expuesto lo anterior, o suponen que el Apóstol se contradice a sí mismo en cuanto a las palabras: "La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios" (1Co 15,50), o bien con malicia tienen que buscar retorcidas exégesis para tergiversar y cambiar su explicación de las palabras. ¿Qué parte sana quedará a su interpretación, si se esfuerzan por retorcer lo que él escribe: "Es necesario que lo corruptible se revista de incorrupción y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad" (1Co 15,53), y: "Para que la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2Co 4,11), y todos los demás pasajes en los cuales el Apóstol de modo claro y evidente predica la resurrección y la incorrupción de la carne? Así pues, quienes rechazan entender bien las cosas, se ven forzados a mal interpretarlas.

(372) Ver III, 12,10 y 15,1.

(373) Se ve que San Ireneo está citando de memoria, y se le han cruzado en la mente dos resurrecciones que acaba de mencionar. En efecto, el texto aquí citado se refiere al hijo de la viuda (Lc 7,14-15), pero la frase intercalada "y ordenó que se le diese de comer" corresponde a la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,43).


514
1.21. Cristo resucitado recapitula nuestra carne


14,1. Que Pablo no habló de la substancia de la carne y de la sangre al decir que no heredarían el reino de los cielos (
1Co 15,50), lo sabemos del hecho que por todas partes el mismo Apóstol (1161) atribuye la palabra carne y sangre a nuestro Señor Jesucristo, a veces para establecer su humanidad (374), y entonces también lo llama Hijo del Hombre; otras veces para confirmar la salvación de nuestra carne; porque si la carne no debiera ser salvada, el Verbo de Dios no se habría hecho carne (Jn 1,14), y si no debiera pedirse cuenta de la sangre de los justos, el Señor no habría tenido sangre.

Pero como desde el principio la sangre de los justos clamó, Dios dijo a Caín, homicida de su hermano: "La voz de la sangre de tu hermano clama a mí" (Gn 4,10). Y como convenía que pidiese cuenta de la sangre de ellos, dijo a los acompañantes de Noé: "Pediré cuentas de vuestra sangre de vuestras vidas, de la mano de todas las fieras" (Gn 9,5). Y también: "Será derramada la sangre de quien derramare la sangre de un hombre" (Gn 9,6). Y también el Señor, a los que habrían de derramar su sangre: "Se pedirá cuenta de toda la sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar; en verdad os digo, todas estas cosas vendrán sobre esta generación" (Mt 23,35-36 Lc 11,50-51), con lo cual quería decir que él recapitularía en la suya propia el derramamiento de la sangre de todos los justos y profetas desde el principio, y que él mismo pediría cuenta de la sangre de ellos. Pero no pediría cuentas de esto si no debiese también salvarlo y si el Señor, para recapitular todas las cosas, no se hubiese hecho él mismo carne y sangre según la antigua creación, para salvar en sí, en el fin, lo que al principio se había perdido en Adán.

14,2. Mas si el Señor se hubiese hecho carne en otra Economía, y hubiese asumido la carne de otra substancia, no habría recapitulado (1162) en sí mismo al hombre, ni se podría decir que se hizo carne; porque es verdaderamente carne la transmisión de la primera plasmación hecha del barro. Pero si debiese tener la substancia de otra hypóstasis, (375) el Padre desde el inicio habría realizado su masa de otra substancia. Pero ahora, lo que era aquel hombre que pereció, esto mismo se hizo el Verbo Salvador, para realizar por sí mismo nuestra comunión con él, y la obtención de nuestra salud. Lo que pereció tenía carne y sangre; Dios había tomado el barro de la tierra para plasmar al hombre (Gn 2,7), y a través de esto tuvo lugar toda la Economía de la venida del Señor. También tuvo él carne y sangre, para recapitular no otras distintas de las de aquel antiguo plasma del Padre, buscando lo perdido (Lc 19,10). Por eso dice el Apóstol a los Colosenses: "Y a vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora por la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles ante él" (Col 1,21-22). Habéis sido reconciliados en el cuerpo de su carne, dice, porque una carne justa reconcilió la carne retenida en el pecado, y la condujo a la amistad de Dios.

14,3. Si, según esto, alguno dice que la carne del Señor es distinta de nuestra carne en cuanto aquélla no pecó "ni se encontró dolo en su boca" (1P 2,22), y en cambio nosotros somos pecadores, dice bien. Pero si imaginase una distinta substancia de la carne del Señor, entonces en ella no tendría base el discurso de la reconciliación. Porque se reconcilia aquello que alguna vez estuvo enemistado. Pero si el Señor hubiese tomado carne de otra substancia, ya no se reconciliaría con Dios (1163) aquello que por la transgresión se había hecho enemigo. Pero ahora el Señor por su comunión con nosotros ha reconciliado al hombre con el Padre, reconciliándonos con él mediante el cuerpo de su carne (Col 1,22), y liberándonos con su sangre, como dice el Apóstol a los Epesios: "En el cual tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados" (Ep 1,7). Y a los mismos dice: "Vosotros, los que antes estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo" (Ep 2,13). Y también: "Anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos" (Ep 2,15). Y en todas las demás epístolas el Apóstol testifica claramente que por la carne del Señor y por su sangre hemos sido salvados.

14,4. Si pues la carne y la sangre son las que nos proporcionan la vida, no se puede en justicia decir sobre la carne y la sangre que no pueden heredar el Reino de Dios (1Co 15,50), sino que se habla de los actos carnales a los que nos hemos referido, que causando el pecado trastornan al hombre y lo privan de la vida. Y por eso dice a los Romanos: "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal ni obedezcáis a sus apetitos, ni ofrezcáis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia, sino ofreceos a vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como armas para la justicia" (Rm 6,12-13). Con los mismos miembros con los cuales hemos servido al pecado (Rm 6,6) y hemos dado frutos de muerte (Rm 7,5), con los mismos miembros quiere que sirvamos a la justicia (Rm 6,19), a fin de dar frutos para la vida. Acuérdate pues, carísimo, de que has sido liberado en la carne del Señor y rescatado con su sangre, y de que "teniendo como cabeza a aquel del cual todo el cuerpo" de la Iglesia "crece unido" (Col 2,19) o sea el advenimiento carnal del Hijo de Dios, y manteniéndote firme en la confesión de él como Dios y hombre, y usando las demostraciones de las Escrituras, fácilmente refutarás, como hemos demostrado, todas las invenciones que más tarde han fabricado los herejes.

(374) Es más claro para nosotros traducir de esta manera. San Ireneo dice literalmente: "para establecer tòn ánthropon autoû (su hombre)" (expresión a veces repetida: ver adelante, V, 14,4 y 21,2-3): es decir, para dejar bien asentado que es hombre.

(375) Ousía e hypóstasis, términos aún no usados en el sentido posniceno, sino del lenguaje común; se podría traducir: "si debiese tener la materia de otra substancia".

2. La vida de Cristo muestra un solo Dios y Padre



2.1. Curación del ciego de nacimiento



515
2.1.1. Signo de la resurrección


15,1. Porque aquel que al principio creó al hombre le prometió una segunda generación después de su disolución en la tierra, dice Isaías: "Resucitarán los muertos, y se levantarán los que estén en las tumbas, y se alegrarán los que reposan en la tierra; pues el rocío (1164) que de ti proviene será su salvación" (
Is 26,19). Y también: "Yo os llamaré, y en Jerusalén seréis convocados, y veréis, y se alegrará vuestro corazón; vuestros huesos crecerán como la hierba, y quienes honran al Señor conocerán su mano" (Is 66,13-14). Ezequiel, por su parte: "Vino sobre mí la mano del Señor y me llevó en Espíritu, y me puso en medio de un llano lleno de huesos. Y me hizo dar vueltas en torno, y sobre la superficie del llano había muchos huesos secos. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y le dije: Señor, tú lo sabes, porque tú has hecho esto. Y me dijo: Profetiza sobre estos huesos y diles: Huesos secos, oíd la voz del Señor. Esto dice el Señor a estos huesos: He aquí que yo envío sobre vosotros el Espíritu de la vida y os daré nervios y os cubriré de carne y extenderé piel sobre vosotros, y os daré mi Espíritu para que viváis, y así conoceréis que soy el Señor. Y yo profeticé como el Señor me mandó. Y sucedió que, mientras profetizaba, sobrevino un temblor de tierra, y los huesos se juntaron unos con otros. Y vi que sobre ellos brotaban nervios y carne, y sobre ellos se extendía la piel. Pero no había Espíritu en ellos. Y me dijo: Profetiza al Espíritu, hijo de hombre. Di al Espíritu: Esto dice el Señor: Ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan. Y profeticé como me lo mandó el Señor. Y entró en ellos el Espíritu, y revivieron y se pusieron de pie. Era una gran multitud" (Ez 37,1-10). Y más adelante añadió: "Esto dice el Señor: Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de vuestros sepulcros y os llevaré a la tierra de Israel. Así sabréis que yo soy el Señor, cuando abra vuestros sepulcros y saque mi pueblo de su tumba. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis. Y os llevaré a vuestra tierra, para que sepáis que soy el Señor. Dije y lo haré, dice el Señor" (Ez 37,12-14).

Es, pues, el Creador, aquel que da la vida a nuestros cuerpos muertos, hasta donde es posible ver, el que ha prometido la resurrección y el que da la resurrección y la incorrupción a los que yacen en las tumbas y sepulcros (376) -"sus días serán como el árbol de la vida" (Is 65,22)-. El único que hace todas estas cosas se manifestó de esta manera como el Padre bueno, al conceder benignamente la vida a los que por sí mismos no la tienen.

2.1.2. Signo de la unidad del Creador


(1165) 15,2. Por este motivo el Señor se mostró a sus discípulos con toda evidencia y les mostró al Padre, para que no fuesen a buscar otro Dios fuera de aquel que plasmó al hombre y le dio el soplo de vida; y para que no cayesen en la locura de imaginar otro Padre fuera del Creador. Y por eso a todos aquéllos sobre quienes diversas enfermedades habían recaído a causa del pecado, el Señor los curaba con su palabra. Les decía: "Ahora has quedado sano, ya no peques para que no te suceda algo peor" (Jn 5,14). De este modo mostró que los sufrimientos habían sobrevenido al hombre por el pecado de desobediencia. Mas al ciego de nacimiento le devolvió la vista no por medio de su palabra, sino por una obra. No lo hizo en vano ni al acaso, sino para mostrar la mano de Dios, la misma que al principio creó al hombre (377). Por eso, cuando los discípulos le preguntaron por qué motivo el hombre había nacido ciego, si por culpa suya o de sus padres, respondió: "Este no pecó, ni sus padres; sino para que se manifieste en él la acción de Dios" (Jn 9,3).

Mas la obra de Dios es la creación del hombre. Y esto lo llevó a cabo como una operación suya, según dice la Escritura: "Y Dios tomó barro de la tierra, y plasmó al hombre" (Gn 2,7). Por eso el Señor escupió en tierra, hizo lodo y le untó con él los ojos, para mostrar cómo había hecho la antigua creación, y para hacer ver la mano de Dios a quienes puedan entender, por medio de la cual el hombre fue plasmado de la tierra. Aquello que el Verbo artífice había dejado de hacer en el vientre, lo completó en público, "para que en él se manifieste la acción de Dios". No necesitamos ya otra mano fuera de aquella que plasmó al hombre, ni otro Padre, al saber que la mano de Dios nos plasmó al principio y nos plasma en el vientre de la madre, ella misma nos buscó en los últimos días, al mirarnos perdidos (Lc 19,10), para recobrar su oveja perdida y volverla a cargar sobre sus hombros, a fin de llevarla, lleno de alegría, de nuevo al rebaño.

2.2. El Verbo nos salva


15,3. Porque el Verbo de Dios nos plasma en el vientre, dice Jeremías: "Antes de que te plasmara en el seno te conocí, y antes de que salieras del útero te santifiqué, a fin de ponerte como profeta para las naciones" (Jr 1,5). Y Pablo escribe algo semejante: "Cuando le plugo a aquel que me separó desde el seno (1166) de mi madre para que llevara su evangelio a las naciones" (Ga 1,15-16). Pues, como el Verbo nos plasma en el vientre, el mismo Verbo remodeló los ojos del ciego de nacimiento (378). Así mostró que, siendo nuestro Plasmador en lo escondido, se manifestaba visiblemente a los seres humanos, a fin de enseñarles cómo antiguamente habían sido modelados en Adán, cómo éste había sido hecho, y qué mano lo había creado, mostrando el todo por la parte: pues el Señor que había formado la vista, es el mismo que plasmó todo el hombre, obedeciendo a la voluntad del Padre.

Y porque el hombre necesitaba el lavado de regeneración en la misma carne plasmada en Adán, después de que el Señor ungió sus ojos con el lodo, le dijo: "Ve a lavarte en Siloé" (Jn 9,7). De este modo le devolvió, al mismo tiempo, lo que le correspondía a la creación y al lavado de la regeneración. Por eso, una vez que se hubo lavado, "volvió a ver" (Jn 9,7), a fin de que al mismo tiempo conociera a su Creador, y reconociera al Señor que le dio la vida.

2.3. Contra los valentinianos


15,4. También yerran los seguidores de Valentín, cuando dicen que el hombre no fue plasmado de la tierra, sino de una materia fluida y difusa. Porque es evidente que la tierra con la que el Señor formó los ojos del ciego es la misma con la cual plasmó al hombre al principio. Porque no era congruente que plasmase de una cosa los ojos y de otra el resto del cuerpo. Por el contrario, aquel mismo que al principio plasmó a Adán, con el cual el Padre habló: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26), en los últimos tiempos se manifestó a los hombres, al formar la visión del que, nacido de Adán, era ciego. Por eso la Escritura indica lo que había de suceder, cuando, habiéndose escondido Adán después de su desobediencia, al atardecer el Señor se acercó a él y lo llamó, preguntando: "¿Dónde estás?" (Gn 3,1). En los últimos tiempos el mismo Verbo de Dios vino a llamar al ser humano (379), para recordarle sus obras por las cuales se había escondido de Dios. Pues, así como entonces Dios buscó a Adán al atardecer para hablarle, así también en los últimos tiempos por medio de la misma voz lo visitó en busca de su raza.

(376) San Ireneo interpreta la profecía de Ez como una promesa de la resurrección final de los muertos. De esta manera liga en una sola Economía la creación, la promesa profética y la resurrección, como obra del mismo Dios. Que la unidad de estos tres elementos sea para él un lugar común, es claro por varios pasajes (ver V, 4,1). Y concluye descubriendo en esta obra generosa la bondad del Padre que da la vida.

(377) Si en 15,1 acaba de afirmar que es el mismo Demiurgo el que dio la vida al principio y dará la incorrupción al final, ahora añade que lo ha hecho por su mano, es decir, por medio de su Hijo. Y el hecho de que por medio del Hijo hecho carne devuelva al ciego la vista, es para San Ireneo un signo de esta unicidad del autor de la vida. En este pasaje añade la mediación del Hijo en ambas obras.

(378) Está implícita la imagen de "la mano de Dios" en esta expresión: "modelar", "remodelar". Une la creación con el milagro de dar la vista al ciego de nacimiento, como signo de la futura resurrección, obra del mismo "plasmador" que trabaja con su mano.

(379) Nótese como el Padre hace todo por su Verbo: no sólo por su medio ha plasmado al ser humano desde el principio, sino que también por él (que es su Voz y su Palabra) le ha hablado en todo tiempo (acabamos de leerlo en V, 16,1). Y este es su proceder constante en toda la Economía. Por eso también ahora el Padre sigue actuando y se nos revela por su Hijo.


516 (1167) 16,1. Y porque Dios plasmó de la tierra a Adán en todo cuanto es humano, la Escritura afirma que Dios le dijo: "Con el sudor de tu rostro comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de la cual fuiste sacado" (Gn 3,19). Pero si nuestros cuerpos vuelven a otra tierra después de la muerte, en consecuencia, de ella debería haber sido formado su cuerpo; en cambio, si vuelven a la misma, es evidente que de esta tierra ha sido plasmado, como el Señor lo puso de manifiesto cuando le abrió con ella los ojos al ciego. El Evangelio deja bien claro, por una parte qué mano de Dios plasmó a Adán y por la cual fuimos plasmados también nosotros; por otra, que es el mismo Padre, cuya voz desde el principio hasta el fin se hace presente a su creación; así como también la substancia con la cual fuimos modelados. No es posible, pues, buscar otro Padre fuera de éste, ni otra substancia para ser plasmados, fuera de la que el Señor indicó y mostró, ni otra mano de Dios fuera de aquella que desde el principio hasta el fin nos modela y adapta a la vida, y que está presente a su creación para perfeccionarla según la imagen y semejanza de Dios.

16,2. Que todo esto sea verdadero, quedó probado cuando el Verbo de Dios se hizo hombre, haciéndose él mismo semejante al hombre y haciendo al hombre semejante a él a fin de que, por esa semejanza con el Hijo, el hombre se haga precioso para el Padre. En los tiempos antiguos, en efecto, se decía que el hombre había sido hecho según la imagen de Dios; pero no se mostraba, pues aún era invisible el Verbo, a cuya imagen el hombre había sido hecho. (1168) Por tal motivo éste fácilmente perdió la semejanza. Mas, cuando el Verbo de Dios se hizo carne (Jn 1,14), confirmó ambas cosas: mostró la imagen verdadera, haciéndose él mismo lo que era su imagen, y nos devolvió la semejanza y le dio firmeza, para hacer al hombre semejante al Padre invisible por medio del Verbo visible.


2.4. La cruz


2.4.1. Reparación de la desobediencia de Adán

(1169) 16,3. Y no sólo de las maneras que hemos dicho el Señor reveló al Padre y a sí mismo, sino también por su pasión. Porque disolviendo la desobediencia del hombre que tuvo lugar al principio en el árbol, "se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Ph 2,8), curando por la obediencia en el árbol la desobediencia en el árbol (380). Pero no habría venido a disolver la desobediencia contra el que nos había plasmado, si hubiese anunciado a otro Padre. Pues por las mismas cosas por las que desobedecimos a Dios y no creímos en su palabra, por esas mismas llevó a cabo la obediencia y se confió a su palabra; de la manera más evidente nos mostró al mismo Dios al que habíamos desobedecido en el primer Adán no cumpliendo su mandato, al ser reconciliados por el segundo Adán haciéndose obediente hasta la muerte; porque tampoco éramos deudores de ningún otro, sino de aquel cuyo precepto habíamos transgredido al principio.

(380) En el proceso de "recirculación" la cruz tiene un lugar especial. San Ireneo hace la comparación entre el árbol del paraíso, símbolo de la desobediencia, y el árbol de la cruz, signo de la obediencia de Cristo que repara la primera caída: ver V, 17,3-4.9; 19,1; D 33-34.


517

2.4.2. El perdón de los pecados


17,1. Porque éste es el Demiurgo que por su amor es Padre, por su poder es Señor, por su sabiduría Hacedor y Creador de todo, del que nos hemos hecho enemigos al transgredir su precepto. Y por eso en los últimos tiempos el Señor nos ha restituido a la amistad por su propia encarnación: haciéndose "mediador entre Dios y los hombres" (
1Tm 2,5), propiciando por nosotros al Padre contra el cual habíamos pecado, y consolando nuestra desobediencia con su obediencia, puso en nuestras manos la conversión y la sumisión a nuestro Hacedor. Por ello nos enseñó a decir en la oración: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt 6,12), porque ciertamente es nuestro Padre del que somos deudores al transgredir su mandato. ¿Y quién es él? ¿Acaso es un Padre desconocido que ha dado no sé qué precepto no sé cuándo, o es aquel Dios del que predicaron los profetas (381), del que somos deudores por transgredir su mandato? Porque el precepto ha sido dado al hombre por el Verbo, pues está dicho: "Adán escuchó la voz del Señor Dios" (Gn 3,8). Bellamente su Verbo dice al hombre: "Te son perdonados tus pecados" (Mt 9,2 Lc 5,20), porque es aquel mismo contra el cual habíamos pecado al principio, y que al fin nos ofrece el perdón de los pecados. Pero si hubiésemos transgredido el precepto de algún otro, sería otro el que dice: "Te son perdonados tus pecados", pero entonces no sería ni bueno ni verdadero ni justo. ¿Porque cómo puede ser bueno el que no da de lo suyo? ¿Cómo puede ser justo el que usurpa lo que pertenece a otro? ¿Y cómo puede perdonar en verdad los pecados, si aquel contra el que pecamos no es el mismo que concede el perdón "por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios en las cuales nos visitó" (Lc 1,78) por su Hijo?

17,2. Por eso, curado el paralítico, se dice: "Viendo las turbas, glorificaban a Dios que dio a los hombres tal potestad" (Mt 9,8). ¿A cuál Dios glorificaban las turbas circunstantes? ¿Acaso (1170) al Padre desconocido que han inventado los herejes? ¿Y cómo podían glorificar al que era del todo desconocido? Es evidente que los israelitas glorificaban al Dios que la Ley y los profetas proclamaron, el mismo que es Padre de nuestro Señor. Y por eso enseñaba a los hombres, con los signos que obraba, a que genuinamente diesen gloria a Dios (Lc 17,18). Si hubiese venido de otro Padre, los hombres que veían aquellos poderes habrían glorificado a otro Dios, siendo ingratos para con aquel Padre que lo había enviado para realizar las curaciones. Pero como el Hijo Unigénito había venido de aquel Dios para la salud de los hombres, por eso mediante los poderes que realizaba provocaba a los incrédulos a dar gloria al Padre, mientras a los fariseos que no recibían el advenimiento de su Hijo, y por eso no creían que él pudiera perdonar los pecados, les decía: "Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene el poder de perdonar los pecados" (Mt 9,6), y habiendo dicho esto ordenó al paralítico dejar su camilla en la que yacía e irse a su casa, lo que hizo para confundir a los incrédulos y para significar que él es la Voz de Dios, por la cual el hombre recibió sobre la tierra los mandamientos, transgrediendo los cuales éste se hizo pecador, y de los pecados se siguió la parálisis.

17,3. Perdonando los pecados curó al hombre y le manifestó quién era él mismo. Porque si ninguno puede perdonar los pecados sino sólo Dios (Lc 5,21), y si el Señor los perdonaba y curaba al hombre, era claro que él era el Verbo de Dios que se había hecho Hijo del Hombre, que como hombre y como Dios había recibido el poder de perdonar los pecados de parte del Padre, para que como hombre sufriese con nosotros y como Dios tuviese misericordia de nosotros y remitiese nuestras deudas (Mt 6,12) que habíamos contraído con Dios nuestro Creador (382). Por eso David predijo: "Dichoso aquél cuyas sus iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos. Dichoso el hombre a quien Dios no imputa el pecado" (Ps 32,1-2). Así mostró de antemano cómo sería el perdón por su venida, por la cual "borró el documento de nuestra deuda, y lo clavó en la cruz" (Col 2,14); de modo que, así como por un árbol nos hicimos deudores de Dios, así también por el árbol recibamos el perdón de nuestra deuda.

2.4.3. Figura de la cruz en el Antiguo Testamento


17,4. Lo mismo declararon muchos otros profetas, (1171) entre otros Eliseo. Cuando los profetas que lo acompañaban cortaron madera para fabricar el tabernáculo, el hierro del hacha se desprendió y cayó en el Jordán, de modo que no podían hallarlo. Al saber lo que había ocurrido, Eliseo se dirigió al lugar y arrojó al agua un pedazo de madera. Habiendo hecho esto, el hierro del hacha subió a la superficie, y los que antes lo habían perdido, lo sacaron del agua (2R6,1-7). Mediante esta acción, el profeta mostró que el Verbo de Dios que nosotros habíamos perdido por negligencia, sacado de la madera, y no podíamos encontrarlo, también por la madera (de la cruz), según el plan de Dios, volvimos a recuperarlo. Pues, que el Verbo de Dios se asemeje a un hacha, lo dice Juan Bautista: "Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles" (Mt 3,10). Y Jeremías habla de modo parecido: "La Palabra de Dios es como un hacha de doble filo que hiende la piedra" (Jr 23,29). Este Verbo, que estaba oculto para los hombres, se manifestó, como dijimos, según la Economía del árbol. Porque así como por el árbol lo perdimos, así por el árbol a todos se nos reveló de nuevo, mostrando en sí mismo la altura, anchura y profundidad y, como dijo uno de nuestros mayores, extendiendo las manos congregó los dos pueblos en el único Dios. (1172) Fueron las dos manos, porque eran dos los pueblos dispersos por la tierra (Is 11,12 Ep 2,15), y una sola cabeza en medio, porque "uno es Dios que está sobre todos, por todos y en todos nosotros" (Ep 4,6).

(381) Nótese la expresión genérica "por los profetas", que se ilustra por un texto del Génesis. Se explica fácilmente si advertimos que para los Padres toda la Escritura es profética, de modo que "los profetas" lo mismo indica (según el contexto) los escritores así llamados de modo típico, o los hagiógrafos en general. En este último sentido, por ejemplo, Constantinopla I confesó que el Espíritu Santo "habló por los profetas" (DS 150), para indicar que él inspiró toda la Escritura.

(382) Preciosa confesión de fe de San Ireneo en quién es Cristo: es el Dios que perdona los pecados por su humanidad; pero que ha recibido del Padre esta potestad para redimirnos: Dios, hombre, redentor; y, como Dios, Hijo del Padre. Como hombre muere por nosotros, como Dios es imagen de la misericordia del Padre.


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2.5. El Verbo vino a lo que era suyo


18,1. Tan elevada Economía no se realizó a través de creaturas ajenas, sino propias; ni fueron plasmadas por ignorancia o la penuria, sino que recibieron su ser de la sabiduría y el poder del Padre. Porque éste no era tan injusto como para desear lo ajeno, ni tan indigente como para no poder producir la vida por sus propios medios; sino que dirigió la propia acción creadora a la salvación del hombre. Ni la creatura hubiese podido llevarlo, si hubiese sido producto de la ignorancia y la penuria. Pues, que el Verbo de Dios hecho carne haya sido colgado del madero (
Ac 5,30), de muchos modos lo hemos expuesto, y aun los mismos herejes confiesan que fue crucificado. Mas un producto de la ignorancia y la penuria ¿cómo podía cargar sobre sí al que es perfecto y conoce la verdad de todas las cosas? ¿Y cómo una creación separada y tan alejada del Padre pudo portar su Verbo?

Aun suponiendo que la creación fuese obra de los ángeles (independientemente de que hayan conocido o ignorado al Dios que está sobre todas las cosas), puesto que el Señor dijo: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14,11), ¿cómo la obra de los ángeles podría portar al mismo tiempo al Padre y al Hijo? ¿Cómo la creación que está fuera del Pléroma acogió a aquel que contiene todo el Pléroma? Cuanto acabamos de decir es imposible y carece de pruebas. Luego sólo la predicación de la Iglesia es verdadera, acerca de que la propia creación de Dios subsiste por el poder, arte y sabiduría divinos, y por eso lo portó. Pues si en el plano de lo invisible (1173) el Padre porta la creación, en el de lo visible, por el contrario, ésta porta a su Verbo. He aquí la verdad.

18,2. El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación (383), que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1Co 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que "uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas" (Ep 4,6).

De estas cosas da testimonio Juan, el discípulo del Señor, cuando dice en el Evangelio: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio ante Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,1-2). Y luego dice acerca del Verbo: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, que son los que creen en su nombre" (Jn 1,10-11). Y adelante, hablando de la Economía según su humanidad, dice: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Y añade: "Y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del (1174) Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Abiertamente muestra a quienes quieran escuchar, esto es, a quienes tengan oídos, que uno es Dios Padre que está sobre todo, y uno su Verbo que actúa por medio de todas las cosas, pues todas las cosas por él fueron hechas; y que el mundo es suyo porque él lo hizo según la voluntad del Padre, y no fue hecho por los ángeles, ni por apostasía, defecto e ignorancia; ni por el poder de algún Prúnico que algunos llaman la Madre, ni por otro creador del mundo que no hubiese conocido al Padre.

18,3. El verdadero Creador del mundo es el Verbo de Dios. Este es nuestro Señor, el cual en los últimos tiempos se hizo hombre para existir en este mundo (Jn 1,10), de modo invisible contiene todas las cosas creadas (Sg 1,7), y está impreso en forma de cruz (384) en toda la creación, porque el Verbo de Dios gobierna y dispone todas las cosas. Por ello invisiblemente "vino a los suyos" "y se hizo carne" (Jn 1,11); por último colgó de la cruz para recapitular en sí todas las cosas (Ep 1,10). Mas "los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11), como dijo Moisés al pueblo: "Tu vida estará colgada delante de ti, y tú no le creerás" (Dt 28,66). Quienes no lo acogieron, tampoco recibieron su vida. "Mas a cuantos lo acogieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,12).

El es quien tiene el poder del Padre sobre todas las cosas, porque es verdadero Verbo de Dios y verdadero hombre. Reina sobre todo lo invisible, y en el mundo visible establece su ley sobre todas las cosas para que se mantengan en orden. Reina abiertamente sobre todo lo humano y juzga a todos de manera digna y justa, (1175) según predijo David acerca de su venida: "Nuestro Dios vendrá y no callará". Y en seguida, para mostrar que es él quien juzgará, añade: "En su presencia arderá el fuego y azotará la tormenta. Desde lo alto llamará al cielo y a la tierra para juzgar a su pueblo" (Ps 50,3-4).

(383) O "el espíritu creado". San Ireneo pasa del Espíritu de Dios al espíritu humano, y vuelve al Espíritu "que proviene del Padre porque es su generación (ek toû Patrós, hó esti génnema autoû)". Aún no está fijo el vocabulario trinitario. En los siglos siguientes el ser engendrado del Padre se reservará para el Hijo, y se dirá que el Espíritu "procede (ekporeúei)" del Padre. En el siglo II, como en la Escritura, aún no hay una teología sistemática que distinga al Hijo y al Espíritu Santo por su origen ("ontológico"), sino por la manifestación de su "sello" en sus obras. Si los términos aún no están bien definidos, la idea sí es clara: distingue entre el espíritu creado (el alma) que recibimos al comenzar a existir, y el Espíritu del Padre que recibimos con la adopción. Es decir, génnema ("engendramiento") no tiene la función de distinguir entre las "personas" en el interior de la Trinidad, sino entre el Hijo y el Espíritu (que proceden del Padre y pertenecen a la esfera divina) y la hechura (pepoíesis) o modelación (plásis) de las creaturas.

(384) "En forma de cruz" (kechiasménos), San Ireneo representa con esta expresión el hecho de que, desde la creación, todo el universo está marcado con la imagen del Verbo, según la cual fue hecho. El Verbo está extendido "en forma de cruz" en todo el cosmos. Por eso, en su encarnación, también nos salvó extendiendo sus brazos en la cruz para abarcar a todos. Compárese con el siguiente pasaje de D 34, en el cual la cruz representa la extensión por los cuatro puntos cardinales: "Y como el Verbo mismo Omnipotente de Dios, en su condición invisible, está entre nosotros extendido por todo este universo (visible) y abraza su largura y su anchura y su altura y su hondura -pues por medio del Verbo de Dios fueron dispuestas y gobernadas aquí todas las cosas- la crucifixión (visible) del Hijo de Dios tuvo también lugar en estas (dimensiones anticipadas invisiblemente) en forma de la cruz trazada (por él) en el universo. Al hacerse en efecto visible, debió de hacer manifiesta la participación de este universo (sensible) en su crucifixión (invisible), a fin de revelar, merced a su forma visible, su acción (misteriosa y oculta) sobre lo visible... y se extiende a lo largo desde el Oriente hasta el Ocaso y gobierna como piloto la región del Norte y la anchura del Mediodía y convoca de todas partes al conocimiento del Padre a los dispersos" (versión de E. Rmero Pose, Madrid, Ciudad Nueva 1992, pp. 130-131).


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Ireneo, Contra herejes Liv.5 ch.13