PALABRA Y SACRAMENTO

 

 

"Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo" (Hb. 1,1-2 a.) nos dice la Carta a los Hebreos que nos expone la teología mediadora entre Dios y los hombres del sacerdocio de Jesucristo y que nos está indicando cómo Dios ha querido comunicarse definitivamente a través de la Palabra encarnada, es decir de su propio Hijo.

De igual forma al final del prólogo del Evangelio de San Juan encontramos que la presentación que hace de Jesucristo como la Palabra, con mayúscula, nos está dando una expresión contundente de su función reveladora definitiva ya que dice así: "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn. 1,18).

Contemporáneamente nos dice la Constitución Dei Verbum del Vaticano II que "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda revelación." (No. 2)

Así que querer aportar una reflexión sobre la relación entre "palabra" y "sacramento" en el contexto posterior al Vaticano II nos sitúa en un horizonte de trabajo interdisciplinar puesto que hoy en día la profundización en la ciencia del lenguaje ha sido enriquecida ampliamente por la lingüística que a su vez hay que situar en el estudio de las humanidades y necesariamente en el de la antropología, la epistemología, la semiología y el estudio comparado de las religiones.

Marshall McLuhan, filósofo de la comunicación, considera que la verdadera comunicación es aquella en la que "el medio es el mensaje". Para nosotros los creyentes en el Dios de Jesucristo eso es lo que justamente ha ocurrido en la revelación que el Padre ha querido hacer de sí mismo en su Hijo. Así para nosotros la historia es historia de salvación y la Iglesia es el medio histórico de esa salvación puesto que ella seguirá proclamando hasta los confines del universo y hasta que el Señor vuelva esa Palabra de salvación, que a su vez se hace Palabra que se celebra y proclama y que al ser acogida desde la fe produce lo que significa sacramentalmente, comunicación de la vida de Dios, participación en el misterio pascual de Jesucristo, de su perdón, de la incorporación en la comunidad de salvación, de la santificación del amor humano, de la consagración al servicio del Pueblo de Dios de la eficacia de la Palabra de Dios que no en vano sale de su boca.

La aproximación que hacemos los seres humanos a la realidad que nos circunda no puede ser de otra manera sino a través de la mediación representativa o simbólica que yendo más allá de los signos naturales articula lenguajes cifrados de todo tipo, fonéticos, gráficos, musicales, artísticos, virtuales. La relación entre el mensaje y el referente –función referencial – y entre el mensaje y el código –función metalingüistica- es en ambos casos el dinamismo de la historia de la salvación, es la historia misma, que permite reconocer que Dios salvó, salva y seguirá salvando. Y es, también, en ambos casos la celebración litúrgica, en la que la experiencia de salvación primigenia se actualiza en el presente y se abre hacia el futuro.

Para las nuevas generaciones que han vivido en la Iglesia, posteriores al Vaticano II, quizás no han sabido valorar lo que supuso la decisión de la constitución Sacrosanctum Concilium (Cfr. No. 36) de hacer más asequible el contenido del misterio celebrado en la liturgia mediante la utilización de las lenguas vernáculas. Es en efecto de esta forma como los fieles cristianos han podido tomar conciencia que es Cristo mismo quien obra y se hace presente en toda la acción litúrgica y en la oración de la comunidad pero de un modo especial nos dice el No. 7 de dicha constitución "Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla."

Leemos en el No. 1101 del Catecismo de la Iglesia católica: " El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de la celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración."

De aquí que sea de máxima ponderación el cuidado que debemos tener los servidores de esa Palabra en su preparación pues junto con la Palabra de Dios proclamada debe ir nuestra palabra que la declara y la adapta a las circunstancias de tiempos, lugares, culturas, mentalidades, ciclos litúrgicos, circunstancias concretas de la comunidad que vive y se alimenta de dicha Palabra.

Gracias,

Silvio Cajiao, S.I.

 

 

BIBLIOGRAFIA

CORPAS DE POSADA, Isabel, Teología de los Sacrmentos. – Experiencia cristiana y lenguaje sacramental eclesial. San Pablo, Santafé de Bogotá, 1993. Con una amplia bibliografía al final.

ROCCHETTA, Carlo, Sacramentaria fondamentale. – Dal "mysterion" al "sacramentum"., EDB, Bologna, 1990. Igualmente con una amplia bibliografía al final.