Crisóstomo - Mateo 5
5
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta que dice: He aquí que la virgen concebirá y parirá un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel (Mt 1,22 y ss.).
OIGO QUE muchos dicen: mientras estamos presentes al sermón y disfrutamos de la explicación de la palabra divina, nos sentimos mejores; pero una vez que salimos de la iglesia, nos cambiamos en otros y se apaga el fuego del fervor. ¿Qué hacer para que esto no suceda? Hay que examinar la raíz de donde procede. ¿Cuál es la causa de semejante cambio? El que frecuentemos sitios que no conviene y nos mezclemos con hombres perversos. Lo conveniente sería que al salir del sermón no nos mezcláramos en negocios ajenos a lo que se ha predicado; sino que al punto nos dirigiéramos al hogar y tomáramos el libro de los Evangelios y llamáramos a la mujer y a los hijos y hacerlos participantes de la doctrina explicada, y hasta después atender a las necesidades de la vida.
Si tú no quieres ir directamente desde el baño al foro para no perder con los negocios del foro el descanso y satisfacción logrados con el baño, mucho menos conviene que lo hagas en cuanto sales de la predicación Procedemos de modo contrario y con esto perdemos todo el fruto. El tumulto de las cosas exteriores, echándose encima, arranca todo el fruto de la predicación, aún no bien arraigado en nosotros. Para que esto no suceda, nada tengo por más importante que, una vez salidos de la predicación, se haga el dicho repaso. Sería el colmo de la desidia gastar cinco o seis días íntegros en los negocios seculares y en cambio no gastar ni siquiera un día, más aún, ni siquiera una mínima parte del día en hacer el repaso. ¿No habéis visto a vuestros niños cómo durante todo el día continuamente no hacen sino reflexionar sobre las enseñanzas que se les han impartido? Pues procedamos del mismo modo. Si no, nada nos quedará de estas reuniones, pues habremos estado llenando un barril sin fondo; y no ponemos en conservar la doctrina en la memoria ni siquiera tanta solicitud como para guardar el oro y la plata.
Si alguno recibe unos cuantos denarios, va y los encierra en la caja y los asegura con el sello; mientras que nosotros, tras de recibir las divinas palabras, que son de más valor que el oro y las piedras preciosas, y los tesoros del Espíritu Santo, no los guardamos en el alma con las debidas defensas, sino que con negligencia dejamos que en absoluto desaparezcan de nuestra mente. ¿Quién se compadecerá de nosotros si nosotros mismos nos ponemos asechanzas? ¿si voluntariamente nos arrojamos a tan tremenda pobreza? Para que esto no suceda impongámonos una firmísima ley para nosotros y para nuestras esposas e hijos. La de consagrar este día de la semana tanto para escuchar como para luego repasar lo que se nos ha predicado. Así acudiremos con mayor docilidad al sermón y nos será más leve el trabajo y la ganancia será mayor; pues teniendo aún en la memoria lo que se os ha dicho, oiréis mejor k> que luego se os dirá. Porque no poco ayuda para entender lo que se va diciendo, el mantener cuidadosamente en la memoria la serie de las explicaciones. No pudiendo nosotros explicarlo todo en solo un día, si vosotros retenéis en la memoria, como con una cadena, la serie de las cosas que cada día se os dicen, procurad hacerlo de manera que aparezca claro el cuerpo todo de doctrina de las Sagradas Escrituras. De manera que, habiendo traído vosotros al recuerdo lo que ayer se os dijo, vamos nosotros ahora a entrar en lo que habernos de explicaros.
Y ¿qué es lo que hoy habernos de proponeros? Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta que dice. Con voz digna de la alteza del milagro clamó el evangelista con todas sus fuerzas y dijo: Todo esto sucedió. Porque vio el abismo inmenso y piélago de la divina benignidad, y que aconteció lo que jamás pudo esperarse; o sea que se relajaran las leyes de la naturaleza y se obrara la reconciliación; y que todo lo que era altísimo descendiera a lo profundísimo; y que se deshiciera el muro intermedio; y se quitaran todos los impedimentos; y se obraran muchas maravillas; ¡todo este tan estupendo milagro lo declaró con esta sentencia: Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho. Como si dijera: no vayas a pensar que se trata de un decreto reciente: todo había sido de antemano prefigurado. Esto mismo procuró Pablo demostrar en sus escritos. El evangelista remite a José a Isaías, a fin de que, aun después que hubiera despertado del sueño, si olvidara sus palabras como dichas muy recientemente, a lo menos se acordara de las palabras de los profetas, que él continuamente revolvía en su meditación y así mantuviera en su memoria lo que se le acababa de decir.
Nada dijo a la esposa el ángel, porque ella, como jovencita, no sabía aún esas cosas. En cambio al esposo, como a varón justo que era y que meditaba continuamente en los profetas, le declara todo lo dicho. Antes le había dicho: a María tu esposa. Pero ahora que ha citado al profeta, finalmente le revela esa palabra: virgen. Cierto que si José no hubiera de antemano oído al profeta, ahora, oyendo las palabras y apelativo de virgen aplicado a su esposa, no habría quedado igualmente tranquilo. En cambio, del profeta, al que continuamente meditaba, no iba a escuchar nada extraño, sino algo que le era muy familiar ya desde antes. Tal fue la razón de que el ángel, para hacerle creíble lo que le decía, le trajo el testimonio de Isaías. Y no se detuvo ahí, sino que alzó la mente de José hasta Dios, que fue propiamente quien tal cosa predijo. Porque no dijo el evangelista que aquellas fueran palabras del profeta, sino palabras proferidas por el Señor común de todos. Y por eso no dijo: Para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías, sino: lo que fue dicho por el Señor. La boca que hablaba era de Isaías, pero el oráculo que pronunció venía de los cielos.
Y ¿qué decía el oráculo? He aquí que la Virgen concebirá y parirá un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel. Preguntarás: entonces ¿por qué no se llama Emmanuel, sino Jesucristo? Pues porque el ángel no dijo lo llamarás, sino lo llamarán. Es decir, los pueblos lo llamarán y los sucesos lo confirmarán. Aquí es el resultado el que impone el nombre. Y es costumbre de la
Escritura poner el nombre según los resultados. Lo de: le pondrán por nombre Emmanuel, no significa otra cosa sino que verán a Dios con los hombres. Siempre estuvo con los hombres, pero nunca tan manifiestamente como ahora. Y si acaso los judíos en su impudencia insisten en la dificultad, les preguntaremos: ¿Cuándo fue un niño llamado pronto en saquear, rápido en robar?! Nada podrán responder. Entonces ¿por qué el profeta dice: Llámalo pronto a saquear, rápido a robar? Lo llama así porque apenas nacido el niño, aconteció la toma y robo de Asiría. Por eso, lo que sucedió al nacer él se le puso como nombre. También dice Isaías: Y la ciudad se llamará ciudad de justicia, ciudad fiel. Ahora bien, en parte alguna encontramos que la ciudad de Jerusalén fuera llamada Justicia, sino que perpetuamente mantuvo su nombre de Jerusalén. Cambiada en sus procederes le aconteció vivir en justicia y por esto el profeta dijo que así se llamaría. Donde acontece que se lleve a cabo alguna esclarecida hazaña, tal que indique, mejor que el nombre propio, cuál fue el autor o quién sacó el provecho, la Escritura le da a éste como nombre la realidad de la cosa.
Y si los judíos, refutados en esto, ponen otra objeción, es a saber sobre la virginidad, y nos oponen otros intérpretes que traducen no virgen, sino niña o joven, les responderemos desde luego que los LXX merecen mayor fe que esos otros. Porque los intérpretes posteriores interpretaron la Escritura después de la venida de Cristo y sin embargo permanecieron judíos. Esto los hace sospechosos pues quizá así interpretaron esa palabra por odio y enemistad con los cristianos; de manera que de industria tradujeron la Escritura de un modo oscuro. En cambio, los LXX que pusieron manos a la obra tantos en número y cien o más años antes de Cristo, están libres de semejante sospecha y así por el tiempo en que vivieron como por su número y concorde parecer, son más de fiar.
Mas, aunque nos opongan los intérpretes posteriores, todavía la victoria es nuestra. Porque con el nombre de niña o joven suele la Escritura designar a las vírgenes doncellas. Y esto no únicamente refiriéndose a mujeres, sino también a varones. Así dice: Los mancebos y las doncellas, los viejos y los jóvenes.
Y hablando de la joven cuya pureza fuera acometida, dice: Si la joven levanta la voz es decir la virgen. Lo que se confirma con lo ya dicho. Porque no dijo Isaías simplemente: La virgen concebirá; sino que habiendo dicho antes. El Señor os dará El mismo una señal, añadió: He aquí que la Virgen concebirá. Pero si no había de ser virgen la que iba a parir, sino que eso había de suceder según la ley natural del matrimonio ¿qué clase de señal sería ésa? Puesto que un portento es algo que tiene que superar el orden común de las cosas y ser algo inesperado e insólito. De otro modo ¿cómo podría servir de señal?
Y José al despertar de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado. ¿Adviertes la disposición de su ánimo para obedecer? ¿Adviertes su ánimo vigilante no impedido por alguna acepción de personas? Ni cuando andaba en las tristes y penosas sospechas quiso retener consigo a la Virgen, ni una vez que se removieron las sospechas quiso abandonarla. Aceptó el quedar constituido ministro de todo el nuevo modo de proceder. Dice el evangelista: Y recibió a María su esposa. ¿Observas con qué frecuencia repite el nombre de esposa, al mismo tiempo que va alejando toda sospecha? Es que no quiere revelar aún el misterio. Y una vez que la recibió: no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito. Puso el evangelista ese hasta no para que sospeches que más tarde la conoció José, sino sólo para que sepas que hasta el parto mismo fue virgen intacta.
Entonces ¿por qué dice: hasta que dio a luz? Con frecuencia se advierte en la Escritura este modo de hablar, de manera que no usa esa palabra para significar un tiempo definido. Y así, hablando del arca, dice: Ni regresó el cuervo hasta que se secó la tierra. Y tratando de Dios, dice: De un siglo hasta otro, tú eres, sin que por eso ponga término alguno. Y también profetizando dice: En sus días florecerá la justicia y la abundancia de paz hasta que se destruya la luna, pero no por esto pone término a la existencia de ese astro. Pues del mismo modo en este lugar puso hasta únicamente para asegurar lo que al parto había precedido, dejando a tu consideración el tiempo siguiente.
Dijo lo que tenía que decirte o sea que la Virgen hasta el parto permaneció intacta. En cambio, lo que de su afirmación se seguía como consecuencia, y además era bien claro, lo dejó a tu buen entender. Por cierto que aquel varón justo jamás se habría atrevido a tocar a aquella Virgen que tan maravillosamente había sido hecha Madre y había merecido tan nuevo y desacostumbrado embarazo.
Si la hubiera conocido y tomado y usado como mujer ¿cómo Jesús la hubiera encomendado al discípulo, como si ella no tuviera esposo, ordenándole que la tomara como a su madre?
Dirás que entonces ¿cómo es que Santiago y otros son llamados hermanos de Jesús? ¿Cómo se explica que María fuera tenida como esposa de José? Fue porque muchos velos se interpusieron para ocultar el modo de este parto. Por eso Juan los llama así con estas palabras: Porque ni sus hermanos creían en él. Y sin embargo, los que primero no creían, fueron después admirables y preclaros creyentes. Así, cuando Pablo, para esclarecer su doctrina subió a Jerusalén, buscó al punto a Santiago, tan admirable que fue el primer obispo de aquella ciudad. Y cuentan de él que llevó tan áspero género de vida que parecían muertos todos sus miembros; y que por la continuidad de su oración y que frecuentemente se prosternaba en el pavimento, su frente se había endurecido en tal grado que casi había contraído la rudeza de la piel en las rodillas del camello: tanta era la frecuencia con que la aplicaba al pavimento.
El mismo Santiago, hablando con Pablo, quien por segunda vez había subido a Jerusalén, al darle la buena noticia, le dice: ¿Ves, hermano, cuántos miles se han juntado? Tan grande era su prudencia, tanto su celo; o mejor dicho, tan grande era la virtud de Cristo. Pues mientras vivió así lo vituperaban; tras de su muerte lo admiraron tanto que con gran presteza ofrecieron por él su vida: cosas todas que demuestran más que nada la fuerza de la resurrección. Y se reservaron para ese tiempo final las demostraciones más claras, a fin de que sirvieran de prueba sobre la que ninguna duda pudiera caber. Si tras de la muerte nos olvidamos de quienes en vida parecían admirables ¿cómo pudo suceder que quienes de Cristo vivo se burlaban, lo creyeran luego Dios, si en realidad hubiera sido sólo hombre? ¿Cómo habrían querido morir por él, si no hubieran recibido la demostración clara mediante la resurrección?
Mas no lo decimos únicamente para que lo oigáis sino para que imitéis esos ejemplos de fortaleza, de confianza para dar testimonio y ese ejercicio de todas las virtudes; y para que nadie desespere de sí mismo aun cuando antes haya sido tardo y perezoso, ni ponga su esperanza sino en la santidad de sus costumbres, después de la misericordia de Dios. Si a los aludidos nada les valió ser de la parentela, familia y patria de Cristo, hasta que brillaron por su virtud ¿de qué perdón seremos dignos si sólo mostramos a nuestros parientes y hermanos santos y no vivimos en grande justicia y virtud? Dejando entender esto decía el profeta: No rescata el hermano, rescata el hombre, aun cuando ese hermano sea Moisés o Samuel o Jeremías. Oye lo que dice Dios a éste: No me ruegues por este pueblo, porque no te oiré. Y no te admires si no te escucho, pues ni aun cuando estuvieran presentes Moisés o Samuel no les admitiría sus ruegos.
También Ezequiel, cuando suplicaba, oyó lo siguiente: Aun cuando se presentaran Noé, Job y Daniel, no librarán a sus hijos e hijas. Aun cuando ruegue Abrahán por aquellos que pecan y no se arrepienten, Dios se apartará y los abandonará de manera que no escuchará los ruegos que por ellos se le hagan. Aun cuando Samuel en persona, dice el Señor, lo hiciera, le responderé: No llores más en favor de Saúl. Y si alguno en esas circunstancias suplicare por su propia hermana, oirá lo que a Moisés le fue respondido: Si ella hubiera escupido el rostro de su padre. No anhelemos esperanzados el ajeno patrocinio. Muchísimo pueden las oraciones de los santos, con tal de que nosotros hagamos penitencia y nos arrepintamos. Moisés, que había liberado de la ira inminente de Dios a seiscientos mil hombres, no pudo librar a su hermana; y eso que el pecado de ésta no era tan grave como el de aquéllos. Porque ésta había injuriado solamente a Moisés, mientras que aquéllos habían cometido un crimen de impiedad para con Dios.
Dejo a vuestra consideración esta última cuestión y voy a procurar resolver otra más grave. ¿Para qué referirnos a la hermana de Moisés cuando Moisés mismo, jefe de tan gran pueblo, no pudo alcanzar lo que para sí mismo pedía; sino que después de tantos y tan extremados sufrimientos y angustias, tras de ir al frente del pueblo durante cuarenta años, finalmente se le negó el ingreso a la tierra prometida? ¿Por qué motivo? Porque semejante favor no habría acarreado utilidad alguna al pueblo judío, sino por el contrario, gravísimo daño y hubieran tropezado en eso muchos de los judíos. Si apenas liberados de Egipto por Moisés, abandonaron a Dios y en todo y para todo buscaban a Moisés y todo a él lo referían, cuando hubieran visto que él los introducía a la tierra de promisión ¿a qué extremos de impiedad no se habrían lanzado? Y fue esta una de las razones por las que su sepulcro quedó desconocido y oculto.
Samuel no puede librar de la ira divina: él que con frecuencia salvó a los israelitas. No pudo Jeremías salvar a los judíos, mientras que a otro extraño lo salvó con su profecía. Daniel salvó a los bárbaros que eran degollados, pero no pudo librar a los judíos de caer en la cautividad. Y en los evangelios encontramos que sucede lo mismo no en favor de otros, sino de los mismos que oran; y vemos que unas veces alguno logra para sí la salud y que luego al revés la pierde. Así el que debía los diez mil talentos, suplicando se libró del peligro; pero a renglón seguido ya no pudo lograrlo. Otro al revés, habiéndose perdido a sí mismo, luego pudo ayudarse grandemente. ¿Quién fue éste? El que había dilapidado los bienes paternos. De manera que en conclusión, si somos perezosos y desidiosos, no podremos librarnos ni aun por las oraciones de otros; y si nos mantenemos vigilantes, podremos por nosotros mismos librarnos. Pero más por nuestras obras que por las ajenas. Prefiere Dios concedernos su gracia a nosotros personalmente que no por medio de otro que niegue por nosotros; de manera que procurando nosotros aplacar su ira, procedamos confiadamente y nos enmendemos. Así fue como se compadeció de la cananea; así concedió el perdón a la meretriz; así acogió al ladrón, sin que nadie hiciera de abogado o intermediario.
Pero no voy diciendo esto para que no roguemos a los santos, sino para que no seamos negligentes, ni, entregados a la desidia y al sueño, dejemos nuestra salvación a cargo de otros y de ellos solos. Porque Jesús, habiendo dicho: Haceos amigos no se detuvo aquí, sino que añadió: con las riquezas injustas, de manera que en realidad sea obra tuya. En este pasaje hablaba de la limosna; y, cosa admirable, no pide más de nosotros, con tal de que nos apartemos de la iniquidad. Es como si dijera: ¿Injustamente has adquirido? Pues ahora gástalo en buenas obras. ¿Injustamente amontonaste? Repártelo justamente. Pero ¿qué virtud es hacer limosna de bienes así adquiridos? ¡Bien dices! Sin embargo, Dios, por ser benigno, hasta a eso se abate; y si lo hacemos nos promete bienes abundantes. Pero nosotros hemos llegado a tal punto de pereza que ni aun de los bienes injustamente adquiridos hacemos limosna; sino que aumentándolos con infinitas rapiñas, nos parece que si damos aun cuando sólo sea una pequeñísima parte, todo lo hemos perdido.
¿No has oído a Pablo, que dice: Quien poco siembra poco cosecha? Entonces ¿por qué siembras poco? ¿acaso es eso un gasto, es un despilfarro? Por el contrario, es una ganancia, es todo un negocio. Porque de donde se hace la siembra de ahí se levanta la cosecha. Donde se arroja la simiente ahí es en donde ella se multiplica. Si poseyeras tú un campo grueso y fértil, capaz de recibir abundante semilla, sin duda lo cultivarías y gastarías en él cuanto tuvieras a la mano y aun pedirías prestado y juzgarías que en el caso la parsimonia se convertiría en verdadero detrimento. Y en cambio, cuando se trata del cultivo de ese otro campo que es el cielo, no sujeto a mutaciones de la atmósfera, sino que te devolverá la semilla con réditos inmensos, te tornas perezoso, lo rehúyes y no piensas en que quien es parco en las obras resulta perdidoso y quien es generoso en sembrar es quien sale en gran manera ganancioso.
¡Ea, pues! Reparte, para que no pierdas. No retengas para que así de verdad retengas. Da para que así guardes. Gasta para que así lucres. Y si es necesario guardar lo tuyo, no lo guardes tú, pues en absoluto lo perderás; sino ponlo en las manos de Dios: ¡de ahí nadie lo arrebatará! No te pongas a negociar tú, pues no sabes ganar; más bien pon a rédito la mayor parte de tu fortuna con Aquel que sabrá pagarte con usura. Pon a rédito allá en donde no hay envidia, acusación, asechanzas ni miedos. Pon a rédito con Aquel que de nada necesita y sin embargo por ti se hace el necesitado; el que a todos alimenta y él padece hambre para que nunca te acose el hambre; con el que se hizo pobre para que tú fueras rico. Pon a rédito allá en donde no encontrarás como ganancia la muerte, sino, en vez de la muerte, la vida.
Porque réditos hay que engendran el reino, y réditos que engendran la gehena. Aquéllos llevan a la avaricia; éstos a la virtud. Aquéllos demuestran crueldad; éstos, caridad. ¿Qué defensa tendremos si pudiendo ganar mucho con seguridad y a tiempo oportuno, con gran libertad y lejos de oprobios, temores y peligros, dejamos a un lado semejantes ganancias y vamos tras de otras llenas de torpezas, falaces y vanas y pasajeras y que por último acabe nos arrojen al fuego inmenso?
Porque en verdad nada hay más vergonzoso ¡nada! que la usura acá en el tiempo: ¡nada más cruel! Quien así pone a rédito, anda negociando con la desgracia ajena y se busca sus utilidades mediante la infelicidad de los otros y exige que se le pague su benevolencia; y mientras teme aparecer inmisericorde, bajo la apariencia de bondad y compasión, cava una más honda hoya y más peligrosa. Al prestar auxilio, lo que hace es oprimir al pobre. Alargando la mano, hunde. Al parecer que acoge en el puerto, arroja al naufragio, a los arrecifes, a los ocultos escollos. Pero dirás: ¿qué es lo que intentas? ¿que yo dé el dinero que para utilidad mía he apañado y que otro lo disfrute y yo ningún provecho saque? De ninguna manera: ¡no digo eso! Más aún: mi anhelo es que de tu dinero recibas una no pequeña ganancia, pero que no sea escasa sino inmensamente mayor. Quiero que tu ganancia no sea oro, sino cielo. ¿Por qué te revuelcas en la tierra y te vuelves pobre y exiges en vez de riquezas inmensas una mínima ganancia? Eso es ignorar cuáles sean las verdaderas riquezas.
Cuando Dios, a cambio de esos tus escasos dineros, te promete los bienes celestiales, tú le respondes: no me des el cielo, sino en vez del cielo un poco de oro perecedero. Pero advierte que esto es vivir en pobreza. Quien anhela las verdaderas riquezas, elige las que son estables en vez de las que son pasajeras, las muchas en vez de las pocas, las incorruptibles en vez de las corruptibles; y entonces también le sobrevienen las terrenas. Quien busca la tierra antes que el cielo, perderá también las riquezas de la tierra. Pero quien prefiera el cielo a la tierra, gozará de ambos abundantísimamente.
Para que esto obtengamos, despreciemos todo lo presente y escojamos los bienes futuros. Así gozaremos de unos y de otros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.
LXXIV
6
Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo (Mt 1,1-2).
GRANDE vigilancia necesitamos y muchas oraciones para poder explanar el presente pasaje de la Sagrada Escritura y llegar a saber quiénes son estos magos, de dónde, cómo y persuadiéndolos quién han venido y qué clase de estrella fue la que los movió. Más aún, si os parece comencemos por lo que afirman los enemigos de la verdad. Hasta tal punto el demonio los inspira, que les ha puesto la tentación de sacar de este pasaje un argumento contra la verdad. ¿Qué es lo que dicen? Que en naciendo Cristo apareció la estrella, lo que demuestra que la astrología es verdadera ciencia.
Pero ¿cómo es que si nació bajo las leyes de la astrología echó abajo la astrología, acabó con la ciencia del hado, cerró las bocas de los demonios, disipó el error y apartó toda esa clase de manipulaciones? ¿Cómo se explica que por esa estrella sepan los magos que Cristo es el rey de los judíos, siendo así que Jesús dijo a Pilato que su reino no era mundano? Mi reino no es de este mundo. Y a la verdad no demostró nada de los reinos de este mundo: no se rodeó de alabarderos, ni de gente armada de escudos, ni de caballería, ni de tiros de muías, ni de otra cosa alguna de ésas; sino que llevó una vida sencilla y pobre, acompañado de doce hombres, y éstos de los más despreciados.
Mas, aunque supieran que es rey ¿por qué van a buscarlo? No es que la astrología estudie el que por las estrellas sean conocidos los que nacen, sino que, como algunos dicen, ella se ocupa en declarar de antemano lo que a los niños acontecerá, según la hora y punto en que nacen. Pero los magos ni estuvieron presentes cuando la Madre daba a luz al Niño, ni sabían cuándo nacería, ni tomando pie de eso predijeron por el movimiento de las estrellas su suerte futura; sino que, por el contrario, como hubieran visto ya tiempo antes la estrella brillar en su región, fueron a ver al Niño. Y, otra cosa que presenta aún mayores dificultades para los astrólogos que lo que precede, ¿qué fue lo que movió a los magos? ¿En qué esperanza apoyados llegan de tierras tan distantes para visitar al rey?
Aún cuando hubiera luego de reinar sobre ellos, ni aun así había una razón suficiente. Si hubiera él nacido en un palacio, estando presente el rey su padre, con razón diría alguno que ellos, para dar gusto al padre adoraron al Niño, ganándose así la benevolencia regia, mediante ese acto de veneración. Pero, sabiendo ellos que no sería su rey, sino de gente extraña y muy apartada de sus tierras y que ni siquiera había llegado a la mayoría de edad ¿por qué emprenden tan larga peregrinación? ¿por qué le llevan dones? Y más cuando todo eso tenían que hacerlo exponiéndose a grave peligro. Porque apenas lo supo Herodes y se turbó; y todo el pueblo se conturbó cuando lo supo de boca de los magos.
Dirás que los magos no adivinaban lo que sucedería. Esto no parece razonable. Porque aún cuando hubieran sido los más necios de los hombres, no podían ignorar que llegándose a una ciudad sujeta a otro rey y con semejantes nuevas; y tratando de un rey distinto de aquel que entonces reinaba, evidentemente se expondrían a infinitos peligros. Además: ¿por qué adoraron a un Niño envuelto en pañales? Porque si a lo menos el Niño hubiera llegado ya a la mayor edad, podría decirse que los magos, con la esperanza de que luego los auxiliara, se habían expuesto al manifiesto peligro; cosa que por otra parte no habría dejado de ser propia de una extrema locura: que un persa, un bárbaro que nada de común tenía con la gente de los judíos, quisiera salir de su país y abandonar su patria, sus parientes y su casa para ir a sujetarse a otro reino.
Y si esto era locura, mayor locura fue lo que luego se siguió. ¿Qué fue lo que siguió? Que tras de haber recorrido tan vastos caminos y haber hecho su adoración, al punto se regresaron, tras de haber levantado tan grande tumulto. Y ¿qué insignias regias vieron? Un tugurio, un pesebre, un niño en la cuna, una madre pobre. ¿A quién pues y por qué motivo llevaron sus dones? ¿Existía acaso alguna ley, había alguna costumbre de que a todo rey que naciera se le llevaran presentes? ¿Rondaban acaso por todo el orbe de la tierra para adorar antes de que subieran al trono a cuantos supieran que de humildes y viles llegarían a reyes? Nadie se atrevería a decirlo. Entonces ¿por qué lo adoraron? Si fue por lo que ahí vieron ¿qué ventaja podían esperar que recibirían de un niño y de una pobre madre? Si fue por esperanza de lo futuro ¿cómo podían saber que un infante adorado en la cuna recordaría después lo que ellos hubieran hecho? Y si creían que más tarde se lo recordaría su madre, por tal motivo más que premio merecían castigo, pues ponían al niño en manifiesto peligro.
En efecto: Herodes, turbado por los procederes de los magos, comenzó a buscar al niño y a inquirir y a procurar darle muerte. Es un hecho universal que en todas partes quien a un particular que es aún de tierna edad abiertamente le predice que será rey, no hace otra cosa que entregarlo a la muerte o a lo menos levantar contra él infinitas guerras. Observas toda la cantidad de absurdos que de aquí se deriva en este negocio, si se examina a la luz de las leyes ordinarias de la vida humana. Ni sólo es esto, sino que muchas más cosas podrían decirse de las que brotarían dificultades mayores que las que acabamos de exponer.
Mas para no ir concatenándolas, dificultades sobre dificultades, y arrojaros así a cien oscuridades ¡ea! apresurémonos a dar solución a las ya propuestas; y tomemos comienzo por la estrella. Si llegamos a conocer de qué calidad era y si era una de tantas o distinta de las otras, y si realmente era estrella o sólo lana apariencia, entonces fácilmente resolveremos las demás cuestiones. ¿Cómo lo sabremos? Por la misma Escritura. Paréceme que puede comprobarse no haber sido una estrella como las otras; más aún, ni siquiera estrella, sino un espíritu invisible que aparecía como estrella, desde luego por el camino que sigue. Porque no hay, no existe estrella alguna que siga semejante camino. El sol, la luna y los demás astros todos, vemos que van de oriente a occidente, mientras que esta estrella camina de norte a sur, pues al sur queda Palestina si la consideras desde Persia.
En segundo lugar, lo mismo puede demostrarse por el tiempo. Porque no aparece de noche, sino en pleno día y en los esplendores del sol, fuerza que no tiene otra estrella alguna, ni aun la luna misma. Puesto que ésta, aun superando a los demás astros, en cuanto aparece el brillo del sol, al punto se esfuma y no se ve su luz. En cambio, la otra estrella superaba con la fuerza de su brillo aun los rayos solares y sus rayos vencían a éstos En tercer lugar, se demuestra porque ella a veces emitía su luz y a veces no. Pues mientras caminaban los magos hacia Palestina brilló; pero después que llegaron a Jerusalén, se les ocultó. Y luego, tras de abandonar a Herodes, una vez que lo hubieron puesto al tanto del motivo de su viaje, se les apareció de nuevo, al continuar ellos su camino. Cosa es ésta que no dice con el movimiento de una estrella, sino que es propia de un espíritu dotado de inteligencia. No teniendo este camino prefijado, marchaba a donde quería, se detenía cuando se había de detener y todo lo disponía según las oportunidades, a la manera de aquella columna de nube que mostraba a los judíos cuándo habían de caminar y levantar el campamento y cuándo habían de parar y poner el campamento.
En cuarto lugar, se demuestra claramente lo mismo por el modo de lucir. Pues no estaba enclavada en lo alto de los cielos, ya que de ese modo no hubiera podido dirigir a los magos, sino que andaba en las regiones inferiores y así los guiaba en su sendero. Ya sabéis que una estrella no puede señalar un sitio tan pequeño y determinado como el que ocupa una cabaña, más aún cuando ésta apenas puede contener el cuerpecito de un niño. De manera que desde las enormes alturas, no podía un astro indicar al visitante un tan estrecho lugar. Así podemos observarlo en la luz de la luna. A pesar de que tan grandemente supera a todas las estrellas, sin embargo parece tan vecina de todos los habitantes del orbe, diseminados en tan amplias latitudes.
Pregunto, pues: ¿cómo habría señalado un sitio tan estrecho y pequeño como el de una choza y de un pesebre, una estrella, si no fuera abatiéndose desde las alturas hasta las regiones inferiores y deteniéndose sobre la cabeza misma del infante? Que es lo que el evangelista indica cuando dice: He aquí que la estrella los precedía hasta que llegada encima del lugar en donde estaba el Niño, se detuvo. ¿Ves con cuan numerosos argumentos se demuestra que semejante estrella no era una de tantas y que no mostró su luz al modo y según las leyes de la errónea astrología?
Pero entonces ¿por qué motivo apareció? Para redargüir la necedad de los judíos y quitarles, como a ingratos, toda ocasión de defensa. Pues venía Jesús para abrogar todas aquellas antiguas instituciones y reducir al orden al orbe entero y a un solo culto, y para ser adorado en todas partes, por mar y tierra, ya desde sus principios abrió la puerta a los gentiles para enseñar a los suyos mediante el ejemplo de los extraños. Como no prestaban atención, a pesar de que oían hablar a los profetas de su venida, hizo que unos bárbaros, llegados de tierras lejanas, les preguntaran por el rey nacido entre ellos, y por vez primera supieran, por hombres de habla persa, lo que no habían querido aprender de los profetas. De manera que, si querían rectamente proceder, tuvieran a la mano una magnífica ocasión para dar su asentimiento; y si, por el contrario, lo recusaban, quedaran privados de toda razonable excusa.
¿Qué podrán alegar quienes no recibieron a Cristo, anunciado por tantos profetas, cuando vean que los magos, por sólo haber contemplado una estrella, lo recibieron y lo adoraron? Lo que hizo al enviar hacia los ninivitas a Jonás; lo que hizo con la samaritana y con la cananea, eso mismo lo obró por medio de los magos. Por eso decía: Se levantarán los ninivitas y condenarán; y ahí mismo: Se levantará la reina del Mediodía y condenará a esta generación. Porque los magos creyeron ante menores maravillas, y éstos no creen ni ante otras mayores. Preguntarás: ¿por qué condujo a los magos mediante la vista de la estrella? Pues ¿de qué otro modo convenía? ¿les habría de enviar profetas? Los magos no les habrían dado fe. ¿Les había de hablar desde las alturas? No habrían hecho caso. ¿Les habría enviado un ángel? Quizá también lo habrían despreciado. Deja, pues, a un lado todos esos otros medios Dios; y usando de suma indulgencia, los llama por medios más ordinarios y les muestra una estrella grande y distinta de las otras, con el objeto de excitar su atención con la belleza y la magnitud del astro, y aun por la forma con que se mueve.
Imitando este modo de proceder, Pablo tomó ocasión de un altar, para dirigirse a los griegos y disputar con ellos, y les presentó el testimonio de sus poetas; en cambio, a los judíos les hablaba recordándoles la circuncisión; y a quienes vivían bajo la Ley los enseñaba tomando ocasión de los sacrificios. Puesto que cada cual de mejor gana sigue sus modos acostumbrados, así procede Dios, lo mismo que los varones por él enviados para la salvación del mundo. No tengas, pues, por cosa indigna que Dios llamara a los magos mediante una estrella. Si lo fuera, tú mismo rechazarás las prescripciones judías, como son los sacrificios, las purificaciones, las neomenias, el arca y aun el templo mismo: porque todas esas cosas trajeron su origen de la rudeza de esas gentes. Dios, para salvación de los que yerran permitió ser venerado con esas prácticas con que los gentiles adoraban a los demonios, con sólo unos pequeños cambios. Todo con el objeto de que luego, poco a poco, apartados de sus costumbres, fueran llevados a más alta perfección.
Exactamente como procedió con los magos al llamarlos mediante el espectáculo de una estrella, para luego conducirlos a más elevadas alturas. Una vez que los hubo conducido como de la mano al pesebre, ya no les habló por la estrella, sino por medio de un ángel con lo que los tornó mejores poco a poco. Lo mismo había hecho con los ascalonitas y con los de Gaza. Una vez que aquellas cinco ciudades, con la llegada del arca, fueron heridas con una plaga, como no encontraran medio alguno para los males que se les echaban encima, llamaron a los magos; y reunidos todos, consultaron entre sí cómo podrían apartar aquel azote, que de parte de Dios les había acontecido.
Los adivinos les dijeron ser necesario uncir al arca unas vacas que aún no hubieran llevado el yugo y que fueran de primer parto y que se las dejara ir por donde quisieran, sin que nadie las llevara; y que por aquí conocerían si la enfermedad les había venido de Dios o era de casualidad. Porque decían: si acaso por no acostumbradas quiebran el yugo o se devuelven por causa de los mugidos de los becerrillos, o porque ignoran el camino, quedará claro que el azote nos habrá venido por casualidad. Pero si van rectas su camino y no se desvían ni por los mugidos de sus becerrillos ni por no saber el camino, entonces fue la mano misma de Dios la que hirió a estas ciudades.
Y por haber los habitantes hecho caso de sus adivinos, Dios, usando de su benignidad indulgente, se acomodó al parecer de aquellos adivinos y no tuvo por ajeno de su majestad sacar verdadero el juicio de los adivinos y hacer que los demás creyeran lo que ellos les decían. Pues parecía mayor milagro el que los mismos enemigos testificaran el poder de Dios y sus maestros y doctores le dieran el voto favorable. Vemos además que en otros muchos casos Dios ha procedido lo mismo. Así en lo referente a las profecías de la pitonisa, procedió en igual forma, como podéis vosotros mismos explicároslo conforme a lo que ya tengo dicho. Porque nosotros hemos dicho lo que precede acerca de la estrella, pero vosotros podéis añadir muchas otras consideraciones además. Pues dice el proverbio: Da ocasión al sabio y se hará más sabio.
Debemos ahora volver al principio del pasaje leído. ¿Cómo empieza? Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá, en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos. Los magos siguieron a la estrella como a su guía, mientras que los judíos no dieron crédito a los profetas que anunciaban al Mesías. Mas ¿por qué el evangelista nos indica el tiempo y el lugar? Pues dice: En Belén y en los días del rey Herodes. ¿Por qué añadió eso de la dignidad real? Lo añadió porque hubo otro Herodes, el que asesinó a Juan Bautista. Pero éste era tetrarca; el otro era rey. Y pone el tiempo y el sitio, para traernos a la memoria las antiguas profecías. Una de Miqueas que dijo: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los príncipes de Judá. Otra del patriarca Jacob, quien nos señaló el tiempo y juntamente nos dio una gran señal de la venida de Cristo. Porque dice: No faltará de Judá el cetro ni jefe salido de sus entrañas, hasta que venga aquel cuyo es. A él darán obediencia todos los pueblos.
Pero también hay que investigar cuál fue el motivo de que los magos tuvieran tales pensamientos y quién los movió a ponerlos por obra. Porque yo creo que no puede ser todo esto atribuido a sola la estrella, sino a Dios, que excitó sus ánimos. Lo mismo que hizo con Ciro cuando lo movió a dejar libres a los judíos. Ni hizo esto en forma tal que los privara de su libre albedrío. Así cuando de lo alto llamó a Pablo, puso de manifiesto tanto su gracia como la obediencia del futuro apóstol.
Preguntarás: ¿por qué mejor no hizo lo mismo con todas las gentes y les reveló el significado de la estrella? Porque no todos le darían crédito. Aparte de que los magos estaban mejor preparados. Del mismo modo, cuando gran cantidad de pueblos perecía, sólo a los ninivitas fue enviado Jonás. Y dos ladrones estaban puestos en la cruz, pero sólo uno alcanzó la salvación. Pondera, pues, la virtud de los magos, no porque acudieran al llamamiento, sino por la confianza y sencillez con que procedieron Pues para no parecer que iban enviados con engaño, declaran quién los ha guiado y lo largo del camino y manifiestan al hablar una plena seguridad. Porque dicen: Venimos para adorarlo. Y no temen ni los furores del pueblo ni el poder del rey. Por esto creo yo que allá en su país eran doctores y maestros de los suyos. Quienes acá no dudaron en declarar a qué venían, sin duda que en su patria debieron hablar del asunto con la misma libertad una vez vueltos allá, tras de haber escuchado el oráculo del ángel y haber oído el testimonio del profeta, por los judíos invocado.
Y Herodes, al oír esto, se turbó y con él toda Jerusalén. Razonablemente Herodes, por ser rey, temía por sí y por sus hijos. En cambio, Jerusalén ¿por qué se turbaba, pues ya de antemano los profetas le habían predicho que el Niño sería su salvador, su bienhechor y libertador? ¿Por qué, pues, se turbaban? Igualmente que allá en el tiempo antiguo resistían a Dios y se acordaban de las carnes de Egipto, siendo así que disfrutaban de cumplidísima libertad. Observa la exactitud de los profetas. Porque eso mismo ya de antiguo lo había predicho el vidente: Y han sido echados al fuego y devorados por las llamas los zapatos jactanciosos del guerrero y el manto manchado en sangre. Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo. Turbados como están, no cuidan de ver lo que ha sucedido; no van tras de los magos; no los interrogan: tan querellosos eran y tan dados a la desidia más que todos. Cuando hubiera convenido gloriarse de que semejante rey hubiera nacido entre ellos y de que hubiera atraído a sí a las gentes persas y pareciera que todo el mundo vendría a quedarle sujeto; cuando todo iba tan bien y de bien en mejor, y el reinado del niño ya desde sus comienzos se manifestaba espléndido, ellos por nada se mejoraron, a pesar de que no hacía tanto tiempo de que habían sido liberados de la servidumbre pérsica.
Convenía que aún ignorando los sublimes y arcanos misterios y aunque sólo calcularan por las cosas presentes, sin embargo discurrieran de este modo: Si a nuestro rey recién nacido en tal forma lo temen, mucho más lo temerán cuando ya sea mayor de edad y se le sujetarán; de manera que nuestro futuro será mucho más espléndido que el de los bárbaros. Pero ninguna consideración de semejante jaez levantó sus ánimos. Tan grande era su desidia, a la que se sumaba la envidia. Conviene que ambos vicios los desterremos de nosotros con diligencia; y que quien se pone a combate contra ellos tenga un fervor más encendido que el fuego: He venido a traer fuego a la tierra y qué quiero sino que se encienda.
Por este motivo el Espíritu Santo apareció en figura de fuego. Sólo que nosotros nos hemos vuelto más fríos que la ceniza y más insensibles que los muertos, a pesar de que contemplamos a Pablo elevándose sobre el cielo y sobre el cielo de los cielos; y que todo lo vence mejor que la llama y todo lo trasciende: lo alto y lo bajo, lo presente y lo futuro, lo que es y lo que no es. Y si este ejemplo te resulta superior a tus fuerzas, esto mismo es ya una manifestación de tu tibieza. ¿Qué tuvo Pablo más que tú para que digas que no lo puedes imitar?
Pero en fin, para que no parezca que queremos querellar, dejemos a Pablo y vengamos a los primeros cristianos. Ellos despreciaron el dinero, las posesiones, los cuidados y ocupaciones del siglo y se consagraron íntegramente a Dios y atendieron día y noche a la enseñanza apostólica. Porque tal es la naturaleza del fuego espiritual: no sólo consumir toda codicia de las cosas seculares, sino cambiarla en otro amor. Por lo cual quien con tales cosas se encariña, aun cuando le sea necesario perderlo todo, aunque haya de despreciar los deleites y la gloria y aun simplemente aceptar la muerte, todo eso lo lleva a cabo con suma facilidad. Porque una vez entrado en el alma el ardor de ese fuego, quita toda tibieza y vuelve a aquel de quien se ha apoderado más ligero que una pluma: de manera que viene a despreciar todo lo visible.
Un alma así persevera en adelante en perfecta contrición, derrama con frecuencia torrentes de lágrimas y de ello le vienen grandes delicias. Porque nada hay que tanto una y acerque a Dios como un llanto semejante. Un varón así, aun cuando habite en medio de las ciudades, procede como si estuviera en mitad del desierto, en los montes, en las cavernas: para nada se cuida de las cosas presentes y jamás se cansa de verter lágrimas, ya considerándose a sí mismo, ya los pecados de los demás. Por eso Cristo a éstos llamó principalmente bienaventurados, cuando dijo: Bienaventurados los que lloran. Mas Pablo ¿por qué dice: Gózaos en el Señor siempre? Para declarar el deleite de semejantes lágrimas. Así como los goces mundanos llevan consigo la tristeza, así aquellas lágrimas engendran el gozo según Dios, gozo perpetuo y que nunca muere.
Así la meretriz famosa, en tal fuego encendida, llegó a ser más preclara que las mismas vírgenes. Abrazada en el fervor de la penitencia, ardió luego en el amor a Cristo y con sus cabellos sueltos enjugó los pies de Cristo, tras de regarlos con sus lágrimas y de haber derramado en ellos el ungüento. Eran exteriores aquellas acciones. Pero lo que en su ánimo se obraba eran fervores mucho más intensos, que solamente Dios contemplaba. Oyendo esto, cada uno de nosotros se congratula con ella y se alegra de sus rectos procederes y la piensa libre de culpa. Pues si nosotros, malos como somos, tal juicio nos formamos, considera cuán grande gracia recibiría de Dios y cuan grandes bienes conseguiría de El por la penitencia, aun antes de obtener los otros dones más altos.
Así como después de las grandes tempestades queda más puro el aire, así tras del torrente de lágrimas sigúese la serena tranquilidad y desaparecen las tinieblas del pecado. Así como por el agua y el Espíritu Santo nos libramos de la culpa, así por las lágrimas y la confesión también quedamos limpios, con tal de que no lo hagamos por simple ostentación y para obtener alabanzas. La mujer que por tal motivo lanzara lágrimas sería más culpable que la que se embadurna con ungüentos y polvos y coloretes. Yo me refiero a las lágrimas que brotan no de ostentación, sino de compunción: esas que corren en lo oculto de tu aposento, sin testigos, en quietud y sin ruido, de lo íntimo del corazón nacidas y de la tristeza y dolor, y tienen a Dios como motivo. Tales eran las lágrimas de Anna, pues dice la Escritura: Sus labios se movían, pero no se oía su voz; y sin embargo, sus solas lágrimas lanzaban una voz más penetrante que la de una trompeta. Y por eso abrió Dios su vientre y convirtió en fértil campo la peña endurecida de su esterilidad.
Si tales son tus lágrimas habrás imitado a tu Señor. Pues también él lloró sobre Lázaro y sobre la ciudad y se conturbó por Judas. Y en el evangelio con frecuencia se le encuentra procediendo así; pero nunca riendo; más aún, ni sonriendo. Ninguno de los evangelistas refiere nada de esto. Por eso Pablo cuenta de sí mismo, y otros lo cuentan de él, que lloraba y lo hizo por todo un trienio. En cambio ni él ni ninguno de los santos sus compañeros cuentan haberse reído; más aún, ni otros santos a él semejantes. Sólo se refiere eso de Sara y fue reprendida; y del hijo de Noé cuando de esclavo fue hecho liberto.
No digo esto como reprensión de la risa y para prohibirla, sino para suprimir la liviandad. ¿Cómo, te pregunto, puedes así disiparte en risas cuando tienes tantas cosas de qué dar cuenta y has de presentarte ante aquel terrible tribunal para rendir exacta razón de todo cuanto en esta vida hiciste? Porque tenemos que dar cuenta de cuanto voluntaria o involuntariamente hicimos. Pues dice el Señor: A quien me negare delante de los hombres, yo lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y es cierto que a veces semejante negación no es espontánea, y sin embargo, no escapa al castigo y lo sufriremos por ella; y lo mismo de lo que conocemos y de lo que no conocemos. Pues dice Pablo: Nada me arguye la conciencia, mas no por eso me creo justificado. Daremos cuenta, ya pequemos a sabiendas o sin saberlo. Y también: Declaró en favor suyo que tiene celo por Dios, pero no según ciencia. Pero esto no les basta para excusa. Y escribiendo a los de Corinto, decía: Pero temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa vuestros pensamientos, apartándoos de la sinceridad y de la santidad debidas a Cristo.
En fin, teniendo que dar cuenta de tantos y tan graves crímenes ¿todavía te sientas a reír y proferir chistes mundanos y te entregas a la liviandad? Dirás: pero si no lo hago, sino que me siento a llorar ¿qué utilidad me viene? Grande, por cierto. Y tan grande que no te la puedo explicar. Porque en los tribunales humanos, por más que llores no escapas de la pena, una vez pronunciada la sentencia; en cambio en este otro tribunal basta con que gimas para revocar la sentencia y obtener el perdón. Por esto Cristo con frecuencia nos amonesta a que lloremos y a los que lloran los ama bienaventurados mientras que llama desdichados a los que ríen.
Este teatro no admite donaires. Ni nos reunimos aquí para excitar risotadas, sino para gemir y mediante nuestros gemidos obtener la herencia del reino. Si tú te presentas delante del emperador, no te atreves ni a sonreír con ligereza; y en cambio tienes en tu casa al Señor de los ángeles ¿y no tiemblas y no estás con la modestia conveniente y aun te atreves a reírte mientras él está irritado? ¿No piensas en que más lo irritas con esto que con tus pecados? Porque no se aparta Dios de los pecadores tanto cuanto se aparta de quienes pecan y no se arrepienten ni se moderan. Pero hay hombres tan locos, que aún habiendo oído estas palabras, todavía dicen: ¡Lejos de mí el derramar lágrimas! ¡Concédame Dios que esté siempre en risas y juegos!
¿Puede haber cosa más infantil? No es Dios quien concede el juego, sino el diablo. Oye lo que les sucedió a quienes se entregaban al juego: El pueblo se sentó a comer y beber y se levantaron después para danzar. Y así eran también los sodomitas y la gente que vivía al tiempo del diluvio. Porque de ellos se dice: Tuvieron gran soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad y prosperidad y se colmaban de delicias. Y los que vivieron en tiempo de Noé, aun viendo que durante tantos años se iba fabricando el arca, se entregaban al placer sin cuidado alguno, y para nada prevenían lo futuro. Por esto a todos los hundió el diluvio y naufragó todo el orbe.
No pidas, pues, a Dios regalos del diablo. De Dios es dar un corazón contrito, un ánimo humilde, vigilante, temperado, continente, penitente y compungido. Tales son sus dones, porque de eso es de lo que estamos necesitados sobre todo. Se ha echado encima una gran pelea y nuestra batalla es contra las Potestades invisibles; nuestro combate es contra los espíritus de la maldad, contra los Príncipes del mal. Ojalá que procediendo con diligencia, vigilantes y despiertos, podamos sostenernos y hacer frente al feroz escuadrón. Pero si nos entregamos a la risa, a la danza y a ser perpetuamente perezosos, por nuestra desidia caeremos aun antes de combatir.
Así es que no nos conviene andar perpetuamente riendo y entregarnos a los banquetes. Eso es propio de quienes danzan en el teatro, de las meretrices, de los que para eso se hacen cortar el pelo, de los parásitos, de los aduladores; pero no de quienes están destinados al cielo, de los que tienen sus nombres escritos entre los ciudadanos de la eterna ciudad, de los que están dotados de armas espirituales. Es propio de aquellos a quienes el diablo ha iniciado en aquello otro. Porque es él, él mismo, quien con artimañas de este jaez se esfuerza por este camino en debilitar a los soldados de Cristo y volver muelles los nervios y las fuerzas del alma. Por eso instituyó en las ciudades los teatros, en donde, agitando a los payasos, lanza contra toda la ciudad esa peste, esa que Pablo ordenó que se rehuyera. Se refiere a las conversaciones necias y a los chistes livianos; pero de ambas cosas es suprema ocasión la carcajada.
Cuando los mimos, en medio de sus payasadas dijeren algo blasfemo o torpe, entonces algunos de los más necios se ríen y se alegran, siendo así que a semejantes mimos se les debería lapidar en vez de aplaudirlos por sus chistes; pues por semejante placer atraen sobre sí el fuego del 'horno Quienes les alaban lo que dicen son quienes más a decirlo los impulsan. Y por tal motivo con toda justicia quedan sujetos al tormento debido por crimen semejante. Si no hubiera espectador, tampoco habría comediantes. Pero cuando ven que vosotros abandonáis las oficinas, los oficios, las ganancias, en una palabra toda otra cosa, para correr a tales espectáculos, mayor cuidado ponen y mayor empeño en prepararlos.
No digo esto para librarlos a ellos de pecado, sino para que caigáis en la cuenta de que sois vosotros quienes suministráis el principio y raíz de semejante maldad, pues gastáis todo el día en eso, traicionando la decencia de vuestro estado de cónyuges y deshonrando el gran sacramento del matrimonio. No peca tanto el comediante como tú que le ordenas proceder así. Más aún: ni siquiera lo ordenas, sino que lo celebras con risas y aplaudes semejantes espectáculos y de mil maneras ayudas a esa oficina del demonio. ¿Con qué ojos, te pregunto, verás luego en tu casa a tu esposa; a tu esposa, a la que en el teatro contemplaste injuriada? ¿Cómo no te avergüenzas al acordarte de tu esposa, cuando ves en el teatro deshonrado su sexo?
Ni me opongas que ahí en el teatro todo es asunto de comedia y fingimiento; porque ese fingimiento ha convertido a muchos en adúlteros y ha destruido muchas familias. Y esto es lo que más lamento: que ya ni siquiera os parezca ser malo, sino que al contrario te entregues a los aplausos, los gritos, las risotadas, cuando los actores se atreven a presentar en público el adulterio. ¿Por qué llamas a semejante representación simple ficción? Infinitos suplicios merecen los comediantes, pues procuran imitar lo que todas las leyes ordenan evitar. Si mala es la cosa, mala es también su representación. Y no digo aún que semejantes ficciones de adulterio convierten a los espectadores en adúlteros y petulantes y desvergonzados; ya que nada hay más lascivo, nada más petulante para la mirada capaz de soportar semejantes espectáculos. Sin duda que tú no quisieras ver en el foro y mucho menos en tu casa a una mujer desnuda, porque semejante cosa la consideras como una injuria. Y en cambio vas al teatro a injuriar a ambos sexos manchando al mismo tiempo tus miradas.
Tampoco alegues que aquella mujer desnuda en el teatro es una meretriz: uno mismo es el cuerpo y el sexo de la meretriz y de la libre. Si en realidad nada hay de obsceno en ese espectáculo ¿por qué cuando en el foro ves a la mujer desnuda al punto te apartas y echas de ti a la desvergonzada? ¿Acaso el espectáculo es obsceno cuando andamos separados en los negocios, y cuando nos reunimos y nos sentamos en el teatro todos ya no es igualmente torpe? Semejante excusa es ridícula y deshonrosa y lleva consigo al extremo de la locura. Sería preferible tapiar los ojos con cieno y con lodo a contemplar cosa tan fea y tan inicua. Porque no daña tanto al ojo el lodo, como el espectáculo lascivo y la vista de una mujer desnuda dañan al alma.
Oye lo que la desnudez causó ya desde el principio de los tiempos y teme lo que está detrás de tan grande torpeza. ¿Qué fue lo que dio origen a la desnudez? La desobediencia y las asechanzas del demonio. De manera que ya desde el principio en la desnudez puso el demonio su empeño principal. Pero en fin, a lo menos nuestros primeros padres se avergonzaban de estar desnudos, mientras que vosotros lo tomáis a honra, como lo dijo el apóstol: Gloriándose de la torpeza. ¿Con qué ojos te mirará tu esposa cuando regreses de tan desvergonzado espectáculo? ¿cómo te recibirá? ¿con qué palabras te hablará cuando en tal forma has deshonrado al sexo femenino y vuelves hecho por el tal espectáculo esclavo y siervo de una meretriz?
Si oyendo esto os compungís, os felicito. Porque dice Pablo: ¿Quién va a ser el que a mí me alegre, sino aquel que se contrista por mi causa? No ceséis de doleros y arrepentiros por esto. El dolor por semejante motivo será el principio de vuestra conversión a una vida mejor… Me he dejado llevar de la vehemencia algún tanto más en mis palabras con el objeto de libraros de la podredumbre de los hombres ebrios y volveros la salud del alma, mediante un corte profundo. Ojalá que por medio de él disfrutemos todos de los bienes eternos y alcancemos el premio preparado para las buenas acciones, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
LXXV
Crisóstomo - Mateo 5