Ireneo, Contra herejes Liv.5 ch.19
519 2.6. La Economía por la obediencia de María
19,1. Manifiestamente, pues, el Señor vino a lo que era suyo, y llevó sobre sí la propia creación que sobre sí lo lleva, (385) y recapituló por la obediencia en el árbol (de la cruz) la desobediencia en el árbol; fue disuelta la seducción por la cual había sido mal seducida la virgen Eva destinada a su marido, por la verdad en la cual fue bien evangelizada por el ángel la Virgen María ya desposada: así como aquélla fue seducida por la palabra del ángel para que huyese de Dios prevaricando de su palabra, así ésta por la palabra del ángel fue evangelizada para que portase a Dios por la obediencia a su palabra, (386) a fin de que la Virgen María fuese abogada de la virgen Eva; y para que, así como el género humano había sido atado a la muerte por una virgen, así también fuese desatado de ella por la Virgen, y que la desobediencia de una virgen fuese compensada por la obediencia de otra virgen; (1176) si pues el pecado de la primera creatura fue enmendado por el recto proceder del Primogénito, y si la sagacidad de la serpiente fue vencida por la simplicidad de la paloma (Mt 10,16), entonces están desatados los lazos por los que estábamos ligados a la muerte.
2.7. Los herejes chocan contra la Escritura y la Tradición
19,2. Los herejes son, pues, indoctos e ignorantes de la Economía de Dios, e inconscientes de su obra en cuanto hombre; enceguecidos para la verdad, ellos mismos contradicen su propia salvación: algunos introduciendo otro Padre distinto del Demiurgo; otros afirmando que el mundo y la materia fueron hechos por los Angeles; otros que estando tan lejana e inmensamente separada de su hipotizado Padre, la creación habría florecido y nacido de por sí; otros que el mundo y cuanto contiene habría tenido su substancia del Padre, pero tomada de la ignorancia y de la penuria; otros abiertamente desprecian la venida del Señor y no aceptan su encarnación; otros más desconocen la Economía de la Virgen, diciendo que fue engendrado por obra de José; algunos dicen que ni el alma ni el cuerpo pueden recibir la vida eterna, sino sólo el hombre interior, y a éste lo identifican luego con su mente (noûs), sólo la cual sería capaz de ascender al estadio perfecto; otros, que el alma se salva pero que el cuerpo no tiene parte en la salvación de Dios, como hemos expuesto ya en el primer libro, en el cual hemos narrado todas sus hipótesis, así como en el segundo hemos demostrado su incongruencia.
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(1177) 20,1. Porque todos éstos vinieron mucho después de los obispos, a los cuales los Apóstoles encomendaron las Iglesias; y esto lo hemos expuesto con todo cuidado en el tercer libro. Todos los predichos herejes tienen pues necesidad, por su ceguera acerca de la verdad, de caminar por otros y otros atajos, y por eso las huellas de su doctrina se dispersan de modo desacorde e inconsecuente. Mas el camino de los que pertenecen a la Iglesia recorre el mundo entero, porque posee la firme Tradición que viene de los Apóstoles, y al verla nos ofrece una y la misma fe de todos, porque todos obedecen a uno y el mismo Dios Padre, creen en una misma Economía de la encarnación del Hijo de Dios, reconocen el mismo don del Espíritu, observan los mismos preceptos, guardan la misma forma de organización eclesial, esperan la misma parusía del Señor y la misma salvación de todo el hombre o sea del alma y del cuerpo. La predicación de la Iglesia es sólida y verdadera, en la cual se manifiesta uno y el mismo camino de salvación en todo el mundo. Esta ha creído en la luz de Dios, y por eso "la sabiduría" de Dios, por medio de la cual él salva a los hombres, "llama en la esquina de las calles concurridas, a la entrada de las puertas de la ciudad pronuncia sus discursos" (Prov 1,21). Porque en todas partes la Iglesia predica la verdad, y es el candelabro de las siete lámparas (Ex 25,31) que porta la luz de Cristo.
20,2. Cuantos abandonan la predicación de la Iglesia acusan de simplicidad a los presbíteros, sin entender cuánto dista el sencillo y religioso, (1178) del blasfemo y del sofista impúdico. Porque tales son todos los herejes, a quienes les parece haber encontrado fuera de la verdad ideas superiores, siguiendo a aquellos de que hemos hablado, fabricando caminos diversos, multiformes e inseguros, no teniendo siempre las mismas ideas sobre estas cosas; como ciegos guiados por otros ciegos justamente caerán en la fosa (Mt 15,14) de la ignorancia abierta bajo sus pies, buscando siempre y nunca encontrando la verdad (2Tm 3,7). Es, pues, necesario huir de sus enseñanzas y estar cuidadosamente atentos para que no nos dañen, refugiarnos en la Iglesia para educarnos en su seno y alimentarnos con las Escrituras del Señor. La Iglesia ha sido plantada como el paraíso en el mundo. "De todo árbol, pues, del paraíso, podéis comer" (Gn 2,16), dice el Espíritu de Dios, esto es, comed de toda la Escritura del Señor, pero no comáis con espíritu orgulloso ni toquéis nada de la disensión herética. Porque ellos confiesan tener por sí mismos la gnosis del bien y del mal (Gn 2,17), y por sobre Dios que los creó arrojan sus pensamientos. Piensan más allá de los límites del pensamiento. Por eso dice el Apóstol: "No sepáis más allá de lo que se debe saber, sino sabed según la prudencia" (387) (Rm 12,3), no vaya a ser que, comiendo de su gnosis, que piensa saber más de lo que conviene, seamos arrojados del paraíso de la vida, al cual conduce el Señor a los que escuchan su predicación, "recapitulando en sí todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ep 1,10); pero las cosas que están en los cielos son espirituales (pneumatiká), mientras las que están sobre la tierra son esta obra que es el hombre (388). Todas estas cosas ha recapitulado en sí, unificando al hombre y al espíritu, haciendo habitar al Espíritu en el hombre, haciéndose él mismo Cabeza del espíritu y dando su Espíritu al hombre como cabeza; por éste vemos, oímos y hablamos.
(385) Muy difícil juego de palabras: tês idías autòn bastasáses ktíseos tês hyp'autoû bastadzoménes: él sostiene la creación, ahora (por su encarnación) ha hecho que la creación lo sostenga a él.
(386) Raíz de una teología posteriormente muy fecunda, y hecha común por San Agustín: María concibió en su seno la Palabra de Dios (al Hijo), por haber primero acogido en la obediencia de la fe la Palabra de Dios (el mensaje de su voluntad): primero concibió en su corazón, luego en su seno.
(387) Versión al texto latino (de donde traducimos) un tanto pobre. Debe ser: "No os tengáis en más de lo que conviene, sino tened una estima moderada, según la fe".
(388) Difícil de traducir tà epì tês gês he katà tòn ánthropón esti pragmateía. La idea es antignóstica: para los herejes, el Cristo celeste ha recapitulado solamente los seres del Pléroma (pneumáticos), así como el Demiurgo (psíquico) ha recapitulado los seres psíquicos, en cambio los seres materiales están perdidos. San Ireneo habla del único Cristo encarnado que ha recapitulado en sí todas las cosas, tanto los seres celestes (pneumáticos), como la creación terrena "según el hombre (completo)", material y psíquico (cuerpo y alma).
521 2.8. Las tentaciones de Cristo muestran que Dios es uno
(1179) 21,1. Habiendo pues recapitulado todo en sí, también recapituló nuestra lucha contra el enemigo; ha provocado y vencido a aquel que desde el principio nos había hecho cautivos en Adán, y ha quebrantado con el pie su cabeza como en el Génesis Dios dijo a la serpiente: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu simiente y la suya, éste (389) observará tu cabeza y tú observarás su talón" (Gn 3,15). Desde entonces el que habría de nacer de la mujer virgen según la semejanza de Adán, se preauncia que estará observando la cabeza de la serpiente, y ésta es la simiente de la que dice el Apóstol a los Gálatas: "Ha sido establecida la Ley de las obras hasta que viniese la simiente prometida" (Ga 3,19). Pero más claro lo expresa en la epístola cuando dice: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4,4).
Porque el enemigo no sería justamente vencido si el que lo venciese no fuese un hombre nacido de mujer. Porque por una mujer había dominado sobre el hombre y se había opuesto desde el principio al hombre. Por eso el Señor mismo se confiesa Hijo del Hombre, para recapitular en sí a aquel hombre viejo del cual él mismo se hizo creatura mediante la mujer; para que así como por un hombre vencido nuestra raza descendió hasta la muerte, así también por un hombre victorioso ascendamos a la vida; y como la muerte recibió la palma contra nosotros por un hombre, así también nosotros por un hombre recibamos la palma contra la muerte.
21,2. Pero el Señor no habría recapitulado en sí aquella antigua enemistad cumpliendo la promesa del Demiurgo y ejecutando su mandato, si hubiese provenido de otro Padre. Mas siendo el mismo (1180) quien al principio nos plasmó y que al final envió al Hijo, el Señor ejecutó su precepto "nacido de mujer" (Ga 4,4) destruyendo a nuestro adversario y perfeccionando al hombre según la imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). Y por eso no lo destruyó de otra manera sino mediante las palabras de la Ley (390), usando como ayuda el precepto del Padre para destruir y refutar al ángel apóstata.
Para comenzar, ayunó 40 días siguiendo el ejemplo de Moisés y de Elías. Al final tuvo hambre (Mt 4,2), a fin de que lo reconozcamos como hombre real y verdadero -porque es propio de quien ayuna tener hambre-, donde el adversario hallase cómo entrar a atacarlo. Este, que en el paraíso sedujo con un manjar a un hombre que no tenía hambre, para que despreciase el mandamiento divino, al final no pudo disuadir a otro hombre hambriento de que esperase sólo el pan que viene de Dios. Pues cuando lo tentó diciéndole: "Si eres Hijo de Dios haz que estas piedras se conviertan en pan", el Señor lo rechazó citando un precepto de la Ley: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre" (Mt 3,3-4 Dt 8,3). En cuanto a la condición "si eres Hijo de Dios", guardó silencio; en cambio encegueció al tentador confesándose hombre, y mediante la palabra del Padre le vació su argumento. De este modo la hartura del hombre por el doble bocado (391) se disolvió por la pobreza que se introdujo en este mundo.
Aquél, cuya tentación había sido destruida por la Ley, volvió al ataque con otra mentira sacada de la Ley. Lo llevó a lo más alto del templo y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, échate abajo. Pues está escrito: A sus ángeles te envió para que te lleven en sus manos, a fin de que tu pie no tropiece en la piedra" (Mt 4,6). Escondió tras la Escritura su mentira, como hacen todos los herejes. Estaba escrito: "Te enviará a sus ángeles"; en cambio "échate abajo" en ninguna parte lo dice la Escritura, sino que el diablo había inventado ese pretexto. El Señor (1181) lo refutó por la Ley, diciendo: "También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7 Dt 6,16). Citando la Ley le mostró lo que toca al hombre, no tentar a Dios; y en el hombre que el tentador tenía ante los ojos, no tentar a su Dios y Señor. De esta manera, la soberbia de los sentidos en la serpiente quedó diluida en la humildad de este hombre.
Ya dos veces el diablo había sido vencido por la Escritura. Así se mostró por sus propias palabras enemigo de Dios, cuando quiso persuadirlo empujándolo a hacer lo contrario al precepto divino. Como un derrotado que pretende recoger todo cuanto le queda de fuerzas para apuntarlas hacia una mentira, en tercer lugar "le mostró todos los reinos y su gloria", y le dijo, según refiere Lucas: "Todo esto te daré, pues me ha sido entregado y lo doy a quien quiero, si postrándote me adoras" (Mt 4,8-9 Lc 4,6-7). De esta manera el Señor lo desenmascaró, diciendo quién era: "Apártate, Satanás, a tu Dios adorarás y a él solo servirás" (Mt 4,10). De esta manera su nombre lo desnudó y lo mostró tal como es: Satanás, palabra que en hebreo significa apóstata. Habiéndolo vencido por tercera vez, lo rechazó como a un derrotado legítimamente. De este modo se disolvió la transgresión de Adán al mandato de Dios, por la fidelidad del Hijo de Dios al precepto de la Ley, no desobedeciendo al mandato de Dios.
21,3. ¿Quién es, entonces, el Señor Dios del que Cristo dio testimonio, al que nadie tentó y al que debemos adorar y a él solo servir? Sin duda alguna es el mismo Dios autor de la Ley. Pues todo había sido prescrito por la Ley, y el Señor mostró, usando las palabras de la Ley, que la Ley del Padre proclama al Dios verdadero. El ángel apóstata de Dios (1182) queda desenmascarado al declararse su nombre, derrotado como fue y vencido por el Hijo del Hombre obediente al precepto divino. Como al principio persuadió al hombre a transgredir el precepto del Creador, y así lo sometió a su poder, que consiste en la transgresión y apostasía, con las cuales ató al hombre, era preciso que fuese vencido por el hombre mismo, y atado con las mismas cuerdas con las que él había amarrado al hombre. De esta manera el hombre, desatado, se podía volver a su Señor, abandonando al diablo los lazos con los que éste lo había ligado, o sea la transgresión. El encadenamiento de éste fue la liberación del hombre, pues "nadie puede penetrar en la casa del fuerte y robarle sus bienes, si primero no atare al fuerte" (Mt 12,29 Mc 3,27).
(389) En el griego de los LXX dice autós = éste: no es la mujer quien ha de quebrantar la cabeza de la serpiente, sino éste, el varón descendiente de la mujer.
(390) Contra los gnósticos (especialmente Marción) que separaban al Dios del Antiguo Testamento, del Padre del Señor Jesucristo, les muestra que éste venció al demonio con las palabras de la Ley promulgada por Moisés. La unidad de la Escritura conduce a la unidad divina.
(391) Es decir, por la desobediencia primero de Eva, luego de Adán.
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El Señor con su palabra le probó que todo lo suyo se oponía al Dios Creador de todas las cosas, y lo sometió por su (obediencia al) mandamiento -y este mandamiento es ley de Dios-: en cuanto hombre lo descaró como desertor, transgresor de la Ley y apóstata de Dios; y más tarde, en cuanto Verbo lo encadenó fuertemente, como a su propio fugitivo, y le arrebató los bienes, o sea los hombres de quienes él se había apoderado e injustamente se servía (392). Así fue justamente mantenido cautivo aquel que injustamente había tenido prisionero al hombre; en cambio quedó libre el hombre sometido al poder de este amo, según la misericordia de Dios Padre que se compadeció de su creación y le concedió la salvación por medio de su Verbo. Así lo reparó, a fin de que el hombre aprenda por experiencia propia que no se vuelve incorruptible por sí mismo, sino por don de Dios.
22,1. Este fue el modo como el Señor claramente reveló que el único Dios y Señor verdadero es aquel que la Ley (1183) anunció -pues a aquel mismo Dios al que la Ley había de antemano proclamado, Cristo lo mostró como Padre, el único al que deben servir los discípulos de Cristo-. Este mismo venció al enemigo usando las palabras de la Ley -pues la Ley nos manda alabar y servir sólo al Dios Demiurgo-. Ya no cabe, pues, buscar a otro Padre además de éste o superior a él "porque uno solo es Dios, que justifica la circuncisión en virtud de la fe, y el prepucio por la fe" (Rm 3,30). En cambio, si hubiese habido otro Padre superior y perfecto, el Señor no habría destruido a Satanás por las palabras y preceptos de éste.
Por otra parte, la ignorancia no puede resolverse por otra ignorancia, así como la culpa no se borra por otra culpa. Así pues, si la Ley fuese producto de ignorancia y de culpa, ¿cómo podían las palabras en ella contenidas disolver la ignorancia del diablo y vencer al fuerte? Pues el fuerte no puede ser vencido por alguien inferior o igual a él, sino por uno más poderoso. Y el más fuerte sobre todas las cosas es el Verbo de Dios que proclama: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es tu único Señor. Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, a él lo adorarás y sólo a él servirás" (Dt 6,4-5,13). También en el Evangelio con las mismas palabras destruye la apostasía, y con la voz del Padre derrota al fuerte, y proclama en sus propios términos el mandato de la Ley, cuando responde: "No tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7 Dt 6,16). Así pues, no destruyó al adversario y venció al fuerte con palabras ajenas, sino con las de su propio Padre.
2.9. Una sola Ley en los dos Testamentos
22,2. Librados por el mismo precepto, nos enseñó a los hambrientos a esperar el alimento que viene de Dios. Cuando se nos eleva con todo tipo de carismas, se nos confían las obras de justicia, o se nos agracia con el don excelente del ministerio, de ningún modo hemos de alzarnos y tentar a Dios, sino en todo hemos de sentirnos humildes y tener a la mano: "No tentarás al Señor tu Dios"; como enseña el Apóstol: "No atraídos por la altivez, sino con los sentimientos de los humildes" (Rm 12,16). Ni hemos de dejarnos cautivar por las riquezas, la gloria mundana o las fantasías del presente; sino que es necesario aprender a adorar al Señor Dios y a él solo servir, sin creer a quien falsamente promete lo que no es suyo: "Todo esto te daré, si postrado me adoras" (Mt 4,10 Dt 6,13); pues él mismo confiesa que adorarlo y someterse a su voluntad es apartarse de la gloria de Dios.
(1184) Pues bien, ¿en qué cosa buena o deleitable puede tener parte el que cae, o qué otra cosa puede esperar sino la muerte? Pues la muerte está cerca del caído. Y no puede ni siquiera cumplir lo que ha prometido, pues ¿cómo podría darlo, si él mismo está caído? Además, como nuestro Dios tiene el señorío sobre todos y también sobre él, y sin la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos ni un pájaro cae por tierra (Mt 10,29), aquello mismo que él dijo: "Todo esto me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero" (Lc 4,6) no hace sino inflarlo de soberbia. Porque ni la creación está bajo su poder, siendo él mismo una creatura, ni es él quien otorga los reinos a los seres humanos; ya que es el Padre quien dispone de todas estas cosas, así como de todo cuanto se refiere al hombre. Dijo el Señor, en efecto: "El diablo es mentiroso desde el principio, y no se mantuvo en la verdad" (Jn 8,44). Por tanto, si es mentiroso y no se mantuvo en la verdad, entonces no dijo la verdad cuando habló con engaño: "Todo esto me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero" (Lc 4,6).
(392) Nótese la finura del pensamiento de San Ireneo: Jesucristo realizó la Economía en cuanto Dios y en cuanto hombre: "en cuanto hombre lo descaró (al diablo) como desertor", "en cuanto Verbo lo encadenó"; y, como ha dicho poco antes, "el encadenamiento de éste (el diablo) fue la liberación del hombre". Y, en esta obra, el obispo de Lyon siempre se refiere a un solo sujeto que la llevó a cabo (después se diría "a una persona"). Termina este pasaje atribuyendo toda la Economía a la misericordia del Padre, que la realizó por su Verbo.
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2.10. El padre de la mentira
23,1. Porque ya se había acostumbrado a mentir contra Dios, con tal de seducir a los hombres. Al principio Dios había dado al hombre toda suerte de alimentos, y sólo le prohibió comer de un árbol, como en la Escritura Dios dijo a Adán: "Puedes comer de todo árbol del paraíso, pero del árbol del conocimento del bien y del mal no comerás; pues el día que comieres de él, morirás de muerte" (Gn 2,16-17). El (diablo), mintiendo contra Dios tentó al hombre, como en la Escritura la serpiente dijo a la mujer: "¿Por qué dijo Dios: No comerás de ningún árbol del paraíso?" (Gn 3,1). Ella rechazó la mentira, y con simplicidad mantuvo el precepto al responder: "Podemos comer de todo árbol del paraíso, pero sobre el fruto del árbol que está en medio del paraíso, dijo Dios: No comeréis de él ni lo tocaréis, para que no muráis" (Gn 3,2-3).
Habiendo la mujer explicado el mandato de Dios, (el diablo) habituado a la astucia de nuevo la engañó usando otra mentira: "No moriréis de muerte. (1185) Dios sabía que si un día coméis de ese árbol, se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3,4-5). En primer lugar, en el paraíso de Dios disputaba sobre Dios, como si éste estuviese ausente; ignoraba, en efecto, la grandeza divina. En seguida, habiendo oído de ella que Dios habría dicho que ellos morirían si gustaban de tal árbol, añadió otra mentira: "No moriréis de muerte". Mas, como Dios es veraz, y en cambio la serpiente es mentirosa, los efectos probaron que la muerte sería la consecuencia si ellos comían. Al mismo tiempo ellos gustaron del bocado y de la muerte; porque comieron por desobediencia, y la desobediencia produce la muerte. Por eso fueron ellos entregados a la muerte, pues se hicieron sus deudores.
23,2. Porque ellos murieron el mismo día en que comieron y se hicieron deudores de la muerte, por ese motivo uno solo es el día de la creación: "Se hizo tarde y mañana, día primero" (Gn 1,5). En el mismo día comieron y murieron. Considerando el ciclo y el curso de los días, de acuerdo al cual se les llama primero, segundo y tercero, si alguien quiere investigar con diligencia cuál de los siete días murió Adán, lo descubrirá a partir de la Economía del Señor. Porque él, para recapitular en sí a todo el hombre desde el principio hasta el fin, también recapituló su muerte. Es claro que el Señor, por obediencia al Padre, sufrió la muerte el mismo día en que Adán murió por desobedecer a Dios. Y en el mismo día en que comió, en ese día murió, pues Dios le dijo: "El día en que comiéreis, moriréis de muerte" (Gn 2,17). Para recapitular en sí mismo ese día, el Señor asumió la pasión la víspera del sábado, o sea el sexto día de la creación, en la cual el hombre había sido plasmado, a fin de darle mediante su pasión la segunda creación, fruto de su muerte.
Algunos incluso ponen la muerte de Adán en el año mil, (1186) porque "los días del señor son como mil años" (2P 3,8 Ps 90,4). Adán no sobrepasó, pues, los mil años, sino que murió dentro de ellos, para cumplir la sentencia de su transgresión. Sea, pues, por la desobediencia que lleva a la muerte, sea porque desde entonces fueron entregados a ella y se hicieron deudores de la muerte, sea porque murieron el mismo día en que comieron ya que fue el primer día de la creación, sea por el ciclo de los días pues murieron el mismo día en que comieron, es decir en la Pascua (que significa la cena pura (393)) que cae en viernes (día que el Señor eligió para sufrir), sea porque Adán no sobrepasó los mil años sino que murió dentro de ellos: según el significado de todos los hechos anteriores, Dios se mostró veraz. Murieron los que comieron del árbol, y la serpiente se manifestó mentirosa y homicida, como el Señor dijo refiriéndose a ella: "Desde el principio es homicida y no permaneció en la verdad" (Jn 8,44).
(393) Significa más bien tránsito, salto y su derivado baile. Fiesta que iniciaba la gran peregrinación de los pueblos pastores para buscar pastos.
524 2.11. El miente desde el principio
24,1. Así como mintió al principio, también mintió al final, cuando dijo: "Todo esto me ha sido entregado y lo doy a quien quiero" (Lc 4,6). Pues no es él, sino Dios, quien delimitó los reinos de la tierra: "El corazón del rey está en manos de Dios" (Prov 21,1). Y por Salomón dice la Palabra: "Por mí reinan los reyes y los poderosos ejercen la justicia; yo exalto a los príncipes y por mí los jefes reinan sobre la tierra" (Prov 8,15-16). Y sobre lo mismo, escribe Pablo: "Sujetaos a las autoridades constituidas; pues el poder no viene sino de Dios. Y las que hay están establecidas por Dios" (Rm 13,1). Y también dice refiriéndose a ellas: "Pues no sin motivo lleva la espada, pues es un ministro de Dios, para tomar venganza con dureza de los que obran el mal" (Rm 13,4). No dice esto a propósito (1187) de los poderes angélicos ni de príncipes invisibles, como algunos se atreven a interpretar, sino de los gobiernos humanos, pues dice: "Por eso pagáis tributos, pues son ministros de Dios y en eso ejercitan un servicio" (Rm 13,6). El Señor confirmó lo mismo, no haciendo caso de los engaños del diablo, cuando mandó a Pedro pagar a los cobradores el tributo por sí y por él, porque "son ministros de Dios y en eso ejercitan un servicio".
24,2. Una vez que el hombre se apartó de Dios, se convirtió casi en una fiera, de modo que tuvo por enemigo incluso al de su propia sangre, y se entregó a todo tipo de desorden, homicidio y avaricia, sin temor alguno. Por ello Dios impuso el miedo a los hombres, ya que no conocían el temor a Dios; los sujetó al poder humano y los controló con la ley, a fin de que ésta ejerza una cierta justicia y los hombres se controlen unos a otros, temiendo la espada que abiertamente los amenaza, como escribe el Apóstol: "No sin causa lleva la espada; porque es ministro de Dios, para ejercer la cólera y la venganza contra quien haga el mal" (Rm 13,4). Por este motivo a los magistrados, revestidos de la ley como divisa, no se les pedirá cuenta ni se les castigará por todo aquello en que actuaren de manera justa y legítima. En cambio, si hicieren algo inicuo e impío para dañar al justo o para contravenir la ley, o ejercitaren su servicio de modo tiránico, perecerán; porque el justo juicio de Dios se aplica a todos por igual y no falla en ningún caso. Dios, pues, estableció el reino de la tierra en favor de los gentiles (no lo hizo el diablo, porque siempre anda inquieto, más aún porque pretende siempre que los pueblos no vivan en paz), a fin de que, temiendo el poder humano, los hombres no se traguen unos a otros como los peces, sino que por la disposición de la ley controlen la multiforme injusticia de los paganos. En este sentido son ministros de Dios. Y si son ministros de Dios, los que nos cobran los impuestos en ello ejercitan un servicio.
24,3. "Toda autoridad ha sido dispuesta por Dios". Es, pues, claro que el diablo miente cuando dice: "Todo me han sido entregado y lo doy a quien quiero". Aquel por cuya disposición existen los hombres, también con su mandato establece a los reyes adecuados a los tiempos y personas (1188) sobre las que reinan. Algunos son elegidos para la corrección y el provecho de los súbditos y para conservar la justicia; otros para infundir temor, castigo y reproche; otros para la vanidad, insolencia y orgullo, según los súbditos lo merecen; pues, como hemos dicho arriba, el justo juicio de Dios recae igualmente sobre todos. Mas el diablo, siendo un ángel apóstata, puede hacer solamente lo que hizo desde el principio: seducir y arrastrar la mente del hombre a transgredir los preceptos de Dios, y cegar poco a poco los corazones de aquellos que se dedican a servirlo; de este modo les hace olvidar al verdadero Dios, y adorarlo a él como si fuese Dios.
24,4. Es como si un rebelde, habiéndose apoderado por la fuerza de una región, perturbara a quienes viven en ella, y reivindicara para sí la gloria del rey para gobernar a aquellos que ignoraran que es un ladrón y un rebelde. Del mismo modo el diablo, siendo uno de los ángeles elevados sobre los aires, como escribió el Apóstol Pablo en su Carta a los Epesios (Ep 2,2), por envidia del hombre (Sg 2,24) apostató de la ley divina: pues la envidia es ajena a Dios. Y como en el hombre quedaron desenmascarada su apostasía y al descubierto sus intenciones, el diablo se fue haciendo cada vez más enemigo del hombre, envidiando su vida y queriendo aprisionarlo en su poder rebelde. En cambio el Verbo de Dios hacedor de todas las cosas, venciendo al diablo por medio del hombre y dejando al desnudo su rebeldía, sujetó al diablo al poder del hombre, cuando dijo: "Os doy el poder de pisotear serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo" (Lc 10,19). De esta manera, habiendo él dominado al hombre por la apostasía, su rebelión quedó anulada por el hombre que retorna a Dios.
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3.1. El Anticristo
25,1. Y no sólo por lo que hemos dicho, sino también por lo que sucederá bajo el poder del Anticristo, se prueba que el diablo, siendo apóstata y ladrón, quiere ser adorado como Dios; (1189) y se quiere proclamar rey, siendo un siervo. Porque él, recibiendo todo el poder del diablo, vendrá no como rey justo o legítimo sujeto a Dios, sino como impío, injusto y sin ley, como apóstata, inicuo y homicida, como un ladrón que recapitulará en sí la apostasía del diablo. Derrocará a los ídolos para persuadirnos de que él mismo es Dios, poniéndose a sí mismo como el único ídolo, resumiendo en sí los distintos errores de los ídolos, a fin de que, aquellos que adoran al diablo mediante muchas maldades, lo sirvan a él en su único ídolo. De este es de quien afirma el Apóstol en su segunda Carta a los Tesalonicenses: "Primero ha de venir la rebelión y manifestarse el hombre de pecado, el hijo de la perdición, el enemigo que se exalta a sí mismo sobre todo lo que llamamos Dios y es objeto de culto, hasta sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar a sí mismo por Dios" (2Th 2,3-4). El Apóstol claramente desenmascara su apostasía y que se alzará contra todo lo divino y contra todo objeto de culto, es decir sobre todos los ídolos -pues no son dioses, aunque así los llamen los hombres-, y que él de manera tiránica se empeñará en mostrarse como Dios.
25,2. Además dio a conocer lo que muchas veces hemos dicho, que el templo de Jerusalén fue construido por mandato del verdadero Dios. El Apóstol mismo, hablando según su propio pensar (394), lo llama, en la plena acepción del término, templo de Dios. Y ya dijimos en el tercer libro (395) que el Apóstol nunca llama Dios, hablando en nombre propio, sino a aquel que es el Dios verdadero, el Padre de nuestro Señor, por cuyo mandato se construyó el templo de Jerusalén, por las razones que hemos expuesto. Pues en este templo se sentará el enemigo, tratando de mostrarse a sí mismo como el Cristo, como dice el Señor: "Cuando viereis la abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel, cuando estaba de pie en el lugar santo, (1190) el que lee entienda, entonces quienes estén en Judea huyan a los montes, y quien se encuentre en el techo no baje a sacar algo de la casa. Pues habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, y como no la habrá jamás" (Mt 24,15-17,21).
25,3. Daniel, contemplando el fin del último reino, es decir los últimos diez reyes entre los cuales se dividirá el reino de aquellos sobre los cuales sobrevendrá el hijo de la perdición, dice que nacerán diez cuernos a la bestia, y que brotará un cuerno más pequeño en medio de ellos, y tres de los primeros cuernos serán arrancados en su presencia (Da 7,7-8). "Y he aquí, dice, que este cuerno tenía unos ojos como ojos de hombre y una boca grandilocuente y su aspecto era superior al de los otros. Vi cómo ese cuerno hacía la guerra a los santos infligiéndoles violencia, hasta que llegó el Anciano en Días e hizo justicia a los santos del Dios Altísimo, y llegó el tiempo en que los santos tomaran posesión del reino" (Da 7,8 Da 20-22). Después, una vez terminada la visión, se le reveló: "La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, que sobresaldrá sobre los antiguos reinos, se tragará toda la tierra, la pondrá bajo sus pies y la hará pedazos. Los diez cuernos de la bestia son los diez reyes que se levantarán, después de ellos se alzará otro que superará en maldades a todos los que lo precedieron, acabará con los tres reyes, lanzará palabras contra el Dios Altísimo, pisoteará a los santos del Dios Altísimo, y tratará de trastornar los tiempos y la ley. Y se le dará en la mano un tiempo y tiempos y medio tiempo" (Da 7,23-25), es decir, tres años y seis meses, durante los cuales dominará la tierra.
También Pablo habla del tema en la segunda Carta a los Tesalonicenses, anunciando la causa de su venida: "Entonces se revelará el impío, al que el Señor Jesús matará con el soplo de su boca y lo destruirá con el esplendor de su venida. La llegada del maligno, por obra de Satanás, se manifestará con todo tipo de poder, de signos y portentos. (1191) Y con toda la carga de mentiras y seducciones engañará a los que se pierden, porque no han acogido el amor de la verdad para ser salvos. Por eso Dios les envía un poder que los engañe, para que crean en la falsedad y se condenen todos aquellos que no creyeron en la verdad, sino que se entregaron a la maldad" (2Th 2,8-12).
25,4. El Señor decía a los que no creían en él: "Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís. Si viniere algún otro en su propio nombre, a él lo recibiréis" (Jn 5,43), ese algún otro es el Anticristo, porque es extraño a Dios. Es el juez inicuo de quien el Señor afirmó que "no temía a Dios ni respetaba a los hombres" (Lc 18,2), al cual acudió aquella viuda que se había olvidado de Dios, es decir la Jerusalén terrestre, para reclamar venganza de su enemigo. Esto es lo que el Anticristo hará cuando reine: trasladará su reino a Jerusalén y se asentará en el templo de Dios, seduciendo a aquellos que lo adoran como a Cristo.
Por eso dice Daniel: "Desoló el lugar sagrado, impuso el pecado en lugar del sacrificio, echó por tierra la justicia, y prosperó en todas sus acciones" (Da 8,11-12). Y el ángel Gabriel, al explicarle sus visiones, le dijo: "Al final de su reino se alzará un rey con apariencia de bien y astuto en los asuntos. Tendrá mucha fuerza, causará maravilla, destruirá, gobernará y actuará, y exterminará a los poderosos y al pueblo santo. Se afirmará el yugo de sus cadenas; llevará en su mano la traición, su corazón se llenará de orgullo; con engaño hará morir a muchos y hará desaparecer a otros. A todos los aplastará como huevos con sus manos" (Da 8,23-25). En seguida, para describir su tiranía, durante la cual serán perseguidos los santos que ofrecen el sacrificio puro a Dios: "A la mitad de la semana pondrá fin a los sacrificios y libaciones, y levantará en el templo la abominación de un ídolo, hasta que se consume el tiempo la destrucción estará por encima de la desolación" (Da 9,27). La mitad de la semana son tres años y medio.
25,5. En todos estos (pasajes) (1192) se anuncian no sólo las apostasías y se resumen las consecuencias de todo error diabólico, sino también al único Dios Padre, el mismo que los profetas anunciaron y Cristo puso de manifiesto. Es cierto que el Señor confirmó lo que Daniel había profetizado: "Cuando viereis la abominación de la desolación que el profeta Daniel predijo" (Mt 24,15); pero también el ángel Gabriel explicó a Daniel la visión (el mismo ángel del Demiurgo que llevó a María el claro anuncio del advenimiento y encarnación de Cristo: Lc 1,26ss), de donde se aclara con evidencia que se trata del único y mismo Dios que eligió a los profetas, envió a su Hijo y nos llamó a conocerlo.
(394) Recuérdese la teoría de los gnósticos: los Apóstoles habrían predicado (y escrito) para los judíos, con la mentalidad judía. Por tanto Pablo, para adaptarse a los judíos (que creían en Yahvé como el Demiurgo) habría dicho que el templo de Jerusalén había sido construido para éste. Por ello San Ireneo dice que Pablo, "hablando según su propio pensar" (ek toû idíou prosópou), es decir, pensando en el único Dios que él conocía. Por eso añade el adverbio kyríos, que he traducido "en la propia acepción del término".
(395) Ver III, 6,1; 10,1.
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Ireneo, Contra herejes Liv.5 ch.19