Suma Teológica III Qu.48 a.4
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no realizó nuestra salvación a modo de redención.
Objeciones: 1. Nadie compra o redime lo que no ha dejado de ser suyo. Pero los hombres nunca dejaron de ser de Dios, conforme a lo que se lee en Ps 23,1: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y cuantos lo habitan. Luego parece que Cristo no nos redimió con su pasión.
2. Como dice Agustín en XIII De Trin., el diablo debía ser vencido por Cristo con la justicia. Ahora bien, la justicia exige que quien con dolo se apoderó de cosa ajena, sea privado de ella, porque el fraude y el dolo a nadie deben favorecer, como enseña también el derecho de gentes. Por consiguiente, habiendo engañado y subyugado el diablo dolosamente al hombre, criatura de Dios, parece que el hombre no debió ser liberado de su potestad a modo de redención.
3. El que compra o redime algo, paga el precio a quien lo posee. Pero Cristo no paga con su sangre, llamada precio de nuestra redención, al diablo, que nos tenía cautivos. Luego Cristo no nos redimió con su pasión.
Contra esto: está lo que se lee en 1P 1,18-19: No habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres con oro o con plata corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero inmaculado y sin defecto. Y en Ga 3,13) se dice: Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldición por nosotros. Se dice que se hizo maldición por nosotros en cuanto que padeció por nosotros en la cruz, como antes se ha expuesto (II-II 46,4 ad 3). Luego nos redimió por medio de su pasión.
Respondo: El hombre estaba encadenado por el pecado de dos modos: Primero, por la esclavitud del pecado, porque quien comete pecado es esclavo del pecado, como se dice en Jn 8,34), y en 2P 2,19: Uno queda esclavo de aquel que le vence. Por consiguiente, habiendo vencido el diablo al hombre mediante la inducción al pecado, el hombre quedó sujeto a la esclavitud del diablo. Segundo, en cuanto al reato de la pena, con el que el hombre quedaba ligado conforme a la justicia divina. Y esto es también una cierta esclavitud, pues a la esclavitud pertenece el que uno sufra lo que no quiere, por ser propio del hombre libre disponer de sí mismo como él quiere.
En consecuencia, habiendo sido la pasión de Cristo satisfacción suficiente y sobreabundante por el pecado y por el reato del género humano, fue como un precio mediante el cual fuimos liberados de una y otra esclavitud. Pues la misma satisfacción que alguien ofrece por sí o por otro se llama un cierto precio con el que uno se redime del pecado y de la pena, conforme a las palabras de : Redime tus pecados con limosnas. Y Cristo satisfizo, no entregando dinero o cosa semejante, sino dando por nosotros lo más grande imaginable, El mismo. Y por este motivo, la pasión de Cristo es llamada redención nuestra.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Se afirma que el hombre es de Dios de dos modos: Uno, en cuanto que está sometido a su poder. Y, en este sentido, el hombre nunca ha dejado de ser posesión de Dios, conforme a aquellas palabras de : El Altísimo domina sobre el reino de los hombres, y se lo dará a quien le plazca. Otro, por la unión con El mediante la caridad, como se dice, Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo. En consecuencia, del primer modo, el hombre no ha dejado nunca de ser de Dios. Del segundo, dejó de ser de Dios a causa del pecado. Y por tanto, en cuanto que fue liberado del pecado por Cristo, que satisfizo con su pasión, se dice que fue redimido por la pasión de Cristo.
2. El hombre, al pecar, quedaba ligado a Dios y al diablo. Con la culpa había ofendido a Dios y se había sometido al diablo, prestándole asentimiento. De donde, en virtud de la culpa, no se había hecho siervo de Dios, sino más bien, al apartarse de Dios, había incurrido en la esclavitud del diablo, permitiéndolo Dios justamente por causa de la ofensa cometida contra El. Pero, por razón de la pena, el hombre estaba ligado principalmente con Dios, como con su juez supremo, y con el diablo, como con su verdugo, conforme a aquel pasaje de Mt 5,25: No sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil, esto es, al ángel cruel de los castigos, como lo interpreta el Crisóstomo. Así pues, aunque el diablo, en cuanto a sí mismo se refería, injustamente retuviese al hombre, al que con fraude había engañado, bajo su esclavitud, lo mismo en lo que se refiere a la culpa que en lo que atañe a la pena, era justo, no obstante, que el hombre padeciese, permitiéndolo Dios en cuanto a la culpa, y disponiéndolo El en cuanto a la pena. Y por tanto, en lo que toca a Dios, su justicia exigía que el hombre fuese redimido; pero no lo exigía en lo que se refiere al diablo.
3. Al ser necesaria la redención del hombre por lo que a Dios se refiere, y no por lo que al diablo atañe, no era preciso pagar el precio al diablo, sino a Dios; y por este motivo no se dice que Cristo haya ofrecido su sangre, que es el precio de nuestra redención, al diablo, sino a Dios.
Objeciones por las que parece que el ser redentor no es privativo de Cristo.
1. Se dice en Ps 30,6: Me has rescatado, Señor, Dios verdadero. Ahora bien, el ser Señor, Dios verdadero, es común a toda la Trinidad. Luego no es propio de Cristo.
2. Se dice que redime aquel que entrega el precio de la redención. Pero Dios Padre entregó a su Hijo como redención por nuestros pecados, conforme a aquellas palabras de Ps 110,9: El Señor envió la redención a su pueblo, esto es, a Cristo, que otorga la redención a los cautivos, como interpreta la Glosa.
Luego no nos redimió solamente Cristo, sino también Dios Padre.
3. No sólo fue provechosa para nuestra salvación la pasión de Cristo, sino que igualmente lo fue la de los demás santos, según aquel pasaje de Col 1,24: Me alegro de mis padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Luego no debe llamarse redentor solamente Cristo, sino también los otros santos.
Contra esto: está lo que se dice en Ga 3,13: Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros. Ahora bien, sólo Cristo se hizo maldición por nosotros. Luego solamente Cristo debe llamarse nuestro Redentor.
Respondo: Para que alguien redima, se necesitan dos cosas: el acto de la redención y el pago del precio. Si uno paga el precio para la redención de una cosa, y ese precio no es suyo, sino de otra persona, no se llama redentor principal; lo es más el que es dueño del precio. Ahora bien, el precio de nuestra redención es la sangre de Cristo, o su vida corporal, que es su sangre (cf. Lv 17,11), entregada por el propio Cristo. Por lo que ambas cosas pertenecen inmediatamente a Cristo en cuanto hombre; pero pertenecen a toda la Trinidad como a causa primera y remota, que era la dueña de la misma vida de Cristo, como autor primero, y por la cual fue inspirado al mismo Cristo en cuanto hombre el que padeciese por nosotros. Y, por esta causa, el ser inmediatamente Redentor es algo propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la misma redención pueda atribuirse a toda la Trinidad como a causa primera.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La Glosa expone así las palabras del salmo mencionado: Tú, Dios verdadero, me redimiste en Cristo, que clamaba: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Y, de este modo, la redención pertenece inmediatamente a Cristo hombre; pero, principalmente, pertenece a Dios.
2. Cristo hombre pagó inmediatamente el precio de nuestra redención; pero lo hizo por mandato del Padre como autor principal.
3. Los sufrimientos de los santos son provechosos para la Iglesia, no a modo de redención, sino a manera de exhortación y de ejemplo, conforme a aquellas palabras de 2Co 1,6: Si somos atribulados, es para vuestra exhortación y salvación.
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no realizó nuestra salvación por vía de eficiencia.
Objeciones: 1. La causa eficiente de nuestra salvación es la grandeza del poder divino, conforme a las palabras de Is 59,1: He aquí que no se ha acortado su mano, de modo que no puede salvar. Cristo, en cambio, fue crucificado por su debilidad, como se dice en 2Co 13,4. Luego la pasión de Cristo no obró eficientemente nuestra salvación.
2. Ningún agente corporal obra eficientemente más que por contacto; por lo que también Cristo limpió al leproso tocándole (cf. Mt 8,3 Mc 1,41 Lc 5,13), para mostrar que su cuerpo tenía virtud salutífera, como dice el Crisóstomo. Pero la pasión de Cristo no pudo tocar a todos los hombres. Luego no pudo obrar eficientemente la salvación de todos los hombres.
3. No parece propio de una misma persona obrar a modo de mérito y por vía de eficiencia, porque el que merece espera el efecto de otro. Ahora bien, la pasión de Cristo obró nuestra salvación por vía de mérito. Luego no la realizó a modo de eficiencia.
Contra esto: está lo que se dice en 1Co 1,18: La doctrina de la cruz es poder de Dios para los que se salvan. Pero el poder de Dios obra eficientemente nuestra salvación. Luego la pasión de Cristo en la cruz obró eficientemente nuestra salvación.
Respondo: Hay una doble causa eficiente: una principal; otra instrumental. La causa eficiente principal de la salvación de los hombres es Dios. Pero, al ser la humanidad de Cristo instrumento de la divinidad, como antes se ha dicho (II-II 2,6 arg. 4; II-II 13,2-3 II-II 19,1 II-II 43,2), se sigue que todas las acciones y sufrimientos de Cristo obran instrumentalmente la salvación humana en virtud de la divinidad. Y, de acuerdo con esto, la pasión de Cristo causa eficientemente la salvación de los hombres.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La pasión de Cristo, referida a su carne, convino a la flaqueza que asumió; pero, referida a la divinidad, obtiene de ésta un poder infinito, conforme a aquellas palabras de 1Co 1,25: La flaqueza de Dios es más fuerte que los hombres, es a saber: porque la flaqueza de Cristo, en cuanto flaqueza de Dios, tiene una fuerza que supera a todo poder humano.
2. La pasión de Cristo, a pesar de ser corporal, tiene poder espiritual por su unión con la divinidad. Y por eso logra la eficacia por contacto espiritual, esto es, por medio de la fe y de los misterios de la fe, según aquellas palabras del Apóstol en Rm 3,25: A quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por la fe en su sangre.
3. La pasión de Cristo, en cuanto vinculada con su divinidad, obra por vía de eficiencia; pero, en cuanto referida a la voluntad del alma de Cristo, obra por vía de mérito; vista en la carne de Cristo, actúa a modo de satisfacción, en cuanto que por ella somos liberados del reato de la pena; a modo de redención, en cuanto que mediante la misma quedamos libres de la esclavitud de la culpa; y a modo de sacrificio, en cuanto que por medio de ella somos reconciliados con Dios, como luego se dirá (q. 49).
Y sobre esto se formulan seis preguntas: 1. ¿Por la pasión de Cristo fuimos librados del pecado? 2. ¿Fuimos por ella librados del poder del diablo? 3. ¿Fuimos por ella librados del reato de la pena? 4. ¿Fuimos por ella reconciliados con Dios? 5. ¿Nos abrió las puertas del cielo? 6. ¿Alcanzó Cristo por ella su exaltación?
Objeciones por las que parece que por la pasión de Cristo no fuimos librados del pecado.
Objeciones: 1. Librar del pecado es algo propio de Dios, de acuerdo con aquello de Is 43,25: Soy yo quien, por amor de mí, borro tus pecados. Ahora bien, Cristo no padeció en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. Luego la pasión de Cristo no nos libró del pecado.
2. Lo corporal no obra sobre lo espiritual. Pero la pasión de Cristo es corporal; el pecado, en cambio, sólo existe en el alma, que es una criatura espiritual. Luego la pasión de Cristo no pudo limpiarnos del pecado.
3. Nadie puede librar de un pecado aún no cometido, pero que se cometerá en el futuro. Por consiguiente, habiéndose cometido muchos pecados después de la pasión de Cristo, y cometiéndose cada día, da la impresión de que no hemos sido liberados del pecado por la pasión de Cristo.
4. una vez que se pone la causa suficiente, nada más se requiere para que se produzca el efecto. En cambio, para el perdón de los pecados se requieren otras cosas, a saber, el bautismo y la penitencia. Luego parece que la pasión de Cristo no es causa suficiente para la remisión de los pecados.
5. En Pr 10,12: se dice: El amor encubre todos los pecados; y en Pr 15,27 se lee: Por la misericordia y la fe se limpian los pecados. Pero hay otras muchas cosas en las que tenemos fe y que excitan la caridad. Luego la pasión de Cristo no es la causa propia de la remisión de los pecados.
Contra esto: está lo que se lee en Ap 1,5: Nos amó y nos limpió de nuestros pecados por la virtud de su sangre.
Respondo: La pasión de Cristo es causa de la remisión de nuestros pecados de tres modos: Primero, a manera de excitante a la caridad, porque, como dice el Apóstol en Rm 5,8-9: Dios probó su amor hacia nosotros porque, siendo enemigos, Cristo murió por nosotros. Y por la caridad logramos el perdón de los pecados, según aquel pasaje de Lc 7,47: Lo han sido perdonados muchos pecados, porque amó mucho.
Segundo, la pasión de Cristo es causa de la remisión de los pecados por vía de redención. Por ser El nuestra cabeza, mediante su pasión, sufrida por caridad y obediencia, nos libró, como a miembros suyos, de los pecados, como por el precio de su pasión, cual si un hombre, mediante una obra meritoria realizada con las manos, se redimiese a sí mismo de un pecado que hubiera cometido con los pies. Pues como el cuerpo natural es uno, integrado por la diversidad de miembros, así toda la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, se considera como una sola persona con su cabeza, que es Cristo.
Tercero, a modo de eficiencia, en cuanto que la carne, en la que Cristo sufrió la pasión, es instrumento de la divinidad, por lo que los sufrimientos y las acciones de Cristo obran con el poder divino para expulsar el pecado.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Aunque Cristo no padeció en cuanto Dios, su carne es, sin embargo, instrumento de la divinidad. Y, por este motivo, su pasión tiene poder divino para expulsar el pecado, como acabamos de decir (en la sol.).
2. Aunque la pasión de Cristo sea corporal, obtiene, sin embargo, un poder espiritual de la divinidad, de la que la carne, que le está unida, es instrumento.
Y, a causa de ese poder, la pasión de Cristo es causa de la remisión de los pecados.
3. Cristo, con su pasión, nos libró causalmente de los pecados, es decir, instituyendo una causa de nuestra liberación, en virtud de la cual pudiera ser perdonada cualquier clase de pecados en cualquier tiempo, tanto pasados como presentes o futuros; como si un médico prepara una medicina con la que pueda curarse cualquier clase de enfermedad, incluso en el futuro.
4. Por haber precedido la pasión de Cristo como causa universal de la remisión de los pecados, como acabamos de decir (ad 3), es necesario que se aplique a cada uno para la remisión de los propios pecados. Y esto se realiza por el bautismo, la penitencia y los demás sacramentos, que obtienen su poder de la pasión de Cristo, como luego se verá (III 62,5).
5. También por la fe se nos aplica la pasión de Cristo para recibir sus frutos, según aquellas palabras de Rm 3,25: A. quien ha puesto Dios como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre. Pero la fe por la que somos purificados de los pecados no es la fe informe, que puede coexistir con el pecado, sino la fe informada por la caridad, para que, de esta manera, se nos aplique la pasión de Cristo no sólo en cuanto al entendimiento, sino asimismo en cuanto a la voluntad. Y también por este medio se perdonan los pecados en virtud de la pasión de Cristo.
Objeciones por las que parece que no hemos sido liberados del poder del demonio mediante la pasión de Cristo.
Objeciones: 1. No tiene poder sobre algunos aquel que no puede hacer nada sobre ellos sin el permiso de otros. Ahora bien, el demonio no ha podido nunca hacer cosa alguna en perjuicio de los hombres sin la permisión divina, como es evidente por la historia de Jb 1-2, a quien, recibida la permisión divina, dañó primero en los bienes y luego en el cuerpo. Y del mismo modo se dice en Mt 8,31-32 que los demonios no pudieron entrar en los puercos más que cuando Cristo se lo concedió. Luego el demonio no tuvo nunca poder sobre los hombres.
Y, en tal supuesto, no hemos sido librados del poder del diablo por la pasión de Cristo.
2. El demonio ejerce su poder sobre los hombres tentando y atormentando corporalmente. Pero esto sigue todavía sucediendo en los hombres después de la pasión de Cristo. Luego no hemos sido liberados del poder del diablo por la pasión de Cristo.
3. El poder de la pasión de Cristo tiene una duración perpetua, conforme a lo que se dice en He 10,14: Con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados. Pero la liberación del poder del diablo ni se da en todas partes, puesto que todavía existen en muchos sitios idólatras, ni será perpetua, porque cuando llegue el Anticristo ejercerá el demonio su poder en grado sumo en perjuicio de los hombres. Sobre esto se dice en 2Th 2,9-10 que su venida irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos. Luego da la impresión de que la pasión de Cristo no es causa de la liberación del género humano del poder del diablo.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Jn 12,31-32, cuando se acerca su pasión: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todas las cosas hacia mí. Pero fue levantado de la tierra por la pasión de la cruz. Luego por su pasión fue arrojado fuera el poder del demonio sobre los hombres.
Respondo: Acerca del poder que ejercía el demonio sobre los hombres antes de la pasión de Cristo, hay que tener en cuenta tres cosas: La primera, por parte del hombre, que, con su pecado, mereció ser entregado en poder del diablo, que le había vencido mediante la tentación. La segunda, por parte de Dios, ofendido por el hombre al pecar, el cual, en virtud de su justicia, dejó al hombre en poder del demonio. La tercera, por parte del mismo diablo, que, con su pésima voluntad, impedía al hombre la consecución de la salvación.
Así pues, en cuanto a lo primero, el hombre quedó libre del poder del diablo por la pasión de Cristo, dado que ésta es causa de la remisión de los pecados, como se ha dicho (a. 1). Por lo que se refiere a lo segundo, hay que decir que la pasión de Cristo nos libró del poder del diablo al reconciliarnos con Dios, como luego se dirá (a. 4). Y en lo que atañe a lo tercero, la pasión de Cristo nos libró del diablo, porque éste excedió, a la hora de la pasión de Cristo, el límite del poder que Dios le había concedido, maquinando la muerte de Cristo, que no la había merecido, por estar exento de pecado. De donde dice Agustín en XIII De Trin.: El diablo fue vencido por la justicia de Cristo, porque, sin encontrar en él nada digno de muerte, le mató no obstante; y es enteramente justo que los deudores que retenía quedasen libres, al creer en Aquel a quien, sin deuda de ninguna clase, había dado muerte.
A las objeciones:
Soluciones: 1. No afirmamos que el diablo tuviese poder sobre los hombres de tal modo que pudiese hacerles daño sin la permisión divina, sino que, con justicia, se le permitía dañar a los hombres, a quienes, mediante la tentación, había inducido a prestarle su consentimiento.
2. También ahora puede el diablo, con la permisión de Dios, tentar a los hombres en el espíritu y atormentarles en el cuerpo; pero el hombre tiene a su disposición el remedio de la pasión de Cristo, con el que puede defenderse contra los ataques del enemigo, para no ser arrastrado a la desgracia de la muerte eterna. Y cuantos, antes de la pasión de Cristo, resistían al diablo, podían hacerlo por la fe en la pasión de Cristo; aunque, antes de realizarse la pasión de Cristo, ninguno podía eludir las garras del diablo en un aspecto, en el de no descender al infierno. De éste pueden librarse los hombres después de la pasión de Cristo y en virtud de la misma.
3. Dios permite al demonio que pueda engañar a los hombres en determinadas personas, tiempos y lugares, de acuerdo con la razón desconocida de sus juicios. Sin embargo, en virtud de la pasión de Cristo, siempre tienen los hombres un remedio preparado para guardarse de las insidias de los demonios, incluso en los tiempos del Anticristo. Pero si algunos descuidan valerse de este remedio, nada pierde la eficacia de la pasión de Cristo.
Objeciones por las que parece que los hombres no fueron liberados por la pasión de Cristo de la pena del pecado.
Objeciones: 1. La pena principal del pecado es la condenación eterna. Ahora bien, los que estaban condenados en el infierno por sus pecados no fueron librados por la pasión de Cristo, porque en el infierno no hay redención. Luego da la impresión de que la pasión de Cristo no liberó a los hombres de la pena.
2. A los que son librados del reato de la pena no se les debe imponer pena alguna. Pero a los penitentes se les impone la pena de la satisfacción. Luego, por la pasión de Cristo, no han sido librados los hombres del reato de la pena.
3. La muerte es pena del pecado, según aquellas palabras de Rm 6,23: El salario del pecado es la muerte. Pero todavía después de la pasión de Cristo los hombres se mueren. Luego parece que por la pasión de Cristo no hemos sido librados del reato de la pena.
Contra esto: está lo que se dice en Is 53,4: Verdaderamente él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores.
Respondo: Por la pasión de Cristo hemos sido liberados del reato de la pena, de dos modos. Uno, directamente, en cuanto que la pasión de Cristo fue una satisfacción suficiente y sobreabundante por los pecados de todo el género humano. Y, una vez ofrecida la satisfacción suficiente, desaparece el reato de la pena. Otro, indirectamente, en cuanto que la pasión de Cristo es causa de la remisión del pecado, en el que se asienta el reato de la pena.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La pasión de Cristo consigue su efecto en aquellos a quienes se aplica por la fe y la caridad y mediante los sacramentos de la fe. Y de ahí que los condenados en el infierno, por no unirse del modo antedicho con la pasión de Cristo, no pueden percibir el efecto de ésta.
2. Como ya se ha expuesto (a. 1 ad 4 y 5; I-II 85,5 ad 2), para que consigamos el efecto de la pasión de Cristo es necesario que nos configuremos con El. Y nos configuramos con El sacramentalmente en el bautismo, conforme al pasaje de Rm 6,4: Con El fuimos sepultados por el bautismo en la muerte.
Por eso no se impone pena alguna satisfactoria a los bautizados, porque, mediante la satisfacción de Cristo, quedan enteramente liberados. Pero, como Cristo murió una sola vez por nuestros pecados, según se dice en 1P 3,18, el hombre no puede configurarse una segunda vez con la muerte de Cristo por el sacramento del bautismo. Por este motivo es necesario que quienes, después del bautismo, pecan, se configuren con Cristo paciente mediante alguna penalidad o sufrimiento que deben tolerar en sí mismos. Tal penalidad, a pesar de ser muy inferior a la requerida por el pecado, resulta suficiente por la cooperación de la satisfacción de Cristo.
3. La pasión de Cristo produce su efecto en nosotros por cuanto nos incorporamos a Él como los miembros a su cabeza, de acuerdo con lo que antes se ha dicho (a. 1; III 48,1 III 48,2 ad 1). Pero los miembros deben ser conformes con la cabeza. Y, por tal motivo, como Cristo tuvo primero la gracia en el alma junto con la pasibilidad del cuerpo, y por la pasión llegó a la gloria de la inmortalidad, así también nosotros, que somos sus miembros, somos liberados por su pasión del reato de cualquier pena, pero de modo que, primero, recibimos en el alma el espíritu de adopción filial (cf. Rm 8,15), con el que somos destinados a la herencia de la gloria de la inmortalidad, teniendo todavía un cuerpo pasible y mortal. Después, configurados con los padecimientos y la muerte de Cristo, somos conducidos a la gloria inmortal, conforme a aquellas palabras del Apóstol en Rm 8,17: Si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, a condición de que padezcamos con El, para ser glorificados juntamente con El.
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no nos reconcilió con Dios.
Objeciones: 1. La reconciliación no tiene lugar entre amigos. Pero Dios siempre nos ha amado, según palabras de Sg 11,25: Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste. Luego la pasión de Cristo no nos reconcilió con Dios.
2. Una misma cosa no puede ser principio y efecto; por lo que la gracia, que es el principio del mérito, no puede ser merecida. Ahora bien, el amor de Dios es el principio de la pasión de Cristo, según aquellas palabras de Jn 3,16: De taimado amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito. Luego no parece que hayamos sido reconciliados con Dios mediante la pasión de Cristo, de modo que comenzara a amarnos de nuevo.
3. La pasión de Cristo fue llevada a cabo por los hombres que le mataron, los cuales ofendieron con eso gravemente a Dios. Luego la pasión de Cristo es más bien causa de indignación que de reconciliación con Dios.
Contra esto: está lo que escribe el Apóstol en Rm 5,10: Hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
Respondo: La pasión de Cristo es causa de nuestra reconciliación con Dios, de dos modos: Primero, en cuanto que quita el pecado, por el que los hombres se constituyen en enemigos de Dios, según el pasaje de Sg 14,9: Dios aborrece por igual al impío y a su impiedad; y en Ps 5,7 se dice: Odias a todos los que obran la iniquidad.
Segundo, en cuanto que es para Dios un sacrificio gratísimo. Es un efecto propio del sacrificio el de aplacar a Dios, como acontece con el hombre que perdona la ofensa cometida contra él, en atención a un obsequio que se le hace. Por esto se dice en 1S 26,19: Si es el Señor quien te excita contra mí, que El reciba el olor de una ofrenda. Y, de igual modo, fue un bien tan grande el que Cristo padeciese voluntariamente que, por causa de este bien hallado en la naturaleza humana, Dios se aplacó en relación con todas las ofensas del género humano, en cuanto a aquellos que están unidos a Cristo paciente en el modo antedicho (a. 1 ad 4; a.3 ad 1; III 48,6 ad 2).
A las objeciones:
Soluciones: 1. Dios ama a todos los hombres por razón de la naturaleza, que El mismo ha creado. Pero los aborrece por razón de los pecados que cometen contra El, según el pasaje de Si 12,3: El Altísimo odia a los pecadores.
2. No se dice que Cristo nos haya reconciliado con Dios como si éste comenzase a amarnos de nuevo, puesto que en Jr 31,3) está escrito: Con amor eterno te he amado. Se dice eso porque, mediante la pasión de Cristo, fue suprimida la causa del odio, sea por la purificación del pecado, sea por la compensación de un bien más aceptable.
3. Así como fueron hombres los que mataron a Cristo, así también lo fue Cristo, que sufrió la muerte. Pero la caridad de Cristo paciente fue mayor que la iniquidad de quienes le mataron. Y, por tal motivo, la pasión de Cristo tuvo más poder para reconciliar a todo el género humano con Dios que para provocarle a la ira.
Objeciones por las que parece que Cristo no nos abrió con su pasión las puertas del cielo.
Objeciones: 1. En (Pr 11,18)se dice: El que siembra justicia, tendrá su salario verdadero.
Pero el salario de la justicia es la entrada en el reino de los cielos. Parece, por consiguiente, que los santos padres, que practicaron las obras de la justicia, consiguieron fielmente la entrada en el reino de los cielos, incluso sin la pasión de Cristo. Luego ésta no fue causa de la apertura de las puertas del reino de los cielos.
2. Antes de tener lugar la pasión de Cristo, Elías fue arrebatado al cielo, como se escribe en 2S 2,11. Ahora bien, el efecto no precede a la causa. Luego parece que la apertura de las puertas del reino celestial no es efecto de la pasión de Cristo.
3. Como se lee en Mt 3,16), una vez que Cristo fue bautizado, se le abrieron los cielos. Pero el bautismo precedió a la pasión. Luego la apertura de los cielos no es efecto de la pasión de Cristo.
4. En Mi 2,13 se dice: El que abre camino, sube delante de ellos. Pero no parece que abrir el camino del cielo sea distinto de abrir las puertas del mismo.
Luego da la impresión de que las puertas del cielo nos fueron franqueadas no por la pasión de Cristo, sino por su ascensión.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en He 10,19: Tenemos plena confianza para entrar en el santuario, es decir, en el cielo, en virtud de la sangre de Cristo.
Respondo: La clausura de las puertas es un obstáculo que impide al hombre la entrada. Y los hombres no tenían acceso al reino de los cielos por causa del pecado, porque, como se dice en Is 35,8), aquella vía se llamará santa, y lo manchado no pasará por ella. Pero el pecado que impide entrar en el reino de los cielos es doble. Uno, el común a toda la raza humana, que es el pecado del primer padre. Y tal pecado impedía al hombre la entrada en el reino de los cielos; por lo cual se lee en Gn 3,24) que, después del pecado del primer hombre, Dios puso un querubín, con una espada de llama vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida. Otro, el pecado especial de cada persona, que cada hombre comete con sus propios actos.
Por la pasión de Cristo hemos sido librados no sólo del pecado común a toda la raza humana, lo mismo cuanto a la culpa que cuanto al reato de la pena, al pagar Cristo el precio por nosotros, sino también de los pecados propios de los que participan de su pasión por la fe y la caridad y por los sacramentos de la fe.
Y por este motivo, mediante la pasión de Cristo, nos fue abierta la puerta del reino celestial. Y esto es lo que dice el Apóstol en He 9,11-12: Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros, penetró una felpara siempre en el santuario con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Esto se encuentra figurado en Nb 35,25ss, donde se dice que el homicida permanecerá allí, esto es, en la ciudad de refugio, hasta la muerte del sumo sacerdote, que fue ungido con el óleo santo; muerto aquél, podrá regresar a su casa.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Los santos padres, practicando la justicia, merecieron la entrada en el reino de los cielos por la fe en la pasión de Cristo, conforme a aquellas palabras de He 11,33: Los santos, por la fe, subyugaron reinos, practicaron la justicia; por ésta, cada uno se purificaba del pecado en lo que atañe a la pureza personal.
Pero ni la fe ni la justicia de ninguno de ellos era suficiente para apartar el obstáculo que provenía del reato de toda la naturaleza humana. Tal obstáculo fue quitado por el precio de la sangre de Cristo. Y, por este motivo, nadie podía entrar en el reino de los cielos para alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en el goce pleno de Dios.
2. Elías fue arrebatado al cielo aéreo; no al cielo empíreo, que es el lugar de los bienaventurados. Y, del mismo modo, tampoco lo fue Enoc, sino que fue llevado al paraíso terrenal, donde, junto con Elías, se cree que vive hasta que se produzca la venida del Anticristo.
3. Como antes se ha expuesto (II-II 39,5), cuando Cristo fue bautizado, se abrieron los cielos, no para el mismo Cristo, que siempre los tuvo abiertos, sino para dar a entender que el cielo se abre para los bautizados por el bautismo de Cristo, que recibe la eficacia de su pasión.
4. Cristo nos mereció con su pasión la entrada en el reino de los cielos, y apartó el obstáculo; pero con su ascensión vino a ponernos en posesión del reino celestial. Y por eso se dice que abrió el camino, subiendo delante de nosotros.
Suma Teológica III Qu.48 a.4