Conclusión
Su Em. el Card. Darío Castrillón Hoyos,
Prefecto de la Congregación del Clero
"En el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, todo el cuerpo, según la operación propia de cada uno de sus miembros, hace crecer a todo el cuerpo (Ef 4,16). Más aún, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este cuerpo, que el miembro que no contribuye, según su propia capacidad, al crecimiento del cuerpo debe ser considerado inútil para la Iglesia y para sí mismo". Esta afirmación, tomada del Decreto conciliar Apostolicam actuositatem (n° 2), puede resumir, de alguna manera, las reflexiones y los análisis teológicos que acabamos de seguir. La diversidad deseada por Cristo y el Espíritu Santo en la Iglesia es un bien y una riqueza para ella: diversidad de vocaciones y estados de vida, diversidad de ministerios, carismas y responsabilidades.
Retomando las palabras del Santo Padre, recordemos que "no existe derecho alguno, originario y prioritario, de participar en la vida y la misión de la Iglesia que pueda anular dicha diversidad, porque todo derecho nace del deber de acoger a la Iglesia como don que Dios ha concebido de con anterioridad" (Juan Pablo II, Discurso en ocasión del Simposio sobre la Colaboración de los laicos en el ministerio sagrado de los presbíteros, n° 4).
¡Qué fácil es vivir esta fidelidad a la Iglesia si nos unimos a ella en su peregrinaje hacia la Jerusalén celestial! No es casual la relación que hemos establecido entre los dos temas en la sesión teológica internacional de hoy. Sólo en el espíritu de unión a la Iglesia peregrina en el tiempo y la historia de la humanidad podemos vivir el espíritu de comunión con Cristo y, en Cristo, junto con todos los hombres.
Desde este punto de vista, cobra valor pleno el deber de la nueva evangelización, que es anuncio y testimonio del Evangelio como noticia jubilosa, la "hermosa nueva", centrada totalmente en la persona de Cristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre. Es éste un deber de la Iglesia que se ve desafiado y puesto a dura prueba por la difusión de las sectas y, en especial, por el New Age, como ha recordado en distintas ocasiones el Santo Padre (cfr. Juan Pablo II, Exh. ap. Ecclesia in America, n° 73, del 22.1.1999; Exh. ap. Ecclesia in Europa, n° 10, del 28.1.2003).
Es éste el momento qn que debemos volver a descubrir que la catequesis cristiana y el testimonio de vida de cada fiel de la Iglesia deben ayudar a los hombre a encontrar a Cristo, conocerlo y vivir con Él, contagiando todo el fervor de la primera carta de Juan que comienza así: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos (...) os lo anunciamos también a vosotros" (1 Jn 1,1.3).
Éste va a ser el comienzo, en la próxima conferencia teológica, de nuestro tema, cuyo título será: "La Iglesia, el New Age y las sectas". Nos proponemos desarrollar en ella que la fascinación de las filosofías orientales, las nuevas formas de milenarismo y la búsqueda de espiritualidades esotéricas no están en condiciones de satisfacer esa sed de Dios y felicidad que el corazón humano sigue sintiendo como una necesidad dentro de sí (cfr. Documento del Pontificio Consejo de la Cultura e el Pontificio Consejo del Diálogo interreligioso, Jesucristo dador de agua viva - Una reflexión cristiana sobre el New Age).
Hablando sobre el New Age el Santo Padre escribía: "No podemos caer en la ilusión de que implique una renovación de la religión. Se trata sólo de una nueva manera de practicar la gnosis, es decir, esa actitud del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, termina arrollando Su Palabra, reemplazándola con meras palabras humanas" (Juan Pablo II, Varcare la soglia della speranza, Milano, Mondadori, 1994, p. 99).
La sesión internacional queda establecida para el próximo 27 de febrero, a las 12, hora de Roma.
Reitero mi agradecimiento a los eminentes prelados, teólogos y profesores que han participado hoy.
Desde el Vaticano, 28 de enero de 2003.