María de la Lumen Gentium a la Redemptoris Mater
Michael F. Hull, New York
El capitulo VIII de la Lumen Gentium (nn. 52 - 69) propuso un momento crucial en la reflexión sobre la Beata Virgen María. Después de un amplio debate, el Concilio cambió completamente las bases de la Mariología, a través de dos hechos. Primero, el Concilio no ofreció un documento separado resaltando así el hecho que la futura Mariología no debería mantenerse apartada de otros énfasis teológicos. Segundo, el Concilio incluyó sus instrucciones relativamente breves sobre María en Lumen Gentium - la Constitución Dogmática de la Iglesia. La Mariología ha sido así colocada en un contexto de la Palabra Encarnada y el Cuerpo Místico sin pretender una doctrina nueva sobre María o retardando la reflexión teológica (LG, n. 54). En efecto, leyendo este capitulo VIII, se habría podido pensar que el momento crucial de la Mariología fuese al mismo tiempo el inicio para ideas nuevas y ricas. No obstante, estas ideas no aparecieron inmediatamente y la Mariología decayó durante un tiempo. A pesar de que Pablo VI, con su exhortación apostólica Marialis cultus (2 de Febrero, 1974) y otros escritos, había tratado de despertar una comprensión más profunda, la Iglesia tuvo que esperar casi un cuarto de siglo para estimular el interés de los teólogos en la Mariología con la Carta encíclica Redemptoris mater (25 de marzo 1987) de Juan Pablo II.
El hecho de haber incluido la interpretación de María en Lumen gentium, antes que en un documento distinto dedicado a la Mariología, fue objeto de un largo debate durante el Concilio. En sus fase inicial, lo que en definitiva llegó a ser el capitulo VIII de la Lumen gentium empezó como una plétora de sugestiones: de la declaración de un nuevo dogma sobre María como mediadora de todas las gracias hasta la mención de María si detalles específicos. A menudo ha sido observado que el capitulo VIII de la Lumen gentium representa un compromiso entre dos polos ya mencionados. Sin embargo, este pensamiento ignora el hecho que la decisión final del Concilio no ha sido una concesión frente a la verdad teológica, sino una decisión de indudable importancia sobre el papel de María en la revelación de Jesucristo. Esto significa que el Concilio hace notar claramente que no quiso ofrecer una completa exposición teológica sobre la Mariología, ni tuvo la intención de decidir sobre algunas cuestiones que entonces eran objeto de debate entre los teólogos (LG, n. 54). Nos toca recordar que el capitulo VIII de la Lumen gentium es apenas una exposición atenuada sobre María. Sin embargo es menos una actitud apaciguada o una revalorización por la clarificación de la Mariología. Más bien, según Juan Pablo II, el capitulo VIII de la Lumen gentium es "en cierto sentido, una magna charta de la Mariología para nuestra era" (Discurso en ocasión de la Audiencia general del 2 de Mayo 1979). El énfasis del Concilio Vaticano sobre el papel de María en la Iglesia y su papel en la historia de la salvación (pasada, presente y futura) incluida en la Lumen Gentium, es el impulso para una reflexión teológica renovadora. El Concilio trató de despertar nuevamente la Mariología, enfocando tanto la función integral de María como la del Redentor, para volver a fundar su importante papel en la misión de la Iglesia y restablecer una devoción cultural sacándola del ámbito pasivo y proponiéndola como ejemplo activo.
No sorprende saber que en el capitulo VIII de la Lumen gentium no haya ninguna enseñanza nueva sobre María. Sin embargo, encontramos un resumen de los acuerdos de lo que la Iglesia sostenía a lo largo del tiempo. Aunque si este resumen se volvió desafortunadamente más famoso por lo que no ha dicho que por lo que dijo, sus énfasis son valiosos. María es colocada al interior del misterio de la salvación (LG, n.52). Además, María es "acogida preferentemente y como parte totalmente única de la Iglesia" (LG, n. 53). Sea el Viejo que el Nuevo Testamento dan testimonio de su papel en la historia de la salvación (LG, n. 55). Por gracia divina, María nació sin pecado original; su libre cooperación en los planes salvíficos de Dios la rinde "madre de los vivientes" (LG, n. 56). María está con el Señor y al lado de éste desde su nacimiento, en su ministerio público y en su crucifixión; ella se queda con sus apóstoles hasta que reciben el Espíritu Santo y , finalmente, ella es admitida en el Cielo (LG, nn. 57 - 59). El papel de María, como madre de los hombres y madre del orden de la gracia, proviene de su papel de madre de Jesucristo, el Mediador y Redentor; su intercesión sigue ejercitándose ahora en el Cielo y por lo tanto ella "es invocada en la Iglesia bajo los títulos de Defensor, Ayudante, Benefactora y Mediadora" (LG, nn. 60 - 62). En efecto, es su maternidad que la hace un ejemplo en la Iglesia, y es hacia ella que se dirigen los miembros de la Iglesia "siendo modelo de las virtudes", mientras crecen en la fe, en la esperanza y la caridad (LG, nn. 63 - 65). "María ha sido, con las gracias, exaltada sobre los ángeles y los hombres y colocada en un segundo lugar, después de su Hijo", Ésta es la razón del culto que se ha desarrollado en su honor y este culto ha sido fomentado, aún si no hay que exagerar, de tal manera que su misma función de intercesión podría seguir ser promovido por "la gloria de la Sagrada en indivisible Trinidad (LG, nn. 66 - 69). En consecuencia, el capitulo VIII de la Lumen gentium reitera lo que la Iglesia siempre ha creído: que la elección de María, la libre cooperación y la intercesión evocan la máxima gloria de Dios.
Ya que la plena Revelación de Dios para su pueblo es Jesucristo y su Iglesia, es perfectamente sentido que el papel de María en el plan salvífico de Dios, sea incluido en una constitución dogmática que proclama a Cristo y su Iglesia cual la luz para todas la naciones. La tarea que los teólogos tuvieron al terminar el Concilio fue la elaboración esta función de María. Lamentablemente los teólogos tardaron en enfrentar esta tarea. Mientras que después del Concilio prosperaron los estudios cristológicos, soteriológicos y eclesiológicos, los teólogos no tuvieron prisa por aclarar la contribución de María en relación a la persona de Jesucristo, sus actividades redentoras y su Iglesia. En los años inmediatamente posteriores al Concilio, la atención teológica estuvo centrada en otros temas y, por eso, la Mariología y la devoción mariana disminuyó. Con la debida atención sobre los avances hechos por el Concilio, tanto Pablo VI como Juan Pablo II trataron de animar nuevamente el estudio y la devoción de la Beata Virgen María.
Marialis Cultus
Si pudiésemos afirmar que la enseñanza del Concilio, en el capitulo VIII de la Lumen gentium, no ocasionó una reanudación de los estudios sobre María, tendríamos que añadir que tampoco el intento de Pablo VI provocó una reactivación de estos estudios. No obstante que Pablo VI haya invocado a María en numerosos momentos cruciales. Por ejemplo, en su carta encíclica Mense maio (29 de Abril, 1965) invocó a María como "Madre de la Iglesia", también en su carta encíclica Christi matri (15 de Septiembre, 1966) lo hizo nuevamente llamando a María "Madre de la Iglesia", así también en su exhortación apostólica Signum magnum (13 de Maio, 1967) amplió su enseñanza sobre "María Madre de la Iglesia", mientras que en su exhortación apostólica Recurrens mensis october (7 de Octubre, 1969) preconizó una devoción siempre mayor en favor del Rosario. No obstante que Pablo VI predicó en favor de Nuestra Señora y la mencionó con énfasis en casi todos los documentos que publicó durante su pontificado, después del Concilio los escritos marianos y la devoción hacía María decreció. Los católicos se preocuparon al percibir cambios en la interpretación de la Iglesia sobre la Beata Madre y muchas conferencias episcopales nacionales reaccionaron a esta confusión. Por ejemplo, en los Estados Unidos la conferencia de los obispos publicó ("Behold Your Mother: Woman of Faith") "Mirad a Su Madre: Mujer de Fe" el 21 de noviembre 1973.
El año siguiente, en Marialis cultus Pablo VI habló de la misma dificultad y un año después escribió su "Carta al Cardenal Suenens" en ocasión del Congreso Mariano del 1975, conocido como "El Espíritu Santo y María" (13 de Mayo, 1975). En ambos textos Pablo VI contribuyó de manera decisiva en la comprensión de María por parte de la Iglesia, aunque estos escritos no hayan sido suficientemente valorizados por la investigación teológica. Marialis cultus está dividida en tres partes. En la primera Pablo VI describe la prominencia de María en la renovada vida litúrgica de la Iglesia (nn. 1 - 23). En la secunda Pablo VI resume los temas de una renovada devoción hacia María a la luz de la tradición y de las necesidades de nuestro tiempo (nn. 24 - 39). Por último, Pablo VI hace sus observaciones sobre dos devociones importantes de María, el Angelus y el Rosario (nn. 40 - 55). Pablo VI concluye con una exposición del valor teológico y pastoral de la devoción a María (nn. 56 - 58).
En nuestra reflexión me concentro en la secunda parte. Pablo VI sostuvo de que "los ejercicios de piedad hacia la Virgen María deberían expresar claramente la noticia trinitaria y cristológica que es intrínseca y esencial" (n. 25). Todas las expresiones de devoción para María deberían ser orientadas hacia su Hijo, para que así alcancemos el pleno "conocimiento del Hijo de Dios, hasta que nos volvamos hombres perfectos, completamente maduros con la plenitud del mismo Cristo " (Ef 4, 13). De la misma manera, la devoción hacia María, en cuya vida terrenal el Espíritu Santo es más evidente, nos lleva a un entendimiento más profundo del papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación (n. 26). La consecuencia de una ulterior reflexión teológica sobre el papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación y un examen de la relación entre el Espíritu Santo y la Beata Virgen nos lleva a "una más profunda meditación sobre las verdades de la Fe" de la cual deriva "una Piedad más intensamente vivida" (n. 27). Pablo VI nos recuerda la enseñanza del Vaticano II y, específicamente su enseñanza sobre el pueblo de Dios. La naturaleza eclesiológica del pueblo elegido por Dios nos conduce al entendimiento de la hermandad bajo la tutela de María, nuestra Madre. Así también, la preocupación maternal de María infunde el amor que la Iglesia inspira a todos los pueblos y, de manera especial, a los pobres y débiles". La devoción hacia la Beata Virgen debe mostrar explícitamente su contenido intrínseco y eclesiológico: así será capaz de valerse de una fuerza que renueve las formas y los textos de manera apropiada" (n. 28).
Para alcanzar esta renovación, Pablo VI trazó cuatro líneas directivas: la bíblica, la litúrgica, la ecuménica y la antropológica. En este sentido, recomendó que cualquier forma de culto Cristiano tendría que estar impregnado de elementos bíblicos, incluyendo material de devoción. "Lo que se necesita es que los textos de los rezos y cantos saquen su inspiración y su terminología de la Biblia y, sobre todo, incluya el material para la devoción hacia la Virgen, imbuido de los grandes temas del mensaje Cristiano" (n. 30). Pablo VI recomendó que todas las devociones hacia María fuesen armónicas a las celebraciones y estaciones litúrgicas. La devoción nunca debía ocultar el culto o confundirse inadecuadamente con éste. Cuando estos dos elementos son debidamente distinguidos, el valor de cada uno resalta claramente (n. 31). Pablo VI también recomendó que la devoción hacia María pusiese atención en fomentar un espíritu ecuménico. De una parte, la devoción hacia la Madre del Señor podía ser compartida por todos los que invocasen a Su Hijo, a través de la piedad mariana, tema al cual todos los Cristianos podían adherir; por otra parte, había que poner atención para evitar el exceso, para que fuese evidente para todos los Cristianos, la verdadera naturaleza eclesiástica sobre la función de María (nn. 32 - 33). Para terminar, "la devoción a la Beata Virgen tiene que prestar atención a ciertos adquisiciones seguras de las ciencias humanas" (n. 34). Es necesario que la figura de María sea presentada a toda la gente como ejemplo de su aceptación a la voluntad de Dios. El fiat de María trasciende el tiempo y la cultura. El acento de la devoción hacia María no debe ser puesto en los detalles particulares de las condiciones de vida de María, sino en su papel para realizar la misión recibida por parte de Dios bajo la inspiración del Espíritu Santo (nn. 35 - 36).
No obstante el énfasis de Pablo VI sobre la guía del Espíritu Santo en Marialis cultus, "El Espíritu Santo y María" y de sus otros escritos, no hubo algún progreso mariano durante su vida. Sin embargo, parecería que, así como el Espíritu Santo oscureció metafísicamente a María en la concepción del Verbo Encarnado, así también el Espíritu Santo oscureció metafóricamente María en la concepción de los teólogos inmediatamente después del Concilio y durante todo el pontificio de Pablo VI. El mismo Espíritu Santo ha concedido a su sucesor, en la persona de Juan Pablo II la capacidad de reactivar el trabajo empezado durante el Concilio, enfatizando la función de María en la Iglesia y en la historia de la salvación.
Redemptoris Mater
El pontificado de Juan Pablo II ha promovido un retorno a la reflexión sobre María y de su devoción, desde todo que está representado con la grande "M" azul puesta sobre el escudo y también la adopción de la máxima "Totus Tuus", hasta su carta encíclica Redemptoris Mater. Esta encíclica despertó el gigante que dormía: el afecto hacia María entre el pueblo de Dios, tratando de renovar sus devociones personales y formales hacia la Beata Virgen María, a la luz de los cambios litúrgicos después del Concilio. Este documento suscitó el interés de los teólogos quienes hasta ahora, no habían ofrecido alguna reflexión significativa sobre la última parte de la Lumen gentium. Esto también ha promovido la iniciativa inicial, introducida con el capitulo VIII de la Lumen gentium: ofrecer una imagen de María en relación a su Hijo y a su Iglesia. La Redemptoris mater está dividida en tres partes principales. En la primera, Juan Pablo II presenta a María en el misterio de Cristo (números 1 - 24). En la segunda, habla de María como Madre de Dios, colocándola al centro de una Iglesia de peregrinos (nn. 51 - 52). Por último, describe la mediación maternal de María (nn. 38 - 50). Al final, Juan Pablo concluye con una súplica para que la Madre del Redentor nos ayude (nn. 51 - 52).
En la Anunciación encontramos a María "llena de gracia". Ella está llena de gracia en virtud, tanto de su elección Divina como de la Encarnación que lleva en su seno y de su fiat, para un camino de fe similar al de Abraham. Así como Abraham creía y vivía según las leyes de Dios, María viajó a Belén para visitar a Isabel, a Caná al templo para la presentación y, al final, hacia la Cruz. "En la expresión 'Bendita ella que creyó' podemos justamente encontrar una especie de llave que nos revela la realidad íntima de María, encontrada 'llena de gracia' por los ángeles. Si ella ha sido eternamente presente en el misterio de Cristo como 'llena de gracia', durante todo su viaje terreno se hizo partícipe en este misterio a través de la fe" (n. 19). Juan Pablo presta especial atención al relato de Juan de la boda de Caná, en la cual María hace de intercesora entre su Hijo y las necesidades de la gente, diciéndoles: "hagan lo que Él les diga" (Juan 2, 5). A partir de este señal, María sostiene a su Hijo aún cuando está en la Cruz. Por otra parte, "en la economía redentora de la gracia, ocasionada por la acción del Espíritu Santo, encontramos una correspondencia singular entre el momento de la Encarnación de la Palabra y el momento del nacimiento de la Iglesia. Ella es la persona que une estos dos momentos: María en Nazaret y María en el Cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta y, al mismo tiempo, esencial señala el camino del nacimiento del Espíritu Santo" (n. 24).
La Iglesia, el pueblo peregrino de Dios, "procede en el camino ya recorrido por la Virgen María, quien 'avanzó en su peregrinación de fe, preservando fielmente la unión con su Hijo hasta llegar a la Cruz" (n. 4 y LG, n. 58). María ha estado presente el día de Pentecostés cómo testigo del misterio de Cristo y queda presente en el misterio de la Iglesia en su lucha para encontrar al Señor, cuando llegue. Este viaje del pueblo peregrino de Dios no puede ser entendido sin el ejemplo de María. "La Virgen Madre está siempre presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Este recorrido está demostrado, de manera especial, por el cántico del Magnificat, el cual, habiendo emergido del profundo de la fe de María en la visitación, vibra incesantemente en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (n. 35). El monólogo de María en las palabras del Magnificat inspira constantemente la Iglesia en su opción que privilegia a los pobres y humildes. La sencillez de la propia vida de María, su fiat y su dedicación sin condiciones a la voluntad de Dios, recordarán su misión a la Iglesia. Al final del segundo milenio Cristiano, la Iglesia necesita un compromiso renovador para realizar su misión en favor de los pobres - una misión íntimamente relacionada a la interpretación acerca de la libertad y liberación. A cerca de la misión de la Iglesia, Juan Pablo II cita la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la "Libertad Cristiana y Liberación " (22 de marzo, 1986): "María depende totalmente de Dios y está orientada completamente hacia Él, quedando al lado de su Hijo, quien representa la imagen más perfecta de libertad y de la liberación de la humanidad y del universo. Es hacia Ella como Madre y Modelo que la Iglesia tiene que mirar para comprender el sentido de su propia misión integral".
Juan Pablo II dedica la tercera parte de la Redemptoris mater a la mediación materna de María. Citando 1 Tim (2, 5 - 6): "Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, que en el tiempo fijado dio el testimonio" y citando libremente la Lumen gentium (n. 60), el Papa nos recuerda que "la mediación de María está íntimamente relacionada a su maternidad. Posee un carácter específicamente materno, distinto de la mediación de otras criaturas quienes, en varios y subordinados modos, participan en la única mediación de Cristo, aunque la mediación de María sea también una mediación compartida" (n. 38). Como los dos caras de una moneda, María es al mismo tiempo, única madre y única mediadora. Es cierto que María es redimida por su Hijo, si bien cuando ella se encuentra con su Hijo en su acto redentor en la Cruz, ya lleva los primeros frutos de la Redención en su Concepción Inmaculada. Es en la Cruz que se manifiesta nuestra relación filial con María. "Aquí percibimos el real valor de la palabras pronunciadas por Jesús hacia su Madre en la hora de la Cruz: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo' y al discípulo: 'Ahí tienes a tu madre' (Juan 19, 26 - 27)... Es una maternidad en el orden de la gracia, porque implora el don del Espíritu Santo, que promueve a los nuevos niños de Dios, redimiéndoles a través del sacrificio de Cristo, a través de ese Espíritu recibido también por María junto a la Iglesia el día de Pentecostés" (n. 44). Por lo tanto, es justo y necesario que dirijamos nuestra devoción filial a la Madre del Redentor en todas nuestras necesidades.
La Redemptoris mater anima el entusiasmo en favor de una conciencia más profunda de la función de María en el misterio de nuestra redención. Esto constituye tanto el cumplimiento del mandado ofrecido en el capítulo VIII de la Lumen gentium, como el estímulo para ulteriores estudios sobre la Madre del Redentor, para serle más fiel. Con la Redemptoris mater, Juan Pablo II puso una piedra millar en la Mariología, que será destinada a ser condición sine qua non de la Mariología en el futuro. En su profunda Carta encíclica, Juan Pablo II volvió a encender la chispa de la Mariología, continuando a iluminar y avanzando la interpretación doctrinal Mariana, especialmente durante sus audiencias generales. Entre septiembre 1995 y noviembre 1997, el Papa ha ofrecido setenta audiencias generales dedicadas a la Beata Virgen María. Además, decenas de teólogos volvieron a tratar cuestiones relacionadas al papel especial de María en la vida y en la misión de su Hijo y de la Iglesia. El tercer milenio de la Cristiandad promete ser rico in términos de reflexión y de devoción mariana, mientras la Iglesia está creciendo en el entendimiento y en la devoción a la Madre del Redentor.