LA IGLESIA COMUNIÓN

Rev. P. Georges Marie Martin Cottier

Teólogo de la Casa Pontificia

La Iglesia es un misterio de fe. Debe ser vista con los ojos de la fe. Es un misterio en la medida que está inscrita en el plano de salvación de Dios.

Dicho misterio es un misterio de comunión. Es ésta la intuición central de la constitución de Lumen gentium puesta en claro por la reflexión posterior.

El texto conciliar, en efecto, citando a San Cipriano, afirma que la Iglesia universal se presenta como un pueblo que deriva su unidad de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs adunata (n. 4).

Hablando de comunión, penetramos en la naturaleza de esta unidad. Nos es dada, comunicada por Cristo, único mediador entre Dios y los hombres: la Iglesia, la cual es su Cuerpo y se extiende enteramente a Cristo. Sin Cristo no es nada, Vive de la vida divina de la cual Cristo nos hace partícipes. "Dios, ha convocado a todos aquellos que contemplan con fe a Jesús. Autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, dice todavía el Concilio y, ha constituido la Iglesia para que sea, a los ojos de todos y de cada uno, el sacramento visible de esta unidad de salvación (n.9, cf. también n. 1).

Es comunión; nos introduce a la vida divina: tal es el misterio de la gracia. La Iglesia anuncia, comunica y difunde esta participación. La Iglesia transparenta el misterio de Cristo.

A la víspera de la celebración de Todos los Santos, recordamos uno de sus nombres: comunión de los santos.

Como consecuencia de lo dicho, quisiera detenerme en dos puntos.

En 1997, el Santo Padre ha proclamado a Santa Teresa de Lisieux como , Doctora de la Iglesia, que ya era Patrona de las Misiones. ˇCómo no citar el principal texto de su mensaje (manuscrito B) en el cual Teresa nos cuenta, cómo después de haber buscado con angustia cuál era su verdadera vocación eclesial, comprende que ésta tiene un corazón y que este corazón arde de amor! El amor divino que ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado (cf. Rm 5, 5). Hé aquí su vocación.

Se comprende, entonces, la profundidad de la comunión. Y es que nuestro ser eclesial es vida y que esta vida es el amor a la caridad. Por esto, la Iglesia llama a todos los bautizados a la santidad, aquella santidad que está constituida por la perfección de la caridad (cf. Lumen gentium, c. V).

Novo Millennio Ineunte en el proseguir del Concilio, afirmará que el primer fundamento en el programa pastoral que se presenta a la Iglesia de hoy, es la búsqueda de la santidad (n. 30). Iglesia y santidad: es el primer argumento que solicita la reflexión del teólogo.

El segundo tema está ligado al precedente. Nos lleva a la paradoja de la vocación cristiana. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, es a imagen del Verbo encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre. No obstante, mientras que en virtud de la unión hipostática, la humanidad de Jesús es perfectamente santa, nosotros recibimos la vida divina en vasos de arcilla; estamos marcado por el pecado, por lo cual el primer efecto de la gracia que nos viene comunicada, es el de actuar en nosotros la conversión.

Nuestro ser eclesial está obstaculizado (en nosotros) por el pecado. Lo debe vencer. El pecado en nosotros es una ofensa a nuestra identidad profunda. Este es otro tema de meditación para el teólogo: la Iglesia está sin pecado y sus miembros pecadores están llamados a la conversión y a la santidad. Esta paradoja, ilumina el acercamiento del pedido de perdón y de la purificación de la memoria.

Se podrían indicar otros temas diferentes, como el de la universalidad de la salvación de Jesucristo y los varios grados de participación en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 13-17).