Suma Teológica III Qu.23 a.3
Objeciones por las que parece que el ser adoptado no es exclusivo de la criatura racional.
Objeciones: 1. Dios no es Padre de la criatura racional a no ser por la adopción. Pero también es llamado Padre de la criatura irracional, según palabras de Jb 38,28: ¿Quién es el Padre de la lluvia? o ¿quién engendró las gotas de la lluvia? Luego la adopción no es algo exclusivo de la criatura racional.
2. Algunos son llamados hijos de Dios en virtud de la adopción. Pero, en la Escritura, ser hijos de Dios parece atribuirse propiamente a los ángeles, conforme a lo que se lee en Jb 1,6: Un día, presentándose ante el Señor los hijos de Dios. Luego el ser adoptado no es algo privativo de la criatura racional.
3. Lo que es propio de una naturaleza conviene a todos los que la tienen, como acontece con la risibilidad respecto de todos los hombres. Pero el ser adoptado no conviene a todas las criaturas racionales. Luego el ser adoptado no es propio de la criatura racional.
Contra esto: está que, según Rm 8,17, los hijos adoptados son herederos de Dios. Ahora bien, tal herencia solamente corresponde a la criatura racional.
Luego el ser adoptado es exclusivo de la criatura racional.
Respondo: Como acabamos de exponer (a. 1 ad 2), la filiación adoptiva es una semejanza de la filiación natural. Pero el Hijo de Dios procede naturalmente del Padre como Verbo intelectual, siendo una sola cosa con el mismo Padre. Así pues, la semejanza con el Verbo puede producirse de tres modos. Primero, en cuanto a la noción de forma, no en cuanto a la intelectualidad del mismo; como acontece con la forma exterior de una casa, que se asemeja al verbo mental del artífice en cuanto a la noción de forma, pero no en cuanto a la intelección, porque la forma de la casa plasmada en la materia no es inteligible, como lo era en la mente del arquitecto. Segundo, no sólo en cuanto a la noción de la forma, sino también en cuanto a la intelectualidad del Verbo; como la ciencia que surge de la mente del discípulo se asemeja a la idea que hay en la mente del maestro.
Y, bajo este aspecto, la criatura racional, incluso vista según su naturaleza, se asemeja al Verbo de Dios. Tercero, en cuanto a la unidad que el Verbo mantiene con el Padre, lo que se realiza mediante la gracia y la caridad. Por eso ora el Señor en Jn 17,21-22: Sean uno en nosotros, como también nosotros somos uno. Y esta semejanza es la que consuma la idea de adopción, pues la herencia eterna se debe a los que se asemejan al Verbo bajo este aspecto.
De donde resulta claro que el ser adoptado conviene en exclusiva a la criatura racional; pero no a toda, sino a la que posee la caridad. Esta es derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, como se dice en Rm 5,5). Y por eso, en Rm 8,15), se llama al Espíritu Santo Espíritu de adopción para los hijos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Dios se llama Padre de la criatura irracional no propiamente por la adopción, sino en virtud de la creación, según el modo primero de participación en la semejanza.
2. Los ángeles son llamados hijos de Dios por vía de adopción, no porque les competa a ellos en primer lugar, sino porque fueron los primeros que recibieron la adopción filial.
3. La adopción no es una propiedad que se derive de la naturaleza, sino una consecuencia de la gracia, de la que es capaz la naturaleza racional. Y, por eso, no es necesario que corresponda a toda criatura racional, sino que es suficiente con que toda criatura racional sea capaz de la adopción.
Objeciones: 1. Dice Hilario hablando de Cristo: No se pierde la dignidad del poder mientras se adopta la naturaleza humana. Luego Cristo, en cuanto hombre, es hijo adoptivo.
2. Agustín, en el libro De praedest. Sanct., escribe: Aquel hombre es Cristo por la misma gracia en virtud de la que cualquier hombre, desde el inicio de la fe, es cristiano. Ahora bien, los demás hombres son cristianos por la gracia de la adopción. Luego también aquel hombre es Cristo en virtud de la adopción. Y de este modo parece que es hijo adoptivo.
3. Cristo, en cuanto hombre, es siervo. Pero ser hijo adoptivo es más digno que ser siervo. Luego, con mucha más razón, Cristo, en cuanto hombre, es hijo adoptivo.
Contra esto: está que Ambrosio, en el libro De Incarnat., dice: No decimos que el hijo adoptivo es hijo por naturaleza, sino que llamamos hijo por naturaleza al que es hijo de verdad. Ahora bien, Cristo es Hijo de Dios de verdad y por naturaleza, conforme a las palabras de la 1Jn 5,20: Para que estemos en su verdadero Hijo, Jesucristo. Luego Cristo, en cuanto hombre, no es hijo adoptivo.
Respondo: La filiación corresponde propiamente a la hipóstasis o persona, no a la naturaleza; por eso dijimos en la Primera Parte (I 32,3 I 34,2 ad 3; I 40,1 ad 1) que la filiación es una propiedad de la persona. Pero en Cristo no hay más persona o hipóstasis que la increada, a la que conviene el ser Hijo por naturaleza. Y hemos dicho antes (a. 1 ad 2) que la filiación adoptiva es una semejanza por participación de la filiación natural. Lo que se llama tal cosa por naturaleza, no se llama tal por participación. Y, por ese motivo, Cristo, que es Hijo de Dios por naturaleza, no puede llamarse en modo alguno hijo por adopción.
En cambio, para los que defienden que en Cristo hay dos personas o dos hipóstasis, o dos supuestos, no existe dificultad razonable para llamar a Cristo hijo adoptivo, en cuanto hombre.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Así como la filiación no corresponde propiamente a la naturaleza, así tampoco le corresponde la adopción. Y, por eso, cuando se dice que es adoptada la naturaleza humana, se trata de una expresión impropia; y en ella la palabra adopción se toma por la unión de la naturaleza humana con la persona del Hijo.
2. La analogía establecida por Agustín debe entenderse por lo que se refiere al principio, es a saber: porque así como cualquier hombre es cristiano sin mérito alguno, así aquel hombre tuvo el ser Cristo sin mérito alguno. Pero existe diferencia en cuanto al término, a saber: porque Cristo, por la gracia de unión, es Hijo natural, mientras que el hombre, por la gracia habitual, es hijo adoptivo.
Y la gracia habitual en Cristo no convierte en hijo adoptivo al que no era hijo, sino que es un efecto en el alma de Cristo de su filiación natural, conforme a las palabras de Jn 1,14: Hemos visto su gloría como la de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
3. La condición de criatura, lo mismo que la servidumbre o sumisión a Dios, no afecta sólo a la persona, sino también a la naturaleza; cosa que no puede decirse de la filiación. De ahí que la razón sea dispar en la analogía citada.
Y sobre la misma se formulan cuatro preguntas: 1. ¿Fue predestinado? 2. ¿Fue predestinado en cuanto hombre? 3. ¿Su predestinación es el modelo de la nuestra? 4. ¿Es la causa de nuestra predestinación?
Objeciones por las que parece que no compete a Cristo ser predestinado. 1. El término de cualquier predestinación parece ser la filiación adoptiva, conforme a las palabras de Ep 1,5: Nos predestinó a la adopción de hijos suyos.
Pero, como acabamos de decir (III 23,4), a Cristo no le conviene el ser hijo adoptivo. Luego a Cristo no le corresponde ser predestinado.
2. En Cristo pueden considerarse dos cosas, a saber: la naturaleza humana y la persona. Ahora bien, no puede decirse que Cristo es predestinado por razón de su naturaleza humana, pues la proposición La naturaleza humana es el Hijo de Dios es falsa. Del mismo modo, tampoco está predestinado por razón de la persona, porque tal persona no tiene el ser hijo de Dios en virtud de la gracia, sino por la propia naturaleza. Y la predestinación es propia de los que dependen de la gracia, como hemos expuesto en la Primera Parte (I 23,0).
Luego Cristo no fue predestinado a ser Hijo de Dios.
3. Así como lo que ha sido hecho no siempre existió, igualmente sucede con lo que ha sido predestinado, porque la predestinación lleva consigo una cierta anterioridad. Ahora bien, Cristo, por haber sido desde siempre Dios e Hijo de Dios, impide que se diga: aquel hombre ha sido hecho Hijo de Dios. Luego, por una razón semejante, no debe decirse que Cristo es predestinado a ser Hijo de Dios.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rm 1,4) hablando de Cristo: El cual fue predestinado Hijo de Dios en poder.
Respondo: Como es claro por lo expuesto en la Primera Parte (I 23,2), la predestinación, tomada en su sentido propio, es una preordenación divina eterna respecto de aquellas cosas que, por la gracia de Dios, han de producirse en el tiempo. Pero por la gracia de unión hizo Dios que, en el tiempo, el hombre fuese Dios y Dios fuese hombre. Y no es posible decir que Dios no haya preordenado desde la eternidad que eso había de realizarse en el tiempo porque se seguiría la aparición de un acontecimiento nuevo para la mente divina. Se impone, pues, afirmar que la misma unión de las naturalezas en la persona de Cristo cae bajo la predestinación eterna de Dios. Y, por este motivo, se dice que Cristo ha sido predestinado.
A las objeciones:
Soluciones: 1. En el texto mencionado habla el Apóstol de nuestra predestinación a ser hijos adoptivos. Pero así como Cristo es Hijo de Dios por naturaleza de un modo singular en comparación con los demás, así también es predestinado de un modo único.
2. Como observa la G¿osa a propósito de Rm 1,4, algunos enseñaron que tal predestinación debe entenderse de la naturaleza, no de la persona, porque a la naturaleza humana le fue concedida la gracia de unirse al Hijo de Dios en la unidad de la persona.
Pero, en ese sentido, la expresión del Apóstol resulta impropia por dos motivos.
Primero, por una razón común. No decimos, en efecto, que sea predestinada una naturaleza, sino una persona, porque ser predestinado equivale a ser conducido a la salvación, lo cual es propio del supuesto que actúa por causa del fin de la bienaventuranza. Segundo, por una razón especial. Porque ser hijo de Dios no corresponde a la naturaleza humana, puesto que la proposición La naturaleza humana es el Hijo de Dios es una proposición falsa. A no ser, tal vez, que alguien, mediante una explicación dislocada, quiera exponer la frase Ha sido predestinado a ser Hijo de Dios en poder (Rm 1,4) de modo que equivalga a esta otra: Ha sido predestinado que la naturaleza humana se uniese al Hijo de Dios en la persona.
Queda, pues, que la predestinación se atribuya a la persona de Cristo, no considerada en sí misma, o en cuanto subsistente en la naturaleza divina, sino en cuanto que subsiste en la naturaleza humana. Por eso el Apóstol, después de haber dicho (v. 3: nacido de la descendencia de David según la carne, añade: Ha sido predestinado a ser Hijo de Dios en poder, para dar a entender que, en conformidad con haber nacido de la descendencia de David según la carne, ha sido predestinado a ser Hijo de Dios en poder. Pues aunque sea natural a esa persona, considerada en sí misma, ser Hijo de Dios en poder, eso no le es natural en cuanto a la naturaleza humana, a la que, en este sentido, le compete por la gracia de unión.
3. Orígenes, In Rm., escribe que el texto del Apóstol es éste: El cual ha sido designado Hijo de Dios en poder, de manera que no se alude a ninguna precedencia. Y así tal texto no ofrece dificultad alguna.
Otros, en cambio, relacionan la anterioridad significada por el participio predestinado, no con el ser Hijo de Dios, sino con su manifestación, siguiendo un modo de hablar corriente en la Escritura, que consiste en decir que las cosas se hacen cuando nos son conocidas, de manera que el sentido sea éste: Cristo fue predestinado a manifestarse como Hijo de Dios. Pero ésta no es la acepción propia de la palabra predestinación. Se dice, en efecto, que alguien es propiamente predestinado cuando es conducido al fin de la bienaventuranza.
Pero la bienaventuranza de Cristo no depende de nuestro conocimiento.
Y, por eso, es más exacto decir que la precedencia que lleva consigo el participio predestinado no se refiere a la persona considerada en sí misma, sino por razón de la naturaleza humana; es decir, porque, a pesar de que esa persona fue Hijo de Dios desde toda la eternidad, sin embargo ese Hijo de Dios no fue subsistente desde siempre en una naturaleza humana. Por eso dice Agustín en el libro De praedest. Sanct.: Jesús, que había de ser Hijo de David según la carne, fue predestinado, sin embargo, para ser Hijo de Dios en poder.
Y debe tenerse en cuenta que, aunque el participio predestinado implique anterioridad, lo mismo que la implica el participio hecho, esa anterioridad es distinta en uno y otro caso. En efecto, el ser hecho pertenece a la misma cosa tal como es; en cambio, el ser predestinado pertenece a una persona en cuanto que está en la mente del que predestina. Pero lo que está sujeto, en la realidad, a una forma o a una naturaleza, puede ser aprehendido o como es bajo tal forma, o también como es en absoluto. Y porque a la persona de Cristo no le conviene en modo alguno comenzar a ser Hijo de Dios, sino que eso le compete en cuanto entendida o aprehendida como existiendo en la naturaleza humana, es a saber, porque lo que comenzó a existir en el tiempo es que el Hijo de Dios existiera en una naturaleza humana, por ese motivo la proposición Cristo fue predestinado a ser Hijo de Dios es más cierta que esta otra: Cristo fue hecho Hijo de Dios.
Objeciones por las que parece que la proposición Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado a ser Hijo de Dios, es falsa.
Objeciones: 1. Cada uno es, en el tiempo, aquello que ha sido predestinado a ser, porque la predestinación de Dios no se frustra. Si, pues, Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado a ser Hijo de Dios, parece seguirse que es Hijo de Dios en cuanto hombre. Pero esto es falso. Luego también es falso lo enunciado.
2. Lo que conviene a Cristo en cuanto hombre, conviene también a cualquier hombre, porque aquél tiene la misma especie que los demás hombres. Por consiguiente, en caso de que Cristo, en cuanto hombre, haya sido predestinado a ser Hijo de Dios, se seguiría que otro tanto sucede con cualquier hombre. Y esto es falso. Luego también es falso lo primero.
3. Es objeto de la predestinación eterna lo que, alguna vez, ha de ocurrir en el tiempo. Pero la proposición el Hijo de Dios fue hecho hombre es más cierta que esta otra: El hombre ha sido hecho Hijo de Dios. Luego la proposición Cristo, en cuanto Hijo de Dios, fue predestinado a ser hombre, es también más cierta que la contraria: Cristo, en cuanto hombre, ha sido predestinado a ser Hijo de Dios.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el libro De praedest. Sanct.: Decimos que el Señor de la gloria ha sido predestinado, en cuanto que el hombre ha sido hecho Hijo de Dios.
Respondo: En la predestinación pueden considerarse dos aspectos: uno, por parte de la misma predestinación eterna; y, considerada bajo este ángulo, implica anterioridad respecto de aquello que cae bajo la predestinación. Otro, atendiendo al efecto temporal, que es, en verdad, un don gratuito de Dios. Por consiguiente, es preciso decir que la predestinación, bajo los dos aspectos, se atribuye a Cristo solamente por razón de la naturaleza humana, pues ésta no ha estado siempre unida al Verbo y, además, el estar unida al Hijo de Dios en persona le ha sido concedido por gracia. Y por eso la predestinación solamente compete a Cristo por razón de la naturaleza humana. De donde dice Agustín, en el libro De praedest. Sanct.: Esta promoción de la naturaleza humana ha sido predestinada a ser tan grande, tan excelsa y tan máxima, que es imposible elevarla a una cima más alta. Ahora bien, se dice que una cosa conviene a alguien, en cuanto hombre, cuando le conviene por razón de la naturaleza humana. Y por eso es preciso decir que Cristo, en cuanto hombre, ha sido predestinado a ser Hijo de Dios.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cuando se habla de que Cristo, en cuanto hombre, ha sido predestinado a ser Hijo de Dios, la concreción en cuanto hombre puede referirse al acto significado por el participio, de dos maneras: una, por parte de quien es materialmente predestinado. Y, en este sentido, la proposición es falsa, porque significaría que Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado a ser Hijo de Dios. Y bajo este ángulo está planteada la objeción.
Otra, refiriéndose a la propísima razón del acto, en cuanto que la predestinación incluye en su naturaleza una anterioridad y un efecto gratuito. Y, en este aspecto, la predestinación conviene a Cristo por razón de su naturaleza humana, como queda explicado (en la sol.). Y en este sentido se dice que ha sido predestinado en cuanto hombre.
2. Una cosa puede convenir a un hombre por razón de la naturaleza humana de dos modos: primero, porque la naturaleza humana es la causa de tal cosa o propiedad. Así la risibilidad compete a Sócrates por razón de su naturaleza humana, que es la causa de aquélla. Y en este sentido, que es el enfocado por la objeción, la predestinación no compete, por razón de la naturaleza humana, ni a Cristo ni a otro hombre alguno.
Segundo, entendiendo que una cosa conviene a alguien por razón de la naturaleza humana porque ésta es capaz de asumirla. Y éste es el sentido en que decimos que Cristo fue predestinado por razón de la naturaleza humana, puesto que la predestinación se refiere a la exaltación de su propia naturaleza humana, como hemos expuesto (en la sol.).
3. Como escribe Agustín en el libro De praedest. Sanct., la asunción singular del hombre por el Dios Verbo se hizo de una forma tan inefable que, verdadera y propiamente, se llama a la vez Hijo del hombre a causa de la naturaleza humana asumida, e Hijo de Dios porque quien la asume es el Dios unigénito. Y porque tal asunción, en cuanto gratuita, queda dentro del campo de la predestinación, es lícito decir ambas cosas: el Hijo de Dios ha sido predestinado a ser hombre, y el Hijo del hombre ha sido predestinado a ser Hijo de Dios. Sin embargo, porque el ser hombre no es una gracia otorgada al Hijo de Dios, sino más bien una gracia concedida a la naturaleza humana para que se uniese al Hijo de Dios, resulta más propio decir que Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado a ser Hijo de Dios, que afirmar que Cristo, en cuanto Hijo de Dios, ha sido predestinado a ser hombre.
Objeciones por las que parece que la predestinación de Cristo no es el ejemplar de nuestra predestinación.
Objeciones: 1. El ejemplar existe antes que su imagen. Pero nada existe con anterioridad a lo eterno. Luego, al ser eterna nuestra predestinación, parece que la predestinación de Cristo no es el ejemplar de la nuestra.
2. El ejemplar conduce al conocimiento de su imagen. Ahora bien, Dios no necesitó de otro ejemplar para llegar al conocimiento de nuestra predestinación, pues en Rm 8,29) se lee: A los que de antes conoció, a ésos los predestinó.
Luego la predestinación de Cristo no es el ejemplar de nuestra predestinación.
3. El ejemplar es igual a la imagen. Pero la predestinación de Cristo parece que es de distinta naturaleza que la nuestra, puesto que nosotros somos predestinados a ser hijos adoptivos de Dios, mientras que Cristo ha sido predestinado a ser Hijo de Dios en poder, como se dice en Rm 1,4). Luego su predestinación no es el ejemplar de la nuestra.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el libro De praedest. Sanct.: El propio Salvador, el mismo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, es la luz preclarísima de la predestinación y de la gracia. Y se le llama luz de la predestinación y de la gracia porque, a través de su predestinación y gracia, se da a conocer nuestra predestinación; función que parece pertenecer a la naturaleza del ejemplar. Luego la predestinación de Cristo es el ejemplar de la nuestra.
Respondo: La predestinación puede considerarse de dos maneras: primera, por parte del propio acto de quien predestina. Y, entendida así, la predestinación de Cristo puede llamarse ejemplar de la nuestra, pues de un único modo y mediante un mismo acto eterno, Dios nos predestinó a nosotros y a Cristo.
Segunda, fijándose en aquello a lo que uno es predestinado, es decir, el término y efecto de la predestinación. Y, en este sentido, la predestinación de Cristo es el ejemplar de la nuestra de dos modos: primero, en cuanto al bien a que somos predestinados, pues El ha sido predestinado a ser Hijo de Dios por naturaleza y nosotros somos predestinados a ser hijos de Dios por adopción, que es una semejanza, por participación, de la filiación natural. Por eso se lee en Rm 8,29: A los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo. Segundo, por parte del modo de lograr este bien; lo que se consigue por medio de la gracia. Esto, con relación a Cristo, es clarísimo, porque en El la naturaleza humana fue unida al Hijo de Dios sin que precediese mérito alguno por parte de ella. Y de la plenitud de su gracia hemos recibido todos nosotros, como se dice en Jn 1,16).
A las objeciones:
Objeciones: 1. Tal objeción se plantea por parte del acto de quien predestina.
2. La respuesta es la misma que la ofrecida para la primera objeción.
3. No es necesario que la imagen sea enteramente conforme con el ejemplar; es suficiente una cierta aproximación.
Objeciones por las que parece que la predestinación de Cristo no es causa de la nuestra.
Objeciones: 1. Lo eterno no tiene causa. Ahora bien, nuestra predestinación es eterna.
Luego la predestinación de Cristo no es causa de la nuestra.
2. Lo que depende de la simple voluntad de Dios no tiene otra causa que esa voluntad divina. Pero nuestra predestinación depende de la voluntad de Dios, puesto que en Ep 1,11) se dice: (Hemos) sido predestinados según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad. Luego la predestinación de Cristo no es causa de nuestra predestinación.
3. quitada la causa, desaparece el efecto. Ahora bien, anulada la predestinación de Cristo, no se suprime nuestra predestinación, porque, en el supuesto de que no se hubiera encarnado el Hijo de Dios, queda otro modo posible de salvarnos, como enseña Agustín en el libro De Trin.. Luego la predestinación de Cristo no es causa de nuestra predestinación.
Contra esto: está lo que se dice en Ep 1,5: Nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo.
Respondo: Si nos fijamos en el mismo acto de la predestinación, la de Cristo no es causa de la nuestra, ya que con un solo y mismo acto nos ha predestinado Dios a nosotros y a Cristo. En cambio, si la predestinación se considera en cuanto a su término, la de Cristo sí es causa de la nuestra, porque Dios, en su predestinación eterna, dispuso que nuestra salvación fuese realizada por Cristo. Bajo la predestinación cae no sólo lo que ha de ejecutarse en el tiempo, sino también el modo y el orden en que ha de realizarse.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Esta objeción, lo mismo que la segunda, se plantea fijándose en el acto de la predestinación.
2. Ver respuesta anterior.
3. En el caso de que Cristo no hubiera debido encarnarse, Dios hubiera dispuesto con antelación que los hombres nos salvásemos por otro medio. Pero, al ordenar de antemano la encarnación de Cristo, dispuso también que fuera ella la causa de nuestra salvación.
Pasamos ahora a tratar de las cosas que atañen a Cristo en relación con nosotros. Y, en primer lugar, de nuestra adoración a El; después, de su titulo de mediador nuestro ante Dios.
Sobre lo primero se plantean seis interrogantes: 1. ¿Debemos adorar la divinidad y la humanidad de Cristo con una sola y misma adoración? 2. ¿Es preciso que adoremos su cuerpo con adoración de latría? 3. ¿Se debe rendir adoración de latría a la imagen de Cristo? 4. ¿Debe prestarse esa misma adoración a la cruz de Cristo? 5. ¿Ha de rendirse tal adoración a su Madre? 6. ¿Son objeto de adoración las reliquias de los santos?
Objeciones por las que parece que la humanidad y la divinidad de Cristo no deben ser adoradas con la misma adoración.
Objeciones: 1. La divinidad de Cristo debe ser adorada por ser común al Padre y al Hijo; por eso se dice en Jn 5,23: Honren todos al Hijo como honran al Padre. Ahora bien, la humanidad de Cristo no es común a El y al Padre. Luego la humanidad y la divinidad de Cristo no deben ser adoradas con una misma adoración.
2. Como dice el Filósofo en el IV Ethic. , el honor es propiamente el premio de la virtud. Y ésta merece el premio mediante sus actos. Por consiguiente, al ser en Cristo la operación de la naturaleza divina distinta de la operación de la naturaleza humana, como antes hemos dicho (II-II 19,1), parece que la humanidad de Cristo debe ser adorada con un honor distinto del prestado a su divinidad.
3. Si el alma de Cristo no estuviera unida al Verbo, debería ser venerada a causa de la excelencia de su sabiduría y de su gracia. Pero por su unión con el Verbo no se ha visto privada en nada de su dignidad. Luego su naturaleza humana debe ser adorada con una veneración propia, distinta de la que debemos rendir a su divinidad.
Contra esto: está lo que se lee en las enseñanzas del V Concilio: Si alguno dijere que Cristo es adorado en sus dos naturalezas, de modo que eso implique dos adoraciones, y no adora con una sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne, como desde el principio ha enseñado la Iglesia de Dios, ese tal sea anatema.
Respondo: En la persona honrada pueden considerarse dos cosas, a saber: el sujeto a quien se rinde el honor, y la causa de ese honor. Hablando con propiedad, el honor se tributa al ser subsistente completo, pues no decimos que honramos las manos del hombre, sino que es honrado el hombre. Y, si alguna vez se dice que se reverencia la mano o el pie de alguien, eso no significa que se rinda honor a tales miembros por razón de sí mismos, sino porque en ellos se honra al hombre entero. De este modo también un hombre puede recibir honores en algo extrínseco al mismo, por ejemplo en su vestido, en su imagen o en un enviado suyo.
La causa del honor es alguna perfección del sujeto honrado, puesto que el honor, como queda dicho en la Segunda Parte (II-II 103,1), es la reverencia manifestada a una persona a causa de su excelencia. Y por tanto, si en un hombre coexisten varias causas de honor, v. gr. La prelacia, la ciencia y la virtud, el honor que se le tributa es uno solo por parte del sujeto honrado, pero es múltiple por parte de las causas de tal honor, pues es el hombre quien recibe el honor a causa de su ciencia y por razón de su virtud.
Por consiguiente, al haber en Cristo una sola persona con naturaleza divina y humana, una sola hipóstasis y un solo supuesto, hay también una sola adoración y un solo honor por parte del sujeto adorado. En cambio, por parte de la causa que mueve a honrarle puede hablarse de varias adoraciones, de modo que, por ejemplo, una esté motivada por su sabiduría increada y otra obedezca a su sabiduría creada.
Si se admitiesen en Cristo varias personas o hipótesis, se seguiría la existencia de varias adoraciones en absoluto. Pero esto está condenado por los Concilios.
Así, en las Actas de Cirilo se lee: Si alguien osa deár que es necesario adorar juntamente al hombre asumido y al Dios Verbo, como distintos entre sí, y no adora más bien con una sola adoración a Emmanuel, en cuanto es el Verbo hecho carne, sea anatema.
A las objeciones:
Soluciones: 1. En la Trinidad son tres las personas honradas, pero la causa de ese honor es una sola. En cambio, en el misterio de la encarnación sucede lo contrario. Y por eso el honor de la Trinidad es uno solo de una manera, y el honor de Cristo es también uno solo de manera distinta.
2. La operación no es el sujeto honrado, sino la causa del honor. Y, por eso, del hecho de que en Cristo haya dos operaciones no se sigue que existan dos adoraciones, sino dos motivos de adoración.
3. Si el alma de Cristo no estuviera unida al Verbo de Dios, sería en él la parte principalísima. Y, debido a eso, a ella sería debido principalmente el honor, porque el hombre se plasma en lo que es óptimo en él. Pero, al estar el alma de Cristo unida a una persona más digna, a ésta le es debido principalmente el honor. Sin embargo, no por esto mengua la dignidad del alma de Cristo, sino que se acrecienta, como antes hemos dicho (II-II 2,2 ad2).
Objeciones por las que parece que la humanidad de Cristo no debe ser adorada con adoración de latría.
Objeciones: 1. Porque a propósito de Ps 98,5: Adorad el escabel de sus pies, puesto que es santo, comenta la Glosa: Adoramos sin impiedad la carne asumida por el Verbo de Dios, porque nadie come espiritualmente su carne si antes no la adora; no digo con adoración de latría, porque ésta sólo es debida al Creador. Ahora bien, la carne de Cristo es parte de su humanidad. Luego la humanidad de Cristo no debe ser adorada con adoración de latría.
2. El culto de latría no es debido a criatura alguna, pues los gentiles son recriminados porque adoraron y sirvieron a la criatura, como se dice en Rm 1,25). Pero la humanidad de Cristo es una criatura. Luego no debe ser adorada con adoración de latría.
3. La adoración de latría se debe a Dios en reconocimiento de su dominio absoluto, conforme a lo que se dice en Dt 6,13: Solamente al Señor, tu Dios, adorarász sólo a El servirás. Pero Cristo, en cuanto hombre, es menor que el Padre. Luego su humanidad no debe ser adorada con adoración de latría.
Contra esto: está lo que escribe el Damas ceno en el libro IV: Una vez que se encarnó el Verbo de Dios, la carne de Cristo no es adorada por sí misma, sino por razón de su unión hipostática con el Verbo de Dios. Y sobre (Ps 98,5: Adorad el escabel de sus pies, comenta la Glosa: Quien adora el cuerpo de Cristo, no se jija en la tierra, sino en Aquel que la tiene por escabel, en cuyo honor adora el escabel. Pero el Verbo encarnado es adorado con adoración de latría. Luego también debe serlo su cuerpo o su humanidad.
Respondo: Como acabamos de enunciar (a. 1), el honor de la adoración se debe propiamente a la hipóstasis subsistente. Sin embargo, el motivo del honor puede ser algo no subsistente, en cuya virtud es honrado el sujeto en que se encuentra. Por tanto, la adoración de la humanidad de Cristo puede entenderse de dos maneras. Una, en cuanto pertenece al sujeto adorado. Y, en este sentido, adorar la carne de Cristo es lo mismo que adorar al Verbo de Dios encarnado, como venerar el vestido del rey equivale a venerar al rey que lo lleva. Y, de este modo, la adoración de la humanidad de Cristo es adoración de latría.
Otra es la adoración de la humanidad de Cristo por razón del cúmulo de gracias de todas clases que la perfeccionan. Y, bajo este ángulo, la adoración de la humanidad de Cristo no es adoración de latría, sino de dulía. Así resulta que la misma y única persona de Cristo es adorada con adoración de latría por causa de su divinidad, y con adoración de dulía a causa de la perfección de su humanidad.
Y esto no supone ninguna dificultad, porque al mismo Dios Padre le es debido el honor de latría por razón de su divinidad, y el honor de dulía a causa del dominio con que gobierna a las criaturas. Por esto, a propósito de Ps 7,1: Señor, Dios mío, en ti he confiado, comenta la Glosa: Señor de todas las cosas por su poder, al que se debe la dulía. Dios de todos los seres por la creación, al que es debida la latría.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La Glosa citada no debe entenderse como si se adorase la carne de Cristo separada de su divinidad, porque eso solamente sería posible en el caso de que la hipóstasis de Dios fuese distinta de la del hombre. Pero, como dice el Damasceno, si separas, mediante conceptos sutiles, lo que se ve de lo que se entiende, (Cristo) no es adorable en cuanto criatura, es a saber, no es adorable con adoración de latría. Y, en este caso, a la humanidad, entendida como separada del Verbo de Dios, se le debe adoración de dulía, no cualquiera, como la comúnmente tributada a las criaturas, sino una más excelente, llamada hiperdulía.
2-3. Da resueltas con la respuesta anterior. La adoración de latría no se tributa a la humanidad de Cristo por razón de sí misma, sino a causa de la divinidad a la que está unida, según la cual Cristo no es menor que el Padre.
Suma Teológica III Qu.23 a.3