El sacerdote, maestro y consejero en el campo moral
La libertad del hombre, con su poder y su grandeza, se afirma sobre todo en el campo moral. Dice el Sirácida (15,14), comentado por Gaudium et Spes (17) y Veritatis Splendor (38), "El Señor creó al hombre y lo dejó a su propio albedrío". Por eso, el hombre es signo excelente de la imagen divina.
Pero la libertad humana requiere ayuda. Se desarrolla en la comunidad fundada por Cristo, la Iglesia, la cual permite que cada quien comprenda la verdadera orientación de su destino. "Los cristianos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana" (Dignitatis humanae 14; Veritatis Splendor 64).
De la misma manera se presenta también el papel del ministro sagrado y, más especialmente, el del presbítero. "El ministerio de los presbíteros, por estar unido al orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y gobierna su Cuerpo" (Presbyterorum Ordinis 2). Por medio de esta autoridad, está asociado a la misión de la Iglesia de anunciar y enseñar la verdad de Cristo y los principios del orden moral.
Por esta razón, el sacerdote debe ser reconocido como maestro en el ámbito moral. Antes de la ordenación, recibe una formación especial, doctrinal y práctica: con la enseñanza que se le imparte, adquire competencia en la solución de los problemas morales y discernimiento de las situaciones y los comportamientos. Con una formación personal adecuada, que implica el desarrollo de una vida espiritual profunda, puede comprender mejor las exigencias de la vida en Cristo. De esta manera, está preparado para enfrentar todos los problemas de orden moral. Para poder responder a dichos problemas, siempre deberá pedir por medio de la oración la luz superior del Espíritu Santo, y, gracias a esa luz, podrá alcanzar el justo discernimiento aun en los casos más difíciles.
Al sacerdote se le atribuye no sólo la autoridad de maestro, sino también la calidad de consejero, que le concede una notable influencia en las decisiones que tomar en el orden moral. El título de consejero implica una relación personal que puede llegar a alcanzar un determinado nivel de amistad y comportar una recíproca simpatía y una confianza. con frecuencia, suele ser augurable la intervención de un consejero, puesto que muchas veces las situaciones morales son más complejas de lo que la simple exposición de un caso dejaría suponer. Algunas veces pueden darse circunstancias que no se revelan de inmediato en toda su verdad y su importancia. El consejero puede tomar en consideración muchos elementos para dar su opinión.
En su calidad de consejero, el presbítero tiene una tarea que corresponde a su misión sacerdotal. Pone de manifiesto la simpatía sincera hacia quien, en una situación más delicada, tiene la necesidad de sentir la comprensión y la benevolencia del amor divino. La manera de actuar del consejero debe dejar en claro que no se trata simplemente de aplicar una regla, sino de buscar la voluntad auténtica de Dios para conformarse a ella y llegar a la convicción de que en su voluntad todo es amor.
Si se presenta con una simpatía auténtica, el presbítero será recibido con mayor facilidad. No se trata de renunciar a principios de orden moral, sino de buscar, en cada situación particular, el camino más seguro y más claro a los ojos de la verdadera fe. En otras palabras, puesto que la caridad es el mandamiento fundamental, se trata de encontrar el camino más propicio al mayor amor a Dios y al prójimo.
La función del consejero no consiste en emitir juicios, sino en comprender las debilidades e intentar solucionarlas. Representando a Cristo, el presbítero sabe que, como Cristo, ha sido enviado no para juzgar sino para salvar. No deberá nunca considerar que alguien esté definitivamente encaminado por la senda del mal. En su calidad de consejero, el peresbítero es portador de esperanza y exhorta a la perseverancia a quienes querrían dar todo por perdido.
Como maestro, el sacerdote tiene la responsabilidad de recordar la verdadera doctrina; como consejero, estimula la fe y el amor en el camino abierto por Cristo.