La encarnación y la dignidad humana
Prof. Mons. Antonio Miralles – Pontificia Università della Santa Croce
Videoconferencia, 18 diciembre 2004
El discurso sobre la dignidad humana es más que nunca actual y en el reivindicarla se encuentran concordes millones de hombres, si bien discordes en sus concepciones religiosas, sociales, filosóficas y antropológicas. Es un discurso en el cual nosotros cristianos nos inserimos de buena gana, porque, como ha proclamado el Concilio Vaticano II, la Iglesia "defiende la causa de la dignidad de la vocación humana" (GS 21/7) y vuelve a dar esperanza a cuantos se desesperan por verla realizada.
El discurso es actual, pero la respuesta de la fe es ya antigua justamente en términos de dignidad. La enunciaba el papa san León Magno en la lejana Navidad del año 440. Después de haber llamado a todos a la alegría y a la alabanza a Dios, porque "han llegado a ser partícipes del nacimiento de Cristo", exhortaba: "Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, llegado a ser partícipe de la naturaleza divina" (Sermón sobre el Nacimiento del Señor 1, 3.1-2). En otro sermón también de Navidad, diez años después, afirmaba: "El nacimiento de Cristo signa el origen del pueblo cristiano (...) ya no pertenecemos a la estirpe del padre según la carne, sino a la progenie del Salvador, el cual se ha hecho hijo del hombre para que de tal modo nosotros pudiésemos ser hijos de Dios" (Sermón sobre el Nacimiento del Señor 6, 2.2-3).
El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, ofrece una espléndida página justamente acerca de la dignidad humana en cuanto se funda en la encarnación. ¿Queremos conocer el verdadero valor del hombre, de su destino, el sentido de su existencia, de donde emerge su auténtica dignidad? La primera respuesta nos dirige hacia el verdadero fuego iluminante: "En realidad solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre" (GS 22/1). Y esto ya desde la misma encarnación: "En él la naturaleza humana ha sido asumida, sin que por esto haya sido anulada, por esa razón la misma ha sido también en nosotros enaltecida a una dignidad sublime. Con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre" (GS 22/2). Desde aquel momento no es solamente uno de nosotros, sino que ha dado un centro, más aún, un vértice, El mismo, a todo el género humano. Ningún hombre es extraño a Jesús, de manera que, la obra de la redención, el misterio pascual de Cristo, no tiene que ver solamente con los cristianos. "Cristo, de hecho, ha muerto por todos y la vocación última del hombre es efectivamente una sola, aquella divina, porque debemos considerar que el Espíritu Santo da a todos la posibilidad de tomar contacto, en el modo que Dios conoce, con el misterio pascual" (GS 22/5). Le corresponde al hombre usar bien su libertad acogiendo dócilmente, sin oponer resistencia, la acción de Cristo. Esta es su gran dignidad.