Escatologia

Prof. S.E.R. Mons. Rino Fisichella

Mors et vita duello: son palabras del Victimae paschalis laudes que permiten plásticamente a cada individuo comprobar, de cerca, como una realidad que le atañe personalmente, los dos extremos de la elección final. La tensión entre la finitud humana, que llevamos dentro de nosotros, y el infinito que nos envuelve y eleva, nos obligan a considerar la existencia encauzada hacia su fin último. La mirada puesta en las realidades últimas, no nos exime de ninguna manera de la responsabilidad por el presente y el futuro de la historia. La escatología, como reflexión del creyente sobre el futuro, permite comprobar ya desde ahora que Dios ha mantenido su promesa. No estamos, en este caso, ante la curiosidad de tratar de comprender qué sucederá en el futuro; nos encontramos más bien llevados a examinar de qué manera podemos comprender y ver en acción la obra salvífica del Padre.

En un contexto cultural como el nuestro, que exhibe la debilidad de la razón ante los grandes desafíos que imponen para la existencia individual y de la humanidad, la reflexión sobre el éschaton permite proyectarse hacia un horizonte más amplio, porque tiene su fundamento en la amplitud de una esperanza respaldada por la certeza. El éschaton muestra la salvación y la elección personal ante ella. Una salvación prometida y desde ahora presente y activa; una libertad para ella como expresión última de la libertad personal. Retornan, con fuerza, las palabras de san Agustín: Ipse Deus post hanc vitam sit locus noster (En. in Ps 30,3,8). Nada habrá que pueda volver a separarnos de Dios; él es el éschaton de toda criatura. Como escribe von Balthasar: "Él es el cielo para quien lo gana, el infierno para quien lo pierde, el juicio para quien debe ser juzgado por él, el purgatorio para quien es purificado por él" (I novissimi, 44). Como se puede ver, por un lado se abre un espacio para comprender el misterio de nuestra participación en la vida divina; por el otro, se refuerza la responsabilidad de una libertad que desde ahora mismo nos obliga a vivir en consecuencia.

También la escatología debe colocar a Jesús en el centro de su reflexión. En él la relación de cada hombre ante Dios cambia de manera radical y en él es posible ver la actuación del plan de amor que el Padre, en su libertad suprema, realiza a través de la muerte y la resurrección del Hijo. Ese plan no remite a un recóndito e indescifrable futuro, sino que está presente en Cristo, en su pasaje del viernes santo a la pascua. En la fe en ese pasaje se juega toda la existencia cristiana y nosotros nos convertimos en una "criatura nueva". Es donde lo viejo se vuelve pasado y se asoman sólo las nuevas realidades que son el comienzo de una vida nueva. Por ello, ya desde ahora vemos que se obra la promesa. Nuestra espera de "los cielos nuevos y la tierra nueva" sabe, pues, hacia dónde ha de mirar y en quién fijar su mirada. "El cristianismo es, desde el principio hasta el final", escatología, ha escrito acertadamente el teólogo evangélico Moltmann (Teologia della speranza, 10); porque su anuncio expresa la esperanza que no tiene fin. Es la esperanza que ahora necesitan nuestros contemporáneos para dar un sentido a su existencia y sustentar el camino de fe y testimonio de amor. Es fácil percibir, en el contexto actual, un gran escepticismo para el futuro. A través de la reflexión escatológica, la teología tiene un importante papel que representar; porque puede expresar, con un lenguaje coherente y visible, el misterio de salvación que sale al encuentro de todos con el rostro glorioso y misericordioso de Cristo. Gracias a su resurreción corporal, también el hombre consternado y humillado en el sufrimiento y el cuerpo recibe la promesa de una corporeidad redimida. Confesar la fe en la resurrección de la carne y en la vida eterna es el testimonio de un compromiso para con el mundo que Dios ha asumido en su Hijo desde el momento de su encarnación. Todo lo que ha de ser es lo que ha sido realizado en el Hijo. La fe en él es la anticipación real de un éschaton que es capacidad de transformar el mundo y la creación, porque se fortalece en la espera orante que hace del Maranatha la oración perenne del fiel. Se puede resumir en ese clamor el compromiso para la nueva evangelización como anuncio y espera, no de un futuro sin rostro, sino de un retorno de aquel a quien esperamos porque lo amamos.