Sobre la teología del matrimonio
1. La crisis del matrimonio en su concepto y en la experiencia concreta
La teología católica del matrimonio se encuentra actualmente ante un desafío epocal. Prueba de ello son, por ejemplo, la carta pastoral de los obispos alemanes del región del Alto Rin "Sobre la guía pastoral de las personas que provienen de matrimonios destruidos" (1993), como también la "Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la admisión a la comunión de los fieles separados y vueltos a casar", escrita en 1994 por la Congregación romana de la doctrina de la fe. En su predicación, el Papa Juan Pablo II ha insistido sin cesar en el valor del matrimonio y la familia. Es muy conocida su carta apostólica "Familiaris consortio" de 1981. ¿Cómo debe reaccionar la Iglesia ante la dramática quiebra de la forma fundamental de la convivencia humana, el matrimonio y la familia ante una proporción de casi 40% de separaciones de los matrimonios, en primer lugar en América del Norte y Europa occidental? ¿Cómo ha de actuar la evangelización, la catequesis y la educación cristiana cuando no sólo los fundamentos teológicos del matrimonio, sino también los antropológicos se han disuelto? En más de un país, el matrimonio es relativizado a través de la equiparación de las parejas homosexuales o de las parejas que conviven sin vínculos, como "compañeros temporales". Donde ha sido separada del encuentro personal entre el hombre y la mujer, la sexualidad queda degradada a la función de medio para conseguir el placer egoísta, que debería ocultar el vacío espiritual, pero inevitablemente termina sólo en la quiebra de la identidad espiritual y religiosa del hombre. Los mandamientos de Dios y la enseñanza de la Iglesia sobre la fidelidad matrimonial y la posibilidad de una vida según los consejos evangélicos son así tergiversados y atacados como una coartación de la libertad individual y del derecho al placer. En vez de volver a elaborar los fundamentos antropológicos y la visión teológica de la unidad, la indisolubilidad y la fecundidad del matrimonio, más de un teólogo aconseja a la Iglesia que se adapte a las tendencias de un tiempo, que en su falta de orientación se precipita hacia el abismo y, precisamente a causa de un falso concepto de la sexualidad, arrastra a millones de personas hacia la ruina espiritual y religiosa. En la atmósfera de una sexualización creciente de la vida pública, muchos jóvenes no entienden ni experimentan más la capacidad creadora que Dios ha concedido a la sexualidad humana. Lo destructivo de la invasión de estímulos sexuales en la publicidad y los medios de comunicación, han provocado una reducción de la sexualidad a medio para el placer individual, mientras la visión bíblica concibe al ser humano como una persona en una unidad de alma y cuerpo, en la que un hombre y una mujer se abren enteramente uno para otro y pueden donarse uno a otro en el amor. De ese amor nacen los valores de la comunión personal, el intercambio espiritual, la existencia para otros y la firmeza aun en las situaciones más difíciles, que promueven y edifican a la humanidad.
El lugar primordial, en el que el hombre y la mujer desarrollan su comunidad matrimonial de vida, de amor y de amor hacia otros seres humanos es la familia; ella es la escuela, primera e insoslayable, de la humanidad. En ella, los niños experimentan el ser aceptados y amados gratuitamente, porque aprenden de sus padres a comprender el amor de Dios, nuestro creador. Los padres son, sobre todo, los representantes del Sí de Dios para con nuestra existencia y, al mismo tiempo, en cuanto fieles, son los primeros mensajeros del evangelio de la salvación de todos los hombres del pecado y la muerte.
2. La necesidad de una mayor profundización de la antropología y la teología del matrimonio
La Iglesia no puede reaccionar con soluciones pastorales de emergencia al cambio profundo en la concepción del matrimonio y de sus realizaciones concretas en las culturas occidentales. Si simplemente se admite a la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar, no se resuelve ningún problema. De esa manera, se produce la impresión de que el encuentro con Cristo en la Eucaristía tiene escasa relación con el encuentro con Cristo en el sacramento del matrimonio. La Eucaristía sería una dimensión religiosa y el matrimonio volvería a ser un asunto privado en el que Dios y la Iglesia no tienen nada que ver. No puede ser satisfactorio el hecho de que la teología del matrimonio siga siendo enseñada sin cambios, como una teoría inmutable, mientras que la praxis pastoral sigue siendo de difícil conciliación con las afirmaciones de la fe sobre el matrimonio.
El Concilio Vaticano II, manteniéndose fiel a los principios bíblicos fundamentales y a los resultados esenciales del desarrollo dogmático de la Iglesia en la tradición, ha colocado el matrimonio sacramental en un horizonte teológicamente vinculante, y de esa manera ha integrado las cuestiones de teología moral, canónicas y pastorales, en una perspectiva teológico-dogmática global. "La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece con la alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal irrevocable. Así, por el acto humano con que los cónyuges se entregan y aceptan mutuamente, nace una institución estable por ordenación divina (...) Este vínculo sagrado, con miras al bien tanto de los cónyuges y de la prole como de la sociedad, no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio, al que ha dotado con varios bienes y fines (...) Cristo, el Señor, ha bendecido abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y construido a semejanza de su unión con la Iglesia. Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo con una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos (...) El auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y se enriquece por la fuerza redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los esposos a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime tarea de padre y madre. Por ello, los cónyuges cristianos son fortalecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado para este sacramento especial" (GS 48).
El Concilio no quiso solamente ofrecer la descripción de un modelo ideal, y cerrar los ojos ante las concretas dificultades psicológicas, individuales y colectivas, prescindiendo de las profundas mutaciones sociológicas y económicas, en que los matrimonios deben necesariamente vivir y modelarse en las culturas occidentales (cfr. GS 47).
Precisamente, tomando distancia de la secularización, y por lo tanto de banalización de la comunión de por vida del hombre y la mujer, y sobre todo de la sexualidad del ser humano, la intención del concilio era más bien la de presentar el matrimonio cristiano como un elemento esencial en la relación personal del creyente con Dios y, precisamente, bajo una forma fundada en la encarnación y mediada por la Iglesia y los sacramentos.
3. La renovación de la teología matrimonial por la fe en Jesús, el Redentor de la humanidad
Jesús, la palabra de Dios, se revela como el intérprete auténtico de la voluntad salvífica de Yahvé. Pudo recoger ya del Antiguo Testamento la santidad y dignidad del matrimonio, fundadas en la teología de la creación y concretizadas en la teología de la alianza, y elevarlo a signo eficaz, es decir, una participación en el misterio, en el plan salvífico de Dios. La analogía entre la ofrenda de sí mismo de Cristo por la Iglesia y la reciprocidad del don de sí mismos del hombre y la mujer en el matrimonio tiene un profundo fundamento teológico-sacramental, que va más allá de toda alegoría. En la ofrenda amorosa de Cristo en la cruz, la Iglesia encuentra su origen como pueblo de la nueva alianza. Él es cabeza y señor de su esposo. El amor del hombre y la mujer, a través del cual el matrimonio existe como acto y relación personal, tiene su origen en el don de sí mismo de Cristo por la Iglesia, representa esa calidad de signo y así es cumplido interiormente por el don de Jesús a nosotros y el compromiso de Dios con los hombres (cfr. 2 Co 11,2; Ef 5,21. 33; cfr. también Ap 19,7).
El hombre puede no responder a la exigencia de la indisolubilidad intrínseca del matrimonio por una fuerza meramente moral, por las disposiciones psicológicas y sociológicas de la voluntad hacia la fidelidad. Sólo cuando asume el llamado a la conversión, a la fe y a la secuela de Cristo (cfr. Mc 1,15) y "vive en el Espíritu (de Dios)" (cfr. Ga 5,25), puede realizar la realidad interior del matrimonio como signo del vínculo de comunión entre Cristo y la Iglesia y permanecer fiel aun en las adversidades de la vida. Si la indisolubilidad del matrimonio debe ser considerada en el contexto de la omnipotencia de Dios, y sólo puede ser interiorizada en ese contexto, entonces también la voluntad personal individual de ambos esposos puede no ser sólo una condición externa de la validez formal del contrato matrimonial. Es necesario que el "Sí" personal de los cónyuges sea "formado" interiormente por la gracia, ratificado en el acto de fe, para que ese "Sí" de los esposos intervenga inmediatamente en la constitución del signo sacramental del matrimonio.
Aunque, a través del Bautismo, el creyente se ha convertido en una "nueva creación" (cfr. Ga 6,15; 2 Cor 5,17), sin embargo sigue viviendo concretamente en una creación que está todavía sometida a la esclavitud y la perdición, pero sólo con la esperanza se acerca a la "libertad y la gloria del Hijo de Dios" y al cumplimiento de la liberación (cfr. Rm 8,18-27). El matrimonio puede ser vivido en el contacto vivo con Cristo en el espíritu de la oración y la imitación, y las crisis sólo pueden ser superadas en el espíritu de Cristo, porque la reconciliación es realmente posible.
Hoy la preparación de los jóvenes al matrimonio y la guía pastoral de los esposos se identifica prácticamente con el esfuerzo de toda la vida para alcanzar el éxito y la felicidad del ser humano, a través de la palabra y el amor de Dios, que en Cristo ha hecho posible que los hombres vivan juntos y existan unos para otros. El reconocimiento de los principios naturales del matrimonio en el orden de la creación y de la verdad sobrenatural del matrimonio como participación en la comunión amorosa de Cristo y la Iglesia es esencial.
El escritor cristiano Tertuliano, ya a comienzos del siglo III, había formulado una frase inimitable por su belleza y la fuerza de su fe:
"¿Cómo podría yo describir la felicidad de ese matrimonio que está unido por la Iglesia, reforzado por el sacrificio y confirmado por la bendición? (...) ¡Qué pareja!: dos creyentes con una sola esperanza, con un solo deseo, con una sola manera de vivir, en un solo servicio; hijos de un solo Padre, siervos de un solo Señor! Ninguna separación en el espíritu, ninguna en la carne, sino verdaderamente dos en una sola carne. Allí donde la carne es una sola, también el espíritu es uno solo" (De uxore 2,9).