Catena aurea ES
1de Santo Tomás de Aquino
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Isaías, el profeta más explícito sobre el Evangelio, compendiando en pocas palabras la sublimidad de la doctrina evangélica, su título y su materia, se dirige, en nombre del Señor, al escritor Sagrado en estos términos: Sube sobre un monte alto, tú que evangelizas a Sión; alza tu voz con esfuerzo, tú que evangelizas a Jerusalén; álzala, no temas. Di a las ciudades de Judá: Ved aquí a vuestro Dios. Ved que el Señor Dios vendrá con fortaleza, y su brazo dominará: he aquí con El la recompensa (Is 40,9-10).
San Agustín, contra Faustum, 2,2. Sobre el título mismo del Evangelio, la palabra Evangelio se traduce como "buena nueva", "buena noticia", lo cual puede decirse sin duda de todo bien que se anuncia. Pero esta palabra significa propiamente el anuncio del Salvador, por lo cual los narradores del nacimiento, hechos, dichos y sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, se han llamado con toda propiedad Evangelistas.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, 1,2. ¿Qué puede compararse a esta buena nueva? Dios en la tierra, el hombre en el cielo, la amistad de Dios hecha para nuestra naturaleza, la lucha de tantos siglos terminada, el diablo humillado, la muerte destruida, abierto el paraíso; y todas estas cosas que superan nuestra naturaleza, concedidas fácilmente, no porque las hayamos merecido, sino porque Dios nos ha amado.
San Agustín, de vera religione, cap. 16. Dios, que ha provisto por mil medios a la curación de las almas, según las necesidades de los tiempos (ordenados por su misma admirable sabiduría), de ningún modo proveyó mejor a las necesidades de la humanidad que cuando su Hijo único, consustancial al Padre y coeterno con El, se dignó asumir todo el hombre: "y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14) De este modo, al aparecer entre los hombres como verdadero hombre, nos ha mostrado cuán alto lugar ocupa entre las creaturas la naturaleza humana.
Pseudo-Agustín, sermones de Nativitate, serm. 9. Por fin, Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciese Dios. Esta es la buena nueva que el Profeta vaticina y que debía ser más tarde anunciada al decir: "Ved aquí nuestro Dios" (Is 40,9).
San León Magno, epistula ad Flavianum, 28,3. Aquel anonadamiento por el que el Invisible se mostró visible y el Creador y Señor de todo quiso ser uno de los mortales, fue una inclinación de su misericordia, no privación de su poder.
La Glosa interlineal, sobre el cap. 40 de Isaías. Para que no pueda creerse que Dios se ha llegado hasta nosotros disminuyendo su poder, añade el Profeta: "Ved aquí que el Señor vendrá con fortaleza" (Is 40,10).
San Agustín, de doctrina christiana, 1,12. No viene atravesando el espacio, sino manifestándose a los mortales en carne mortal.
San León Magno, sermones de Passione Domini, serm. 19,3. Por un poder inefable ha resultado que desde que Dios verdadero está unido a la carne pasible, ha venido al hombre la gloria por la afrenta, la incorruptibilidad por el suplicio, la vida por la muerte.
San Agustín, de peccatorum meritis, 2, 30. Por la efusión de la Sangre inocente ha sido cancelada la escritura de condenación con que el diablo tenía antes sometido al hombre.
La Glosa interlineal, sobre el cap. 40 de Isaías. Y como en virtud de la Pasión de Jesucristo los hombres libertados del pecado se han hecho siervos de Dios, continúa el Profeta: "Y su brazo dominará" (Is 40,10)
San León Magno, sermones de Passione Domini, serm. 19,3. Nosotros hemos hallado en Jesucristo una protección tan singular que, una vez asumida la condición mortal por la esencia impasible, ésta no ha continuado en la naturaleza pasible. De este modo lo que estaba muerto pudo ser vivificado por lo que no podía morir.
La Glosa interlineal, sobre el cap. 40 de Isaías. Y así, por Cristo se nos abre la puerta de la gloria inmortal. Por eso dice después: "He aquí el galardón que trae con El" (Is 40,10) De este premio habla el mismo Jesucristo (Mt 5,12): "Vuestra recompensa es muy grande en los cielos".
San Agustín, contra Faustum, 4,2. La promesa de la vida eterna y del reino de los cielos pertenece al Nuevo Testamento. El Antiguo sólo contiene promesas temporales.
La Glosa, sobre el cap. 1 de Ezequiel. Cuatro cosas nos enseña el Evangelio sobre Jesucristo: la Divinidad que asume la naturaleza humana; la naturaleza humana que es asumida; su Muerte, por la que somos librados de la esclavitud; y su Resurrección, por la que se nos abre la puerta a la vida gloriosa. Esto es lo que profetiza Ezequiel bajo la figura de los cuatro seres (Ez 1,5-14).
San Gregorio Magno, in Ezek. , hom. 4. El, el unigénito Hijo de Dios, se hizo verdadero hombre. El, víctima de nuestra redención, se dignó a morir como el becerro del sacrificio. El, por su propia fuerza, se levantó del sepulcro como un león. El también, al subir a los cielos, se elevó como el águila.
La Glosa, sobre el cap. 1 de Ezequiel. En su Ascensión puso de manifiesto su divinidad. San Mateo nos es representado por el hombre, porque se detiene principalmente en la humanidad de Jesucristo; San Marcos por el león, porque trata de su Resurrección; San Lucas por el becerro, porque se ocupa del sacerdocio; San Juan por el águila, porque él escribió sobre los misterios divinos.
San Ambrosio, commentarium in Lucam, pref. De ahí que haya prevalecido llamarse libro de moral el Evangelio según San Mateo, porque las costumbres se dicen propiamente del hombre, y no de otro ser. San Marcos es reconocido bajo la figura de león, porque comienza su relato con la expresión del poder divino en estos términos: "Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". San Lucas es reconocido bajo la figura de toro, porque empieza su libro hablando del sacerdocio, y el becerro es la víctima inmolada por el sacerdote. A San Juan se le da la figura del águila, porque ha expresado los milagros de la Resurrección divina.
San Gregorio Magno, in Ezek. , hom. 4. Esto mismo se atestigua en el comienzo de cada uno de los cuatro Evangelios. San Mateo es con razón figurado por el hombre, porque empieza su Evangelio por la generación humana de Jesucristo. San Marcos por el león, porque empieza por la voz que clama en el desierto. San Lucas por el toro, porque comienza por el sacrificio, y San Juan dignamente por el águila, porque parte de la divinidad de Jesucristo.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 1,6. También puede decirse que San Mateo se figura por el león, porque puso de relieve la estirpe real de Jesucristo. San Lucas por el becerro, víctima del Sacerdote. San Marcos, que no se propuso narrar ni la estirpe regia ni la sacerdotal, sino que se ocupa de lo humano de Jesucristo, se designa por la figura del hombre. Estos tres seres, el león, el hombre y el becerro, andan por la tierra, por lo que los otros tres Evangelistas trataron principalmente de lo que obró Jesucristo como hombre. Pero San Juan tiene el vuelo del águila, y contempla con la penetrante mirada de su espíritu la luz del Ser inmutable. De esto se desprende que los tres primeros Evangelistas no se ocuparon sino de la vida activa, y San Juan de la contemplativa.
Remigio. Los doctores griegos, en cambio, ven en la figura del hombre a San Mateo, porque describió la genealogía del Señor según la carne. En el león ven a San Juan, porque así como el león con su rugido hace temblar a todas las fieras, así también San Juan infundió terror a todos los herejes. Ven a San Lucas en el toro, porque ésta es la víctima del sacrificio, y éste siempre trató sobre el templo y el sacerdocio. Y en el águila ven a San Marcos, porque en la Escritura divina el águila suele significar al Espíritu Santo hablando por la boca de los Profetas, y él empieza su Evangelio por el testimonio profético.
San Jerónimo, prologus in Evangelium Matthaei ad Eusebium. Acerca del número de Evangelistas debe notarse que hubo muchos que escribieron evangelios, como nos lo da a entender San Lucas cuando dice: "Ya que muchos han intentado poner en orden" (Lc 1,1) Esto lo atestiguan las obras aun hoy subsistentes que, dadas a luz por diversos autores, han sido fuente de diversas herejías. Tal es el caso del evangelio según los Egipcios, Santo Tomás, San Bartolomé, el de los doce Apóstoles, los de Basilides y Apeles y tantos otros que sería pesado enumerar. Pero la Iglesia, fundada por la palabra del Señor sobre la Piedra, y regada como el paraíso por cuatro ríos, tiene a la vez cuatro anillos y cuatro ángulos por los que es llevada con varas movibles como el arca de la Alianza que guardaba la ley del Señor.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 1,2. Y son cuatro las partes del globo terráqueo por las que se halla extendida la Iglesia de Jesucristo. Pero uno es el orden en que conocieron y predicaron, y otro el orden en que escribieron. Porque en el conocimiento y la predicación estuvieron primero los que siguieron al Señor presente en la tierra, lo escucharon cuando enseñaba, lo vieron obrar sus milagros, y recibieron de su misma boca el mandato de predicar. Pero al poner por escrito el Evangelio, lo cual sabemos que hicieron por disposición divina, tuvieron el primer y último lugar respectivamente dos de los que el Señor eligió antes de su Pasión: el primero es San Mateo; y el último, San Juan. De este modo, los otros dos, que no eran de este primer grupo pero que habían seguido a Cristo que hablaba por boca de los otros dos, como hijos que debían abrazar, y por esto ubicados en el medio, serían defendidos por ambos lados.
Remigio. San Mateo escribió en Judea en tiempo del Emperador Cayo Calígula2; San Marcos en Italia, en Roma, en tiempo de Nerón3 (o de Claudio4 según Rábano); San Lucas en la Acaya y Beocia a ruego de Teófilo; y San Juan en Efeso, en el Asia Menor, en tiempo de Nerva5.
Beda. Y aunque son cuatro los Evangelistas, el Evangelio no es más que uno, porque los cuatro libros que dieron contienen la misma verdad. Pues así como dos versos sobre un mismo tema difieren sólo por la diversidad de metro y de palabras, mas no por el pensamiento, que es el mismo, así los libros de los Evangelistas, siendo cuatro, constituyen un solo Evangelio porque contienen una misma doctrina sobre la fe católica.
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, 1,2. Bastaba que un solo Evangelista lo hubiera dicho todo. Sin embargo, hablando todos por una misma boca, aunque no en los mismos tiempos ni en los mismos lugares, y sin haberse antes puesto de acuerdo, su testimonio adquiere la fuerza máxima de la verdad. Aun aquello mismo en lo que parecen discrepar sobre puntos insustanciales es la mejor prueba de su veracidad, ya que si en todo estuviesen acordes, pensarían los adversarios que se habían entendido para escribir lo que escribieron, como obedeciendo a una consigna. En todo lo principal, esto es, en todo lo concerniente a la moral o a la fe, ni en lo más leve discrepan. Si sobre los milagros el uno ha mencionado éstos y el otro aquéllos, no hay razón para desconcertarse, pues si uno solo lo hubiera dicho todo ¿cual sería el objeto de la narración de los demás? Y si todos hubieran narrado hechos diversos, mal podría manifestarse su conformidad. En cuanto a las variantes del tiempo y del modo de realizarse los sucesos, no destruye esto la verdad de los mismos, como se demostrará más adelante.
San Agustín, de consensu Evangelistarum, 1,2. Aunque cada uno de ellos parece haber seguido su plan narrativo peculiar, no se ve, sin embargo, que hayan querido escribir como ignorando lo que el otro había ya dicho, o que hayan pasado por alto algo que ignoraban y después se haya descubierto que otro lo había escrito. Cada uno ha colaborado según la inspiración de Dios.
La Glosa. La sublimidad de la doctrina evangélica consiste ante todo en la excelencia de la autoridad de donde mana.
San Agustín, de consensu Evangelistarum, 1,2. Entre todos los libros sagrados de autoridad divina, el Evangelio ocupa el primer lugar. Sus primeros predicadores fueron los Apóstoles quienes vieron a Jesucristo, Señor, Salvador nuestro, viviendo en la carne. De estos, San Mateo y San Juan, creyendo que debían escribir lo que ellos mismos habían visto, lo consignaron cada cual en un libro diferente. Pero para que nunca se creyese (en lo concerniente al conocimiento y a la predicación del Evangelio) que había diferencia entre los que lo anunciaron después de haber seguido al Señor en vida, y los que lo creyeron fielmente por la palabra de éstos, dispuso la divina providencia que el Evangelio fuese no solamente predicado sino también escrito con la misma autoridad y bajo la inspiración del Espíritu Santo por los discípulos de los primeros Apóstoles.
La Glosa. Y así, la sublimidad de la doctrina evangélica procede del mismo Jesucristo, como lo indica el Profeta en el texto aducido, al decir: "Sube sobre un monte alto" (Is 40,9) Este monte alto es Cristo, del que dice el mismo Isaías: "En los últimos días estará preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes" (Is 2,2) Es decir, sobre todos los santos a los que se llama montes del monte Jesucristo, de cuya plenitud de gracia recibimos nosotros todos (Jn 1,16) Con razón, pues, se dirigen a San Mateo estas palabras: "Sube sobre un monte alto", porque él, en el mismo instante y al lado del mismo Jesucristo, vio sus milagros y oyó su doctrina.
San Agustín, de consensu Evangelistarum, 1,7. Examinemos ahora lo que suele inquietar a algunos: ¿por qué el Señor no escribió nada El mismo, siendo necesario creer a otros que escribieron de El? En verdad no puede decirse que El no haya escrito, toda vez que sus miembros ejecutaron lo que les mandaba la cabeza. Así pues, mandó escribir a aquellos que eran sus manos lo que El quiso que nosotros supiésemos de sus hechos y de su doctrina.
La Glosa. En segundo término la doctrina evangélica es sublime también por su virtud, como dice el Apóstol en su carta a los Romanos: "El Evangelio es la virtud de Dios que obra la salud en todo creyente" (Rm 1,16) Esto mismo es lo que manifiesta el Profeta en las palabras ya citadas: "Alza tu voz con esfuerzo". Estas designan a la vez el modo de anunciar la doctrina evangélica: en alta voz, es decir, con claridad.
San Agustín, ad Volusianum, ep. 3. La misma manera como es redactada la Escritura santa, accesible a todos, comprensible a muy pocos, habla sin engaño lo que contiene de claro, como amigo íntimo al corazón de los ignorantes y de los doctos. Y en cuanto a lo misterioso, no lo realza con grandilocuencia de estilo hasta donde no puedan llegar las inteligencias lentas y torpes. A todos invita con sencillo lenguaje, no sólo para alimentarlos con la verdad claramente expuesta, sino también para ejercitarlos en la verdad oculta y misteriosa, ofreciéndoles el mismo alimento bajo la expresión clara y bajo el velo del misterio. Y para que el lenguaje literal no nos hastíe, buscamos la misma doctrina en el sentido espiritual. Renovada así en el modo, se insinúa más suavemente. Con esta saludable alternativa, los de conducta pervertida se corrigen, los débiles se nutren, los grandes corazones se deleitan.
La Glosa. Mas como cuanto más se alza la voz se oye de más lejos, también pudo el Profeta designar por el esfuerzo de la doctrina evangélica, que no se manda predicar a una nación sola sino a todas las naciones de la tierra. "Predicad, dice el Señor el Evangelio a todas las gentes" (Mc 16,15)
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 28. Puede muy bien entenderse por el nombre de "toda criatura" a todas las naciones gentiles.
La Glosa. En tercer lugar, la doctrina evangélica es sublime por la excelencia de la libertad que nos otorga.
San Agustín, contra adversarium legis et prophetarum, 1,17. En el Antiguo Testamento la Jerusalén terrestre sólo producía esclavos por la promesa de los bienes temporales o la amenaza de los males. Pero en el nuevo, donde la fe se informa por la caridad, se nos invita a cumplir la ley no tanto por el temor de la pena, sino por el amor a la justicia: la Jerusalén eterna sólo da a luz hijos libres.
La Glosa. De ahí que el Profeta designa la sublimidad de la doctrina evangélica con estas palabras: "Alza la voz; no temas".
Réstanos ver para quiénes y por qué fue escrito este Evangelio.
San Jerónimo, prologus in Evangelium Matthaei ad Eusebium. San Mateo escribió en hebreo su Evangelio en la Judea, principalmente para los judíos convertidos de Jerusalén.
La Glosa ordinaria. Pues habiendo predicado primeramente el Evangelio, lo escribió después en hebreo dejándolo como memoria a sus hermanos de quienes se separaba. Así como fue necesaria la predicación del Evangelio para que la fe se afirmase, así también fue necesario que contra los herejes se escribiese.
Pseudo-Crisóstomo, commentarium in Matthaeum, prolog. Este es el orden que siguió San Mateo en su narración: el Nacimiento de Jesucristo, su bautismo, su tentación, predicación, milagros, Pasión, Resurrección y Ascensión a los cielos. Con esto se propuso no sólo exponer la vida de Jesucristo, sino señalar al mismo tiempo todos los estados de la vida cristiana. Así pues, nada importa haber nacido de nuestros padres si después no nos hemos regenerado en Dios por el agua y el Espíritu Santo. Una vez recibido el bautismo es preciso estar alerta contra el diablo. Vencida la tentación, es preciso hacernos idóneos para la enseñanza de la verdad: el Sacerdote, enseñando y alentando en la doctrina con su ejemplo (esto equivale a los milagros); el laico, mostrando su fe en sus obras. Por último, salir de la arena de este mundo, para coronar nuestra victoria sobre el pecado con la recompensa de la resurrección y de la gloria.
La Glosa. Así pues, queda manifestado por todo lo dicho: el asunto de la doctrina evangélica, el número de los Evangelistas, los símbolos que los representan, la sublimidad de su enseñanza, para quiénes se ha escrito este Evangelio, su orden y su método.
3101 Mt 1,1
Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. (v. 1)
San Jerónimo, Prologus in commentario in Matthaeum San Mateo, representado bajo la figura de un hombre1, empezó a escribir de Jesucristo en cuanto hombre diciendo: "Libro de la generación, etc. ".
Rábano. Con este principio manifiesta que se propuso narrar la generación de Cristo según la carne.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 1. Escribió el Evangelio para los judíos, para quienes hubiera estado de más exponer la naturaleza de la divinidad que ya conocían, pero les era necesario que se les manifestase el misterio de la encarnación. Juan escribió el Evangelio para los gentiles que no sabían si Dios tenía un Hijo y fue por ello preciso primero enseñarles que hay un Hijo de Dios, que es Dios, y luego que este Hijo de Dios tomó carne.
Rábano. Aunque la generación ocupa una pequeña parte del libro, dijo sin embargo: "Libro de la generación". Es costumbre de los hebreos poner como título de sus libros la palabra con que empiezan, así como el Génesis.
La Glosa ordinaria. Hubiera sido más claro el sentido diciendo: éste es el libro de la generación, pero es costumbre en muchos sobreentender el demostrativo, como cuando leemos: "Visión de Isaías", es decir: "Esta es la visión de Isaías". Se dice generación en singular, aunque se enumeran sucesivamente muchas generaciones, porque todas ellas se incluyen aquí por causa de la generación de Cristo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 2,3. Llama a este libro el libro de la generación, porque toda la economía de la gracia y la raíz de todos los bienes está en que Dios se ha hecho hombre; una vez verificado esto, lo demás se sigue como consecuencia racional.
Remigio. Dice: "Libro de la generación de Jesucristo", porque sabía que antes se había escrito: "Libro de la generación de Adán", y empezó así para contraponer libro a libro, el Nuevo Adán al Adán viejo, ya que fue reparado por el Nuevo todo cuanto el viejo había destruido.
San Jerónimo, commentarium in Matthaeum, 1. Leemos en Isaías: Su generación, ¿quién la contará? (Is 53,8) No concluyamos de aquí que el evangelista contradice al profeta porque éste dice que es imposible expresar lo que aquél después empieza a narrar, toda vez que allí se habla de la generación de la divinidad y aquí de la encarnación.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 2,2. No pienses que oyes cosa de poca importancia al oír hablar de esta generación, porque es en gran manera inefable que Dios se haya dignado nacer de una mujer y tener por progenitores a David y a Abraham.
Remigio. Mas si alguno dijere que el profeta aludió a la generación de la humanidad, no debe responderse a la pregunta del profeta que ninguno, sino que muy pocos, porque realmente han hablado San Mateo y San Lucas.
Rábano. Cuando dice de Jesucristo, expresa su dignidad real y sacerdotal. Pues el soberano Josué2, que en figura llevó primero este título, fue el primero que obtuvo la jefatura del pueblo de Israel después de Moisés, y Aarón, consagrado por la unción mística, fue el primer sacerdote de la Ley.
Ambrosiaster, quaestiones Novi et Veteri Testamenti, q. 45. Lo que por el don sagrado concedía Dios a los que eran ungidos para ser reyes y sacerdotes, lo ha realizado el Espíritu Santo en el Hombre Cristo añadiendo una purificación, pues el Espíritu Santo purificó lo que de la Virgen María se formara para ser cuerpo del Salvador. Esta es la unción del cuerpo del Salvador, por esto se ha llamado Cristo.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 1. Mas porque la prudencia impía de los judíos negaba que Jesús fuese de la descendencia de David, por eso el evangelista añade: "Hijo de David, hijo de Abraham". Pero, ¿no basta decir hijo de sólo Abraham o de sólo David? No, porque a ambos fue hecha la promesa de que de ellos había de nacer Cristo: a Abraham en el Génesis: "Y en tu semilla serán bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gn 22,18); a David en el Salmo: "Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono" (Ps 131) Por eso lo llamó hijo de ambos, para demostrar que las promesas hechas a ambos se habían cumplido en Cristo, y además porque Cristo había de tener tres dignidades: rey, profeta y sacerdote. Abraham fue profeta y sacerdote; sacerdote, como le dijo Dios en el Génesis: "Toma para mí una vaca de tres años" (Gn 15,9); y profeta, según lo que el Señor dice de él al rey Abimelek en el Génesis: "Es Profeta y rogará por ti" (Gn 20,7) David fue rey y profeta, pero no sacerdote. Cristo fue, pues, llamado hijo de ambos, para que la triple dignidad de ambos se reconociese en él por derecho de nacimiento.
San Ambrosio, in Lucam, c. 3. Por eso también eligió dos autores del linaje de Cristo; uno que había recibido la promesa de la congregación de todos los pueblos, otro que había obtenido que se le comunicara la predicción de que de él nacería Cristo. Y así, aunque sea posterior en el orden de la descendencia, ha sido nombrado primero, porque es más haber recibido la promesa acerca de Cristo que aquélla acerca de la Iglesia, la misma que existe por Cristo, puesto que el que salva es de condición más excelente que lo salvado.
San Jerónimo, commentarium in Matthaeum, 1. El orden de los dos progenitores está invertido pero por necesidad, pues si hubiera puesto primero a Abraham y después a David, hubiera tenido que repetir otra vez el nombre de Abraham para enlazar la serie de las generaciones.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 1. La otra razón es que la dignidad de rey es mayor que la de la naturaleza; y así, aunque Abraham precedía en el tiempo, David precedía en la dignidad.
La Glosa. Como según su título este libro trata de Jesucristo, es preciso saber antes qué debemos pensar sobre Cristo, para que así pueda exponerse mejor lo que en él se dice de Cristo.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 5,45. Todos los errores de los herejes acerca de Jesucristo pueden reducirse a tres clases: los concernientes a su divinidad, a su humanidad, o a ambas a la vez.
San Agustín, de haeresibus, 8 y 10. Cerinto y Ebión dijeron que Jesucristo era un simple hombre. Insistiendo en este error Pablo de Samosata, aseveró que Cristo no ha existido siempre, sino que su principio data sólo desde su nacimiento de María, pues no cree que sea sino un mero hombre. Esta herejía fue renovada después por Fotino.
San Atanasio, contra haeret. El apóstol San Juan, anticipando desde mucho antes, con la luz del Espíritu Santo, la locura de este hombre, lo despierta del profundo sueño de su ignorancia con el poderoso acento de su voz diciéndole: "En el principio era el Verbo" (cap. 1) Luego el que en el principio era con Dios no ha tenido necesidad en lo último de los tiempos de recibir el principio de su origen del ser humano. Además dice: "Padre, glorifícame con aquella gloria que tuve en ti antes que fuese el mundo" (cap. 17) Aprenda aquí Fotino que éste poseyó la gloria antes del principio de los tiempos.
San Agustín, de haeresibus, 19. La perversidad de Nestorio consistía en afirmar que el engendrado del seno de la Virgen María fue simplemente un hombre, al que el Verbo de Dios asumió en unidad de persona y unión inseparable, error que no podían sufrir los oídos cristianos.
San Cirilo de Alejandría, ep. 1, ad Monachos Aegypti. En su carta a los Filipenses dice el Apóstol del Unigénito de Dios, que siendo en forma de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios (Ph 2) ¿Quién es, pues, el que es en forma de Dios? ¿Cómo se ha anonadado y humillado en forma de hombre? Podrán tal vez decirnos los citados herejes, partiendo a Cristo en dos -en hombre y en Verbo-, que el hombre es el que sufrió el anonadamiento, separando de él al Verbo de Dios. Pero tendrán que demostrarnos antes que el hombre se entiende y fue en la forma y en la igualdad de su Padre, para verificarse en él el modo de anonadarse. Mas ninguna creatura -entendida según su propia naturaleza- es igual al Padre. ¿Cómo, pues, se dice que se anonadó? ¿De qué altura descendió para ser hombre? ¿Cómo se entiende que tomara la forma de siervo si desde el principio no la tuviera? Pero dicen: "El Verbo, existiendo igual al Padre, habitó en el hombre nacido de mujer, y éste es el anonadamiento". Ciertamente, yo oigo al Hijo decir a los santos apóstoles: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 17) ¿Oyes cómo dice que en los que lo aman cohabitarán El y su Padre? ¿Y crees que nosotros decimos que se anonada y humilla, y toma la forma de siervo porque hace morada en las almas santas de los que lo aman? Pues, ¿y el Espíritu Santo que habita en nosotros? ¿Hemos también de creer que realiza el misterio de humanarse? Abad Isidoro, ad Atribium presbiterum, epist. 41,2. Mas para no enumerarlo todo hablaremos sólo del punto capital y objetivo: es una sabia y útil disposición, y en nada perjudica a la naturaleza inviolable, que el que era Dios se manifieste humildemente. Pero es un mal la loca presunción que el que es humano se promocione a sí mismo a lo sobrenatural y divino, pues si bien el rey no se degrada obrando con humildad, jamás le será lícito al soldado hacerse oír como reinante. Entonces, si Cristo es Dios humanado, lo humilde está en su lugar. Pero si es simplemente un hombre, lo elevado y grande no se explica.
San Agustín, de haeresibus, 41. Algunos hacen discípulo de Noeto a Sabelio, quien decía que Cristo era el mismo e idéntico Padre y Espíritu Santo.
San Atanasio, contra haeret. Yo refrenaré la audacia y el furor insensato de este hombre con la autoridad de los testimonios celestiales aduciendo, para demostrarle la persona de la sustancia propia del Hijo, no los que él cavilosamente pretende que convienen a la humanidad asumida, sino los que sin escrúpulo del entendimiento más perplejo confiesan todos unánimes que competen a su divinidad. Leemos en el Génesis que dijo Dios: "Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra" (Gn 1,26) Ved que habla en plural: "Hagamos", indicando sin duda a otro a quien dirige la palabra. Pues si fuese uno solo, el texto diría: "que lo hizo a su imagen". Pero, habiendo otro, claramente se muestra que también fue hecho a imagen de éste.
La Glosa. Otros, por el contrario, han negado la verdadera humanidad de Cristo. Valentino pretendía que Cristo, enviado por el Padre, se había revestido de un cuerpo espiritual o celestial y que no había asumido nada de la Virgen María, habiendo sólo pasado por ella como por un arroyo o canal, pero sin tomar de ella carne alguna.
San Agustín, contra Faustum, 20,7. Nosotros no creemos así. Confesamos que Cristo ha nacido de la Virgen María, no precisamente porque de otra manera no podría existir en verdadera carne y aparecer a los hombres, sino porque así está consignado en la Escritura. Si a ella no creemos, no podemos ser cristianos ni salvarnos. Y si el cuerpo asumido de una sustancia celestial o líquida lo hubiera querido convertir en verdadera carne humana, ¿quién negaría que lo hubiera podido hacer?
San Agustín, de haeresibus, 46. Los maniqueos dijeron que Nuestro Señor Jesucristo era un fantasma y que no podía nacer de mujer.
San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 13. Pero si el cuerpo de Cristo fue un fantasma, nos ha engañado el Señor; y si nos engaña, no es la Verdad. Pero Cristo es la Verdad3; entonces no fue fantasma su cuerpo.
La Glosa. Y como el principio de este Evangelio según San Lucas manifiestamente prueba que Cristo nació de mujer, con lo que se ve claro su verdadera humanidad, quienes no lo aceptaron niegan los principios de ambos Evangelios.
San Agustín, contra Faustum, 2,1. Fausto dice: "Cierto que el Evangelio empezó a ser y a nombrarse desde la predicación de Cristo, que en ningún lugar dice de sí haber nacido de los hombres. Pero la genealogía tan no es el Evangelio, que ni siquiera su escritor se atrevió a llamarla tal. ¿Qué es, pues, lo que escribió? "Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David". No es libro del Evangelio de Jesucristo, sino libro de su generación, sigue Fausto. San Marcos, como no se cuidó de escribir la generación, sino sólo la predicación del Hijo de Dios -que es el Evangelio-, véase cuán adecuadamente comenzó: "Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios", para que se vea claramente que la genealogía no es el Evangelio. En el mismo San Mateo (Mt 4) se lee que después de la prisión de Juan empezó Jesucristo a predicar su Evangelio. Entonces cuanto se narra antes de este suceso, es sabido que es genealogía y no Evangelio.
San Agustín, contra Faustum, 3,1. Yo me he atenido a Juan y a Marcos, cuyos principios me han parecido bien y con razón, porque no introducen a David, ni a María, ni a José. Agustín refuta a Fausto de este modo: "¿Qué responderá entonces Fausto al Apóstol cuando dice: "Acuérdate que el Señor Jesucristo del linaje de David, resucitó de los muertos, según mi Evangelio?" (2Tm 2) Pues lo que era Evangelio del apóstol Pablo, lo era también de los demás apóstoles y de todos los fieles encargados de la predicación de tan gran misterio. Y así lo dice en otra parte: "Sea yo o sean ellos (los demás predicadores del Evangelio), así predicamos y así habéis creído" (1Co 15) Entonces no todos escribieron, pero sí todos lo predicaron.
San Agustín, de haeresibus, 49. Los arrianos no quieren admitir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean de una sola y misma sustancia, naturaleza o existencia, sino que dicen que el Hijo es creatura del Padre, y el Espíritu Santo creatura de la creatura, es decir, creado por el mismo Hijo. Y Creen que Cristo tomó carne sin alma.
San Agustín, de Trinitate, 1,6. Pero San Juan declara que el Hijo no solamente es Dios, sino de la misma sustancia con el Padre; ya que después de haber dicho "y el Verbo era Dios", añade: "Todas las cosas fueron hechas por él"; de donde resulta claro que aquél por quien todas las cosas fueron hechas, no ha sido él mismo hecho. Y si no ha sido hecho, no ha sido creado, y así es de la misma sustancia con el Padre, pues toda sustancia que no es Dios, es creatura.
San Agustín, contra Felicianum, 13. No comprendo en qué nos haya favorecido la persona del mediador, no redimiendo del todo la parte principal de nosotros, y sí asumiendo sólo la carne que, separada del alma, ni siquiera puede sentir el beneficio de la redención. Pues si Cristo vino a salvar lo que había perecido, como el hombre todo es el que pereció, el hombre todo necesita del beneficio del Salvador. Por tanto Cristo con su venida lo salvó todo asumiendo el cuerpo y el alma.
San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 80. ¿Qué responden además a tan claros argumentos de la Escritura evangélica que el Señor tantas veces menciona contra ellos? El de San Mateo: "Triste está mi alma hasta la muerte" (Mt 26); el de San Juan: "Poder tengo para poner mi alma" (Jn 10) y muchos otros semejantes. Y si dijeren que Cristo habló en parábola, tenemos las razones de los evangelistas que al narrar los hechos, así como testifican que tuvo cuerpo, dicen también que tuvo alma, por las afecciones propias sólo del alma. Así, en su narración leemos: "Y se admiró Jesús", "y se enojó" (Mt 8 Mc 6 Lc 7) Y así otros más.
San Agustín, de haeresibus, 55. Los apolinaristas, así como los arrianos, dijeron que Cristo había asumido la carne sola sin alma. Vencidos en este punto por los testimonios evangélicos, se acogieron a la especie de que la inteligencia -que es el alma racional del hombre- faltó en el alma de Cristo, haciendo sus veces en ésta el Verbo mismo.
San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 80. Si así fuera, habría que creer que el Verbo de Dios asumió a un animal con figura de cuerpo humano.
San Agustín, de haeresibus, 45. En cuanto a la carne misma, los herejes muestran haberse apartado de la ortodoxia de la fe hasta el extremo de decir que aquella carne y el Verbo son de una sola y misma sustancia, afirmando porfiadamente que el Verbo se había hecho carne en el sentido de que algo del Verbo se había mudado y convertido en carne, pero no que esta carne se hubiese tomado de la carne de María.
San Cirilo, epistula ad Joannem Antiochenum, 28. Creemos que están locos o deliran los que han sospechado que puede caber en la naturaleza divina del Verbo sombra de mudanza. Lo que es siempre, permanece siempre y no se muda ni es capaz de mutación.
San León Magno, ad Constantinopolitanos, ep. 59. Nosotros no decimos que Cristo es hombre pero que le faltó algo perteneciente a la naturaleza humana: o el alma, o la inteligencia racional, o la carne, no tomada de mujer sino hecha del Verbo convertido y mudado en carne. Estos son tres errores de los herejes apolinaristas que han presentado después tres distintas fases.
San León Magno, ad Palaestinos, ep. 124. Eutiques se fijó en el tercer error de los apolinaristas y, después de haber negado la realidad de la carne humana y del alma de Nuestro Señor Jesucristo, sostenía que en Cristo no había más que una sola naturaleza, como si la divinidad misma del Verbo se hubiera convertido en carne y alma, y el ser concebido, nacer y nutrirse y demás actos de la vida fuesen sólo propiedades de la esencia divina que nada de esto podía recibir en sí sin la realidad de la carne, puesto que la naturaleza del Unigénito es la naturaleza del Padre, es la naturaleza del Espíritu Santo, impasible a la vez y eterna. Pero si bien este hereje se aparta de la perversa doctrina de Apolinar, para no verse obligado a admitir que la divinidad siente como cualquier ser pasible y mortal, se atreve en cambio a decidir la unidad de naturaleza del Verbo encarnado -es decir, del Verbo y de la carne-, con lo cual indudablemente incurre en la locura de los maniqueos y de Marción, y cree que todos los actos de Nuestro Señor Jesucristo no eran sino simulados y que su mismo cuerpo, con el que se manifestó a los hombres, no era cuerpo humano real, sino sólo apariencia de cuerpo.
San León Magno, ad Iulianum, ep. 35. Atreviéndose Eutiques a sostener en la asamblea de los obispos que antes de la encarnación hubo en Cristo dos naturalezas, pero después de la encarnación una sola, hubo necesidad de instarle con escudriñadora solicitud a que diese razón de su fe. Yo pienso que al expresarse así tenía la persuasión de que el alma asumida por el Salvador antes de nacer de la Virgen María, había hecho mansión en los cielos.
Pero semejante lenguaje no lo pueden tolerar las conciencias ni los oídos católicos, porque el Señor, al descender de los cielos, nada trajo consigo de nuestra condición, ni asumió alma que hubiera existido antes, ni carne que no fuese del cuerpo de su Madre. Así que lo condenado antes con mucha razón en Orígenes al afirmar que eran muy diversas las vidas y acciones de las almas antes de unirse a los cuerpos, forzosamente tenía que ser condenado en Eutiques.
Remigio. Todas estas herejías las destruyen los evangelistas. En el principio de su Evangelio, San Mateo, al narrar la generación de Jesucristo, por las generaciones sucesivas de los reyes de los judíos, manifiesta que es verdadero hombre y que tuvo verdadera carne. Lo mismo da a entender San Lucas al describir su estirpe sacerdotal. Igual hace San Marcos cuando dice: "Principio del Evangelio de Jesucristo hijo de Dios". Y también San Juan al empezar: "En el principio era el Verbo", manifiestando que antes de todos los siglos fue Dios en Dios Padre.
Catena aurea ES