El presbiterado, participación ministerial en el sacerdocio de
Cristo (31.III.1993)
1. Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis, dedicadas al
presbiterado y a los presbíteros, que, como es bien sabido, son los
más íntimos colaboradores de los obispos, de cuya consagración y
misión sacerdotal participan. Desarrollaré el tema fundándome
continuamente en los textos del Nuevo Testamento y siguiendo la línea
del concilio Vaticano II, como suelo hacer en estas catequesis. Quiero
iniciar la exposición del tema con el alma rebosante de afecto hacia
estos íntimos colaboradores del orden episcopal, a quienes siento muy
cerca y amo en el Señor, como afirmé ya desde el principio de mi
pontificado y, de manera especial, en mi primera carta a los sacerdotes
de todo el mundo, escrita el Jueves Santo de 1979.
2. Es preciso advertir que el sacerdocio, en todos sus grados, y por
consiguiente tanto en los obispos como en los presbíteros, es una
participación del sacerdocio de Cristo que, según la carta a los
Hebreos, es el único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza, que
se ofreció a si mismo de una vez para siempre con un sacrificio de
valor infinito, que permanece inmutable y perenne en el centro de la
economía de la salvación (cf. Hb 7, 24.28). No existe ni la necesidad
ni la posibilidad de otros sacerdotes además de .o junto a. Cristo, el
único mediador (cf. Hb 9, 15; Rm 5, 15.19;1 Tm 2, 5), punto de
unión y reconciliación entre los hombres y Dios (cf. 2 Co 5, 14.20), el
Verbo hecho carne, lleno de gracia (cf. Jn 1, 1.18), verdadero y
definitivo hieréus, sacerdote (cf. Hb 5, 6; 10, 21), que en la tierra llevó
a cabo la destrucción del pecado mediante su sacrificio (Hb 9, 26), y
en el cielo sigue intercediendo por sus fieles (cf. Hb 7, 25), hasta que
lleguen a la herencia eterna conquistada y prometida por él. Nadie
más, en la nueva alianza, es hieréus en el mismo sentido.
3. La participación en el único sacerdocio de Cristo, que se ejerce en
diversos grados, fue voluntad del mismo Cristo, quien quiso que
existieran en su Iglesia funciones diferentes, como se requiere en un
cuerpo social bien organizado, y para la función directiva estableció
ministros de su sacerdocio (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.
1554). A éstos les confirió el sacramento del orden para constituirlos
oficialmente sacerdotes que obran en su nombre y con su poder,
ofreciendo el sacrificio y perdonando los pecados. Así pues .observa
el Concilio., enviados los Apóstoles como él fuera enviado por su
Padre, Cristo, por medio de los mismos Apóstoles, hizo partícipes de
su propia consagración y misión a los sucesores de aquéllos, que son
los obispos, cuyo cargo ministerial, en grado subordinado, fue
encomendado a los presbíteros, a fin de que, constituidos en el orden
del presbiterado, fuesen cooperadores del orden episcopal para
cumplir la misión apostólica confiada por Cristo (Presbyterorum
ordinis, 2; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.1562).
Esa voluntad de Cristo aparece claramente en el Evangelio, que nos
refiere cómo Jesús atribuyó a Pedro y a los Doce una autoridad
suprema en su Iglesia, pero quiso colaboradores para el cumplimiento
de su misión. Es significativo lo que nos dice el evangelista Lucas:
Jesús, después de haber enviado en misión a los Doce (cf. 9, 1.6),
manda un número aún mayor de discípulos, como para dar a entender
que la misión de los Doce no basta en la obra de la evangelización.
Designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos os
delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir (Lc
10,1).
Sin duda, este paso es sólo una prefiguración del ministerio que Cristo
instituiría formalmente más tarde, pero manifiesta ya la intención del
Maestro divino de introducir un número notable de colaboradores en
el trabajo de la viña. Jesús eligió a los Doce de entre un grupo más
amplio de discípulos (cf. Lc 6, 12.13). Estos discípulos, según el
significado que tiene el término en los textos evangélicos, no son
solamente los que creen en Jesús, sino los que lo siguen, quieren
recibir su enseñanza de Maestro y dedicarse a su obra. Y Jesús los
compromete en su misión. Según san Lucas, precisamente en esta
circunstancia Jesús dijo aquellas palabras: La mies es mucha y los
obreros, pocos (10, 2). Así quería indicar que, según su pensamiento,
vinculado a la experiencia del primer ministerio, el número de los
obreros era demasiado pequeño. Y no lo era sólo por entonces, sino
en todos los tiempos, incluido el nuestro, en el que el problema se ha
agravado notablemente. Debemos afrontarlo sintiéndonos estimulados
y, al mismo tiempo, confortados por esas palabras y .se podría decir.
por aquella mirada de Jesús tendida hacia los campos en los que hacen
falta obreros para la siega. Jesús dio ejemplo con su iniciativa, que
podríamos definir de promoción vocacional: envió a los setenta y dos
discípulos, además de haber enviado a los doce Apóstoles.
4. Según refiere el Evangelio, Jesús asigna a los setenta y dos
discípulos una misión semejante a la de los Doce: los discípulos son
enviados para anunciar la llegada del reino de Dios. Realizarán esa
predicación en nombre de Cristo, con su autoridad: 'Quien a vosotros
os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me
rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado" (Lc
10, 16).
Los discípulos reciben, como los Doce (cf. Mc 6, 7; Lc 9, 1), el poder
de arrojar los espíritus malignos, hasta el punto de que, después de sus
primeras experiencias, le dicen a Jesús: "Señor, hasta los demonios se
nos someten en tu nombre" ". Jesús mismo confirma ese poder: "Yo
veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el
poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del
enemigo..."(Lc 10, 17.19). También para ellos, se trata de participar
con los Doce en la obra redentora del único sacerdote de la nueva
Alianza, Cristo, que quiso conferirles también a ellos una misión y
poderes semejantes a los de los Doce. La institución del presbiterado,
por consiguiente, no responde sólo a una necesidad práctica de los
obispos, a quienes hacen falta colaboradores, sino que deriva de una
intención explícita de Cristo.
5. De hecho, vemos que, ya en los primeros tiempos del cristianismo,
los presbíteros (presbyteroi) están presentes y tienen funciones en la
Iglesia de los Apóstoles y de los primeros obispos, sus sucesores (cf.
Hch 11,30; 14, 23; 15,2. 4. 6. 22. 23. 41; 16, 4; 20, 17; 21, 18;1 Tm
4, 14; 5, 17.19; Tt 1, 5; St 5,14;1 P 5, 1. 5; 2 Jn 1; 3 Jn 1). En estos
libros del Nuevo Testamento, no siempre resulta fácil distinguir a los
presbíteros de los obispos, por lo que se refiere a las tareas que se les
atribuyen; pero en seguida se van dibujando, ya en la Iglesia de los
Apóstoles, las dos clases de personas que participan en la misión y el
sacerdocio de Cristo, y que luego vuelven parecer y se especifican
mejor en las obras de los escritores post.apostólicos (como la Carta a
los Corintios del Papa san Clemente, las Cartas de san Ignacio de
Antioquía, el Pastor de Hermas, etc.), hasta que, en el lenguaje
difundido en la Iglesia establecida en Jerusalén, en Roma y en las
demás comunidades de Oriente y Occidente, se termina por reservar
el nombre de obispo al jefe y pastor único de la comunidad, mientras
que el de presbítero designa a un ministro que actúa bajo la
dependencia del obispo.
6. Siguiendo esa línea de la tradición cristiana y de acuerdo con la
voluntad de Cristo atestiguada en el Nuevo Testamento, el concilio
Vaticano II habla de los presbíteros como de ministros que no poseen
la cumbre del pontificado y, en el ejercicio de su potestad, dependen
de los obispos, pero por otra parte están unidos a ellos "en el honor
del sacerdocio, (Lumen Gentium, 28; cf. Catecismo de la Iglesia
católica, n. 1564). Esta unión se funda en el sacramento del orden: "El
ministerio de los presbíteros, por estar unido con el orden episcopal,
participa de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y
gobierna su cuerpo" (Presbyterorum ordinis, 2; cf. Catecismo de la
Iglesia católica, n. 1563).
También los presbíteros llevan en sí mismos "la imagen de Cristo,
sumo y eterno sacerdote" (Lumen Gentium, 28). Por tanto, participan
de la autoridad pastoral de Cristo: y ésta es la característica específica
de su ministerio, fundada en el sacramento del orden, que se les ha
conferido. Como leemos en el decreto Presbyterorum ordinis, "el
sacerdocio de los presbíteros supone, desde luego, los sacramentos
de la iniciación cristiana; sin embargo, se confiere por aquel especial
sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu
Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran
con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona
de Cristo cabeza" (n. 2; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1563).
Ese carácter, conferido con la unción sacramental del Espíritu Santo,
en los que lo reciben es signo de una consagración especial, con
respecto al bautismo y a la confirmación; de una configuración más
profunda a Cristo sacerdote, que los hace sus ministros activos en el
culto oficial a Dios y en la santificación de sus hermanos; y de los
poderes ministeriales que han de ejercer en nombre de Cristo, cabeza
y pastor de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn.
1581.1584).
7. El carácter es también signo y vehículo, en el alma del presbítero, de
las gracias especiales que necesita para el ejercicio del ministerio,
vinculadas a la gracia santificante que el orden comporta como
sacramento, tanto en el momento de ser conferido como a lo largo de
todo su ejercicio y desarrollo en el ministerio. Así pues, envuelve e
implica al presbítero en una economía de santificación, que el mismo
ministerio comporta en favor de quien lo ejerce y de quienes se
benefician de él en los varios sacramentos y en las demás actividades
que realizan sus pastores. La Iglesia entera recibe los frutos de las
santificación llevada a cabo por el ministerio de los
presbíteros.pastores: tanto de los diocesanos, como de los que, con
cualquier título y de cualquier manera, una vez recibido el orden
sagrado, realizan su actividad en comunión con los obispos diocesanos
y con el Sucesor de Pedro.
8. La ontología profunda de la consagración del orden y el dinamismo
de santificación que comporta en el ministerio excluyen, ciertamente,
toda interpretación secularizante del ministerio presbiteral, como si el
presbítero se hubiera de dedicar simplemente a la instauración de la
justicia o a la difusión del amor en el mundo. El presbítero es
ontológicamente partícipe del sacerdocio de Cristo, verdaderamente
consagrado, hombre de lo sagrado, entregado como Cristo al culto
que se eleva hacia el Padre y a la misión evangelizadora con que
difunde y distribuye las cosas sagradas la verdad, la gracia de Dios. a
sus hermanos. ésta es su verdadera identidad sacerdotal; y ésta es la
exigencia esencial del ministerio sacerdotal también en el mundo de
hoy.