Implicaciones éticas de la Encarnación

Prof. Michael Hull, Nueva York

18 de diciembre de 2004

La Encarnación tiene profundas implicaciones éticas. En efecto, "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14) para reconciliarnos con Dios, para que conociéramos las profundidades del amor de Dios, para que participásemos en lo divino, y para revelar el paradigma de la santidad (véase Catecismo de la Iglesia Católica, números 456–60). La principal implicación ética de la Encarnación es el gozo de la imitación, imitación de Jesucristo, el ejemplar de santidad, quien es "imagen del Dios invisible" (Col 1:15; Cf. 1 Cor 4:16; 11:1; Ef 5:1; Fil 3:17; 1 Tes 1:6).

Desde la Creación, Dios ha imbuido en el hombre la imago Dei (Gen 1:26); puesto que desde la época de Adán y Eva estábamos muertos por nuestros delitos y pecados, hemos sido llevados a la vida sólo por Jesucristo (Ef 2:1–5). Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, Jesucristo "es el hombre perfecto que ha restaurado en los hijos de Adán la semejanza con Dios que había sido destruida después del primer pecado. La naturaleza humana, por el propio hecho de que fue asumida, no absorbida, por él ha sido elevada en nosotros a una dignidad más allá de toda comparación. Porque por su Encarnación, él, el hijo de dios, se ha unido de alguna manera con cada hombre. Trabajó con manos humanas, pensó con una mente humana. Actuó con voluntad humana, y amó con un corazón humano. Nacido de la Virgen María, se hizo en verdad uno de nosotros, igual a nosotros en todo menos en el pecado [Heb 4:15]" (Gaudium et spes, número 22; véase Redemptor hominis, número 8). Con la Encarnación, el "hijo de Dios se hace hombre para que el hombre ... llegue a ser hijo de Dios" (San Ireneo, Adversus haereses 3.19.1), Dios "se hace hombre para que nos hagamos Dios" (San Atanasio, De incarnatione 54.2).

Es a Jesucristo, hombre perfecto, a quien debemos imitar haciendo el bien y evitando el mal. En esta imitación, la Antigua Ley del Decálogo es superada por la Nueva Ley del Amor, y la virtud natural es superada por la virtud sobrenatural. El hombre llega a su meta, y con ella a su felicidad, sólo con la imitación del Señor. Esta verdad es subrayada en los Evangelios en el relato del joven que respetaba los Mandamientos pero que no fue capaz de dejarlo todo de lado para seguir al Señor (Mat 19:16–30; Marcos 10:17–31; Lucas 18:18–30; véase Veritatis splendor, números 6–27).

La Encarnación requiere una incorporación al Misterio Pascual del Señor y la Ascensión al Padre. Al comienzo de la primera parte de la segunda sección de la Summa theologiae, Santo Tomás de Aquino presupone que el fin último del hombre es la felicidad (ST, I-II, q. 1 pr.), pero Tomás se da cuenta de que dicha felicidad solamente se puede alcanzar en la visión beatífica (ST, I-II, q. 3, art. 8), algo que ha sido hecho posible sólo por la Encarnación y la participación del hombre en la vida divina. Dio nos hizo, se reveló a nosotros, y se hizo uno de nosotros para que nosotros seamos felices con él para siempre en el cielo. La principal implicación ética de la Encarnación nos llama a imitar al Señor, que es "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6).