Suma Teológica III Qu.41 a.4
Objeciones por las que parece que no fueron convenientes ni el modo ni el orden de la tentación.
Objeciones: 1. La tentación del diablo induce al pecado. Ahora bien, si Cristo hubiese remediado su hambre corporal convirtiendo las piedras en panes, no hubiera pecado, como tampoco pecó al multiplicar los panes —que no fue menor milagro-para remediar a las turbas hambrientas (Mt 14,15). Luego parece que tal tentación no existió.
2. Ningún tentador persuade oportunamente lo contrario de lo que intenta. Pero el diablo, al colocar a Cristo sobre el alero del templo, se proponía tentarle de soberbia o de vanagloria. Luego, desacertadamente, le persuade a que se tire abajo, por ser eso contrario a la soberbia o vanagloria, que busca siempre el subir.
3. La tentación oportuna es la que se centra en un pecado. Pero en la tentación del monte le invitó a dos pecados, a saber: la codicia y la idolatría. Luego parece que el modo de la tentación no fue el oportuno.
4. Las tentaciones se orientan hacia los pecados. Ahora bien, los pecados capitales son siete, como se expuso en la Segunda Parte (I-II 84,4). Y, en este caso, la tentación se centra en tres, a saber: gula, vanagloria y codicia.
Luego no parece una tentación suficiente.
5. Después de la victoria sobre todos los vicios, le queda al hombre la tentación de la soberbia y la vanagloria, porque la soberbia pone asechanzas incluso a las buenas obras, para que se desmoronen, como dice Agustín. Luego Mateo (Mt 4,8 Mt 4,5) dispone incorrectamente la tentación de codicia en el monte al colocarla en último lugar, y en medio la tentación de vanagloria en el templo; sobre todo cuando Lucas las ordena en orden inverso.
6. Jerónimo, In Matth., dice que el propósito de Cristo fue vencer al diablo con la humildad, no con el poder. Luego no debió rechazarle reprendiéndole con imperio: Retírate, Satanás (Mt 4,10 cf. Mc 8,33).
7. Da la impresión de que la narración del Evangelio contiene algo incierto, pues parece imposible que Cristo fuese colocado sobre el alero del templo sin ser visto por otros. Ni existe monte alguno tan alto que permita ver desde él todo el mundo, de manera que desde el mismo pudieran ser mostrados a Cristo todos los reinos del mundo. Por consiguiente, parece que la tentación de Cristo ha sido descrita indebidamente.
Contra esto: está la autoridad de la Escritura (Mt 4,1).
Respondo: La tentación que viene del enemigo se produce a modo de sugestión, como dice Gregorio. Pero la sugestión no puede hacerse a todos de la misma manera, sino que a cada uno se le sugiere algo entre las cosas que constituyen sus aficiones. Y, por este motivo, el diablo no tienta desde un principio al hombre espiritual con pecados graves, sino que comienza poco a poco con los leves, para llevarlo luego a los más graves. De donde Gregorio, en XXXI Moral., comentando las palabras de Jb 39,25 —Huele de lejos la batalla, las arengas de los jefes y el alarido del ejército —, escribe: Se dice justamente que los jefes arengan y que el ejército emite alaridos, porque los primeros vicios se desligan en la mente engañada bajo cierta apariencia de razón; pero los innumerables que luego se siguen, arrastrando al alma a toda clase de locuras, confunden como con un bestial alarido.
Y este procedimiento es el que siguió el diablo en la tentación del primer hombre. Pues, en primer lugar, solicitó su mente con la comida de la fruta prohibida, diciendo en Gn 3,1: ¿Por qué os ha mandado Dios que no comieseis de todos los árboles del paraíso? Luego lo tentó de vanagloria, cuando dijo: Se abrirán vuestros ojos. Finalmente llevó la tentación hasta la extrema soberbia, al decir: Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.
Y este mismo orden guardó también con Cristo. Porque, primero, le tentó con lo que apetecen los hombres por muy espirituales que sean, a saber: con la sustentación de la vida corporal mediante el alimento. En segundo lugar, pasó a aquello en que, a veces, caen los varones espirituales, esto es, en hacer algunas cosas por ostentación, proceder que se encuadra en la vanagloria. Por último, llevó la tentación a lo que ya no es propio de los varones espirituales, sino de los carnales, es decir, a desear las riquezas y la gloria del mundo hasta el desprecio de Dios. Y ésta es la razón de que, en las dos primeras tentaciones, dijese: Si eres el Hijo de Dios; pero sin decirlo en la tercera, que no puede convenir a los varones espirituales, que son hijos de Dios por adopción, como les convienen las dos primeras.
Cristo hizo frente a estas tentaciones con testimonios de la ley, no con el poder de su virtud, a fin de que, de ese modo, honrase más al hombre y castigase en mayor grado al enemigo, como si el enemigo del género humano fuese vencido no por Dios, sino por el hombre, como dice el papa León.
A las objeciones:
Soluciones: 1. No es pecado de gula servirse de lo necesario para el sustento; pero sí puede serlo cuando el hombre hace algo desordenado por el deseo de tal sustento. Y es desordenado el que uno, cuando puede disponer de recursos humanos, quiera procurarse el alimento milagrosamente sólo para sustentar el cuerpo. Por lo que el Señor proporcionó milagrosamente el maná a los hijos de Israel en el desierto, donde no podían conseguir alimento de otro modo (cf. Ex 16). Y, de la misma manera, Cristo alimentó milagrosamente a las turbas en el desierto, donde tampoco podían conseguir alimentos. Pero Cristo podía proveerse de otro modo para saciar su hambre sin recurrir a los milagros, como lo hizo Juan Bautista, tal como se lee en Mt 3,4); o desplazándose a lugares vecinos. Por esto pensaba el diablo que Cristo pecaría si, siendo puro hombre, intentase hacer milagros para satisfacer su hambre.
2. No es raro que, mediante la humillación exterior, busque uno la gloria que redunda en los bienes espirituales. Por esto dice Agustín en el libro De sermone Domini in monte: Es necesario advertir que la jactancia puede darse no sólo en el esplendor y la pompa de las cosas corpóreas, sino también en la suciedad mugrienta. Y, para significar esto, el diablo trató de persuadir a Cristo para que, a fin de lograr la gloria espiritual, se lanzase corporalmente al suelo.
3. Apetecer las riquezas y los honores es pecado cuando se los desea desordenadamente. Esto es evidente sobre todo cuando el hombre comete algo deshonesto para conseguirlos. Y por esto el diablo no se contentó con invitarle a la codicia de las riquezas y los honores, sino que trató de inducir a Cristo a que, por el logro de esos bienes, le adorase, lo que es mayor crimen y va contra Dios. Y no dijo solamente: Sime adoras, sino que añadió: si postrándote (Mt 4,9); porque, como dice Ambrosio, la ambición tiene este peligro familiar: Que, para dominar a los demás, antes se somete a servidumbre;y se doblega obsequiosamente para alcanzar el honor;y, queriendo sublimarse, se abate aún más.
Y, del mismo modo, también en las tentaciones precedentes trató de inducirle, por el apetito de un pecado, a otro pecado, por ejemplo: con el deseo de la comida trató de inducirlo a la vanidad de realizar un milagro injustificado; y por la codicia de la gloria intentó llevarlo a tentar a Dios precipitándose.
4. Como escribe Ambrosio In Lúe.: La Escritura no hubiera dicho que, acabada toda la tentación, el diablo se apartó de él, si en las tres tentaciones mencionadas no se encontrase la materia de todos los pecados. Porque las causas de las tentaciones lo son de las concupiscencias, a saber: la delectación de la carne, la esperanza de la gloria y la ambición del poder.
5. Como escribe Agustín en el libro De consensu Evang., es incierto lo que acaeció en primer lugar: Si primero le fueron presentados los reinos de la tierra, y después fue colocado sobre el alero del Templo; o si esto fue lo primero, y lo otro lo segundo. Sin embargo, esto no hace al caso, siendo claro que sucedieron todas estas cosas. Parece que los Evangelistas han seguido un orden distinto, porque, a veces, de la vanagloria se cae en la codicia, y a veces sucede al revés.
6. Cristo, cuando soportó la injuria de la tentación al decirle el diablo: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo (Mt 4,6), ni se turbó ni increpó al diablo. En cambio, cuando el diablo usurpó para sí el honor de Dios, diciendo: Todo esto te daré si, postrándote, me adoras (Mt 4,9), se irritó y lo echó, diciendo: Apártate, Satanás; para que, por su ejemplo, aprendamos nosotros a soportar con magnanimidad nuestras injurias, y a no aguantar, ni de oídas, las injurias contra Dios.
7. Como explica el Crisóstomo, el diablo llevó a Cristo (al alero del templo) de tal modo que fuese visto por todos; pero El, sin saberlo el diablo, actuaba de tal manera que no fuera visto por nadie.
Y la frase: Lo mostró todos los reinos del mundo y su gloria (Mt 4,8), no debe entenderse como si viese los mismos reinos, ciudades o pueblos, o el oro o la plata, sino que el diablo indicaba a Cristo con el dedo las regiones en que estaban situados cada reino y cada ciudad, y le exponía de palabra los honores y el estado de cada reino. O, según Orígenes, le mostró cómo reinaba él en el mundo mediante los diversos vicios.
Y sobre esto se plantean cuatro preguntas: 1. ¿Cristo debió predicar sólo a los judíos, o también a los gentiles? 2. ¿Debió evitar en su predicación las agitaciones de los judíos? 3. ¿Debió predicar en público o en secreto? 4. ¿Debió enseñar sólo de palabra o también por escrito? Acerca de la edad en que comenzó a enseñar, ya se trató antes, al hablar del bautismo (III 39,3).
Objeciones por las que parece que Cristo debió predicar no sólo a los judíos, sino también a los gentiles.
Objeciones: 1. En (Is 49,6) se dice: Poco es que seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob y hacer volver a los restos de Israel; yo te he hecho luz de ¿as naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra. Pero Cristo aportó la luz y la salvación por medio de su enseñanza. Luego parece que hubiera sido poco predicar sólo a los judíos y no a los gentiles.
2. Como se escribe en Mt 7,29), enseñaba como quien tiene autoridad. Pero mayor autoridad doctrinal se manifiesta cuando se instruye a quienes no han oído ninguna enseñanza, como sucedía con los gentiles. Por eso dice el Apóstol en Rm 15,20: He predicado el Evangelio donde el nombre de Cristo no era conocido, afín de no edificar sobre amiento ajeno. Luego con mayor razón debió predicar Cristo a los gentiles que a los judíos.
3. Es más útil instruir a muchos que a uno solo. Ahora bien, Cristo instruyó a algunos gentiles, como a la mujer samaritana (Jn 4,7ss) y a la cananea (Mt 15,22ss). Luego parece que con mayor motivo debió predicar Cristo a la multitud de los gentiles.
Contra esto: está que el Señor, en Mt 15,24), dice: No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Por consiguiente, Cristo no debió predicar a los gentiles.
Respondo: Fue conveniente que la predicación de Cristo, tanto la personal como la hecha por los Apóstoles, se dirigiese al principio solamente a los judíos.
Primero, para mostrar que con su venida se cumplían las antiguas promesas hechas a los judíos y no a los gentiles. De donde el Apóstol, en Rm 15,18), escribe: Digo que Cristo fue ministro de la circuncisión, es decir, apóstol y predicador de los judíos, en honor a la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres.
Segundo, para demostrar que su venida procedía de Dios, pues, como se dice en Rm 13,1), Las cosas que provienen de Dios están en orden. Este orden debido exigía que la doctrina de Cristo fuese propuesta primeramente a los judíos, que estaban más cerca de Dios por la fe y por el culto a un solo Dios y que, por medio de ellos, se transmitiese a los gentiles, así como también en la jerarquía celestial las iluminaciones divinas llegan a los ángeles inferiores mediante los superiores. Por esto, comentando las palabras de Mt 15,24 —no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel —, dice Jerónimo: No dice con esto que no haya sido enviado a los gentiles, sino que primero lo ha sido a Israel. De donde también en Is 66,19) se lee: De los que se hayan salvado, es decir, de los judíos, enviaré a los gentiles, y les anundarán mi gloria.
Tercero, para quitar a los judíos la ocasión de calumniarle. Por esto, comentando el pasaje de Mt 10,5 —no toméis el camino de los gentiles —, dice Jerónimo: Convenía que la venida de Cristo se anunciase primero a los judíos para que no tuviesen la excusa justificada de decir que ellos rechazaron al Señor porque envió sus Apóstoles a los gentiles y a los samaritanos.
Cuarto, mediante la victoria de la cruz, mereció el poder y el dominio sobre las gentes. Por esto se dice en (Ap 2,26 Ap 28: Al que venciere le daré potestad sobre las gentes, como yo la recibí de mi Padre. Y en Ph 2,8ss se dice que, por haberse hecho obediente hasta la muerte de cruz Dios lo exaltó para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla, y toda lengua le confiese. Y éste es el motivo de que, antes de la pasión, no quisiese predicar su doctrina a los gentiles; mientras que, después de su pasión, dijo a los discípulos: Yendo, enseñad a todas las gentes (Mt 28,19). Por esto, como se lee en Jn 12,20ss), cuando, próxima la pasión, algunos gentiles quieren ver a Jesús, responde: Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, permanece solo; pero, si muere, da mucho fruto. Y como dice Agustín, a propósito de estas palabras, a sí mismo se llamaba grano, que había de ser muerto por la infidelidad de los judíos y multiplicado con la fe de las naciones.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cristo fue luz y salvación de los gentiles por medio de sus discípulos, a quienes envió a predicar a los paganos.
2. No supone menor potestad, sino mayor, hacer algo por medio de otros, y no por sí mismo. Y, por esto, el poder divino se manifestó en Cristo en grado supremo al otorgar a sus discípulos un poder tan grande para enseñar, que gentes que no habían oído nada de Cristo se convirtiesen a El.
Y el poder de Cristo en la enseñanza se ve en cuanto a los milagros con que confirmaba su doctrina; en cuanto a la eficacia para persuadir; en cuanto a la autoridad del que habla, puesto que lo hacía como quien tiene poder sobre la ley, cuando decía: Yo os digo (cf. Mt 5,22 Mt 5,28 Mt 5,34); y también en cuanto a la fuerza de la rectitud que manifestaba en su vida, exenta de pecado.
3. Como Cristo no debió comunicar, desde un principio, indiferentemente su doctrina a los gentiles, para conservar su entrega a los judíos como a pueblo primogénito, de igual forma no debió rechazar totalmente a los gentiles, para no cerrarles por completo la esperanza de la salvación. Por esto fueron admitidos algunos gentiles en particular, debido a la excelencia de su fe y devoción.
Objeciones por las que parece que Cristo debió predicar a los judíos sin escandalizarlos.
Objeciones: 1. Porque, como dice Agustín en el libro De agone christiano, en Jesucristo hombre se nos ofreció como modelo de vida el Hijo de Dios. Ahora bien, nosotros debemos evitar el escándalo, no sólo de los fieles, sino también de los infieles, conforme a las palabras de 1Co 10,32: No deis escándalo a los judíos, ni a los gentiles ni a la Iglesia de Dios. Luego parece que también Cristo debió evitar el escándalo de los judíos en su enseñanza.
2. No es propio del sabio comportarse de modo que se impida el efecto de su labor. Ahora bien, Cristo, al turbar con su enseñanza a los judíos, impedía el efecto de la misma, pues en Lc 11,53-54 se dice que, por reprender el Señor a los fariseos y a los escribas, comentaron a acosarle terriblemente y a hacerle hablar de muchas cosas, poniéndole lazps y tratando de cogerle por alguna palabra de su boca, para acusarlo. Luego no parece haber sido conveniente que los escandalizase con su enseñanza.
3. Dice el Apóstol en 1Tm 5,1: No reprendas con dureza al anciano, sino exhórtale como a un padre. Ahora bien, los sacerdotes y los príncipes de los judíos eran los ancianos de aquel pueblo. Luego parece que no debían ser reprendidos con dureza.
Contra esto: está que en Is 8,14 se había profetizado que Cristo sena piedra de tropiezo y piedra de escándalo para las dos casas de Israel.
Respondo: La salvación del pueblo debe preferirse a la paz de cualquier hombre particular. Y, por este motivo, cuando algunos impiden con su maldad la salvación del pueblo, no ha de temer su escándalo el predicador o el doctor, a fin de proveer a la salvación del pueblo. Pero los escribas, los fariseos y los príncipes de los judíos impedían mucho, con su malicia, la salvación del pueblo, ya porque se oponían a la doctrina de Cristo, por la que solamente podía conseguirse la salvación, ya porque con sus costumbres depravadas corrompían también la vida del pueblo. Y por eso el Señor, a pesar de su escándalo, enseñaba públicamente la verdad, que ellos aborrecían, y reprendía sus vicios.
Y por eso, en Mt 15,12-14 se lee que, cuando los discípulos dijeron al Señor: ¿Sabes que los judíos, al oír tus palabras, se han escandalizado?, les contestó: Dejadlos. Son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la fosa.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El hombre debe comportarse de modo que no escandalice a nadie, para que a ninguno dé ocasión de ruina con sus hechos o con sus dichos menos rectos.
No obstante, si de la verdad se origina el escándalo, es preferible mantener el escándalo antes que abandonar la verdad, como escribe Gregorio.
2. La reprensión pública de los escribas y fariseos por Cristo no impidió, sino que más bien promovió el efecto de su enseñanza. Porque al quedar al descubierto los vicios de aquéllos ante el pueblo, éste se apartaba menos de Cristo a causa de las palabras de los escribas y los fariseos, que se oponían siempre a la enseñanza de Cristo.
3. Esa sentencia del Apóstol debe entenderse respecto de aquellos ancianos que no lo son sólo por la edad o por la autoridad, sino también por la honestidad, conforme a aquel pasaje de Nb 11,16: Reúneme setenta hombres entre los ancianos de Israel, de los que tú sabes que son ándanos del pueblo. Pero si convierten la autoridad de su ancianidad en instrumento de malicia, pecando públicamente, deben de ser reprendidos abiertamente y con dureza, como lo hizo Daniel: Envejecido en la maldad, etcétera ().
Objeciones por las que parece que Cristo no debió enseñar públicamente toda su doctrina.
Objeciones: 1. Leemos que enseñó muchas cosas aparte a sus discípulos, como es evidente en el sermón de la Cena (cf. ) lo que también en Mt 10,27) dijo: Lo que habéis oído en secreto, será proclamado desde los terrados (cf. Lc 12,3).
Luego no enseñó públicamente toda su doctrina.
2. Las profundidades de la sabiduría no deben exponerse más que a los perfectos, según palabras de 1Co 2,6: Hablamos de sabiduría entre los perfectos. Ahora bien, la doctrina de Cristo encerraba una sabiduría profundísima. Luego no debía ser comunicada a una multitud imperfecta.
3. Es lo mismo ocultar una verdad con el silencio que con palabras oscuras.
Pero Cristo, con palabras oscuras, ocultaba a las turbas la verdad que predicaba, puesto que no les hablaba sin parábolas, como se dice en Mt 13,34.
Luego, por la misma razón, podía ocultárselas con el silencio.
Contra esto: está lo que dice él mismo en Jn 18,20: No he hablado nada a escondidas.
Respondo: La doctrina de uno puede ser oculta de tres modos. Primero, en cuanto a la intención del docente, que se propone no manifestar su doctrina a muchos, sino más bien ocultarla. Y esto puede acontecer de dos maneras. Unas veces, por la envidia del propio docente, que quiere descollar por su ciencia, y por ello no quiere comunicarla a los demás. Esto no sucedió en Cristo, puesto que en su nombre se dice en Sg 7,13: Con sencillez la aprendí, y sin envidia la comunico, y no oculto su belleza.
Otras veces acontece esto por la inmoralidad de las cosas que se enseñan; como dice Agustín, In Ioann., hay cosas malas que no puede soportar la decencia humana. Por esto, de la doctrina de los herejes se dice en Pr 9,17: Las aguas robadas son más dulces. Pero la doctrina de Cristo no procede del error ni de la impureza (cf. 1Th 2,3). Y, por este motivo, dice el Señor en Mc 4,21: ¿Acaso se trae una lámpara, esto es, una doctrina verdadera y honesta, para colocarla debajo del celemín? Segundo, una doctrina puede calificarse de oculta porque se propone a pocos.
Y, de este modo, Cristo tampoco enseñó nada a escondidas, porque exponía toda su doctrina, bien a todo el pueblo, bien a todos sus discípulos. De donde escribe Agustín In Ioann.: ¿Quién habla a escondidas cuando habla en presencia de tantos hombres? ¿Y más cuando, hablando a pocos, quiere que, por medio de ellos, sea conocida por muchos? Tercero, una doctrina resulta oculta en cuanto a la manera de enseñarla. Y, en este aspecto, Cristo ocultaba algunas cosas a las muchedumbres al servirse de las parábolas para anunciar misterios espirituales, que no eran capaces o dignos de captar. Y, no obstante, les resultaba más provechoso recibir así, bajo el velo de las parábolas, la doctrina espiritual que ser totalmente privados de la misma.
Sin embargo, el Señor exponía a sus discípulos la verdad clara y desnuda de las parábolas de modo que, por medio de ellos, llegase a otros, que serían capaces, según aquellas palabras de 2Tm 2,2: Cuanto me has oído en presencia de muchos testigos, confíalo a hombres fieles, que también serán capaces de instruir a otros. Y esto está simbolizado en Nb 4,5ss, cuando se ordena que los hijos de Aarón envuelvan los vasos del santuario, que los levitas debían transportar envueltos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como escribe Hilario In Matth., exponiendo el pasaje aducido, no leemos que el Señor acostumbrase a conversar por las noches, ni que enseñase su doctrina en las tinieblas; pero lo dice porque todos sus discursos son tinieblas para los hombres carnales, y sus palabras resultan noche para los infieles. Y así, lo dicho por El debe anunciarse entre los infieles con la libertad de la fe y de la confesión de la misma.
O, según Jerónimo, el Señor se sirve de la comparación, porque los enseñaba en un pequeño lugar de Judea, lugar que resultaba mínimo en comparación con todo el mundo, en el que la doctrina de Cristo había de ser revelada mediante la predicación de los Apóstoles.
2. El Señor no manifestó, con su enseñanza, todo lo profundo de su sabiduría; y no sólo a las turbas, sino tampoco a sus discípulos, a quienes adoctrinó en Jn 16,12: Muchas cosas tengo aún que deciros, pero ahora no podéis con ellas. Sin embargo, cuando creyó digno comunicarles su sabiduría, no se lo enseñó a escondidas, sino en público, aunque no todos lo entendiesen. Por lo cual dice Agustín In Ioann.: Cuando el Señor dijo: Abiertamente he hablado al mundo, hay que entender que es como si hubiera dicho: Muchos me han oído. Y, por otra parte, no era abiertamente, porque no entendían.
3. El Señor hablaba en parábolas a las turbas, como acabamos de decir (en la sol.), porque no eran dignas ni aptas para recibir la verdad desnuda que exponía a los discípulos.
La expresión no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34), según el Crisóstomo, debe entenderse del discurso de las parábolas, porque otras veces hablaba a las turbas de muchas cosas sin parábolas. O, según Agustín, en el libro De quaest. evang., se hace esa afirmación no porque no hablase nada en sentido propio, sino porque apenas pronunció un sermón en que no expresase algo mediante alguna parábola, aunque incluyese en él algunas cosas en sentido propio.
Objeciones por las que parece que Cristo debió exponer su doctrina por escrito.
Objeciones: 1. La escritura se inventó para conservar el recuerdo de la doctrina en el futuro.
Ahora bien, la doctrina de Cristo debía durar por siempre, según palabras de Lc 21,33: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Luego parece que Cristo debió poner por escrito su doctrina.
2. La ley antigua precedió a Cristo como figura suya, conforme a lo escrito en He 10,1: La ley contiene una sombra de los bienes futuros. Pero la ley antigua fue escrita por Dios, según Ex 24,12: Te daré dos tablas de piedra, y la ley y los mandamientos que he escrito. Luego parece que asimismo Cristo debió escribir su doctrina.
3. A Cristo, que había venido a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte —como se dice en Lc 1,79—, competía eliminar la ocasión del error y abrir el camino de la fe. Ahora bien, hubiera hecho esto poniendo por escrito su doctrina, pues dice Agustín, en I De consensu evang., que algunos se plantean esta cuestión: ¿Por qué el Señor no escribió nada, de modo que tengamos que creer a otros que escribieron acerca de El? Esto preguntan, sobre todo, aquellos paganos que no se atreven a culpar a Cristo o a blasfemar de El, y que le atribuyen una altísima sabiduría, pero como a puro hombre. Y afirman que sus discípulos lo exaltan por encima de lo que era en realidad, hasta el extremo de llamarle Hijo de Dios y Verbo de Dios, por el cual ha sido hecho todo. Y después añade: Da la impresión de que éstos hubieran estado dispuestos a creer lo que hubiera escrito El de sí mismo, pero no lo que otros, a su voluntad, predican de Él. Luego parece que el propio Cristo debió consignar su doctrina por escrito.
Contra esto: está que el Canon de la Sagrada Escritura no contiene ningún libro escrito por Él.
Respondo: Fue conveniente que Cristo no consignase por escrito su doctrina.
Primero, por su propia dignidad. A más excelente doctor corresponde más excelente modo de enseñar. Y, por eso, a Cristo, como a doctor supremo, le competía este modo, para que imprimiese su doctrina en los corazones de los oyentes. Esta es la razón de que en Mt 7,29 se diga que los enseñaba como quien tiene autoridad. Por esto, también entre los gentiles, Pitágoras y Sócrates, que fueron doctores excepcionales, no quisieron escribir nada. Los escritos se ordenan a imprimir la doctrina en los corazones de los lectores, como a su fin.
Segundo, por la excelencia de la doctrina de Cristo, imposible de encerrarse en un escrito, conforme a aquellas palabras de Jn 21,25: Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús, que, si se escribiesen una por una, pienso que ni el mundo entero bastaría para contener los libros que sería preciso escribir.
Como dice Agustín, no hay que pensar que el mundo no podría contenerlos localmente, sino que la capacidad de los lectores sería insuficiente para comprenderlos. Si, pues, Cristo hubiera consignado su doctrina por escrito, los hombres hubiesen pensado que no tenía otra más alta que la escrita.
Tercero, para que su doctrina pasase ordenadamente de El a todos, de este modo: El enseñó inmediatamente a sus discípulos, y éstos aleccionaron a los demás de palabra y por escrito. En cambio, de haber escrito El mismo, su doctrina hubiera llegado inmediatamente a todos. De donde también a propósito de la Sabiduría se escribe, en Pr 9,3, que envió sus doncellas a invitar a lo más alto de la ciudad.
Es preciso saber, sin embargo, que, como escribe Agustín en I De consensu evang., algunos gentiles pensaron que Cristo escribió algunos libros que contenían fórmulas mágicas, mediante las cuales hacía los milagros. La doctrina cristiana condena tales interpretaciones. Pero los que afirman haber leído tales libros, son incapaces de hacer nada de lo que admiran como hecho mediante tales libros. Por juicio divino yerran también de tal modo los que sostienen que tales libros iban dirigidos, en forma de carta, a Pedro y Pablo, porque en muchos lugares vieron a éstos pintados junto con Cristo. Y no es maravilla que se hayan dejado engañar por los pintores que inventan esto, porque en todo el tiempo que Cristo vivió en carne mortal con sus discípulos, todavía no figuraba Pablo entre ellos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como escribe Agustín, en el mismo libro, Cristo es cabera de todos sus discípulos como miembros que son de su cuerpo. Y así, cuando ellos escribieron lo que El manifestó y enseñó, no se puede decir que El no escribió, puesto que sus miembros realizaron lo que, al dictado de la cabera, entendieron. Todo cuanto El quiso que nosotros leyésemos sobre sus obras y sus palabras, ordenó que fuera escrito por ellos como por sus propias manos.
2. La ley antigua fue dada en imágenes sensibles, y por eso fue escrita acertadamente con signos sensibles. Pero la doctrina de Cristo, que es ley del espíritu de vida (cf. Rm 8,2), debió ser escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón, como dice el Apóstol en 2Co 3,3.
3. Los que se niegan a dar fe a lo que los Apóstoles escribieron de Cristo, tampoco hubieran creído los escritos del propio Cristo, de quien opinan que hizo los milagros por artes mágicas.
Viene a continuación el tema de los milagros hechos por Cristo. Primero, en general; segundo, en especial sobre cada uno de los géneros de milagros (q. 44); tercero, en particular sobre su transfiguración (q. 45).
Sobre lo primero se plantean cuatro problemas: 1. ¿Debió Cristo hacer milagros? 2. ¿Los hizo con poder divino? 3. ¿Cuándo comenzó a hacer milagros? 4. ¿Con los milagros quedó suficientemente demostrada su divinidad?
Objeciones por las que parece que Cristo no debió hacer milagros.
Objeciones: 1. Las obras de Cristo debieron estar acordes con sus palabras. Pero él mismo dijo: Esta generación malvada y adúltera reclama una señal, y no se le dará otra que la señal del profeta Jonas (Mt 16,4). Luego no debió hacer milagros.
2. Como Cristo, en su segunda venida, vendrá con gran poder y majestad, según se dice en Mt 24,30), así, en su primera venida, vino con flaqueza, conforme a las palabras de Is 53,3: Varón de dolores y que sabe de enfermedades. Ahora bien, la realización de milagros pertenece más al poder que a la flaqueza. Luego no fue conveniente que hiciera milagros en su primera venida.
3. Cristo vino a salvar a los hombres por la fe, según el pasaje de He 12,2: Puesta la mirada en el autor de la fe y consumador de la misma, Jesús. Pero los milagros disminuyen el mérito de la fe, por lo que, en Jn 4,48, dice el Señor: Si no veis señales y prodigios, no creéis. Luego da la impresión de que Cristo no debió hacer milagros.
Contra esto: está que sus enemigos, en Jn 11,47, se preguntan: ¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos milagros.
Respondo: Dios concede al hombre el poder de hacer milagros por dos motivos. Primero, y principalmente, para confirmar la verdad que uno enseña.
Porque, al exceder las cosas de la fe la capacidad humana, no pueden probarse con razones humanas, sino que es necesario probarlas con argumentos del poder divino, a fin de que, haciendo uno las obras que solamente puede hacer Dios, crean que viene de Dios lo que se enseña; así como, cuando uno presenta una carta sellada con el sello del rey, se cree que el contenido de la misma ha emanado de la voluntad real.
Segundo, para mostrar la presencia de Dios en el hombre por la gracia del Espíritu Santo, de modo que, al realizar el hombre las obras de Dios, se crea que el propio Dios habita en él por la gracia. Por esto se dice en Ga 3,5: El que os otorga el Espíritu y obra milagros entre vosotros.
Y ambas cosas debían ser manifestadas a los hombres acerca de Cristo, a saber: Que Dios estaba en El por la gracia no de adopción sino de unión, y que su doctrina sobrenatural provenía de Dios. Y por estos motivos fue convenientísimo que hiciera milagros. Por lo cual dice El mismo en Jn 10,38: Si no queréis creerme a mí, creed a las obras. Y en Jn 5,26: Las obras que el Padre me ha concedido hacer, ellas dan testimonio de mí.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Las palabras: No se le dará otra que la señal del profeta Jonas (Mt 16,4), deben entenderse, como dice el Crisóstomo en el sentido de que entonces no recibieron la señal que deseaban, es decir, del cielo; pero no en el sentido de que no les hubiera dado ninguna señal. O porque hada señales, no por causa de ellos, que sabía estaban petrificados, sino para purificar a otros. Y por eso las señales no se les daban a ésos, sino a otros.
2. Aunque Cristo vino en la debilidad de la carne, como lo manifiestan sus padecimientos, vino, sin embargo, con el poder de Dios (cf. 2Co 13,4), que había de manifestarse con los milagros.
3. Los milagros disminuyen el mérito de la fe en tanto en cuanto que por ellos se pone de manifiesto la dureza de quienes no quieren creer más que a base de milagros lo que prueban las Sagradas Escrituras. Y, sin embargo, es mejor para ellos que se conviertan a la fe, siquiera por los milagros, que permanecer totalmente en la infidelidad. En 1Co 14,22 se dice que los milagros se dan a los infieles, es a saber, para que se conviertan a la fe.
Suma Teológica III Qu.41 a.4