Catequesis y Homilía
Michael F. Hull
A comienzos del siglo XX, el Papa San Pío X se lamentaba del pobre estado de la catequesis entre los fieles en su encíclica Acerbo nimis (15 de abril de 1905). A finales del siglo XX, las cosas no habían mejorado pese a la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979) del Papa Juan Pablo II. Ambos documentos papales hacen referencia a la importancia de la homilía y la catequesis (AN, números 12–14 y CT, número 48). Por otra parte, el Concilio Vaticano II acentúa la importancia de la homilía en la constitución dogmática Sacrosanctum concilium (número 52). Por su propia naturaleza, un conocimiento suficiente de las verdades de la religión entre los fieles y una adecuada elocuencia sagrada entre el clero no se pueden evaluar fácilmente desde un punto de vista teórico, aunque sea obvio que un exceso en ambos casos es imposible. No obstante, a nivel práctico, y a comienzos del tercer milenio de Cristianismo, sigue siendo más que evidente la abrumadora falta de ambos.
Pío indica que las homilías y la catequesis no son lo mismo, puesto que la homilía está dirigida en general a los que ya están catequizados, mientras que la formación de la catequesis está orientada a aquellos que desconocen la fe, en particular a los niños (AN, número 12). Pero de hecho, domingo tras domingo muchos sacerdotes y obispos se dirigen a parroquias enteras que están, a todos los efectos, sin catequizar. Del mismo modo, domingo tras domingo muchas parroquias escuchan a sacerdotes y obispos cuyas homilías están tan vacías de contenidos, incluso aunque el estilo sea muy bueno, de manera que parte del pueblo de Dios permanece sin una sólida formación sobre las verdades eternas.
Juan Pablo escribe: "Respetando la naturaleza específica y la cadencia específica del [entorno litúrgico], la homilía ha de retomar el recorrido de fe presentado por la catequesis y llevarlo hacia su cumplimiento natural. Al mismo tiempo, anima a los discípulos del Señor a comenzar desde cero cada día su viaje espiritual en la verdad, la adoración y la acción de gracias" (CT, número 48). En este párrafo, el Papa subraya el vínculo esencial que existe entre la catequesis y la homilía: La catequesis básica es el sustento para un posterior avanzar en la verdad, la adoración y la acción de gracias; y la homilía es fructífera ya que hace avanzar el camino de fe del creyente hacia la beatífica visión.
Sacrosanctum concilium enseña: "Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana" (número 52). Los fieles tienes una necesidad imperiosa de una predicación desde el púlpito que enseñe sobre nuestra santa religión. Como parte de la sagrada liturgia, la homilía no es un momento de exégesis de novelas, narración de historias, psicología popular o una reflexión a la ligera. La homilía es un momento para la verdad y sus consecuencias; los hechos del Evangelio y los resultados de afirmarlo o negarlo. Más aún, el Concilio Vaticano II nos recuerda: "La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia" (Dei verbum, no. 10). Ahora más que nunca, los sacerdotes y los obispos están obligados a exponer ese sagrado depósito en sus homilías para construir y elevar los débiles fundamentos de la catequesis actual. Todo sacerdote y todo obispo ha de subir al púlpito con las palabras de San Pablo en la mente: "¡Ay de mi si no predico el Evangelio!" (1 Cor 9:16).