Bogotá, agosto de 1968
Ema. Revma. Juan Landázuri Ricketts,
Cardenal Arzobispo de Lima y Primado del Perú;
Copresidente de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
Santísimo Padre:
América, tierra hermanada por estrechos lazos de sangre, lengua y cultura
(1), dividida por injustas diferencias sociales, económicas y sociales, os da su bienvenida llena de esperanza.América, tierra de Rosa de Lima y Mariana de Jesús, de Toribio de Mogrovejo y Francisco Solano, de Pedro Claver y Martín de Porres, os recibe con la convicción de que el Espíritu que los alentó hará surgir numerosos cristianos auténticos, que busquen nuevas formas de servicio a sus hermanos
(2).América, tierra que honra a la Madre de Cristo en Tepeyac y en Chiquinquirá, en Aparecida y en Coromoto, en Copacabana y en Luján, reafirma ante vuestra presencia la necesidad de una Iglesia como María, pobre y entregada al servicio de su Señor
(3).Os acogemos con gratitud en el alma y con gozo en el corazón. Recibimos con alborozo al peregrino de la paz, porque sabemos que este es el signo de Vuestra presencia entre nosotros; caminante en la senda crucial de la historia latinoamericana, cual luz que resplandece en la oscuridad de la hora actual. Bien sabemos que hoy, en América y en todo el mundo, la paz estrena un nombre nuevo: "El desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres". Permitid, pues, que manifieste nuestra gran alegría, al recibir al peregrino del desarrollo de los pueblos que sufren. Bienvenido, entre nosotros, ¡peregrino de la paz!
(4).
Los obispos de América Latina reunidos en esta coyuntura -nuestra Segunda Conferencia General- expresando la colegialidad episcopal, presididos por Vuestra Santidad, participamos de las esperanzas y de las preocupaciones de nuestros pueblos. Esperanzas de casi 270 millones de hombres y mujeres, jóvenes en una gran mayoría. Preocupaciones por la presente situación económica, social, cultural, política y religiosa
(5).La alternativa para los hombres responsables de nuestro momento histórico no está entre el mantenimiento de la actual situación y el cambio; tal planteamiento se encuentra superado. Todos estamos acordes en la necesidad de transformaciones profundas y rápidas. La alternativa es sobre el modo con que se ha de llevar a cabo tan urgente tarea. Una situación anormal está instalada en América Latina, ahí donde se ignora la dignidad de la persona humana y donde grandes masas aguardan todavía el signo de su redención.
Ante esta realidad inquietante, siguiendo señalados ejemplos de Vuestra Santidad, no podemos menos de reconocer que nuestras actitudes no siempre han tenido una visión total de la situación. Es cierto que, a imitación del Señor, nos hemos preocupado de los pobres y de los más necesitados
(6) para ser fieles a nuestra misión. Pero creemos que necesitamos de un trabajo de purificación que al modo de alentador impulso, nos lleve a la ansiada reforma. Tenemos que acercarnos aún más al hombre; al inclinarnos hacia él y hacia la tierra nos adentramos en el Reino de Dios (7).En América Latina la salvación, que es realización del Reino de Dios, abarca la liberación de todo el hombre, el paso para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas
(8). Esto es lo que anhelamos y lo que nos empeñaremos en realizar. Para ello debemos compenetrarnos vivamente del mensaje de Cristo para comprender que el Reino de Dios no habrá alcanzado su madurez allí donde no haya desarrollo integral. Por tanto, en nuestro servicio pastoral buscaremos las formas de encarnar hoy en la Iglesia el amor del Señor.Nuestra tarea en esta Conferencia en la que el Consejo Episcopal Latinoamericano y la Pontificia Comisión para nuestro continente, en armoniosa cooperación, han vertido lo mejor de sus esfuerzos, es la presencia de la Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio Vaticano II.
Este trabajo que emprendemos con humildad comienza por obligarnos a lograr una conciencia más adecuada del signo que debemos ser. ¿A dónde vamos? ¿Qué llevamos a los hombres que nos esperan?
En un esfuerzo decidido de constante conversión, de vivir en el amor evangélico, no podemos menos de reconocer que es la Iglesia, nuestra Iglesia en América Latina, la que se pone en cuestión, profundizando la conciencia que tiene de ella misma
(9).Cada uno de nosotros nos preguntamos, con sinceridad, sobre el sentido de nuestra presencia y de nuestra acción en estos momentos de cambio, en esta difícil etapa de búsqueda. La Iglesia en América Latina, en esta encrucijada, no pretende situaciones de prestigio y privilegio. El Pueblo de Dios que vive y sufre en estas tierras quiere decir de sí mismo, por fidelidad al Señor, que desea servir a la humanidad
(10) y, por ello quiere escrutar en los signos de los tiempos lo que el Espíritu desea de la Iglesia. Solamente así, el Pueblo de Dios será en estas jornadas de la historia, signo alzado entre las naciones (11).A la luz del Concilio Vaticano II queremos ver si hemos puesto en práctica su idea central, hondamente cristiana, del servicio
(12); y queremos comprender hasta donde ha de llevarnos este servicio al hombre.Y porque nos preocupa la totalidad del hombre en proceso de transformación y desarrollo de nuestros pueblos, queremos contribuir a que ellos mismos sean autores y realizadores de su progreso
(13). Que sean ellos quienes asuman, libremente, las posibilidades y exigencias dadas por el Creador, ofreciéndoles por nuestra parte el compromiso que brota, espontánea y audaz de la fraternidad eucarística o, para decirlo con la iluminadora palabra de Vuestra Santidad: "La participación en el banquete eucarístico (...) es una invitación a corregir las injustas desigualdades entre personas, sectores o pueblos. Acompañe, por lo tanto, a la comunicación de la riqueza sobrenatural por parte de Cristo, nuestro Salvador y hermano, la solidaridad, la distribución más justa de los bienes de la tierra entre los miembros de las comunidades humanas" (14).Para ello es necesario un cambio urgente, profundo, que no sustituya una miseria con otra; un cambio que no implante el odio ahí donde sólo debe reinar la fraternidad. Necesitamos un orden nuevo, más humano y más cristiano, más eucarístico.
No en vano este XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, con su lema "Vínculo de amor" significa para nosotros esperanza, lucha, sueño que se torna realidad; servir a una sociedad en proceso de cambio. No dominar, sino colaborar; no contemporizar, sino inspirar; no obstruir el progreso sino promoverlo
(15). Es la Eucaristía don del Espíritu que corrobora. Es el Espíritu de Jesús quien logrará que todos los hombres tengan más, sean más.Esta nuestra acción que sabemos difícil, llena de riesgos e incomprensiones, será el signo de que la transformación, el progreso y el desarrollo de América Latina no será ambiguo
(16). Nuestro propósito en nombre del Señor lo hará plenamente humano por estar instaurado en Cristo Jesús.Santísimo Padre:
Ante los temores y las angustias de esta tarea que compartimos con los hombres de todos los continentes, vemos Vuestra Visita entre nosotros, en esta tierra colombiana noble, generosa y hospitalaria, como un vivísimo signo de esperanza.
Aguardamos Vuestra palabra como orientación segura que guiará nuestro cometido.
Os agradecemos de corazón esta presencia Vuestra en América Latina, al mismo tiempo que os renovamos nuestra firme adhesión y nuestro filial afecto.
Dignaos bendecirnos: a nuestros pueblos, a esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Vuestra bendición de peregrino de la paz será signo prometedor para toda la Iglesia, para todos los hombres.
Notas
1. Ver II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de trabajo, Bogotá 1968, 7,1.1.
[Regresar]2. Ver Lumen gentium, 4a, 34b, 40b: "Quede, pues, claro a todo el mundo que todos los fieles de cualquier estado o condición son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad y que esta santidad fomenta una forma de vida más humana, aún en la sociedad terrena".
[Regresar]3. Ver Lc 1,46-55; 14,21; Sal 22 (21),27: "Los pobres comerán, quedarán hartos Los que buscan a Yahweh le alabarán / Viva su corazón eternamente!" Ver también Is 55,1-3; Lev 3,1.
[Regresar]4. Ver Pablo VI, Discurso a los Padres Conciliares al regreso de su viaje a la ONU; AAS, 57, 1965, 895.
[Regresar5. Ver II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de trabajo, Bogotá 1968, 2.1; 3.1; 3.2; 4.1; 4.2; 4.3; 4.4; 4.5; 4.6; 5.1; 5.2; 6 Véase especialmente el resumen del número 7.
[Regresar]6. Ver Is 61,1-2; Sof 2,3; Lc 4,16-30; 19,10; 15,6.9.24 y 32.
[Regresar]7. Ver Pablo VI, Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7-XII-1965): AAS, 58, 1966,58.
[Regresar]8. Ver Pablo VI, Populorum progressio, 20 Progreso que es explicado en el número siguiente 21 y en contexto del 47.
[Regresar]9. Ver Pablo VI, Ecclesiam suam, 13-14.
[Regresar]10. Ver Pablo VI, Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7-XII-1965): AAS, 58, 1966: Otra cosa debemos destacar aún: Toda esta riqueza doctrinal (la del Concilio) se vuelca en una única dirección: servir al hombre Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades (...) la idea del servicio ha ocupado un puesto central Pág 57.
[Regresar]11. Ver Lumen gentium, 1, 8a., 9b.
[Regresar]12. Ver por ejemplo en la Lumen gentium, 13c, 18a, 21a, 24a., 27c, 32c.d.
[Regresar]13. Ver Pablo VI, Populorum progressio, 34 y 65.
[Regresar]14. Pablo VI, Mensaje radiofónico al VII Congreso Eucarístico Nacional del Perú celebrado en Huancayo: AAS, 57, 1965, 806-807.
[Regresar]15. Ver Juan Landázuri Ricketts, Discurso en la ceremonia de graduación en la Universidad de Notre Dame, EE UU., 5-VI-1966.
[Regresar]16. Ver Pablo VI, Populorum progressio, 19 y 28.
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