II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
Ema. Rvdma. Juan Landázuri Ricketts,
Cardenal Arzobispo de Lima y Primado del Perú,
Copresidente de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
26 de agosto de 1968
Dilectos hermanos en el Episcopado, apreciados amigos y colaboradores:
Iniciamos en estos momentos la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Es un paso más de nuestra historia religiosa; es una nueva oportunidad porque el Señor está presente en esta coyuntura
(1).En el signo de la unidad ha vivido la Iglesia de América Latina momentos cumbres, expresando desde hace siglos, lo que hoy, en lenguaje conciliar, denominamos la colegialidad episcopal.
Ya en el primer siglo de la evangelización de América Latina los Obispos se reunieron en distintas ocasiones. Bajo la guía de Santo Toribio de Mogrovejo se estudiaron y se aplicaron las directivas de un Concilio: el de Trento.
En épocas más recientes, manifestando la unidad de intereses pastorales, el Episcopado Latinoamericano ha vivido dos acontecimientos de suma importancia eclesial. Me refiero al primer concilio plenario celebrado en Roma y a la primera conferencia general del ocurrida en Río de Janeiro.
Una vez más, a la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II, en las nuevas y especiales condiciones de nuestros países, volvemos a reunirnos. Y esta vez, con la circunstancia providencial de la presencia de Pablo VI que ha inaugurado esta Segunda Conferencia General.
Nos hemos reunido no sólo por la fuerza de un pretérito pastoral, no sólo con la inquietud de este presente que nos interroga, sino principalmente con la esperanza de un futuro mejor para nuestros hermanos, los hombres.
Por ello, no podemos en estos instantes, dejar de formularnos tres preguntas: ¿Qué somos? ¿Para qué estamos reunidos? ¿Cuál va a ser nuestra actitud?
El mundo nos pregunta: ¿Qué decís de vosotros mismos? ¿Quiénes sois? Es la misma pregunta que ahora nosotros nos hacemos.
Somos una porción del Pueblo de Dios unido a Cristo, único Pastor; por medio del Evangelio y de la Eucaristía estamos reunidos por el Señor en el Espíritu Santo representando la Iglesia de América Latina
(2). Somos hombres que creemos, esperamos y amamos al Señor Jesús (3).Por voluntad suya somos pastores de este Pueblo de Dios y, expresando el ejercicio actual de nuestra colegialidad, vivimos esta admirable comunión, responsable y servicial, para con los actuales intereses de todo el cuerpo del Señor. Y el gozo de sentirnos convocados por Él en favor de su Pueblo
(4), estimula nuestra caridad pastoral. El bienestar de la grey que nos ha sido confiada, no como a mercenarios sino como a pastores, es nuestra suprema ley (5). Esta colegialidad nuestra que nos hace descubrir la comunión universal de los creyentes, la trabazón íntima de todo el Cuerpo Místico, responde a la pregunta: ¿Qué somos?Y damos la misma respuesta que ya desde 1955 el CELAM, pionero de la colegialidad, viene dando. Una respuesta que se hace más rica, más profunda, más católica, con la presencia de hermanos nuestros, Obispos de Iglesias locales, próximas en el afecto y lejanas geográficamente, de nuestra América Latina. Hermanos nuestros en el episcopado que habéis venido de los diversos lugares de la tierra, estáis aquí, recibidos con alegría, para compartir con nosotros, nuestra común responsabilidad para con la Iglesia universal en estos países que forman la América Latina
(6).Al preguntarnos el mundo qué somos, nuestra respuesta es clara: somos los primeros responsables de una Iglesia que está tratando, por todos los medios a su alcance, de estar presente en el mundo, de escucharlo, de darle respuesta.
Hermanos en el episcopado: ¿Por qué no decirlo? Nuestra mentalidad y nuestra formación, nuestra manera de pensar y nuestra manera de actuar son diversas; incluso a algunos les parezcan disconformes. Pero, ¿acaso no es esta la hora de la caridad?
(7). La hora de la caridad, que, al decir de Pablo VI, se vive así: "El cristiano ha de amar (...) a sus hermanos por entero y es una forma eficaz de entregarse (...) estar presente en el proceso del mundo en fase de aumento y desarrollo" (8).Ante las expectativas -en estos momentos nosotros somos espectáculo de los hombres- estamos urgidos por la gran reforma: la de aquella caridad que lo renueva todo
(9). Quizás algunas veces el pesimismo, la pasividad, la comodidad y desgana contribuyen al estancamiento de unos pueblos que buscan espíritu, diálogo, amor. Quiero repetirlo: Es la hora del amor. Que ante la pregunta del mundo sólo tengamos esta respuesta, con palabras y con hechos: Somos testigos del amor.
¿Para qué estamos reunidos? El tema de esta Segunda Conferencia indica claramente la finalidad de nuestra presencia aquí, en esta fraterna tierra de Colombia, en esta ciudad de Medellín: "La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II". Séame permitido expresar mis sentimientos ante la tarea que nos aguarda. Son dos: alegría y preocupación.
Alegría en tanto que estamos reunidos para aplicar el espíritu del Concilio Vaticano II que sigue suscitando esperanzas por doquier. Volvemos a revivir las inolvidables jornadas de esfuerzo, de inquietud, en un clima de fraternidad. Como en aquellos días conciliares también hoy los hermanos que comparten la fe en el Señor nos acompañan para aunar esfuerzos en una tarea común: extender el amor de Jesús.
Alegría por encontrarnos de nuevo para revisar la presencia de la Iglesia en América Latina. Esta reunión extraordinaria, intensa -son millones de hombre y mujeres que esperan, sufren y oran por nosotros- expresa, siguiendo las pautas conciliares, la firme y decidida voluntad de búsqueda, de cambio. Es la alegría de quien se empeña, no por conservar o defender situaciones, sino por poner en práctica estas palabras de Pablo VI: "En el pastor se da una primera postura: defender lo que existe; pero esto no es suficiente, sea porque lo que existe no es adecuado a la totalidad de la población y de las necesidades, sea porque también lo que existe está invadido y trastocado por el movimiento y la transformación
(10).Alegría porque somos conscientes de que nuestros esfuerzos contribuirán, en la inefable comunión de todos los creyentes, a la renovación de toda la Iglesia.
Y junto a estos tres motivos de alegría, que todos compartimos, surge mi preocupación.
Preocupación de que podamos defraudar la expectativa de todos aquellos que dirigen sus miradas hacia nosotros, de todos aquellos que aún nos escuchan esperando palabra y acción. Vuelvo a tomar unas frases del Papa que nos hacen reflexionar sobre la urgencia de una pastoral integral para la Iglesia latinoamericana: "La Iglesia existe y tiene estructuras seculares, sólidas y respetables; todavía se siguen ampliamente sus movimientos; si hace oír su voz se la escucha ampliamente todavía; ella debe, por tanto, manifestar su vitalidad y valerse plenamente de sus grandes posibilidades de acción en una pastoral dinámica, que se adapte al ritmo de las transformaciones actuales"
(11)."Todavía" somos capaces de salvar al continente si nos adaptamos al ritmo de la evolución presente en torno nuestro. Es un "todavía" preocupante.
Hermanos: Nos urge el mismo Señor que está presente en el Pueblo del que somos pastore esperando ser reconocido
(12).En medio de nuestras alegrías y de nuestras preocupaciones, ¿cuál va a ser nuestra actitud durante los días de esta Segunda Conferencia y al retorno a nuestras diócesis?.
Yo lo resumiría brevemente: saber escuchar, saber estar.
A lo largo de estos días de trabajo estemos muy atentos a la actitud cristiana -porque es de Cristo- de tomar el mundo tal como es, desde abajo. Solo así seguiremos los caminos de la encarnación que ha iniciado Jesús.
Releamos una y otra vez, recordemos, lo que nosotros mismo decimos con nuestro voto responsabilizándonos ante nuestro pueblo de un nuevo estilo de ser y de hacer de la Iglesia. Me refiero a todo lo que en la "Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy" afirmamos sobre las mutuas relaciones entre la Iglesia y el mundo y sobre las aportaciones que del mundo y de la historia contemporánea recibe la Iglesia
(13).Escuchar primeramente la voz de Dios, de su Iglesia, de nuestra conciencia para reconocer y cumplir mejor nuestra misión pastoral como Obispos.
Saber escuchar, también, la voz del mundo. Pues estamos, tal vez, acostumbrados a una visión "clerical" del mundo. A veces se produce en nosotros casi espontáneamente, recelo, desconfianza, temor, ante lo que es llamado, no se si muy exactamente, "lo profano".
Y, sin embargo, la Palabra de Dios se hizo hombre y habita entre nosotros dando sentido a todo cuanto de humano existe y se realza
(14). Por ello, siempre que escuchamos al hombre, escuchamos a Cristo; siempre que nos preocupamos del hombre, nos preocupamos de Cristo. Y en la medida en que nos encontramos con los hombres, aprendiendo y sabiendo ir hacia ellos, nos encontramos con el mismo Señor (15).Saber escuchar al mundo, porque en él, en los hombres y en los acontecimientos, pese a las fallas humanas, está el Señor Jesús, fuente y remate de todo existir y de todo acaecer. En el mundo y en su trama está el único Pastor esperando de nosotros las posturas y el grito del Precursor: Es el Señor.
Incorporemos vitalmente a nuestro acervo pastoral estas palabras pontificias: "Si recordamos (...) cómo el rostro de cada hombre, especialmente su se ha hecho transparente por sus lágrimas y dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo podemos y debemos, además, reconocer el rostro del Padre Celestial
(16), nuestro humanismo se hace cristianismo, nuestro cristianismo se hace teocéntrico; tanto que podemos afirmar también: para conocer a Dios es necesario conocer al hombre (17).
Saber escuchar para saber estar.
Saber estar en el cumplimiento de nuestras responsabilidades como guías del Pueblo de Dios.
¿Y quién, al escuchar las necesidades y miserias de millones de hombres y mujeres latinoamericanos, al ver en sus rostros el rostro del Señor, no siente que debe estar con ellos?
Saber estar significa comprometerse en los esfuerzos de emancipación, en las luchas de nuestros hermanos que, porque han sido salvados en Cristo Jesús, buscan alcanzar condiciones de vida más humanas.
Saber estar significa identificarse con los pobres de este continente, liberarse de las equívocas ataduras temporales, del peso de un prestigio ambiguo
(18). El programa de nuestro "saber estar" lo exponía el Papa en el X aniversario de la creación del CELAM: "La Iglesia debe atestiguar con los hechos que no solo ha sido parte integrante en el proceso de formación de cada uno de los países de América Latina, sino que quiere ser, hoy también, faro de luz y de salvación en el proceso de transformación que se está realizando" (19).Saber estar significa ejercer con visión de fe y con esperanza, la función profética del amor: denunciar aquello que oprime al hombre; vivir de aquella caridad que exige una actitud definida: la revolución de América Latina será cristiana si amamos lo suficiente.
***
Las respuestas a las tres preguntas que nos hemos formulado son un hecho colegial, una tarea común, una actitud pastoral audaz y sincera. Eso es lo que el Pueblo de Dios espera hoy de nosotros. Este Pueblo que, en Cristo, quiere ser sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todos los hombres de América Latina
(20).Para terminar, nuestra gratitud, la gratitud de los millones de latinoamericanos, a todos cuantos por un título u otro -sacerdotes, religiosos, laicos- están presentes, a todos cuantos están haciendo posible esta asamblea.
Evoquemos fraternalmente solo un nombre indisolublemente unido al CELAM: el nombre inolvidable de Mons. Manuel Larraín que volvió a la casa del Padre dejando su vida y su acción como ejemplo elocuente para todos sus hermanos.
En el nombre del Señor queda instalada la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
Notas
1. Ver Lumen gentium, 48b.
[Regresar]2. Ver Christus Dominus, 11a.
[Regresar]3. Ver Lumen gentium, 8a.
[Regresar]4. Ver Heb 9,24; 7,25.
[Regresar]5. Ver Christus Dominus, 6a. b. c.
[Regresar]6. Ver Pablo VI, Alocución en la apertura de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Bogotá, 24 de agosto de 1968.
[Regresar]7. Ver Pablo VI, Ecclesiam suam, 52.
[Regresar]8. Ver Pablo VI, Mensaje a los Obispos de América Latina con motivo de la Conferencia Episcopal extraordinaria del CELAM en Mar del Plata, 29 de Setiembre de 1966.
[Regresar]9. Ver Pablo VI, Ecclesiam suam, 52.
[Regresar]10. Ver nota 8.
[Regresar]11. Allí mismo.
[Regresar]12. Ver Gaudium et Spes, 39c.
[Regresar]13. Ver Gaudium et Spes, 40.41.42.43.44.45.
[Regresar]14. Ver Jn 1,14. Lumen Gentium 3; Apostolicam actuositatem 7b.
[Regresar]15. Ver Mt 25,31-46; Gaudium et Spes, 22.32.
[Regresar]16. Nota de la cita: Mt 25,40.
[Regresar]17. Nota de la cita: Jn 14,9: "El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre".
[Regresar]18. PABLO VI, Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7.XII.1965): AAS 58 (1966) 58-59.
[Regresar]19. Ver Nota 8.
[Regresar]20. Ver Lumen Gentium, 1,8a.9b.
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