Juan Cardenal Landázuri Ricketts, O.F.M.
Arzobispo Metropolitano Emérito de Lima,
Presidente Honorario Vitalicio de la Conferencia Episcopal Peruana
La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi del Papa Pablo VI es sin duda uno de los documentos más importantes después del Concilio Vaticano II. Como se sabe es fruto de los trabajos del III Sínodo de Obispos, que trató el tema de la evangelización. Este Sínodo fue realizado entre el 27 de setiembre y el 26 de octubre de 1974.
Con el correr de los años se ha ido poniendo de manifiesto la enorme trascendencia para la Iglesia del Sínodo de 1974. Empezando por la importancia del tema que nos reunió a los Obispos: la evangelización; tema fundamental que recoge la misión de la Iglesia. Pero además porque el documento que surgió como fruto de dicha asamblea -la Evangelii nuntiandi- puede ser considerado como un documento que interpreta y desarrolla la enseñanza conciliar. Quizá podamos descubrir en la Evangelii nuntiandi uno de los legados más preciosos para la Iglesia del recordado Pablo VI.
En el terreno personal considero que es una de las reuniones eclesiales más importantes y trascendentales de las que he participado. Me tocó entonces la responsabilidad de ser nombrado co-presidente de la asamblea. El Papa Pablo VI nombró tres presidentes para conducir la Asamblea, por riguroso turno. Éramos el Cardenal Franz König, de Viena; el Cardenal Paul Zoungrana, de Ouagadougou; y yo, Arzobispo de Lima. Como secretario general el Papa designó a Mons. Ladislao Rubín, de Polonia. Además el Santo Padre nombró varios relatores para la primera parte del Sínodo -el relator para América Latina fue el Cardenal Eduardo Pironio-; así mismo nombró como relator de la segunda parte al entonces Cardenal Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, quien tuvo una participación muy destacada.
Guardo un grato recuerdo de las jornadas de trabajo de dicho Sínodo. El intercambio entre los Padres sinodales fue fructífero e intenso, abordando los diversos aspectos de lo que es la noble tarea de la evangelización. Pero la riqueza palpable de la universalidad de la Iglesia abrió también muchas interrogantes que mostraron que los desafíos de cada continente en relación a la evangelización eran en muchos casos diversos. Esto ya pone en evidencia que no fue una responsabilidad fácil la de ser co-presidente. Gracias a Dios las dificultades se solucionaron y se trabajó con mucho provecho.
Tengo también un recuerdo imborrable de la atención con la que siguió el Papa Pablo VI el desarrollo del Sínodo. Además de las ceremonias de apertura y clausura, el Papa participó en los mismos debates, asistiendo a varias de las congregaciones generales. Su presencia en la sala sinodal les dio a los diálogos un ambiente de corresponsabilidad a la vez que de inmensa familiaridad. Se sentía su presencia, llena de finos gestos de interés por los Padres sinodales, como un estímulo fraterno al trabajo y al amor a la Iglesia.
Aquélla fue la primera vez que un Sínodo no preparó un documento final sino que entregó al Papa el material de trabajo para que fuera él quien ofreciera a la Iglesia un documento. En los anteriores Sínodos -había habido dos- se presentaba una carrera contra el tiempo -solamente se tenía un mes- para redactar un documento. En este Sínodo surgió la idea de entregarle el material, fruto de nuestras deliberaciones, al Papa. Desde entonces es el Santo Padre quien con el material trabajado en los Sínodos, prepara una exhortación apostólica, llamada por esa razón post-sinodal. El Papa Pablo VI tardó un año en preparar la Evangelii nuntiandi, que vio la luz el 8 de diciembre de 1975.
Este Sínodo tuvo 25 sesiones, llamadas congregaciones generales. El sistema que se utiliza en estos Sínodos es muy participativo. Se da ocasión a que se exprese la opinión personal a la asamblea -aunque de manera breve- y se dialoga en pequeños grupos por lenguas.
El Sínodo fue una experiencia eclesial muy valiosa. Los aportes de los Padres sinodales expresaban la riqueza del tema propuesto así como la complejidad del mismo en los diversos lugares del planeta en los que ha crecido la semilla de la fe. En mi calidad de co-presidente me tocó presidir varias de las Congregaciones Generales. En una de las ocasiones me tocó la que correspondía a la fiesta de San Francisco de Asís. Recuerdo que lo puse como ejemplo de evangelizador.
Como ya he mencionado, no resultó fácil llegar a un consenso sobre todos los temas y preocupaciones pastorales. Debe tenerse en cuenta que las realidades eclesiales en los cinco continentes son muy distintas. Y eso trajo no pocos desafíos para la preparación de un documento final como había venido siendo la costumbre en los anteriores Sínodos. Transcurrían los días y no se llegaba a un consenso de lo que debía decirse en el documento final. En la vigésima quinta sesión se acordó entregar al Santo Padre el fruto de nuestras deliberaciones para que él desde su perspectiva universal ofreciera luego un documento de orientación que fijase la doctrina exacta sobre la evangelización que había sido el motivo de nuestras jornadas sinodales. Creo que se trató de una decisión muy acertada, como se puede comprobar a partir del valioso contenido de la Evangelii nuntiandi y de las exhortaciones apostólicas post-sinodales que han ido apareciendo después de cada Sínodo.
En relación a la Iglesia en nuestro continente se debe mencionar que el Sínodo tuvo una participación latinoamericana muy importante. Los mismos temas tratados eran de gran preocupación en nuestros pueblos. Nuestras Iglesias venían reflexionando sobre ellos con mucho fruto, como se puede ver en Medellín. En este Sínodo, por ejemplo, se profundizó muy bien en la relación entre evangelización y promoción humana, a la vez que se aclararon importantes aspectos de lo que es la liberación cristiana. Todo esto se verá reflejado después en la exhortación Evangelii nuntiandi.
En América Latina la Evangelii nuntiandi fue bien acogida. Al principio tímidamente, pero poco a poco creció el interés por profundizar en sus enseñanzas. Así, por ejemplo, fue decisiva en el camino de preparación de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla de los Ángeles, México. El tema mismo de la Conferencia: La evangelización en el presente y futuro de América Latina es una clara muestra de ello. Considero que también influyó en lo que se ha considerado la línea maestra del documento de Puebla: la comunión y la participación. La Evangelii nuntiandi fue como un marco de referencia para los diálogos e intercambios. El documento de Puebla refleja inequívocamente el aprecio con el que se acogió la exhortación del Papa Pablo VI.
Creo que la Evangelii nuntiandi ha sellado muy hondamente la vida de la Iglesia en Latinoamérica. Esto se puede comprobar tanto en el magisterio episcopal regional -como por ejemplo las Conferencias Generales de Puebla y, más recientemente, Santo Domingo- como en los planes pastorales de nuestras Iglesias locales. Por ello debemos estar muy agradecidos al Papa Pablo VI que acogió el trabajo del Sínodo sobre la evangelización y armonizando las diversas preocupaciones pastorales ofreció a la Iglesia un documento tan valioso y orgánico.
Lima, 15 de agosto de 1996,
Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.