La eclesiología a partir del Concilio Vaticano II

S.E.R. Mons. Rino Fisichella

Obispo Auxiliar de Roma

 

"¿No ves delante tuyo una grande torre que se está construyendo sobre el agua, con piedras bien dispuestas y resplandecientes? Efectivamente, la torre de forma rectangular, había sido construida por seis jóvenes que habían venido con la mujer entrada en años: otros hombres, millares de ellos, traían piedras, algunas recogidas del fondo del agua, otras de la tierra y se las daban a los seis jóvenes que las tomaban para construir. Las piedras traídas del fondo del agua, se dejaban poner todas, tales y cuales, en la construcción: ya que se adaptaban perfectamente entre ellas y todas las junturas se obtenían con facilidad, se saldaban en forma tan estrecha, que no se veían más sus junturas y la torre parecía construida como si fuese un solo bloque".

El fragmento con el cual hemos introducido este intervención, tomado del "Pastore di Erma", trae a la mente del cristiano la imagen de una torre que, a diferencia de la bíblica de Babel, no es construida sobre la tierra sino sobre agua: no es señal de división sino expresión de unidad. Sin duda, ésta es representación de la Iglesia, que tiene origen y fuerza en el agua bautismal; es allí que se construye, porque del agua del bautismo prende pié toda la vida sacramental y la decisión de ponerse en la sequela Christi. Las piedras -nosotros los creyentes- que son tomadas de las aguas vienen representadas entre ellas plenamente coherentes, ya que se adaptan a tal punto que la torre no permite más de ver ninguna división entre una piedra y otra. Es la Iglesia de Cristo. Es la imagen de una construcción que todavía no ha sido terminada y que, sin embargo, se distingue por su dignidad profunda. Su fuerza consiste en el ser cada piedra hecha para la otra, en tal manera que ocupando aquel lugar ninguno pueda sentirse ni aislado ni inútil; por el contrario, es un elemento necesario e indispensable para la compatibilidad y armonía de la torre. En esta perspectiva, "Pastore di Erma" se enlaza a la visión pietrina que la completa: "Se han acercado al que es la piedra viva rechazada por los hombres, y que sin embargo es preciosa para Dios que la escogió. También ustedes, como piedras vivas, edifíquense y pasea a ser un Templo espiritual, una comunidad santa de sacerdotes que ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Cristo Jesús" (1 Pe 2, 4-5).

Esta imagen se agrega a las otras que casi constituyen un "álbum de familia" de la Iglesia. "Cuerpo de Cristo", "esposa del Señor", "pueblo de la alianza", "viña que el Señor acude", "casa de Dios" y su "templo", "columna y sostén de la verdad", "asamblea santa", "estirpe sacerdotal", "rebaño de Dios"… y otras cosas más que la mente ha conseguido a describir sirve sólo para buscar de hacer luz sobre lo que el Vaticano II con una expresión sintética define: "una sola y compleja realidad" (LG 8). Hé aquí con lo que el teólogo se encuentra: "una sola y compleja realidad" que, según las diferentes épocas históricas el teólogo trata de comprender con la intención de proporcionar a sus contemporáneos una inteligencia siempre más profunda del misterio de la presencia de Dios en medio a su historia. Es indudable que el Concilio Vaticano II ha marcado la historia de este siglo y será recordado como el evento mayor de la historia de la Iglesia del siglo XX. Difícil, a pocos decenios de distancia, poder coger en plenitud las riquezas producidas y los inevitables límites derivados de las diversas interpretaciones que han sido dadas. Ciertamente se pueden verificar los cambios en la vida de la Iglesia, las tensiones que en ésta son presentes y las aspiraciones hacia las cuales tiende, al inicio de este Tercer milenio de su historia. Lo que debe constituir un punto de referencia obligatorio para cada hermeneutica es, desde nuestro punto de vista, la enseñanza ofrecida por Pablo VI en la clausura de la tercera sesión del Concilio: "Ha sido estudiada y descrita la doctrina sobre la Iglesia; ha sido de esta manera cumplida la obra doctrinal del concilio ecuménico Vaticano I; ha sido explorado el misterio de la Iglesia y delineado el diseño divino de su fundamental constitución… Nada cambia verdaderamente de la doctrina tradicional. Lo que era queda. Lo que la Iglesia por siglos ha enseñado, nosotros lo enseñamos igualmente, solamente lo que era simplemente vivido ahora es expresado; lo que era incierto es claro; lo que era meditado, discutido, y en parte controvertido, ahora llega a una serena formulación". Es en esta continuidad que se comprende coherentemente el evento conciliar y la doctrina eclesiológica. Por debajo queda impreso la enseñanza ofrecida por las constituciones Pastor aeternus y Dei Filius en las cuales la Iglesia nos ayuda a mediar la revelación; La etapa de la Encíclica Mystici Corporis de Papa Pío XII en 1943, permitía de ir más allá de la visión de la Iglesia como "sociedad" para preparar la de Lumen Gentium di sacramentum salutis. Ésta permanece como la fórmula central de la concepción conciliar del Vaticano II que sabe sintetizar totalmente la doctrina y el significado de Lumen Gentium conjugándolo con el de communio y en manera diferente con el de pueblo de Dios.

No es objetivo de este momento querer volver a recorrer los diversos "modelos" bajo los cuales, a partir del inmediato concilio y sucesivamente, se ha interpretado la eclesiología. Basta recordar, con pocas palabras, las diferentes clasificaciones que reportan a la mente tendencias y teólogos que, en varias maneras, le han representado. Un primera corriente es aquella realizada entre el Concilio y su inmediata realización. El pasaje de la lectura apologética a una más dogmática es evidente, pero las señales de la primera quedan indelebles y la nueva perspectiva no alcanza todavía a imponerse. Esta tendencia se recoge entorno a un modelo que, con nombres diferentes, expresa la misma realidad; algunos los definen teándrico y otros jurídico. Esencialmente, este se funda en la insistencia acerca de la composición humano - divina de la Iglesia y la referencia que prefiere el tema del "cuerpo de Cristo" resulta a ser todavía el más inmediato para la justificación de la forma institucional de la Iglesia. Un modelo posterior que se impone progresivamente es el de comunión. Se acentúa esta perspectiva esencialmente a partir de la distinción cumplida en el ámbito social en los decenios precedentes entre Gesellschaft (sociedad) y Gemeinschaft (comunidad). La eclesiología de este modelo, tiende fundamentalmente a expresar el principio de la unión del amor que constituye la Trinidad; sobre la base de este elemento, se modela el principio "comunional" de la Iglesia, que permite el acuerdo entre las diferentes componentes que la estructuran. El modelo sacramental representa, también este, un paso ulterior; éste parte del tentativo de superar la eventual antítesis: institución y comunión, prospectando el misterio de la Iglesia a la luz de la simbología sacramental; la Iglesia es leída, por lo tanto, en el horizonte del Ursakrament (sacramento original), como el sacramento que funda y es primario. El modelo pneumático representa el tentativo de leer el actuar de la Iglesia a la luz de la acción del Espíritu, como Aquél que vivifica y distribuye los carismas para la construcción de la comunidad. Lo que la eclesiología de comunión indica como expresión trinitaria, es aquí llevado adelante como división carismática, que intenta incidir sobre una lectura de Iglesia, no limitada a la precisión de la ley o determinada por el papel institucional. El modelo ecuménico y misionero expresa, a diversos niveles, una idea de fondo igual: la recuperación de la unidad como fermento de una evangelización que sepa calificar el actuar de la Iglesia. Ésta debe vivir la eficacia de la tensión escatolólogica, tanto en la anunciación de la salvación de todos, como en el poner las señales que hagan un llamado a la búsqueda de la verdadera unida, más allá de las divisiones históricas.

Estos son los modelos principales. Sin embargo, otros podrán agregarse y podrían ser expresados con el riesgo, de avanzar una presentación fragmentaria. Cada uno dice algo, pero no todo. Es más, en el momento en el cual se pensase que un solo modelo pudiese contener toda la realidad de la Iglesia, entonces uno se enfrentaría ya no a un contenido de fe y de análisis teológico, sino a un híbrido de elementos que diría de todo, menos que sobre la Iglesia de Cristo. Se han evaluado suficientemente los aspectos positivos y negativos de estos modelos, hasta el punto de permitirnos echar una mirada a otros argumentos. No se puede esconder que, mientras algunas palabras claves han tenido suerte en el período inmediato posconciliar, favoreciendo un consciencia renovada de la Iglesia, se piense de manera particular al tema del pueblo de Dios, al sentido y la función de los laicos, a la relación de la Iglesia y el mundo contemporáneo a la luz de Gaudium et spes, sin olvidar el gran tema de la apertura ecuménica y del dialogo con las otras religiones. El tema de la interpretación del subsistit in de LG 8 representa un contenido de particular interés, también a la luz e la intervención clarificadora de la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1985. El cardenal Ratzinger, en su intervención en el Congreso sobre el Vaticano II in ocasión del Jubileo del 2000, ha enfatizado la idea originaria de los Padres conciliares: "Con el subsistit el Concilio quería expresar la singularidad y la non multiplicidad de la Iglesia Católica: existe la Iglesia como sujeto en la realidad histórica. Sin embargo, la diferencia entre subsistit y est encierra el drama de la división eclesial. A pesar de que la Iglesia sea solamente una y "subsista" en un sujeto único, también existen realidades eclesiales fuera de este sujeto - es decir Iglesias locales y diferentes comunidades eclesiales. Puesto que el pecado es una contradicción, esta diferencia entre subsistit y est no es posible resolverla plenamente, desde un punto de vista lógico" (p. 79). La responsabilidad de llevar la señal de esta realidad, debe conducir a la Iglesia católica a expresar, de manera siempre más plena, el misterio que la envuelve y enfrentarse con la fidelidad a la cual está llamada. Sin embargo, otras problemáticas aparecen en el horizonte e implicarán a los teólogos comprometidos en la búsqueda y en la adquisición de informaciones que todavía no han sido examinadas. Pienso en el grande tema del primado del Papa, suscitado por la encíclica Ut unum sint; al significado de la colegiatura de los obispos, a la valorización de la Iglesia local... . aunque estos llamados sencillos traen a la mente problemáticas eclesiales de las cuales bien conocemos su importancia y que nos comprometerán en los decenios próximos.

Sea como sea, no se puede prescindir de la lectura apropiada de la eclesiología del Vaticano II, hecha por el Sínodo de Obispos del 1985: "La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental en los documentos del concilio". Es a partir de esta indicación, que hay que proponer de nuevo una lectura teológica que sepa presentar de manera sistemática el misterio de la Iglesia. Por otra parte, la communio por su profundo sentido bíblico, alcanzó un valor teológico incalculable. Como categoría la communio logra expresar de manera coherente el carácter teo-lógico y cristológico de la eclesiología, insertándolo en la visión histórico - salvífica propia del Vaticano II. En este contexto, no se podrá no valorizar el valor sacramental al cual ya se ha hecho referencia. Expresar una eclesiología a la luz de la communio, permite verificar el carácter eucarístico que la Iglesia lleva impresa en su naturaleza y si, de una parte, permite percibir la unidad con el misterio de la persona de Cristo, de otra, evidencia el carácter de la universalidad que es propio y peculiar de la Iglesia. En dicha síntesis, la unidad y la multiplicidad se conjugan en tal modo que nos permite comprender la pluralidad de los ministerios y de las vocaciones, en vista de la construcción de un único cuerpo. Aparece así una nueva visión que es la ecclesiología sponsale. El rostro de la Iglesia es uno sólo y es aquél de la esposa de Cristo. Un rostro único que asume expresiones y rasgos diferentes. El de la esposa nos obliga a verificar la identidad de la Iglesia en su ser "cuerpo" de Cristo y, por lo tanto, "una" con su Señor, al mismo tiempo, sin embargo, es "otra" de él y a él tiene que contestar y remitirse en la obediencia activa de la fe. En este contexto, el icono de María emerge como un paradigma sobre el cual la Iglesia, conjuga su disponibilidad para ser conducida por el Espirito del Resucitado.

Entre las causas que han incitado a la renovación de la eclesiología conciliar se encuentra, por cierto, aquella de "el despertar del sentido comunitario". Fue en el lejano 1921, que R. Guardini subrayaba en su "Vom Sinne der Kirche": "empezó un proceso de incalculable valor: el despertar de la Iglesia en las almas". Para que este despertar pueda seguir, es importante recuperar un sentido de pertenencia a la Iglesia. No hay que cansarse de evidenciar el lugar en el que están nuestras raíces, donde y cómo hablan nuestra historia y nuestra tradición. El sentido de pertenencia a la Iglesia supera los límite nacionales y lingüísticos para expresar, en el fondo, la propia catolicidad, es decir la universalidad de la Iglesia de Cristo. Faltar a la conciencia eclesial queda como riesgo, sobre todo, que no debe dejarse de considerar por la responsabilidad que se tiene para el futuro. Henri de Lubac ha puesto un titulo fortuito y altamente significativo a una de sus obras eclesiológicas: Paradoja y misterio de la Iglesia. Este es el sentido justo: un misterio en el momento en el cual se contempla, con ojos de la fe, su ser, su nacimiento, su evolución permanente en la historia; una paradoja si es vista desde el exterior con los ojos de la curiosidad, que a menudo se detienen en las superficies y alcanzan la contradicción aparente que, no obstante, sabe conducir con coherencia un análisis más imparcial y sin prejuicios.

En este sentido, la conclusión mejor podría ser el retorno a las palabras conciliares. Volvamos a éstas el llamado a la responsabilidad personal, para que esta Iglesia que amamos, sea anunciada plenamente como contenido de fe y, al mismo tiempo, no venga oscurecida su santidad originaria por nuestro pecado: "Queremos esperar que la doctrina del misterio de la Iglesia, ilustrada y proclamada en este Concilio tendrá, desde ahora, repercusiones venturosas sobre todo en los ánimos de los católicos: ¡qué los fieles vean con más claridad el rostro genuino de la Esposa de Cristo!, ¡qué puedan ver la belleza de su madre y maestra!, ¡qué vean también la sencillez y la majestad de las características de una institución tan venerada!, ¡qué admiren el prodigio de la fidelidad histórica, de sociología estupenda, de legislación superlativa, un floreciente reino donde el elemento divino y humano se funden para reflejar el proyecto de la Encarnación y de la Redención sobre la humanidad creyente!... La Iglesia es para el mundo. La Iglesia, otra potencia para si, no ambiciona otra cosa que no sea la posibilidad de servir y de amar. La Iglesia, perfeccionando su pensamiento y su estructura, no tiende a dejar de lado la propia experiencia de los hombres de su tiempo, sino que trata de comprenderlos mejor, de compartir mejor su sufrimiento y sus buenas aspiraciones, confortar mejor el esfuerzo del hombre moderno hacia su prosperidad, su libertad y su paz".