El obispo de Roma: verdadero Vicario de Cristo, cabeza de la Iglesia universal, Padre y Maestro de todos los cristianos
En la bula de unión Laetentur caeli, definía el concilio de Florencia (6-7-1439) que el "Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia, padre y maestro de todos los cristianos" (DH 1307). Esta formulación, parte de una cita más amplia, tras una larga historia de diferentes interpretaciones, fue recogida en la constitución Pastor aeternus del Concilio Vaticano I en su definición del primado de jurisdicción y de la infalibilidad del magisterio papal, y retomada asimismo por el Concilio Vaticano II. Expresaba así el concilio florentino la conciencia católica del primado, en formulaciones que recogían la propia tradición teológica latina, y cuyo significado más hondo ha de ser comprendido a la luz de su recepción y propuesta por ambos concilios vaticanos.
Con la expresión "verdadero Vicario de Cristo" propone el concilio de Florencia el núcleo de su enseñanza sobre el ministerio petrino. La frase está asociada íntimamente con la anterior afirmación de la sucesión del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, y la interpreta: se trata de la misión recibida únicamente por Pedro de representar a Cristo ante toda la Iglesia como pastor de todas las ovejas. La palabra "vicario" quería expresar este vices Christi habere in terris, este "tener su lugar", como un vicario que recibe el poder del que lo posee en propio. Ya que tradicionalmente se usaba el título "vicario de Cristo" también para los obispos, se añade aquí un adjetivo, "verdadero", para indicar una diferencia, una relación peculiar y única de representación vicaria de Cristo en la persona de Pedro y de sus sucesores.
Se expresa así el núcleo de la tradición petrina de la Iglesia católica, explicitado en la frase siguiente, "cabeza de toda la Iglesia universal", que, según el pensamiento de Florencia, quiere excluir posibles interpretaciones conciliaristas de la frase "vicario de Cristo". En otros términos, se afirma así que la potestad papal no es dada ni deriva de la comunidad eclesial, sino que, al contrario, ésta es regida por Cristo mediante su vicario, el obispo de Roma. De aquí se sigue asimismo una "plena potestad" de apacentar y regir la Iglesia universal, proveniente de Cristo.
El concilio Vaticano I retomará más sistemáticamente esta enseñanza en sus capítulos sobre la institución por Cristo del primado apostólico de Pedro, de la perpetuidad de este ministerio en sus sucesores, de la naturaleza de este primado como "de jurisdicción", dotado del carisma de la infalibilidad.
Es importante observar, sin embargo, que la potestad propia del "vicario de Cristo" no puede ser deducida en abstracto desde un concepto canónico o jurídico del "poder vicario", sino que está determinada por la voluntad positiva de Cristo que la instituye. De ahí el significado también de la vinculación histórica implicada en el título de "sucesor de Pedro". Así, por ejemplo, eran erróneas las teorías canónicas o teológicas que derivaban del ser "vicario de Cristo" un poder sobre el mundo entero, sobre la Iglesia y sobre las realidades temporales, sobre los fieles cristianos y sobre los no cristianos. Tampoco puede deducirse que todo derecho y jurisdicción en la Iglesia se derive inmediatamente de la plena potestad del "vicario de Cristo".
De hecho, las afirmaciones conciliares en Florencia, el Vaticano I y el II, subrayan igualmente que los obispos son también pastores propios, sucesores de los apóstoles; y que el ministerio papal no destruye el episcopal, convirtiéndolos en "vicarios" o "delegados" del Papa, sino que lo confirma y robustece. En este sentido puede leerse la continuación de la cita de Laetentur caeli, el famoso párrafo Tantum autem abest de la Pastor aeternus, o las amplias enseñanzas del cap. III de Lumen gentium sobre el ministerio y el colegio episcopal. Estas perspectivas son especialmente importantes para el camino ecuménico, como ya mostró Florencia, también muy claramente Lumen gentium y Unitatis redintegratio, y últimamente la encíclica Ut unum sint.
En la frase "maestro de todos los cristianos" se pone de manifiesto el singular servicio a la fe de toda la Iglesia encomendado por el Señor a Pedro y a sus sucesores. En Florencia se expresaba así la conciencia de que el obispo de Roma había conservado y defendido siempre la verdadera fe, como verdadero maestro de todos los fieles. De hecho el Vaticano I pudo apoyarse razonablemente en esta frase para su definición de la infalibilidad del magisterio papal; el servicio del vicario de Cristo para que la Iglesia permanezca siempre en la verdadera fe, encontraba así la expresión solemne de su fundamento en la asistencia particular del Espíritu Santo. El Vaticano II ha confirmado esta enseñanza sobre el magisterio auténtico del sucesor de Pedro, incluido el carisma de infalibilidad con que el Espíritu lo mantiene en la verdad del Evangelio, como dimensión esencial del ministerio del vicario de Cristo para toda la Iglesia.
Así pues, el obispo de Roma, sucesor de Pedro, hace presente a Cristo de modo propio y verdadero a través de su ministerio como Padre y Maestro de todos los cristianos, y cabeza de la Iglesia universal. En ésta, que es en Cristo como un sacramento "de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), en la que no hay fronteras ni discriminación por criterios humanos, el obispo de Roma es principio y fundamento perpetuo y visible de unidad en la fe y en la comunión, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles.
Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología "San Dámaso"
Madrid