La
Avaricia[9]
Capítulo VII
La avaricia es la
raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y
no permite que se sequen aquellas que florecen de ésta.
Quien desea hacer
retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si efectivamente podas para el
bien las ramas pero la avaricia permanece, no te servirá de nada, porque éstas,
a pesar de que se hayan reducido, rápidamente florecen.
El monje rico es
como una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu de una tempestad:
tal como una nave que deja entrar el agua es puesta a prueba por cada ola, así
el rico se ve sumergido por las preocupaciones.
El monje que no
posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra refugio en todos lados.
Es como el águila que vuela por lo alto y que baja a buscar su alimento cuando
lo necesita. Está por encima de cualquier prueba, se ríe del presente y se
eleva a las alturas alejándose de las cosas terrenas y juntándose a las
celestes: tiene efectivamente alas ligeras, jamás apesadumbradas por las
preocupaciones. Sobrepasa la opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte
llega y se va con ánimo sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por
ningún tipo de atadura.
Quien en cambio
mucho posee se somete a las preocupaciones y, como el perro, está amarrado a la
cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo, como un grave peso y una
inútil aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es vencido por la tristeza y,
cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las riquezas y se atormenta en el
desaliento.
Y si llega la
muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el alma, mientras el ojo
no abandona los negocios; de mala gana es arrastrado como un esclavo fugitivo,
se separa del cuerpo y no se separa de sus intereses: porque la pasión lo
aferra más que lo que lo arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se
llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los ríos, de la misma
manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e inmediatamente
desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación, hasta que la muerte
no pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso
tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá con pan y agua el
estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer del vientre, ni
someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las manos son siempre
suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no
posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno y un atleta veloz que
alcanza rápidamente el premio de la invitación celeste.
El monje rico se
regocija en las muchas rentas, mientras que el que no tiene nada se goza con
los premios que le vienen de las cosas bien obtenidas.
El monje avaro
trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el tiempo para la
oración y la lectura.
El monje avaro
llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee atesora en el cielo.
Sea maldito aquel
que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia:
el primero en efecto se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí
la imagen[10] de la riqueza, como un simulacro.
[9] Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial
importancia a este vicio, y presenta su demonio como particularmente astuto,
pues presenta al monje una serie de razonamientos que hacen aparecer la
acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia.
[10] Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del
objeto que lo domina.