Suma Teológica III Qu.49 a.6
Objeciones por las que parece que Cristo no mereció ser exaltado con su pasión.
Objeciones: 1. Así como el conocimiento de la verdad es propio de Dios, así también lo es la excelencia, según aquellas palabras de Ps 112,4: El Señor es excelso sobre todos los pueblos, y su gloría es más alta que los cielos. Pero Cristo, en cuanto hombre, conoció toda verdad, no por mérito alguno precedente, sino en virtud de la misma unión entre Dios y el hombre, conforme al pasaje de Jn 1,14: Vimos su gloria, como la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Luego tampoco obtuvo la exaltación por el mérito de la pasión, sino únicamente por esa unión.
2. Cristo, desde el primer instante de su concepción, mereció para sí, como antes se ha expuesto (II-II 34,3). Pero su caridad no fue mayor a la hora de la pasión que antes. Por consiguiente, siendo la caridad el principio del mérito, parece que no mereció más su exaltación por medio de la pasión que antes.
3. La gloria del cuerpo es resultado de la gloria del alma, como dice Agustín en la Epístola Ad Dioscorum. Pero Cristo no mereció por su pasión la exaltación en cuanto a la gloria del alma, porque su alma fue bienaventurada desde el primer instante de su concepción. Luego tampoco mereció, por la pasión, la exaltación en cuanto a la gloria del cuerpo.
Contra esto: está lo que se dice en Ph 2,8-9: Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz por lo cual Dios también le exaltó.
Respondo: El mérito supone cierta igualdad de justicia; por ello dice el Apóstol en Rm 4,4: Al que trabaja, el salaría se le computa como deuda. Ahora bien, cuando alguno, por un injusto deseo, se atribuye más de lo que le es debido, resulta justo que se le prive de lo que le era debido; por ejemplo, como cuando se dice en Ex 22,1: Si alguno roba una oveja, devolverá cuatro. Y esto se llama merecer, en cuanto que, de ese modo, es castigada su perversa voluntad. Y, de la misma manera, cuando alguno, por su justa voluntad, se priva de algo que debía tener, merece que se le añada algo como recompensa de su voluntad justa. Y de ahí que, en Lc 14,11), se diga: El que se humilla será exaltado.
Ahora bien, Cristo en su pasión se humilló por debajo de su dignidad, en cuatro campos: Primero, en cuanto a la pasión y a la muerte, de las que no era deudor. Segundo, en cuanto al lugar, porque su cuerpo fue puesto en el sepulcro, y su alma en el infierno. Tercero, en cuanto a la confusión y las injurias que soportó. Cuarto, por haber sido entregado a los poderes humanos, tal como él se lo dijo a Pilato, en Jn 19,11: No tendrías poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto.
Y por eso, con su pasión, mereció la exaltación también en cuatro campos: Primero, en cuanto a la resurrección gloriosa. Por eso se dice en Ps 138,2: Tú conociste mi asiento, esto es, la humillación de mi pasión, y mi resurrección.
Segundo, en cuanto a la ascensión al cielo. Por esto se dice en Ep 4,9-10: Primero descendió a las partes bajas de la tierra, pues el que bajó es el mismo que subió sobre todos los cielos. Tercero, en cuanto a sentarse a la derecha del Padre, y en cuanto a la manifestación de su divinidad, conforme a aquellas palabras de Is 52,13-14: Será ensalmado y elevado y puesto muy alto; como de él se pasmaron muchos, así de poco glorioso será su aspecto entre los hombres.
Y en Ph 2,8-9 está escrito: Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz por lo cual Dios le exaltó, y le dio el nombre sobre todo nombre, esto es, el que todos le llamen Dios, y el que todos le rindan reverencia como a Dios. Esto es lo que se añade en el Ph 2,10: Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Cuarto, en cuanto a la potestad de juzgar, pues en Jb 36,17 se dice: Tu causa ha sido jugada como la de un impío; recibirás el juicio y la causa.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El principio del mérito está en el alma; pero el cuerpo es el instrumento del acto meritorio. Y, por este motivo, la perfección del alma de Cristo, que fue el principio de su mérito, no debió ser adquirida en El por vía de mérito, como aconteció con la perfección del cuerpo, que estuvo sujeto a la pasión y que, por esto, fue el instrumento del mismo mérito.
2. Por los primeros merecimientos, Cristo mereció la exaltación por parte de su alma, cuya voluntad estaba informada por la caridad y por las demás virtudes.
Pero por la pasión mereció su exaltación, a modo de recompensa, incluso por parte del cuerpo, puesto que es justo que el cuerpo, sometido a la pasión por caridad, recibiese la recompensa en la gloria.
3. Por cierta disposición divina aconteció en Cristo que la gloria de su alma, antes de la pasión, no redundase en su cuerpo, con el fin de que lograse la gloria del cuerpo de un modo más honroso, cuando la mereciese por medio de la pasión. En cambio, no convenía diferir la gloria del alma, porque ésta estaba unida inmediatamente al Verbo, por lo que resultaba conveniente que fuese saturada de gloria por el propio Verbo. Pero el cuerpo estaba unido al Verbo por medio del alma.
Y sobre esto se plantean seis preguntas: 1. ¿Fue conveniente que Cristo muriese? 2. ¿Se rompió la unión de la divinidad con el cuerpo a causa de la muerte? 3. ¿Se quebró la unión entre la divinidad y el alma? 4. ¿Cristo siguió siendo hombre durante los tres días de su muerte? 5. ¿Fue su cuerpo numéricamente el mismo, vivo y muerto? 6. ¿Hizo algo su muerte en favor de nuestra salvación?
Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo muriese.
Objeciones: 1. Lo que es primer principio en un género de cosas, no se dispone por lo que le es contrario; el fuego, por ejemplo, que es principio de calor, nunca puede ser frío. Pero el Hijo de Dios es el principio y la fuente de toda vida, según aquellas palabras de Ps 35,10: En ti está la fuente de la vida. Luego parece no haber sido conveniente que Cristo muriese.
2. El defecto de la muerte es mayor que el de la enfermedad, porque la enfermedad acarrea la muerte. Ahora bien, no fue conveniente que Cristo padeciese enfermedad alguna, como dice el Crisóstomo. Luego tampoco fue conveniente que Cristo muriese.
3. El Señor dice en Jn 10,10: Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Pero un opuesto no conduce a otro opuesto. Luego parece que no fue conveniente que Cristo muriese.
Contra esto: está lo que se lee en Jn 11,50: Es conveniente que muera un solo hombre por el pueblo, para que no perezca toda la nación. Esto lo dijo Caifás proféticamente, como lo atestigua el Evangelista (v. 51).
Respondo: Fue conveniente que Cristo muriese. Primero, para satisfacer por el género humano, que había sido condenado a muerte a causa del pecado, conforme al pasaje de Gn 2,17: Cualquier día que comáis de él, ciertamente moriréis. Y es un modo provechoso de satisfacer por otro el someterse a la pena que ese tal mereció. Y, por ese motivo, Cristo quiso morir para satisfacer por nosotros con su muerte, según aquellas palabras de 1P 3,18: Cristo murió una vezpor nuestros pecados.
Segundo, para demostrar la verdad de la naturaleza que había tomado. Porque, como dice Eusebio, de otro modo, si después de haber vivido con los hombres, hubiera desaparecido súbitamente, rehuyendo la muerte, todos le habrían comparado con un fantasma.
Tercero, para que al morir él, nos librase del temor de la muerte. Por eso se dice en He 2,14-15: Participó de la carne y de la sangre para destruir, mediante la muerte, al que tenía el imperio de la muerte, y para librar a aquellos que, por el temor de la muerte, estaban sujetos de por vida a servidumbre.
Cuarto, para que, muriendo corporalmente, a semejanza del pecado, esto es, al castigo por el pecado, nos diese ejemplo de morir espiritualmente al pecado.
Por esto se dice en Rm 6,10-11: Porque, muriendo, murió una vez al pecado; pero, viviendo, vive para Dios. A.SÍ pues, también vosotros haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios.
Quinto, para que, resucitando de entre los muertos, demostrase el poder con que venció a la muerte, y nos diese a nosotros la esperanza de resucitar de entre los muertos. Por esto dice el Apóstol en 1Co 15,12: Si de Cristo se predica que resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de entre vosotros dicen que no habrá resurrección de los muertos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cristo es la fuente de la vida en cuanto Dios, pero no en cuanto hombre. Y murió no en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. De ahí que diga Agustín en Contra Feliríanum: Lejos de nosotros pensar que Cristo sufrió la muerte de modo que, siendo El la vida, haya perdido la vida. De haber sido esto así, se hubiera secado la fuente de la vida. Experimentó, pues, la muerte por participación de la condición humana, que voluntariamente había tomado; pero no perdió el poder de la naturaleza, por el que da vida a todas las cosas.
2. Cristo no padeció la muerte originada por la enfermedad, para no dar la impresión de que moría por necesidad a causa de la flaqueza de la naturaleza.
Pero sufrió la muerte traída desde el exterior, ofreciéndose a ella espontáneamente, para demostrar que su muerte era voluntaria.
3. Un opuesto, de suyo, no conduce a otro opuesto; pero alguna vez acontece eso accidentalmente, como lo frío, alguna vez, produce accidentalmente calor. Y de esta manera, Cristo, mediante su muerte, nos condujo a la vida, porque con su muerte destruyó la nuestra, al modo en que quien sufre un castigo por otra persona, le libra de tal castigo.
Objeciones por las que parece que, en la muerte de Cristo, la divinidad se separó del cuerpo.
Objeciones: 1. Como se lee en Mt 27,46), el Señor, colgado en la cruz, exclamó: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? Exponiéndolo, comenta Ambrosio: El hombre que está a punto de morir clama por la separación de la divinidad.
Porque, estando la divinidad exenta de la muerte, ésta no podía producirse allí a no ser que se alejase la vida, pues la divinidad es la vida. Y así da la impresión de que, en la muerte de Cristo, la divinidad se separó del cuerpo.
2. Quitado el medio, los extremos quedan separados. Ahora bien, la divinidad estaba unida al cuerpo mediante el alma, como antes se ha expuesto (II-II 6,1).
Luego parece que, habiéndose separado el alma del cuerpo en la muerte de Cristo, la divinidad quedó, por consiguiente, separada del cuerpo.
3. La virtud vivificadora de Dios es mayor que la del alma. Pero el cuerpo no podía morir sin la separación del alma. Luego da la impresión de que menos podía morir sin la separación de la divinidad.
Contra esto: está que lo que pertenece a la naturaleza humana no se predica del Hijo de Dios si no es por razón de la unión, como antes se ha explicado (III 16,4-5). Pero del Hijo de Dios se predica lo que conviene al cuerpo de Cristo después de la muerte, como es manifiesto por el Símbolo de la Fe, en el que se dice que el Hijo de Dios fue concebido y nació de la Virgen, que padeció, murió y fue sepultado. Luego el cuerpo de Cristo no fue separado de la divinidad durante la muerte.
Respondo: Lo que se concede por gracia de Dios no se quita nunca sin que intervenga la culpa; por esto se dice en Rm 11,29) que los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento. Pero mucho mayor es la gracia de la unión, por la que la divinidad se unió al cuerpo de Cristo en la propia persona, que la gracia de adopción, por la cual son santificados los demás; y es también más permanente por razón de su propia naturaleza, porque esta gracia se ordena a la unión personal, mientras que la gracia de la adopción se ordena a una cierta unión amorosa. Y, no obstante, sabemos que la gracia de la adopción nunca se pierde sin culpa. Por consiguiente, al no existir en Cristo pecado de ninguna clase, fue imposible que se deshiciese la unión de la divinidad con el cuerpo. Y por tanto, así como antes de la muerte el cuerpo de Cristo estuvo unido personal e hipostáticamente al Verbo de Dios, así también permaneció unido después de la muerte, de suerte que no fuese distinta la hipóstasis del Verbo de Dios y la del cuerpo de Cristo después de la muerte, como escribe el Damasceno en el libro III.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Tal abandono no debe relacionarse con la ruptura de la unión personal, sino con el hecho de que el Padre le expuso a la pasión. Por eso, abandonar no significa allí otra cosa que no proteger de los perseguidores.
O dice que está abandonado respecto de aquella oración formulada por él: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39), como lo expone Agustín, en el libro De Gratia Novi Testamenti.
2. Se afirma que el Verbo de Dios se unió al cuerpo mediante el alma en cuanto que, por medio del alma, aquél pertenece a la naturaleza humana, que el Hijo de Dios intentaba tomar; pero no en el sentido de que el alma sea como el medio que liga los extremos unidos. El cuerpo recibe del alma el pertenecer a la naturaleza humana, incluso después que el alma se separa de él, es a saber: en cuanto que en el cuerpo muerto persiste, por una disposición divina, cierta ordenación a la resurrección. Y, por tal motivo, no se suprime la unión de la divinidad con el cuerpo.
3. El alma tiene la virtud de vivificar como principio formal. Y por eso, estando ella presente y unida en cuanto forma, es necesario que el cuerpo esté vivo.
Pero la divinidad no tiene la virtud de vivificar en cuanto principio formal, sino como causa eficiente, porque no puede ser forma del cuerpo. Y, por tal motivo, no es necesario que, permaneciendo la unión de la divinidad con el cuerpo, éste esté vivo, porque Dios no obra por necesidad, sino por voluntad.
Objeciones por las que parece que, en la muerte de Cristo, hubo separación entre la divinidad y el alma.
Objeciones: 1. El Señor dice, en Jn 10,18: Nadie me quita el alma, sino que yo la doy, y de nuevo la tomo. Ahora bien, no parece que el cuerpo pueda entregar el alma, separándola de sí mismo, porque el alma no está sujeta al poder del cuerpo, sino más bien al contrario. Y así da la impresión de que es a Cristo, en cuanto Verbo de Dios, a quien compete entregar su propia alma. Luego el alma se separó de la divinidad por la muerte.
2. Dice Atanasio: Maldito quien no confiesa que todo el hombre que asumió el Hijo de Dios, tomado o liberado de nuevo, resucitó al tercer día de entre los muertos. Pero todo el hombre no pudo ser tomado de nuevo a no ser que el hombre entero haya estado separado alguna vez del Verbo, pues el hombre completo se compone de cuerpo y alma. Luego alguna vez se produjo la separación de la divinidad tanto respecto del cuerpo como respecto del alma.
3. El Hijo de Dios se llama hombre por causa de su unión con el hombre completo. Por consiguiente, si rota la unión entre el alma y el cuerpo por causa de la muerte, el Verbo de Dios continuó unido al alma, se seguiría que podría decirse con verdad que el Hijo de Dios era el alma. Pero esto es falso, porque, al ser el alma la forma del cuerpo, se seguiría que el Verbo de Dios sería la forma del cuerpo, lo cual es imposible. Luego en la muerte de Cristo el alma estuvo separada del Verbo de Dios.
4. El alma y el cuerpo, cuando están separados uno del otro, no son una hipóstasis sino dos. En consecuencia, si el Verbo de Dios permaneció unido tanto al alma como al cuerpo de Cristo cuando estaban separados uno del otro por la muerte del propio Cristo, parece seguirse que el Verbo de Dios, durante la muerte de Cristo, tuvo dos hipóstasis. Y esto es inadmisible. Luego, después de la muerte de Cristo, su alma no permaneció unida al Verbo.
Contra esto: está lo que escribe el Damasceno, en el libro III: Aunque Cristo murió en cuanto hombre, y su alma santísima se separó de su cuerpo inmaculado, la divinidad se mantuvo inseparable de una y otro, es decir, del alma y del cuerpo.
Respondo: El alma se unió al Verbo de Dios de manera más inmediata y primero que el cuerpo, puesto que el cuerpo se unió al Verbo de Dios mediante el alma, como antes se ha dicho (II-II 6,1). Por consiguiente, no habiéndose separado el Verbo de Dios del cuerpo en la muerte, mucho menos se separó del alma. Por lo cual, así como del Hijo de Dios se predica lo que conviene al cuerpo separado del alma, a saber, el ser sepultado, así también se dice de Él, en el Símbolo, que descendió a los infiernos, porque su alma, separada del cuerpo, descendió a los infiernos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Agustín, exponiendo el pasaje de Juan, trata de investigar, puesto que Cristo es el Verbo, el alma y la carne, si entrega el alma por ser Verbo, o por ser alma, o por ser carne. Y comenta que si dijéramos que el Verbo de Dios entregó el alma, se seguiría que aquella alma estuvo alguna vez separada del Verbo. Eso es falso, porque la muerte separó el cuerpo del alma, pero no afirmo que el alma se haya separado del Verbo. Si dijéramos que la propia alma se entrega, se seguiría que el alma se separa de sí misma, lo que resulta absurdísimo.
Queda, pues, que sea la propia carne la que entrega su alma (es decir, su vida) y la que de nuevo la toma, no por su propio poder, sino por el poder del Verbo que habita en la carne; porque, como antes se ha dicho (a. 2), la divinidad del Verbo no se separó del cuerpo por la muerte.
2. En las palabras citadas no quiso decir Atanasio que haya sido tomado de nuevo todo el hombre, esto es, todas sus partes, como si el Verbo hubiera dejado, por la muerte, las partes de la naturaleza humana. Intenta decir, en cambio, que la totalidad de la naturaleza asumida fue de nuevo reconstituida en la resurrección por la reiterada unión del alma y el cuerpo.
3. El Verbo de Dios, por causa de la unión con la naturaleza humana, no se llama naturaleza humana, sino que se llama hombre, que equivale al que tiene naturaleza humana. Pero el alma y el cuerpo son las partes esenciales de la naturaleza humana. De ahí que, por la unión del Verbo con una y otro, no se siga que el Verbo de Dios sea alma o cuerpo, sino que es el que tiene alma o cuerpo.
4. Como escribe el Damasceno, en el libro III, por haberse separado el alma del cuerpo en la muerte de Cristo, no se dividió una hipóstasis en dos. Tanto el cuerpo como el alma tuvieron la existencia, desde el principio, por la hipóstasis del Verbo bajo el mismo aspecto; y en la muerte, separados entre sí, continuaron teniendo cada uno la única hipóstasis del Verbo. Por lo cual la hipóstasis única del Verbo fue la hipóstasis del Verbo, del alma y del cuerpo.
Jamás ni el alma ni el cuerpo tuvieron una hipóstasis propia, fuera de la hipóstasis del Verbo. Siempre, pues, hubo una sola hipóstasis; y nunca dos.
Objeciones por las que parece que Cristo fue hombre durante los tres días de su muerte.
Objeciones: 1. Dice Agustín, en I De Trin.: Aquella unión fue de tal naturaleza que a Dios lo hacía hombre y al hombre lo hacía Dios. Pero esa unión no cesó con la muerte.
Luego parece que con la muerte no dejó de ser hombre.
2. Dice el Filósofo, en IX Ethic., que cada hombre es su entendimiento. Por lo que también nosotros, dirigiéndonos al alma de Pedro, después de la muerte de éste, decimos: San Pedro, ruega por nosotros. Ahora bien, después de la muerte, el Hijo de Dios no se separó del alma intelectual. Luego durante esos tres días el Hijo de Dios fue hombre.
3. Todo sacerdote es hombre. Pero durante los tres días de la muerte Cristo continuó siendo sacerdote, pues, en caso contrario, no hubiera sido verdad lo que se dice en Ps 109,4: Tú eres sacerdote eterno. Luego Cristo fue hombre durante esos tres días.
Contra esto: está que, cuando se suprime lo superior, queda suprimido lo inferior. Pero lo vivo, o animado, es superior a lo animal y al hombre, porque animal es la sustancia animada sensible. Pero durante aquellos tres días de la muerte el cuerpo de Cristo no fue vivo ni animado. Luego no fue hombre.
Respondo: Es artículo de fe que Cristo murió verdaderamente. Por tanto, afirmar algo que destruya la muerte de Cristo, es un error contra la fe. Por esto se dice en la Epístola Sinodal de Cirilo: Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne, fue crucificado en la carne y experimentó la muerte en la carne, sea anatema. Ahora bien, la muerte verdadera del hombre o del animal incluye que, a causa de la muerte, dejen de ser hombre o animal, porque la muerte del hombre o del animal proviene de la separación del alma que completa la noción de animal o de hombre. Y, por este motivo, decir que Cristo fue hombre durante los tres días de su muerte es falso, sencilla y absolutamente hablando. Puede decirse, sin embargo, que Cristo, en esos tres días, fue hombre muerto.
No obstante, algunos han sostenido que Cristo, en esos tres días, fue hombre, profiriendo palabras erróneas sin duda, pero sin sentir erróneamente en la fe; tal, por ejemplo, Hugo de San Víctor, el cual decía que Cristo fue hombre durante los tres días de su muerte, porque sostenía que el alma es el hombre, lo que es falso, como se ha demostrado en la Primera Parte (I 75,4).
También el Maestro de las Sentencias, en la distinción 22 del libro III, afirmó que Cristo fue hombre durante los tres días de su muerte, porque creyó que la unión del alma con el cuerpo no era esencial al concepto de hombre, sino que, para que una cosa sea hombre, basta con que tenga alma humana y cuerpo, ya unidos, ya separados. Esto es también falso por lo expuesto en la Primera Parte (I 76,1), y por lo dicho acerca del modo de la unión (III 2,5).
A las objeciones:
Soluciones: 1. El Verbo de Dios tomó el alma y el cuerpo unidos; y por eso, tal toma hizo a Dios hombre y al hombre Dios. Por consiguiente, esa toma no cesó por la separación del Verbo respecto del alma o del cuerpo; cesó, sin embargo, la unión entre el cuerpo y el alma.
2. Se afirma que el hombre es su entendimiento, no porque el entendimiento sea el hombre completo sino porque el entendimiento es la parte más noble del hombre, dándose en él virtualmente toda disposición del hombre; como si al gobernador de una ciudad se le llama la ciudad entera, porque en él se halla todo lo referente al gobierno de la ciudad.
3. El ser sacerdote le conviene al hombre por razón del alma, en la que se asienta el carácter del orden. Por eso, el hombre no pierde el orden sacerdotal por la muerte. Y mucho menos lo pierde Cristo, que es el origen de todo sacerdocio.
Objeciones por las que parece que el cuerpo de Cristo vivo y muerto no fue numéricamente el mismo.
Objeciones: 1. Cristo murió verdaderamente, como mueren los demás hombres. Pero el cuerpo de cualquier otro hombre no es en absoluto numéricamente el mismo, muerto y vivo, porque se distinguen con una esencial diferencia. Luego tampoco el cuerpo de Cristo es en absoluto numéricamente el mismo, muerto y vivo.
2. Según el Filósofo, en V Metaphys., las cosas específicamente distintas, lo son también numéricamente. Ahora bien, el cuerpo de Cristo, vivo y muerto, fue específicamente distinto, porque el ojo o el cuerpo de un muerto no se llaman tales sino equívocamente, como es manifiesto por el Filósofo, tanto en II De anima como en VII Metaphys.. Luego el cuerpo de Cristo no fue en absoluto numéricamente el mismo, muerto y vivo.
3. La muerte es una corrupción. Pero lo que experimenta una corrupción sustancial, después de corrompido, ya no existe, porque la corrupción es el cambio del ser al no ser. Por consiguiente, el cuerpo de Cristo, una vez que murió, no siguió siendo numéricamente el mismo, por ser la muerte una corrupción sustancial.
Contra esto: está lo que dice Atanasio, en la Epístola Ad Epictetum 2: El cuerpo que fue circuncidado, el que bebía, comía y trabajaba, y el que fue clavado en la cruz era el Verbo de Dios impasible e incorpóreo; este cuerpo fue puesto en el sepulcro. Ahora bien, el cuerpo vivo de Cristo fue circuncidado y clavado en la cruz; y el cuerpo muerto de Cristo fue puesto en el sepulcro. Luego este mismo cuerpo es el que estuvo vivo y el que murió.
Respondo: La expresión puramente (simpliciter) puede entenderse en dos sentidos: Uno, de manera que puramente (simpliciter) es lo mismo que absolutamente, como se dice puramente (simpliciter) lo que se dice sin aditamento alguno, como escribe el Filósofo. Y, de este modo, el cuerpo de Cristo muerto y vivo fue puramente (simpliciter) el mismo numéricamente. Pues se dice que una cosa es puramente la misma numéricamente porque es la misma por razón del supuesto. Pero el cuerpo de Cristo, vivo y muerto, fue el mismo por razón del supuesto; porque, vivo y muerto, no tuvo otra hipóstasis que la hipóstasis del Verbo de Dios, como arriba se ha dicho (a. 2). Y en este sentido habla Atanasio en el escrito alegado.
Otro, de manera que puramente (simpliciter) resulta lo mismo que del todo o totalmente. Y, de esta manera, el cuerpo de Cristo muerto y vivo no fue puramente (simpliciter) el mismo numéricamente. Porque no fue totalmente el mismo, ya que la vida, por ser algo que pertenece a la esencia del cuerpo vivo, es un predicado esencial, no accidental. De donde se sigue que el cuerpo que deja de ser vivo, no continúa siendo totalmente el mismo.
Si se dijese que el cuerpo muerto de Cristo continuaba siendo totalmente el mismo, se seguiría que no había experimentado la corrupción, entendiendo por ésta la corrupción de la muerte. Lo cual es la herejía de los Gayanistas, como dice Isidoro, y como se contiene en los Decretos XXIV, q. 3. Y el Damasceno indica, en el libro III, que la palabra corrupción significa dos cosas: por un lado, separación entre el alma y el cuerpo, y cosas semejantes; por otro, la completa disolución en los elementos. Por consiguiente, llamar incorruptible al cuerpo del Señor, según el primer modo de corrupción, antes de la resurrección, como lo sostuvieron Juliano y Gayano, es impío; porque el cuerpo de Cristo no sería consustancial con nosotros, ni habría muerto de verdad; ni verdaderamente habríamos sido salvados. Según el segundo modo, el cuerpo de Cristo fue incorrupto.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El cuerpo muerto de cualquier otro hombre no continúa unido a una hipóstasis permanente, como acontece con el cuerpo muerto de Cristo. Y por esto, el cuerpo muerto de cualquier otro hombre no es absolutamente el mismo, sino relativamente; porque es el mismo según la materia, pero no según la forma. En cambio, el cuerpo de Cristo continúa siendo absolutamente el mismo por la identidad del supuesto, como acabamos de decir (en la sol.).
2. Una cosa se llama numéricamente la misma por razón del supuesto; y se dice específicamente la misma por razón de la forma; donde quiera que subsista el supuesto en una sola naturaleza, es necesario que, suprimida la unidad específica, quede suprimida también la unidad numérica. Pero la hipóstasis del Verbo de Dios subsiste en dos naturalezas. Y, por ese motivo, aunque en los demás el cuerpo no continúe siendo el mismo conforme a la especie de la naturaleza humana, en Cristo, sin embargo, continúa siendo numéricamente el mismo conforme al supuesto del Verbo de Dios.
3. La corrupción y la muerte no corresponden a Cristo por razón del supuesto, conforme al cual se considera la unidad numeral; sino que le corresponden por razón de la naturaleza humana, según la cual se encuentra en el cuerpo de Cristo la diferencia entre muerte y vida.
Objeciones por las que parece que la muerte de Cristo no contribuyó en nada a nuestra salvación.
Objeciones: 1. La muerte es una privación, pues es la privación de la vida. Pero la privación, al no ser cosa alguna, no tiene virtud de ninguna clase para obrar. Luego no pudo obrar cosa alguna para nuestra salvación.
2. La pasión de Cristo obró nuestra salvación por medio del mérito. Pero la muerte de Cristo no puede obrar de esta manera, porque en la muerte el alma se separa del cuerpo, y aquélla es el principio del mérito. Luego la muerte de Cristo no obró nada para nuestra salvación.
3. Lo corporal no es causa de lo espiritual. Ahora bien, la muerte de Cristo fue corporal. Luego no pudo ser causa espiritual de nuestra salvación.
Contra esto: está lo que dice Agustín, en el IV De Trin.: La única muerte de nuestro Salvador, a saber, la corporal, fue provechosa para nuestras dos muertes, esto es, la del alma y la del cuerpo.
Respondo: Sobre la muerte de Cristo podemos hablar de dos modos: Uno, en cuanto está en proceso de ejecución (in fieri); otro, en cuanto realizada (in facto esse). Se dice que la muerte está en proceso de ejecución (in fieri) cuando uno se encamina a la muerte por algún sufrimiento natural o violento. Y, en este sentido, es lo mismo hablar de la muerte de Cristo que hablar de su pasión. Y así, la muerte de Cristo, considerada de este modo, es causa de nuestra salvación, conforme a lo dicho arriba sobre su pasión (q. 48).
Pero la muerte realizada (in facto esse) se entiende en cuanto que ya se ha producido la separación entre el alma y el cuerpo. Y en este sentido hablamos aquí de la muerte de Cristo. Y de este modo la muerte de Cristo no puede ser causa de nuestra salvación por vía de mérito, sino sólo por vía de eficiencia, es a saber, en cuanto que por la muerte la divinidad no se separó del cuerpo de Cristo, y por ese motivo cuanto acontece con el cuerpo de Cristo, incluso separada el alma, fue saludable para nosotros por virtud de la divinidad que estaba unida a él.
Pero el efecto de una causa se considera propiamente conforme a la imagen de la causa. De donde, por ser la muerte una privación de la propia vida, el efecto de la muerte de Cristo se considera en orden a la remoción de aquellas cosas que son contrarias a nuestra salud, y que son la muerte del alma y la muerte del cuerpo. Y por esto se dice que la muerte de Cristo destruyó en nosotros la muerte del alma, causada por el pecado, según aquellas palabras de Rm 4,25: Fue entregado, a la muerte se entiende, por nuestros pecados; y la muerte del cuerpo, que consiste en la separación del alma, conforme a aquel pasaje de 1Co 15,54: La muerte ha sido absorbida por la victoria.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La muerte de Cristo obró nuestra salvación por virtud de la divinidad con la que está unida, y no exclusivamente por causa de la muerte.
2. La muerte de Cristo, considerada en cuanto realizada (in fació esse), a pesar de que no fue causa de nuestra salvación por vía de mérito, sí lo fue por vía de eficiencia, como queda dicho (en la sol.).
3. La muerte de Cristo fue ciertamente corporal, pero su cuerpo fue instrumento de la divinidad que le estaba unida, y por virtud de ésta obraba incluso después de muerto.
Y sobre esto se plantean cuatro problemas: 1. ¿Convino que Cristo fuera sepultado? 2. Sobre el modo de su sepultura.
3. ¿Se disolvió su cuerpo en el sepulcro? 4. Sobre el tiempo que estuvo muerto en el sepulcro.
Objeciones por las que parece no haber convenido que Cristo fuese sepultado.
Objeciones: 1. Acerca de Cristo se dice en Ps 87,56: Ha sido hecho como un hombre débil, libre entre los muertos. Pero los cuerpos de los muertos son encerrados en el sepulcro, lo que parece contrario a la libertad. Luego no parece haber sido conveniente que el cuerpo de Cristo fuese sepultado.
2. Tocante a Cristo nada debió acontecer que no fuese saludable para nosotros.
Pero en nada parece tocar a la salvación de los hombres el que Cristo fuera sepultado. Luego no convino que Cristo fuese sepultado.
3. Parece inconveniente que Dios, que estator encima de los cielos superiores, sea enterrado en la tierra. Ahora bien, lo que conviene al cuerpo muerto de Cristo, se atribuye a Dios por razón de la unión. Luego parece inconveniente que Cristo fuera sepultado.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Mt 26,10), acerca de la mujer que le ungió: Una buena obra ha hecho conmigo; y luego añade, en el Mt 26,12: Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho con miras a mi sepultura.
Respondo: Convino que Cristo fuese sepultado. Primero, para comprobar la verdad de su muerte, pues uno no es puesto en el sepulcro sino cuando ya consta la verdad de su muerte. Por esto se lee en Mc 15,44-45) que Pilato, antes de permitir que Cristo fuese sepultado, averiguó, tras diligente investigación, si había muerto.
Segundo, porque, por haber resucitado Cristo del sepulcro, se otorga la esperanza de resucitar, por medio de él mismo, a los que están en el sepulcro, conforme a aquel pasaje de Jn 5,25-28: Todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren, vivirán.
Tercero, para ejemplo de los que, por la muerte de Cristo, están espiritualmente muertos al pecado, los cuales, sin duda, quedan sustraídos a la conspiración de los hombres (Ps 30,21). Por lo cual se dice en Col 3,3: Estáis muertos, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. De donde también los bautizados, que por la muerte de Cristo mueren al pecado, son como consepultados con Cristo por medio de inmersión, según aquellas palabras de Rm 6,4: Hemos sido consepultados con Cristo por el bautismo en la muerte.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cristo, incluso sepultado, manifiesta que fue libre entre los muertos, por cuanto que el encerramiento en el sepulcro no fue capaz de impedir que saliese de él resucitado.
2. Así como la muerte de Cristo fue causa suficiente de nuestra salvación, así también lo fue su sepultura. Por esto dice Jerónimo, Super Man. 14,63: Resucitamos por la sepultura de Cristo. Y sobre las palabras de Is 53,9: Dará los impíos a causa de su sepultura, comenta la Glosa: esto es, ¿os gentiles, que vivían sin piedad, los dará a Dios Padre, porque los adquirió con su muerte y con su sepultura.
3. Como se dice en un sermón del Concilio de Éfeso: Nada de lo que salva a los hombres injuria a Dios, pues le presenta no pasible sino clemente. Y en otro sermón del mismo Concilio se lee: Dios no toma por injuria nada de lo que es ocasión de salvación para los hombres. Y tú no tengas por tan baja la naturaleza de Dios, como si alguna vez pudiera estar sujeta a las injurias.
Suma Teológica III Qu.49 a.6