Suma Teológica III Qu.47 a.2
Objeciones por las que parece que Cristo no murió por obediencia.
Objeciones: 1. La obediencia supone el mandato. Pero no se lee que Cristo tuviese el mandato de padecer. Luego no padeció por obediencia.
2. Se dice que uno obra por obediencia cuando actúa urgido por un mandato.
Ahora bien, Cristo no padeció por necesidad, sino voluntariamente. Luego no padeció por obediencia.
3. La caridad es una virtud superior a la obediencia. Pero leemos que Cristo padeció por amor, según aquellas palabras de Ep 5,2: Caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros. Luego la pasión de Cristo debe atribuirse más a la caridad que a la obediencia.
Contra esto: está lo que se dice en Ph 2,8: Se hizo obediente hasta la muerte.
Respondo: Fue sumamente conveniente que Cristo padeciese por obediencia.
Primero, porque esto convenía a la justificación de los hombres, a fin de que, como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de un hombre muchos sean constituidos justos, como se dice en Rm 5,19).
Segundo, eso convino a la reconciliación de Dios con los hombres, según el pasaje de Rm 5,10: Hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo; es a saber, en cuanto que la misma muerte de Cristo fue sacrificio gratísimo a Dios, de acuerdo con lo que se lee en Ep 5,2: Se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor. Pero la obediencia se antepone a todos los sacrificios, según 1S 15,22: Mejor es la obediencia que las víctimas. Y por eso fue conveniente que el sacrificio de la pasión y muerte de Cristo brotase de la obediencia.
Tercero, eso convino a su victoria, mediante la cual triunfó de la muerte y del autor de la muerte. El soldado no puede lograr la victoria si no obedece a su jefe. Y así Cristo hombre alcanzó la victoria porque obedeció a Dios, conforme a las palabras de Pr 21,28: El hombre obediente cantará victorias.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cristo recibió del Padre el mandato de padecer, pues en Jn 10,18 se dice: Tengo poder para dar la vida, y tengo poder para volver a tomarla; y este mandato he recibido de mi Padre, a saber, el de dar mi vida y volver a tomarla.
Lo cual no debe entenderse, como dice el Crisóstomo, como si primero hubiera esperado oír, y hubiera tenido necesidad de aprender, sino que describió un proceso voluntario, y eliminó, ante el Padre, la sospecha de contrariedad.
Sin embargo, por haber sido consumada en la muerte de Cristo la ley antigua, de acuerdo con lo que El dijo al morir, en Jn 19,30: Todo está cumplido, puede interpretarse que, al padecer, cumplió todos los preceptos de la ley antigua.
Cumplió los preceptos morales, que se fundan en los mandamientos de la caridad, en cuanto que padeció por amor del Padre, según las palabras de Jn 14,31: Para que sepa el mundo que amo al Padre, y que obro según el mandato que el Padre me dio, levantaos, vámonos de aquí, a saber, al lugar de la pasión; y padeció también por amor del prójimo, según aquellas palabras de Ga 2,20: Me amó, y se entregó por mí. Cristo cumplió en su pasión los preceptos ceremoniales de la ley, que se refieren principalmente a los sacrificios y a las oblaciones, en cuanto que todos los antiguos sacrificios fueron figuras del verdadero sacrificio que Cristo ofreció muriendo por nosotros. Por eso se dice en Col 2,16-17: Nadie os critique por la comida o la bebida, o a propósito de fiestas o novilunios, cosas que son sombra de las venideras, siendo la realidad el cuerpo de Cristo, por cuanto que Cristo se compara a esas cosas como el cuerpo a la sombra. Cristo cumplió con su pasión los preceptos judiciales de la ley, que se ordenan especialmente a dar satisfacción a los que padecen injuria, porque, como se dice en Ps 68,5: pagó lo que no había robado, permitiendo ser clavado en el madero en compensación por la manzana que el hombre había robado del árbol en contra del mandato de Dios.
2. Aunque la obediencia importe necesidad respecto de lo mandado, incluye, sin embargo, voluntad con relación al cumplimiento del precepto. Y de esta condición fue la obediencia de Cristo, pues la pasión y muerte, consideradas en sí mismas, repugnaban a la voluntad natural; sin embargo, Cristo quería cumplir la voluntad de Dios respecto a esas cosas, según aquellas palabras de Ps 39,9: Para hacer tu voluntad, Dios mío, lo he querido. Por lo cual decía en Mt 26,42: Si este cáliz no puede pasar de mí sin que lo beba, hágase tu voluntad.
3. Por una misma razón padeció Cristo por caridad y por obediencia, porque también por obediencia cumplió los preceptos de la caridad; y por caridad obedeció al Padre que lo mandaba.
Objeciones por las que parece que Cristo no fue entregado por Dios Padre a la pasión.
Objeciones: 1. Parece inicuo y cruel que un inocente sea entregado a la pasión y a la muerte. Ahora bien, como se dice en Dt 32,4: Dios es fiel y está exento de toda iniquidad. Luego no entregó a la pasión y muerte a Cristo, que era inocente.
2. No parece posible que uno sea entregado a la muerte por sí mismo y por otro. Pero Cristo se entregó a sí mismo por nosotros (cf. Ep 5,2), según lo enunciado en Is 53,12: Entregó su vida a la muerte. Luego no parece que lo entregase Dios Padre.
3. A Judas se le censura porque entregó a Cristo a los judíos, según aquellas palabras de Jn 6,71-72: Uno de vosotros es un diablo; lo decía por Judas, que había de entregarle. Del mismo modo son vituperados los judíos, que lo entregaron a Pilato, como éste mismo dice en Jn 18,35: Tu nación y tus pontífices te han entregado a mí. Y Pilato lo entregó para que fuese crucificado, como se lee en Jn 19,16). Pero no hay consorcio entre la justicia y la iniquidad, como se dice en 2Co 6,14. Luego parece que Cristo no fue entregado por Dios Padre a la pasión.
Contra esto: está lo que se dice en Rm 8,32: Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.
Respondo: Como acabamos de exponer (a. 2), Cristo padeció voluntariamente por obediencia al Padre. De donde Dios Padre entregó a Cristo a la pasión de tres modos: Primero, en cuanto que, por su eterna voluntad, dispuso de antemano la pasión de Cristo para liberación del género humano, conforme a lo que se dice en Is 53,6: El Señor cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros; y de nuevo (v. 10): El Señor quiso quebrantarlo con la flaquera. Segundo, en cuanto que le inspiró la voluntad de padecer por nosotros, infundiéndole la caridad. Por lo que, en el mismo lugar, se añade (v. 7): Se ofreció porque quiso.
Tercero, no poniéndole a cubierto de la pasión, sino exponiéndole a los perseguidores. Por eso, como se lee en Mt 27,46, Cristo, colgado de la cruz, decía: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, porque efectivamente lo abandonó en poder de sus perseguidores, como dice Agustín.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Es impío y cruel entregar un hombre inocente a la pasión y a la muerte contra su voluntad. Pero Dios Padre no entregó a Cristo de ese modo, sino inspirándole la voluntad de padecer por nosotros. En lo cual se manifiesta no sólo la severidad de Dios, que no quiso perdonar el pecado sin castigo, como lo da a conocer el Apóstol cuando dice: No perdonó a su propio Hijo (Rm 8,32); sino también su bondad, porque, no pudiendo el hombre satisfacer suficientemente mediante cualquier pena que sufriese, le dio uno que satisficiese (por él), como lo indicó el Apóstol al decir: nosotros (Rm 8,32). Y en Rm 3,25 dice: A quien, esto es, Cristo, propuso Dios como sacrificio de propiciación por la fe en su sangre.
2. Cristo, en cuanto Dios, se entregó a sí mismo a la muerte con la misma voluntad y acción con que le entregó el Padre. Pero, en cuanto hombre, se entregó a sí mismo con la voluntad inspirada por el Padre. Por lo cual no existe contradicción cuando se dice que el Padre entregó a Cristo y que éste se entregó a sí mismo.
3. La bondad o maldad de una acción se enjuicia de diverso modo de acuerdo con las distintas causas de donde procede. Ahora bien, el Padre entregó a Cristo, y éste se entregó a sí mismo, por amor; y debido a eso son alabados. En cambio, Judas lo entregó por avaricia; los judíos por envidia; Pilato por temor mundano a perder el favor del César; y por este motivo son vituperados (cf. Mt 26,14 Mt 27,15 Jn 19,12).
Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo padeciese por parte de los gentiles.
Objeciones: 1. Como los hombres habían de ser liberados del pecado por la pasión de Cristo, parecería conveniente que fuesen muy pocos los que pecasen dándole muerte.
Pero pecaron con su muerte los judíos, en nombre de los cuales se dice en Mt 21,38: Este es el heredero; venid, matémosle. Luego parece haber sido conveniente que los gentiles no se enredasen en el pecado de la muerte de Cristo.
2. La verdad debe corresponder a la figura. Pero los sacrificios figurativos de la ley antigua no eran ofrecidos por los gentiles, sino por los judíos. Luego la pasión de Cristo, que fue un verdadero sacrificio, tampoco debió ser realizada por mano de los gentiles.
3. Como se dice en Jn 5,18), los judíos buscaban matar a Cristo, no sólo porque quebrantaba el sábado, sino también porque decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios. Ahora bien, estas afirmaciones parece que sólo iban contra la ley de los judíos; por lo cual ellos mismos dicen también en Jn 19,7: Según la ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. Luego parece haber sido conveniente que Cristo no padeciese por parte de los gentiles, sino por parte de los judíos; y que mintieron al decir (Jn 18,31): A nosotros no nos está permitido matar a nadie, porque muchos pecados eran castigados con la muerte según su ley, como es manifiesto por Lv 20.
Contra esto: está que el mismo Señor dice en Mt 20,19: Lo entregarán a los gentiles para ser escarnecido, flagelado y crucificado.
Respondo: En la misma forma de la pasión de Cristo estuvo prefigurado su efecto. La pasión de Cristo ejerció primeramente su efecto salvador en los judíos, muchísimos de los cuales fueron bautizados en la muerte de Cristo, como es notorio por Ac 2,41 Ac 4,4. Pero después, mediante la predicación de los judíos, el efecto de la pasión de Cristo llegó a los gentiles. Y por tal motivo, fue conveniente que Cristo comenzase a padecer por parte de los judíos, y después, al entregarle los judíos, se concluyese su pasión a manos de los gentiles.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como Cristo, para demostrar la abundancia de su amor, por el que padecía, puesto en la cruz, pidió el perdón para sus perseguidores (cf. Lc 23,34), a fin de que el fruto de su petición llegase a los judíos y a los gentiles, quiso padecer de unos y de otros.
2. La pasión de Cristo fue la oblación de un sacrificio en cuanto que Cristo, por propia voluntad, soportó la muerte por amor. Pero en cuanto padeció por parte de los perseguidores, su pasión no fue un sacrificio, sino un gravísimo pecado.
3. Como escribe Agustín, cuando los judíos gritaron: A nosotros no nos está permitido matar a nadie, quisieron decir que no les estaba permitido matar a nadie debido a la santidad del día festivo, queja habían comentado a celebrar.
O decían esto, como expone el Crisóstomo, porque querían matarle no en cuanto transgresor de la ley, sino en cuanto enemigo público, porque se hacía rey, sobre lo cual no les tocaba a ellos juzgar. O porque a ellos no les estaba permitido crucificarle, como deseaban, sino apedrearle, como hicieron con Esteban (cf. Ac 7,57).
O, con más exactitud, debe decirse que los romanos, bajo cuyo poder se encontraban, les habían quitado la potestad de aplicar la pena de muerte.
Objeciones por las que parece que los perseguidores de Cristo le conocieron.
Objeciones: 1. En (Mt 21,38) se dice que ¿os labradores, al ver al hijo, se dijeron: Este es el heredero; venid, matémosle. Por lo que comenta Jerónimo: Con estas palabras demuestra clarísimamente el Señor que los príncipes de los judíos no crucificaron al Hijo de Dios por ignorancia, sino por envidia. Se dieron cuenta de que El era aquel a quien el Padre dice, por medio del profeta: Pídemelo, y te daré en herencia las naciones (Ps 2,8). Luego parece que conocieron que era el Cristo, o el Hijo de Dios.
2. En Jn 15,24) dijo el Señor: Pero ahora han visto (mis obras) y me han odiado a mí y a mi Padre. Pero lo que se ve es claramente conocido. Luego los judíos, conociendo a Cristo, le martirizaron movidos por el odio.
3. En un Sermón del Concilio de Éfeso se dice: Así como el que rasga un rescripto imperial es condenado a muerte, lo mismo que si hiciera pedáis una orden del Emperador, así los judíos, al crucificar a Cristo, a quien habían visto, pagarán las penas como si hubiesen llevado su tenacidad contra el mismo Verbo de Dios. No hubiera sucedido tal si no hubiesen conocido que El era el Hijo de Dios, porque les hubiera excusado la ignorancia. Luego parece que los judíos, al crucificar a Cristo, se dieron cuenta de que era el Hijo de Dios.
Contra esto: está que en 1Co 2,8) se dice: Si lo hubieran conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria. Y en Ac 3,17 dice Pedro, hablando a judíos: Sé que lo hicisteis por ignorancia, como también vuestros príncipes. Y el Señor, colgado en la cruz, exclamó: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
Respondo: Entre los judíos existía el senado y la plebe. El senado, llamado entre ellos los príncipes, conoció, como se dice en el libro Quaest. Nov. et Vet.
Test., lo mismo que lo conocieron los demonios, que El era el Mesías prometido en la Ley, pues veían en él todas las señales futuras que anunciaron los profetas. Sin embargo, ignoraban el misterio de su divinidad, y por este motivo dijo el Apóstol: Si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria (1Co 2,8).
No obstante, debe tenerse en cuenta que la ignorancia de estos príncipes no les eximía del crimen, porque, en cierto modo, era una ignorancia afectada. Veían, efectivamente, las señales evidentes de su divinidad; pero, por odio y envidia de Cristo, las tergiversaban, y rehusaban dar fe a sus palabras, con las que declaraba que era el Hijo de Dios. Por lo cual él mismo dice de ellos en Jn 15,22: Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. Y, de este modo, puede tomarse como dicho en nombre de ellos lo que se lee en Jb 21,14: Dijeron a Dios: Apártate de nosotros; no nos interesa la ciencia de tus caminos.
La plebe, es decir, las multitudes, que no habían conocido los misterios de la Escritura, no se dieron cuenta plenamente de que él era el Mesías ni el Hijo de Dios, aunque algunos de ellos creyeron en él. Pero la multitud no creyó. Y si alguna vez abrigaron la duda de que fuese el Mesías por la abundancia de los milagros y la eficacia de su doctrina, como consta por (Jn 7,31-41ss, luego, sin embargo, fueron engañados por sus príncipes para que no creyesen que él era el Hijo de Dios ni el Mesías. Por lo que también Pedro les dijo: Sé que habéis hecho esto por ignorancia, como también vuestros príncipes (Ac 3,17), es a saber, porque habían sido engañados por éstos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Las palabras citadas están dichas en nombre de los labradores de la viña, en los que están representados los jefes del pueblo aquel, los cuales conocieron que él era el heredero, en cuanto que se dieron cuenta de que él era el Mesías prometido en la ley.
Pero contra esta respuesta parece militar el que las palabras de Ps 2,8: Pídemelo, y te daré las naciones en heredad tuya, están dirigidas al mismo a quien se dice: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (Ps 2,7). Por consiguiente, si conocieron que él era aquel a quien se dice: Pídemelo, y te daré las naciones en heredad tuya, se sigue que asimismo se dieron cuenta de que él era el Hijo de Dios. También el Crisóstomo, a propósito de ese mismo lugar, dice que conocieron que él era el Hijo de Dios. Y asimismo Beda comenta acerca de Lc 23,34 —Porque no saben lo que hacen —: Es preciso observar que no ruega por aquellos que, habiendo entendido que era el Hijo de Dios, prefirieron crucificarle que confesarle por tal.
Sin embargo, cabe responder a esto que conocieron que él era el Hijo de Dios, no por naturaleza, sino por la excelencia de un favor singular.
No obstante, podemos decir también que se afirma que conocieron al verdadero Hijo de Dios porque tenían signos evidentes de ello, a los que no quisieron asentir a causa del odio y de la envidia, de modo que reconociesen que él era el Hijo de Dios.
2. Antes de las palabras citadas, se anteponen estas otras: Si no hubiera hecho entre ellos obras que ninguno otro hizo, no tendrían pecado (Jn 15,24); y luego añade: Pero ahora han visto, y me han odiado a mí y a mi Padre (Jn 15,24). Por lo cual se demuestra que, viendo las obras admirables de Cristo, debido a su odio no le reconocieron por el Hijo de Dios.
3. La ignorancia afectada no excusa de pecado, sino que más bien parece agravarle, porque demuestra que el hombre es tan vehementemente sensible al pecado que quiere caer en la ignorancia para no evitar el pecado. Y por esto pecaron los judíos, por ser los que crucificaron no sólo a Cristo hombre, sino a Dios.
Objeciones por las que parece que el pecado de los que crucificaron a Cristo no fue gravísimo.
Objeciones: 1. No es gravísimo el pecado que tiene excusa. Ahora bien, el mismo Señor excusó el pecado de quienes le crucificaban, cuando dijo (Lc 23,34: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Luego el pecado de aquéllos no fue gravísimo.
2. El Señor dijo a Pilato (Jn 19,11): El que me ha entregado a ti tiene mayor pecado. Pero Pilato hizo crucificar a Cristo por medio de sus ministros. Luego parece haber sido mayor el pecado de Judas el traidor que el de quienes crucificaron a Cristo.
3. Según el Filósofo, en V Ethic., nadie, queriendo, padece injusticia, y como él mismo añade allí, cuando nadie padece injusticia, nadie hace injusticia. Luego nadie hace injusticia a quien quiere padecerla. Ahora bien, Cristo padeció voluntariamente, como antes se ha dicho (a. 1; a. 2 ad 2; III 46,6). Por consiguiente, los que crucificaron a Cristo no cometieron injusticia contra él. Y de esta manera, su pecado no fue gravísimo.
Contra esto: está lo que, sobre Mt 23,32 —-y vosotros colmad la medida de vuestros padres—, dice el Crisóstomo: En verdad, excedieron la medida de sus padres. Aquéllos mataron a hombres; éstos, en cambio, crucificaron a Dios.
Respondo: Como se ha expuesto (a. 5), los príncipes de los judíos conocieron a Cristo; y si existió en ellos alguna ignorancia, fue la ignorancia afectada que no podía excusarles. Y, por este motivo, su pecado fue gravísimo, lo mismo por el género del pecado que por la malicia de la voluntad.
Las clases inferiores de los judíos pecaron gravísimamente en cuanto al género del pecado; pero su pecado quedaba aminorado por la ignorancia. Por lo cual, a propósito de Lc 23,34 —no saben lo que hacen-comenta Beda: Ruega por aquellos que no supieron lo que hicieron, impulsados por el celo de Dios, pero no conforme a la ciencia.
Mucho más excusable fue el pecado de los gentiles por cuyas manos fue crucificado Cristo, porque no tenían la ciencia de la ley.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La excusa del Señor no se refiere a los príncipes de los judíos, sino a las clases inferiores del pueblo, como acabamos de decir (en la sol.).
2. Cristo no fue entregado por Judas a Pilato, sino a los príncipes de los sacerdotes, quienes le entregaron a Pilato, según el pasaje de Jn 18,35: Tu pueblo y tus pontífices te han entregado a mí. Sin embargo, el pecado de todos éstos fue mayor que el de Pilato, que condenó a muerte a Cristo por temor del César. Y también que el pecado de los soldados, los cuales crucificaron a Cristo por mandato del gobernador; no por codicia, como Judas, ni por envidia y odio, como los príncipes y sacerdotes.
3. Cristo quiso su pasión, como también la quiso Dios; pero no quiso la acción inicua de los judíos. Y, por este motivo, no quedan excusados de la injusticia los que mataron a Cristo. Y, sin embargo, el que mata a un hombre comete una injuria no sólo contra el hombre, sino también contra Dios y contra la república; como la comete igualmente el que se suicida, según dice el Filósofo en V Ethic..
Por esto David condenó a muerte al que no había temido poner sus manos para matar al ungido del Señor, a pesar de que aquél lo pedía, como se lee en 2S 1,6ss.
Viene a continuación el tema del efecto de la pasión de Cristo. Y, primero, sobre el modo de actuar; segundo, sobre el propio efecto (q. 49). Acerca de lo primero se plantean seis preguntas: 1. ¿La pasión de Cristo fue causa de nuestra salvación bajo la modalidad de mérito? 2. ¿A modo de satisfacción? 3. ¿Bajo la modalidad de sacrificio? 4. ¿A modo de redención? 5. ¿El ser redentor es propio de Cristo? 6. ¿Causó el efecto de nuestra salvación bajo la modalidad de eficiencia?
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no causó nuestra salvación bajo la modalidad de mérito.
Objeciones: 1. Los principios de los sufrimientos no están en nosotros. Pero nadie merece o es alabado sino por lo que tiene en él su principio. Luego la pasión de Cristo no causó nuestra salvación a modo de mérito.
2. Cristo mereció desde el principio de su concepción para sí y para nosotros, como antes se ha dicho (II-II 34,3). Ahora bien, resulta superfluo merecer de nuevo lo que uno había merecido en otro tiempo. Luego Cristo no mereció nuestra salvación por su pasión.
3. La raíz del mérito es la caridad. Pero la caridad de Cristo, a la hora de su pasión, no fue mayor que antes de este momento. Luego, al padecer, no mereció más nuestra salvación de lo que antes la había merecido.
Contra esto: está que, sobre Ph 2,9 —por lo cual Dios le exaltó, etc. —, comenta Agustín : La humildad de la pasión es el mérito de la gloria; la gloria de la humildad es el premio. Pero él fue glorificado no sólo en sí mismo, sino también en sus fieles, como dice en Jn 17,10). Luego parece que él mereció la salvación de sus fieles.
Respondo: Como antes se ha expuesto (II-II 7,1 II-II 7,9 II-II 8,1 II-II 8,5), a Cristo le fue dada la gracia no sólo como a persona singular, sino como cabeza de la Iglesia, es a saber, para que desde él redundase en los miembros. Y por eso las obras de Cristo, en este aspecto, se comportan, tanto para él como para sus miembros, lo mismo que se portan las obras de otro hombre constituido en gracia respecto de sí mismo. Y es evidente que quienquiera que, constituido en gracia, padece por la justicia, merece por eso mismo la salvación, conforme al pasaje de Mt 5,10: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia.
Por consiguiente, Cristo, por su pasión, mereció la salvación no sólo para él, sino también para todos sus miembros.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La pasión, en cuanto tal, tiene un principio exterior. Pero en cuanto uno la padece voluntariamente, tiene un principio interior.
2. Cristo, desde el principio de su concepción, nos mereció la salvación eterna; pero por nuestra parte existían ciertos impedimentos que nos estorbaban conseguir el efecto de los méritos precedentes. Por eso, con el fin de apartar tales impedimentos, fue conveniente que Cristo padeciese, como antes se ha dicho (II-II 46,3).
3. La pasión de Cristo tuvo algún efecto que no tuvieron los méritos precedentes, no por una mayor caridad, sino por la naturaleza de la obra, que concordaba con tal efecto, como es manifiesto por las razones alegadas sobre la conveniencia de la pasión de Cristo (en la sol.).
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no fue causa de nuestra salvación a modo de satisfacción.
Objeciones: 1. Parece que el satisfacer es propio del que peca, como es notorio en las otras partes de la penitencia, pues el dolerse y el confesarse es propio del que peca.
Pero Cristo no pecó, conforme a las palabras de 1P 2,22: El, que no cometió pecado. Luego no satisfizo con su propia pasión.
2. A nadie se satisface con una ofensa mayor. Ahora bien, la ofensa suprema fue la perpetrada en la pasión de Cristo, porque quienes le mataron pecaron gravísimamente, como antes queda dicho (II-II 47,6). Luego da la impresión de que a Dios no se le pudo satisfacer mediante la pasión de Cristo.
3. La satisfacción incluye una cierta igualdad con la culpa, por ser un acto de justicia. Pero la pasión de Cristo no parece equivaler a todos los pecados del género humano, porque Cristo no padeció en su divinidad, sino en su carne, según aquellas palabras de 1P 4,1: Cristo padeció en la carne. Y el alma, en la que se da el pecado, es mayor que la carne. Luego Cristo no satisfizo con su pasión por nuestros pecados.
Contra esto: está lo que, en nombre de Cristo, se dice en Ps 68,5: Pagaba lo que no robé. Pero no paga el que no satisface perfectamente. Luego parece que Cristo, padeciendo, satisfizo perfectamente por nuestros pecados.
Respondo: Propiamente satisface aquel que muestra al ofendido algo que ama igual o más que aborrece el otro la ofensa. Ahora bien, Cristo, al padecer por caridad y por obediencia, presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensa por todas las ofensas del género humano. Primero, por la grandeza de la caridad con que padecía. Segundo, por la dignidad de su propia vida, ofrecida como satisfacción, puesto que era la vida de Dios y del hombre.
Tercero, por la universalidad de su pasión y por la grandeza del dolor asumido, como antes se ha dicho (II-II 46,5-6). Y, por tal motivo, la pasión de Cristo no fue sólo una satisfacción suficiente, sino también superabundante por los pecados del género humano, según aquellas palabras de 1Jn 2,2: El es víctima de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La cabeza y los miembros son como una sola persona mística. Y, por tal motivo, la satisfacción de Cristo pertenece a todos los fieles como miembros suyos. Incluso dos hombres, en cuanto forman una sola cosa por medio de la caridad, son capaces de satisfacer el uno por el otro, como se declarará más adelante (véase Suppl. q. 13 a. 2). Pero no existe una razón semejante en lo que se refiere a la confesión y a la contrición, porque la satisfacción se concreta en un acto exterior, al que pueden asociarse instrumentos, entre los cuales se cuentan los amigos.
2. La caridad de Cristo, al padecer, fue mayor que la malicia de quienes le crucificaron. Y por eso Cristo pudo satisfacer más con su pasión que lo pudieron ofender, al matarle, los que le crucificaron, en cuanto que la pasión de Cristo fue suficiente y superabundante para satisfacer por los pecados de los que le crucificaron.
3. La dignidad de la carne de Cristo no debe apreciarse sólo conforme a la naturaleza de la carne, sino de acuerdo con la persona que la asume, es decir, en cuanto que era carne de Dios, lo cual la daba una dignidad infinita.
Objeciones por las que parece que la pasión de Cristo no obró a modo de sacrificio.
Objeciones: 1. La verdad debe corresponder a la figura. Pero en los sacrificios de la ley antigua, que eran figuras de Cristo, nunca se ofrecía carne humana; antes bien, tales sacrificios eran tenidos por nefandos, según aquellas palabras de Ps 105,38: Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, sacrificándolos a los ídolos de Canaán. Luego parece que la pasión de Cristo no puede llamarse sacrificio.
2. Agustín, en De Civ. Dei, escribe: El sacrificio visible es el sacramento del sacrificio invisible, es decir, un signo sagrado. Ahora bien, la pasión de Cristo no es un signo, sino más bien lo significado por los otros signos. Luego parece que la pasión de Cristo no es sacrificio.
3. Todo el que ofrece un sacrificio realiza una acción sagrada, como lo manifiesta el mismo nombre de sacrificio. Pero los que mataron a Cristo no realizaron una acción sagrada, sino que cometieron una inmensa maldad. Luego la pasión de Cristo fue más bien un maleficio que un sacrificio.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Ep 5,2: Se entregó por nosotros como oblación y hostia a Dios de suave olor.
Respondo: Propiamente se llama sacrificio la obra hecha con el honor que de verdad le es debido a Dios, con el fin de aplacarle. Y de ahí proviene lo que dice Agustín en el libro X De Civ. Dei: Es verdadero sacrificio toda obra hecha para unirnos con Dios en santa sociedad, es decir, la referida a aquel fin bueno mediante el cual podemos ser verdaderamente bienaventurados. Ahora bien, Cristo, como se añade en el mismo lugar, en la pasión se ofreció a sí mismo por nosotros, y el mismo hecho de haber sufrido voluntariamente la pasión fue una obra acepta a Dios en grado sumo, como que procedía de la caridad. Por lo que resulta evidente que la pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio. Y, como el propio Agustín añade luego en el mismo libro, de este verdadero sacrificio fueron muchos y variados signos los antiguos sacrificios de los santos, estando representado este único sacrificio por muchas figuras, como si se expresase una misma cosa con diversas palabras, a fin de recomendarla mucho sin fastidio; y, teniendo en cuenta que en todo sacrificio deben tenerse presentes cuatro cosas, como escribe Agustín en IV De Trin., a saber: a quién se ofrece, quién lo ofrece, qué se ofrece, por quiénes se ofrece, el mismo único y verdadero mediador que nos reconcilia con Dios por medio del sacrificio pacífico, permanecía uno con aquel a quien lo ofrecía, hada uno en sí mismo a aquellos por quienes lo ofrecía, siendo uno mismo el que ofrecía y lo que ofrecía.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Aunque la verdad responda en algún aspecto a la figura, no concuerda enteramente con la misma, porque es justo que la verdad supere a la figura. Y, por este motivo, la figura de este sacrificio, en el que se ofrece por nosotros la carne de Cristo, fue oportunamente la carne, no la humana, sino la de diversos animales, que figuraban la carne de Cristo. Esta es el sacrificio perfectísimo: Primero, porque, siendo carne de naturaleza humana, se ofrece convenientemente por los hombres, y éstos la comen bajo forma sacramental.
Segundo, porque, siendo pasible y mortal, resultaba apta para la inmolación.
Tercero, porque, al carecer de pecado, era eficaz para limpiar los pecados.
Cuarto, porque, siendo la carne del mismo que la ofrecía, resultaba acepta a Dios por la caridad del que ofrecía su propia carne.
De donde dice Agustín en IV De Trin.: ¿Qué cosa podrían tomar los hombres más conveniente para ofrecerla por sí mismos que la carne humana? Y ¿qué más apto para la inmolación que la carne mortal? Y ¿qué tan puro para limpiar los vicios de los hombres como la carne concebida y nacida de un seno virginal sin el contagio de la concupiscencia carnal? Y ¿qué cosa podía ser ofrecida y aceptada tan gratamente como la carne de nuestro sacrificio, hecha cuerpo de nuestro sacerdote?
2. Allí habla Agustín de sacrificios visibles figurativos. Y, sin embargo, la pasión de Cristo, a pesar de ser algo significado por otros sacrificios figurativos, es, con todo, signo de algo que nosotros debemos observar, de acuerdo con 1P 4,1-2: Puesto que Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros del mismo pensamiento: Que quien padeció en la carne, rompió con los pecados, para vivir el resto del tiempo en la carne, no ya para las concupiscencias humanas, sino para la voluntad de Dios.
3. La pasión de Cristo fue, por parte de quienes le mataron, un maleficio; pero, por parte de quien padecía por caridad, fue un sacrificio. Por eso se dice que el propio Cristo ofreció este sacrificio, pero no los que le mataron.
Suma Teológica III Qu.47 a.2