Luis de León - Nombres de Cristo - PADRE DEL SIGLO FUTURO
(DEDICATORIA)
A DON PEDRO PORTOCARRERO, DEL CONSEJO DE SU MAJESTAD Y DEL DE LA SANTA Y GENERAL INQUISICIÓN
(Descripción de la miseria humana y origen de su fragilidad.)
En ninguna cosa se conoce más claramente la miseria humana, MUY ILUSTRE SEÑOR, que en la facilidad con q ue pecan los hombres, y en la muchedumbre de los que pecan apeteciendo todos el bien naturalmente, y siendo los males del pecado tantos y tan manifiestos. Y si los que antiguamente filosofaron, argumentando por los efectos descubiertos las
causas ocultas d e ellos, hincaran los ojos en esta consideración, ella misma les descubriera que en nuestra naturaleza había alguna enfermedad y daño encubierto; y entendieran por ella que no estaba pura y como salió de las manos del que la hizo, sino dañada y corrompida, o por desastre o por voluntad, porque si miraran en ello, ¿cómo pudieran creer que la naturaleza, madre diligente y proveedora de todo lo que toca al bien de lo que produce, había de formar al hombre por una parte tan mal inclinado, y por otra tan flaco y desarmado para resistir y vencer a su perversa inclinación? O ¿cómo les pareciera que se compadecía, o que era posible que la naturaleza, que guía, como vemos, los animales brutos y las plantas y hasta las cosas más viles, tan derecha y eficazmente a sus fines que los alcanzan todas o casi todas, criase a la más principal de sus obras tan inclinada al pecado, que, por la mayor parte, no alcanzando su fin. viniese a extrema miseria?
Y si sería notorio desatino entregar las riendas de dos caballos desbocados y furiosos a un niño flaco y sin arte, para que los gobernase por lugares pedregosos y ásperos; y si cometerle a éste mismo en tempestad una nave para que contrastase los vientos, sería error conocido, por el mismo caso pudieran ver no caber en razón que la providencia sumamente sabia de Dios, en un cuerpo tan indomable y de tan malos siniestros, y en tanta tempestad de olas de viciosos deseos como en nosotros sentimos, pusiese para su gobierno una razón tan flaca y tan desnuda de toda buena doctrina, como es la nuestra cuando nacemos. Ni pudieran decir que, en esperanza de la doctrina venidera y de las fuerzas que con los años podía cobrar la razón, le encomendó Dios aqueste gobierno y la colocó en medio de sus enemigos, sola contra tantos, y desarmada contra tan poderosos y fieros. Porque sabida cosa es que primero que despierte la razón en nosotros, viven en nosotros y se encienden los deseos bestiales de la vida sensible, que se apoderan del ánima, y, haciéndola a sus mañas, la inclinan mal antes que comience a conocerse. Y cierto es que, en abriendo la razón los ojos, están como a la puerta y como aguardando para engañarla el vulgo ciego y las compañías malas y el estilo de la vida llena de errores perversos, y el deleite y la ambición y el oro y las riquezas que resplandecen. Lo cual, cada uno por sí es poderoso a oscurecer y a vestir de tinieblas a su centella recién nacida, cuanto más todo junto, y como conjurado y hecho a una para hacer mal. Y así, de hecho la engañan, y, quitándole las riendas de la s manos, la sujetan a los deseos del cuerpo, y la inducen a que ame y procure lo mismo que la destruye.
Así que este desconcierto e inclinación para el mal que los hombres generalmente tenemos, él solo por sí, bien considerado, nos puede traer en conocimi ento de la corrupción antigua de nuestra naturaleza. En la cual naturaleza, como en el libro pasado se dijo, habiendo sido hecho el hombre por Dios enteramente señor de sí mismo y del todo cabal y perfecto, en pena de que él por su grado sacó su ánima de la obediencia de Dios, los apetitos del cuerpo y sus sentidos se alieron del servicio de la razón, y rebelando contra ella, la sujetaron, oscureciendo su luz y enflaqueciendo su libertad, y encendiéndola en el deseo de sus bienes de ellos, y engendrando en ella apetito de lo que es ajeno y la daña, esto es, del desconcierto y pecado.
En lo cual es extrañamente maravilloso que, como en las otras cosas que son tenidas por malas, la experiencia de ellas haga escarmiento para huir de ellas después, y el que cayó en un mal paso, rodea otra vez el camino por no tornar a caer en él; en esta desventura, que llamamos pecado, el probarla es abrir la puerta para meterse en ella más; y con el pecado primero se hace escalón para venir al segundo; y cuanto el alma en este género de mal se destruye más, tanto parece que gusta más destruirse. Que es, de los daños que en ella el pecado hace, si no el mayor, sin duda uno de los mayores y más lamentables. Porque por esta causa, como por los ojos se ve, de pecados pequeños nacen, eslabonándose unos con otros. pecados gravísimos, y se endurecen y crían callos, y hacen como incurables los corazones humanos en este mal del pecar, añadiendo siempre a un pecado otro pecado, y a un pecado menor sucediéndole otro mayor de contino, por haber empezado a pecar. Y vienen así continuamente pecando a tener por hacedero y dulce y gentil, lo que no sólo en sí y en los ojos de los que bien juzgan, es aborrecible y feísimo, sino lo que esos mismos que lo hacen, cuando de principio entraron en el mal obrar, huyeran el pensamiento de ello, no sólo el hecho, mas que la muerte; como se ve por infinitos ejemplos, de que así la vida común como la historia está llena.
Mas entre todos es claro y muy señalado ejemplo el del pueblo hebreo antiguo y presente; el cual, por haber desde su primero principio comenzado a apartarse de Dios, prosiguiendo después en esta su primera dureza, y casi por años volviéndose a Él, y tornándole luego a ofender, y amontonando a pecados, mereció ser autor de la mayor ofensa que se
hizo jamás, que fue la muerte de Jesucristo. Y porque la culpa siempre ella misma se es pena, por haber llegado a esta ofensa, fue causa en sí mismo de un extremo de calamidad. Porque, dejando aparte el perdimiento del reino y la ruina del templo y el asolamiento de su ciudad y la gloria de la religión y verdadero culto de Dios traspasada a las gentes; y dejados aparte los robos y males y muertes innumerables que padecieron los judíos entonces, y el eterno cautiverio en que viven hora en estado vilísimo entre sus enemigos, hechos como un ejemplo común de la ira de Dios; así que, dejando esto aparte, ¿puédese imaginar más desventurado suceso que, habiéndoles prometido Dios que nacería el Mesías de su sangre y linaje, y habiéndole ellos tan luengamente esperado, y esperando en Él y por Él la suma riqueza, y en durísimos males y trabajos que padecieron, habiéndose sustentado siempre con esta esperanza, cuando le tuvieron entre sí, no le querer conocer, y, cegándose, hacerse homicidas y destruidores de su g loria y de su esperanza, y de su sumo bien ellos mismos?
A mí, verdaderamente, cuando pienso, el corazón se me enternece en dolor. Y si contamos bien toda la suma de este exceso, tan grave, hallaremos que se vino a hacer de otros excesos, y que del abrir la puerta al pecar y el entrarse continuamente más adelante por ella, alejándose siempre de Dios, vinieron a quedar ciegos en mitad de la luz; porque tal se puede llamar la claridad que hizo Cristo de sí, así por la grandeza de sus obras maravillosas, como por el testimonio de las Letras Sagradas que le demuestran. Las cuales le demuestran así claramente, que no pudiéramos creer que ningunos hombres eran tan ciegos, si no supiéramos haber sido tan grandes pecadores primero. Y ciertamente, lo uno y lo otro, esto es, la ceguedad y maldad de ellos, y la severidad y rigor de la justicia de Dios contra ellos, son cosas maravillosamente
espantables.
Yo siempre que las pienso me admiro; y trújomelas a la memoria ahora lo restante de la plática de Marcelo, que me queda por referir, y es ya tiempo que lo refiera.
Descríbese el soto donde se reanuda el sabroso platicar de los Nombres de Cristo.)
Porque fue así, que los tres, después de haber comido y habiendo tomado algún pequeño reposo, ya que la fuerza del calor comenzaba a caer, saliendo de la granja, y llegados al río que cerca de ella corría, en un barco, conformándose con el parecer de Sabino, se pasaron al soto que se hacía en medio de él, en una como isleta pequeña, que apegada a la pres a de unas aceñas se descubría.
Era el soto, aunque pequeño, espeso y muy apacible, y en aquella sazón estaba muy lleno de hoja; y entre las ramas que la tierra de suyo criaba tenía también algunos árboles puestos por industria, y dividíale como en dos partes un no pequeño arroyo que hacía el agua que por entre las piedras de la presa se hurtaba del río, y corría cuasi toda junta.
Pues entrados en él Marcelo y sus compañeros, y metidos en lo más espeso de él y más guardado de los rayos del sol junto a un álamo alto que estaba casi en el medio, teniéndole a las espaldas, y delante los ojos la otra parte del soto, en la sombra y sobre la yerba verde, y cuasi juntando al agua los pies se sentaron. Adonde diciendo entre sí del sol de aquel
día, que aún se hacía sentir, y de la frescura de aquel lugar que era mucha, y alabando a Sabino su buen consejo, Sabino dijo así:
-Mucho me huelgo de haber acertado tan bien, y principalmente por vuestra causa, Marcelo, que por satisfacer a mi deseo tomáis hoy tan grande tra bajo, que, según lo mucho que esta mañana dijistes, temiendo vuestra salud, no quisiera que ahora dijérades más, si no me asegurara en parte la cualidad y frescura de aqueste lugar. Aunque quien suele leer en medio de los caniculares tres lecciones en las escuelas muchos días arreo, bien podría platicar entre estas ramas la mañana y la tarde de un día, o, por mejor decir, no habrá maldad que no haga.
-Razón tiene Sabino -respondió Marcelo, mirando hacia Juliano-, que es género de maldad ocuparse uno tanto y en tal tiempo en la escuela. Y de aquí veréis cuán malvada es la vida que así nos obliga. Así que bien podéis proseguir, Sabino, sin miedo; que demás de que este lugar es mejor que la cátedra, lo que aquí tratamos ahora es sin comparación muy más dulce q ue lo que leemos allí, y así con ello mismo se alivia el trabajo.
Entonces Sabino, desplegando el papel y prosiguiendo su lectura, dijo de esta manera:
(De cómo se llama Cristo Brazo de Dios, y a cuánto se extiende su fuerza. )
"Otro nombre de Cristo es BRAZO DE DIOS. Esaías, en el capítulo 53 (1): '¿Quién dará crédito a lo que habemos oído? Y su Brazo, Dios, ¿a quién lo descubrirá?'. Y en el capítulo 52 (2): 'Aparejó el Señor su Brazo santo ante los ojos de todas las gentes, y verán la salud de nuestro Dios todos los términos de la tierra'. Y en el cántico de la Virgen (3): 'Hizo poderío en su Brazo, y derramó los soberbios'. Y abiertamente en el salmo 70, adonde en persona de la Iglesia dice David (4): 'En la vejez mía, ni menos en mi senectud, no me desampares, Señor, hasta que publique tu Brazo a toda la generación que vendrá'. Y en otros muchos lugares."
Cesó aquí Sabino, y disponíase ya Marcelo para comenzar a decir; mas Juliano, tomando la mano, dijo:
-No sé yo, Marcelo , si los hebreos nos darán que Esaías, en el lugar que el papel dice, hable de Cristo.
-No lo darán ellos -respondió Marcelo -, porque están ciegos, pero dánoslo la misma verdad. Y como hacen los malos enfermos, que huyen más de lo que les da más salud, as í estos perdidos en este lugar, el cual sólo bastaba para traerlos a luz, derraman con más estudio las tinieblas de su error para obscurecerle; pero primero perderá su claridad este sol. Porque si no habla de Cristo Esaías allí, pregunto, ¿de quién habla?
-Ya sabéis lo que dicen -respondió Juliano.
-Ya sé -dijo Marcelo - que lo declaran de sí mismos, y de su pueblo en el estado de ahora. Pero, ¿paréceos a vos que hay necesidad de razones para convencer un desatino tan claro?
-Sin duda clarísimo -respondió Juliano-, y cuando no hubiera otra cosa, hace evidencia de que no es así lo que dicen, ver que la persona de quien Isaías habla allí, el mismo Esaías dice que es inocentísima y ajena de todo pecado, y limpieza y satisfacción de los pecados de todos; y el pueblo hebreo, que ahora vive, por ciego y arrogante que sea, no se osará atribuir a sí aquesta inocencia y limpieza.
Y cuando osase él, la palabra de Dios le condena en Oseas (5), cuando dice que en el fin y después de este largo cautiverio, en que ahora están los judíos, se "convertirán al Señor". Porque si se convertirán a Dios entonces, manifiesto es que ahora están apartados de Él, y fuera de su servicio. Mas, aunque este pleito esté fuera de duda, todavía, si no me engaño, os queda pleito con ellos en la declaración de este nombre. El cual ellos también confiesan que es nombre de risto, y confiesan, como es verdad, que ser Brazo es ser fortaleza de Dios y victoria de sus enemigos; mas dicen que los enemigos que por el Mesías como por su Brazo y fortaleza vence y vencerá Dios, son los enemigos de su pueblo, esto es, los enemigos visibles de los hebreos, y los que los han destruido y puesto en cautividad, como fueron los caldeos y los griegos y los romanos y las demás gentes, sus enemigos, de las cuales esperan verse vengados por mano del Mesías, que, engañados, aguardan; y le llaman Brazo de Dios por razón de aquesta victoria y venganza.
-Así lo sueñan -respondió Marcelo -; y pues habéis movido el pleito, comencemos por él. Y como en la cultura del camp o, primero arranca el labrador las yerbas dañosas y después planta las buenas, así nosotros ahora desarraiguemos primero ese error, para dejar después su campo libre y desembarazado a la verdad.
Mas decidme, Juliano: ¿prometió Dios alguna vez a su pueblo que les enviaría su Brazo y fortaleza para darles victoria de algún enemigo suyo, y para ponerlos no sólo en libertad, sino también en mando y señorío glorioso? Y ¿díjoles en alguna parte que había de ser su Mesías un fortísimo y belicosísimo capitán, que vencería por fuerza de armas sus enemigos, y extendería por todas las tierras sus esclarecidas victorias, y que sujetaría a su imperio las gentes?
-Sin duda así se lo dijo y prometió -respondió Juliano.
-¿Y prometióselo por ventura -siguió luego Marcelo- en un solo lugar, o una vez sola, y es acaso y hablando de otro propósito?
-No, sino en muchos lugares -respondió Juliano-, y de principal intento, y con palabras muy encarecidas y hermosas.-¿Qué palabras -añadió Marcelo - o qué lugares son ésos? Referid algunos, si los tenéis en memoria.
-Largos son de contar -dijo Juliano-, y aunque preguntáis lo que sabéis, y no sé para qué fin, diré los que se me ofrecen.
David en el salmo (6), hablando propiamente con Cristo, le dice: "Ciñe tu espada sobre tu muslo, ¡poderosísimo!, tu hermosura y tu gentileza. Sube en el caballo, y reina prósperamente, por tu verdad y mansedumbre y por tu justicia. tu derecha te mostrará maravillas. Tus saetas agudas (los pueblos caerán a tus pies) en los corazones de los enemigos del Rey."
Y en otro salmo dice el mismo (7): "El Señor reina, haga fiesta la tierra, alégrense las islas todas: nube y tiniebla en su derredor, justicia y juicio en el trono de su asiento. Fuego va delante de Él, que abrasará a todos sus enemigos." E Esaías en el capítulo 11 (8): y en aquel día extenderá el Señor segunda vez su mano para poseer lo que de su pueblo ha escapado de los asirios y de los egipcios y de las demás gentes. Y levantará su bandera entre las naciones, y allegará los fugitivos de Israel, y los esparcidos de Judá de las cuatro partes del mundo. Y los enemigos de Judá perecerán, y volará contra los filisteos por la mar; cautivará a los hijos de Oriente, Edón le servirá, y Moab le será sujeto, y los hijos de Amón sus obedientes." Y en el capítulo 41, por otra manera (9): Pondrá ante sí en huida las gentes, perseguirá los reyes. Como polvo los hará su cuchillo; como astilla arrojada su arco. Perseguirlos ha, y pasará en paz; no entrará ni polvo en sus pies." Y oco después el mismo (10): "Yo -dice - te pondré como carro, y como nueva trilladera con dentales de hierro trillarás los montes, y desmenuzarlos has, y a los collados dejarás hechos polvo: ablentaráslos, y llevarlos ha el viento, y el torbellino los esparcirá."
Y cuando el mismo profe ta introduce al Mesías, teñida la vestidura con sangre, y a otros que se maravillan de ello, y le preguntan la causa, dice que Él les responde (11): "Yo solo he pisado un lagar, en mi ayuda no se halló gente; pisélos en mi ira, y pateélos en mi indignación, y su sangre salpicó mis vestidos, y he ensuciado mis vestiduras todas." Y en el capítulo 42 (12): "El Señor como valiente saldrá, y como hombre de guerra despertará su coraje; guerreará y levantará alarido, y esforzarse ha sobre sus enemigos." Mas es nunca acabar.
Lo mismo, aunque por diferentes maneras, dice en los capítulos 63 y 66; y Joel dice lo mismo en el capítulo último; y Amós profeta también en el mismo capítulo; y en los capítulos 4 y 5 y último lo repite Micheas. Y ¿qué profeta hay que no cele bre cantando en diversos lugares este capitán y aquesta victoria?
-Así es verdad -dijo Marcelo -; mas también me decid: los asirios y los babilonios, ¿fueron hombres señalados en armas, y hubo reyes belicosos y victoriosos entre ellos, y sujetaron a su imp erio a todo o a la mayor parte del mundo?
-Así fue -respondió Juliano.
-Y los medos y los persas, que vinieron después -añadió Marcelo -, ¿no menearon también las armas asaz valerosamente y enseñorearon la tierra, y floreció entre ellos el esclarecido Ciro y el poderosísimo Jerjes?
Concedió Juliano que era verdad.
-Pues no menos verdad es -dijo prosiguiendo Marcelo - que las victorias de los griegos sobraron a éstos, y que el no vencido Alejandro, con la espada en la mano y como un rayo, en brevísimo espacio corrió todo el mundo, dejándole no menos espantado de sí que vencido; y, muerto él, sabemos que el trono de sus sucesores tuvo el cetro por largos años de toda Asia, y de mucha parte de África y de Europa. Y por la misma manera, los romanos, que le sucedieron en el imperio y en la gloria de las armas, también vemos que, venciéndolo todo, crecieron hasta hacer que la tierra y su señorío tuviesen un mismo término. El cual señorío, aunque disminuido y compuesto de partes, unas flacas y otras muy fuertes, como lo vio Daniel (13) en los pies de la estatua, hasta hoy día persevera por tantas vueltas de siglos. Y ya que callemos los príncipes guerreadores y victoriosos, que florecieron en él, en los tiempos más vecinos al nuestro notorios son los Escipiones, lo s Marcelos, los Marios, los Pompeyos, los Césares de los siglos antepasados, a cuyo valor y esfuerzo y felicidad fue muy pequeña la redondez de la tierra.
-Espero -dijo Juliano- dónde vais a parar.
-Presto lo veréis -dijo Marcelo -; pero decidme: esta gra ndeza de victorias e imperios que he dicho, ¿diósela Dios a los que he dicho, o ellos por sí y por sus fuerzas puras, sin orden ni ayuda de Él, la alcanzaron?
-Fuera está eso de toda duda -respondió Juliano-, acerca de los que conocen y confiesan la providencia de Dios. Y en la Sabiduría dice Él mismo de sí mismo (14): "Por mí reinan los príncipes."
-Decís la verdad -dijo Marcelo -: mas todavía os pregunto si conocían y adoraban a Dios aquellas gentes.
-No le conocían -dijo Juliano- ni le adoraban.
-Decidme más -prosiguió diciendo Marcelo -: antes que Dios les hiciese aquesa merced, ¿prometió de hacérsela, o vendióles muchas palabras acerca de ellos, o envióles muchos mensajeros, encareciéndoles la promesa por largos días y por diversas maneras?
-Ninguna de esas cosas hizo Dios con ellos -respondió Juliano-, y si de algunas de estas cosas, antes que fuesen, se hace mención en las Letras Sagradas, como a la verdad se hace de algunas, hácese de paso y como de camino, y a fin de otro propósito.
-Pues ¿en qué juicio de hombres cabe, o pudo caber -añadió Marcelo encontinente- pensar que lo que daba Dios, y cada día lo da a gentes ajenas de sí y que viven sin ley, bárbaras y fieras y llenas de infidelidad y de vicios feísimos; digo el mando terreno, y la victoria en la guerra, y la gloria y la nobleza del triunfo sobre todos, o cuasi todos los hombres; pues, ¿quién pudo persuadirse que lo que da Dios a éstos, que son como sus esclavos, y que se lo da sin prometérselo y sin vendérselo con encarecimientos y como si no les diese nada, o les diese cosas de breve y de poco momento, como a la verdad lo son todas ellas en sí, eso mismo o su semejante a su pueblo escogido, y al que sólo, adorando ídolos todas las otras gentes, le conocía y servía, para dárselo, si se lo q uería dar como los ciegos pensaron, se lo prometía tan encarecidamente y tan de atrás, enviándoles cuasi cada siglo nueva promesa de ellos por sus profetas, y se lo vendía tan caro y hacía tanto esperar, que el día de hoy, que es más de tres mil años después de la primera promesa, aún no está cumplido ni vendrá a cumplimiento jamás, porque no es eso lo que Dios prometía?
Gran donaire, o por mejor decir, ceguedad lastimera es creer que los encarecimientos y amores de Dios habían de parar en armas y en banderas, y en el estruendo de los atambores, y en castillos cercados, y en muros batidos por tierra, y en el cuchillo y en la sangre, y en el asalto y cautiverio de mil inocentes. Y creer que el Brazo de Dios entendido y cercado de fortaleza invencible, que Dios promete en sus Letras, y de quien Él tanto en ellas se precia, era un descendiente de David, capitán esforzado, que rodeado de hierro y esgrimiendo la espada y llevando consigo innumerables soldados, había de meter a cuchillo las gentes y desplegar por todas las tierras sus victoriosas banderas. Mesías fue de esa manera Ciro y Nabucodonosor y Artajerjes; o ¿qué le faltó para serlo? Mesías fue, sin ser Mesías en eso, César el dictador, y el grande Pompeyo; y Alejandro en esa manera fue más que todos Mesías. ¿Tan grande valentía es dar muerte a los mortales y derrocar los alcázares, que ellos de suyo se caen, que le sea a Dios o conveniente o glorioso hacer para ello Brazo tan fuerte, que por este hecho le llame su fortaleza? ¡Oh, cómo es verdad aquello que en presencia de Dios les dijo Esaías (15):
"Cuanto se encumbra el cielo sobre la tierra, tanto mis pensamientos se diferencian y se levantan sobre los vuestros"! Que son palabras que se me vienen luego a los ojos todas las veces que en este desatino pongo atención.
Otros vencimientos, gente ciega y miserable, y otros triunfos y libertad, y otros señoríos mayores y mejores son los que Dios os promete. Otro es su Brazo, y otra su fortaleza, muy diferente y muy más aventajada de lo que pensáis Vosotros esperáis tierra que se consume y perece; y la Escritura de Dios es promesa del cielo, vosotros amáis y pedís libertad del cuerpo, y en vida abundante y pacífica, con la cual libertad se compadece servir el ánima al pecado y al vicio; y de estos males, que s on mortales, os prometía Dios libertad. Vosotros esperábades ser señores de otros; Dios no prometía sino haceros señores de vosotros mismos. Vosotros os tenéis por satisfechos con un sucesor de David, que os reduzga a vuestra primera tierra, y os mantenga en justicia y defienda y ampare de vuestros contrarios; mas Dios, que es sin comparación muy más liberal y más largo, os prometía, no hijo de David sólo, sino hijo suyo, y de David hijo también, que, enriquecido de todo el bien que Dios tiene, os sacase del poder del demonio, y de las manos de la muerte sin fin, y que os sujetase debajo de vuestros pies todo lo que de veras os daña, y os llevase santos, inmortales, gloriosos, a la tierra de vida y de paz que nunca fallece. Estos son bienes dignos de Dios; y semejantes dádivas, y no otras, hinchen el encarecimiento y muchedumbre de aquellas promesas.
Y, a la verdad, Juliano, entre los demás inconvenientes que tiene este error, es uno grandísimo, que los que se persuaden de él, forzosamente juzgan de Dios muy baja y vilmente. No tiene Dios tan angosto corazón como los hombres tenemos; y estos bienes y gloria terrena, que nosotros estimamos en tanto, aunque es Él sólo el que los distribuye y reparte, pero conoce que son bienes caducos, y que están fuera del hombre, y que no solamente no le hacen bueno, mas muchas veces le empeoran y dañan. Y así, ni hace alarde de estos bienes Dios, ni se precia del repartimiento de ellos, y las más veces los envía a quien no los merece, por los fines que Él se sabe; y a los que tiene por desechados de sí y que son delante de sus ojos como viles cautivos y esclavos, a ésos les da aqueste breve consuelo. Y al revés, con sus escogidos y con los que como a hijos ama, en esto comúnmente es escaso; porque sabe nuestra flaqueza y la fa cilidad con que nuestro corazón se derrama en el amor de estas prendas exteriores, teniéndolas; y sabe que casi siempre o cortan o enflaquecen los nervios de la virtud verdadera.
Mas dirán: "Esperamos lo que las Sagradas Letras nos dicen, y con lo que Dios nos promete nos contentamos, y eso tenemos por mucho. Leemos capitán, oímos guerras y caballos y saetas y espadas; vemos victorias y triunfos; prométennos libertad y venganza; dícennos que nuestra ciudad y nuestro templo será reparado, que las gentes n os servirán, y que seremos señores de todo. Lo que oímos, eso esperamos, y con la esperanza de ello vivimos contentos."
Siempre fue flaca defensa asirse a la letra, cuando la razón evidente descubre el verdadero sentido; mas, aunque flaca, tuviera aquí y en este propósito algún color, si las mismas divinas Letras no descubrieran en otros lugares su verdadera intención. ¿Por qué, pues, Esaías cuando habla sin rodeo y sin figuras de Cristo, le pinta en persona de Dios de aquesta manera (16): "Veis -dice - a mi siervo, en quien descanso, aquel en quien se contenta y satisface mi ánima; pues sobre Él mi espíritu; Él hará justicia a las gentes; no voceará ni será aceptador de personas ni será oída en las plazas su voz; la caña quebrantada no quebrará, y la estopa que humea no la apagará; no será áspero ni bullicioso?" Manifiestamente se muestra que este Brazo y fortaleza de Dios, que es Jesucristo, no es fortaleza militar ni coraje de soldado, y que los hechos hazañosos de un Cordero tan humilde y tan manso, como es el que en este lugar Esaías pinta, no son hechos de esta guerra que vemos, adonde la soberbia se enseñorea, y la crueldad se despierta, y el bullicio y la cólera y la rabia y el furor menean las manos. No tendrá -dice - cólera para hacer mal ni a caña quebrada; ¡y antójasele al error vano de aquestos mezquinos, que tiene de trastornar el mundo con guerras !
Y no es menos claro lo que el mismo profeta dice en otro capítulo (17): "Herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios quitará la vida al malvado." Porque si las armas con que hiere la tierra y con que quita la vida al malo, son vivas y ardientes palabras, claro es que su obra de aqueste Brazo no es pelear con armas carnales contra los cuerpos, sino contra los vicios con armas de espíritu. Y así, conforme a esto, le arma de punta en blanco con todas sus piezas en otro lugar diciendo (18): "Vistióse por loriga justicia, y salud por yelmo de su cabeza; vistióse por vestiduras venganza, y el celo le cubijó como capa." Por manera que las saetas, que antes decía, que enviadas con el vigor del brazo traspasan los cuerpos, son palabras agudas y enherboladas con gracia, que pasan el corazón de claro en claro: y su espada famosa no se destempló con acero en las fraguas de Vulcano para derramar la sangre cortando; ni es hierro visible, sino rayo de virtud invisible, que pone a cuchillo todo lo que en nuestras almas es enemigo de Dios; y sus lorigas y sus petos y sus arneses, por consiguiente, son virtudes heroicas del cielo, en quien todos los golpes enemigos se embotan. ¡Piden a Dios la palabra, y no despiertan la vista para conocer la palabra que Dios les dio!
¿Cómo piden cosas de esta vida mortal, y que cada día las vemos en otros, y que comprendemos lo que valen y son; pues dice Dios por su profeta (19), que el bien de su promesa, y la cualidad y grandeza de ella, "ni el ojo la vio, ni llegó jamás a los oídos, ni cayó nunca en el pensamiento del hombre?" Vencer unas gentes a otras bien sabemos qué es; el valor de las armas cada día lo vemos; no hay cosa que más entienda, ni más desee la carne que las riquezas y que el señorío. No promete Dios esto, pues lo que promete excede a todo nuestro deseo y sentido. Hacerse Dios hombre, eso no lo alcanza la carne; morir Dios en la humanidad que tomó, para dar vida a los suyos, eso vence el sentido; muriendo un hombre, al demonio que tiranizaba los hombres, hacerle sujeto y esclavo de ellos, ¿quién nunca lo oyó? Los que servían al infierno, convertirlos en ciudadanos del cielo y en hijos de Dios, y, finalmente, hermosear con justicia las almas, desarraigando de ellas mil malos siniestros, y hechas todas luz y justicia, a ellas y a los cuerpos vestirlos de gloria y de inmortalidad, ¿en qué deseo cupo jamás, por más que alargase la rienda el deseo?
Mas ¿en qué me detengo? El mismo profeta, ¿no pone abiertamente, y sin ningún rodeo ni velo, el oficio de Cristo y su valentía, y la cualidad de sus guerras, en el capítulo 61 de su profecía, adonde introduce a Cristo, que dice (20): "El espíritu del Señor está sobre mí; a dar buena nueva a los mansos me envió?" ¿No veis lo que dice? ¿Qué? Buena nueva a los mansos, no asalto a los muros. Más: "A curar los de corazón quebrantado." ¡Y dice el error que a pasar por los filos de su espada a las gentes! "A predicar a los cautivos perdón." A predicar, que no a guerrear. No a dar rienda a la saña, sino a publicar su indulgencia, y predicar el año en que se aplaca el Señor y el día en que, como si se viese vengado, queda mansa su ira. "A consolar a los que lloran, y a dar fortaleza a los que se lamentan. A darles guirnaldas en lugar de la ceniza, y unción de gozo en lugar del duelo, y manto de loor en vez de la tristeza de espíritu." Y para que no quedase duda ninguna concluye: "Y serán llamados fuertes en justicia." ¿Dónde están ahora los que, engañándose a sí mismos, se prometen fortaleza de armas, prometiendo declaradamente Dios fortaleza de virtud y de justicia?
Aquí Juliano, mirando alegremente a Marcelo:
-Paréceme -dijo-, Marcelo, que os he metido en calor, y bastaba el del día. Mas no me pesa de la ocasión que os he dado, porque me satisface mucho lo que habéis dicho. Y porque no quede nada por decir, quiéroos también preguntar:
¿Qué es la causa por donde Dios, ya que hacía promesa de este tan grande bien a su pueblo, se la encubrió debajo de palabras y bienes carnales y visibles, sabiendo que para ojos tan flacos como los de aquel pueblo, era velo que los podía cegar, y sabiendo que para corazones tan aficionados al bien de la carne, como son los de aquéllos, era cebo que los había de engañar y enredar?
-No era cebo ni velo -respondió al punto Marcelo -, pues juntamente con ello estaba luego la voz y la mano de Dios que alzaba el velo y avisaba del cebo, descubriendo por mil maneras lo cierto de su promesa. Ellos mismos se cegaron, y se enredaron de su voluntad.
-Por ventura yo no me he declarado -dijo entonces Juliano-, porque eso mismo es lo que pregunto. Que pues Dios sabía que se habían de cegar, tomando de aquel lenguaje ocasión, ¿por qué no cortó la ocasión del todo? Y pues les descubría su voluntad y determinación, y se la descubría para que la entendiesen, ¿por qué no se la descubrió, sin dejar escondrijo donde se pudiese encubrir el error? Porque no diréis que no quiso ser entendido; porque si eso quisiera, callara; ni menos que no pudo darse a entender.
-Los secretos de Dios -respondió Marcelo encogiéndose en sí- son abismos profundos. Por donde es ligero el dificultar, y penetrar muy dificultoso. Y el ánimo fiel y cristiano se ha de mostrar sabio en conocer que sería poco el saber de Dios, si lo comprendiese nuestro saber, que ingenioso en remontar dificultades sobre lo que Dios hace y ordena. Y como sea esto así en todos los hechos de Dios, en este particular que toca a la ceguedad de aquel pueblo, el mismo San Pablo se encoge y parece que se retira; y, aunque caminaba con el soplo del Espíritu Santo, coge las velas del entendimiento y las inclina, diciendo (21): "¡Oh, honduras de las riquezas y sabiduría y conocimiento de Dios! ¡Cuán no penetrables son tus juicios, y cuán dificultosos de rastrear sus caminos!" Mas por mucho que se esconda la verdad, como es luz, siempre echa algunos rayos de sí, que dan bastante lumbre al ánima humilde.
Y así digo ahora que, no porque algunos toman ocasión de pecar, conviene a la sabiduría de Dios mudar, o en el lenguaje con que nos habla, o en la orden con que nos gobierna, o en la disposición de las cosas que cría, lo que es en sí conveniente y bueno para la naturaleza en común. Bien sabéis que unos salen a hacer mal con la luz, y que a otros la noche con sus tinieblas les convida a pescar; porque ni el cosario correría a la presa si el sol no amaneciese, ni, si no se pusiese, el adúltero macularía el lecho de su vecino. El mismo entendimiento y agudeza de ingenio d e que Dios nos dotó si atendemos a los muchos que usan mal de él, no nos lo diera y dejara al hombre no hombre. ¿No dice San Pablo (22) de la doctrina del Evangelio, que "a unos es olor de vida para que vivan, y a otros de muerte para que mueran?" ¿Qué fuera del mundo si, porque no se acrecentara la culpa de algunos, quedáramos todos en culpa?
Esta manera de hablar, Juliano, adonde con semejanzas y figuras de cosas que conocemos y vemos y amamos, nos da Dios noticia de sus bienes y nos lo promete, para la cualidad y gusto de nuestro ingenio y condición, es muy útil y conveniente. Lo uno, porque todo nuestro conocimiento, así como comienza de los sentidos, así no conoce bien lo espiritual, si no es por semejanza de lo sensible que conoce primero. Lo otro, porque la semejanza que hay de lo uno a lo otro, advertida y conocida, aviva el gusto de nuestro entendimiento naturalmente, que es inclinado a cotejar unas cosas con otras discurriendo por ellas; y así cuando descubre alguna gran consonancia de propiedades entre cosas que son en naturaleza diversas, alégrase mucho, y como saboréase en ello, e imprímele con más firmeza en las mientes y lo tercero, porque de las cosas que sentimos, sabemos por experiencia lo gustoso y lo agradable que tienen; mas de las cosas del cielo no sabemos cuál sea ni cuánto su sabor y dulzura.
Pues para que cobremos afición y concibamos deseo de lo que nunca habemos gustado, preséntanoslo Dios debajo de lo que gustamos y amamos, para que, entendiendo que es aquello más y mejor que lo conocido, amemos en lo conocido el deleite y contento que ya conocemos. Y como Dios se hizo hombre dulcísimo y amorosísimo, para que lo que no entendíamos de la dulzura y amor de su natural condición, que no veíamos, lo experimentásemos en el hombre que vemos y de quien se vistió, para comenzar allí a encender nuestra voluntad en su amor; así en el lenguaje de sus Escrituras nos habla como hombre a otros hombres, y nos dice sus bienes espirituales y altos con palabras y figuras de cosas corporales, que les s on semejantes, y para que los amemos los enmiela con esta miel nuestra, digo, con lo que Él sabe que tenemos por miel.
Y si en todos es esto, en la gente de aquel pueblo de quien hablamos, tiene más fuerza y razón, por su natural y no creíble flaqueza, y como divinamente dijo San Pablo, por su infinita niñez (23). La cual demandaba que, como el ayo al muchacho pequeño le induce con golosinas a que aprenda el saber, así Dios a aquéllos los levantase a la creencia y al deseo del cielo, ofreciéndoles y prometiéndoles al parecer bienes de tierra. Porque si, en acabando de ver el infinito poder de Dios y la grandeza de su amor para con ellos en las plagas de Egipto, y en el mar Bermejo divide por medio; y si teniendo casi presente en los ojos el fuego y la nube del Siná, y la habla misma de Dios que les decía la Ley, sonando en sus oídos entonces; y si teniendo en la boca el maná que Dios les llovía; y si mirando ante sí la nube que los guiaba de día y les lucía de noche, venidos a la entrada de la tierra de Canaán, adonde Dios los llevaba, en oyendo que la moraban hombres valientes, temieron y desconfiaron y volvieron atrás llorando fea y vilmente, y no creyeron que quien pudo romper el mar en sus ojos, podría derrocar unos muros de tierra, y ni la riqueza y abundancia de la tierra que veían y amaban, ni la experiencia de la fortaleza de Dios los pudo mover adelante; si luego y de primera instancia, y por sus palabras sencillas y claras les prometiera Dios la Encarnación de su Hijo, y lo espiritual de sus bienes, y lo que ni sentían ni podían sentir, ni se les podía dar luego, sino en otra vida y después de haber dado luengas vueltas los siglos ¿cuándo, me decid, o cómo o en qué manera, aquéllos o lo creyeran o lo estimaran? Sin duda fuera cosa sin fruto.
Y así todo lo grande y apartado de nuestra vista que Dios les promete, se lo pone tratable y deseable, saboreándoselo de esta manera que he dicho. Y particularmente en este misterio y promesa de Cristo, para asentársela en la memoria y en la afición, se la ofrece en los libros divinos casi siempre vestida con una de dos figuras. Porque lo que toca a la gracia, que desciende de Cristo en las almas, a lo que en ellas fructifica esta gracia, dícesele debajo de semejanzas tomadas de la cultura del campo y de la naturaleza de él. Y, como vimos esta mañana, para figurar aqueste negocio, hace sus cielos y su tierra, y sus nubes y lluvia, y sus montes y valles, y nombra trigo y vides y olivos con grande propiedad y hermosura. Mas lo que pertenece a lo que antes de esto hizo Cristo, venciendo al demonio en la cruz, y despojando el infierno y triunfando de él y de la muerte, y subiéndose al cielo para juntar después a sí mismo todo su cuerpo, represéntaselo con nombres de guerras y victorias visibles, y alza luego la bandera, y suena la trompa, y relumbra la espada, y píntalo a las veces con tanta demostración, que casi se oye el ruido de las armas, y el alarido los que huyen; y la victoria alegre de los que vencen casi se ve.
Y demás de esto, si va a decir lo que siento, la dureza, Juliano, de aquella gente y la poca confianza que siempre tuvieron en Dios, y los pecados grandes contra Él que de ella nacieron en aquel pueblo luego en su primero principio, y se fueron después siempre con él continuando y creciendo -feos, ingratos, enormes pecados- dieron a Dios causa justísima para que tuviesen por bueno el hablarles así figurada y revueltamente.
Porque de la manera que en la luz de la profecía de Dios mayor o menor luz, según la disposición y capacidad y cualidad del profeta; y una misma verdad a unos se les descubre por sueños, y a otros despiertos, pero por imágenes corporales y obscuras que se les figuran en la fantasía, y a otros por palabras puras y sencillas, y como un mismo rostro en muchos espejos, más y menos claros y v erdaderos, se muestra por diferente manera, así Dios esta verdad de su Hijo, y la historia y cualidad de sus hechos, conforme a los pecados y mala disposición de aquella gente, así se la dijo algo encubierta y obscura. Y quiso hablarles así porque entendió que, para los que entre ellos eran y habían de ser buenos y fieles, aquello bastaba, y que a los contumaces perdidos no se les debía más luz.
Por manera que vio que a los unos aquella medianamente encubierta verdad les serviría de honesto ejercicio buscándola, y de santo deleite hallándola; y que eso mismo sería estropiezo y lazo para los otros, pero merecido estropiezo por sus muchos y graves pecados. Por los cuales caminando sin rienda, y aventajándose siempre a sí mismos, como por grados que ellos perd idamente se edificaron, llegaron a merecer este mal, que fue el sumo de todos: que teniendo delante de los ojos su vida abrazasen la muerte y que aborreciesen a su único suspiro y deseo, cuando le tuvieron presente; o por mejor decir, que viéndole no le viesen, ni le oyesen oyéndole, y que palpasen en las tinieblas estando rodeados de luz. Y merecieron, pecando, pecar más y llegar a cegarse, hasta poner las manos en Cristo, y darle muerte y negarle, y blasfemar de Él, que fue llegar al fin del pecado. ¿Levántoselo ahora yo, o no se lo dijo por Esaías Dios mucho antes? "Cegaré el corazón de este pueblo, y ensordecerles he los oídos, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan, y no se conviertan a Mí, ni los sane Yo (24)." Y que sirviese para esta ceguedad y sordez el hablarles Dios en figuras y en parábolas, manifiéstalo Cristo diciendo (25): "A vosotros es dado conocer el misterio del reino, pero a los demás en parábolas, para que viéndolo no lo vean, y oyéndolo no lo oigan."
Mas pues éstos son ciegos y sordos y porfían en serlo, dejémoslos en su ceguedad, y pasemos a declarar la fuerza de este brazo invencible.
Y diciendo esto Marcelo, y mirando hacia Sabino, añadió:
-Si a Sabino no le parece que queda alguna otra cosa por declarar.
Y dijo esto Marcelo, porque Sabino, en cuanto él hablaba, ya por dos veces había hecho significación de quererle preguntar algo, inclinándose a él con el cuerpo y enderezando el rostro y los ojos en él. Mas Sabino le respondió:
-Cosa era lo que se me ofrecía de poca import ancia, y ya me parecía dejarla. Mas pues me convidáis a que la diga, decidme, Marcelo, si fue pena de sus pecados en los judíos el hablarles Dios por figuras, y se cegaron en el entendimiento de ellas por ser pecadores, y si por haberse cegado desconociero n y trajeron a Jesucristo a la muerte, ¿podréisme por aventura mostrar en ellos algún pecado primero tan malo y tan grande, que mereciese ser causa de este último y gravísimo pecado que hicieron después?
-Excusado es buscar uno -respondió Marcelo - adonde hubo tan enormes pecados y tantos. Mas, aunque esto es así, no carece de razón vuestra pregunta, Sabino. Porque si atendemos bien a lo que por Moisés está escrito, podremos decir que en el pecado de la adoración del becerro merecieron, como en culpa principal, que permitiéndolo Dios, desconociesen y negasen a Cristo después. Y podremos decir que de aquella fuente manó aquesta mala corriente, que creciendo con otras avenidas menores, vino a ser un abismo de mal.
Porque si alguno quisiere pesar con peso justo y fiel todas las cualidades de mal, que en aquel pecado juntas concurren, conocerá luego que fue justamente merecedor de un castigo tan señalado, como es la ceguedad en que están, no conociendo a Jesús por Mesías, y como son los males y miserias en que h an incurrido por causa de ella. No quiero decir ahora que los había Dios sacado de la servidumbre de Egipto, y que los había abierto con nueva maravilla la mar, y que la memoria de estos beneficios la tenían reciente. Lo que digo, para verdadero conocimiento de su grave maldad, es aquesto: que en ese tiempo y punto volvieron las espaldas a Dios, cuando le tenían delante de los ojos presente encima de la cumbre del monte, cuando ellos estaban alojados a la falda del Siná, cuando veían la nube y el fuego, tes tigos manifiestos de su presencia; cuando sabían que Moisés estaba hablando con Él, cuando acababan de recibir la Ley, la cual ellos comenzaron a oír de su misma boca de Dios, y, movidos de un terror religioso, no se tuvieron por dignos para oírla del todo, y pidieron que Moisés por todos la oyese. Así que, viendo a Dios, se olvidaron de Dios, y, mirándole, le negaron, y teniéndole en los ojos, le borraron de la memoria.
Mas ¿por qué le borraron? No se puede decir más breve ni más encarecidamente que la Es critura lo dice (26): "Por un becerro que comía heno." Y aun no por becerro vivo que comía, sino por imagen de becerro que parecía comer, hecha por sus mismas manos en aquel punto. A aquél los desatinados dijeron (27): "Este, éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de la servidumbre de Egipto." ¿Qué flaqueza, pregunto, o qué desamor habían hallado en Dios hasta entonces? ¿O qué mayor fortaleza esperaban de un poco de oro mal figurado? ¿O qué palabras encarecen debidamente tan grande ceguedad y maldad? Pues los que tan de balde y tan por su sola malicia y liviandad increíble se cegaron allí, justísimo fue, y Dios derechamente lo permitió, que se cegasen aquí en el conocimiento de su único bien.
Y, porque no parezca que lo adivinamos ahora nosotros, Moisés en su Cántico y en persona de Dios, y hablando de aqueste mismo becerro de que hablamos, tan mal adorado, se le profetiza y dice de aquesta manera (28): "Estos me provocaron a mí en lo que no era Dios; pues yo los provocaré a ellos -conviene a saber, a envid ia y dolor- llamando a mi gracia, a la rica posesión de mis bienes, a una gente vil y que en su estima de ellos no es gente." Como diciéndoles que, por cuanto ellos le habían dejado por adorar un metal, Él los dejaría a ellos y abrazaría a la gentilidad, g ente muy pecadora y muy despreciada. Porque sabida cosa es, así como lo enseña San Pablo (29), que el haber desconocido a Cristo aquel pueblo fue el medio por donde se hizo aqueste trueque y traspaso, en que él quedó desechado y despojado de la religión verdadera y se pasó la posesión de ella a las gentes.
Mas traigamos a la memoria y pongamos delante de ella lo que entonces pasó y la que por orden de Dios hizo Moisés, que el mismo hecho será pintura viva y testimonio expreso de aquesto que digo. ¿No dice la Escritura (30) en aquel lugar que, abajando Moisés del monte, habiendo visto y conocido el mal recaudo del pueblo, "quebró, dando en el suelo con ellas, las tablas de la Ley, que traía en las menos"; y que el Tabernáculo, adonde descendía Dios y hablaba con Moisés, le sacó Moisés luego del real y de entre las tiendas de los hebreos, y lo asentó en otro lugar muy apartado de aquél? Pues ¿qué fue esto sino decir y profetizar desfiguradamente lo que en castigo y pena de aquel exceso había de suceder a los judíos después? Que el Tabernáculo donde mora perpetuamente Dios, que es la naturaleza humana de Jesucristo, que había nacido de ellos y estaba residiendo entre ellos, se había de alejar por su desconocimiento de entre los mismos, y que la Ley que les había dado y que ellos con tanto cuidado guardaban ahora, les había de ser, como es, cosa perdida y sin fruto, y que habían de mirar, como ven ahora, sin menearse de sus lugares y errores, las espaldas de Moisés, esto es, la sombra y la corteza de su Escritura. La cual, siendo de ellos, no vive con ellos, antes los deja y se pasa a otra parte delante de sus ojos, y mirándolo con grave dolor. Así que por sus pecados todos, y entre todos por este del becerro, que digo, fueron merecedores de que ni Dios les hablase a la clara, ni ellos tuviesen vista para entender lo que se les hablaba.
Mas pues habemos dicho acerca de esto todo lo que convenía decir, digamos ya la cualidad de este Brazo y aquello a que se extiende su fuerza.
Y como se callase Marcelo aquí un poco, tornó luego a decir:
-De Lactancio Firnliano se escribe, como sabéis, que tuvo más vigor escribiendo contra los errores gentiles que eficacia confirmando nuestras verdades, y que convenció mejor el error ajeno que probó su propósito. Mas yo, aunque no le conviene a ninguno prometer nada de sí, confiado de la naturaleza de las mismas cosas, oso esperar que si acertare a decir con palabras sencillas las hazañas que hizo Dios por medio de Cristo y las obras de fortaleza, cuya causa se llama su Brazo, que por él acabó, ello mismo hará prueba de sí tan eficaz, que sin otro argumento se esforzará a sí mismo y se demostrará que es verdadero, y convencerá de falso a lo contrario. Y para que yo pueda ahora, refiriendo aquestas obras, mostrar la fuerza de ellas mejor, antes que las refiera, me conviene presuponer que a Dios, que es infinitamente fuerte y poderoso, y que para Él hacer le basta sólo el querer, ninguna cosa que hiciese le sería contada a gran valentía, si la hiciese usando de su poder absoluto, y de la ventaja que hace a todas las demás cosas en fuerzas.
Por donde lo grande y lo que más espanto nos pone y lo que más nos demuestra lo inmenso de su no comprensible poder y saber, es cuando hace sus cosas sin parecer que las hace; y cuando trae a debido fin lo que ordena, sin romper alguna ley ordenada y sin hacer violencia; y cuando sin poner Él en ello, a lo que parece, su particular cuidado o sus manos; ello de sí mismo se hace; ante con las manos mismas y con los hechos de los que lo desean impedir y se trabajan en impedirlo, no sabréis cómo ni de qué manera viene ello casi de suyo a hacerse. Y es propia manera esta de la fortaleza a quien la prudencia acompaña. Y en la prudencia; lo más fino de ella y en lo que más se señala, es el dar orden cómo se v enga a fines extremados y altos y dificultosos por medios comunes y llanos, sin que en ellos se turbe en los demás el buen orden. Y Dios se precia de hacerlo así siempre, porque es en lo que más se descubre y resplandece su mucho saber.
Y entre los hombre s, los que gobernaron bien, siempre procuraron, cuanto pudieron, avecinar a esta imagen de gobierno sus ordenanzas. La cual imagen apenas la imitan ni conocen los que el día de hoy gobiernan y con otras muchas cosas divinas, de las cuales ahora tenemos solamente la sombra; también se ha perdido la fineza de aquesta virtud en los que nos rigen, que atentos muchas veces a un fin particular que pretenden, usan de medios y ponen leyes que estorban otros fines mayores, y hacen violencia a la buena gobernación en cien cosas, por salir con una cosa sola que les agrada.
Y aun están algunos tan ciegos en esto, que entonces presumen de sí, cuando con leyes, que cada una de ellas quebranta otras leyes mejores, estrechan el negocio de tal manera, que reducen a lance fo rzoso lo que pretenden. Y cuando suben, como dicen, el agua por una torre, entonces se tienen por la misma prudencia y por el dechado de toda la buena gobernación, como -si sirviera para nuestro propósito- lo que pudiera yo agora mostrar por muchos ejemplo s.
Pues quedando esto así, para conocer claramente las grandezas que hizo Dios por este Brazo suyo, convendrá poner delante los ojos la dificultad y la muchedumbre de las cosas que convenía y era necesario que fuesen hechas por Dios para la salud de los hombres; porque, conocido lo mucho y dificultoso que se había de hacer, y la contrariedad que ella entre sí mismo tenía, y conocido cómo las unas partes de ello impedían la ejecución de las otras; y vista la forma y facilidad, y, si conviene decirlo así, la destreza con que Dios por Cristo proveyó a todo y lo hizo como de un golpe, quedará manifiesta la grandeza del poder de Dios, y la razón justísima que tiene para llamar a Cristo Brazo suyo y valentía suya.
Decíamos, pues, hoy, que Lucifer, enamorado vanamente de sí, apeteció para sí lo que Dios ordenaba para honra del hombre en Jesucristo. Y decíamos que, saliendo de la obediencia y de la gracia de Dios por esta soberbia, y cayendo de felicidad en miseria, concibió enojo contra Dios y mortal envidia contra los hombres. Y decíamos que, movido y aguzado de aquestas pasiones, procuró poner todas sus mañas e ingenio en que el hombre, quebrantando la ley de Dios, se apartase de Dios para que, apartado de él, ni el hombre viniese a la felicidad que se le aparejaba, ni Dios trujese a fin próspero su determinación y consejo; y que así persuadió al hombre que pasase el mandamiento de Dios, y que el hombre le traspasó; y que, hecho esto, el demonio se tuvo por vencedor, porque sabía que Dios no podía no cumplir su p alabra, y que su palabra era que muriese el hombre el día que traspasase su Ley. Pues digo ahora, añadiendo sobre esto lo que para aquesto de que vamos hablando conviene, que, destruido el hombre y puesto por esta manera en desorden y en confusión el consejo de Dios, y quedando contento de sí y de su buen suceso el demonio, pertenecía al honor y a la grandeza de Dios que volviese por sí, y que pusiese en todo conveniente remedio; y ofrecíanse juntamente grande muchedumbre de cosas diferentes, y casi contrarias entre sí, que pedían remedio.
Porque lo primero, el hombre había de ser castigado y había de morir, porque de otra manera no cumplía Dios ni con su palabra ni con su justicia. Lo segundo, para que no careciese de efecto el consejo primero, había de vivir el hombre y había de ser remediado. Lo tercero, convenía también que Lucifer fuese tratado conforme a lo que merecía su hecho y osadía, en la cual había mucho que considerar, porque, lo uno fue soberbio contra Dios; lo otro, fue envidioso del hombre. Y en lo que con el hombre hizo, no sólo pretendió apartarle de Dios, sino sujetarle a su tiranía, haciéndose él señor y cabeza por razón del pecado. Y demás de esto procedió en ello con maña y engaño, y quiso como en cierta manera competir con Dios en sabid uría y consejo, y procuró como atarle con sus mismas palabras, y con sus mismas armas vencerle. Por lo cual, para que fuese conveniente el castigo de estos excesos, y para que se fuesen respondiendo bien la pena y la culpa, la pena justa de la soberbia que Lucifer tuvo, era que al que quiso ser uno con Dios, lo hiciese Dios siervo y esclavo del hombre. Y asimismo, porque el dolor de la envidia es la felicidad de aquello que envidia, la pena propia del demonio, envidioso del hombre, era hacer al hombre bienaventurado y glorioso. Y la osadía de haber cutido con Dios en el saber y en el aviso, no recibía su debido castigo sino haciendo Dios que su aviso y su astucia del demonio fuese su mismo lazo, y que perdiese a sí y a su hecho por aquello mismo por donde lo pensaba alcanzar, y que se destruyese pensando valerse.
Y, en consecuencia de esto, si se podía hacer, convenía mucho a Dios hacerlo, que el pecado y la muerte, que puso el demonio en el hombre para quitarle su bien, fuesen lo uno ocasión, y lo otro causa de su mayor bienandanza, y que viviese verdaderamente el hombre, por haber habido muerte, y por haber habido miseria y pena y dolor, viniese a ser verdaderamente dichoso; y que la muerte y la pena, por donde a los hombres les viniese este bien, la ordenase y la trujese a debida ejecución el demonio, poniendo en ella todas sus fuerzas, como en cosa que según su imaginación le importaba. Y sobre todo cumplía que en la ejecución y obra de todo aquesto que he dicho, no usase Dios de su absoluto poder, ni quebrantase la suave orden y trabazón de sus leyes, sino que, yéndose el mundo como se va y sin sacarle de madre, se viniese haciendo ello mismo.
Esto, pues, había en la maldad del demonio y en la miseria y caída del hombre, y en el respeto de la honra de Dio s; y cada una de estas cosas, para ser debidamente o castigada o remediada, pedía la orden que he dicho, y no cumplía consigo misma y con su reputación y honor la potencia divina, si en algo de esto faltaba, o si usaba, en la ejecución de ello, de su poder absoluto.
Mas pregunto, ¿qué hizo? ¿Enfadóse por aventura de un negocio tan enredado, y apartó su cuidado de él enfadándose? En ninguna manera. ¿Dio por cosa salida y remedio a lo uno y dejó sin medicina a lo otro, impedido de la dificultad de las cosas? Antes puso recaudo en todas. ¿Usó de su absoluto poder? No, sino de suma igualdad y justicia.
¿Fueron por dicha grandes ejércitos de ángeles los que juntó para ello? ¿Movió guerra al demonio a la descubierta y en batalla campal y partida le venció y le quitó la presa? Con sólo un hombre venció. ¿Qué digo un hombre? Con sólo permitir que el demonio pusiese a un hombre en la cruz y le diese allí muerte, trujo a felicísimo efecto todas las cosas que arriba dije, juntas y enteras.
Porque verdaderamente fue así, que sólo el morir Cristo en la cruz, adonde subió por su permisión, y por las manos del demonio y de sus ministros, por ser persona divina la que murió, y por ser la naturaleza humana en que murió inocente y de todo pecado libre, y santísima y perfectísima naturaleza, y por ser naturaleza de nuestro metal y linaje, y naturaleza dotada de virtud general y de fecundidad para engendrar nuevo ser y nacimiento en nosotros, y por estar nosotros en ella por esta causa como encerrados, así que aquella muerte p or todas aquestas razones y títulos, conforme a todo rigor de justicia, bastó por toda la muerte a que estaba el linaje humano obligado por justa sentencia de Dios, y satisfizo cuanto es de su parte por todo el pecado, y puso al hombre no sólo en libertad del demonio, sino también en la inmortalidad y gloria y posesión de los bienes de Dios.
Y porque puso el demonio las manos en el inocente, y en aquel que por ninguna razón de pecado le estaba sujeto, y pasó ciego la ley de su orden, perdió justísimamente el vasallaje que sobre los hombres por su culpa de ellos tenía, y le fueron quitados, como en entre las uñas, mil queridos despojos y él mereció quedar por esclavo sujeto de aquel que mató; y el que murió, por haber nacido sin deber nada a la muerte, no sólo en su persona, sino también en las de sus miembros, acocea como a siervo rebelde y fugitivo al demonio. Y quedó de esta manera, por pura ley, aquel soberbio y aquel orgulloso y aquel enemigo y sangriento tirano abatido y vencido. Y el que mala y engañosamente al sencillo y flaco hombre, prometiéndole bien, había hecho su esclavo, es ahora pisado y hollado del hombre, que es ya su señor por el merecimiento de la muerte de Cristo. Y para que el malo reviente de envidia, aquellos mismos a quien envidió y quitó el paraíso en la tierra, en Cristo los ve hechos una misma cosa con Dios en el cielo.
Y porque presumía mucho de su saber, ordenó Dios que él por sus mismas manos se hiciese a sí mismo aquesta gran mal; y con la muerte que él había introducido en el mundo, dándola a Cristo, dio muerte a sí y dio vida al mundo. Y cuando más el desventurado rabiase y se despechare, y ansioso se volviere a mil partes, no podrá formar queja si no es de sí solo, que, buscando la muerte a Cristo, a sí se derrocó a la miseria extrema; y al hombre que aborrecía, sacándole de esta miseria extrema, le levantó a gloria soberana; y esclareció y engrandeció por extremo el poder y saber de Dios, que es lo que más al enemigo le duele.
¡ Oh grandeza de Dios nunca oída ! ¡ Oh sola verdadera muestra de su fuerza infinita y de su no medido saber!
¿Qué puede calumniar aquí ahora el judío? ¿O qué armas le quedan con que pueda defender más su error? ¿Puede negar que pecó el primer hombre? ¿No estaban todos los hombres sujetos a muerte y a miseria, y como cautivos de sus pecados?
¿Negará que los demonios tiranizaban el mundo? ¿O dirá por ventura que no le tocaba al honor y bondad de Dios poner remedio en este mal, y volver por su causa, y derrocar al demonio, y redimir al hombre y sacarle de una cárcel tan fiera? ¿O será menor hazaña y grandeza vencer este león, o menos digna de Dios, que poner en huida los escuadrones humanos y vencer los ejércitos de los hombres mortales? ¿O hallará, aunque más se desvele, manera más eficaz, más cabal, más sabia, más honrosa, o en quien más resplandezca toda la sabiduría de Dios que esta de que, como decimos. usó, y de que usó en realidad de verdad por medio del esfuerzo y de la sangre y de la obediencia de Cristo? O, si son famosos entre los hombres y de claro nombre, los capitanes que vencen a otros, ¿podrá negar a Cristo, infinito y esclarecidísimo nombre de virtud y valor, que acometió por sí solo una tan alta empresa, y al fin le dio cima?
Pues todo aquesto que habemos dicho obró y mereció Cristo muriendo. Y después de muerto, poniéndolo en ejecución, despojó luego el infierno bajando a él, y pisó la soberbia de Lucifer y encadenóle, y volviendo el tercero día a la vida para no morir más, rodeado de sus despojos, subió triunfando al cielo, de donde el soberbio cayera; y colocó nuestra sangre y nuestra carne en el lugar que el malvado apeteció a la diestra de Dios. Y hecho señor, en cuanto hombre, de todas las criaturas, y juez y salud de ellas, para poner en efecto en ellas y en nosotros mismos la eficacia de su remedio, y para llevar a sí y subir a su mismo asiento a sus miembros, y para al fuerte tirano, que encadenó y despojó en el infierno, quitarle la posesión malvada y de la adoración injusta que se usurpaba en la tierra, envió desde el cielo al suelo su Espíritu sobre sus humildes y pequeños discípulos; y, armándolos contra él, les mandó mover guerra contra los tiranos y adoradores de ídolos y contra los sabios vanos y presuntuosos, que tenía por ministros suyos el demonio en el mundo. Y como hacen los grandes maestros, que lo más dificultoso y más principal de las obras lo hacen ellos por sí y dejan a sus obreros lo de menos trabajo, así Cristo, vencido que hubo por sí y por su persona el espíritu de la maldad, dio a los suyos que moviesen guerra a s us miembros. Los cuales discípulos la movieron osadamente, y la vencieron más esforzadamente, y quitaron la posesión de la tierra al príncipe de las tinieblas, derrocando por el suelo su adoración y su silla.
Mas ¡cuántas proezas comprende en sí aquesta p roeza! Y aquesta nueva maravilla, ¡cuántas maravillas encierra! Pongamos delante de los ojos del entendimiento lo que ya vieron los ojos del cuerpo; y lo que pasó en hecho de verdad en el tiempo pasado, figurémoslo ahora. Pongamos de una parte doce hombre s desnudos de todo lo que el mundo llama valor, bajos de suelo, humildes de condición, simples en las palabras, sin letras, sin amigos, y sin valedores; y luego, de la otra parte, pongamos toda la monarquía del mundo, y las religiones -o persuasiones de re ligión- que en él estaban fundadas por mil siglos pasados, y los sacerdotes de ellas y los templos, y los demonios que en ellos eran servidos, y las leyes de los príncipes y las ordenanzas de las repúblicas y comunidades, y los mismos príncipes y repúblicas; que es poner aquí doce hombres humildes, y allí todo el mundo, y todos los hombres y todos los demonios con todo su saber y poder.
Pues una maravilla es, y maravilla que si no se viera por vista de ojos jamás se creyera, que tan pocos osasen mover contra tantos; y, ya que movieron, otra maravilla es que, en viendo el fuego que contra ellos el enemigo encendía en los corazones contrarios, y en viendo el coraje y fiereza y amenazas de ellos, no desistiesen de su pretensión. Y maravilla es que tuviese ánimo un hombre pobrecillo y extraño de entrar en Roma, digamos ahora, que entonces tenía el cetro del mundo y era la casa y la morada donde se asentaba el imperio; así que, osase entrar en la majestad de Roma un pobre hombre, y decir a voces en sus plazas de ella que eran demonios sus ídolos y que la religión y manera de vida que recibieron de sus antepasados era vanidad y maldad. Y maravilla es que una tal osadía tuviese suceso; y que el suceso fuese tan feliz como fue, es maravilla que vence el sentido. Y s i estuvieran las gentes obligadas por sus religiones a algunas leyes dificultosas y ásperas, y si los apóstoles los convidaran con deleite y soltura, aunque era dificultoso mudarse todos los hombres de aquello en que habían nacido, y aunque el respeto de los antepasados de quien lo heredaron, y la autoridad y dicho de muchos excelentes en elocuencia y en letras que lo aprobaron, y toda la costumbre antigua inmemorial, y sobre todo el común consentimiento de las naciones todas que convenían en ello, las hacía tenerlo por firme y verdadero; pero aunque romper con tantos respetos y obligaciones era extrañamente difícil, todavía se pudiera creer que el amor demasiado con que la naturaleza lleva a cada uno a su propia libertad y contento había sido causa de una s emejante mudanza.
Mas fue todo al revés; que ellos vivían en vida y religión libre, y que alargaba la rienda a todo lo que pide el deseo; y los apóstoles, en lo que toca a la vida, los llamaban a una suma aspereza, a la continencia, al ayuno, a la pobreza , al desprecio de todo cuanto se ve; y en lo que toca a la creencia, les anunciaban lo que a la razón humana parece increíble, y decíanles que no tuviesen por dioses a los que les dieron por dioses sus padres, y que tuviesen por Dios y por Hijo de Dios a u n hombre, a quien los judíos dieron muerte de cruz. Y el muerto en la cruz dio vigor no creíble a esta palabra. Por manera que aqueste hecho, por dondequiera que le miremos, es hecho maravilloso; maravilloso en el poco aparato con que se principió; maravilloso en la presteza con que vino a crecimiento, y más maravilloso en el grandísimo crecimiento a que vino; y, sobre todo, maravilloso en la forma y manera como vino. Porque si sucediera así, que algunos, persuadidos al principio por los apóstoles, y por aquéllos persuadiéndose otros, y todos juntos y hechos un cuerpo, y con las armas en la mano se hicieran señores de una ciudad, y de allí peleando sujetaran a sí la comarca, y poco a poco cobrando más fuerzas ocuparan un reino, y como a Roma le aconteció, q ue, hecha señora de Italia, movió guerra a toda la tierra, así ellos, hechos poderosos y guerreando, vencieran al mundo y le mudaran sus leyes; si así fuera, menos fuera de maravillar. Así subió Roma a su imperio, así también la ciudad de Cartago vino a alcanzar grande poder; muchos poderosos reinos crecieron de semejantes principios; la secta de Mahoma, falsísima, por este camino ha cundido, y la potencia del turco, de quien ahora tiembla la tierra, principio tuvo de ocasiones más flacas; y, finalmente, de esta manera se esfuerzan y crecen y sobrepujan los hombres unos a otros.
Mas nuestro hecho, porque era hecho verdaderamente de Dios, fue por muy diferente camino. Nunca se juntaron los apóstoles, y los que creyeron a los apóstoles, no fue para acometer, sino para padecer y sufrir; sus armas no fueron hierro sino paciencia jamás oída; morían, y muriendo vencían. Cuando caían en el suelo degollados nuestros maestros, se levantaban nuevos discípulos, y la tierra, cobrando virtud de su sangre, producía nuevos frutos de fe. Y el temor y la muerte, que espanta naturalmente y aparta, atraía y acodiciaba a las gentes a la fe de la Iglesia. Y como Cristo, muriendo, venció, así, para mostrarse Brazo y valentía verdadera de Dios, ordenó que hiciese alarde el demonio de todos sus miembros, y que los encendiese en crueldad cuanto quisiese, armándolos con hierro y con fuego; y no les embotó las espadas como pudiera, ni se las quitó de las manos, ni hizo a los suyos con cuerpos no penetrables al hierro, como dicen de Aquiles sino antes se los puso como suelen decir en las uñas, y les permitió que ejecutasen en ellos toda su crueza y fiereza. Y lo que vence a toda razón, muriendo los fieles, y los infieles dándoles muerte diciendo los infieles: ¡Matemos!, y los fieles dicie ndo: "¡Muramos!", pereció totalmente la infidelidad, y creció la fe y se extendió cuanto es grande la tierra.
Y venciendo siempre, a lo que parecía, nuestros enemigos, quedaron no sólo vencidos, sino consumidos del todo y deshechos, como lo dice por hermo sa manera Zacarías, profeta (31): "Y será éste el azote con que herirá el Señor a todas las gentes que tomaren armas contra Jerusalén. La carne de cada uno, estando Él levantado y sobre sus pies, deshecha se consumirá, y también sus ojos dentro de sus cuencas sumidos serán hechos marchitos, y secaráseles la lengua dentro de la boca." Adonde, como veis, no se dice que había de poner otro alguno las manos en ellos para darles la muerte, sino que ellos de suyo se habían de consumir y secar y venir a menos, como acontece a los éticos, y que habían de venir a caerse de suyo, y esto al parecer no derrocados por otros, sino estando levantados y sobre sus pies. Porque siempre los enemigos de la Iglesia ejecutaron su crueldad contra ella, y quitaron a los fieles cuantas veces quisieron las vidas, y pisaron victoriosos sobre la sangre cristiana; mas también aconteció siempre que, cayendo los mártires, venían al suelo los ídolos, y se consumían los martirizadores gentiles, y multiplicándose con la muerte de los unos la fe de los otros, se levantaban y acrecentaban los fieles, hasta que vino a reinar en todos la fe.
Vengan ahora, pues, los que se ceban de sólo aquello que el sentido aprehende, y los que, esclavos de la letra muerta esperan batallas y triunfos y señoríos de tierra, porque algunas palabras lo suenan así; y si no quieren creer la victoria secreta y espiritual, y la redención de las ánimas que servían a la maldad y al demonio, que obró Cristo en la cruz, porque no se ve con los ojos, y porque ni ellos para verlo tienen los ojos de fe que son menester, esto a lo menos que pasó y pasa públicamente, y que lo vio todo el mundo, la caída de los ídolos y la sujeción de todas las gentes a Cristo y la manera como las sujetó y las venció; pues vengan y dígannos si le s parece aqueste hecho pequeño o usado o visto otra vez, o siquiera imaginado como posible el poder de este hecho, antes que por el hecho se viese Dígannos si responde mejor con las promesas divinas, y si las hinche más este vencimiento, y si es más digno de Dios que las armas que fantasea su desatino. ¿Qué victoria, aunque junten en uno todo lo próspero en armas, y lo victorioso y valeroso que ha habido, traída con esta victoria a comparación, tiene ser? ¿Qué triunfo o qué carro vio el sol que iguale con éste? ¿Qué color les queda ya a los miserables, o qué apariencia para perseverar en su error?
Yo persuadido estoy para mí, y téngolo por cosa evidente que sola esta conversión del mundo, considerada como se debe pone la verdad de nuestra religión fuera de toda duda y cuestión, y hace argumento por ella tan necesario que no deja respuesta a ninguna infidelidad, por aguda y maliciosa que sea; sino que, por más que se aguce y esfuerce, la doma y la ata y la convence; y es argumento breve y clarísimo, y que se compone todo él de lo que toca el sentido.
Porque ruégoos, Juliano y Sabino, que me digáis, y si mi ingenio por su flaqueza no pasa adelante, tended vosotros la vista aguda de los vuestros, que quizá veréis más; así que decidme, hablando ahora de Cristo y de las cosas y obras suyas que a todas las gentes así fieles como infieles fueron notorias, así las que hizo Él por sí en su vida, como las que hicieron sus discípulos de Él después de su muerte; decidme: ¿no es evidente a todo entendimiento, por más ciego que sea, que aquello se hizo o por virtud de Dios o por virtud del demonio, y que ninguna fuerza de hombre, no siendo favorecido de alguna otra mayor, no era poderosa para hacer lo que, viéndolo todos, hicieron Cristo y los suyos? Evidente es esto, sin duda; porque aquellas obras maravillosas que las historias de los mismos infieles publican, y la conversión de toda la gentilidad que es notoria a todos ellos y fue la más milagrosa obra de todas; así que estas maravillas y milagros tan grandes, necesaria cosa es decir que fueron o falsos o verdaderos milagros; y si falsos, que los hizo el demonio, y, si verdaderos, que los obró Dios.
Pues siendo esto así como es, si fuere evidente que no los hizo el poder del demonio, quedará convencido que Dios los obró. Y es evidente que no los hizo el demonio, porque por ellos, como todas las gentes lo vieron, fue destruido el demonio y su poder y el señorío que tenía en el mundo, derrocándole los hombres sus templos, y negándole el culto y servicio que le daban antes y blasfemando de él. Y lo que pasó entonces en toda la redondez del orbe romano, pasó en la edad de nuestros padres, y pasa ahora en la nuestra, y por vista de ojos lo vemos en el mundo nuevamente hallado; en el cual, desplegando por él su victoriosa bandera la palabra del Evangelio, destierra por dondequiera que pasa la adoración de los ídolos.
Por manera que Cristo o es Brazo de Dios, o es poder del demonio. Y no es poder del demonio, como es evidente, porque deshace y arruina el poder del demonio. Luego evidentemente es Brazo de Dios.
¡Oh, cómo es luz la verdad, y cómo ella misma se dice y defiende y sube en alto y resplandece y se pone en lugar seguro y libre de contradicción! ¿No veis con cuán simples y breves palabras la pura verdad se concluye? Que torno a decirlo otra y tercera vez. Si Cristo no fue error del demonio, de necesidad se concluye que fue Luz y Verdad de Dios, porque entre ello no hay medio. Y si Cristo destruyó el ser y saber y poder del demonio, como de hecho le destruyó, evidente es que no fue ministro ni fautor del demonio.
Humíllese, pues, a la verdad la infidelidad, y convencida, confiese que Cristo, nuestro bien, no es invención del demonio, sino verdad de Dios y fuerza suya y su justicia y su valentía, y su nombrado y poderoso Brazo, el cual, si tan valeroso nos parece en esto que ha hecho, en lo que le resta por hacer y nos tiene prometido de hacerlo, ¿qué nos parecerá cuando lo hiciere y cuando, como escribe San Pablo (32), "dejare vacías -esto es, depusiese de su ser y valor- a t odas las potestades y principados", sujetando a sí su poder enteramente todas las cosas, para que reine Dios en todas ellas; cuando diere fin al pecado, y acabare la muerte, y sepultare en el infierno para nunca salir de allí la cabeza y el cuerpo del mal?
Mucho más es lo que se pudiera decir acerca de este propósito; mas para dar lugar a lo que nos resta, basta lo dicho y aun sobra, a lo que parece, según es grande la priesa que se da el sol en llevarnos el día.
Aquí Juliano, levantando los ojos, miró hacia el sol que ya se iba a poner, y dijo:
-Huyen las horas, y casi no las habemos sentido pasar, detenidos, Marcelo, con vuestras razones; mas para decir lo demás que os placiere, no será menos conveniente la noche templada, que ha sido el día caluroso.
-Y más -dijo encontinente Sabino- que, como el sol se fuere a su oficio, vendrá luego en su lugar la luna, y el coro resplandeciente de las estrellas con ella, que, Marcelo, os harán mayor auditorio, y callando con la noche todo y hablando sólo vos os escucharán atentísimas. Vos mirad no os halle desapercibido un auditorio tan grande.
Y diciendo esto y desplegando el papel, sin atender más respuesta, leyó:
Luis de León - Nombres de Cristo - PADRE DEL SIGLO FUTURO