Crisóstomo - Mateo 82

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HOMILÍA LXXXII (LXXXIII)

Y mientras cenaban, tomó Jesús el pan y dando gracias lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: Tomad y comed. Este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz y dando gracias se lo dio diciendo: Bebed todos de él, pues esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos, en remisión de los pecados (Mt 26,28).

¡OH CUAN grande ceguedad la del traidor! Participando de los misterios, permaneció él mismo. Al participar de la veneranda mesa escalofriante, no cambió ni se arrepintió. Lucas lo significa al decir que después de esto, el demonio se entró en él; no porque Lucas despreciara el cuerpo del Señor, sino burlándose de la impudencia del traidor. Porque su pecado se hacía mayor por ambos lados: por acercarse con tal disposición de alma a los misterios; y porque habiéndose acercado, no se mejoró, ni por el temor, ni por el beneficio, ni por el honor que se le concedía.

Por su parte Cristo, aunque todo lo sabía, no se lo impidió, para que así conozcas que El nada omite de cuanto se refiere a nuestra enmienda. Por esto, ya antes, ya después, lo amonestó y trató de detenerlo con palabras y con obras, por el temor y por las amenazas y por los honores. Sin embargo, nada pudo curarlo de semejante enfermedad. Y así, prescindiendo ya de él, Cristo recuerda a los discípulos, mediante los misterios, nuevamente su muerte; y durante la cena les habla de la cruz, procurando hacerles más llevadera su Pasión con la frecuencia en anunciarla de antemano. Si después de tantas obras llevadas a cabo y de tan numerosas predicciones, todavía se turbaron ¿qué no les habría acontecido si nada hubieran oído de antemano?

Y mientras cenaban, tomó Jesús el pan. Y lo partió. ¿Por qué celebró Jesús este misterio al tiempo de la Pascua? Para que por todos los caminos comprendas ser uno mismo el Legislador del Antiguo Testamento y el del Nuevo; y que lo que en aquél se contiene fue figura de lo que ahora se realiza. Por esto, en donde estaba el tipo y la figura, Jesús puso la realidad y verdad. La tarde era un símbolo de la plenitud de los tiempos e indicaba que las cosas tocaban a su realización. Y da gracias-para enseñarnos cómo se ha de celebrar este misterio; y además, mostrando que no va forzado a su Pasión; y dándonos ejemplo para que toleremos con acciones de gracias todo cuanto padezcamos; y poniéndonos buena esperanza Pues si el tipo y figura pudo librar de tan dura esclavitud, mucho mejor la realidad librará al orbe todo y será entregada en beneficio de todo el género humano. Por esto no instituyó este misterio antes, sino hasta cuando los ritos legales habían de cesar enseguida.

Termina de este modo con lo que constituía la principal solemnidad y conduce a otra mesa sumamente veneranda y terrible. Y así dice: Tomad, comed; este es mi cuerpo que será entregado por muchos. ¿Cómo fue que los discípulos no se perturbaron oyendo esto? Fue porque ya anteriormente les había dicho muchas y grandes cosas acerca del misterio. Y por lo mismo, tampoco les hace preparación especial inmediata, pues ya sabían sobre eso lo bastante. Pone el motivo de la Pasión, que es el perdón de los pecados; y llama a su sangre, sangre del Nuevo Testamento, o sea de la nueva promesa, de la nueva Ley. Porque ya de antiguo lo había prometido y ahora lo confirma el Nuevo Testamento. Así como el Antiguo tuvo sangre de ovejas y terneros, así éste tiene la sangre del Señor.

Declara además que va a morir y por esto habla del Testamento y menciona el Antiguo, pues también aquél fue dedicado con sangre. Y pone de nuevo el motivo de su muerte diciendo que será derramada por muchos para la remisión de los pecados. Y añade: Haced esto en memoria mía. ¿Adviertes cómo aparta y aleja ya de los ritos y costumbres judías? Como si dijera: Así como esos ritos los celebrabais en memoria de los milagros obrados en Egipto, así ahora haced esto en memoria mía. Aquella sangre se derramó para salvar a los primogénitos; pero ésta, para remisión de los pecados de todo el mundo. Pues dice: Esta es mi sangre que será derramada para remisión de los pecados.

Lo dijo con el objeto de al mismo tiempo declarar que su Pasión y cruz era un misterio, y consolar así de nuevo a sus discípulos. Y así como Moisés dijo a los judíos: Esto es para vosotros memorial sempiterno, así Cristo dice: Para memoria mía, hasta que venga. Por lo mismo dice: Con ardiente anhelo he deseado comer esta cena pascual es decir, entregaros el nuevo culto y ofreceros la cena pascual con que tornaré a los hombres espirituales. Y él también bebió del cáliz. Para que no dijeran al oír eso: ¿Cómo es esto? ¿de modo que bebemos sangre y comemos carne? Y se conturbaran -pues ya anteriormente, cuando les habló de este misterio, a las solas palabras se habían conturbado-; pues para que no se conturbaran, repito, comienza El mismo por tomarlo, para inducirlos a que participen con ánimo tranquilo de aquel misterio. Por esto bebe su propia sangre.

Preguntarás: entonces ¿es necesario practicar juntamente el rito antiguo y el nuevo? ¡De ningún modo! Por eso dijo: Haced esto, para apartarlos de lo antiguo. Pues si el nuevo perdona los pecados, como en realidad los perdona, el otro resulta ya superfluo. Y como lo hizo antiguamente con los judíos, también ahora unió el recuerdo del beneficio con la celebración del misterio, cerrando con esto la boca a los herejes. Pues cuando éstos preguntan ¿de dónde consta con claridad que Cristo fue inmolado?, con varios argumentos y también con el de este misterio les cerramos la boca. Si Cristo no hubiera en realidad muerto, lo que ahora se ofrece ¿de qué sería símbolo?

¿Adviertes con cuánto cuidado se proveyó a que recordáramos continuamente que Cristo murió por nosotros? Pues Marción, Valentino y Manes iban más tarde a negar esta providencia y economía, Cristo, aun por medio de los misterios, nos trae a la memoria el recuerdo de su Pasión, para que nadie pueda ser engañado; y mediante la sagrada mesa, a la vez nos salva y nos instruye; porque ella es el principal de todos los bienes. Pablo repite esto con frecuencia. Y una vez que les hubo dado los misterios, les dijo: Os lo aseguro: Desde ahora no beberé ya más de este fruto de la vid, hasta el día aquel en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Pues les había hablado de la Pasión y la cruz, ahora otra vez les menciona la resurrección, y aquí la llama reino. Mas ¿por qué después de la resurrección lo bebió? Para que los discípulos, pues aún eran algo rudos, no creyeran que el resucitado era un fantasma; aparte de que entonces muchos tenían eso como signo de verdadera resurrección. Así, por ejemplo, los apóstoles, para hacer creíble la resurrección de Cristo, decían: Nosotros, que juntamente con él comimos y bebimos?

De modo que el objeto era demostrarles que ellos lo verán claramente después de la resurrección y que luego estará de nuevo con ellos, y que más tarde ellos, por lo que vieron y por las obras, han de dar testimonio de cuanto ha sucedido. Y así les dice: Hasta que lo beba nuevo con vosotros, dando vosotros testimonio de ello; porque vosotros me veréis después que yo resucite. ¿Qué significa ese nuevo? Es decir de un modo nuevo e inaudito, y no en cuerpo pasible, sino inmortal e incorruptible y que ya no necesitará de alimento. De modo que después de la resurrección ya no comía ni bebía por necesidad que tuviera, pues de nada de eso necesitaba ya el cuerpo, sino para dar una más cierta prueba de su resurrección. Y ¿por qué después de la resurrección no bebe agua, sino solamente vino? Para arrancar de raíz otra herejía. Puesto que algunos para los misterios usan agua, El con el objeto de declarar que al entregarnos los misterios usó vino, y después de la resurrección, sin los misterios, en la mesa ordinaria usó también vino, dice: Del fruto de la vid. Ahora bien, las vides dan vino y no agua.

Y después de cantar los salmos, salió camino del monte de los olivos. Oigan esto los que a manera de cerdos, una vez que comen, patean la mesa sensible y se levantan de ella ebrios, cuando convenía dar gracias y terminar con el canto de los salmos. Oídlo también vosotros cuantos no esperáis a que se diga la última oración de los misterios; pues también ésta es símbolo de aquella otra. Dio Cristo gracias antes de dar les misterios a los discípulos, para que también nosotros demos gracias. Dio gracias después, y enseguida recitó los salmos, para que también nosotros hagamos lo mismo. ¿Por qué sale y va hacia el monte? Se manifiesta públicamente y de modo de ser aprehendido, para no parecer que se oculta: se apresuraba al sitio conocido de Judas.

Entonces les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí. Y añadió la profecía: Pues está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ove jasfi Lo hace para persuadirlos de que siempre se ha de atender a las Escrituras; y que va a la cruz por voluntad de Dios; y prueba así de mil maneras que no es enemigo del Antiguo Testamento, ni del Dios que en éste se predica; y que lo que entonces sucedía era disposición providencial; y que ya anteriormente los profetas habían anunciado todo lo que estaba aconteciendo; y para que por todo esto confiaran ellos en un futuro mejor.

También enseña a conocer cuáles eran los discípulos antes de la cruz y cuáles fueron después. Los mismos que cuando él era crucificado no soportaron ni siquiera hallarse presentes, después de la crucifixión se presentaron valerosos, activos y más firmes que el diamante. Por lo demás ese terror y fuga de los discípulos es un argumento de la muerte real de Cristo. Si tras de todo lo dicho, tan abundante y tan eximio, todavía algunos impudentemente afirman que Cristo no fue crucificado, en el caso de que ninguna de estas cosas hubiera acontecido ¿a qué abismos de impiedad no se habrían arrojado?

Por esto confirma él su muerte real no sólo por la Pasión, sino además con lo tocante a los discípulos, y también por los misterios que establece, derribando así, por todos modos, a los marcionitas. Por el mismo motivo permite que lo niegue el jefe de los apóstoles. Si en realidad no fue aprehendido, atado, cru. cificado ¿por qué el gran miedo de ellos y de los demás discípulos? Pero no los dejó en tristeza, sino ¿qué les dice? Pero una vez que haya resucitado, os precederé a Galilea. Es decir que no se aparecerá luego y al punto desde el cielo, ni se irá a una región lejana, sino que lo verán entre su misma gente ante la cual fue crucificado, y casi en los mismos sitios, para confirmarlos también por aquí en que el crucificado y el resucitado es uno mismo; y con esto mejor consolarlos en su tristeza. Por igual motivo les dice: A Galilea, para que libres del miedo de los judíos mejor creyeran en sus palabras. Tal fue el motivo de aparecérseles allá.

Respondiéndole Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen en Ti, yo jamás me escandalizaré. ¡Oh Pedro! ¿qué es lo que dices? El profeta predijo: Se dispersarán las ovejas. Cristo lo confirma. Y tú dices: ¡jamás! ¿No te basta con que antiguamente, cuando tú dijiste: ¡No lo quiera el cielo, Señor!, fueras reprendido? Jesús permite que caiga para enseñarle que siempre crea en la palabra de Cristo y tenga el parecer de Cristo por más seguro que el propio. Los demás discípulos sacaron de las negaciones un fruto no pequeño, viendo en ellas la debilidad humana y la divina veracidad.

Cuando Cristo predice algo, no conviene discutirlo ni alzarse sobre los demás, pues dice Pablo: Te gloriarás en ti y no en otro. Cuando lo conveniente era suplicar y decir: Ayúdanos, Señor, para que no nos apartemos de Ti, Pedro confió en sí mismo y dijo: Aunque todos se escandalicen en Ti, yo jamás me escandalizaré. Como si dijera: Aunque todos sufran esa debilidad, yo no la sufriré. Esto lo llevó poco a poco a confiar excesivamente en sí mismo. Cristo, queriendo corregir esto, permitió las negaciones, ya que Pedro no había cedido ni a Cristo ni a los profetas (pues Cristo le había citado al profeta para que así no recalcitrara); y pues no se le puede enseñar con solas palabras, se le enseñará con las obras. Y que Cristo lo permitió para que Pedro quedara en adelante enmendado, oye cómo lo dice el mismo Cristo: Mas yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu feS> Le habló así para más conmoverlo, y demostrarle que su caída era peor que la de los otros, y que necesitaba un auxilio mayor.

Doble era su pecado: contradecir a Cristo y anteponerse a los demás. Y aun había un tercer pecado, más grave aún, que era el adscribirlo todo a sus propias fuerzas. Para curar todo esto Jesús permite que suceda la caída; y por esto, dejando a los demás, se dirige a Pedro y le dice: ¡Simón, Simón, mira que Satanás ha redamado zarandearos como el trigo!; es decir turbaros, tentaros. Pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Mas, si el demonio reclamó zarandearlos a todos ¿por qué no dijo Cristo: Yo he rogado por todos? Pero ¿acaso no está claro el motivo que ya antes dije, o sea que fue para más conmover a Pedro y declarar que su falta es más grave que la de los otros? Por esto a él se dirige. ¿Por qué no le dijo: Yo no lo permití, sino: Yo rogué? Como va enseguida a su Pasión se expresa al modo humano, y demuestra así ser verdadero hombre. En efecto: quien edificó su Iglesia sobre la confesión de Pedro, y en tal forma la defendió y armó que no la pudieran vencer ni mil peligros ni muertes mil; quien confió a Pedro las llaves de los cielos y le confirió tan altísimos poderes; quien para todo eso no necesitó rogar (pues en aquella ocasión no dijo: He rogado, sino que habló con plena autoridad diciendo: Edificaré mi Iglesia y te daré las llaves de los cielos) ¿cómo iba a tener necesidad de rogar para fortalecer el alma vacilante en la tentación de un hombre solo?

Entonces ¿por qué habló así? Por el motivo que ya expuse y por la rudeza de los discípulos, pues aún no tenían acerca de El la opinión que convenía. Pero entonces ¿por qué Pedro, a pesar de todo, lo negó? Es que Cristo no dijo: Para que no me niegues, sino para que no desfallezca tu fe; es decir para que no perezca del todo. Porque esto fue obra de Cristo, ya que el miedo todo lo destruye. Grande era el miedo. Fue grande, y grande lo descubrió el Señor interviniendo con su auxilio. Y lo descubrió grande, porque encerraba en sí una terrible enfermedad, o sea la arrogancia y el espíritu de contradicción. Y para curar de raíz esta enfermedad, permitió que tan gran terror invadiera a Pedro. Y era tan recia esta tempestad y enfermedad en Pedro, que no sólo contradijo a Cristo y al profeta, sino que aún después, como Cristo le dijera: En verdad te digo que esta noche antes del canto del gallo, me negarás tres veces, todavía Pedro le respondió: Aunque fuera necesario morir contigo yo no te negaré. Lucas añade que cuanto más Cristo le negaba, tanto más Pedro le contradecía. (Mt 22,34).

¿Qué es esto, Pedro? Cuando Jesús decía: Uno de vosotros me va a entregar, temías por ti, no fuera a suceder que vinieras a ser traidor; y aunque de nada tenías conciencia, obligabas a un condiscípulo a preguntar al Señor; y ahora que el Señor claramente dice: Todos os escandalizaréis ¿le contradices, y no una vez sola, sino dos y muchas más? Así lo asegura Lucas. ¿Por qué le sucedió esto? Por su mucha caridad y el mucho gozo. Pues en cuanto se sintió liberado del miedo de llegar a ser traidor y conoció al que lo iba a ser, se expresaba con absoluta franqueza y libertad, y aun se levantó sobre los otros y dijo: Aunque todos se escandalicen, pero yo no me escandalizaré.

Más aún: algo de ambición se ocultaba aquí. En la cena discutían quién era el mayor: ¡hasta ese punto los sacudía esa enfermedad! Por lo cual Cristo lo corrigió. No porque lo empujara a las negaciones ¡lejos tal cosa! sino solamente retirándole su auxilio y dejando que se mostrara la humana debilidad. Advierte cuan humilde fue en adelante Pedro. Después de la resurrección, cuando preguntó a Jesús: Y éste ¿qué? recibió una reprensión, pero ya no se atrevió a contradecir, como ahora, sino que guardó silencio. Y lo mismo, también después de la resurrección, cuando oyó a Jesús decir: No os incumbe a vosotros conocer los tiempos y las circunstancias, de nuevo calló y no contradijo. Y más tarde, cuando en el techo de la casa, con ocasión del lienzo, oyó la voz que le decía: Lo que Dios ha purificado, cesa tú de llamarlo impuro, aunque no veía claro qué podía significar aquello, estuvo quieto y no discutió.

Todo este fruto lo logró aquel pecado. Antes de la caída, todo lo adscribe a sus fuerzas y dice: Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré. Aunque fuere necesario morir contigo, no te negaré. Lo conveniente era decir: Si disfruto de tu gracia. En cambio, después procede del todo al contrario y dice: ¿Por qué fijáis en nosotros los ojos, como si con nuestro poder y santidad hubiéramos hecho andar a éste? Gran enseñanza recibimos aquí: que no basta con el fervor del hombre sin la gracia de lo alto; y también que en nada puede ayudarnos la gracia de lo alto, si no hay la prontitud de nuestra voluntad. Esto lo esclarecen los ejemplos de Pedro y Judas. Judas, aun ayudado de gran auxilio de parte de la gracia, ningún provecho sacó, porque no quiso ni puso lo que estaba de su parte. Pedro, en cambio, aun con toda su buena voluntad, destituido del auxilio divino, cayó. Es que la virtud se entreteje con ambos elementos.

En consecuencia, os ruego que no lo dejemos todo a Dios y nos entreguemos al sueño, ni tampoco nos entreguemos al activismo pensando en que nuestros propios trabajos llevarán todo a buen término. No quiere Dios que permanezcamos inactivos. Por esto no lo hace todo El. Pero tampoco nos quiere arrogantes. Por lo mismo no nos lo dio todo. Quitando lo malo que hay en ambos extremos, dejó lo útil. Permitió que el príncipe de los apóstoles cayera para hacerlo más modesto y llevarlo a mayor caridad. Pues dijo: Aquel a quien más se le perdonare más amará.

Obedezcamos a Dios en todo. No le discutamos lo que nos dice, aun cuando nos diga lo que parezca contrario a nuestra razón e inteligencia: prevalezcan sus palabras sobre nuestra razón e inteligencia. Procedamos así en los misterios, sin atender únicamente a lo que cae bajo el dominio de nuestros sentidos, sino apegándonos a sus palabras. Sus palabras no pueden engañar. En cambio, nuestros sentidos fácilmente se engañan. Su palabra nunca es inoperante; pero nuestros sentidos muchas veces se engañan. Puesto que El dijo: Este es mi cuerpo, obedezcamos, creamos, con ojos espirituales contemplémoslo. No nos dio Cristo algo simplemente sensible, sino que en cosas sensibles todo es espiritual. Así en el bautismo, por la materialidad del agua, se concede el don; pero el don y efecto es espiritual, o sea una generación o regeneración o renovación. Si tú fueras incorpóreo, te habría dado esos dones espirituales a la descubierta; pero, pues el alma está unida al cuerpo, mediante cosas sensibles te da Dios los dones espirituales.

¡Cuántos hay ahora que dicen: Yo quisiera ver su forma, su figura, su vestido, su calzado! Pues bien: lo ves, lo tocas, lo comes. Querrías tú ver su vestido; pero él se te entrega a sí mismo no únicamente para que lo veas, sino para que lo toques, lo comas, lo recibas dentro de ti. En consecuencia, que nadie se acerque con repugnancia, nadie con tibieza, sino todos fervorosos, todos encendidos, todos inflamados. Si los judíos comían el cordero pascual de pie, calzados, con los báculos en las manos, aprisa, mucho más conviene que tú te llegues vigilante y despierto. Porque ellos debían salir hacia Palestina y por lo mismo estaban en hábito de viajeros; pero tú tienes que viajar hacia el cielo.

Conviene en consecuencia continuamente vigilar, pues no es pequeño el castigo que amenaza a quienes indignamente comulgan. Considerando lo mucho que te indignas contra el traidor y contra los que crucificaron a Cristo, guárdate de ser reo del cuerpo y sangre de Cristo. Aquéllos destrozaron el cuerpo sagrado; y tú, tras de tan grandes beneficios recibidos, lo recibes en tu alma en pecado. Porque no le bastó con hacerse hombre, ser abofeteado, ser muerto, sino que se concorpora con nosotros no únicamente por la fe, sino constituyéndonos en realidad cuerpo suyo.

Pues entonces ¿cuánta pureza debe tener quien disfruta de este sacrificio? ¿Cómo tiene que ser más pura que los rayos del sol la mano aquella que divide esta carne, la boca que se llena de este fuego espiritual, la sangre que se tiñe con sangre tan tremenda? ¡Piensa en la alteza de honor a que has sido encumbrado y de qué mesa disfrutas! Con aquel que los ángeles ven y tiemblan y no se atreven a mirarlo sin terror a causa del fulgor que de ahí dimana, con ese nos alimentamos, con ese nos concorporamos, y somos hechos un cuerpo y una carne de Cristo.

¿Quién contará las proezas del Señor, hará oír todas sus alabanzas? ¿Qué pastor hay que nutra a sus propias ovejas con sus propios miembros? ¿Qué digo pastor? Con frecuencia hay madres que después del parto entregan sus hijos a otras mujeres para que los alimenten y nutran. Pero Cristo no sufrió esto, sino que con su propia sangre nos nutre y en toda plenitud nos une consigo. Considera que nació de nuestra substancia. Dirás que esto no interesa a todos. Pues bien, con toda certeza interesa a todos. Porque si vino a nuestra naturaleza, vino para todos; y si para todos, luego también para cada uno.

Preguntarás: entonces ¿cómo es que no todos sacaron fruto? No se ha de achacar eso a quien en favor de todos eligió venir así, sino a ellos que no quisieron aprovecharse. El por su parte, mediante este misterio, se une con cada uno de los fieles; y a los que una vez ha engendrado los nutre y no los entrega a otro, y con esto te demuestra haber vestido tu carne. En consecuencia, no seamos desidiosos, pues tan gran amor se nos ha concedido, honor tan excelente. ¿No habéis visto con cuánto anhelo los infantes aplican sus labios a los pechos de su madre? Pues con igual anhelo acerquémonos a esta mesa y a este pecho de espiritual bebida. O mejor aún, con mayor anhelo, a la manera de infantes en lactancia, para extraer de ahí la gracia del Espíritu Santo: no tengamos otro dolor que el de vernos privados de este espiritual alimento. Estos misterios no son obra humana. El mismo que en aquella cena instituyólos, es el que ahora los obra. Nosotros poseemos la ordenación ministerial, pero quien los santifica y trasmuta es El mismo.

En consecuencia, que no se acerque ningún Judas, ningún avaro. Si alguno no es de los discípulos, apártese: ¡no soporta esta mesa a quienes no lo son! Con mis discípulos, dice Cristo, como la cena pascual. Nada tiene menos esta mesa que aquélla; pues no la prepara allá Cristo y acá un hombre, sino que ambas las prepara Cristo. Este es ahora el cenáculo aquel en donde ellos estaban; de aquí salieron al monte de los olivos. Nosotros de aquí salgamos hacia las manos de los pobres, pues las manos de ellos son el monte de los olivos. La multitud de los pobres es los olivos plantados en la casa del Señor, que destilan el óleo; el óleo que en la vida futura nos será de utilidad; el óleo que las cinco vírgenes prudentes tuvieron, mientras que las otras cinco que no se proveyeron, por eso perecieron. Provistos de él entremos aquí, para poder acercarnos al Esposo con las lámparas encendidas y refulgentes. Provistos de él salgamos de aquí. No se acerque, pues, ningún cruel, ningún inmisericorde, ninguno plenamente impuro.

Digo esto para vosotros los que tomáis los misterios y también para vosotros los que los repartís. Porque es necesario dirigirnos también a vosotros, a fin de que con gran diligencia distribuyáis este don. No leve suplicio os está preparado si admitís a participar en esta mesa a alguno que conocéis como perverso. La sangre de Cristo se exigirá de vuestras manos. Aunque se trate de un estratega o de un prefecto o aun del mismo que lleva ceñida la cabeza con la diadema, si se acerca indignamente, apártalo: mayor poder tienes tú que él. Si se te hubiera encargado la custodia de una limpia fuente destinada al rebaño y advirtieras la boca de alguna oveja manchada de cieno, no le permitirías que inclinara la cabeza para beber y enlodara el caudal.

Pues bien, no se te ha señalado la guarda de una fuente de aguas, sino de sangre y de espíritu; de manera que si vieres que se acercan gentes manchadas de pecados, que son más asquerosos que la tierra y el lodo, y no te indignares y no las apartares ¿qué perdón merecerás? Para esto os distinguió Dios con honor semejante, para que así separéis a los pecadores. Esta es vuestra honra; ésta, vuestra seguridad; ésta, vuestra corona; y no el andar de un lado para otro, revestidos de blanca y refulgente túnica.

Preguntarás: ¿cómo puedo yo discernir a unos de otros? Yo no me refiero a los pecados ocultos, sino a los públicos. Y voy a decir algo más escalofriante aún: no es tan grave dejar dentro de la iglesia a los energúmenos como lo es el dejar a éstos que señala Pablo (He 10,29) que pisotean a Cristo y tienen por común y vil la sangre del Testamento e injurian la gracia del Espíritu Santo. Quien ha pecado y se acerca, es peor que un poseso. Al fin y al cabo, el poseso, agitado del demonio, no merece castigo; pero el pecador, si indignamente se acerca, será entregado a los suplicios eternos.

Rechacemos no solamente a ésos, sino a cuantos veamos que indignamente se acercan. Nadie que no sea discípulo se acerque. Ningún Judas comulgue, para que no sufra el castigo de Judas. Cuerpo es de Cristo también esta multitud. Cuida, pues, tú que repartes los misterios, de no irritar al Señor si no limpias este cuerpo: ¡no le suministres espada en vez de alimento! Aun cuando alguno se acerque a la comunión por ignorancia, apártalo, no temas. Teme a Dios y no a los hombres. Si temes al hombre, él mismo se reirá de ti; si temes a Dios, también los hombres te reverenciarán. Y si tú no te atreves, tráelo a mí. Yo no toleraré semejante atrevimiento. Antes perderé la vida que entregar a un indigno la sangre del Señor. Antes derramaré mí sangre que dar esa sangre tremenda a quien es indigno. Pero si después de larga y seria investigación no lo encuentras indigno, libre quedas de pecado.

Queda dicho esto para los pecadores públicos. Pues si a éstos corregimos, pronto nos dará Dios a conocer los otros que no conocemos. Pero si toleramos a los que conocemos ¿por qué nos ha de dar Dios a conocer a los desconocidos? Todo esto lo digo, no para que simplemente apartemos a ésos y los mantengamos separados, sino para que, enmendados, los tornemos al redil, a fin de cuidar también de ellos. De este modo nos haremos propicio a Dios y encontraremos muchos que dignamente comulguen; y recibiremos abundante recompensa de nuestro empeño solícito en favor de los demás. Ojalá todos la obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA LXXXIII (LXXXIV)

Entonces viene Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemani y dice a los discípulos: Permaneced aquí mientras yo voy allá para orar. Y habiendo tomado consigo a Pedro y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a entristecerse y sentir horror; y les dijo: Triste está mi alma hasta la muerte Quedaos aquí y velad conmigo.

COMO ellos no se le apartaban El dice: Permaneced aquí mientras yo voy allá para orar. Porque solía orar apartado de ellos. Lo hacía para enseñarnos que debemos procurar para la oración tranquilidad y gran paz. Y tomó a tres de sus discípulos y les dijo: Triste está mi alma hasta la muerte. ¿Por qué no los llevó a todos? Para que no decayeran de ánimo. Solamente admitió a los que habían contemplado la gloria de su transfiguración. Pero luego, aun a éstos los dejó. Y adelantándose un poco, oraba diciendo: Padre, si es posible pase de mí este cáliz; pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú. Y viene a sus. discípulos y los encuentra dormidos. Y dice a Pedro: ¿Así es que ni una hora habéis podido vigilar conmigo? Velad y orad para que no entréis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil.

No en vano se dirige a Pedro, aunque todos dormían; pero es para punzarlo por el motivo que ya antes dijimos. Después, como todos igualmente habían dicho lo mismo (pues habiendo dicho Pedro: Aunque sea necesario morir contigo no te negaré, añade el evangelista que todos los discípulos lo dijeron), Jesús les reprende su debilidad; y se dirige a todos. Los que querían morir con El, ahora no podían acompañarlo en su pena despiertos, sino que los venció el sueño. Pero Jesús oraba con mayor ahínco, para que no pareciera ser todo una simple ficción. Y por igual motivo corrió el sudor de sangre, para que no alegaran los herejes que solamente había simulado su tristeza. Y el sudor era como gotas de sangre; y apareció un ángel que lo confortaba; y hubo infinitas señales de pavor, para que nadie pensara que en sus palabras fingía. También por lo mismo hace oración.

Diciendo: Si es posible, pase, demuestra su humanidad; y cuando dice: Pero no se haga como yo quiero, sino como Tú quieres, demuestra su virtud y procede conforme a sus principios y nos enseña que debemos seguir la voluntad de Dios aun cuando recalcitre la naturaleza. Y como para los necios no bastaba con sólo mostrar la tristeza en el rostro, añade las palabras. Por otra parte, las solas palabras tampoco eran suficientes, sino que se deseaban las obras. Añadiólas a las palabras, de modo que pudieran creer aun los más díscolos que verdaderamente se había hecho hombre y que verdaderamente había muerto. Pues si abundando en tanto grado estas señales, todavía no faltan quienes no crean, mucho más los habría si dichas señas no hubieran existido. ¿Adviertes con cuántas providencias hace patente la verdad? Mediante lo que dice y mediante lo que padece.

Viene luego a Pedro y le dice: ¿Así que no pudiste vigilar una hora conmigo? Todos dormían, pero reprende a Pedro, echándole en cara, oscura y suavemente, lo que anteriormente había presumido. Y no sin causa pone la palabra conmigo; sino que es como si le dijera: No has podido vigilar conmigo ¿y vas a dar tu vida por Mí? Lo que sigue tiene el mismo sentido, pues dice: Velad y orad para que no entréis en la tentación. ¿Observas cómo de nuevo los instruye para que no declinen hacia la arrogancia, sino quebranten sus bríos y sean humildes y todo lo atribuyan a Dios?

Y unas veces se dirige a sólo Pedro; otras a todos a la vez. A Pedro le dice: ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha reclamado zarandearos como el trigo. Mas yo he rogado por ti; y luego a todos en conjunto: Orad para que no entréis en la tentación. Por todos lados reprime la arrogancia de ellos y los hace solícitos. Después, para no parecer un tanto acre, añade: El espíritu en verdad está pronto, pero la carne es débil. Como si les dijera: Si queréis despreciar la muerte, no lo podréis hasta que Dios extienda su mano.

Padre, si no puede este cáliz ser alejado de mí, sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Demuestra aquí estar en absoluto de acuerdo con la voluntad de Dios; y que conviene en todo seguirla y buscarla. Y vino otra vez a ellos y los encontró dormidos. Pues aparte de que era muy avanzada la noche, ellos tenían pesados los párpados a causa de la tristeza. Y tercera vez se apartó de ellos y repitió las mismas palabras, demostrando ser verdadero hombre. Porque en las Escrituras, cuando ellas dicen segunda y tercera vez es señal certísima de verdad. Así José dice al Faraón: Por segunda vez viste un sueño, para darle a entender ser verdadero y que creyera que en efecto se realizaría todo así. Del mismo modo Cristo, una y otra vez y una tercera, habló las mismas palabras para confirmar la verdad de la economía de su Encamación.

¿Por qué vino por segunda vez? Para reprenderlos de que así estuvieran totalmente dominados por la tristeza, hasta el punto de ni siquiera sentir que El estaba presente. Pero en esta vez no les reprochó nada, sino que lentamente se apartó de ellos, dando a entender con esto la increíble debilidad que tenían, ya que ni reprendidos una vez habían podido vigilar. No los despierta ni los increpa, para no acabar de punzar a quienes ya había punzado; sino que, habiéndose apartado y hecho de nuevo oración, regresó y les dijo: Dormid ya y descansad. Precisamente entonces era más necesario vigilar; pero les quiere decir que no soportarán fácilmente ni siquiera que se presenten los padecimientos, sino que el terror los hará huir; pero que El no necesita el auxilio de ellos; sino que en absoluto es necesario que sea entregado. Por eso dice: Dormid ya y descansad. Mirad: llegó la hora ya. El Hijo del hombre es entregado en manos de los malvados. De modo que de nuevo declara pertenecer aquel suceso a la economía de la redención. Pero no sólo con esto les levanta el ánimo, sino además diciendo: En manos de los malvados, pues así demuestra que todo es obra de la perversidad de los pecadores, pero que El no es reo de pecado alguno.

Levantaos, vamos de aquí. Ved que ya está aquí el que me entrega. Con todas estas palabras los instruye acerca de que todo aquello no es efecto de debilidad ni de necesidad alguna, sino cierta e inefable economía, pues sabía de antemano lo que iba a suceder, pero no lo evita, antes le sale al encuentro. Mientras hablaba Jesús, llega Judas, uno de los doce y con él una gran turba con espadas y garrotes, enviada por los sumos sacerdotes y los del pueblo. ¡Lucidos instrumentos de los sacerdotes, que acometen con garrotes y cuchillos! Y Judas, uno de ellos, dice el evangelista, iba con ellos. Nuevamente pone: Uno de los doce, y no se avergüenza de ponerlo.

El traidor les tenía dada la contraseña: al que yo besare, ése es: prendedlo. ¡Oh Dios! ¡cuan gravísimo crimen echó sobre sí el alma del traidor! ¿Con qué ojos pudo mirar al Maestro? ¿con qué boca besarlo? ¡Oh mente perversa! ¿qué fue lo que deliberó? ¿a qué se atrevió? ¿qué contraseña de su traición dio? Dice: Aquel a quien yo besare. Confiaba en la bondad del Maestro; pero precisamente el haber entregado a un Maestro de tanta mansedumbre era lo que más debía confundirlo y alejarlo de todo perdón.

Preguntarás: ¿por qué escogió semejante contraseña? Porque habiendo sido Jesús aprehendido varias veces por ellos, se les había escabullido de las manos, porque no lo identificaban. Pero lo mismo habría acontecido ahora si El no hubiera querido que lo aprehendieran. Para enseñarle esto a Judas, Jesús cegó los ojos de los esbirros; y se puso a preguntarles personalmente: ¿A quién buscáis?" Pero ellos no lo reconocían a pesar de las lámparas y hachones y de tener consigo a Judas.

Y como ellos respondieran: A Jesús, les dijo: Yo soy el que buscáis. Y también a Judas: Amigo ¿a qué has venido? Y una vez que les hubo demostrado su poder, finalmente les permitió que lo aprehendieran. Juan dice que todavía en esos momentos Jesús quiso procurar la enmienda de Judas diciéndole: ¡Judas! ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Como si le dijera: ¿No te da vergüenza el usar de semejante contraseña para traicionar? Pero como ni aun esto cambió el ánimo de Judas, Jesús le recibió el beso, y voluntariamente se entregó a los esbirros.

Entonces echaron mano de El y lo prendieron, en la noche misma en que comían la cena pascual: ¡tan grande ira los enardecía! Nada habrían podido si El no lo hubiera permitido. Pero esto no librará a Judas del intolerable castigo; sino que lo hará reo de más grave suplicio precisamente el haberse encontrado más cruel que una bestia feroz, pues había tenido pruebas de tan inmenso poder, suavidad y mansedumbre del Señor.

Sabiendo esto, huyamos de la avaricia. Porque fue ella ¡sí! fue ella la que entonces precipitó a Judas a la locura furiosa; ella fue la que lo preparó para el extremo de la ferocísima crueldad. No solamente lo hizo con él, sino además con todos los que ella ha aprisionado. Porque los induce a desesperar de la salvación y mucho más los empuja a no tener en nada la salvación de los demás. Es enfermedad de tal manera tirana que a veces supera al amor carnal a los cuerpos, que de suyo es vehementísimo.

Por eso me apeno en gran manera y me avergüenzo de que muchos, por no gastar sus dineros, se abstienen del apetito libidinoso, siendo así que no quisieron por el temor de Dios vivir en castidad y moderación. Huyamos, pues, de la avaricia, os lo suplico. No me cansaré de repetirlo. ¿Por qué, oh hombre, acumulas el oro? ¿por qué haces más amarga aún tu servidumbre? ¿por qué te pones guardias más duros? ¿por qué vuelves más agudas tus solicitudes? Imagina que te pertenecen todas las vetas de oro que hay en las minas y cuanto oro hay en los tesoros regios. Si tan grande cantidad de oro poseyeras, no disfrutarías de ella; solamente serías su guardián. Pues si aun ahora, en realidad no usas de lo que posees, sino que lo respetas como si fuera ajeno, sin duda que si más tuvieras te portarías lo mismo. Porque los apasionados por el dinero suelen abstenerse de usarlo tanto más cuanto más oro poseen.

Dirás: pero en fin, yo sé que me pertenece. Entonces el poseerlo es cuestión de nombre, pero no de uso. Instarás: es que de este modo me haré temible a los demás. Mejor dicho: serás más fácil presa de los demás: de los ricos y de los pobres, de los ladrones y de los sicofantas, de los siervos y en una palabra de cuantos quieran ponerte asechanzas. Si quieres hacerte temible, corta todas las ocasiones en que te puedan atrapar y molestar cuantos quisieren hacerlo. ¿No has oído el proverbio que dice: Al pobre y al desnudo ni cien hombres lo pueden despojar? Gran defensa tienen en su pobreza, tal que ni el rey mismo puede despojarlos ni robarlos.

En cambio al avaro todos pueden causarle daño. Y no me refiero únicamente a los hombres, sino además a la polilla y a los gusanos. Y ¿qué digo la polilla? El curso largo del tiempo puede, sin más auxiliares, y sin daño propio, destruir al avaro. Entonces ¿en dónde está el placer de la riqueza? Lo que yo veo son molestias. Explícame tú en dónde está ese placer. Preguntarás: ¿cuáles son esas molestias? Son los cuidados, las asechanzas, las enemistades, los odios, el temor, la eterna sed y el eterno dolor. Si alguno abraza a una joven, pero no logra satisfacer su lujuria, experimenta tremenda contrariedad. Pues igualmente el rico: posee gran abundancia de bienes y a ellos se abraza, pero no logra satisfacer cumplidamente su codicia. Le pasa lo que dice el sabio: Como pasión de eunuco por desflorar a una doncella. Así como gime el eunuco abrazado a una doncella, así son los ricos.

¿Quién podrá recorrer todos los otros males? El avaro a todos causa fastidio: a los siervos, a los agricultores, a los vecinos, a los hombres públicos, a los ofendidos y a los no ofendidos; pero sobre todo a la esposa y a los hijos más que a nadie. Porque los educa no como hijos, sino peor que a esclavos comprados; y les da mil ocasiones de ira, dolor, cólera, risa contra él mismo, hecho común espectáculo de todos. Tales son las molestias del avaro, y tal vez otras muchas. Porque no puede el discurso agotarlas, pero la experiencia las enseña. Muéstrame tú ahora el placer que de las riquezas se cosecha. Dirás: es que se me ve y se me estima como a rico. Pero el ser tenido por rico ¿es algún placer? Es gran nombre que causa envidias. Porque las riquezas son un nombre vano sin contenido real.

Insistirás: es que el rico goza con esa estima. Sí, pero se alegra de lo que había de dolerse. ¿Dolerse decís? ¿por qué? Porque eso mismo lo inutiliza para todo y lo hace tímido y perezoso lo mismo para emprender una peregrinación que para soportar la muerte. A ésta la tiene por doble muerte, pues anhela más las riquezas que la luz del día. Al avaro no lo deleita el cielo, porque no lleva oro; ni el sol, porque no emite río" de oro en vez de luz. Dirás que los hay que abundan en bienes y se entregan a los placeres y a los banquetes, y se hartan de vino y derrochan en gastos amplísimos. Me estás pintando a los peores de todos los hombres. Porque precisamente son éstos los que menos disfrutan. Hay otros que entregados a sola la codicia del dinero, se abstienen de esos vicios. Pero éstos, peores que aquellos otros, aparte de la servidumbre que antes dije, se atraen otra dura y variada; porque se entregan como a cruelísimos tiranos, al vientre, al amor de los cuerpos, a la embriaguez; y andan diariamente, como esclavos, sujetos a los demás vicios; y tienen que alimentar afeminados y preparar espléndidas cenas y sustentar parásitos y comprar aduladores; y se precipitan en amores contra la naturaleza y quedan afectados de mil enfermedades así del cuerpo como del alma.

Porque no gastan sus haberes en cosas necesarias, sino en las que destruyen el cuerpo y juntamente el alma. Proceden lo mismo que si alguno pensara que gasta su dinero en provecho personal, por el hecho de adquirir adornos para el cuerpo. No disfruta de placer ni es verdadero dueño de sus haberes sino aquel que los usa en forma debida. Los otros son cautivos y esclavos, pues aumentan las enfermedades del cuerpo y del alma. Entonces ¿qué género de placer es ese en que sólo hay asedios, guerras y tempestades más recias que las tormentas marinas? Las riquezas, si se apoderan de un necio, lo tornan más necio; si de un lascivo, lo hacen más lascivo aún.

Preguntarás: pero ¿qué utilidad se le sigue al pobre de su moderación? Con razón lo ignoras. No sabe el ciego qué provecho puede provenir de la luz. Oye a Salomón que dice: Cuanta distancia hay entre la luz y las tinieblas, tanto supera el sabio al necio? Pero al que yace en tinieblas ¿cómo lo instruiremos? Porque la codicia de riquezas es una verdadera ti-niebla que no deja ver cosa alguna tal como es, sino que muy mucho la desfigura. Como el que está en la oscuridad, aun cuando vea un vaso de oro o una piedra preciosa o un vestido de púrpura, no les da valor alguno, porque no puede contemplar la hermosura que tienen, del mismo modo el codicioso de dineros no ve como conviene la belleza de las cosas que sí deben anhelarse. Disipa la oscuridad originada de enfermedad semejante, y entonces verás la naturaleza de cada cosa; naturaleza que nunca se ve mejor que en la pobreza: jamás aparece tan clara la nada de las cosas que parecen ser algo, como desde el plano de la virtud.

¡Ah, necios los hombres que maldicen de los pobres y afirman que éstos manchan las mansiones y la vida y todo lo confunden! ¿Cuál es el decoro de una mansión? No tiene lechos de marfil, ni vasos de plata, sino que todo ahí es de barro y de madera. Pues precisamente esto es la suma gloria y nobleza de una mansión. Porque con frecuencia eso es fruto del desprecio de las cosas temporales, que hace poner todo cuidado y empeño en las cosas del alma. De modo que cuando observes que se pone gran solicitud en esas cosas exteriores, avergüénzate de tan gran ignominia; porque las casas de los ricos no tienen el adorno que les conviene.

Cuando observes maderos cubiertos de alfombras, lechos ornamentados de plata, como si se tratara de un teatro o del adorno de un escenario ¿qué habrá más vergonzoso que eso? ¿Qué cosa habrá que más se parezca a un teatro y a lo que en éste se realiza? ¿La del rico o la del pobre? ¿No es claro que la del rico? Porque ésta se encuentra repleta de cosas deformes que avergüenzan. ¿Qué casa es la que se asemeja a la de Pablo o a la de Abrahán? Sin duda que la del pobre. Pues bien, esta es sin duda la mejor adornada y más excelente. Y para que entiendas que sobre todo el ornato de una casa consiste en lo que ya dije, entra en la de Zaqueo y aprende el modo cómo preparóla para recibir a Cristo. No acudió a los vecinos; no les pidió prestadas puertas de dos hojas llenas de adornos, ni sillas, ni escaños de marfil labrado, ni sacó de sus vestuarios velos de Laconia, sino que la adornó toda en la forma que para Cristo convenía. ¿Cuál fue ese ornato? Dice: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituiré el cuádruplo.

Adornemos así nuestras casas para recibir a Cristo. Estas son las más bellísimas puertas de dos hojas; éstas son las que en el cielo se fabrican y con ellas allá se adornan. En donde ellas están, ahí está el Rey de los cielos. Si en otra forma adornas tu mansión, estás invitando al demonio y a sus acompañantes. Vino Cristo también a la casa del publicano Mateo. ¿Qué hizo éste? Antes que nada se adornó a sí mismo con fervientes propósitos; y luego, dejando todos sus bienes, siguió a Cristo. Del mismo modo adornó Cornelio su morada con oraciones y limosnas; y por eso brilla hasta el día de hoy más que los palacios regios.

Es que la vileza de una mansión no consiste ni en los ajuares regados por una y otra parte, ni en el lecho descuidado, ni en las paredes denegridas por el humo, sino en la perversidad de quienes la habitan. Así lo demuestra Cristo, que no se avergüenza de entrar en una casa pobre si su morador es hombre de virtud. En cambio, en aquella otra, aunque tenga dorados artesones por techo, jamás entrará. De modo que esta segunda es más espléndida que los palacios de los reyes, pues recibe al Señor común de todos; mientras que la otra, con sus techos y columnas doradas, es semejante a los ríos cenagosos y a las cloacas impuras, y está repleta de instrumentos del demonio.

Todo lo que hemos dicho no va con los ricos que guardan la decorosa moderación, sino con los avaros y codiciosos de dineros. Porque entre éstos no se cuida de las cosas necesarias, sino del vientre, de la embriaguez y de otras cosas torpísimas. En la casa moderada vige el estudio y anhelo de la virtud. Por tales motivos Cristo jamás entró en una mansión espléndida, sino en las de los publícanos, en la del príncipe de los publícanos, en las de los pescadores; y dejó a un lado los palacios reales; y dejó a un lado a quienes muellemente se visten.

Si quieres, pues, traerlo a tu casa, adórnala con limosnas, con oraciones, con vigilias, con súplicas. Estos son los exvotos y dones propios para Cristo Rey. Aquellos otros lo son de Mamona, la enemiga de Cristo. Que nadie se avergüence de tener una casa pobre, si semejante ornato ha conseguido. Ningún rico se ensoberbezca por la mansión que posee, sino más bien cúbrase de vergüenza y abandónela, y prefiera una pobre para recibir en ella a Cristo acá en esta vida y gozar en la otra de las eternas moradas, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

CL



Crisóstomo - Mateo 82