Ireneo, Contra herejes Liv.5 ch.34

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4.4. Israel también invitado a esta herencia


34,1. Isaías anunció claramente el gozo de los buenos en la futura resurrección de los justos: "Resucitarán los muertos, se levantarán los que están en los sepulcros y se alegrarán los habitantes de la tierra; pues tu rocío es su salvación" (
Is 26,19). También Ezequiel dice: "He aquí que abriré vuestras tumbas y os sacaré de ellas. Arrancaré a mi pueblo de los sepulcros, pondré mi Espíritu en vosotros y sabréis que yo soy el Señor" (Ez 37,12-14). Y en otro lugar añade: "Esto dice el Señor: Recogeré a Israel de entre todos los pueblos donde han estado dispersos, y en ellos brillará mi santidad ante los gentiles. Habitarán la tierra que di a mi siervo Jacob. La habitarán en esperanza, construirán casas, plantarán viñas y vivirán en la esperanza. Cuando yo juzgue a quienes los han despreciado y a todas las naciones que los rodean, sabrán que yo soy el Señor su Dios y el Dios de sus padres" (Ez 28,25-26). Hace poco hemos explicado que la Iglesia es la descendencia de Abraham. Pues para que advirtamos que estas cosas tendrán lugar en el Nuevo Testamento a partir del Antiguo, cuando el Señor recogerá de entre las naciones (1216) a quienes se salvarán, haciendo de las piedras hijos de Abraham, se cumplirá lo que Jeremías dice: "He aquí que llegan días, dice el Señor, en que ya no dirán: Vive el Señor, que sacó de Egipto a los hijos de Israel, y de todos los países a donde habían sido arrastrados. El los hará volver a su tierra, que había dado a sus padres" (Jr 16,14-15 Jr 23,7-8).

34,2. Como Dios creó todas las cosas según su voluntad para que aumenten y lleguen a su culmen, y así puedan producir y madurar sus frutos, Isaías anuncia: "Sobre todos los montes altos y sobre toda colina elevada correrá el agua, aquel día en el que muchos perecerán y los torres caerán por tierra. La luz de la luna será como la del sol, y éste brillará siete veces más, cuando el Señor cure a su pueblo contrito y sane el dolor de sus heridas" (Is 30,25-26). El dolor de la llaga es el que al principio le causó Adán, lesionado por su desobediencia, es decir la muerte, de la cual el Señor nos sanará cuando nos resucite de entre los muertos y nos restituya la herencia de nuestros padres (que se encuentra en la bendición a Jafet: "Que Dios amplíe la tierra de Jafet y que habite en las casas de Sem" (Gn 9,27). (401) E Isaías dice: "Pondrás tu confianza en el Señor, y él te introducirá en los bienes de la tierra y te alimentará con la heredad de tu padre Jacob" (Is 58,14).

Por su parte el Señor dice: "Dichosos los siervos a quienes su amo, al llegar, halle velando. En verdad os digo que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y los servirá. Y si viene durante el turno de la tarde y así los encuentra, dichosos ellos, porque los hará sentar y los servirá. Y si así los encuentra en la segunda y tercera vigilia, serán dichosos" (Lc 12,37-38). Lo mismo escribe Juan en el Apocalipsis: "Dichoso y santo el que tenga parte en la resurrección primera" (Ap 20,6). Isaías anunció cuándo sucederán estas cosas: "Y pregunté: ¿Hasta cuándo, Señor? Hasta que las ciudades queden desoladas y sin habitantes, en las casas ya no haya moradores y la tierra se torne desierta. Después el Señor nos alejará a los hombres, y aquellos que queden se multiplicarán sobre la tierra" (Is 6,11-12). Lo mismo afirma Daniel: "A los santos del Dios Altísimo se les concedió el reino, el poder y la grandeza de los reyes, su reino será (1217) para siempre y todos los imperios le servirán y obedecerán" (Da 7,27). Y, para que no se pensara que tal promesa se verificará en nuestro tiempo, el profeta añadió: "Ven y quédate en tu heredad cuando el tiempo se haya consumado" (Da 12,13).

34,3. Jeremías enseña que estas promesas fueron hechas no sólo a los padres y a los profetas, sino también a las Iglesias llamadas de entre los gentiles, a las cuales el Espíritu llama islas porque, edificadas en medio de la turbulencia y de la tempestad, sufren los golpes de las blasfemias. Son un puerto de salvación para quienes se hallan en peligro, y un refugio para quienes aman la verdad (402) y tratan de huir del Abismo, o sea del error: "Escuchad la palabra del Señor, ¡oh pueblos!, y anunciadla a las islas lejanas: El Dios que dispersó a Israel lo reunirá y guardará como un pastor a sus ovejas. Porque Dios redimió a Jacob y lo arrancó de la mano de uno más fuerte que él. Vendrán y se alegrarán en el monte Sion, donde gozarán de sus bienes, en la tierra que produce trigo, vino, todo tipo de frutos, animales y ovejas. Su alma será como un árbol fructífero, y ya nunca tendrán hambre. Entonces las vírgenes se alegrarán en la asamblea de los jóvenes y los viejos se regocijarán. Convertiré su luto en alegría y los haré felices. Engrandeceré y embriagaré el alma de los sacerdotes descendientes de Leví, y mi pueblo se llenará de mis bienes" (Jr 31,10-14). En el libro anterior mostramos que levitas y sacerdotes son todos los discípulos del Señor, los cuales profanan el sábado en el templo, sin cometer falta (Mt 12,5). Por lo tanto, estas promesas claramente significan el banquete de la creación en el Reino de los justos, que Dios prometió a cuantos le sirven.


4.5. La Jerusalén celeste

34,4. Isaías añade, acerca de Jerusalén y de su Rey: "Esto dice el Señor: Dichoso el que tiene descendencia en Sion y parientes en Jerusalén. Pues reinará un rey justo y los príncipes gobernarán con justicia" (Is 32,1). Y acerca de los preparativos para reconstruirla, dice: "He aquí que te prepararé el diamante como piedra y el zafiro como cimiento; de rubí haré tus torres, de cristal de roca tus puertas y de piedras escogidas tu muro de defensa. Tus hijos serán discípulos del Señor (1218) y vivirán en paz. Sobre justicia serás edificada" (Is 54,11-14). Y también: "Yo construiré a Jerusalén para que se goce y a mi pueblo para que se alegre. (Y yo me alegraré en Jerusalén y me regocijaré en mi pueblo) (403). Ya no se escuchará en ella voz de llanto ni gemido; no morirá el niño en ella ni habrá anciano que no cumpla sus días. Será joven el que muera a los cien años, el pecador morirá a los cien años como un maldito. Construirán casas y ellos mismos habitarán en ellas; plantarán viñas y ellos mismos comerán sus frutos y beberán su vino. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. La vida de mi pueblo se prolongará como la de un árbol, y durarán hasta envejecer las obras de sus manos" (Is 65,18-22).

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35,1. Si algunos pretenden entender estas frases sólo en alegoría, no podrán siquiera ponerse de acuerdo entre sí. Las mismas expresiones sobre las que aleguen les convencerán, porque "cuando las ciudades de los gentiles queden desoladas y sin habitantes, en las casas ya no haya moradores y los campos queden desiertos" (
Is 6,11), dice Isaías, "vendrá el día del Señor, terrible, lleno de furor, para convertir toda la tierra en desierto y para arrancar de ella a los pecadores" (Is 13,9). Y añade: "Que el impío sea exterminado para que no vea la gloria del Señor" (Is 26,10). Y, cuando todo esto sucediere, "Dios alejará a los hombres y los que queden se multiplicarán sobre la tierra" (Is 6,12). "Construirán casas y ellos mismos las habitarán; plantarán viñas y ellos mismos comerán" (Is 65,21). Todo esto se refiere sin duda a la resurrección de los justos, la cual acaecerá después de la venida del Anticristo.

Será también la perdición de todos los paganos que lo sigan, y en cambio los justos reinarán sobre esa tierra, creciendo en la visión del Señor, acostumbrados a vivir en la gloria del Padre, en comunión de vida con los ángeles, y en el Reino serán acogidos en la asamblea de los espirituales. Aquellos a quienes el Señor, al venir de los cielos, encuentre esperándolo (1219) en la carne tras haber sufrido la tribulación y haber escapado de las manos del impío, son aquéllos de los cuales dijo el profeta: "Y los que queden se multiplicarán sobre la tierra" (Is 6,12). Quienes queden en la tierra para multiplicarse son aquellos de entre los gentiles, a quienes el Señor hubiere preparado. Vivirán bajo el reinado de los santos y servirán en Jerusalén.

Más claramente aún el profeta Jeremías (404) habló de Jerusalén y de su Reino: "Mira al oriente, Jerusalén, y contempla el bienestar que el mismo Dios te envía. Mira, vienen a ti tus hijos a quienes has alejado, se reunirán de oriente y occidente convocados por la palabra del santo, para alegrarse con la gloria de Dios. Jerusalén, quítate el vestido de luto y de duelo, y vístete la gloria de Dios para siempre. Cíñete el doble manto de justicia que Dios te da, y ponte en la cabeza la corona de la gloria eterna. Porque Dios mostrará tu esplendor a toda la tierra bajo el cielo. El mismo Dios te pondrá como nombre para siempre Paz de la justicia y Gloria de la piedad. Levántate, Jerusalén, ponte en pie, mira al Oriente y ve a tus hijos reunidos desde donde sale el sol hasta el ocaso, convocados por la palabra del Santo, felices porque Dios se ha acordado de ellos. Ellos habían huido a pie, hostigados por los enemigos, y ahora el Señor los vuelve a conducir a ti, portados en gloria como el trono del rey. Pues Dios ordenó que todo monte elevado y toda colina eterna se abaje, y que los valles se llenen para emparejar la tierra, a fin de que Israel camine segura en la gloria de Dios. Al mandato de Dios todos los árboles olorosos y los bosques extendieron su sombra para Israel. Dios conducirá a Israel con alegría, en la luz de su gloria, con la justicia y misericordia que de él dimana" (Bar 4,36-5,9).

4.6. La Nueva Jerusalén y el Reino del Padre


35,2. Estos dones no pueden suponerse en una esfera superior a los cielos, "porque Dios mostrará tu esplendor a toda la tierra bajo el cielo" (Bar 5,3), sino en el tiempo del Reino, una vez que Cristo haya renovado la tierra y reedificado Jerusalén según el modelo de la Jerusalén de arriba, sobre la cual dice el profeta Isaías: "En mis manos pinté tus murallas y tú estás siempre delante de mis ojos" (Is 49,16). Y el Apóstol dice en la Carta a los Gálatas: "La Jerusalén de arriba es libre y madre de todos nosotros" (Ga 4,26). No lo dice acerca de algún Eón errante o Entímesis, (1220) ni de algún Poder que se hubiese alejado del Pléroma llamado Prúnico, sino de la Jerusalén que Dios lleva impresa en sus manos.

En el Apocalipsis Juan la vio descender sobre la tierra nueva. Y después de los tiempos del reino, afirma, "vi un gran trono blanco y, sentado en él, a aquél de cuya presencia huyen la tierra y el cielo, los cuales no dejaron rastro" (Ap 20,11). Y describe cuanto se refiere a la resurrección y juicio universales: "Vi a los muertos, grandes y pequeños. El mar devolvió a los muertos que guardaba, y la muerte y el infierno entregaron a los muertos que tenían retenidos, y se abrieron los libros. Luego se abrió el libro de la vida, y según lo escrito en ellos los muertos fueron juzgados, de acuerdo con sus obras. La muerte y el infierno fueron echados al estanque de fuego. Ese estanque de fuego es la muerte segunda" (Ap 20,12-14). Lo llamamos gehenna, y el Señor lo describió como "fuego eterno" (Mt 25,41): "Y si alguien no se encontró escrito en el libro de la vida, fue arrojado al estanque de fuego" (Ap 20,15). Y más adelante añade: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar dejó de existir. Y vi la nueva Jerusalén, la ciudad santa, bajar del cielo como una mujer preparada para su esposo. Y oí una fuerte voz que salía del trono y decía: Este es el santuario de Dios con los hombres, y habitará con ellos, los pueblos serán suyos, el mismo Dios estará con ellos y será su Dios. Y borrará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni duelo, ni dolor, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21,1-4). Isaías afirma lo mismo: "Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva. No recordarán lo anterior ni les vendrá a la memoria, sino que la alegría y el gozo habitarán en ella" (Is 65,17-18). También lo dijo el Apóstol: "La apariencia de este mundo queda atrás" (1Co 7,31). Igualmente dice el Señor: "La tierra y el cielo pasarán" (Mt 24,35). Juan, el discípulo del Señor, dice que, cuando éstos hayan pasado, la Jerusalén de arriba descenderá sobre la tierra nueva como una mujer adornada para su esposo, y que éste es el santuario en el cual Dios habitará con los hombres. Imagen de esta Jerusalén es la primera Jerusalén, en la cual los justos se prepararon para la incorrupción y se dispusieron para la salvación. Moisés recibió en la montaña la figura de este santuario (Ex 25,40 He 8,5).

No podemos decir que se trata de una mera alegoría; sino que todo cuanto Dios preparó para la felicidad (1221) de los justos tiene un sólido y verdadero cimiento. Pues, así como es verdadero y no alegórico el Dios que resucita al hombre, igualmente será que el hombre resucite de entre los muertos, como lo hemos expuesto con los anteriores argumentos. Y, así como resucitará de verdad, así también se preparará verdaderamente para la incorrupción, se desarrollará y madurará en el tiempo del reino, a fin de capacitarse para la gloria del Padre. Al final, habiéndose todo renovado, habitará verdaderamente en la ciudad de Dios. En efecto, "dijo el que está sentado en el trono: He aquí que renuevo todas las cosas. Y el Señor dijo: Escribe todas estas cosas. Estas son palabras verdaderas y dignas de confianza. Y me dijo: Lo he hecho" (Ap 21,5-6). Así es justamente.

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36,1. Porque, tratándose de verdaderos seres humanos, también habrá de ser real su traslación; no pasarán al no-ser, sino que, por el contrario, progresarán en su ser. Pues no se exterminará la substancia ni el ser de la creación -ya que es fiel y verdadero el que la sustenta-, sino que "pasará la apariencia de este mundo" (
1Co 7,31), es decir del mundo en el cual acaeció la transgresión, en el cual el hombre se hizo viejo. Por tal motivo esa apariencia fue creada temporal, (1222) de acuerdo con el plan divino, como explicamos en el libro anterior, donde tratamos, hasta donde nos fue posible, sobre las razones por las cuales fue creado un mundo temporal (405). Una vez pasada la apariencia, renovado el hombre y ya maduro para la incorrupción, de modo que ya no pueda envejecer, "habrá un nuevo cielo y una nueva tierra" (Is 65,17), en la cual el hombre se mantendrá nuevo, siempre relacionándose con Dios de modo nuevo. Y, como todas estas cosas continuarán sin fin, Isaías escribió: "Así como este cielo nuevo y esta tierra nueva que hago permanecen en mi presencia -dice el Señor-, así permanecerán ante mí vuestra raza y vuestro nombre" (Is 66,22).

Como enseñan los Presbíteros, quienes fueren dignos de morar en los cielos, entrarán en ellos; otros gozarán de las delicias del paraíso; otros poseerán el esplendor de la ciudad; pero en todas partes verán a Dios, según la medida en que fueren dignos de contemplarlo.

(1223) 36,2. Habrá una diferencia en la habitación de aquellos que hayan fructificado el ciento por uno, el sesenta o el treinta (Mt 13,8): unos serán llevados al cielo, otros se detendrán en el paraíso y los terceros habitarán la ciudad. Por eso dijo el Señor que en la casa de su Padre hay muchas moradas (Jn 14,2). Todo pertenece a Dios, quien prepara a cada cual su habitación adecuada, como dijo su Verbo, que el Padre las distribuye a todos según los méritos de cada uno. Este es el salón de fiesta en el cual tomarán su lugar y se regocijarán todos los invitados a las bodas (Mt 22,1-14).

Los Presbíteros discípulos de los Apóstoles enseñan que este será el orden y providencia para los que se salvan, así como cuáles son los peldaños por los cuales se asciende: por el Espíritu subimos al Hijo y por éste al Padre, y el Hijo al final entregará su obra al Padre, como escribe el Apóstol: "El debe reinar, hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. La muerte será el último enemigo vencido" (1Co 15,25-26). En efecto, cuando llegue el Reino, el justo, viviendo sobre la tierra, (1224) olvidará la muerte: "Habiendo dicho la Escritura que todo le está sujeto, exceptúa a aquel que todo le ha sometido. Cuando se le hayan sometido todas las cosas, también el Hijo se le someterá a aquel que le ha sometido todo, para que Dios sea todo en todas las cosas" (1Co 15,27-28).

Conclusión: un solo Dios y Padre


36,3. Juan vio de antemano, con toda precisión, la primera resurrección de los justos (Ap 20,5-6) y la herencia en el reino de la tierra, de acuerdo con lo que habían anunciado los profetas. Lo mismo enseñó el Señor cuando prometió que bebería con sus discípulos la mezcla del cáliz nuevo en el reino (Mt 26,29). (Y también cuando dijo: "Vendrán días en que los muertos desde los sepulcros oirán la voz del Hijo del Hombre y resucitarán: quienes hayan hecho el bien, para la resurrección de la vida, y quienes hubieren hecho el mal, para la resurrección del juicio" (Jn 5,25 Jn 28-29). Primero habla de aquellos que resucitarán habiendo hecho el bien, para entrar en el reposo; después, de aquellos que resucitarán para ser juzgados; como dice la Escritura en el Génesis: que después de la consumación de este siglo, seguirá el día sexto (Gn 1,31-2,1), o sea el año 6000; porque éste será el día séptimo, día del descanso, como canta David: "Este es mi reposo, en él entrarán los justos" (Ps 132,14). Este séptimo día es el séptimo milenario (Ap 20,4-6) en el que reinarán los justos, en el que está prometida la incorrupción, una vez renovada la creación, para quienes hayan sido preparados para este fin). (406) El Apóstol Pablo confesó que la creación sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rm 8,19-21).

En todo esto y a través de todo, se ha revelado el mismo Dios Padre, el Creador del ser humano que prometió la herencia de la tierra a los padres, el que la dará a los justos en la resurrección, cuando cumplirá las promesas en el Reino de su Hijo, y como Padre nos otorgará todo aquello que "ni el ojo vio ni el oído oyó ni entró en el corazón del hombre" (1Co 2,9). Porque hay un solo Hijo, el que cumplió la voluntad del Padre, y una sola raza humana, en la cual se cumplen los misterios de Dios "que los ángeles desean contemplar" (1P 1,12). Mas éstos no son capaces de penetrar en la Sabiduría de Dios (407), por cuya actividad la creación fue modelada a imagen de su Hijo y perfeccionada de acuerdo con el cuerpo que éste asumió. Porque (el Padre) tuvo en su mente que su Hijo Primogénito, el Verbo, descendiese a su creatura, o sea a la obra que había modelado, a fin de que ésta lo acoja y a su vez sea acogida por él, y se eleve hasta el Verbo, superando a los ángeles por hacerse a imagen y semejanza de Dios.

Terminan los cinco libros de Ireneo sobre la Exposición y refutación de la falsa gnosis.

(401) El pasaje entre corchetes no se halla en el texto latino. En la resurrección todos los pueblos salvados (aun los provenientes de la gentilidad) serán herederos de Jafet, es decir tendrán por herencia la tierra prometida.

(402) El latín dice "que aman la altura", en contraposición al Abismo. En cambio el griego reconstruye "que aman la verdad" en contraposición al error.

(403) Esta sentencia entre corchetes no se encuentra en el texto latino, sino sólo en el griego reconstruido.

(404) Nótese que la cita no es de Jeremías, sino de Baruc.

(405) Ver IV, 3-4 y 38,4: todo este mundo material, por hermoso que sea, tiene sólo un sentido: la definitiva salvación del ser humano completo (alma y cuerpo) en la resurrección de los muertos. Por eso pasará la "apariencia" de este mundo (en el cual tuvo lugar el pecado y la muerte), de modo que reluzca en plenitud el original plan divino sobre el hombre.

(406) Este párrafo entre corchetes falta en el texto latino, se suple con el armenio. Traduzco de la versión griega.

(407) Es decir, en la obra del Espíritu, una de las dos manos (el Verbo y la Sabiduría) mediante las cuales el Padre hizo todas las cosas. San Ireneo concluye con esta visión trinitaria, que ha iniciado en el párrafo anterior (V, 36,2): "Por el Espíritu subimos al Hijo, y por éste al Padre, y el Hijo al final entregará su obra al Padre".


Ireneo, Contra herejes Liv.5 ch.34