Suma Teológica III Qu.55 a.3
Objeciones por las que parece que Cristo, después de su resurrección, hubiera debido vivir con sus discípulos.
Objeciones: 1. Cristo se apareció a sus discípulos después de la resurrección para confirmarles en la fe de la misma, y para llevar el consuelo a los tristes, según aquellas palabras de Jn 20,20: Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Pero su certeza y su consuelo hubieran sido mayores si continuamente se hubiese hecho presente entre ellos. Luego parece que hubiera debido vivir de continuo con ellos.
2. Cristo resucitado no subió al cielo al instante sino pasados cuarenta días, como se lee en Ac 1,3. Ahora bien, durante este tiempo intermedio en ningún otro sitio pudo estar mejor que donde estaban sus discípulos reunidos. Luego parece que debió haber vivido continuamente con ellos.
3. Se lee que el mismo día de la resurrección Cristo se apareció cinco veces, como dice Agustín en el libro De consensu Evang.: Primero, a las mujeres junto al sepulcro; segundo, a las mismas en el camino, cuando regresaban del sepulcro; tercero, a Pedro; cuarto, a dos que iban a una aldea; quinto, a varios enjerusalén, cuando estaba ausente Tomás. Luego parece que también en los restantes días anteriores a su ascensión debió aparecérseles, por lo menos varias veces.
4. El Señor, antes de su pasión, había dicho: Después de que resucite, os precederé a Galilea (Mt 26,32). Esto dijo también el ángel, y el propio Señor, después de la resurrección, a las mujeres (cf. Mt 28,7 Mc 16,7). Y, sin embargo, se dejó ver antes en Jerusalén, incluso el mismo día de la resurrección, como acabamos de decir (obj. 3); y volvió a aparecerse a los ocho días, como se lee en Jn 20,26). Luego da la impresión de que Cristo, después de su resurrección, no trató con sus discípulos del modo oportuno.
Contra esto: está que en Jn 20,26) se dice que, después de ocho días, Cristo se apareció a sus discípulos. Luego no vivía con ellos de continuo.
Respondo: Sobre la resurrección de Cristo era preciso declarar a sus discípulos dos cosas, a saber: la verdad de la resurrección y la gloria del resucitado. Para manifestar la verdad de la resurrección, basta con que se apareció varias veces; habló familiarmente con ellos; comió y bebió, y se les ofreció para que le palpasen. En cambio, para manifestar la gloria de la resurrección, no quiso vivir de continuo con ellos, como antes lo había hecho, a fin de no dar la impresión de que había resucitado a una vida igual a la que antes tenía. Por lo cual, en Lc 24,44, les dice: Esto es lo quejo os dije estando aún con vosotros. En estas circunstancias estaba con ellos con una presencia corporal; pero antes había estado con ellos no sólo con una presencia corporal, sino también mediante la semejanza de la mortalidad. De donde, exponiendo las palabras antedichas, dice Beda: Estando aún con vosotros, esto es: Estando todavía en carne mortal, en la que estáis también vosotros. Había resucitado entonces en la misma carne; pero no compartía con ellos la misma mortalidad.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La aparición frecuente de Cristo bastaba para asegurar a los discípulos en la verdad de la resurrección; en cambio, el trato continuo hubiera podido inducirles a error, suponiendo que creyeran que había resucitado a una vida semejante a la que antes tenía. Y el consuelo de su presencia continua se lo prometió para la otra vida, conforme a aquellas palabras de Jn 16,22: De nuevo os veré, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.
2. A ¿a segunda hay que decir: Cristo no vivía de continuo con sus discípulos por pensar que estaría mejor en otro sitio, sino porque pensaba que era más conveniente para la instrucción de sus discípulos el no vivir continuamente con ellos, por la razón antedicha (en la sol. y en el ad 1. Y no conocemos en qué sitios haya estado corporalmente durante el tiempo intermedio, porque la Escritura no lo cuenta, y en todo lugar está presente su imperio (Ps 102,22).
3. Se apareció con más frecuencia el primer día, porque era preciso que fueran amonestados con muchos argumentos, para que recibiesen desde el primer momento la fe en la resurrección. Pero, una vez que la habían recibido, no era necesario que fuesen instruidos con apariciones tan frecuentes, puesto que estaban ya confirmados en la fe. Por esto se lee en el Evangelio que, después del primer día, sólo se apareció cinco veces. Como escribe Agustín, en el libro De consensu Evang., después de las primeras cinco apariciones, se les apareció la sexta, cuando le vio Tomás; la séptima, junto al mar de Tiberíades, en la pesca de los peces; la octava, en un monte de Galilea, según Mateo (Mt 28,16); la novena, narrada por Marcos (Mc 16,14), estando sentados a la mesa por última vez puesto que ya no volverían a comer con El en la tierra; la décima, en el mismo día, ya no en la tierra sino elevado en una nube, cuando subía al cielo. Pero no todas las cosas están escritas, como declara Juan (Jn 20,30 Jn 21,25). Antes de que subiese al cielo, su trato con ellos era frecuente; y esto para consuelo de los mismos. Por lo cual, también en 1Co 15,6-7) se dice que se apareció a más de quinientos hermanos a la vez después se apareció a Santiago; apariciones que no menciona el Evangelio.
4. Como escribe el Crisóstomo, comentando lo que se dice en Mt 26,32 Después de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea—: No, explica, va a una tierra lejana para aparecérseles, sino que lo hace en la misma nación, y casi en las mismas regiones en las que ordinariamente habían vivido con El; para que también desde entonces creyesen que el que fue crucificado es el mismo que resucitó. Y asimismo dice que va a Galilea, para librarlos del miedo a los judíos.
Así pues, como dice Ambrosio, In Lúe., el Señor había encargado a sus discípulos que le viesen en Galilea, pero primeramente se les apareció cuando, por miedo, estaban encerrados en un lugar. Y esto no es una transgresión de la promesa, sino más bien un cumplimiento apresurado por pura liberalidad.
Después, una vez fortalecidos los ánimos, aquéllos se fueron a Galilea. Tampoco hay inconveniente en decir que los menos estaban en el lugar cerrado, y muchísimos se encontraban en el monte. Y, como dice Eusebio, dos Evangelistas, a saber, Lucas y Juan (Lc 24,36), cuentan que se apareció en Jerusalén solamente a los once; pero los otros dos (Mt 28,7 Mt 28,10) dicen que el ángel y el Salvador mandaron no sólo a los once, sino también a todos los discípulos y hermanos, que se apresurasen a ir a Galilea. A los cuales recuerda Pablo, cuando dice: Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez (1Co 15,6). Pero la solución más cierta es que primeramente se apareció, una o dos veces, a los que estaban escondidos en Jerusalén, con el fin de consolarlos. Pero en Galilea se manifestó no a escondidas, ni una o dos veces, sino con gran poder, presentándoseles vivo, después de su pasión, con muchas pruebas evidentes, como lo atestigua Lucas en los Hechos (Ac 1,3).
O, como escribe Agustín en el libro De consensu Evang.: Lo dicho por el ángel y por el Señor —que iría delante de ellos a Galilea -debe entenderse en sentido pro/ético. Pues en el nombre Galilea, en su sentido de transmigración, es preciso entender que habían de emigrar del pueblo de Israel a los gentiles, los cuales no darían fe a la predicación de los Apóstoles a no ser que El mismo preparase el camino de sus corazones. Y esto es lo que significa la expresión: Irá delante de vosotros a Galilea. En cambio, si por Galilea se entiende revelación, ésta no ha de interpretarse respecto a su forma de siervo, sino de aquella por la que es igual al Padre, que prometió a los que le aman, adonde, precediéndonos, no nos abandonó.
Objeciones por las que parece que Cristo no debió aparecerse a sus discípulos con otra figura.
Objeciones: 1. No puede dejarse ver según verdad sino lo que existe. Pero en Cristo no existió más que una figura. Por consiguiente, si Cristo apareció bajo una figura distinta, esa aparición no fue auténtica sino supuesta. Ahora bien, esto es indecoroso, porque, como dice Agustín, en el libro Octog. trium Quaest., si engaña, no es la Verdad; pero Cristo es la Verdad. Luego parece que Cristo no debió aparecerse a los discípulos bajo otra figura.
2. Nada puede aparecer bajo una figura distinta de la que tiene, a no ser que los ojos de quienes la miran queden desorientados mediante engaños. Pero los engaños de esta clase, por lograrse por medio de artes mágicas, no convienen a Cristo, según aquellas palabras de 2Co 6,15: ¿Qué concordia (hay) entre Cristo y Belial? Luego da la impresión de que no debió aparecerse en una figura distinta.
3. Así como nuestra fe se asegura por la Sagrada Escritura, así también los discípulos fueron certificados en la fe de la resurrección por las apariciones de Cristo. Ahora bien, como dice Agustín en su Epístola Ad Hieronymum, si se admite una sola mentira en la Sagrada Escritura, quedará pulverizada toda su autoridad. Luego con que Cristo haya aparecido una sola vez a sus discípulos bajo una figura distinta a la que tenía, se vendría abajo lo que los discípulos vieron en El después de la resurrección. Esto es inaceptable. Por consiguiente, no debió aparecerse bajo una figura distinta.
Contra esto: está lo que se narra en Mc 16,12: Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos, cuando iban a una aldea.
Respondo: Como se acaba de exponer (a. 1 y 2), la resurrección de Cristo debía manifestarse a los hombres en la forma en que les suelen ser reveladas las cosas divinas. Pero los hombres las conocen de acuerdo con la diversidad de sus sentimientos. Porque los que tienen el alma bien dispuesta reciben las cosas divinas según la verdad. En cambio, los que no tienen la mente bien dispuesta las captan con una cierta mezcla de duda y de error, pues el hombre animal no capta las cosas del Espíritu de Dios, como se dice en 1Co 2,14). Y, por este motivo, Cristo, después de la resurrección, se apareció en su propia figura a algunos que estaban dispuestos para creer. Pero se apareció bajo otra figura a quienes ya daban la impresión de ir poniéndose tibios respecto de la fe; por lo que decían: Nosotros esperábamos que sería El el que iba a redimir a Israel (Lc 24,21). Por esto dice Gregorio, en una Homilía, que se les manifestó en el cuerpo tal como estaba en su mente. Y porque en sus almas era todavía un peregrino con relación a la fe, fingió que iba más lejos, a saber, como si fuera un peregrino.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como escribe Agustín en el libro De Quaestionibus Evang., no todo lo que fingimos es mentira. Pero cuando fingimos algo que nada significa, entonces hay mentira. En cambio, cuando nuestra ficción se aplica a un significado, no hay mentira sino una figura de la verdad. De otro modo, todo lo que los santos y sabios varones, e incluso el mismo Señor, han dicho figuradamente, sería tenido por mentira porque, conforme al sentido comúnmente aceptado, la verdad no consiste en expresiones de esa clase. Y así como se fingen las palabras, así se fingen también los hechos para significar algo sin mentira alguna. Y así sucede en este caso, como acabamos de decir (en la sol.).
2. Como escribe Agustín, en el libro De consensu Evang., el Señor podía transformar su cuerpo, de suerte que su figura fuese verdaderamente distinta de la que acostumbraban a ver, ya que también antes de la pasión se transfiguró en el monte, de modo que su rostro resplandecía como el sol. Pero ahora no sucedió así. No es ningún desatino pensar que el impedimento en los ojos de los discípulos provino de Satanás, para que no conociesen a Jesús. De donde, en Lc 24,16), se dice que sus ojos estaban impedidos, para que no le reconociesen.
3. La objeción alegada tendría valor en caso de que los discípulos, de la vista de la figura distinta no hubieran sido conducidos a contemplar la verdadera figura de Cristo. Como dice Agustín en el mismo lugar, Cristo sólo permitió que sus ojos estuviesen impedidos, del modo dicho, hasta la fracción del pan, a fin de que, haciéndoles partícipes de la unidad de su cuerpo, se comprenda que fue retirado el impedimento del enemigo, de modo que pudieran reconocer a Cristo.
Por lo cual añade en el mismo lugar z que se les abrieron los ojos y le conocieron (Lc 24,31: no porque antes caminasen con los ojos cerrados, sino porque se interponía algo que no les permitía reconocer lo que veían, como suele producirlo la debilidad de la vista o algún humor.
Objeciones por las que parece que Cristo no debió declarar con argumentos la verdad de su resurrección.
Objeciones: 1. Dice Ambrosio: Donde se busca la fe, sobran los argumentos. Pero acerca de la resurrección de Cristo se requiere la fe. Luego sobran los argumentos.
2. Gregorio escribe: Carece de mérito la fe a la que la razón humana proporciona pruebas. Ahora bien, no era propio de Cristo anular el mérito de la fe. Luego no le correspondía a El confirmar su resurrección con argumentos.
3. Cristo vino al mundo para que por medio de El consiguiesen los hombres la bienaventuranza, según aquellas palabras de Jn 10,10: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. Pero con las manifestaciones de argumentos de este género parece que se suministra un obstáculo para la bienaventuranza, puesto que, por boca del mismo Señor, se dice en Jn 20,29: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Luego da la impresión de que Cristo no debió manifestar su resurrección por medio de algunos argumentos.
Contra esto: está que en Ac 1,3 se dice: Cristo se apareció a sus discípulos por espacio de cuarenta días con muchas pruebas, hablándoles del reino de Dios.
Respondo: El argumento se denomina de dos maneras. Unas veces se llama argumento a cualquier razón que hace ver una cosa dudosa. Otras, por argumento se entiende algún signo sensible que se aduce para la manifestación de una verdad; en este sentido también Aristóteles, algunas veces, se sirve de la palabra argumento en sus libros. Así pues, tomando el argumento en el primer sentido, Cristo no demostró su resurrección a los discípulos por medio de argumentos. Porque tal prueba por medio de argumentos parte de unos principios que, si no eran conocidos por los discípulos, nada les demostrarían, puesto que lo conocido no puede originarse de lo desconocido; y, si conocían tales principios, no rebasarían la razón humana y, por consiguiente, no serían eficaces para confirmar la fe en la resurrección, que sobrepuja la razón humana; pero es necesario servirse de unos principios que sean del mismo género (que la conclusión que trata de probarse), como se dice en 1 Poster.. El Señor les probó su resurrección por la autoridad de la Sagrada Escritura, que es el fundamento de la fe, cuando les dijo: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley, en los salmos y en los profetas acerca de mí, como se lee en Lc 24,44ss).
En cambio, si se toma el argumento en el segundo sentido, entonces se dice que Cristo les dio a conocer su resurrección por medio de argumentos, en cuanto que demostró con algunas señales evidentísimas que de verdad había resucitado. Por esto en el texto griego, donde nosotros leemos con muchos argumentos, en vez de argumento se emplea la palabra tekmerion, que significa señal evidente para demostrar.
Cristo manifestó a sus discípulos señales de esta clase acerca de su resurrección por dos motivos. Primero, porque sus corazones no estaban dispuestos para admitir fácilmente la fe en la resurrección. Por esto les dice él mismo, en Lc 24,25: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer! Y en Mc 16,14) se lee: Les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón. Segundo, para que, mediante las señales de esta clase a ellos manifestadas, el testimonio de éstos se hiciese más eficaz, según aquellas palabras de 1Jn 1,1-2: Lo que hemos visto y oído, y lo que nuestras manos palparon, eso testificamos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. En el texto alegado habla Ambrosio de los argumentos de razón, los cuales no sirven para probar las cosas de fe, como acabamos de demostrar (en la sol.).
2. El mérito de la fe nace de que el hombre, en virtud de un mandato divino, cree lo que no ve. Por lo cual sólo excluye el mérito aquella razón que hace ver por vía de ciencia lo que es propuesto para ser creído. Y de esta clase es la razón demostrativa. Pero Cristo no invocó razones de este tipo para manifestar su resurrección.
3. Como se acaba de afirmar (ad 2), el mérito de la bienaventuranza, causado por la fe, no se excluye totalmente a no ser que el hombre no quiera creer sino lo que ve. Pero el que uno crea en las cosas que no ve por la contemplación de ciertas señales, no anula por completo la fe ni el mérito de ésta. Como también Tomás, a quien se dijo: Porque me has visto, has creído (Jn 20,29), vio una cosa y creyó otra: vio las llagas, y creyó en Dios. Sin embargo, tiene una fe más perfecta el que no exige ayudas de esta naturaleza para creer. De donde, para inculpar la falta de fe de algunos, dice en Jn 4,48) el Señor: Si no veis señales y prodigios, no creéis. Y, de acuerdo con esto, se comprende que los que son tan prontos para creer en Dios que no necesitan de señales, son bienaventurados en comparación con aquellos que no creen más que si ven tales señales.
Objeciones por las que parece que los argumentos alegados por Cristo (cf. Mt 28 Mc 16 Lc 24 Jn 20-21 Ac 1,1-11) no fueron suficientes para probar la verdad de su resurrección.
Objeciones: 1. Cristo, después de su resurrección, nada mostró a sus discípulos que también los ángeles, apareciéndose a los hombres, no les hayan mostrado o no hayan podido demostrarles. Pues los ángeles se han aparecido a los hombres con frecuencia en forma humana, y hablaban, vivían y comían con ellos, como si fuesen verdaderos hombres; como es evidente en Gn 18), a propósito de los ángeles hospedados por Abrahán; y en el libro de Tobías (5,5), con el ángel que le acompañó y le volvió a traer. Y, sin embargo, los ángeles no tienen verdaderos cuerpos que les estén naturalmente unidos, cosa que se requiere para la resurrección. Luego las señales que Cristo ofreció a sus discípulos no fueron suficientes para probar su resurrección.
2. Cristo resucitó con una resurrección gloriosa, esto es, teniendo a la vez la naturaleza humana junto con la gloria. Pero Cristo manifestó a sus discípulos algunas cosas que parecen contrarias a la naturaleza humana, por ejemplo, que desapareció de su vista (Lc 24,31), y que entró donde ellos estaban, cerradas las puertas (Jn 20,19 Jn 20,26); otras da la impresión de que fueron contrarias a su gloria, v. gr., que comió y bebió (Lc 24,43 Jn 21,12 Ac 1,4 Ac 10,41), e incluso que conservó las cicatrices de las heridas (Lc 24,39 Lc 27). Luego parece que tales argumentos no fueron suficientes ni convenientes para que manifestasen su fe en la resurrección.
3. El cuerpo de Cristo, después de la resurrección, no era de tal condición que debiera ser tocado por el hombre mortal, por lo cual El mismo dijo a la Magdalena: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre (Jn 20,17). Por consiguiente, no convino que se ofreciese como palpable a sus discípulos con el fin de manifestar la verdad de su resurrección.
4. Asimismo: entre las dotes del cuerpo glorioso, la principal parece ser la claridad. Sin embargo, en la resurrección no la muestra con argumento alguno.
Luego parece que aquellos argumentos fueron insuficientes para manifestar la cualidad de la resurrección de Cristo.
5. Los ángeles invocados como testigos de la resurrección parecen insuficientes por esta discrepancia entre los evangelistas. Efectivamente, el ángel que vieron las mujeres es descrito por (Mt 28,2) como sentado sobre la piedra removida, mientras que (Mc 16,5) lo presenta dentro del sepulcro donde entraron las mujeres. Y, por otra parte, según Jn 20,12) son dos los ángeles sentados dentro del sepulcro, mientras que (Lc 24,4) los presenta como dos varones que están de pie. Luego los testimonios sobre la resurrección parecen incongruentes.
Contra esto: está que Cristo, que es la Sabiduría de Dios (1Co 1,24), dispone todas las cosas con suavidad y de manera conveniente, como se dice en Sg 8,1).
Respondo: Cristo dio a conocer su resurrección de dos maneras, a saber: con testimonios y con argumentos o señales. Y ambas manifestaciones fueron suficientes en su género.
Se sirvió, efectivamente, de un doble testimonio para manifestar su resurrección a los discípulos, ninguno de los cuales puede refutarse. El primer testimonio es el de los ángeles, que anunciaron la resurrección a las mujeres, como es evidente por todos los Evangelistas. El otro es el testimonio de las Escrituras, que El mismo declaró para manifestación de su resurrección, como se dice en Lc 24,25ss; Lc 24,44ss.
También los argumentos fueron suficientes para probar su resurrección verdadera, e incluso gloriosa. Que su resurrección fuera verdadera, lo probó de un primer modo por parte del cuerpo. Acerca del cual manifestó tres cosas: Primera, que era un cuerpo verdadero y sólido, no fantástico y ligero, como lo es el aire. Y lo demostró presentando su cuerpo como palpable, puesto que, en Lc 24,39), El mismo dice: Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Segunda, probó que era un cuerpo humano, manifestándoles su verdadera figura, que veían con sus ojos. Tercera, les probó que era numéricamente el mismo cuerpo que antes había tenido, al presentarles las cicatrices de sus heridas. Por lo cual se lee en Lc 24,38-39: Les dijo: Ved mis manos y mis pies, que soy yo mismo.
De un segundo modo les probó la verdad de su resurrección por parte del alma unida otra vez al cuerpo. Y esto lo probó mediante las operaciones de una triple vida. Primero, por la obra de la vida nutritiva, puesto que comió y bebió con sus discípulos, como se lee en Lc 24,30-43. Segundo, por las obras de la vida sensitiva, ya que respondía a las preguntas de los discípulos, y saludaba a los que se hallaban presentes, con lo que demostraba que veía y que oía. Tercero, por las obras de la vida intelectiva, porque hablaban con El y discurrían sobre las Escrituras.
Y para que nada faltase a la perfección de la prueba, demostró también que tenía naturaleza divina mediante el milagro que hizo cuando la pesca de los peces; y más adelante, al subir al cielo, viéndolo ellos, porque, como se dice en Jn 3,13), nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo.
También manifestó a los discípulos la gloria de su resurrección al entrar, cerradas las puertas, donde ellos estaban; de acuerdo con lo cual dice Gregorio, en una Homilía: El Señor dio a palpar su carne, que introdujo cerradas las puertas, para demostrar que, después de la resurrección, su cuerpo seguía teniendo la misma naturaleza, pero una gloria distinta. Del mismo modo pertenecía a la propiedad de su gloria el haber desaparecido de la vista de sus discípulos, como se dice en Lc 24,31), porque así demostraba que tenía poder para dejarse ver y para no ser visto, lo cual pertenece a la condición del cuerpo glorioso, como antes se ha dicho (II-II 54,1 ad 2; II-II 54,2 ad 1).
A las objeciones:
Soluciones: 1. Aunque cada uno de los argumentos en particular no fuese suficiente para probar la resurrección de Cristo, sin embargo, tomados todos juntamente declaran de modo perfecto su resurrección, sobre todo por el testimonio de la Escritura, las palabras de los ángeles, y la afirmación de Cristo confirmada con milagros. Pero los ángeles cuando se aparecían no afirmaban que eran hombres, como afirmó Cristo de sí mismo ser verdadero hombre.
Y, sin embargo, de una manera comía Cristo y de otra los ángeles. Pues, al no ser los cuerpos tomados por los ángeles cuerpos vivos o animados, su comer no era auténtico, aunque fuese verdadera la masticación del alimento y la deglución en el interior del cuerpo asumido. Por esto dijo el ángel, en Tb 12,18-19: Estando con vosotros, daba la impresión de comer y beber como vosotros; pero yo me sirvo de una comida invisible. En cambio, al ser el cuerpo de Cristo verdaderamente animado, su comer fue auténtico. Como dice Agustín en XIII De Civ. Dei: Lo que se quita a los cuerpos de los resucitados, no es la facultad sino la necesidad de comer. De donde, como escribe Beda, Cristo comió porque quiso, no porque lo necesitó.
2. Como se acaba de exponer (en la sol.), Cristo alegaba unos argumentos para probar la verdad de su naturaleza humana, y otros para demostrar la gloria del resucitado. Ahora bien, la condición de la naturaleza humana, considerada en sí misma, es decir, en cuanto a su estado presente, se opone a la condición de la gloria, según aquellas palabras de 1Co 15,43: Se siembra en flaquera, y se levanta en poder. Y, por este motivo, los argumentos aducidos para probar la condición gloriosa dan la impresión de ser contrarios a la naturaleza, no en absoluto, sino teniendo en cuenta el estado presente; y viceversa. Por eso dice Gregorio, en la homilía citada, que el Señor mostró dos cosas admirables, y muy opuestas entre sí según la razón humana, después de resucitado: Manifestó, en efecto, que su cuerpo era incorruptible y, no obstante, palpable.
3. Como escribe Agustín, In Ioann., el Señor dijo "no me toques, pues aún no he subido a mi Padre", para que en aquella mujer se simbolizase la iglesia de los gentiles, que no creyó en Cristo sino cuando hubo subido al Padre. O así quiso Jesús que se creyese en El, esto es, así quiso ser tocado espiritualmente, porque El y el Padre son una misma cosa. Pues en cierto modo sube al Padre, con sus pensamientos interiores, aquel que progresa de tal modo que le reconoce igual al Padre. Esta, en cambio, todavía creía carnalmente en El, puesto que le lloraba como hombre. El que se lea en otra parte (Mt 28,9) que María tocó a Cristo, cuando junto con las otras mujeres se acercó y asió sus pies, no supone una dificultad, como dice Severiano. Puesto que aquello alude a la figura, esto se refiere al sexo; aquello versa sobre la grada divina, esto sobre la naturaleza humana.
O, como explica el Crisóstomo: Esta mujer deseaba tratar con Cristo igual que antes de la pasión. Por efecto de la alegría no pensaba en nada grande, aunque el cuerpo de Cristo se había vuelto mucho mejor al resucitar. Y por eso dijo: Todavía no he subido a mi Padre, como si dijera: No pienses quejo llevo una vida terrena. El que me veas en la tierra, se debe a que todavía no he subido a mi Padre; pero está a la mano el que suba. Por lo que añade: Subo a mi Padre y a vuestro Padre (Jn 20,17).
4. Como escribe Agustín, en Ad Orosium, el Señor resucitó con un cuerpo lleno de claridad; pero no quiso aparecerse a sus discípulos con esa claridad, porque no hubieran podido mirarla con sus ojos. Pues si antes de morir y resucitar por nosotros, cuando se transfiguró en la montaña, sus discípulos no pudieron verle, ¡cuánto menos podrán contemplarle, cuando su cuerpo está lleno de claridad! También es preciso tener en cuenta que el Señor, después de su resurrección, quería mostrar, sobre todo, que El era el mismo que había muerto. Esta intención podía ser impedida en caso de manifestarles la claridad de su cuerpo.
Porque el cambio que se produce en el aspecto, acusa en grado máximo la diversidad de lo que se contempla, ya que la vista juzga principalmente los sensibles comunes, entre los que se encuentran lo uno y lo mucho, o lo idéntico y lo diverso. Pero antes de la pasión, para que los discípulos no mirasen con desdén la flaqueza de la misma, Cristo procuraba especialmente mostrarles la gloria de su majestad, que sobre todo pone de manifiesto la claridad del cuerpo.
Y, por este motivo, antes de la pasión, mostró de antemano su gloria a los discípulos por medio de la claridad; en cambio, después de la resurrección la manifestó por medio de otras señales.
5. Como expone Agustín en el libro De consensu Evang., podemos entender que las mujeres vieron un solo ángel, lo mismo según Mateo (Mt 28,2) que según Marcos (Mc 16,5), para que sepamos que, una vez entradas en el sepulcro, es decir, en un recinto protegido con una cerca, allí vieron al ángel, como dice Mateo (Mt 28,2), sentado sobre la piedra removida del sepulcro; sentado a la derecha, como escribe Marcos (Mc 16,5). Luego, cuando miraban en el interior el lugar donde había estado tendido el cuerpo del Señor, vieron dos ángeles, primero sentados, como dice Juan (Jn 20,12);y después levantados, de modo que, al estar de pie, fuesen vistos, como dice Lucas (Lc 24,4).
Y sobre esto se formulan dos preguntas: 1. ¿La resurrección de Cristo es causa de nuestra resurrección? 2. ¿Es causa de nuestra justificación?
Objeciones por las que parece que la resurrección de Cristo no es la causa de la resurrección de los cuerpos.
Objeciones: 1. Puesta una causa suficiente, es necesario que se siga el efecto correspondiente. Por consiguiente, si la resurrección de Cristo es causa suficiente de la resurrección de los cuerpos, inmediatamente de resucitar El, debieron resucitar todos los muertos.
2. La causa de la resurrección de los muertos es la justicia divina, es a saber, para que los cuerpos sean premiados o castigados juntamente con las almas, lo mismo que hicieron causa común en el mérito o en el pecado; como dice Dionisio, en el último capítulo de Eccles. Hier. I y el Damasceno, en el libro IV.
Ahora bien, era necesario que la justicia divina se cumpliese, incluso si Cristo no hubiera resucitado. Luego aun cuando Cristo no resucitase, hubieran resucitado los muertos. Por consiguiente, la resurrección de Cristo no es causa de la resurrección de los muertos.
3. En caso de que la resurrección de Cristo sea causa de la resurrección de los cuerpos, sería: o causa ejemplar, o causa eficiente, o causa meritoria. Ahora bien, no es causa ejemplar, porque la resurrección de los cuerpos la ejecutará Dios, según aquel pasaje de Jn 5,21: El Padre resucita a los muertos. Y Dios no necesita mirar ejemplar alguno fuera de El. Del mismo modo, tampoco es causa eficiente, porque ésta no actúa más que por contacto, espiritual o corporal. Pero es evidente que la resurrección de Cristo no obra por contacto corporal con los cuerpos que resucitarán, a causa de la distancia temporal y local. Del mismo modo, tampoco actúa por contacto espiritual, que se logra mediante la fe y la caridad; porque resucitarán también los infieles y los pecadores. Ni es tampoco causa meritoria, porque Cristo resucitado ya no era viador, y así no se encontraba en estado de merecer. Y, en consecuencia, parece que la resurrección de Cristo no es causa de nuestra resurrección en modo alguno.
4. Por consistir la muerte en la privación de la vida, parece que la destrucción de la muerte no es más que la vuelta a la vida, cosa que incluye la resurrección.
Pero Cristo, muriendo, destruyó nuestra muerte. Luego la causa de nuestra resurrección es la muerte de Cristo. No lo es, por consiguiente, su resurrección.
Contra esto: está que, comentando aquellas palabras de 1Co 15,12), si se predica de Cristo que resucitó de entre los muertos, etc., dice la Glosa: El cual es causa eficiente de nuestra resurrección.
Respondo: Como se escribe en el II Metaphys., lo que es primero en un género cualquiera, es causa de todos los que vienen después. Ahora bien, en el género de nuestra resurrección, lo primero fue la resurrección de Cristo, como es manifiesto por lo dicho anteriormente (III 53,3). Por lo cual es necesario que la resurrección de Cristo sea causa de nuestra resurrección. Y esto es lo que dice el Apóstol en 1Co 15,20-21: Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que duermen; porque por un hombre vino la muerte, y por un hombre viene la resurrección de los muertos.
Y esto, con razón. Porque el principio de dar vida a los hombres es el Verbo de Dios, del que se dice en el Ps 35,10: En ti está la fuente de la vida. De donde El mismo dice en Jn 5,21: Como el Padre resunta a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Ahora bien, es propio del orden natural de las cosas, establecido por Dios, que cualquier causa obre, en primer lugar, sobre lo que le es más próximo y, a través de ello, actúe sobre las otras cosas que están más lejos. Así como el fuego calienta primero el aire cercano, y por medio de él los cuerpos distantes, también Dios ilumina primero las sustancias próximas a El, y mediante ellas ilumina las más alejadas, como dice Dionisio, en el c. 13 de Cael. Hier.. Y, por este motivo, el Verbo de Dios da primeramente la vida al cuerpo que le está naturalmente unido, y por medio de él causa la resurrección en todos los demás.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como acabamos de exponer (en la sol.), la resurrección de Cristo es causa de la nuestra por la virtud del Verbo unido. Este obra según su voluntad. Y por eso no es necesario que el efecto se siga al instante, sino conforme a la disposición del Verbo de Dios, de modo que primero nos configuremos con Cristo que padece y muere en esta vida pasible y mortal, llegando después a participar de la semejanza de su resurrección.
2. La justicia de Dios es la causa primera de nuestra resurrección; y la resurrección de Cristo es la causa segunda, y como instrumental. Sin embargo, aunque la virtud del agente principal no esté obligada a servirse de ese instrumento de un modo determinado, desde el momento en que obra por medio de tal instrumento, éste es causa del efecto. Así pues, la justicia divina, en lo que de ella depende, no está obligada a causar nuestra resurrección por medio de la resurrección de Cristo, ya que pudo librarnos de un modo distinto del que suponen la pasión y la resurrección de Cristo, como antes se ha dicho (II-II 46,2). Pero, una vez que decretó librarnos de ese modo, resulta evidente que la resurrección de Cristo es causa de nuestra resurrección.
3. Hablando con propiedad, la resurrección de Cristo no es causa meritoria de nuestra resurrección, pero sí es causa eficiente y ejemplar. Eficiente ciertamente, en cuanto que la humanidad de Cristo, en la que resucitó, es en cierto modo instrumento de la misma divinidad, y obra por la virtud de ésta, como antes se ha dicho (II-II 13,2-3 II-II 19,1 II-II 43,2). Y, por tanto, así como las demás cosas que Cristo hizo o padeció en su humanidad son saludables para nosotros por la virtud de su divinidad, como arriba se ha dicho (II-II 48,6), así también la resurrección de Cristo es causa eficiente de nuestra resurrección por la virtud divina, de la que es propio dar vida a los muertos.
Virtud que alcanza con su presencia todos los lugares y tiempos. Y tal contacto virtual basta para que se realice la noción de causa eficiente. Y porque, como acabamos de decir (ad 2), la causa primordial de la resurrección de los hombres es la justicia divina, por la cual tiene Cristo el poder de juagar por cuanto es el Hijo del hombre (cf. Jn 5,27), el poder efectivo de su resurrección se extiende no sólo a los buenos sino también a los malos, que están sujetos a su juicio.
Así como la resurrección del cuerpo de Cristo, por estar tal cuerpo unido personalmente al Verbo, es la primera en el tiempo, así también es la primera en la dignidad y en la perfección, como dice la Glosa a propósito de 1Co 15,20 1Co 15,23). Y lo perfectísimo es siempre el ejemplar a imitar, a su modo, por las cosas que son menos perfectas. Por este motivo, la resurrección de Cristo es el ejemplar de la nuestra. Lo cual no es necesario por parte del que resucita, que no necesita de un ejemplar, sino por parte de los resucitados, que necesitan conformarse con aquella resurrección, según palabras de Ph 3,21: El cual transformará nuestro cuerpo miserable, configurándolo con su cuerpo glorioso.
Pero, aunque la eficiencia de la resurrección de Cristo se extienda lo mismo a la resurrección de los buenos que a la de los malos, la ejemplaridad, propiamente, sólo se extiende a los buenos, que han sido hechos conformes con su filiación, como se dice en Rm 8,29).
4. En lo que atañe a la razón de la eficiencia, que depende de la virtud divina, tanto la muerte de Cristo como su resurrección son, en común, causa lo mismo de la destrucción de la muerte que del restablecimiento de la vida. Pero, por lo que se refiere a la razón de ejemplaridad, la muerte de Cristo, por la que se desprendió de la vida mortal, es causa de la destrucción de nuestra muerte, mientras que su resurrección, por la que comenzó una vida inmortal, es causa del restablecimiento de nuestra vida. Sin embargo, la pasión de Cristo es además causa meritoria, como antes se ha dicho (II-II 48,1).
Suma Teológica III Qu.55 a.3