Mons. John Favalora
Arzobispo de Miami
Es para mí una gran alegría estar aquí con ustedes y poder compartir algunas de mis experiencias en la Iglesia en Miami. Como ustedes saben, en la Florida conocemos muy bien la cultura hispana. Nuestra población hispana representa a muchos países de Centro y Sudamérica y el Caribe. Cerca de cincuenta mil peruanos viven en la Florida, muchos de ellos en Miami. Nosotros servimos a sus hermanos y hermanas, a sus familiares y amigos.
Este encuentro nos da la oportunidad de reflexionar sobre preocupaciones y retos comunes. Mi plegaria es que el Espíritu Santo bendiga este intercambio de ideas.
En esta presentación, primero hablaré de la conversión personal como el punto clave de la Nueva Evangelización. En segundo lugar, trataré sobre la idea de communio como el resultado necesario de la conversión. Por último, destacaré la presencia de la Virgen María como indispensable en ambos esfuerzos.
La celebración del Gran Jubileo del año 2000, al igual que los años jubilares del Antiguo Testamento, es una invitación a todos a una unión más íntima con Dios. Los cristianos llamamos a esta unión conversión del corazón. Por la gracia de Dios, nos apartamos del pecado y nos volvemos hacia Dios, para que su vida se haga más evidente en y a través de la nuestra. San Pablo describe este proceso, ya enraizado en él mismo, con estas simples palabras: "Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí"
(1).Para los cristianos, el camino hacia la conversión debe ser siempre Cristo. Él es, por siempre, el Camino, la Verdad y la Vida del cristiano. El documento de los Lineamenta para el Sínodo de América, citando a San León Magno, afirma: "Todo lo que el Hijo de Dios obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no lo conocemos solamente por la historia de sus acciones pasadas, sino que lo sentimos también en la eficacia de lo que Él realiza en el presente"
(2).Jesucristo es el alfa y la omega. Es para ayer, hoy y siempre. Por eso el proceso de conversión siempre debe estar centrado en Cristo. Cada acto litúrgico, cada celebración sacramental, cada obra de caridad, hace a Cristo presente en la constante acción sagrada de la reparación y la reconciliación.
El desafío de la Nueva Evangelización consiste en que podamos hacer presentes en nuestras celebraciones litúrgicas los dos aspectos de la vida de Cristo: su trascendencia y su encarnación. Fieles a la doctrina teológica basada en la fe que se nos ha transmitido, creemos que Jesús de Nazaret fue a la vez Dios y hombre. Esencial en su misión fue la reconciliación del hombre con Dios. Por eso, en coherencia con el misterio de las dos naturalezas de Cristo, nuestras celebraciones litúrgicas deben reflejar esa unión de lo humano con lo divino.
La apropiada celebración de los sacramentos, y particularmente del sacramento de la reconciliación, es esencial para la conversión personal a Cristo.
En su alocución durante la visita ad Limina de 1988, el Santo Padre Juan Pablo II urgió a los obispos de la V región de Estados Unidos, a que volvieran a darle su lugar al sacramento de la penitencia
(3). Subrayó que los temas esenciales del Evangelio -la primacía de Dios y la realidad del pecado- deben ser reconocidos y que, por medio de la gracia divina, la conversión es la respuesta a la llamada de Dios. La conversión lleva consigo el don de la reconciliación que se realiza en Cristo y a través de Él. El Papa señaló que el sacramento de la confesión es el alma de la vida pastoral, y urgió la adecuada implementación de un plan pastoral, tanto para la renovación personal como para la renovación de la Iglesia y de la sociedad.En ese mismo discurso añadió: "Como obispos, contribuimos también a la verdadera renovación, animando fraternalmente a nuestros sacerdotes a perseverar en su incomparable ministerio de confesores. Esto significa que primero deben recorrer ellos mismos este camino de conversión y reconciliación. En esto también debemos darles ejemplo"
(4).
La conversión personal y la renovación se intensifican no sólo por medio de la vida litúrgica de la Iglesia, sino también por nuestro ministerio de enseñanza y predicación. La educación en las creencias de nuestra fe es esencial para la renovación de la faz de la tierra. Enseñar y predicar la palabra en el mundo de hoy requiere que entendamos la cultura en que vivimos. Si no estudiamos y conocemos la cultura, ¿cómo podemos pretender hablar de los problemas que rodean y desafían la fe de nuestro pueblo?
La palabra de Dios no puede servir de levadura para la sociedad si no entramos en diálogo con la cultura en toda su amplitud. Pero si no estamos firmemente seguros de nuestra identidad católica, ese diálogo ciertamente acabará en un desastre.
Cuando Jesús enfrentó al demonio en el desierto estaba bien seguro de quién era Él y de quién era Satanás. Nunca comprometió su identidad. Lo mismo ocurrió cuando Jesús enfrentó a los malos espíritus que poseían a las personas que curaba. El Evangelio nos dice que Jesús les hablaba con autoridad. Su autoridad brotaba de su identidad autoposeída.
La educación en la fe asienta firmemente a nuestros pueblos en su identidad católica. No podemos esperar que nuestros laicos reformen el mundo mientras no comprendan claramente quiénes son y cuál es su misión. Entonces, por su conversión a Cristo y como fieles apóstoles, llevarán su apostolado a la sociedad, enriqueciéndola con la verdadera justicia, la paz y el amor.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que "la iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la Iglesia"
(5). El Catecismo continúa citando al Papa Pío XII: "Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia" (6).Por eso debemos usar todos los medios modernos para educar a nuestros hermanos y hermanas acerca de su identidad y su misión. La educación religiosa es vitalmente importante a todos los niveles, desde la edad pre-escolar hasta la adultez. No debemos olvidar que los medios de educación son igualmente importantes. Los retos hoy en día son inmensos; grandes segmentos de católicos en nuestras respectivas diócesis diariamente se ven influenciados por películas y programas de radio y televisión cuyos valores son totalmente opuestos a los del Evangelio.
¿Cómo enfrentar este reto? Nuestros jóvenes están abrumados por los valores materialistas de una sociedad consumista. Sus héroes son artistas y figuras del deporte. El sexo y las drogas forman parte de la cultura de la juventud de hoy. La violencia en el hogar y en las calles son aspectos comunes en sus vidas. La infidelidad se ve como algo normal y el divorcio es aceptable, lo cual destruye una buena vida familiar. ¿Cómo puede el mensaje del Evangelio penetrar estas tinieblas de desesperación? ¿Qué puede hacer la Iglesia para despejar esas tinieblas?
En 1995, los obispos de las siete diócesis de la Florida se reunieron con 300 líderes católicos, laicos, religiosos y sacerdotes, precisamente para encontrar la manera de enfrentar estos complicados problemas. Tratamos de fortalecer nuestra identidad católica y relacionar nuestra fe con las culturas en las que vive y se desarrolla. Aprovecho esta oportunidad para compartir con ustedes los resultados de esos tres días, porque creo que responden a los retos que enfrentamos hoy y que enfrentaremos en la Nueva Evangelización que nos espera en el Tercer Milenio. Aquí están los seis caminos que optamos por seguir para promover la identidad católica y fortalecer la evangelización en la Florida:
1. Celebraciones litúrgicas apelantes y acogedoras, homilías motivadoras y celebraciones comunitarias de los sacramentos, precedidas por mejores catequesis.
2. Desarrollo e implementación de un diálogo al interior de la Iglesia y con las diferentes culturas en torno a las enseñanzas de la fe y la vida moral.
3. Más y mejor uso de la tecnología y de los medios de comunicación.
4. Educación y formación continua del clero y de los dirigentes laicos.
5. Fomento de un estilo de vida que estimule a los individuos a cuidar y compartir los dones recibidos de Dios.
6. Inclusión de la juventud al planear el futuro de la Iglesia.
Sé que estas seis áreas abarcan las necesidades particulares de la Iglesia en la Florida. Sin embargo, estas propuestas incluyen todos los elementos necesarios para una buena evangelización en cualquier momento y en cualquier lugar: las personas, los medios y los recursos.
Cada una de estas áreas merece una larga reflexión. Sin embargo quiero hablar sobre uno de estos elementos en particular: el uso de los medios de comunicación. Creo que éste es un tema de importancia vital en nuestra época.
El reto del Evangelio consiste en su difusión. Cristo les dio este mandato a sus discípulos: "Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas... y enseñándoles..."
(7). Es verdad que la conversión es una respuesta personal, por medio de la gracia, a la llamada del Señor. Pero también es verdad que Jesús espera que nosotros le dirijamos esa llamada a los demás. ¿Cómo llegar a los cientos de miles, a los millones, que están bajo nuestro cuidado pastoral, para invitarlos a acercarse más a Dios, para fortalecer su identidad católica, para hacerles entender su misión en la Iglesia y para llevar el mensaje de Dios a toda persona? Jesús no nos dio una tarea imposible de realizar. Ciertamente quiere que cumplamos su mandato según la divina Providencia. Entonces, ¿cómo llegar a esa gran multitud que nunca viene a la iglesia, la multitud cuyo templo es la televisión, cuyo credo es el entretenimiento y los deportes, cuyos santos son las personas famosas y cuyas preocupaciones son cada vez más egoístas?
Creo que la respuesta es un mayor y mejor uso de los medios de comunicación. Si vamos a predicar la verdad, si vamos a presentar a Jesús a los demás, tenemos que mejorar nuestra comprensión de los medios de comunicación y nuestro diálogo con ellos. Para nosotros en los Estados Unidos ésta es una tarea difícil. El secularismo es la fuerza dominante en las películas, la televisión, los periódicos y la radio. En ningún lugar se encuentra un sentido de lo espiritual. El relativismo moral ahora rige la conducta moral. Incluso los llamados directores de asuntos religiosos de nuestros periódicos seculares saben poco o nada de la fe y reportan los eventos religiosos de una manera mundana y a veces hasta ridícula. Aquí existe una clara necesidad de establecer un diálogo que pueda mejorar la actividad de la comunicación. Sé que el Cardenal Mahony en Los Ángeles ha comenzado a hablar en serio de estos temas, sobre todo en lo que concierne a la industria del cine. Él sabe bien la influencia que tienen las industrias del cine y de la televisión en el pensamiento y la moralidad de nuestra nación.
La Arquidiócesis de Miami está estrechando los lazos con la prensa secular. Durante la semana de las comunicaciones globales, la Arquidiócesis invita a los miembros de la prensa local a un almuerzo de confraternidad.
En la Florida hemos concentrado nuestros esfuerzos en el ministerio radial. Como la televisión resulta muy cara, y el que no produce buena programación no sale adelante, el obispo Thomas Larkin compró en 1984 una estación de radio en Tampa. Como su sucesor, me impresionó mucho ese ministerio. A través de un programa diario, me oían miles de personas. Nuestra programación se escuchaba día y noche. Ahora que estoy en Miami, tengo la bendición de dos ministerios radiales -uno en español (Radio Paz) en una estación que recién hemos comprado; y uno en inglés (Radio Peace) en tiempo alquilado a otra emisora-. Nuestra estación en español ahora está en el aire las 24 horas del día, llevándole al pueblo la Misa diaria, el rosario, estudios de Biblia y teología, programas de micrófono abierto, entrevistas sobre temas sociales y locales, preguntas y respuestas, importantes eventos religiosos de la diócesis, programas para la juventud, música religiosa, deportes, noticias y boletines del tiempo, así como mensajes diarios de nuestro querido obispo auxiliar Agustín Román, y, claro está, mensajes frecuentes de su arzobispo hablando en español.
Nuestra estación llega a todos los rincones de la Arquidiócesis de Miami. Nuestra área tiene una población de tres millones y medio de habitantes, y de éstos un millón tres cientos mil hablan español. Radio Paz es el mejor medio que tengo para comunicarme con la comunidad hispana. Pronto espero poder llegar a transmitir 24 horas al día para los católicos de habla inglesa, en cuanto compremos otra estación.
Además, también tenemos acuerdos con 18 estaciones católicas en Latinoamérica que reciben nuestra programación a través del satélite Paznet. Estas estaciones están situadas en 10 países del Caribe, Centro y Sudamérica. Posteriormente queremos llegar a toda Sudamérica y México.
Al mismo tiempo, nos hemos puesto en contacto con las estaciones católicas de habla hispana en los Estados Unidos, y muchas de ellas están interesadas en unirse a Paznet cuando su señal llegue a todo el hemisferio.
La radio es muy popular entre los hispanos de la Florida, casi más que la televisión. La radio los acompaña en el automóvil y en el trabajo. Creo que debemos explorar la opción de tener una amplia programación radial como un requerimiento para predicar eficazmente el Evangelio en nuestros tiempos. Para nosotros, la radio es una manera de unir y de proclamar a Jesús ante una multitud de personas. En verdad nos ayuda en nuestra misión hodierna de conversión y communio.
En la Última Cena, Jesús rezó por la unidad de la Iglesia y de todo el mundo: ut unum sint. Juan Pablo II nos ha retado a hacer realidad esta oración del Señor al prepararnos para celebrar el Gran Jubileo del año 2000. La conversión personal es el primer paso hacia la comunión con los demás, tanto aquellos dentro del hogar de la Iglesia como aquellos que están fuera de nuestro hogar.
La Eucaristía es el símbolo máximo de la comunión de los fieles. En ella reactualizamos los sagrados misterios de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús como la acción unificadora del amor de Dios por todo el mundo. El misterio pascual es una realidad deseada por Dios desde toda la eternidad, para que sea realizada y celebrada parcialmente aquí en la tierra, y en plenitud sólo en el cielo. Como tal, cada celebración de la Eucaristía debe permitirnos saborear lo eterno, expresado tangiblemente en el presente. La comunidad visible de la Iglesia se une para anticipar la comunidad invisible del cielo. Pero existe otra importante comunión. Mientras más experimentamos la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, más comenzamos a ver su rostro en el de los demás. La santa comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo promueve la comunión con los demás. Así como la conversión personal nos lleva a la recepción frecuente de la sagrada comunión, esta recepción de Jesús -la Cabeza- también nos une con todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo.
La conversión personal nos prepara para recibir dignamente la santa comunión, y la digna recepción de la sagrada comunión nos impulsa hacia la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas. Por esta razón, en toda celebración eucarística debemos expresar nuestros actos personales de conversión, nuestra comunión personal con el Señor, nuestra unión con todos los presentes, y nuestra solidaridad y comunión con todos los demás.
El reto de la communio es demostrar ese movimiento ad extra para que la Eucaristía se convierta en el alimento para nuestro itinerario hacia los demás, hacia todos los demás. Para nosotros, lo que ocurre después de la sagrada comunión es imprescindible para la Nueva Evangelización. Este movimiento ad extra merece cierta reflexión.
El maravilloso regalo del Espíritu Santo en este siglo XX ha sido el comienzo de tantos movimientos espirituales. Este siglo ha sido llamado el de la madurez de la fe. Estos movimientos han llevado a sus miembros hacia la conversión personal, hacia un más profundo aprecio de los sacramentos, y los ha enardecido con el celo de llevar a otros a conocer mejor a Jesús. Me estoy refiriendo al magnífico trabajo de la Sociedad de San Vicente de Paul, la Legión de María que este año celebra su 75° aniversario, la Renovación Carismática, los Cursillos de Cristiandad, los Encuentros Matrimoniales, el Movimiento de Vida Cristiana, las Comunidades de Base, Amor en el Principio, la Agrupación Católica Universitaria, los Caballeros Católicos, los Caballeros de Colón, el Camino del Matrimonio, la Cofradía del Señor de los Milagros, la Cofradía de Nuestra Señora de la Caridad, la Comunidad de Vida Cristiana Regina Mundi, los Encuentros Juveniles, Impactos, el Movimiento Familiar Cristiano, el Opus Dei, la pastoral juvenil y de jóvenes adultos, el Centro Espiritual para la Juventud, la pastoral universitaria, y muchos más.
Al asociarse a estos movimientos, las personas llegan a fortalecer su identidad católica y se ponen al servicio de los demás. En nuestros países, estos valiosos movimientos son un medio efectivo a través de los cuales los laicos relacionan el Evangelio con sus vidas y con las de los demás. Estos movimientos se convierten en estilos de vida para sus miembros. Ofrecen una espiritualidad aplicable a las circunstancias de sus vidas. Los apoyan de la misma manera que las fraternidades sacerdotales promueven la solidaridad entre los sacerdotes, de la misma manera que las órdenes y los institutos religiosos promueven la solidaridad de misión entre los religiosos.
Mientras nosotros, como obispos y párrocos, continuemos guiando a los muchos movimientos de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, estos movimientos se convertirán en excelentes instrumentos del Espíritu Santo para nuestros tiempos. Pero el peligro acecha cuando los movimientos carecen de adecuada dirección eclesial. En el siglo XXI, creo que necesitaremos apoyarnos más y más en el buen trabajo del Espíritu Santo a través de los movimientos laicales en la Iglesia. Para eso necesitaremos tener gran confianza en el Espíritu Santo, más educación y preparación espiritual, entrenamiento y diálogo con los líderes, y una común celebración de su trabajo como reconocimiento de los maravillosos caminos del Señor. Tantos movimientos del Espíritu llegando a tantos miles de personas pintan un nuevo retrato de Pentecostés en el Tercer Milenio.
Sólo cuando este Santo Espíritu del Señor nos una por dentro podremos dialogar con aquellos que se encuentran afuera, apartados de Jesús. ¡Qué mejor manera de enseñar a los demás lo que sabemos y creemos, que demostrándoles nuestra solidaridad y comunión unos con otros! Jesús nos dio el mandamiento del amor, y dijo: "En esto conocerán todos que son mis discípulos"
(8). Esa comunión tiene que existir primero entre nosotros, antes de que podamos esperar extenderla al diálogo ecuménico.
Los católicos de Norte, Centro y Sudamérica y del Caribe, no podemos enfrentarnos con los retos de la Nueva Evangelización durante el próximo milenio sin María, la Madre de Jesús, la Reina de América. Bajo muchos nombres es patrona de nuestro hemisferio: Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Aparecida, Nuestra Señora del Carmen de Maipú, Nuestra Señora de la Altagracia, Nuestra Señora de Chiquinquirá, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de la Merced, y muchas más. Toda América honra a María. Ella está presente donde y cuando queramos hacer presente a Jesús a nuestros pueblos. Su presencia fue indispensable en Belén, donde lo dio a luz. Su presencia fue crucialmente importante en Caná, cuando Él por vez primera reveló su poder en el milagro de las bodas. Su presencia en solidaridad con su Hijo al permanecer junto a la cruz pone en evidencia su deseo de acompañar a su Hijo hasta la muerte. Nuestro arte sagrado siempre ha pintado a María con el Niño, mostrándonos a Jesús. Siempre nos lo presenta como el camino, la verdad y la vida. En la magnífica Pietá de Miguel Ángel, su opus magnum, vemos a María presente hasta en los últimos instantes de la vida de Jesús en la tierra.
El verdadero espíritu de la Nueva Evangelización no es posible sin María. En torno a Ella se reunieron los apóstoles en oración y comunión durante el primer Pentecostés. Bajo su presencia y junto con Ella tienen lugar todas las celebraciones del nacimiento de Jesús. Sin la Madre, no hay Hijo, no hay redención, no hay Pentecostés y no hay Nueva Evangelización.
María está aquí con nosotros ahora mismo, hermanos, mientras reflexionamos sobre el futuro de la Iglesia de su Hijo Jesús. Ella quiere que proclamemos el Evangelio. "Hagan lo que Él les diga"
(9), les señaló a los sirvientes en Caná. Y lo mismo que le dijo a Jesús en Caná, nos lo dice a nosotros hoy: "No tienen vino" (10). Nuestros pueblos sólo tienen agua, y mucha no es apta para beber. Necesitan que Jesús toque el agua de sus vidas y la convierta en vino de la más excelente cosecha. Jesús lo hizo una vez porque su Madre se lo pidió. María sabía que, al concebirlo, Jesús había tocado su vida, enriqueciéndola más de lo que se hubiera podido imaginar. Tan rico fue el vino que Él le ofreció, que para siempre cantaría su Magníficat. María le habla a todo el mundo del poder de Dios actuando entre su pueblo.La Iglesia canta el cántico de María todos los días en la hora de Vísperas, como nuestro canto de acción de gracias. Lo hacemos porque creemos que el Todopoderoso hizo grandes cosas por nosotros. También nos ha mostrado su misericordia. Creemos que ha desplegado y seguirá desplegando el poder de su brazo. Creemos que ha vencido y seguirá venciendo a los soberbios. Creemos que derribará a los poderosos y levantará a los humildes. Creemos que colma a los hambrientos con todo lo que es bueno, y despide vacíos a los ricos. Creemos que prometió misericordia a Abraham y a sus descendientes para siempre.
Fielmente, entonces, continuamos cantando el cántico de María que nos da esperanza y coraje. María, al anunciarse el primer Evangelium, perpleja le respondió al ángel Gabriel: "¿Cómo podrá ser esto?"
(11). De la misma manera, nosotros respondemos: "¿Cómo podrá ser esto?". Nos espera una difícil tarea que desafía la lógica y el entendimiento. "¿Cómo podrá realizarse esto?".El ángel le respondió a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra... porque ninguna cosa es imposible para Dios"
(12).Oh, María, calma nuestros temores y nuestras dudas.
Muéstranos a Jesús y ayúdanos a traerlo al mundo.
Recuérdanos que el Todopoderoso
continúa haciendo grandes obras.
Bendito es su nombre.
Contigo a nuestro lado,
los obispos de la Iglesia que fundó tu Hijo
tenemos todo lo que necesitamos.
Quédate con nosotros, Madre,
porque cuando tú estás con nosotros,
también ahí está tu Hijo
y con Él todo es posible.
María, Reina de América, ruega por nosotros.
Notas
1. Gál 2,19-20.
[Regresar]2. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para América, Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América (Lineamenta), Ciudad del Vaticano 1996, n. 21.
[Regresar]3. Ver Juan Pablo II, Alocución a los obispos de la V región de Estados Unidos en visita "ad Limina Apostolorum", 31/5/1988, 6-9.
[Regresar]4. Allí mismo, 9.
[Regresar]5. Catecismo de la Iglesia Católica, 899.
[Regresar]6. Pío XII, Discurso a los nuevos Cardenales, 20/2/1946, citado en Catecismo de la Iglesia Católica, 899.
[Regresar]7. Mt 28,19-20.
[Regresar]8. Jn 13,35.
[Regresar]9. Jn 2,5.
[Regresar]10. Jn 2,3.
[Regresar]11. Lc 1,34.
[Regresar]12. Lc 1,35.37.
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