Teresa III Cartas 1007
1007 Que dio la Santa a una religiosa de otra Orden.
1. A quien ama a Dios como vuestra merced todas esas cosas le serán cruz, y para provecho de su alma, si vuestra merced anda con aviso de considerar, que sólo Dios, y ella están en esa casa.
2. Y mientras no tuviere oficio, que la obligue a mirar las cosas, no se le dé nada dellas, sino procurar la virtud, que viere en cada una, para amarla más por ella, y aprovecharse, y descuidarse de las faltas, que en ellas viere.
3. Esto me aprovechó tanto, que siendo las monjas, con quien estaba, muchas en número, no me hacían más al caso, que si no hubiera ninguna, sino provecho. Porque en fin, señora mía, en toda parte podemos amar a este gran Dios. Bendito sea él, que no hay quien pueda estorbarnos esto.
Notas
1. Este aviso de santa Teresa es muy sustancial, y dicen que era como jaculatoria suya, y que por ser tan útil, repetía algunas veces: Piense el alma, que sólo Dios, y ella están en el mundo.
Habla aquí de los cuidados del alma, de los deseos del alma, y de la intención del alma, y de la atención del alma.
2. De los cuidados del alma, es como si dijera: Cuida, alma, sólo de Dios, porque Dios sólo es a quien debes tu cuidado; porque todos los cuidados desta vida sólo se han de poner en la eterna. Sólo sea tu cuidado de Dios, que Dios cuidará de ti. Si a otra cosa necesaria, y forzosa dieres honestamente el cuidado, sea sólo el exterior; pero el interior, y del alma, sólo a Dios. En Dios, y por Dios has de poner en las cosas tu cuidado. ¿Qué temes, alma? ¿Qué esperas sin Dios? ¿Mas qué no debes temer sin Dios? ¿Y qué culpas recelar luego que te falte Dios? Témelo todo sin Dios; todo lo esperes, con Dios. Tiembla siempre de ofenderle. Sea toda tu esperanza amarle, y tu cuidado agradarle.
3. En las cosas de tu alma, Dios solo sea todo, y del todo tu cuidado; y en cuanto al cuerpo dale lo necesario, y no más, sin quitarle cosa a Dios, ni a tu alma. Más conseguirás cuidando sólo de Dios, que no cuidando [316] de ti: porque cuidando de ti sin Dios, pierdes a Dios, y no te ganas a ti, siendo la última de las desdichas estar el alma sin Dios.
4. Por el contrario, cuidando sólo de Dios, le obligas a que cuide Dios de ti. Mira lo que va de tu mano a la mano omnipotente de Dios; lo que va de una a otra providencia, eso va, alma, a que cuide Dios de ti, o que tú cuides de ti, descuidándote de Dios.
¿Por ventura crees, que si tú cuidas de Dios, descuidará Dios de ti? No así, alma; antes bien cuidará Dios tanto mas de ti, cuanto cuidares tú más de Dios, y cuides menos de ti.
5. De los deseos del alma habla la Santa, diciendo: Que haga cuenta, que en esta vida no hay otra cosa sino Dios. Y si en esta vida no hubiera otra cosa sino Dios, no había otra cosa que pudiese el alma desear en esta vida sino a Dios.
Como si dijera: Haz cuenta, alma, que no hay más en esta vida, sino tú, y Dios; Dios para ser deseado, y amado; y tú para amar, desear, servir, y agradar a Dios. Todo lo que no es Dios, alma, no lo mires, no lo desees, porque todo lo que no es Dios, más merece el olvido, que el deseo.
6. Aunque haya infinitas cosas en el mundo, que pueda apetecer el deseo, no ha de haber más que Dios sólo a quien se entregue el deseo: todo lo demás sea objeto, y materia de tu olvido, pero no de tu deseo.
¿Para qué hay que desear lo que buscándolo nos fatiga, poseído nos embaraza, gozado nos engaña, y amado con propiedad nos condena, o nos enlaza? Todo esto hacen, alma, los deleites desta vida.
Haz cuenta, alma, que en esta vida no hay sino Dios, y tú. Dios para ser adorado, y tú para que lo adores: y así ocupa en él tus deseos, tu amor y toda tu ansia, y solicitud. Busca a un Dios, que te consuela al buscarlo, te recrea al poseerlo, que te deleita al gozarlo, y que te premia al hallarlo, y te corona al servirlo.
7. De la intención del alma habla la Santa, diciendo: Que sólo te dé la intención a Dios, y que todo lo haga por servirle, y agradarle; y que aunque le dé la ocupación al oficio, a la profesión, al ejercicio, a lo humano, le dé la intención a lo divino: y que para esto haga cuenta, que en todo el mundo no hay otra cosa, sino Dios, y el alma. Como si dijera: Alma, dale tu intención, y tu corazón a Dios sólo; y en todo cuanto obrares, cuanto pensares, cuanto hablares, sólo procurara buscar, y agradar a Dios.
Todo lo has de hacer por Dios, con Dios, para Dios. Limpia bien la vista de tu intención, y será pura tu acción. No obres cosa, que no sea para Dios; y no obrarás cosa, que no sea muy de Dios. Si ella es pura, y sólo desea agradar a Dios, lejos estará de obrar cosa en que desagrade a quien desea servir, amar, y agradar, que es Dios.
8. En cuanto a la atención, que está muy cerca de la intención, y nada della, y del deseo; significa, que no sólo le dé el alma la intención a Dios, sino en cuanto pudiere le dé la actual atención: y que la vista, y la mira, y los ojos del alma sólo estén mirando a Dios, y atienda a los movimientos interiores de su alma, y a las santas inspiraciones del Espíritu divino: y no sólo obedezca la voz, sino las señas de su Dios, y su señor. [317]
1008 Para sacar fruto de las persecuciones.
1. Para que las persecuciones, e injurias dejen en el alma fruto, y ganancia, es bien considerar, que primero se hacen a Dios, que a mí; porque cuando llega a mí el golpe, ya está dado a esta Majestad por el pecado.
2. Y también, que el verdadero amador ya ha de tener hecho concierto con su Esposo de ser todo suyo, y no querer nada de sí: pues si él lo sufre, ¿por qué no lo sufriremos nosotros? El sentimiento había de ser por la ofensa de su Majestad, pues a nosotros no nos toca en el alma, sino en esta tierra deste cuerpo, que tan merecido tiene el padecer.
3. Morir, y padecer, han de ser nuestros deseos.
4. No es ninguno tentado más de lo que puede sufrir.
5. No se hace cosa sin la voluntad de Dios. Padre mío, carro sois de Israel, y guía dél, dijo Eliseo a Elías (4, Reg. 2, v. 12).
Notas
1. Todas estas máximas son celestiales, y requieren un comento: y así es lástima reducirlas a la clausura de notas.
2. La primera, es consideración de una alma, que como buena enamorada de Dios siente más las ofensas de Dios, que las suyas; antes siente las suyas, por el dolor de las ofensas de Dios.
Cuando a un enfermo le aflige un dolor vehementísimo, no siente los dolorcillos pequeños, que fatigan a su cuerpo; porque todo el sentimiento se lo lleva el gran dolor. Así ha de ser, cuando ofendiendo a Dios, me ofenden a mí; porque no he de sentir mi pena, sino la culpa con que se le ofende a Dios.
3. Es verdad, que lo ordinario (en mí particularmente) es todo lo contrario. Porque cuando con una misma herida, o golpe ofenden a Dios, y a mí, siento muchísimo mi ofensa, poquísimo la de Dios. Esto nace de que se va el dolor a donde están los sentimientos del amor: y como yo me amo a mí mucho, y a Dios poco, siento mucho que me ofendan, y muy poco que ofendan a Dios. Al revés fuera, si mi amor estuviera, y fuera a Dios, y mi aborrecimiento en mí, y a mí.
4. No había de ser así en mí, como es en mí, sino que abrasado en amor de Dios, no sólo no había de sentir yo mis penas, sino conformarme con las penas, y abrazar el penar; pues que también pena Dios con ofenderle al pecar, el que me causa las penas. Porque lo que hace el amor, es conformar los amados por la unión de voluntad, y hacerlos unos por el amor: y pues padece mi amado, justo es que padezca yo.
Con esto se quitan los odios, los rencores, y las venganzas. Porque [318] si yo no siento mi pena, no aborrezco; y si siento la pena que padece el Señor por la culpa, suspiro, padezco, y ruego por el culpado, para que llore, y cesa su culpa, y la pena del Señor.
5. En el segundo número, ya que en el primero lleva al alma a la paciencia por el amor del Señor, la lleva por su santa voluntad a la misma paciencia, y dice: Que pues su divina Majestad quiere sufrir, también ha de sufrir el alma. La cual, si ama, sólo ha de querer aquello que quiere Dios, que es su amado, y su amador: y el Señor siempre junta el amar con el sufrir.
6. Dios quiere padecer, pues yo quiero padecer. Dios sufre sus penas, pues yo las mías. Dios quiere que yo padezca, pues yo quiero padecer. Si no tengo yo otro querer que el de Dios, ¿qué puedo yo querer sino lo que quiere Dios? No sólo no quiero querer, pero me falta la facultad de querer, por lo menos deseo no querer, sino lo que quiere Dios.
Sea al gozar, sea al penar, sea al vivir, sea al morir, sólo quiero aquello que quiere Dios. Él mire lo que quiere que yo quiera, porque yo sólo quiero querer aquello que quiere Dios.
7. En el mismo número ofrece otro motivo al padecer con paciencia muy discreto; y es, que pues Dios, siendo inocente, y la misma inocencia, padeció en el cuerpo, y en el alma, y en su modo padece hoy las culpas en el alma, cuando con ellas les ofenden; ¿por qué yo no padeceré en el cuerpo, y en el alma, siendo yo materia tan digna de padecer, como donde se han criado con el apetito torpe, y malas inclinaciones las culpas, que son tan dignas de ser castigadas, y reformadas con llenar, y padecer? Como si dijera: Cuando está padeciendo, y padeció la misma inocencia, que es Dios, ¿por qué no padeceré yo, siendo yo la misma culpa? Y más cuando con el padecer se llega a satisfacer los delitos de la culpa.
8. Por eso, padeciendo grandes dolores un hombre discreto, pecador ya penitente, y contrito, le decía a Dios voceando, que se los repitiese más, y más; mirándolos como a remedio de su daño, clamaba: Entren penas, Señor, y salgan culpas. Como si dijera: Entren penas en el cuerpo, y salgan culpas del alma. Es purgatorio el penar en esta vida, que quita culpas con penas: como en el purgatorio salen del alma las señales, y reato de la culpa, con la pena que padece, purificándose el alma.
9. En el tercero repite su santo mote: o MORIR, o PADECER; del cual tocamos algo en las notas a la carta 27, núm. 5, y 6. Sólo advierto, que aquí la disyuntiva, o, hizo conyuntiva, y; porque no dice: O morir, o padecer, sino: Morir, y padecer.
Por eso un conocido mío a los que repetían el mote de la Santa, O morir, o padecer, les respondía: Y morir, y padecer; uno, y otro habrá de ser, porque en esta vida llena de trabajos, todo es morir padeciendo, y padecer muriendo.
10. La Santa en este lugar mudó la disyuntiva en conyuntiva; porque como da documento de paciencia, pone a la vista el daño con el remedio; y en esta vida no sólo es pena el morir, sino el padecer también al vivir para morir. [319]
De suerte, que primero se padece, y después se muere; y de toda esta pena de morir, y padecer, de padecer, y morir, es el remedio que sea por Dios, no sólo el morir, sino también el padecer, y holgarnos de padecer, y morir por Dios; y más cuando sabemos, que no seremos tentados de la fidelidad del Señor, sino según aquello que podremos tolerar: Non patietur vos tentari supra id quod potestis (1Co 10,13), como advierte la Santa en el núm. 4.
11. Y más cuando no sólo su divina Majestad me lleva, como el carro al que va dentro, sino que me guía, como el carretero al carro, que eso quiere decir la Santa: Carro sois de Israel, y guía dél, dijo Eliseo a Elías (4, Reg. 2, v. 12); teniendo como buena hija escritas en el alma las luces que su padre dio a las almas.
Como si dijera: Dios me lleva sobre sí, y me guía, para que vaya con él. Esto es, él me da las fuerzas para que obre, y él me da luz para que vea, y él me alienta, y me sustenta, conforme a lo que dijo a sus discípulos: Ecce ego vobiscum sum (Mt 28,20); y en otra parte: Sine me nihil potestis facere (Jn 15,5).
12. Aquí explica la Santa los efectos admirables de la gracia; porque Dios enamorado del alma, lo hace casi todo con su gracia, y por su gracia.
Porque Dios me escita, Dios me levanta, Dios me despierta, Dios me lleva, Dios me anima, Dios me encamina, Dios me abre los ojos, Dios me cura, Dios me sana, Dios me mueve, Dios me aconseja, Dios me enseña, Dios me vence, Dios me convence, Dios me triunfa.
Finalmente, como decía san Pablo: No yo, sino la gracia de Dios conmigo: Non ego, sed gratia Dei mecum (1Co 15,10). Esto es: yo le doy la voluntad. Yo obro, pero Dios me da que yo obre, y me da que pueda obrar por Dios, con Dios, para Dios. [320]
de la santa madre Teresa de Jesús, que ella dio después de muerta.
Avisos que dio la Santa por medio de la insigne, y venerable Catalina de Jesús, fundadora del convento de Veas, al padre fray Gerónimo Gracián, primer provincial de la reforma.
1009 Para el padre provincial.
1. Este día (que es domingo de Cuasimodo) me mandó esta presencia de nuestra santa Madre, que diga a vuestra paternidad muchas cosas, que ha un mes que me las dio a entender; y porque tocaban a vuestra paternidad las dejaba de escribir, para cuando me viese con vuestra paternidad porque es imposible poder decir lo que se me ha dicho por menudo; y así sólo diré aquí algo, para que no se olvide todo. Lo primero: «Que no se escriba cosa, que sea revelación, ni se haga caso dello; porque aunque es verdad, que muchas son verdaderas; pero también se sabe, que son muchas falsas, y mentirosas; y es cosa recia andar sacando una verdad entre cien mentiras; y que es cosa peligrosa, y para ello me dio muchas razones.
»2. La primera, que cuanto más hay deste modo, más se desvían de la fe; la cual luz es más cierta, que cuantas revelaciones hay.
»3. La segunda, que los hombres son muy amigos desta manera de espíritu, y santifican fácilmente el alma que las tiene; y es negar el orden, que Dios tiene puesto para la justificación del alma, que es por medio de las virtudes, y el cumplimiento de su ley, y Mandamientos».
4. Dice: «Que vuestra paternidad ponga mucho en atajar esto, cuanto pudiere, porque importa mucho. Y que por la mayor parte somos las mujeres muy fáciles de dejarnos llevar de imaginaciones; y como falta la prudencia, y letras de los hombres, para poner las cosas en lo que son, tienen mayor peligro desto.
»5. Y por esto dice, que le pesará lean mucho sus hijas sus libros, particularmente el grande, que trata de su vida; porque no piensen [321] que está en aquellas revelaciones la perfección, y con esto las deseen, y procuren, pensando imitarla.
»6. Por esta manera dio a entender muchas verdades, que lo que ella tiene, y goza, no se lo dieron por las revelaciones que tuvo, sino por las virtudes. Y que vuestra paternidad va estragando el espíritu a sus monjas, entendiendo les hace bien en darles lugar a esto. Y que es menester, aunque haya algunas que las tengan, y muy ciertas, y verdaderas, que se les deshaga, y haga que se repare poco en ellas, como cosa que vale poco, y que a veces impiden más que aprovechan. Y ha sido esto con tanta luz, que me ha quitado el deseo que tenía de leer el libro de nuestra santa madre».
7. Esta presencia de nuestra santa madre advierte: «Que en estas visiones imaginarias, sin que vayan juntamente con las intelectuales, puede haber más sutil engaño. Porque lo que se ve con los ojos interiores, tiene más fuerza, que lo que se ve con los ojos del cuerpo. Y que, aunque nuestro Señor regala algunas veces a las almas desta manera, para grandes provechos, es cosa peligrosísima, por la gran guerra que puede hacer el demonio a gente espiritual para cosas malas por este camino del espíritu, en especial cuando hay propiedad en ellas. Y que en esto habrá seguridad, cuando cree más a quien la rige, que a su propio espíritu. Y que el espíritu más subido es el que aparta de todo sentir sensual».
Notas
1. Gobernar los santos patriarcas de las religiones en la tierra sus Órdenes, y provincias, siempre ha sucedido; pero en muriendo sueltan la jurisdicción, y sucede la intercesión, y lo que aquí gobernaban con la fuerza de su ejemplo, y de su voz, alientan, y aseguran, y favorecen la presencia divina con sus oraciones, pidiendo siempre por los hijos, y hijas de su santa profesión.
Sólo a santa Teresa parece que la ha privilegiado Dios, con que gobierne desde el cielo, y diversas veces se ha aparecido, dando consejos, direcciones, órdenes, y avisos para el gobierno universal de sus hijos, y sus hijas.
2. Algo de esto ha sucedido a otros patriarcas, como a san Francisco, serafín de la Iglesia, que tres años después de muerto tuvo Capítulo a sus religiosos en una casa particular: pero no sé, si se ha visto en las eclesiásticas historias con tanta frecuencia, como en la Santa.
3. Apareciose muchas veces a una religiosa de Veas de admirable espíritu, llamada Catalina de Jesús: de la cual hablan las corónicas como de una de las más raras en santidad, y perfección de toda la reforma. Véase el capítulo 32 del libro 3 de su corónica, tomo 1 y el tomo 2, libro 7, desde el capítulo 13 en adelante, donde se escribe la [322] prodigiosa vida desta venerable virgen, y especialmente el capítulo 30, donde se refieren estos, y otros muy importantes avisos, el cual texto seguiremos, por haber copiado de su mismo original.
4. A esta santa virgen le iba dando algunos avisos santa Teresa su madre, para que los advirtiese al provincial; y son tales, que se conoce que nacían del cielo, para mejorar la tierra.
5. El primero es el referido, el cual es aviso, y explicación; y la explicación, y el aviso son admirables: y bajado lo uno, y lo otro del cielo al suelo, es para llevar las almas del suelo al cielo.
Sin duda la oyeron con atención los padres, y hijos del Carmelo, porque resplandecen en el silencio, y negación a estas cosas; y a sus revelaciones les ponen el candado del silencio, diciendo: Secretum meum mihi (Is 24,16): Mi secreto para mí, pues si las tienen, se las callan, y se niegan a ellas: y ellos, y su hijas viven en fe, y en esperanza, y en caridad, y en silencio, y esperanza, que es toda su fortaleza: In silentio, et espe erit fortitudo vestra (Is 30,15).
6. Abrázanse con las revelaciones, y verdades reveladas de la Iglesia, que son al creer gobernarse por los artículos de la fe, y al obrar, por los Mandamientos de Dios, y de la Iglesia: y no tienen más revelaciones, que guardar sus santos votos, obedecer a sus superiores, como si en ellos miraran al mismo Dios, ser observantes en sus reglas, y constituciones. Viven mortificados, y humildes, tratan de lo eterno, desprecian lo temporal, toman de lo temporal sólo aquello que es forzoso para lo eterno: oran, lloran, gimen, acuden a Dios con penitencia, y fervor de espíritu, con abstracción, y retiro.
7. Tienen un retiro sin ociosidad, y con alta, y humilde contemplación: vacían el corazón de deseos, ahogan los deseos imperfectos al nacer en el mismo corazón, y fíanse todo de Dios, y de su gracia, y buscan en su gracia, y con su gracia al mismo Dios.
8. Obran en la vida teniendo presente a la muerte: miran a la muerte en las mismas ocasiones, y operaciones de la vida; sirven con seriedad, compunción, y alegría; tienen juicio, como quien teme el juicio; tienen cuenta con la vida, como quien la ha de dar después de su muerte; miran ahora al infierno, para no entrar después en el infierno; hacen de la celda cielo, para ir de la celda al cielo. Este modo de obrar, de vivir, de desear son seguras, y santas revelaciones; y esto hacen, y viven con estos avisos de su santa madre. La cual, con haber sido tan ilustrada de revelaciones en el suelo, todavía les enviaba desde el cielo estos útiles, santos, y perfectos documentos contra desear, y publicar las revelaciones.
9. Y aunque esta revelación de santa Teresa trae consigo (como hemos dicho) la explicación, y siendo suya basta, y sobra para su inteligencia, todavía no la tocaremos, sino que la retocaremos con algunas advertencias, que miren más a esforzar la atención de quien leyere tan importante doctrina, que no a declarar la revelación.
10. En el número primero, dice: Que no se escriba cosa de revelaciones: conque hace la Santa diferencia de tenerlas a escribirlas.
Que la beata, o devota, o religiosa, o espiritual tenga, o no tenga revelaciones, no está en su mano, y así no dice la Santa: No tengan revelaciones, [323] sino: No se haga caso dellas, y no se escriban las revelaciones.
11. De suerte, que el tenerlas, o no tenerlas, no está en su mano; pero el escribirlas, o no escribirlas está en su mano; y si está en su mano el no escribirlas, ¿quién le metió en dar la mano al escribirlas, pasando al escribirlas desde el tenerlas? ¿Quién le metió en pasar la revelación de la cabeza a la mano, y de la mano al papel, y luego que anden volando con las alas de las hojas del papel por el mundo las revelaciones?
En esto pone moderación la Santa, en manifestar la revelación, no al confesor, que eso bueno es, sino al papel; porque eso suele ser peligroso, y es más peligroso hacerlo, porque está en nuestra mano dejarlo de hacer. Porque aquello es peligroso en nosotros, en donde se empeña la voluntad, no donde nos lleva la necesidad.
12. En el mismo número, siguiendo la Santa el mismo intento, hace una ponderación bien rara, y que enfrena mucho con ella a los que tuvieren afición a revelaciones. Porque dice: Que aunque muchas son verdaderas, pero se sabe, que muchas son falsas, y mentirosas; y es recia cosa andar sacando una verdad entre cien mentiras. Reparo en el modo del decirlo. Muchas (dice) son verdaderas. No dice: Se sabe que son verdaderas, sino: Son verdaderas. Pero al calificar las falsas, no se dice: Son falsas,sino: Se sabe que son falsas.
13. Y esto lo dice con gran misterio. Porque las revelaciones verdaderas son verdaderas delante de Dios; pero hasta que la Iglesia las califique, no se sabe que sean verdaderas, aunque sean verdaderas.
Pero las falsas, aunque son contrarias a la ley de Dios, y se desvían del amor de Dios, o de las reglas, y preceptos de Dios, no sólo son falsas, sino que luego se conoce, y se sabe, y se publica que son falsas, y hacen un ruido grandísimo en la Iglesia, como revelaciones falsas, y escandalizan la Iglesia.
14. De aquí se colige, cuán arriesgadas obran las almas, que por su propia voluntad andan sobre la maroma delgada de apetecer revelaciones, y cuán ruidosas serán siempre sus caídas, porque van a perder mucho, y ganar poco.
Pues si son verdaderas las revelaciones, aunque lo sean, hasta después de muertos no se declaran por verdaderas; y raras veces las declara a Iglesia: pero si son falsas, luego, y de contado, viviendo la visten del san benito de falsas. Y si esto es así (como lo insinúa la Santa) ¿quién se aventura a una afrenta de contado, por una honra muy incierta, y de fiado?
15. También se ha de advertir, que dice: Que hay muchas verdaderas en la Iglesia, para que no se obre con temeridad en el calificar, ni dar crédito a las revelaciones; así al condenarlas, como al oírlas, y censurarlas, pues las que pueden ser falsas, pueden también ser verdaderas: y en la Iglesia, así como hay santos que aman a Dios, hay Dios que a estos santos tal vez les da a entender verdades reveladas, y ciertas; y ni se ha de condenar esto por imposible, que sería desatino, y aun error; ni por tan ordinario, porque sería ligereza.
16. Pero luego añade a esta regla una terrible limitación: Y recia cosa es (reparo en la palabra recia cosa, que aun en el cielo conservaba [324] la frase, con que hablaba, y que usaba en la tierra) recia cosa es andar sacando una verdad entre cien mentiras.
Esta es muy notable calificación de la poca seguridad que hay en las revelaciones, y cuán peligroso es este camino: y es bien que lo oigan, lo lean, y lo entiendan con atención las almas, para huir de apetecer semejante camino.
17. Porque no pagan las revelaciones a la verdad los diezmos, como se paga a la Iglesia, de diez uno, sino las primicias, y muy cortas, e inciertas, de ciento uno, y dudoso: y este es certísimo tributo.
De suerte, que de cien revelaciones, las noventa y nueve son falsas, y sola una es verdadera, en la opinión de la Santa. Y advertimos, que es esta una opinión, que la tiene en el cielo; y opinión que se tiene en el cielo, no es opinión probable, porque en el cielo se acabó lo probable, y se vive con lo cierto, y de allí anda ausente lo dudoso, y se vive con lo evidente. Y así como esta revelación sea la verdadera de las ciento (como yo propiamente lo creo, porque trae consigo excelentísima doctrina) y no sea de las noventa y nueve, en ese caso esta doctrina es, y será verdaderísima.
18. La verdad desta ponderación, y que no es ponderación, sino verdad, lo creerá fácilmente cualquiera medianamente versado en la historia eclesiástica. Porque dejando a una parte las verdades reveladas de la fe, porque esas son sobre toda censura, y las formó Dios para reglas de la misma fe, si se contasen, o pudiesen contar las revelaciones verdaderas, y falsas que ha habido en el mundo, exceden más que a ciento por uno las falsas a las verdaderas.
Véanse las revelaciones falsas de los Nicolaítas, Agapetas, Maniqueos, Alumbrados, Origenistas, Montanistas, y otros infinitos monstruos, y véanse la máquina de revelaciones falsas de infinitos que han castigado por ser falsas revelaciones, aun no siendo herejes; y véanse las verdaderas de santa Brígida, y santa Catalina, y santa Teresa, y otros santos, y santas de la Iglesia, que no corresponden las verdaderas a una por ciento de las falsas. Y si no fuera por no salir de la clausura de las notas, podíamos traer innumerables ejemplos.
19. De aquí se sigue una consecuencia penosísima para el alma que las padece, y otra no menos penosa para el confesor que las averigua: Que es recia cosa (como dice la Santa) andar sacando una verdad entre cien mentiras.
Para el alma que las padece, o las apetece (que sería peor) es recia cosa andar rodeada de cien mentiras, para buscar una no necesaria verdad, cuando fuera peligroso andar rodeada de cien verdades, como tuviese consigo una necesaria mentira, cuanto más una voluntaria mentira.
20. Porque si el camino del alma ha de ser todo de Dios, y de verdad: In spiritu, et veritate (Jn 4,23), ¿qué cosa más recia, que en camino de verdad andar una alma rodeada de mentiras, cuando una mentira basta para afear, y destruir el camino de la verdad?
Si a una persona, que ha de hacer un viaje importantísimo, y que le va la vida en hacerlo con seguridad, le guiase un hombre por donde hubiese cien caminos, que los noventa y nueve fuesen a un despeñadero, y el uno solo al lugar, cuando había un camino por otra parte claro, llano, [325] cierto, seguro, descubierto, y real, ¿no tendría por demonio al que le pusiese en el primer camino, porque dejase el segundo?
Así el alma considere, que si de cien revelaciones las noventa y nueve son falsas, y la una verdadera, y en creyendo, o cayendo en una falsa se despeña, y no es fácil hallar la verdadera entre cien falsas, lleva un peligroso camino.
21. Para el pobre confesor es también recia cosa andar sacando (como dice la Santa) o entresacando una verdad entre cien mentiras; porque si a un hombre le pusiesen delante un montón de cien manzanas podridas, y le dijesen: Escoged aquí una manzana buena, y entera, ¿por ventura no era cosa enfadosísima buscar una manzana buena entre cien podridas, y malas?
Y aun en montón era esto tolerable, aunque enfadoso; pero si fuese en un árbol muy alto, que por la distancia no era fácil el conocerlo, y por andar de rama en rama era más fácil el caer, que el escoger, aún sería más penoso, dificultoso, y peligroso.
22. Así suele suceder a los padres espirituales, que han de andar averiguando secretos de las almas, altos, profundos, dificultosos, de rama en rama, de acción en acción, y de pensamiento en pensamiento: en los cuales tal vez corren su peligro, si lo creen, o si no lo creen; y es terrible cosa gobernar con este peligro.
23. Y causa más ponderación, que aun no dice la Santa: Que es recia cosa hallar una verdad entre cien mentiras, sino: Buscar, o sacar una verdad entre cien mentiras. De suerte, que puede ser que sea verdad en mi deseo al buscarla, y mentira en el suceso al hallarla.
De suerte, que no hay una manzana buena entre las ciento, sino una que la busco buena, y puede ser que la halle como las otras podrida. Así puede ser, que entre cien revelaciones, siendo las noventa y nueve falsas, busque una verdadera: la cual, después de haberse cansado en buscarla, la halle falsa.
24. Luego va la Santa poniendo razones para manifestar este peligro: y la primera que ofrece en el número segundo, es: Apartarse de la fe, siendo esta más cierta, que cuantas revelaciones hay.
25. ¿Pero cómo se aparta el alma de la fe por las revelaciones? Pues las revelaciones verdaderas no sólo no apartan de la fe, sino que aumentan, y avivan la fe, y la acrecientan, como en muchas partes lo dice la Santa de sí misma en sus Obras.
No hay duda, que las revelaciones ciertas avivan la fe, pero en contingencia de si son ciertas, o no son ciertas, amar las revelaciones, y desearlas, no sólo apartan de la fe, sino que pueden dar al traste en el alma que las desea con la fe, y apagar del todo a su caridad, y arrancarle del corazón la esperanza, y sepultarla en el infierno.
26. Supongamos, que una alma se enamora de sus revelaciones, y va creyendo a sus revelaciones; y se fía, y entrega a sus revelaciones, y vive con ellas, y estas revelaciones no son la fe, que es cierta, e infalible, santa, perfecta, y que encamina, y guía a lo bueno, perfecto, y santo: pero esta alma tiene por perfecto, y santo, como a la fe, a sus revelaciones: con eso la fe manda una cosa, otra las revelaciones: ella quiere, y cree más a sus revelaciones, que a su fe: conque las llevan [326] al infierno sus revelaciones, cuando sin ellas la llevaba al cielo su fe.
27. Expliquémoslo de otra manera. Las almas, para vivir bien en la vida de espíritu, han de vivir (como habemos advertido) con lo que creen, mucho más que con lo que ven; porque lo que creen es a Dios, y en Dios, que no ven: lo que ven, es al mundo: han de vivir con Dios, que creen, y no con el mundo, que ven.
Creen que hay cielo, y no lo ven, ni la gloria del cielo: ven al mundo, y sus deleites: han de vivir procurando la gloria del cielo, que creen, y no ven; y volviendo las espaldas a los deleites, que ven.
28. Pues si la fe aun quiere que nos neguemos a lo que vemos, para que gocemos lo que no vemos, y creemos, ¿cuánto más querrá que nos neguemos a lo que ni se debe creer, ni se puede ver, que son las propias revelaciones, pues a ellas, ni les debemos el crédito de la fe, ni las podemos dar la vista como a lo que en el mundo vemos?
Y así en esta escuridad de la fe está todo nuestro remedio: y esto que es escuridad, es más cierto que el sol, y que cuantas revelaciones puede haber fuera de la misma.
29. Desta necedad de apartarse de la fe por las revelaciones, han nacido todas las caídas de los que se han perdido en la Iglesia por revelaciones: y basta, y sobra por todas la caída del gran padre Tertuliano, padre tan eminente de la Iglesia, que por creer las revelaciones de una mujercilla, y a Montano su protector, siendo uno de los cedros más levantados del Líbano, llegó a ser menor que los pisados tomillos del desierto.
30. Añade otra razón la Santa en el número tercero, para dar por arriesgado el gobernarse, y aficionarse a las revelaciones, y es: Que santifican las almas los hombres por ellas, cuando se han de santificar por las virtudes.
Aquí la Santa llama santificación a la opinión de santidad; y santificar llama al tener por santas a las almas. Como si dijera: Tiénenlas por santas por las revelaciones, que son inciertas, y no por las virtudes, que son ciertas. Tiénenlas por santas, porque dicen que Dios se les aparece, cuando toda su santidad había de consistir en esta vida, no en que Dios las vea a ellas (que siempre las está viendo) sino en que ellas sirvan a Dios. Tiénenlas por santas por una cosa que puede ser que sea falsa; y dejan las virtudes, en que consiste la verdad de la santidad, que nunca dejan de ser verdadero indicio de gracia, y de santidad.
31. De aquí resulta, que como ellas ven que las tienen por santas, por revelaciones, y no por virtudes, van arrimando las virtudes, aplicándose, y arrimándose a las revelaciones; y revelaciones sin virtudes, no son revelaciones, sino ilusiones.
32. Y reparo, que dice la Santa: Que los hombres las santifican a ellas. De donde se colige claramente, que habla de las revelaciones de las mujeres, y de la opinión de santidad, que por ellas les dan los hombres: conque avisa a los hombres, que no se dejen llevar del juicio, revelaciones, ilusiones, y engaños de las mujeres, sino que obren en esto como hombres, y no como mujeres.
Porque no sé cómo se es, que las revelaciones de las mujeres les parecen mejor a los hombres, y las de los hombres a las mujeres, que no [327] las de estas a ellas y las de aquellos a estos. Debe de nacer esto de la maldita inclinación de los sexos encontrados, en los cuales fácilmente se huelga más el hombre del trato de las mujeres, que no de los hombres: y las mujeres del trato de los hombres, que no de las mujeres. Conque cada especie de gente da más crédito a aquello, que naturalmente ama más, cuando por el mismo caso que lo ama más, ha de recatarse más, y no aplicarle sobrado crédito; por que el juicio que ha de ser del espíritu, no sea de la afición (2), y de la naturaleza.
33. Por esto es menester que anden los maestros de espíritu atentísimos, y recatadísimos en estas materias: y cuidando de no cegarse, aun con la honesta inclinación, y afición a sus hijas espirituales, despavilando bien los ojos, y desnudando el corazón. Porque es un sexo blando, amable, suave, y un poquito traidor, que inclina, traba, y llama, y luego abrasa, quema, y mata: y así es menester andar con él con cien mil recatos.
34. Añádese a esto, que la imaginación de las mujeres comúnmente suele ser vivísima, su facilidad grandísima, su credulidad arrojadísima: conque fácilmente se creen a sí mismas, y se llevan tras sí al que las ha de tener, y detener, y contener, para que se gobiernen por Dios, y por las virtudes, y no por su juicio propio, y por sí.
35. En el número cuarto pondera la Santa otra razón de la flaqueza de las mujeres; y dice, que como una parte se dejan llevar de su antojo, o imaginación, y por otra no tienen letras, claro está que gobierno de imaginación sin letras, es gobierno de perdición. Porque si las revelaciones (ya sean en la imaginación, ya sean en el entendimiento, ya sean en la vista) no se registran por las letras, con la ley de Dios, y con los preceptos divinos, con los consejos evangélicos, y con el juicio prudente del confesor docto, espiritual, y desapasionado; corren riesgo de ser engaños, e ilusiones, las que se tienen por revelaciones.
36. Y lo que es más, son tan dificultosas de entender, que aun andando al lado de muchas letras, las revelaciones han parado en ilusiones: o porque las letras se dejaron gobernar de las revelaciones, cuando habían de gobernar a las revelaciones las letras; o porque no pudieron las letras vencer la escuridad, y tinieblas, con que gobernaban al alma las revelaciones.
De lo primero, buen ejemplo es el referido de Tertuliano, varón lleno de letras, que se dejó llevar, y cautivar todas sus letras de una mujer, gobernada de falsas revelaciones.
37. De lo segundo (que es, que muchas veces las letras aún no bastan a desengañar a los que tienen revelaciones) a cada paso se ven innumerables ejemplos. En nuestros tiempos una labradora, que vivía en un lugarejo cerca de una de las universidades de España, la primera en las letras teológicas, trajo al retortero a varones doctísimos, y perfectísimos, que la tenían en grande opinión de santidad, y admiraban sus revelaciones; y no bastaron tantas letras, y lo que es más, tan grande espíritu, para conocer aquel espíritu, que era todo él un embuste; y así fue castigada por el santo tribunal.
38. La razón de esto es, que aquellos santos, y doctos varones, como grandes médicos, juzgaban según la relación de aquella enferma; y ella [328] mentía, y disimulaba, y era el exterior tan mesurado, y compuesto, que no se podía penetrar lo interior descompuesto, y desmesurado; y si al médico engaña el enfermo, no lo curará el mismo Hipócrates, ni Galeno; y así han sido engañados de mujeres varones doctisímos, y santísimos, sin culpa suya, y con perdición dellas, muriéndose el enfermo por su engaño, y escapándose el médico por su buena intención.
39. No faltaban aquí letras, sino que no bastaban las letras a curar la enfermedad; porque fue engañosa la relación, como la revelación.
Y otras veces la conocen, y no la curan; porque no quiere la enferma aplicar la intención, ni la acción a los remedios, y huye de los remedios, que le aplica el médico; conque viene la enferma a parar en la sepultura sin culpa alguna del médico.
40. En número quinto, como la Santa había tenido tantas revelaciones, y se las habían mandado escribir, como quien desde el cielo quiere dar satisfacción a la tierra, les dijo a sus religiosas, que en sus libros, donde hay discursos de virtudes, y de revelaciones, imiten las virtudes, y no se aficionen a las revelaciones; y que le pesará mucho que hagan lo contrario, y que lean mucho en sus libros, llevadas más del afecto a las revelaciones, que en ellos se escriben, que de la celestial, y admirable doctrina, que contienen; con la cual tanto fruto han hecho en la Iglesia, y dado infinitas almas a la gloria, y que hoy son la piedra del toque de los maestros de espíritu para discernir el verdadero del falso. La cual es doctrina consiguiente a la antecedente; y es como si dijera: Las revelaciones son inciertas; las virtudes ciertas: andad hijas con lo cierto, y dejad lo incierto: las revelaciones son peligrosas, las virtudes seguras; dejad lo peligroso, y caminad con lo seguro.
41. Y añade en el número sexto, para que vean, que es mucho mejor camino el de las virtudes, que el de las revelaciones: Que el premio que gozaba en la otra vida, no era por las revelaciones, sino por virtudes.
Como si les dijera: Hijas, preveníos de la moneda con que se compra la gloria, para venir a la gloria; porque en la gloria no pasa la moneda de las revelaciones, sino de las virtudes. Dios, cuando dijo: Negotiamini dum venio (Lc 19,13): Negociad, tratad, y contratad, mientras que vengo a juzgaros, no quiso que el trato, y la granjería fuese con revelaciones, sino con las virtudes; comprando estas con la mortificación, con la observancia de los preceptos, con seguir los consejos, con la oración, con la penitencia, y el sudor, el trabajo, la paciencia, y la cruz. El negociar con los talentos de la gracia, y de la naturaleza, no ha de ser empleando, ni cargando en revelaciones; porque es peligrosa mercaduría, y cargazón, sino con la imitación de las virtudes del Señor, y de la Virgen, y de los santos; y esta es la moneda, que pasa en la otra vida, y la que en esta granjearon los santos, que está en ella.
42. Y dice discretamente, no que no tengan revelaciones, porque eso claro está (como hemos dicho) que no es en su mano, sino que no se aficionen a ellas, y que no hagan caso dellas; y que no se gobiernen por ellas, y que se nieguen a ellas. Porque las revelaciones han de mirarse como enfermedades, las cuales no se tienen, sino que se padecen.
Y así cuando aflige a uno la calentura, los que quieren hablar con [329] propiedad, no dicen: Pedro tiene gran calentura, sino: Padece gran calentura; porque lo que se padece, propiamente no se tiene, antes la calentura lo tiene a él, que no él a la calentura; porque si él tuviera a la calentura, no la tuviera, sino que la soltara. Pero porque la calentura lo tiene a él, no la puede echar de sí, hasta que le suelta a él la calentura.
43. Así se han de tener las revelaciones, arrobos, y visiones; no como quien las tiene a ellas, sino como quien las padece, y no puede dejar de tenerlas, aunque quiera; y escogiendo el alma buen médico espiritual, que la cure, y la gobierne, y aun tal vez es menester buen médico corporal; porque dependen (si las revelaciones son imaginaciones) del estado de la salud corporal el curar lo espiritual, y es menester que la curen en lo espiritual, y en lo temporal.
44. Añade en el mismo número, que aunque haya algunas revelaciones ciertas (que sí habrá) es mejor dejar las ciertas, por no incurrir en las inciertas, que no gobernarse por las ciertas, con riesgos de perderse por las inciertas.
Es prudentísimo dictamen, y celestial, como bajado del cielo. Porque en lo que voy a ganar, y no a perder, eso he de hacer, y en lo que voy a perder, y no a ganar, eso tengo de rehusar.
45. Si yo tengo en la Iglesia cuantas verdades he menester para salvarme ya reveladas, y ciertas, infalibles, y de fe, ¿quién me mete en embarcarme en un navío de revelaciones dudosas, que cuando pienso que me lleva al puerto, den conmigo a pique en la tempestad, y me sepulten en el infierno?
¿Quién deja lo cierto, por lo dudoso? ¿Quién deja lo seguro por lo peligroso? ¿Quién deja lo que es de Dios, por lo que es de mi propio juicio, sino quien no tiene rastro de juicio?
46. Yo supongo que sean ciertas mis revelaciones, ¿qué me importa, si no me he de salvar por las revelaciones, sino por las virtudes? Pero si fuesen inciertas, y falsas, y me embarcase en ellas, ¿qué navegación era la mía en la vida espiritual, toda de escollos, de Scilas, y Caribdes? Pues si yo puedo navegar en mar sereno, ¿no es locura navegar en el tormentoso?
47. Dirá alguno que esto leyere: Pues, señor, ¿no queréis que haya revelaciones en la Iglesia? ¿No ha de haber en ella revelaciones, pues hay en ella almas, que a Dios tratan, y a quien Dios se manifiesta?
No digo yo que no las haya, ni que no las ha de haber, sino que así como hay, y ha de haber revelaciones, haya también temores, recelos, recatos, consejos, advertencias, y humildad en estas revelaciones; y que haya luz, y letras, y cuidado de no gobernarse por revelaciones, donde está la ley de Dios patente, clara, llana, santa, y descubierta, y de infalible verdad, sin sombras de falsedad.
48. Y así el alma, que padece este trabajo, padézcalo como peligro, y trabajo, y no como gozo, alegría, y vanidad, y propia satisfacción. Ande en humildad, y consejo. No se tenga por mejor, sino humíllese, y tema, y tiemble, pensando que es la peor del mundo; y con eso esperando, y confiando en Dios, y obrando, y sirviendo, y obedeciendo a su santa ley, y a su confesor, y haciendo caso de las virtudes, y dejando a [330] Dios las revelaciones; viva, y obre, estimando más (como lo hacían los santos) la cruz sin revelaciones, que no las revelaciones sin cruz.
49. Y los maestros espirituales no den motivo a las almas para que se aficionen a estas cosas inciertas, dudosas, y peligrosas; y que aunque no hay duda, que cuando Dios las envía, causan grandes utilidades en las almas, y en la Iglesia: pero no así, cuando las almas las solicitan, y los confesores las aplauden, porque esto es sumamente peligroso.
50. Las revelaciones de santa Brígida son ciertas (como hemos dicho), las de santa Catalina, las de santa Getrudis; y estas, y las de santa Teresa todas pueden píamente creerse que son ciertas, y verdaderas, y por ser verdaderas, pueden contarse; pero las que han sido falsas, y lo son, y lo serán, son tantas, que no sé si podrán fácilmente contarse.
Y después de ser ciertas aquellas, confiesa aquí santa Teresa, que no se fue al cielo por sus revelaciones, sino por sus virtudes. Y así, almas, démonos a las virtudes, y neguémonos a las revelaciones.
51. Yo confieso, que de todas cuantas revelaciones hay de la Santa, ninguna me ha contentado más que esta revelación contra las revelaciones; porque estas verdades que aquí dice, asientan tan de cuadrado en la razón natural, y sobrenatural, y se conforma de suerte con lo espiritual, y prudencial de la Iglesia, que cuando de las otras revelaciones se pudiera dudar, de esta no dudara yo; pues aunque no viniera esta verdad desde el cielo, es grandísima verdad, y utilísima en la tierra, para huir de los lazos de la tierra, y conseguir la gracia en el suelo, y la gloria en el cielo.
52. Pero también es necesario advertir, que no se han de censurar con aspereza estas cosas, ni afligir sobrado a las almas afligidas, sino obrar en todo con tal fuerza reservada al creerlas, que nunca nos empeñemos, ni embarquemos en lo que no son las verdades de la fe, que es donde habemos de navegar.
Tenía yo un amigo, y sobradamente amigo, que viendo que se escandecía, y enfurecía otro conocido suyo, oyendo algunas revelaciones, le decía: Que no se acongojase por eso, sino o las creyese, como si no las creyese, o no las creyese, como si no le importasen. Porque el día que el maestro, que gobierna aquellas almas no se embarca, ni se empeña en estas cosas, y que las mismas almas se humillan, y sólo obran, y creen por lo que ordena la fe, y su maestro; no hay que afligirse, ni acongojarse, ni causar más pena a quien lo padece, pues muchas veces no está en su mano dejarlo de padecer. Y así como hemos visto muchas caídas por no hacerlo así, hemos visto notable gloria, y utilidad a la Iglesia por hacerlo así.
53. Últimamente dice la venerable madre Catalina de Jesús (a quien se le hizo esta revelación): Que con ella se le quitó el deseo que tenía de leer el libro de la Vida de la Santa; esto es, las revelaciones que están en la Vida de la Santa, que fue quitársele la gana de revelaciones; y en cuanto a esto, también se me ha quitado a mí: y creo que se les quitará a cuantos la leyeren, y fueren cuerdos, y quisieren andar por buen camino, y fácil, y claro; porque deseo de revelaciones corre peligro de ser deseo de imperfecciones; y lo que es peor, de engaños, y de ilusiones. [331]
Teresa III Cartas 1007