‘Pregonadlo desde las azoteas: el Evangelio en la era de la comunicación global’
XXXV Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales
27 de Mayo de 2001
"Pregonadlo desde las azoteas: el Evangelio en la era de la comunicación global
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1. El tema que he elegido para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2001 se hace eco de las palabras de Jesús. No podía ser de otro modo, ya que nosotros predicamos solamente a Cristo. Recordemos las palabras que dirigió a sus primeros discípulos: "Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde las azoteas" (Mt 10, 27). En el fondo de nuestro corazón hemos escuchado la verdad de Jesús; ahora debemos proclamarla desde las azoteas.
En el mundo actual, las azoteas se nos presentan como un bosque de transmisores y antenas, que envían y reciben mensajes de todo tipo a y desde los cuatro ángulos de la tierra. Es de primordial importancia procurar que, entre esos numerosos mensajes, no falte la palabra de Dios. En la actualidad, proclamar la fe desde las azoteas significa proclamar la palabra de Jesús en el dinámico mundo de las comunicaciones, y a través de él.
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2. En todas las culturas y en todos los tiempos, y ciertamente en medio de las actuales transformaciones globales, las personas se plantean las mismas preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida: "¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida?" (Fides et Ratio, 1). Y en todas las épocas la Iglesia ofrece la única respuesta plenamente satisfactoria a las preguntas más profundas del corazón humano: Jesucristo, que "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación" (Gaudium et spes, 22). Por lo tanto, los cristianos no deben nunca permanecer callados, pues el Señor nos ha confiado la palabra de salvación que todo corazón humano anhela. El Evangelio ofrece la perla preciosa que todos están buscando (cf. Mt 13, 45-46).
Por consiguiente, la Iglesia no puede por menos de comprometerse cada vez más profundamente en el efervescente mundo de las comunicaciones. La red de comunicaciones se está extendiendo y resulta cada vez más compleja, y los medios de comunicación social ejercen un influjo cada vez más visible sobre la cultura y sobre su transmisión. En el pasado los medios informaban sobre los acontecimientos; ahora, con frecuencia, se crean los acontecimientos para satisfacer las exigencias de los medios de comunicación. De este modo la interacción entre la realidad y los medios de comunicación se ha hecho cada vez más compleja, dando lugar a un fenómeno ambivalente. Por una parte se puede oscurecer la distinción entre lo verdadero y lo ilusorio; pero por otra, se pueden crear oportunidades sin precedente para hacer que la verdad sea lo más accesible a muchas más personas. A la Iglesia compete asegurar que esto último sea lo que realmente suceda.
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3. A veces el mundo de los medios de comunicación puede parecer indiferente e incluso hostil a la fe y la moral cristiana. En parte esto se debe a que la cultura de los medios de comunicación se ha ido impregnando progresivamente de una mentalidad típicamente postmoderna, según la cual la única verdad absoluta es que no existen verdades absolutas o, en caso de que existieran, serías inaccesibles a la razón humana y por lo tanto, irrelevante. Desde esa perspectiva, lo que importa no es la verdad sino "la historia". Si algo es digno de divulgar o entretenido, la tentación de prescindir de las consideraciones sobre su veracidad resulta casi irresistible. Como resultado, el mundo de los medios de comunicación puede, a veces, parecer un ambiente tan hostil a la evangelización como el mundo pagano en tiempos de los Apóstoles. Pero del mismo modo que los primeros testigos de la buena nueva no retrocedieron ante la hostilidad, tampoco deben hacerlo los seguidores de Cristo. El grito de San Pablo resuena todavía entre nosotros: "¡Pobre de mí si no anunciara el Evangelio!" (1 Co 9, 16).
Sin embargo, aunque a veces el mundo de los medios de comunicación puede dar la impresión de oponerse al mensaje cristiano, también ofrece oportunidades únicas para proclamar la verdad salvífica de Cristo a la entera familia humana. Pensemos, por ejemplo, en las transmisiones de ceremonias religiosas por satélite, que con frecuencia alcanzan una audiencia mundial, o en las grandes posibilidades que brinda Internet para difundir información y enseñanza de carácter religioso, superando obstáculos y fronteras. Los que han predicado el Evangelio antes que nosotros jamás hubieran podido imaginar una audiencia tan vasta. Por tanto, lo que hace falta en nuestros días es que la Iglesia de comprometa de forma activa y creativa en los medios de comunicación. Los católicos no deberían tener miedo de abrir las puertas de los medios de comunicación social a Cristo, para que la buena nueva pueda ser oída desde las azoteas del mundo.
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4. Es también de vital importancia que al inicio de este nuevo milenio recordemos la misión ad gentes que Cristo ha confiado a la Iglesia. Se calcula que dos tercios de los seis mil millones de personas que pueblan el mundo no conocen realmente a Jesucristo; y muchos de ellos viven en países con antiguas raíces cristianas, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe, o incluso no se consideran ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio (cf. Redemptoris missio, 33). Ciertamente, una respuesta eficaz a esta situación compromete a un ámbito mucho mayor que el de los medios de comunicación; pero en el esfuerzo de los cristianos por afrontar el desafío de la evangelización, no cabe ignorar el mundo de las comunicaciones sociales. Realmente, los medios de todo tipo pueden desempeñar un papel esencial en la evangelización directa y en la transmisión de verdades y valores en los que se apoya y perfecciona la dignidad humana. En efecto, la presencia de la Iglesia en los medios de comunicación es un aspecto importante de la inculturación del Evangelio exigida por la nueva evangelización a la que el Espíritu Santo convoca a la Iglesia en el mundo entero.
Así como toda la Iglesia desea tener en cuenta la llamada del Espíritu, los comunicadores cristianos tienen "una tarea, una vocación profética: clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo, el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el nacionalismo extremo..." (Ética en las comunicaciones sociales, 31). Sobre todo, tienen el deber y el privilegio de proclamar la verdad, la gloriosa verdad sobre la vida y el destino del hombre revelada en el Verbo encarnado. Ojalá que los católicos comprometidos en el mundo de las comunicaciones sociales prediquen desde las azoteas la verdad de Jesús con mucho más valor y alegría, de forma que todos los hombres y mujeres puedan oír hablar del amor que es el centro de la autocomunicación de Dios en Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8).
Vaticano, 24 de enero de 2001, memoria de San Francisco de Sales
Joannes Paulus pp. II