La eucaristía memoria del misterio pascual
Prof. Rino Fisichella, Roma

 

"Haced esto en recuerdo mío" (Lc 22,19; 1 Co 11,24.25). Fundándose en este mandamiento del Señor, la Iglesia ha comprendido, desde sus orígenes, el gran misterio que custodiaba y que estaba llamada a transmitir fielmente a lo largo de los siglos hasta la vuelta gloriosa de Cristo. También cuando los primeros cristianos seguían yendo al tempo para rezar (cfr. Hch 2,42; 5,12; 3,1), el primer acto que les permitió reconocerse como una comunidad nueva fue el de la celebración de la "nueva pascua". Con una expresión sorprendente, distinguieron en la "fracción del pan" la novedad de su oración. Formada por la escucha de la Palabra, el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor y la espera gozosa de su retorno, la oración de acción de gracias, eucaristía, fue etablecida desde los orígenes como la memoria de la Cena del Señor, antes de su muerte en la cruz (cfr. 1 Co 11,26).

Es así que la eucaristía es concebida como el acto instituido por Cristo mismo, situado dentro de la historia de la salvación, en el lapso transcurrido entre su muerte y su retorno en la parusía. La conciencia escatológica que acompañaba a la oración constituye, pues, una de las notas peculiares que caracterizan su sentido y permiten su conservación íntegra hasta que el Señor Jesús cumpla la "restauración universal" (Hch 3,21). El grito Marana-tha ("¡Señor nuestro, ven!"), pronunciado durante la cena del Señor, atestigua con fuerza que la primera comunidad sentía la cercanía de la presencia del Señor y se alegraba dándole gracias (eucharistountes: Ef 5,20), sin olvidar que aún no se había cumplido totalmente la plenitud de la comunión y por ello invocaba su retorno. Esa conciencia eucarística le permitía a la primera comunidad experimentar de manera muy especial la cercanía, la presencia y la comunión con el Señor Jesús, y era, a su vez, lo que le permitía colocarse de manera distinta ante culto judío y ante cualquier acción sacrifical pagana (cfr. 1 Co 10,16-22). La participación en el cuerpo y la sangre de Cristo trascendía toda analogía posible, porque implicaba la presencia real del Señor y la verdadera comunión con Él. Esa dimensión, que ya desde los signos y las palabras revela el sentido sacrifical del banquete eucarístico, les permitido siempre a los fieles construir y fortificar el vínculo entre hermanos (los "santos" de Hch 9,13), de tal manera que pudieron llamrse a sí mismos "comunidad de Dios", "asamblea santa" y "pueblo del Señor". Esta comunidad recibía, en fin, de la vida eucarística la fuerza para una conducta de vida moral coherente y una fuente de testimonio. La invitación de Pablo a "examinarse a sí mismos" para poder acercarse dignamente al banqute eucarístico es un signo de la conciencia que alcanza a divisar la regla de su existencia en conformidad con el misterio que celebra. Estos elementos han permitido alcanzar la conciencia de que en la eucaristía la comunidad creyente encuentra siempre el origen del hecho de ser "un solo cuerpo", "el cuerpo de Cristo, sus miembros" (1 Co 12,27).

Esta breve introducción, que delinea el contexto necesario para acceder teológicamente al tema de la eucaristía, permite verificar los puntos esenciales y constitutivos del misterio. En primer lugar, no hay separación alguna entre el acto fundador de Jesús en la última cena, "en vísperas de su pasión" o "en la noche en que fue entregado" y la praxis siguiente de la comunidad creyente. Ésta sólo ha repetido y celebrado lo que Cristo mismo había indicado y ordenado que repitieran después de su muerte. Cualquier análisis histórico-crítico que quiera separar estos momentos, insinuando que la "cena del Señor" es obra de la comunidad, fracasa inevitablemente ante la prueba histórica, que no encuentra analogías con otras celebraciones cultuales, y ante la gran conciencia de sí misma que tenía la comunidad primitiva. La conformidad con la totalidad del mensaje anunciado por el Maestro y los acontecimientos de su muerte y resurreción encuentran en el mandamiento de transmitir los signos de la última cena su síntesis más coherente y original. En el mandamiento de la anamnesis, él imprime el sello de su presencia real entre los suyos y para sus discípulos, más allá de su muerte. Un acto único que no se vuelve nunca mera repetición o representación sino que, por el contrario, se coloca como hapax efapax en su irrepetibilidad. Las mismas palabras zikkârôn, anamnesis, memoria no son más que la interpretación de la unicidad del acto en su perenne actualización histórica.

El desarrollo histórico y teológico que acontece en los primeros siglos, del cual tenemos valiosos testimonois en los Padres, se concretiza en distintas etapas que llevan progresivamente a constituir el carácter público de la acción litúrgica. La construcción de las primeras basílicas, con su planta circular, la centralidad del altar y la solemnidad de la celebración son testimonios del progreso que se sucede a partir del fundamento de la eucaristía en la vida de la Iglesia. Santo Tomás y la Escolástica establecerán la reflexión sobre la sacramentalidad de la eucaristía. Es suficiente leer algunas questiones (73-79) de la III Pars de la Summa Theologiae para comprobar la profunda unidad teológica alcanzada en el análisis del signum et res y del sacrificium laudis et crucis. Escribe Tomás sobre el sentido de la eucaristía: "Este sacramento tiene tres significados. El primero se refiere al pasado, porque conmemora la pasión del Señor, que fue un sacrificio verdadero (...) el segundo se refiere al efecto presente, es decir, la unidad de la Iglesia en la que los hombres son unidos por medio de este sacramento. Por ese motivo se lo llama comunión o sinaxis (...) El tercero se refiere al futuro, porque este sacramento prefigura la bienaventuranza divina que se realizará en la patria. Y bajo este aspecto se lo llama viático, pues nos ofrece el camino para llegar a ella y, por ese mismo motivo, se lo llama también eucaristía, es decir buena gracia". Como puede observarse, la triple distinción del sacramento como signum rememorativum (porque vuelve actual la unicidad de la acción salvífica), demonstrativum (porque cumple la salvación que anuncia) y prognosticum (porque anticipa el banquete escatológico) encuentran aquí su profundidad teológica. La antífona para el Magnificat de la fiesta de Corpus Christi no es más que la evocación litúrgica, en una síntesis poética, de la intuición teológica: "Recolitur memoria passionis eius, mens impletur gratiae et futurae gloriae nobis pignus datur".

El Tridentino marcará un momento fundamental en la historia del dogma. Contra la interpretación protestante, según la cual la presencia de Cristo es producto de la fe, los padres conciliares afirmaron que, en la eucaristía, Cristo no está presente debido a que nosotros creemos, sino que nosotros creemos porque él ya está presente y, de la misma manera, no está ausente porque nosotros no creamos y permanece con nosotros para que podamos vivir en comunión con él (cfr. DS 1654). En la historia del desarrollo del dogma, la fase del tridentino subraya de manera neta la profunda insistencia en la presencia real de Cristo en la eucaristía. El fin expiatorio y el carácter sacrifical de la eucaristía condicionan de manera determinante la teología de este sacramento y la terminología alcanza una profundidad dogmática irreversible. La afirmaciones del tridentino llevaron, como es sabido, a una controversia posterior, que se ocupó especialmente de la naturaleza sacrifical. Debate y reflexión teológica que en una "maraña" interpretativa llegan hasta nuestros días.

El Vaticano II representa, por cierto, una etapa fundamental en la reforma litúrgica, teológica y pastoral del sacramento. A pesar de carecer de un documento específico sobre el sacramento, el capítulo II de Sacrosanctum concilium puede ser considerado un punto decisivo sobre el tema. Como el concilio concentra su atención sobre la Iglesia, la eucaristía es concebida en la relación de vínculo que establece con la vida de la comunidad cristiana de la que es "cumbre y fuente" (LG 11). La gran diversidad terminológica a la que se recurren en más de cien ocasiones en el tratamiento del sacramento en los distintos documentos conciliares muestra elocuentemente, por un lado, la riqueza dogmática y, por otro, la dificultad de conducir a una síntesis unitaria la enseñanza que contiene. Por cierto, en la enseñanza conciliar convergen por lo menos dos exigencias fundamentales que habían modelado la reflexión teológica anterior.

La primera se conecta, esencialmente, con los estudios de Odo Casel (+1948) y su teoría de la "re-presentación". En la eucaristía, dice, el misterio vuelve a presentarse, es decir, vuelve a actualizarse para la comunidad cultual que lo celebra. La santa misa confiere, en síntesis, al misterio de la cruz una presencia cuya naturaleza trasciende el tiempo y el espacio. Exceptuada la referencia a la dependencia de los cultos de los misterios, la teoría de Casel ha encontrado distintos partidarios que han desarrollado su interpretación, subrayando, en especial, la dimensión del carácter de alianza nueva y definitiva que posee la eucaristía. La segunda hace referencia a los estudios de M. Thurian y Louis Bouyer que, por otra parte, plantean novedosamente la noción de memorial como primicia ofrecida por Dios a su pueblo, para que éste vuelva a presentarlo ininterrumpidamente. De esta manera, estos estudios tratan de reflexionar de preferencia sobre el vínculo sustancial que hay entre memorial, sacrificio y banquete.

Con estas breves indicaciones nos proponemos solamente presentar la pluralidad interpretativa de la que es objeto el sacramento. Los acentos teológicos que encontramos giran, sucesivamente, alrededor de algunos temas peculiares que podemos sintetizar de la siguiente manera.

1. El concepto de memoria (anamnesis), en la que el acontecimiento encuentra en la última cena, que es el acto de Jesús central y fundador de la institución, su fundamento y su unidad originaria.

2. El concepto de acción de gracias (beraka), en el que se explicita la gratitud del pueblo creyente por el don supremo que ha recibido. De ello deriva el sentido del culto divino, de la glorificación, alabanza y adoración que la comunidad dirige al Padre por las maravillas que ha realizado y de las que su pueblo es testigo.

3. El concepto de sacrificio (thysia), en el que se subraya la re-presentación del sacrificio de Cristo en la cruz como acto de redención que implica su cuerpo, es decir, la Iglesia.

4. El concepto de epíclesis, con el que se desea subrayar la acción interior de la invocación del Espíritu que obra y actúa en la acción eucarística. Dicha presencia y acción del Espíritu en la eucaristía es sintetizada en la anáfora de Hipólito romano, en la que se le reza a Dios Padre diciendo: "Haz que tu Santo Espíritu descienda sobre la ofrenda de la santa Iglesia, y después de haberlos reunido, concede a todos los santos que la reciben que estén colmados del Espíritu Santo, que los fortificará en la fe y la verdad, para que te alabemos y glorifiquemos por medio de tu Hijo Jesucristo, por medio del cual te llegan la gloria y el honor, Padre e Hijo con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y en los siglos de los siglos" (Tradición apostólica, 4). Es una oración por medio de la cual se quiere obtener la bendición del Señor, según la expresión de Pablo "el cáliz de la bendición que bendecimos" (1 Co 10,16).

5. El concepto de communio, con el que se desea plantear el fin y cumplimiento de la eucaristía. La nueva alianza que Cristo obra en su sangre realiza la vida de la Iglesia y, por medio de ella, plantea las premisas de la salvación. Nadie como san Agustín ha sabido percibir la conexión de esta relación: "Si quieres comprender el cuerpo de Cristo, escucha al apóstol cuando les dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, sus miembros (1 Co 12,27). Si vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, entonces en la mesa del Señor se coloca vuestro misterio sagrado: vosotros recibís vuestro misterio sagrado. Al responder "Amén", respondéis a lo que vosotros sois, y respondiendo, lo confirmáis. Oyes, pues, decir "El cuerpo de Cristo" y respondes "Amén". Sé verdaderamente cuerpo de Cristo, para que tu Amén sea verdadero" (Sermo 272).

6. El concepto escatológico, por medio del cual se insiste en el carácter último y preparatorio que tiene la eucaristía. La frase repetida después de la consagración, "En espera de su retorno" atestigua con claridad la intención escatológica que la cena eucarística tiene como testimonio y anticipación de los nuevos cielos y la tierra nueva del reino de Dios.

Un texto de un gran teólogo católico, M.J. Scheeben, permite sintetizar los distintos elementos que hemos tratado de recoger. En Los misterios del cristianismo escribe: "La eucaristía es la continuación y ampliación real y universal del misterio de la encarnación. La misma presencia eucarística de Cristo es de por sí un reflejo y una ampliación de su encarnación (...) La transformación del pan en el Cuerpo de Cristo, por obra del Espíritu Santo, es una renovación del acto maravilloso con el que formó originariamente su cuerpo en el seno de la Virgen, por la virtud del mismo Espíritu Santo, y lo asumió en su persona: y así como, por ese acto, entró por primera vez en el mundo, en esa transformación multiplica su presencia sustancial a través de los lugares y los tiempos". La eucaristía, por último, sigue siendo la regla de lo teológicamente correcto; lo recuerda san Ireneo al escribir: "Nuestra doctrina está de acuerdo con la eucaristía y la eucaristía la confirma" (Contra las herejías IV, 18, 5).